La cultura, los ideales y el grupo
Diana
Singer
dsinger@impsat1.com.ar
La cultura tebana no ponía mayor resistencia a la satisfacción desiderativa. Basta ver a Edipo Rey: hermoso, justo y poderoso. Sin embargo, a nadie se le ocurriría afirmar que tuvo una vida fácil. Signado por la fatalidad, la violencia le impuso marcas que atribuyó al destino, no a su deseo.
Así lo decía:
..."Oh atrevido imprudente! ¿A quién crees inju-riar con eso? ¿Acaso a mí que soy un viejo, o a ti que por esa tu boca me echas en cara homicidios, bo-das y calamidades que yo en mi infortunio sufrí con-tra mi voluntad? Así, pues, lo querían los dioses, que probablemente estaban irritados contra la raza desde antiguo. Porque en lo que de mí ha dependido, no podrán encontrar en mí mancha alguna de pecado por la cual cometiera yo esas faltas contra mí mismo y contra los míos. Porque, dime: si tuvo mi padre una predicción de los oráculos por la cual debía él morir a mano de su hijo, ¿cómo, en justicia, puedes impu-tarme eso a mí, que aún no había sido engendrado por mi padre ni concebido por mi madre, sino que entonces aún no había nacido? Y si luego, denunciado ya como malhadado, como lo fuí, llegué a las manos con mi padre y le maté, sin saber nada de lo que hacía, ni contra quién lo hacía, ¿cómo este involuntario hecho me puedes en justicia imputar? Y de mi madre ¡misera-ble!, no tienes verguenza, ya que de las bodas, sien-do hermana tuya, me obligas a hablar, como hablaré en seguida, pues no puedo callar, cuando a tal punto has llegado tú con tu impía boca. Me parió, es verdad, me parió, ¡ay de mi desgracia!, ignorándolo yo, e igno-rándolo ella; y habiéndome parido, para oprobio suyo engendró hijos conmigo..."
En esta época, las esfinges con sus enigmas, y los oráculos con sus profecías, eran los artífices de la vida humana. Los ancianos sacerdotes y los viejos en general, eran venerados porque con su sabiduría contribuían a regir el destino de los pueblos. Es prueba de ésto que los tebanos reclamaron la presen-cia de Edipo viejo (entonces en Colono) en su ciudad. El oráculo había profetizado que la ciudad que pose-yese enterrado en su suelo el cadáver de Edipo, sería invulnerable. Estaba todavía lejos la culpa como or-denador de la realidad psíquica. Ni la electrónica ni la cibernética precipitaban, empujando, la marcha de los tiempos.
El psicoanálisis ha erigido a Edipo en el para-digma del hombre del diván. Tiene entonces que ser él quien abra las puertas a una conceptualización psico-analítica sobre viejos.
Cuando Edipo llega a Colono, buscando su última morada, notificado hacía un tiempo de su infortunio, desposeído de sus bienes, lejos de sus conciudadanos y autocondenado al destierro, era el testimonio mismo de la respuesta que otrora había dado a la Esfinge al resolver el enigma que le permitió: salvar a los te-banos, convertirse en rey y casarse con su mamá. Re-cordemos:
"Esfinge: ¿qué animal es el que anda por la mañana en cuatro pies, por la tarde en dos y por la noche en tres?...
Edipo: el hombre"
Caminando apoyado en su hija Antígona que era todavía una niña, dice en Colono:
"Quien no merece llamarse feliz por su anterior suerte, ¡Oh, guardianes de esta región! ya lo estáis viendo. De otra manera no necesitaría de ajenos ojos que me guiaran, ni, si fuera poderoso, tendría nece-sidad de sostenerme en tan débil apoyo".
Detengámonos en este punto para conjeturar. ¿Se-rá el asesinato del padre y la boda con su madre lo que le dá su lugar en nuestras teorías? ¿o el recono-cimiento de la necesidad de apoyo desde el nacimiento hasta la muerte?
Dejemos a Sófocles y reencontrémonos en nuestros días con el conmovedor libro de Adolfo Bioy Casares "El diario de la guerra del cerdo". "Guerra a los viejos" dice el graffiti estampado en una pared de la calle que ilustra la tapa del libro, y sintetiza la metáfora que el autor despliega en la novela. Esta obra narra las vicisitudes que atraviesa un grupo de viejos para salvar su vida. Esta ficción cristaliza en el relato, diferentes actitudes sociales que van, desde la gerontofobia al gerontocidio. No es aquí el parricidio, ni el filicidio, ni el incesto, lo que trae el azote de pestes y guerras a un país. Son las canas y las arrugas. Hoy, la sabiduría y la experien-cia sólo parecen útiles en poblaciones rurales. En las grandes metrópolis todo es vertiginoso y la vejez no es la mejor edad para andar corriendo.
La transubjetividad
Se ha escrito mucho acerca de la manera en que diferentes sociedades tratan a sus viejos. Se han albergado bajo la égida del relativismo cultural esas opciones. Posteriormente se afirmó que el único rela-tivismo es el que plantea la capacidad de desarrollo económico de una sociedad para atender el bienestar de los suyos. Sin embargo, hoy las ciencias sociales dan innumerables ejemplos que muestran que el trato del grupo añoso, depende de ciertas representaciones sociales, más que, estrictamente, de la potencialidad económica de un país. Estas representaciones sociales rigen las prácticas de intercambio. Constituyen una matriz reticulada que actúa como cañamazo sobre el que se tejen mitos, ritos e ideologías. Podemos infe-rirlas de las formas de intercambio social y en las producciones artísticas. Conforman los ideales de la cultura que tiene a su disposición un sujeto. Se transmiten de generación en generación a través del "contrato narcisista" (Aulagnier, P. l978). Este con-trato cuyos garantes son los padres, asegura la con-tinuidad de una cultura porque porta enunciados que llevan desde las formas de catectizar a un niño, has-ta otras modalidades vinculares que, en sucesivas transformaciones, regulan las instituciones y cons-truyen un discurso que sustenta el por qué y el para qué de una sociedad. A la vez que provee de apuntala-mientos narcisistas, asegura la continuidad del con-junto. Este contrato narcisista tiene un complemento y una contracara: "el pacto denegativo" (Kaës, R. l979, l989). Es un acuerdo que encierra lo desconoci-do, lo insostenible, la experiencia que no fue hecha aún. Puede contribuir a crear un espacio indetermina-do, necesario para la formación de nuevos pensamien-tos o, por el contrario, destruir ciertos aspectos de la vida psíquica en el vínculo. Es un pacto cuyo enunciado no va a ser formulado, pero se puede adver-tir en la cadena asociativa formada por los sujetos que lo sostienen. Es así como dotadas las partes de mecanismos de negación, represión y renegación, dejan a un lado las identificaciones que obstaculizan el cumplimiento del contrato. Queda así constituído un pacto de exclusión, en el que se vehiculizan y des-plazan, enmascarados, los contenidos intolerables que nominan, por ejemplo, la inermidad y la muerte. Son así puestos a un lado y empujados hacia los bordes de una sociedad, los grupos en donde se proyectan esos contenidos.
Otros organizadores dan forma a una sociedad como los de orden legal, económico, etc., pero nos importan como psicoanalistas los organizadores psí-quicos inter, intra y transubjetivos.
Existe una mirada a la que voy a llamar "mirada social" que está inscripta en el imaginario colectivo y se posa sobre lo corporal y lo estético, eviden-ciando, basta ver la publicidad, que existe sobre el cuerpo y su representación una impronta que habla de una eterna e infinita juventud, de una longevidad jovial y sin trabas. Esta mirada social promete y se sostiene en una recompensa: una juventud sin límites. Queda inscripta como un mandato en el aparato psíqui-co. Los desobedientes, por ende, imponen a la socie-dad una carga. Se instituye así un argumento, donde el envejecimiento queda designado como fuera de la ley y quien lo asuma ataca la sociedad. Es así como se construye un pacto para denegar la muerte.
Estos fenómenos forjan un enunciado identifica-torio que muchos sujetos suscriben y que los lleva a creencias que no son precisamente las mejores para elaborar las crisis del envejecimiento. Propongo en-tonces los grupos para viejos como un espacio donde lo ya dicho por la cultura puede ser reformulado. Como un lugar que les permite salir de la marginación a la que la cultura los condena. Donde encontrar apo-yo. Un lugar donde metabolizar todas las asignaciones que sobre ellos pesan y les permita buscar nuevos significados y conductas que produzcan placer. Un lugar para confiar.
El Yo
En la formulación y reformulación del proyecto identificatorio, el Yo puede, tal vez, haber encon-trado obstáculos para investir la vejez por hallarla inexorablemente unida a la muerte. Siendo el encarga-do de los intereses propios, gestionario de la motri-cidad y responsable de una relación realista con el mundo, por el paso del tiempo ve jaqueada su poten-cia. La pérdida de los grupos de pertenencia, del poder, las restricciones económicas, mnémicas, motri-ces y perceptivas, lo dejan debilitado, al faltarle el apuntalamiento que estos apoyos perdidos le brin-daban. Queda así colocado en medio de una sucesión de duelos. Se inclina entonces, sobre una intensa eroti-zación del cuerpo y las producciones subjetivas, que aparecen como sostenes privilegiados para preservar la mismidad. Esta pendulación hacia la interioridad, lleva a una retracción, a veces peligrosa, de los contactos con la realidad. Si consideramos que además debe defenderse de la presión social, nos encontrare-mos tan sobrecogidos como él frente a tal tarea.
Afirmo que el grupo provee el apoyo adecuado porque actúa como mediatizador entre el Yo y la cul-tura. Esta intermediación le facilitará el restable-cimiento de la potencia yoica, pues le permitirá in-tegrar o cambiar los ideales por la comparación y sujeción que la especularidad brinda en la grupali-dad.
Esto le dará lugar para entender su relación con el pasado y su inscripción en el presente, le hablará de su mortalidad y de la inmortalidad de sus actos y sus obras, su progenie, su relación con las institu-ciones y los grupos, la vida eterna del alma para algunos, etc. Este sentimiento de integridad no es otra cosa que el efecto de la recomposición yoica que es, en última instancia, la recomposición narcisista.
La intersubjetividad
La identidad del ser humano no es jamás acabada. Es más bien un producto momentáneo de un trabajo psí-quico incesante. Si bien el deseo bulle entre los límites naturales que dá la vida y la muerte, se vehiculiza entre los límites que marcan los vínculos con sus objetos.
Veamos el origen de los vínculos. Las condicio-nes de prematurez impiden al bebé al nacer, autoabas-tecerse y formar una imagen de sí. Esta imagen se la dará el Otro cuya pérdida creará una brecha en aque-lla unidad fusional que le permitió in staurar el sen-timiento de completitud. Será el intento de restable-cerla lo que llevará al sujeto al vínculo a lo largo de toda la vida.
Reconsideremos: el aparato psíquico está dotado de una capacidad de establecer relaciones y vínculos como efecto 22del flujo de investimiento que une al Yo para su constitución con un objeto exterior a él.
Instituido en los orígenes como elemento fundador de la existencia, va a producir, posteriormente, una búsqueda permanente que forjará encuentros ilusorios que serán motor de vínculos que sostendrán y sujeta-rán al aparato psíquico, y lo llevarán a una vida de relación que le dará sentido. La capacidad de ponerle a los objetos del mundo exterior las vestiduras de aquel objeto de la primera dependencia, es lo que va a mantener el flujo de las catexias libidinales fuera del sujeto y le permitirá, objetivándose, pensarse a sí mismo, investir el futuro y obtener nuevos víncu-los que lo provean de apuntalamientos psíquicos. Es-tos hechos nos hablan también, de que se ha podido establecer una buena relación con el proceso cogniti-vo, por haberse logrado instalar el deseo de conoci-miento en lugar del deseo de re-conocimiento por la mirada del Otro idealizado.
Todo grupo humano, sea natural, terapéutico, de discusión o de reflexión, se reúne alrededor de dos polos: primario y secundario.
En el polo primario se trabaja en la inscripción narcisista de los miembros. Es el lugar donde lo ima-ginario hace sus tramas. Allí se inscribe la identi-dad de pertenencia y se modifica y configura dentro del seno mismo de la estructura grupal. Allí el psi-coanalista instala su base de operaciones.
El polo secundario es el de la inserción en la realidad externa, donde el grupo actúa para modifi-carla. Ha sido llamado también grupo de trabajo, ta-rea manifiesta, el objetivo del grupo, el proyecto explícito. Configura la identidad de rol de sus miem-bros. Estos dos polos coexisten y dan vida a las di-ferentes formas que adquiere la grupalidad.
He planteado en líneas anteriores, la masividad de las pérdidas de apuntalamiento a las que el Yo se ve sometido en el proceso de envejecimiento. El gru-po, proveedor de vínculos, brinda frente a la sensa-ción de desamparo a la que el Yo se ve sometido en la crisis de envejecimiento, el restablecimiento de aquella sensación de completitud perdida. Le otorga desde afuera lo que se ha perdido en el adentro: la sensa-ción de continuidad, la indivisión, la seguridad de la unidad, la permanencia.
Atravesar la pertenencia a grupos es dar cuenta de que la tarea a la que en los orígenes se abocó el grupo familiar, tarea de narcisización e identifica-ción, es interminable. El grupo cumple una función materna porque instituye una relación con el entorno que remite a la época de aquellos aportes sin reci-procidad que iban desde la mamá hacia el bebé depen-diente y establecieron la unidad fusional. Forma aho-ra de esta manera una membrana protectora de paraex-citación, que repele aquello que podría ser traumáti-co, por ejemplo, las agresiones del exogrupo. Así, asegurando el sentimiento de continuidad, se comienza a poder tolerar la ausencia. Esto permitirá colocar un tercero donde tal vez nunca hubo dos. Porque el grupo actúa como ordenador al instaurar la terceridad (función paterna), dado que contiene en sí reglas que imponen la presencia de otros. Esto limita la reali-zación desiderativa porque los hombres han instituido una regla para regular sus relaciones.
El grupo establece así un código instaurado so-bre la posibilidad de tolerar la ausencia.
Hay grupo a partir de que una red identificato-ria comienza a funcionar y reunir a los integrantes. La expresión de una fantasía suscita el interés por ser compartida por algunos de los miembros y así co-mienzan los intercambios. El grupo va a actuar como límite, continente, contenido y modelo para los indi-viduos que lo integran. Se sostiene en una relación de apoyo mutuo con ellos, específicamente sobre las formaciones de su psiquismo individual y también so-bre los grupos sociales externos a este mismo grupo.
La "resonancia fantasmática" se establece a par-tir de la existencia de un bagaje de fantasías comu-nes a toda la humanidad, que S. Freud llamó fantasías originarias (Urphantasien). Son la materia prima que en sucesivas transformaciones tejen el material del imaginario. Con los enigmáticos trazos de un jeroglí-fico, quedan allí las marcas del tránsito por el vínculo. Así la fusión, la seducción y la castración sostienen el deseo.
Dice el narrador en "El diario de la guerra del cerdo" :
"La vida social es el mejor báculo para avanzar por la edad y los achaques. Lo diré con una frase que ellos mismos emplearon: a pesar de las rigurosas con-diciones atmosféricas, el grupo se manifestaba ento-nado. Entre burlas y veras, mantenían un festivo diá-logo de sordos. Los ganadores hablaban del truco y los otros rápidamente respondían con observaciones relativas al tiempo".
Tratemos de entender ahora los fenómenos que en este párrafo, ilustran un momento típico de un proce-so grupal.
Todas las formas societarias generan una ideolo-gía. Este proceso fundante y cohesivo, tiene la fun-ción de resumir el compromiso de los miembros. Por medio de la ideología se forma un ideal común a todos que resume los individuales. Ocupa el lugar del ideal del Yo y reduce las antinomias y contradicciones que pondrían en peligro un momento como el que acabamos de relatar, que ejemplifica el fenómeno de ilusión grupal. Así se genera la pertenencia brindando una identidad común que formulará nuevos ideales, dando buenas razones para explicar lo que en realidad es puro compromiso narcisista. Se producen entonces por medio de la homologación y la fusión, y posteriormen-te la proyección, la repulsa hacia el exterior de las diferencias. Queda entonces el ideal narcisista como único parámetro regulador del funcionamiento. Los atributos valorizados de cada miembro pasan al patri-monio común. Se escuchan comentarios acerca de "lo bien que estamos juntos". Se integra así un crescen-do, un continuo amoroso que repite, vigorizándolo, ese momento de completitud que remite a los orígenes. Podemos escuchar la información de que afuera han comenzado las hostilidades, peleas con hijos y mari-dos, familiares y amigos, nos muestran claramente dónde están las contradicciones que pondrían en cri-sis este momento de ilusión grupal.
Veamos una viñeta clínica: ingresa al grupo una paciente con una depresión. Dos sesiones después ese cuadro desaparece. La paciente está sorprendida. Ha hecho muchos intentos y no ha logrado restablecerse. Una de sus compañeras le dice que es obvio, que todo eso fue posible porque ellas estuvieron durante seis meses pensando en cómo resolver una situación análoga en ellas y que fue la transmisión de sus procesos y experiencias lo que permitió esta resolución favora-ble tan vertiginosa. No viene aquí al caso discutir la veracidad de estas afirmaciones, pero lo traigo como ilustración, para mostrar el proceso de la pa-ciente que le aporta estos significados, que conoce muy bien la función del grupo como prótesis identifi-catoria que le ha permitido, con el tiempo, integrar-la paulatinamente como elemento proteínico del Yo. Porque en su experiencia grupal ésto ha ocurrido al-guna vez, pues el grupo, como ya hemos dicho, acude a la reconstrucción del Yo en el momento en que las referencias identificatorias fallan.
Así, funcionando con estas coincidencias, co-mienza a disolverse la llamada angustia de no asigna-ción que remite a la de desamparo, porque al tener un lugar en el grupo, al volver a ser tomado en cuenta, volverá a ser un existente en el campo del deseo. Volverá a ser para los demás y también para sí. Vol-verá a forjar ilusiones.
Es así como se forma el espíritu de cuerpo. Se recorta el cuerpo grupal integrado por cabeza y miem-bros, erogeneizado y erogeneizante, que iguala, uni-fica y protege de la angustia de muerte. Al forjar un ideal común, instaura la omnipotencia que será recto-ra de una nueva realidad psíquica. Y es así como otra pequeña sociedad, el grupo, sirviendo de apuntala-miento a sus miembros, formula un pacto que afirmando la vida, ayudará a tolerar la muerte.
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