Bioética en la atención gerontológica
Roberto Bedoya
CONGRESO 2013 – IV JORNADAS NACIONALES DE GERONTOLOGÍA Y GERIATRÍA
Septiembre 2013
CAPÍTULO DE BIOÉTICA - SAGG
Se puede analizar la consulta gerontológica desde la convergencia del proceso de envejecimiento con la bioética. La bioética aplicada a la clínica intenta constituir una ética racional sobre las características de las demandas y las respuestas de los agentes de salud en un entorno socio-cultural determinado. Propuesta como una disciplina enfocada a cerrar la brecha entre el acelerado avance de la tecnología (especialmente aquella aplicada a las ciencias bio-médicas) y los valores que sustentan la vida, su desarrollo excede el marco prescriptivo de la deontología profesional y las consideraciones de la medicina legal.
Sobre el tema de la enseñanza de la ética en la formación médica, prestigiosos autores dudan de que los alumnos con carencias sobre el particular puedan aprovecharla mientras consideran que aquellos con sólidos principios morales no necesitan reiterar ese aprendizaje. No obstante, se reconoce cada vez más la importancia de la ética en la formación profesional y las dificultades para acordar una respuesta única sobre la manera de hacerlo (1). En una síntesis que parece resolver esa disyuntiva hoy avanza la idea de que, en principio, esas cuestiones deben estar incorporadas a todas las instancias y niveles que recorre el desarrollo humano desde su familia de origen para evitar un discurso repetitivo de conceptos no consustanciados con la práctica.
Similares consideraciones pueden aplicarse a la temática del envejecimiento como proceso que conduce a la vejez. Los fallecidos de ambos sexos entre los 50 y 69 años de edad llegan al 24% del total de las defunciones anuales (2) e incluye a quienes no completaron el periodo de vida laboral previo a la jubilación y los que la obtuvieron después de treinta o cuarenta años de trabajo pero no sobrevivieron más de cinco años.
Este extenso conjunto contrasta con el aumento de la expectativa de vida verificada en los últimos años y genera interrogantes sobre la inevitabilidad de sus muertes. ¿Habrían fallecido antes si no contaran con los factores que permitieron extender notablemente la expectativa de vida al nacer? Se requiere un análisis mucho más profundo para mayores certezas, pero en todo caso puede considerarse como un debate pendiente. También caben innumerables preguntas acerca de la mortalidad infantil antes del primer año de vida, porque la negación de la promesa vital en esos casos desvirtúa aún más el progreso social si la suma de los años no incluye las condiciones de vida en las que transcurren.
El proceso de envejecimiento muestra una creciente diferenciación individual que no permite considerar a los mayores como un grupo homogéneo en necesidades y recursos para solventarlas, a pesar del extendido prejuicio en contrario. La cultura actual que al mismo tiempo fomenta la masificación y el individualismo no favorece la idea de que el desarrollo humano necesita un contexto ético para liberar su subjetividad y construir una historia personal.
Definir a la persona como un individuo con historia (3), instituye a un sujeto que la construye. Sujeto que está sujeto a una cultura, a un grupo humano, a una familia; sujeto a un cuerpo físico y a los condicionantes propios de esa particular estructura; sujeto y objeto a la vez de los propios deseos y pulsiones que conforman su subjetividad y que se define en el espacio y el tiempo de lo generacional, donde puede “advenir o fracasar en la integración de sí mismo” (4).
No hay individuos aislados de la normatividad ética que impone la cultura de un tiempo y un lugar, que se replica en los descendientes enlazados como eslabones de una cadena transgeneracional proyectada en el tiempo. En ese devenir, también la sociedad evoluciona y se abre en diversas direcciones, por lo que cada generación contribuye con su originalidad en las configuraciones y deslizamientos de la moralidad comunitaria prevalente.
Aún entre los mismos viejos se mantienen vigentes los prejuicios sobre el envejecimiento y la vejez sostenidos por el consumo de objetos renovados de deseo que reniega del transcurso del tiempo a pesar de las señales que registran los cuerpos y las subjetividades. En ese contexto, la jubilación aparece como una sombra ominosa que paso a paso reactualiza pérdidas anteriores y refleja la lucha constante del psiquismo frente a la crueldad del tiempo cronológico, objetivo, que resulta inapelable.
El profesional del campo gerontológico enfrenta en ese quehacer la incertidumbre de su propio envejecimiento, además de las incongruencias de la seguridad social y las deficiencias del sistema de salud que regula su desempeño. Las promesas de un “envejecimiento exitoso”, como las ilusorias ventajas de la medicalización, favorecen precarias alianzas terapéuticas que desvirtúan la responsabilidad ética de cada uno de los protagonistas de la consulta. De esta manera, cuando la amenaza de enfermedades invalidantes insinúa el umbral de la internación geriátrica, el camino se hace más aciago y la realidad demuele los restos de la integridad narcisista.
Donde todo es vicisitud y cambio se trata de inmovilizar el tiempo para sostener la ilusión de la eterna juventud y, paradójicamente, en la era de la ¿racionalidad? científica (5) se buscan panaceas que se desvanecen al poco andar. Como hace un siglo atrás, reaparece la confianza en el poder de la inteligencia para dominar cada vez más la naturaleza pero tanto ahora como antes no se atiende a las voces que reclaman, más que una reconversión ética, volver a instaurarla con todo su sentido (6).
La eticidad es una conquista humana cuyo desarrollo fluctúa en función de las crisis de los valores que la fundamentan. Estas contingencias se suceden a lo largo de la historia de la humanidad e insumen grandes esfuerzos para recuperar los precarios equilibrios logrados en épocas anteriores o alumbrar nuevos caminos para curar las heridas, pero siempre hay víctimas que no obtienen la reparación necesaria.
El sujeto se reconoce en una biografía cuando encuentra sentido y trascendencia a sus acciones y en función de ello busca una vida genuina. Hay quienes se muestran satisfechos en el balance de su existencia, así como otros padecen dificultades para lograrlo (7). Esos avatares repercuten y condicionan la consulta por lo que el profesional debe esforzarse por sostenerse a sí mismo y a la vez sostener al otro que reclama sus cuidados.
Comprendida dentro de la bioética clínica, la ética del cuidar se asienta sobre una concepción antropológica que se ocupa de las necesidades humanas básicas, más allá de sus distintas configuraciones históricas, para que los procesos de crecimiento, desarrollo y maduración de la vida humana se vivan con dignidad (8).
Bibliografía
(1) SOGI C.; ZABALA S.; ORTIZ P.: ¿SE PUEDE MEDIR EL APRENDIZAJE DE LA ÉTICA MÉDICA? Anales de la Facultad de Medicina, Universidad Mayor de San Marcos; Lima. 2005 ISSN 1025–5583 Págs. 174-185
(2) MINISTERIO DE SALUD DE LA NACIÓN; DIRECCION DE ESTADISTICAS E INFORMACION DE SALUD - ISSN 1668-9054 Serie 5 - Número 54 República Argentina. Años 2010/2011.
(3) LOLAS STEPKE F.: NORMATIVIDAD FISIOLÓGICA Y NOCIVIDAD AMBIENTAL: ASPECTOS BIOÉTICOS DE LAS METÁFORAS CIENTÍFICAS. Acta Bioethica 2001; año VII, nº 2
(4) KÄES R.: LO GENERACIONAL. Amorrortu. 1998.
(5) FERRER C.: EL ENTRAMADO. Godot Ediciones 2011
(6) DURKHEIM E.: LA DIVISIÓN DEL TRABAJO SOCIAL. ED.LIBERTADOR 2004
(7) BEDOYA R.: PROBLEMAS ÉTICOS EN EL ENVEJECIMIENTO Y EN LA CONTINUIDAD GENERACIONAL. En Bioética de la vejez, Ed. Akadia 2012.