Psicoanálisis en la Web

- El Ojo Mirado -

por Luis Camargo


"¿No perciben un paralelismo entre
el destino de los hombres y de las imágenes?"

Adolfo Bioy Casares

"Dejo la copa en la mesilla de noche y me deslizo encima de ella. Mientras la beso y le chupo el cuello, ella mira desapasionadamente la enorme pantalla Panasonic del aparato de televisión por control remoto, y baja el volúmen. Me quito la camisa Armani y pongo su mano en mi torso, deseando que note que está duro como una piedra y que tengo el estómago plano, y tenso los músculos, contento de que esté encendida la luz y pueda ver lo moreno que estoy y lo marcado que se me ha puesto el abdómen.
- ¿Sabes? -dice ella con claridad-. Stash ha dado positivo en los análisis del SIDA. Y... hace una pausa, pues algo de la pantalla ha atraído su interés; el volúmen sube ligeramente y luego vuelve a bajar-. Y...creo que esta noche se va a acostar con Vanden.
-Dios mío- digo yo, mordiéndole suavemente el cuello, con una de mis manos en un pecho firme y frío.
-Eres malo -dice ella, ligeramente excitada, pasando las manos por mis anchos y fuertes hombros.
-No -susurro yo-. Sólo tu novio. Después de intentar hacer sexo con ella durante unos quince minutos, decido renunciar. Ella dice:
-¿Sabes? Uno siempre puede estar en mejor forma.
Cojo la copa de brandy. La termino. Evelyn es adicta al Parnate, un antidepresivo. Me quedo allí tumbado junto a ella viendo Teletienda - muñecas de cristal, almohadas con encaje, lámparas en forma de balones de rugby, Lady Zincornia- sin sonido. Evelyn empieza a desvariar."
(1)

American Psycho, de Bret Easton Ellis, reflejo narrativo de la cultura yuppie de los finales de los '80. Su protagonista, Patrick Bateman, experto en el arte de degollar vagabundos y putas con una American Express Oro, sin alterar el nudo de su corbata Ralph Lauren. El pasaje recortado se podría resumir en su estructura, cómo las viscicitudes de la imagen, en sus modalidades de presentación tumescente o detumescente (cénit y ocaso), pero siempre presente, en los marcos de nuestro occidental Fin de Siglo. Se lo intuya o no, como nunca es ella, la imagen, la que extiende su reinado sobre la antesala del próximo milenio. No cualquier imagen. Sino -y fundamentalmente- aquella que recibe el sello de una luz electrizada.
Ensayemos consecuencias.
El predominio de lo escópico deja su impronta en las coordenadas espaciales y temporales del tramo que nos toca en la Historia. Afecta al espacio que recortamos como cuerpo. Al espacio de las relaciones vinculares. Al espacio de lo público y lo privado. Esos espacios cuyas tensiones soportan los imperativos de un puñado de imagenes ideales. Al espacio geopolítico: la imagen televisada de la hambruna en Somalía no se impone como somalí; lo visual, por no hablar ninguna lengua, las habla todas, borrando las particularidades. Deshistorizando esos espacios. Por otro lado, y en la línea del tiempo, en la línea del desarrollo de un acto, se impone una constatación: infinitización del instante de ver, dónde el comprender es su lujo, su exceso y el concluir su imposibilidad. Si hay comprensión, ésta debe ser rápida, instantánea, fugaz. El vértigo de la imagen no admite la detención. Tiempos del flash. De la obnubilación sin consecuencias. El parpadeo, como alas de colibrí, se anula a sí mismo. Y el ojo se hace omnividente. Para producir un goce, que no deja de responder a una estética: la del consumo
(2).
Hay dos espacios por excelencia dónde esa lógica temporal (parálisis en el tiempo de ver) se despliega: el shopping, el paseo de compras (¿paseo?¿de compras?) y la televisión (hay otros: imaginen a un elector en el Cuarto Oscuro...). Ambos implican un "dar a ver", cuya obsenidad consiste en el impedimento del sujeto a la elección. Por ellos se circula. En ellos se asiste al patético espectáculo de la imposibilidad del sujeto de la apuesta, que necesariamente conllevaría un tomar y un dejar caer. Apabullado de opciones, no tiene ninguna. El shopping zappea vidrieras, la televisión oferta vacuidades. Hay los que piensan que el zapping ( y sus variantes: zipping, flipping y grazzing) es una modalidad de resistencia progresista que admite la elección en el campo de la imposición de la imagen. Sin embargo, el off del control raramente se activa: opción desechada. Acaso, en la circularidad de esos espacios, con su nietzscheano retorno, es el sujeto el que es mirado, sin saberlo. No el que mira. Acaso sea sólo el resto, el producto de esa estética del consumo. Pero en esa circularidad, que no es continua, pues está formada por una sucesión infinita de cortes, la tensión de la espera se resuelve, no en un dramático desarrollo, sino en los intersticios mismos de esos cortes. De negocio en negocio, de canal en canal, es en el "en" dónde puede ubicarse algo de la subjetividad de este Fin de Siglo. La existencia se modula en la espera que se aloja en ese "en". Nuestro hombre, ubicado alli, en el "entre", por un instante no es el hombre del consumo. Porque el corte es el hábitat de la muerte
(2). También, el sitio dónde la mascarada desfallece. Entonces: tiempos de primacía: del vídeo sobre el texto; del índice sobre el símbolo (3); de lo vívido sobre lo concebido; del ahora sobre el ayer; de la información sobre la explicación; de la encuesta y el marketing sobre la reflexión; del póster sobre la estatua; del documento y el informe sobre la obra. Tiempos en fin, del impacto sobre la pasión.

He llegado a D'Agostino y me detengo delante, mirando el interior, y aunque siento un impulso casi insuperable de entrar y recorrer los pasillos entre las estanterías, llenando la cesta con botellas de vinagre balsámico y sal marina, de andar sin rumbo entre las verduras y alimentos frescos, examinanado los tonos de color de los pimientos rojos y amarillos y verdes y morados, decidiendo qué sabor, que forma de galletas de jenjibre comprar, tengo ganas de algo más intenso, algo que no sé de antemano lo que es y me dirijo a las calles oscuras y frias de Central Park West. Para asegurarme que la jodida loca este muerta de verdad y no lo simule (a veces lo hacen) le disparo con la pistola con silenciador un par de veces en la cara y me marcho, casi resbalando en el charco de sangre que se ha formado y cómo en una película me encuentro delante de D'Agostino. Compro sólo una caja de cereales, y al fin tengo un breve pero incendiario estremecimiento de placer cuando salgo de la tienda, abro la caja y me meto el ceral a puñados en la boca, mientras silbo "Hip to Be Square" y corro Broadway abajo.


Imitari es la cuna semántica de imagen. Me pregunto: ¿por qué imitar una estética?¿Por qué el culto al modelo, al que hace de todos uno? Me respondo: imitar una estética es hacer más soportable el hecho de habitar un cuerpo, de poseer un cuerpo. Tal vez las modas no son sino el intento de circunscribir la vacuidad y la extranjeridad que encierra la carne. Un cuerpo sin nombre: paradigma de lo insoportable.
Una videopolítica (Régis Debray) es la moderna productora de cuerpos. El Estado-pantalla crea telecuerpos conformados para saciar al imperativo categórico de la seducción, pero desenfrenada, resbalando sin detención sobre los objetos. Cada cuerpo ciudadano se educa en contacto con la imagen del cuerpo de los otros (cosmética del video-gym), lo que lo aliena de su propio cuerpo, se lo ausenta. Las modas cabalgan en una inmediatez mimética que inscriben al cuerpo en una referencia simbólica, pues sin reflejo no hay carne, y producen una pacificación cuyo costo será la carencia de longevidad, esto es, del registro histórico y diacrónico de un cuerpo habitado por la finitud que traza la muerte.
La cuestión será así, si la moda puede o no verdaderamente hacer trazo, huella, en fin, escrito. O si es tán sólo la imagen imposibilitada de inscribirse. Quizá la imagen en el Fin de Siglo sea una letra que navega sola. Que se resiste a la escritura. ¿Será el arte el modo de escribir lo que no cesa de no escribirse?
Ir más allá de la moda, más allá de la figuración de la imagen, es poder ir más allá o más acá del cuerpo producido. Podemos quedarnos en el sopor de la imagen en la que nos reconocemos, no con sino en nuestro cuerpo. Es nuestra moda privada, contemporizada socialmente. O podemos (debemos, para insuflarle al verbo el matiz ético que le conviene) despertarnos a algo de un orden distinto a la imagen, que llamaremos
la mancha
(4), haciendo reverberar en el término un matiz de oscuridad abisal, de inefable ceguera, pero también de la luminosidad más prístina, expresión de la belleza en su pureza infinitamente radical. Es preciso aquí, soportar la paradoja. Artaud, para nombrar uno de aquellos que hicieron de la búsqueda de la pureza una angustiosa misón, abrió su camino hacia ella a machetazos de blasfemias, obsenidades y coprolalias lindantes con la guturalidad.
La función princeps de
la mancha es disipar las demás imagenes, eclipsar a los objetos que el circuito de los bienes fabrica como señuelos para el deseo. Cuando ella se presenta, lo hace sin forma social, sin las luces del éxito o la nostalgia, caras de la misma moneda. Sin la cotidianeidad temporal en la que acurrucamos nuestros huesos. ¿Será el arte el modo de presentación de la mancha?

El gimnasio al que acudo, Xclusive, es privado y está situado a cuatro manzanas de mi apartamento del Upper West Side. Tiene diez pistas de tenis y squash, clases de aerobic, cuatro estudios de baile para aerobic, dos piscinas ciclostáticas, un aparato Gravitron, aparatos para remar, cintas para correr, masaje, sauna y cámaras de vapor, un solarium, mesas de bronceado y un café con bar de jugos naturales. La cuota de socio asciende a cinco mil dólares anuales. Me miro al espejo antes de entrar al gimnasio y, poco satisfecho, vuelvo al attaché en busca de espuma para mantener el pelo peinado hacia atrás y luego uso un hidratante y, para una manchita que tengo debajo del labio inferior, un toque de Clinique Touch-Stick. Satisfecho, subo el volúmen del walkman y salgo del vestuario.


El folclore de nuestro siglo es la televisión. También su erótica -indistintamente de los contenidos del envase-. Y también su política: es la televisión la que hace al Estado y no al revés (el error de invertir causa por efecto se puede deslizar aquí facilmente). El Estado, convertido en aparato ideológico del mercado mediático audiovisual, hace del estar o no estar en la pantalla su condición existencial.
La tele es el arraigo (de allí la referencia al folclore) de un esteticismo visual, pretendidamente universal, destinado a convocar las psicologías individuales. En ella, la imagen publicitaria es un paradigma: promoviendo al bien general (usar lo mismo) para acceder a la satisfacción personal (ser diferente), que abreva en los fantasmas de uso íntimo, que conjugan precisamente, al erotismo con el utilitarismo. Bentham baila con Eros la danza de la imagen cableada.
La publicidad es el vehículo de la moda. Su combustible, el marketing, oráculo moderno. El montaje de estos tiempos se realiza sobre la figuración, sobre la virtualidad de la imagen, que obviamente, apunta a saturarse de universalidad. Por eso la publicidad puede hacer moda. Pero no escuela. La escuela es posible ante el acto creativo de aquel que se enfrentó al agujero de la imagen para hacer de él una firma. Para inscribir lo que no se escribe en la escritura de la obra. La publicidad puede hacer masa, pero no serie, lo cual inscribiría al uno por uno. La Escuela puede hacer serie a condición que al menos uno haga de su firma el Uno de la serie. Pero sin hacer universo. Si lo hace, ya no es escuela, sino religión a mínima, fascismo a máxima. La moda es el fascismo de la estética publicitaria. Los consumidores de la imagen conforman la legión de fieles cuya adoración responde a la legislación de los chips. Y estamos allí en territorio de la burguesía. Acaso, el sueño burgués sea la estética hecha moral. La moral del Estado: sinonimización de "Estado" y "espectáculo". El litoral de ese sueño puede ser el totalitarismo. Su primer acto, será siempre la tentativa de legislar y colectivizar el sentido (estética), para hacerlo "obvio", en el alcance que Barthes dá a éste término: el sentido que va siempre delante de mí, el sentido que, para decirlo teológicamente "se impone naturalmente al espíritu"
(5). De todos modos, en ese sueño el Estado totalitario no dejará de caer sus propias redes, ya que si se sueña regente de sus técnicas mediáticas (de medios, audiovisuales primeros) no será menos su prisionero.
¿Será el arte el impasse de la estética de la moral, alojando en cada estilo una ética singular? Podemos suponer que sí, a condición de no cometer la banalidad de oponer arte y moda, las cuales pueden bien formar un águila de dos cabezas, Tom Wolfe dixit
(6). No pocos artistas (la frase sólo admite el plural), en la cuenta de la historia, fueron primero huéspedes de la nobleza y de la burguesía que abanderados de las denuncias hacia ellas. Recordemos, para ejemplificar, que el Arte Moderno se institucionaliza en New York con la creación de su Museo: Catedral de la Cultura eregida en el living-room de John Rockefeller Jr., con la asistencia de los Goodyear.


Hay la imagen.
La imagen es mediática (actúa por mediación). Entre los hombres teje su malla. Aún: entre la divinidad y el hombre, ella reina.
Bien se podría admitir -Dios creó al hombre a semejanza de su imagen.
Incluso -El hombre creó a la imagen a semejanza de Dios.
O finalmente -La imagen creó a Dios a semejanza del hombre.
Podríamos superponer a cada aforismo una época: al primero la monarquía feudal pre-renacentista; al segundo las monarquías pre-revolución industrial y al tercero, las repúblicas nacidas con la Revolución. No extraeré consecuencias de ello, salvo el señalar que Dios, hombre e imagen han variado sus primacías, para concluir: en nuestra videosfera y videocracias (Debray, de nuevo), la imagen entierra a los dioses y tecnologiza al hombre. Posmodernidad, dicen algunos.
Hay la imagen.
Ante ella, posibles caminos: verla, poner en juego una mirada, fascinarnos. No son los mismos.
El ver implica el preveer. Porque sólo vemos aquellas imagenes (no cosas, imagenes) que nos son pregnantes
(7). Lo que equivale a decir: en las que nos reconocemos, en las que un sentido va desde nosotros a ellas. La sorpresa no puede tener lugar aquí. En el mirar, contrariamente, somos convocados por una imagen que nos deslumbra. El mirar se origina por fuera nuestro. En el espectáculo del mundo somos mirados. El mundo es así omnivoyeur. Nuestra calma es desconocer esa mirada... ¡Imaginen al voyeur sorprendido en su acto por una mirada incalculada!
La función de la imagen es ordenar el campo de la visión. Panavisión. Y ese orden responde siempre a la dialéctica del narcisismo. Al orden del sí mismo. La tele pudo por ello ser expresión social de la democratización del narcisismo. La mirada en cambio, es incompatible con la conservación de la imagen narcisista. Cuando ella surge, nuestras galas y luminarias (allí dónde las apariencias nos sostenían) se desvanecen
(8). Imposible en su extremo, reconocerse en las imagenes, que sólo hacen figura, pero no forma. Separación, sin complementareidad de forma y figura (2). Reconocerse en las figuras: ése es el truco actual para eludir la extranjeridad de la existencia. La forma despojada de las vestiduras de la imagen, de la figura, éso es la angustia. Pero también el instante dónde algo de nuestra Verdad se revela. Eso es la mancha. He leído decir a Marguerite Duras: "Isi Beller quedó sorprendido cuando le hablé de película sin imagenes, de la película negra, de la película de la voz de lectura del texto. Dice que es un elemento fundamental de mi cine: el negro. Que no hay ningún pleonasmo entre el texto y la imagen en mis películas, que entre el texto y la imagen ve insertarse el negro. El ve en ese negro como un medio para no pensar, un estado en el cual el pensamiento se derrumba, se borra. Ve que esta aniquilación se aunaría al negro del orgasmo, la muerte del orgasmo"(9). Diré: la obra de Duras, en su coincidencia entre texto e imagen, es uno de los mejores testimonios de la función de la mancha, de la forma sin figura.
En la forma, en esa extracción que hacemos a la figura, es allí dónde no siendo, podemos ver, dónde la voz activa puede pronunciarse. Formando. Una obra artística, por ejemplo. En la maraña del culto a la in-formación, del culto a lo verosímil antes que a la Verdad, la obra de arte centellea. Una foto del documento cívico de Van Gogh podría haber sido más exacta que cualquiera de sus Autoretratos. También, cientos de veces más falsa. La creación puede ser un despertar a lo más innominable de la existencia de un hombre. "En Aurélia Steiner Vancouver, cuando se quita el sombrero, y cuando se habla de la luz oscura, de la imagen velada, no sólo estoy en el cine sino que, de repente, me hallo tambien ahora y siempre, en la zona indiferenciada de mí misma dónde reconozco lo que no he visto jamás, dónde conozco sin comprender"- decía la autora de Indian Song y de El amante de la China del Norte. Si la mirada nos hace objeto, nos hace cuadro, nos hace mancha, con el arte podemos vislumbrar que la muerte existe. Es una mirada que no se ve. Pero hace marca, diferencia. Vivifica. Sólo allí el deseo hace pronombre personal. Las ventanas del mundo son espejos. Y los espejos modernos se construyen con chips, transistores, fibras ópticas y ondas hertz. Digámoslo: el espacio público se envasa en un espejo de ventiún pulgadas. La espectacularidad (televisada) del mundo se reduce meramente a una especularidad (televiciada). Si es obscena lo es en tanto escena desplazada de la escena que le corresponde, metida en otra escena, para literalizar el término. El artista, para tener el cuadro, debe renunciar a la ventana. Ante el mundo, el arte es in-mundo. La obra de arte es irreductible al mundo, a diferencia de los instrumentos, gestores de la mundanidad
(10). ¿Qué utilitarismo puede encerrar la esencia de un cuadro? La obra de arte lleva su propio mundo, no atestigua, no responde, no espejea, no figura ningún mundo constituído fuera o independiente de ella, sino que se trata de un mundo que ella misma abre y funda. Para comprender un girasol en la realidad, será indispensable en adelante, recurrir a Van Gogh, lo mismo que para comprender una tormenta real, un cielo tormentoso, una llanura real.- dijo de él Artaud, otro suicidado por la sociedad (11). La obra es apertura a la Verdad. La Verdad en ella se realiza no sólo como revelación y apertura, sino también como oscuridad y ocultamiento. Otra vez, la mancha. También el gesto que hace marca, escrito. Cito -y discúlpeseme lo escueto de la referencia- a Heidegger: "La verdad como iluminación y ocultamiento del ente se da en cuanto es expresada como poesía"(10). Dimensión escritural, aún de la imagen, cuando el arte resuelve expresarse en el campo escópico.


Para concluir. La pintura, como arte de la imagen, lleva en su ética una función: ofrecer una alternativa al espejeo superficial de los mass-media. Quizá su soledad sea compartida sólo por el cine y por la fotografía artística. La pintura contemporánea puede realizar esa función, por ejemplo, al admitir la multiplicidad como su rasgo esencial (12). Al cierre de tantas rupturas, con la forma, con el color, con la expresión, la impresión, la figuración, el sinsentido y tantas otras, la fragmentación es un valor, nuevo, que hace mella a las significaciones absolutas del espejo. Que incluso, tiene la virtud de recoger en sí las huellas de un pasado, artístico, cultural. A diferencia de las pseudofragmentaciones de una mediática del zapping, cuya trama se labra exclusivamente con los hilos del presente. Por ello, dicen, no hay nada más pasado de moda que lo que recién pasa de moda.
Ante el prèt a porter de la imagen televisada, ante su circularidad sin fin, el cuadro (como cierta especie de film) invita (obliga, mejor) a la detención. Marca la diferencia, ante la in-diferencia de la espe(cta)cularidad de lo público, signando su particularidad. Haciendo que más allá de la apariencia, haya la mirada. Que, ciegos en la conciencia, la mirada surja más allá de ella. Es la llave que nos rescata del instante de la visión. Es la llave que permite, en fin, una lectura. Y por lo tanto (y en ello, girondeanamente irreductible) vía princeps para que la imagen haga escritura.
Para hacer de la foto, grafía.

"Superficie, superficie, superficie era lo único en lo que se encontraba un significado..., en esta civilización tal y como yo la veía, colosal y mellada...". Imaginable, Bateman.-

Referencias bibliográficas

1- Ellis, Brest Easton: American Psycho. Ed. Tiempos Modernos

2- Ariel, Alejandro: El Estilo y el Acto. Ed. Manantial

3- Debray, Régis: El Estado seductor. Ed. Manantial

4- Lacan, Jacques: El Seminario Libro XI Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Ed. Paidós

5- Barthes Roland: Lo obvio y lo obtuso. Ed. Paidós

6- Wolfe, Tom: La palabra pintada. Ed. Anagrama

7- Nasio, Juan David: La mirada en psicoanálisis. Ed. Gedisa

8- Lacan, Jacques: Homenaje a M. Duras, en Intervenciones y Textos II. Ed. Manantial

9- Duras, Marguerite: Los ojos verdes. Ed. Plaza & Janes

10- Vattino Gianni: Introducción a Heidegger. Ed. Gedisa

11- Artaud, Antonin: Van Gogh el suicidado por la sociedad. Ed. Argonauta

12- Guerberoff, Catalina: Sobre la pintura de este fin de siglo, en El Caldero de la Escuela. Ed. E.O.L.

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