Psicoanálisis
en la Web
Lacan: La
letra en el desiderio
por
Luis Camargo
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Lo que sigue no es sino un retrato (por tanto, singular al pincel de quien lo traza) de Jacques Lacan. Un bricollage dónde conviven trazos biográficos escasamente exhaustivos con esbozos sino elementales, al menos arbitrarios, del sistema de pensamiento de un hombre que, por adhesión o rechazo (caras de una misma moneda), es la referencia obligada al evocar el término "psicoanálisis", cualquiera sea el signo de esa evocación. Suponiendo en Internet lectores neófitos de su persona y obra, una gratificación posible la daría el hecho que los párrafos siguientes inquietaran a alguno de ellos a adentrarse en ella. Suponiendo en Internet lectores y analistas avezados con la letra de Lacan, dichos párrafos no serán sino una posibilidad de intercambio más, condición irrefutable del lazo social entre psicoanalistas.
Un 13 de Abril del primer año del siglo, en el seno del religioso, burgués y conformista binomio matrimonial Emilie Baudry - Alfred Lacan, el hombre cuyo nombre quedaría indefectiblemente asociado al de Sigmund Freud y al psicoanálisis hacía su aparición sobre el suelo parisino de la Bélle Epoque.
Jacques Marie Emile Lacan, quién a los 14 años ya trazaba el plan de la Etica de Spinoza con flechas de colores sobre la pared de su cuarto, estaría llamado por la historia del psicoanálisis a devolverle a éste la chispa creadora, el matiz subversivo que le había dado su creador. Opacado y adormecido por las generaciones que lo heredaron y que, guarnecidos bajo la égida de la International Psychoanalytic Association (IPA), no hicieron sino retrotraer sus postulados sobre el inconciente al oscurantismo que regía el conocimiento de la vida psíquica humana, antes que la pluma de Freud echase alguna luz sobre ella.
Claro que, lejos estuvo de limitarse a repetir la letra de su maestro. Su "retorno a Freud", lema bajo el cual embanderó su enseñanza, implicaba mucho más que eso.
Arrogante, excéntrico, dandy, genio...Podría abrochársele a su nombre multiplicidad de adjetivos, sin que ninguno terminase por definirlo cabalmente.
Apasionado estudioso de la filosofía, ya a los dieciséis años sus lecturas de Spinoza, Nietzsche y otros filósofos críticos al catolicismo, operaron en él (de la mano de su profesor Baruzi del Colegio Stanislas) su primera gran transgresión, esto es, confrontarse con sus padres, devotos católicos practicantes, para acercarse a las ideologías dadaístas o adherir a las tesis del Anticristo, a más de imprimir a sus modos de vida un tinte de libertinaje que excediera la capacidad de tolerancia de sus genitores. A Emilie y a Alfred no le quedaría sino un escaso consuelo: que otro de sus hijos, Marc-Marie, tomase los hábitos del sacerdocio, lo que en definitiva también lo alejaba de ellos. Al igual que Madelaine, la hija mujer que partirá a Indochina siguiendo a su hombre de negocios.
Doctorado en medicina, cumplió con un cursus clásico, cuyo tránsito fue de la neurología a la psiquiatría. Como interno del hospital para enfermos mentales de Saint-Anne, frecuentó a los grandes de la psiquiatría como Henry Ey, Georges Dumas, Henri Claude y Gaëtan de Clérambault. Es sobre todo a éste último a quien erigirá como su maestro en psiquiatría, quién había construído un verdadero edificio teórico sobre el síndrome de automatismo mental, elemento común de las enfermedades mentales, asociando a la locura, ya no la sinrazón, sino más bien la razón de la sinrazón, la coherencia del desarreglo mental, implicando la vecindad entre la locura y la verdad. Con lo cual, la locura, no por "loca" era menos lógica. Tesis que acercaba, por vías diferentes, a Clérambault con Freud y también con los surrealistas, inspiradores a su vez de las ideas de Lacan sobre las psicosis. Porque los surrealistas veían en el lenguaje de la locura la expresión sublime de una poesía involuntaria. Es interesante destacar la tesis original de Dalí sobre la paranoia, aparecida en el primer número de la revista Le Surréalisme au Service de la Révolution, publicado en julio de 1.930. Allí Dalí sostenía que la paranoia funcionaba como una interpretación delirante de la realidad. Un fenómeno de tipo pseudoalucinatorio que servía para la aparición de imágenes dobles: la imágen de un caballo, por ejemplo, podía representar la imágen de una mujer, y por lo tanto ser una actividad creadora lógica, y no de "error" de juicio como lo plantearía la psiquiatría clásica. De allí su técnica de la paranoia crítica. Esta concepción no podía dejar de ser atractiva para Lacan, llegando incluso a entrevistarse con Dalí, quien lo recibió en su hotel con un trozo de tela adhesiva pegada en la nariz.
A diferencia de Freud, quien usó como llave para develar la vida psíquica humana a la neurosis y en particular a la histeria, el joven psiquiatra Lacan hizo su inmersión en el terreno de la psicosis para extaer de él las primeras bases para la elaboración de su doctrina del psiconálisis. Pero aún el Lacan de tres décadas no había abrevado en las letras de Freud. Recién en 1.931, en la última parte de uno de sus primeros artículos, titulado "Estructura de las psicosis paranoicas", aparecería por vez primera una referencia al descubrimiento freudiano. Debe admitirse: para demostrar su impotencia, sino para explicar, al menos para curar la paranoia.
La influencia del movimiento surrealista, con su significación antropológica de la locura humana, palpitaría sin ser explicitada en el más mínimo renglón de su primer gran trabajo, en 1.932, la tesis de Doctorado en Medicina de la Facultad parisina: "De la psychose paranoïaque dans ses rapports avec la personalité" (De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad). En ella Lacan daba muestras, no sólo de su ya inagotable erudicción, sino también de su capacidad para provocar las más diversas reacciones. Recibida en el medio psiquiátrico con igual admiración por unos que descalificación por otros, elogiada por los surrealistas, Dalí el primero, quién veía en Lacan el cabecilla de un freudismo realzado de marxismo, prometido a la gran noche de la Revolución futura, ignorada por la primera generación psicoanalítica de Francia, Lacan se irá distanciando progresivamente de los postulados allí desplegados, al punto que él mismo rechazará después que haya en su tesis algún vestigio freudiano. Fechó su primera intervención en el psicoanáisis cuatro años después de la publicación de su tesis. La cual -dicho sea- versaba sobre las viscicitudes delirantes de una mujer, a quien dió el nombre de Aimeé, cuando el verdadero era Marguerite Pantaine, madre del conocido psicoanalista grupal Didier Anzieu. A pesar de esa denegación, lo cierto es que en enero de 1.933 Lacan no había vacilado en enviarle su tesis al Dr. Freud, buscando su reconocimiento. El maestro vienés le envió una lacónica respuesta: "Gracias por el envío de su tesis". No se había dignado a leerla.
Decididamente, su tesis sobre la locura femenina y Marguerite lo echaron por ese entonces, de bruces al campo del psicoanálisis. Por una doble vía: la lectura pormenorizada de los textos freudianos, y frecuentando el diván de Rudolph Loewenstein desde junio de 1.932. Durante seis años, Lacan se sometió a la cura ortodoxa y reglamentaria de uno de los más prestigiosos analistas didactas de la Société Psichanalytique de Paris (perteneciente a la IPA).
"Sometimiento" no es el término apropiado para definir ese tránsito entre aquellos dos hombres tan distantes entre sí. Alguna vez confiaría Lacan lo que pensaba de Loewenstein: no era lo suficientemente inteligente como para analizarlo a él. Y añadiría que fue en su famoso Seminario dónde tuvo la impresión de haber hecho un análisis. En realidad, lo que buscaba Lacan en aquél diván no era sino ser nombrado analista titular de la Sociedad perteneciente a la IPA. Cuándo el objetivo fue logrado, ya no tuvo sentido sostener esa contienda intelectual, cuya duración nada tuvo que ver con una dimensión analítica. Curiosamente, ningún texto importante produjo durante los primeros cuatro años de su relación con el didacta ipeísta, desde su tesis hasta 1.936.
Entretanto, celebraría sus primeras nupcias con Marie-Louise Blondin, la mujer que le daría sus primeros tres hijos: Caroline, Thibaut y Sybille. En julio de 1.953 volvería a casarse, esta vez con Sylvie Maklès, ex mujer de Georges Bataille, con la cuál tendría dos hijos más, Judith y Laurence.
En 1.936, Lacan realiza su primera intervención en un Congreso Internacional de Psicoanálisis de la IPA, el de Mariembad. Y lo hace con el primer esbozo de lo que será la teoría de lo Imaginario en su obra. Dirá: "Entré al psiconálisis con una escobilla que se llamaba el Estadio del Espejo".
Empapado de la lectura de una modernidad filosófica que resaltaba los textos de Husserl, Nietzsche, Heidegger y Hegel, la frecuentación al seminario de Alexander Kojève sobre éste último, más sus encuentros con Alexander Koyré, Henry Corbin y Georges Bataille, serían la bisagra que le permitiría distanciarse del saber psiquiátrico o de una captación académica de los textos freudianos.
Lo central de esta teoría del estadio del espejo, es que implica una concepción del Yo absolutamente discordante con la vía de interpretación que comenzaba a esbozarse en los analistas que, autorizándose en el Freud de la segunda tópica (la de "El Yo y el Ello"), daban al psicoanálisis un sesgo profundamente adaptativo. Esta lectura estaba bajo la égida de la Ego Psychology con sus teorías del "yo autónomo", cuyos baluartes eran fundamentalmente los anglosajones, muchos de ellos analistas europeos exiliados en América por los vientos de guerra del Viejo Mundo.
Básicamente, el estadio del espejo nace en una observación que sustenta una operación psíquica, incluso ontológica: la constatación que el niño de seis a dieciocho meses, frente al espejo, reconoce su imágen, y goza de ella. Goza en la medida que la completitud (Gestalt) de la forma especular percibida se anticipa a su propio logro, ya que el ser humano lactante (según la teoría de Bolk), es desde el nacimiento, un prematuro, fisiológicamente inacabado. La imágen frente a sí es, indudablemente, la suya: Pero a la vez es la de un otro, puesto que él está en déficit respecto a ella. Se produce pues, la identificación a la imágen del otro, lo cual es constitutivo del Yo en el hombre, mostrando que su desarrollo está escandido, dividido, en identificaciones ideales. Lejos de ser un Yo unificado (como lo pretendían los anglosajones), es más bien un Yo desintegrado: ni unificado ni unificante. Alienación imaginaria es el nombre que el Lacan hegeliano dará a este proceso. Ahora bien, si el yo es siempre otro, éste, en tanto semejante, puede estar en su lugar, suplantarlo. De allí la agresividad estructural del hombre respecto de su semejante. Lo que explica a su vez la relación principalmente paranoica del hombre con su objeto: o sea, que el objeto le interesa en la medida que el otro está dispuesto a quitárselo. En otros términos: el deseo es siempre el deseo del otro. El deseo comienza a recuperar su espacio en el psiconálisis, retomando en cierta medida el tránsito histórico que va desde el yo pienso cartesiano al yo deseo hegeliano. Pero Lacan no se quedará en Hegel. En principio porque él no es filósofo; es psicoanalista. Y lo que necesita es responder a las demandas, no de un sistema de pensamiento, sino de una clínica analítica.
El callejón sin salida que encuentra Lacan en ésta dialéctica imaginaria, es que ésta es una relación mortífera, es la Lucha-a-Muerte-por-Puro-Prestigio de la dialéctica del Amo y el Esclavo de Hegel.Y hallará en la palabra la función pacificadora de ésta dimensión especular.
Preminencia creciente de lo simbólico, del cual participan las vertientes de la palabra y el lenguaje. Y es a partir de radicalizar esta distinción entre ambos registros donde Lacan fechará el verdadero inicio de su enseñanza, considerando la producción anterior como los antecedentes.
Para precisar dicho inicio: el informe de Roma del 26 y 27 de septiembre de 1953, titulado "Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis". Cómo si hasta éste punto el psicoanálisis postfreudiano hubiese olvidado que su experiencia no transita sino los carriles de la palabra y el lenguaje, Lacan pone los puntos sobre las íes del descubrimiento freudiano: "el inconciente está estructurado como un lenguaje". La ley del hombre es la ley del lenguaje, la ley del símbolo. Y el símbolo es pacto. El símbolo opera también identificaciones, pero que son pacificadoras, en tanto permiten superar lo propio de la especularidad imaginaria, esto es, la rivalidad y la agresividad. El síntoma neurótico, a esa altura de la obra lacaniana, no era sino un defecto de simbolización. En él se expresa un deseo, pero que no ha sido reconocido. Y hacia allí advendrá el analista que, en tanto Otro del lenguaje permitirá dar significación al inconciente como capítulo censurado de la historia del sujeto. Dice Lacan en el texto citado: "el síntoma se resuelve por entero en un análisis del lenguaje, porque él mismo está estructurado como un lenguaje, porque es lenguaje cuya palabra debe ser liberada". Lacan no hace sino leer a la letra la obra freudiana, para reconocer allí la incidencia del lenguaje en las formaciones del inconciente, esto es, síntomas, lapsus, chistes, olvidos y sueños.
Luego que en el "Discurso de Roma" (cómo se conocía a "Función y Campo..") hubiese efectuado el nexo entre el sujeto, el lenguaje y la palabra, sobre el trasfondo de cierto heideggerianismo y de las estructuras elementales de parentesco de Lévi Strauss, sus lecturas del "Curso General de Lingüistica" de Ferdinand de Saussure y de las tesis de su amigo Roman Jakobson sobre la metáfora y la metonimia en las afasias, harán de Lacan, finalmente, el fundador de la concepción estructuralista del psicoanálisis. En Royaumont, en un coloquio que giraba sobre "la dialéctica", definirá su famoso axioma de "el significante es lo que representa al sujeto para otro significante", en la cual el sujeto es un elemento de la estructura, y el significante, a diferencia de la concepción saussureana, cobra su primacía sobre el significado, produciendo la significación, lo que subraya la dimensión creacionista de la palabra. Había hecho una particular lectura de la lingüística, y había justificado la presencia de sus leyes en el inconciente freudiano, aún cuándo el propio Freud no tuviese registro de la existencia de Saussure y su obra, posterior a aquél.
Así procedía la lectura del texto freudiano por Lacan. Tomaba las teorías de aquellos pensadores que le interesaban (filósofos, lingüistas, matemáticos, lógicos, escritores, etc.), las recomponía en el tamiz de sus inquietudes teóricas, y extraía de ello la respuesta a los interrogantes que la clínica analítica le suscitaba. Este verdadero "trabajo" con los textos de otras ciencias no pocas veces generó la discusión entre los tributarios de esas mismas ciencias, acusando a Lacan de no respetar fidelidad alguna con sus campos. Y es que él nunca fue filósofo, ni lógico, ni topólogo.
En su refundición
conceptual tomaba lo que le era de utilidad: lo demás lo
desechaba. De allí también la dificultad de lectura que ofrecen
sus textos casi barrocos. Lacan no fue nunca lineal. Avanzaba,
retrocedía, se rectificaba y aún se contradecía, a veces sin
el menor indicio explícito para su auditorio de esos
movimientos. Sus conceptos participaban de la misma lógica
interior que aquello a lo cual se referían. Por ejemplo, ninguno
de ellos vale por sí solo; siempre exigen ser contextuados, o
puesto a la par de sí mismo en otra época del desarrollo de la
obra, o de otro concepto. Y es que ésta es la lógica misma del
significante: siempre necesita de otro para significar, en sí
mismo no significa nada. El significante es al menos dos. La
teoría del inconciente estaba hecha de la misma estofa que el
inconciente, comparten sus leyes. Lejos estaría entonces de ser
sencilla... Nada es menos sencillo que el sujeto humano. Habrá
que desconfiar siempre de toda teoría que intente reducirlo a la
somnolencia de la facilidad. Alguna vez diría Foucault acerca de
los Ecrits : "el
hermetismo de Lacan provenía de una voluntad de que la oscuridad
de sus escritos fuese la complejidad misma del sujeto y que el
trabajo necesario para comprenderlo fuese un trabajo que realizar
sobre uno mismo".
Por aquellos años , en los que su enseñanza vía teoría del significante se inauguraba, Lacan comenzó a dictar su Seminario en el anfiteatro del hospital Saint-Anne, extendiéndolo allí desde el 53 al 63. Verdadero laboratorio de investigaciones, cada semana filósofos, psicoanalistas, médicos, escritores, se daban cita para oir una voz sincopada que vivificaba una sintaxis cargada. Seguían absortos los gestos arlequinescos que subrayaban la dimensión y valor de cada frase, cada concepto. Y no pocas veces, se iban del recinto sin haber entendido una palabra.
Muchos de sus alumnos frecuentaban también el diván de la Rue de Lille Nº5, y podían constatar que el seminario en ocasiones no era sino continuación de sus sesiones. O a la inversa, que en ellas Lacan adelantaba tramos de su teoría aún no lanzados a la arena del Seminario. Los efectos transferenciales estaban a la orden del día. Como un Sócrates adornado de un sólido arsenal teórico, su cohorte de discípulos poco a poco lo iban consolidando en la posición de Jefe de Escuela.
Para fines del año 63, tres acontecimientos marcan el rumbo futuro de Lacan y su doctrina del pensamiento y práctica psicoanalítica. En principio, los dinosaurios del IPA no estaban dispuestos a seguir soportando las extravagancias técnicas (sesiones cortas, dixit) y la subversión teórica impresa al psicoanálisis; se decide entonces la "excomunión" del infiel de las filas de sus didactas. Excomunión: término apropiado para definir un acto de una institución cuyo funcionamiento había adquirido tintes marcadamente eclesiásticos. En segundo lugar, con una llave llamada Louis Althusser, su Seminario se muda a la Escuela Normal Superior, la prestigiosa Casa de Altos Estudios parisina. Su público sufrió un relevo de importancia: de la intelectualidad francesa a la tecnocracia universitaria, atravesada por una democratización que impulsaba a la psicología en una expansividad creciente. El número de oyentes del seminario iría aumentando año a año, al punto que, al mejor estilo de los grandes espectáculos, sería difícil hallar una butaca vacía una hora antes que la voz del Maestro suspendiera los alientos al filo de sus matemas, grafos y álgebras preciosas. Finalmente, tercer acontecimiento, el 21 de Junio de 1.964 funda su propia escuela, la Ecole freudiene de Paris.
Este periódo que circunscribiremos del 63 al 66 (fecha de aparición de sus Ecrits ), se cierra con una apertura: la de la Obra de Lacan en el seno de la Cultura, como tan acertadamente lo hace ver J.C. Milner en en su texto "La obra clara" (vease en Psiconet el seminario "ciencia y psicoanálisis", dictado por M. Sauval y E. Albornoz). Lacan decide "poubellicar", neologismo que condensa "publicar", "basurero" y "olvidar", coronando su éxito contra la Internacional, y pudiéndose afirmar a partir de allí (como dice Milner), que hay en el psicoanálisis al menos una obra fuera de la de Freud: la de Lacan.
Si bien en la primera época de su enseñanza (del 53 al 63) era el comentario de los textos freudianos lo que primaba, en los diez años siguientes serán sus propios términos y sus tesis las que ocuparán el centro de la elaboración lacaniana. Poco a poco la viscosa categoría de lo real irá adquiriendo un interés privilegiado sobre los otros dos términos de su ternario, lo imaginario y lo simbólico. El recurso a la lógica y a la topología complejizarán aún más su transmisión. Y a partir de 1.968/69, coincidiendo con otro cambio de escenario para el Seminario, esta vez hacia el Panteón de la Facultad de Derecho, se irá acentuando cada vez más la tendencia a privilegiar la fórmula contra el razonamiento, el neologismo contra el argumento, los nudos borromeos sobre los imperativos kantianos o los sofismas platónicos, y más radicalmente, el mostrar sobre el decir. Si, con el ingreso en el 65 a la ENS, se produce en su teoría un relevo lógico a la filosofía y la lingüística, se podría calificar de relevo matemático al movimiento teórico conque inaugura la década del 70, introducido en el seminario titulado "El envés del psicoanálisis" por un minucioso comentario del Tractatus logico-philosophicus de Ludwig Wittegestein, publicado en 1.921 (la última tesis del Tractatus señalaba la antinomia entre el decir y el mostrar -"sobre aquello de lo que no se puede hablar, hay que guardar silencio"-, cara tanto a la continuación de su pensamiento como a su estilo final de transmisión en el Seminario). Vislumbraba entonces dos peligros para el psicoanálisis: reducirse a una terapéutica que tienda a la magia y a lo no-enseñable (o sea, transformarse en religión) o evolucionar hacia el dogma universitario (el cual no deja de sustituir a la Iglesia). Una única salida era para él posible: la formalización (en un sentido cercano al matemático del término) del discurso psicoanalítico, en su relación con los otros discursos, el del Amo, el Universitario y el Histérico. Era lo único que haría enseñable y transmisible al psicoanálisis. Dos modos de formalización entonces, hicieron su debut en el campo lacaniano: el matema por un lado, los nudos borromeos por el otro. Y tres espacios acusaron sus efectos: la Escuela, el Seminario y su diván.
El matema (término que condensa el "mitema" de Lévi- Strauss y "mathêma", palabra griega que significa conocimiento) implicaba la posibilidad de transmitir un saber que tiene aspecto de no poder enseñarse. Era la escritura de lo que no se dice pero puede transmitirse. "La formalización matemática es nuestra meta, nuestro ideal. ¿Por qué? porque sólo ella es materma, es decir transmisible íntegramente" (Seminario XX). La noción de "letra" (que pudo haber aparecido un tanto confundida con la de significante en sus primeros escritos -cf. "La instancia de la letra"-) adquiere toda su relevancia, acentuándose y perfeccionándose, en la medida que es a partir de ella dónde Lacan fundará el paradigma de transmisibilidad de la matemática. Su enseñanza así se literaliza: cf. la teoria de los cuatro discursos.
Por su lado, el nudo borromeo, cuya representación tomó Lacan del escudo de armas de la familia Borromeo, de la Italia del SXVI, era un modelo de estructura fundado en la topología, y que operaba el punto de arribo más adecuado para estructurar, o mejor, matematizar del modo más conveniente el ternario que lo acompañara desde el inicio mismo de su enseñanza: el real-simbólico-imaginario, devenido letras (RSI), que, capturadas en una ley real que las constriñe (punto de imposibilidad del nudo), permiten calcular categorías clásicas de la experiencia analítica, como inhibición, síntoma, angustia, goce, etc. Lo califica como "el mejor soporte que podamos dar a aquello mediante lo cual procede el lenguaje matemático" (sem.XX); su estructura conformada por tres redondeles anudados entre sí, tal que basta que uno se suelte para que los otros se dispersen, refleja la propiedad definitoria de lo literal en cuanto tal. Al decir de Milner, el nudo absorve la matemática en lo que tiene de esencial para el psicoanálisis: su literalidad.
La zambullida en el universo de los nudos (como también en el corazón del pensamiento chino, en el Tao), pasión que acompañó no sólo la última etapa de su investigación del inconciente sino también todos los aspectos de su vida pública y privada hasta el fin de sus días, contribuyó no tanto a hacer menos accesible su transmisión, como a arropar su figura con un manto de misticismo, oscilante entre la idolatría y la incomprensión. Tal vez por ello, hasta los signos de sus afecciones orgánicas, más propiamente, de sus perturbaciones vasculares de naturaleza cerebral, eran tomados ya como simples fatigas de la vejez, ya como sutiles interpretaciones del Maestro. Así, desde el 78 hasta su muerte, sus "ausencias" silenciosas, sus accesos de ira, puñetazos y automatismos, si desconcertaban inicialmente a su auditorio y analizantes, se abrochaban rápidamente a significaciones magistrales o divinas, más allá de su coherencia con el sistema de pensamiento que exponía. Contradictoriamente, en el centro de la incipiente lucha por las herencias intelectuales de sus discípulos y allegados, nadie quería aceptar que el Maestro estuviese enfermo. Ni siquiera cuando decidió la disolución de su Escuela el 8 de enero de 1.980, la idea de su muerte tenía verdadera cabida en su entorno. Esta le llegó, con ochenta años, el 9 de setiembre de 1.981, de la mano de un cáncer de colon.
Lacan se pretendió freudiano antes que lacaniano. Llevó a los extremos las consecuencias del descubrimiento freudiano cómo nadie lo había hecho antes de él. Si su enseñanza nos concierne -no sólo de analistas hablo- es en el punto en cuál, como sujetos, estamos sujetados a la determinación significante. Compelidos estamos a la aceptación (nada apaciguante, por cierto) de la verdad revelada por Freud: la excentricidad del hombre consigo mismo. Por el hecho sólo que habla. Porque, si responsables de nuestro decir, no somos dueños de la Palabra. Porque dichos no-todo, porque, aún sin poder Ser en el acto de nombrar, es allí dónde somos designados. Porque es en esa operancia del Lenguaje dónde nuestro deseo se condiciona.
Si su enseñanza nos concierne -analistas- es en tanto no existe, además, razón alguna para hacernos garantes de ningún sueño burgués. Ni ensueño alguno, prometa felicidades o desasosiegos nihilistas. "No hay ningún progreso a esperar de verdad ni bienestar, sino solamente el viraje de la impotencia imaginaria a lo imposible que resulta ser lo real al no fundarse sino en lógica" (Radiofonía & Televisión). Más allá del servicio de los bienes: es allí dónde habita el deseo. En esa zona en la cual la muerte cobra su primacía. No la médica, no la cristiana: ésas pueden bien eternizar aquellos ensueños. Zona de desamparo. Allí dónde el deseo hace su aparición por el franqueamiento de un límite, de un borde indecible.
Algunos, poetas (Baudelaire, por citar la reminiscencia actual de mi memoria), no esperaron al psicoanálisis para adentrarse a esa zona:
lector apacible y bucólico, /hombre de bien, ingenuo y sano, /tira este libro saturniano, /que es orgiástico y melancólico. /Si tu retórica no aprendiste con Satán, astuto decano, /¡tíralo! Me leerás en vano, /o pensarás que a un loco leíste. /Pero si sabes bucear /en los abismos sin temblar, /léeme, y has de amarme, amigo/.
Otros, como Lacan, han hecho de su texto, poema. Que, como es propio de la poesía, trasciende los bordes del Saber. Encore, el seminario que introduce el nudo, instaura también el germen de su propia abolición, y guían los pasos de Lacan hacia Joyce, hacia las Letras, hacia el poema. Poco antes de su muerte se preguntaba y dirigía su inquietud a las orejas de los analistas que lo escuchaban: "¿Ser inspirado eventualmente por algo del orden de la poesía para intervenir en tanto psicoanalista? Es esto, en efecto, hacia lo que tienen que volverse..." .
Una tesis fuerte de uno de sus lectores citados aquí, propone que la obra de Lacan está inacabada (¿lo está alguna vez un poema?). Lo compara al De natura rerum, que se cierra con la peste de Atenas, sin que sea factible decidir si Lucrecio decidió callarse, si perdimos lo que escribió, o si lo obligó la muerte o la sinrazón. Quizá en ese punto de falta resida para los analistas la pertinencia de continuar la infatigable interrogación de Lacan en el psicoanálisis, abrochándole la exigencia ética de hacerlo en las coordenadas que el fin de siglo impone a todos y cada uno de los discursos que le conciernen. Hay en el psicoanálisis un encore, un aún, del que posiblemente sea más que un homenaje atribuirle al nombre de Lacan su condición de posibilidad.
Las referencias biográficas del presente escrito corresponden vastamente al libro "Lacan, esbozo de una vida" de Elizabeth Roudinesco (Ed.), como también a "Una temporada con Lacan" de Pierre Rey (Ed.) y "Rue de Lile Nº5" de(Ed.)
Las referencias conceptuales se extraen, obviamente, del conjunto de sus Seminarios y Escritos.
Recomendamos en lo atinente a la relación de Lacan con la Ciencia, entre otros, al texto "La obra clara. Lacan, la ciencia, la filosofía" de Jean-Claude Milner (Ed. Manantial)
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