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Número 30 - Marzo 2013

Análisis psicogerontológico del envejecimiento en un grupo de mujeres ancianas dedicadas a la prostitución en México

Fernando Quintanar Olguín y Ariadna Torres Palacio

En el estudio del envejecimiento y grupos de riesgo hay casos que, dada su naturaleza, se deben trabajar con reservas particulares. Uno de esos casos es el de la población femenina anciana, que se dedica a la prostitución, y que se ha convertido en un grupo de referencia para ejemplificar riesgos, prejuicios y errores cometidos ante el desconocimiento de sus características. Este grupo de mujeres es un buen referente de lo que Zimbardo (2007) llamó “efecto del escenario” y se refiere a cómo el escenario en que se vive puede inducir lo mejor o peor de la personas, independientemente de su cultura, personalidad, educación y origen familiar; la dinámica del escenario en que se vive puede llevar a que las personas se comporten rompiendo las normas más allá de lo que se podría suponer.
El grupo de mujeres ancianas que se dedican a la prostitución se ha convertido en un ejemplo de discriminación social, y se le ha llevado a ser objeto de atención institucional que no siempre cumple los requisitos básicos propuestos por la gerontología, y se les ha llevado a una condición en la que solamente se les ve como casos extremos individuales, en los que se recrea una historia que a fuerza de tanto explorarla (por parte de periodistas, investigadores y estudiantes) no se les permite superarla, y termina por ponerlas en el mismo lugar marginal del que ellas han tratado de salir. Por esta razón, en el presente documento se pretende mostrar, a manera de ensayo, algunas posibilidades para repensar diversas ideas que se tienen en relación a la vejez y prostitución, pues la experiencia tanto clínica como práctica  muestra que hay un estereotipo social en las propuestas de atención e investigación de este grupo generacional; a lo largo del documento se ha pretendido conservar expresiones comúnmente encontradas en escenarios donde conviven o trabajan las mujeres que compartieron reflexiones personales con los autores, y se trató de conservar el lenguaje como una muestra de cómo se refleja la realidad en la que se perciben viviendo. Para lograr esto se presentarán y discutirán tres secciones, una sobre el concepto de prostitución y otros similares, una segunda sobre el concepto de vejez y una tercera sección en la que se comentará la necesidad de atender institucionalmente a este grupo de mujeres.

I. Los conceptos de prostituta, sexo servidora y  puta en la vejez
En México, los antecedentes de la prostitución se remontan a la época prehispánica y se refiere a la prostitución hospitalaria, es decir aquella donde el jefe de familia ofrece a las mujeres de la casa al huésped; Moreno (1966, en Ríos, 2003) menciona que las mujeres llamadas ahuianime o alegradoras, se dedicaron a ejercer la prostitución civil hasta la llegada de los españoles. La sociedad indígena reconoció a las alegradoras de la vida refiriéndose a ellas como “preciosa flor de maíz tostado” ó “bebida que embriaga con flores”. Para la sociedad mexica era un destino definido por el calendario, Atondo (1982, en Lagarde, 2006) menciona que algunas prostitutas descendían de mujeres que había nacido bajo el signo de xochitl (flor) este signo les daba la oportunidad de ser una buena labrandera  pero si hacían enojar a los dioses se convertirían en mujeres públicas.
El término prostitución se empezó a usar en la sociedad de la Nueva España, según menciona  López Austin (1983, en Lagarde, 2006) hasta la segunda mitad del siglo XVIII, anteriormente, a las mujeres que ejercían esta práctica, se les nombraba mancebas (Núñez, 2002), dicha práctica no era perseguida pero si el facilitar personas para que tuvieran sexo, es decir  la alcahuetería o lenocinio, pues se  le consideraba y aún se le considera un delito.
Fue a finales del siglo XVIII, y durante el XIX, que la prostitución fue perseguida y al mismo tiempo vista como parte de un ejercicio inmoral e insalubre. Es a partir del siglo XIX que la figura de la prostituta es usada en los discursos para darle a la mujer un nuevo rol social, pues educar se entendía como un factor de progreso y civilización, advirtiéndole a la población de los males y enfermedades que residen en la prostituta y que amenazan a las familias, de este modo se le hace no sólo un señalamiento higiénico sino también moral para exaltar las cualidades que diferencian a una mujer decente de una que no lo es. En esa época se pensaba que debido a que toda mujer es susceptible de ser prostituta, la prostitución era concebida como necesaria, ya que si no existiera los hombres pervertirían a mujeres decentes. Es también en esa época que se crea un registro de mujeres públicas, vigilado por una Inspección Sanitaria ya que la prostitución creció considerablemente, además se practicaba la “secuestración” o secuestro de prostitutas para enviarlas al Hospital San Juan de Dios con la finalidad de reformarlas (Núñez, 2002).
Después de la  Revolución Mexicana de 1910, se plantea un programa de higiene mental que buscó erradicar la herencia degenerativa que estaba en el origen de las enfermedades mentales, lo mismo que en la criminalidad, el alcoholismo y las enfermedades venéreas y del cual las prostitutas eran parte,  para lo cual fueron enviadas al  Hospital de la Castañeda (Bartra, s.f. y Urías, 2004).
Pero no sólo era el miedo y la inmoralidad lo que provocaban éstas mujeres en México, como menciona Núñez (2002) a la prostituta se le conoce por ser inspiradora de novelas durante el siglo XIX (ejemplo de ello es Santa, de Federico Gamboa), y películas en el XX (el cine mexicano de rumberas y de ficheras) en las que se elaboraba la fantasía, arquetipo, mito o cliché  de la prostituta, presentándola como una mujer con una vida holgada y sin preocupaciones, pero que termina sola y enferma arrepentida de haber pecado, dicho arquetipo es el que perdura hasta la actualidad, no sólo en México sino en gran parte del mundo Occidental.  El término prostitución se ha visto juzgado de diferentes formas a lo largo de la historia, define a cualquier mujer u hombre que lleva a cabo el coito con un compañero o compañera, en cuya elección se excluye el factor emocional o afectivo, aunque posteriormente veremos que esto no es del todo cierto, constituyéndose así la retribución monetaria en la finalidad relevante de dicha actividad (Franco, 1973, en Ríos, 2003). Para Ríos (2003) también es una forma de degradación humana que consiste en poner en juego la sexualidad a través de su comercialización; se completa con actos que repercuten contra quien la ejerce, contra quien la compra y contra la misma sociedad, en suma, se le califica como un delito. Aunque Gonzáles  de Alba (2004) considera que la prostitución es un convenio entre particulares, uno que cobra y otro que paga, nada tiene que hacer en ese convenio la policía, pues afecta con su acción varios de los derechos universales humanos: el derecho al uso del cuerpo, el derecho al trabajo, el derecho a la circulación y el derecho a la modalidad sexual que cada quien elija, lo que considera como delito es el lenocinio.
Por otra parte Checa, Córdoba & Sapién  (2005) consideran a la prostitución femenina como una práctica social y una actividad individual que implican una de las múltiples expresiones de la sujeción social de las mujeres. Además de la categoría de prostituta existen otras más con las cuales la sociedad y las propias mujeres se nombran y al mismo tiempo se identifican y reconocen, entre éstas están las siguientes:
Sexo servicio, éste se define  como un oficio, como un trabajo, el sentido económico es lo que según Bautista & Conde (2006) lo ubica en el  mismo nivel que cualquier otro, pues implica la prestación de un servicio sexual por el cual se recibe una retribución económica. Además mencionan que en México, a partir de 1988 y como resultado de un convenio firmado entre una delegación, de las 16 en que se divide la ciudad de México, y las mujeres prostitutas organizadas, se establecieron reglas mutuas para mejorar la convivencia  (tolerancia gubernamental a cambio de una vestimenta menos llamativa, así como a trabajar solo de día y en zonas definidas) las prostitutas fueron llamadas “sexo servidoras” a petición de ellas mismas, de esta manera ellas asumen que su actividad es necesaria para la sociedad ya que cumplen con un servicio; cabe destacar que este término es utilizado únicamente en México, e incluye el servicio de compañía y convivencia, así como ser “vendedoras de orgasmos (o vendedores en el caso de varones que se dedican a esto)”; hay que aclarar que “vender orgasmos” no se considera necesariamente como entretenimiento sexual, pero estas mismas autoras mencionan que, en otras partes del mundo, se utilizan términos tales como:
Sex Worker (trabajadora sexual), debido a que en la actualidad la gran mayoría de la oferta sexual se encuentra orientada al género masculino realizado por mujeres o por hombres que cumplen un rol femenino. 
“Whore”, se usa para cualquiera que trabaje o haya trabajado en la industria sexual como prostituta o persona dedicadas a la distribución de entretenimiento sexual, aunque cualquier mujer puede ser nombrada como “whore” particularmente si es migrante, objeto de discriminación racial, trabajadora independiente o victima de abuso.
Comercio sexual, que engloba ofertas cómo los salones de masajes, servicios de acompañamiento, bares y cantinas, table–dance, prostitución en la calle, terapia sexual, servicios telefónicos, pornografía vía Internet y los paraísos para el turismo sexual.
Puta, es la mujer asumida como erótica que desea satisfacer o simplemente expresar pulsiones sexuales. Este término se usa comúnmente para referirse de modo peyorativo a cualquier mujer que tenga más de una pareja y que mantenga relaciones de tipo sexual sin recibir una compensación monetaria a cambio. Para Lagarde (2006) el concepto puta es una categoría de la cultura política patriarcal que sataniza el erotismo de las mujeres y, al hacerlo, consagra en la opresión a las mujeres eróticas. Es también en ella en quien recaen las maldades adjudicadas hacia las mujeres, y es el parámetro para medir a las demás, lo cual implica la concepción de fidelidad como atributo de una mujer valiosa, y se devalúa a aquella que se asume como ser erótico, debido a su incapacidad de fidelidad vinculada a su nulo interés por establecer una relación de compromisos; a todas ellas se les ha calificado como putas, pero no hay que olvidar que en México esta expresión llegó con la conquista española con una concepción que no existía en la cultura prehispánica. Los términos peyorativos abarcan más que el de puta, pues hay otras formas de medir a las demás mujeres, “…pero putas son además, las amantes, las queridas, las edecanes, las modelos, las artistas, las vedettes, las exóticas, las encueratrices, las misses, las madres solas o madres solteras, las fracasadas, las que metieron la pata, las que se fueron con el novio y salieron con su domingo siete, las malcasadas, las divorciadas, las mujeres seductoras, las que andan con casados, las que son segundo frente, detalle, movida, roba maridos, las que se acuestan con cualquiera, las ligeras de cascos, las mundanas, las coquetas, las relajientas, las pintadas, las rogonas, las ligadoras, las fáciles, las ofrecidas, las insinuantes, las calientes, las cogelonas, las insaciables, las ninfomaniacas, las histéricas, las mujeres solas, las locas, la chingada, y la puta madre, y desde luego, todas las mujeres son putas por el hecho de evidenciar deseo erótico, cuando menos en alguna época o en circunstancias específicas de sus vidas” (Lagarde, 2006, p.p 559 -560). Sin embargo llama la atención que el concepto de la edad no aparece asociado a éstas y otras expresiones con las cuales se denota la expresión y comportamiento sexual de la mujer; se podría pensar en mujeres jóvenes o maduras, pero difícilmente se piensa en ancianas.

1.1. Aspectos a considerar en torno a la prostitución
Según el marco legal brindado por las leyes mexicana, la prostitución no está permitida en México, sin embargo en algunas ciudades hay zonas de tolerancia y horarios en las que se puede ejercer,  en el Distrito Federal no se le considera como un delito sino como una falta administrativa, aunque existe la actividad y se castiga hasta con 12, 24 o 36 horas de arresto y una multa que oscila entre los 8 y 15 días de salario mínimo (Ley de justicia cívica para el Distrito Federal, sf).
Una manera de no penalizar como delito la prostitución en México, durante el 2007, fue mediante una propuesta planteada por diputados de la izquierda mexicana del Partido de la Revolución Democrática (PRD) (Santacruz & López,  2007) en la que se pretendía dar una mayor apertura al respeto de los derechos humanos, a la integración en la sociedad y a la dignificación del trabajo sexual; tal propuesta pretendía, entre otras cosas, terminar con la ola de extorsiones de las que someten a las trabajadoras sexuales, principalmente por parte de la policía, que se aprovecha de la irregularidad en la que trabajan. La prostitución puede ejercerse en zonas a más de 300 metros de distancia de escuelas, parques públicos e iglesias, siempre y cuando los vecinos y las trabajadoras sexuales estuviesen de acuerdo. Se prohibía ejercer el trabajo sexual seis semanas antes y seis semanas después de dar a luz. Esta propuesta no pretendía promover la creación de más zonas donde se ejerza la prostitución, ni incrementar el número de prostitutas.
Legalizar la prostitución en México es poco probable porque primero tendría que reconocerse como un trabajo, tal como lo manifiesta el siguiente testimonio, “Mientras no haya una ley que nos reconozca como una clase trabajadora, no hay ley que nos funcione, no hay ley que nos sirva. Nunca vamos a dejar de trabajar porque si el gobierno va a tratar de desaparecernos, lo único que va a hacer es que haya más delincuencia. Para ellos somos la carroña, la basura de la sociedad” (Santacruz & López, 2007).
Para Gózales de Álba (2004) antes de considerar legislar primero deberá desaparecer de nuestros códigos y leyes toda prohibición ambigua, como lo es la muy común frase de  "buenas costumbres" que nadie ha podido definir nunca, pero sí ha servido para tratar a los adultos como menores de edad en aspectos que corresponden exclusivamente a su vida íntima, donde no puede haber injerencia alguna del Estado. Por tal razón la prostitución rebasa cualquier aspecto legal, internándose en lo moral o social, donde se prohíbe la prostitución en ciertos territorios urbanos y se crean otros nombrados popularmente zonas rojas (Bautista & Conde, 2006). En la Ciudad de México se puede encontrar espacios donde se ejerce la prostitución tanto en la vía pública como en lugares exclusivos y, aunque ilegales, existen y son del conocimiento de todos, dichos espacios son creados para no atentar con “las buenas costumbres”.
Para Marx & Engels (1969) la prostitución se enmarca dentro del aspecto económico pues, dentro de las relaciones sociales y las relaciones de propiedad, la relación que existe entre los hombres y las prostitutas es la expresión de una relación general basada en la propiedad de todas las mujeres, es un producto ligado al matrimonio monogámico tradicional. Apoyando lo anterior Millet (1975, en Lagarde, 2006) dice que la prostitución se liga al matrimonio monogámico tradicional, pues en un sistema en donde es tan apreciada la castidad de la mujer y se castiga el adulterio, no puede haber tantas mujeres para satisfacer la demanda masculina, a menos de que algunas mujeres, generalmente pobres, se dediquen a la explotación sexual.   
Bautista & Conde (2006) mencionan que, desde la visión psicológica, la prostitución es causada, en muchas ocasiones, por la violencia sexual de las que las mujeres son objeto en su niñez o en la adolescencia, ya que esta violencia les genera alto impacto en el desarrollo de su identidad dejando la impresión del cuerpo como una mercancía de intercambio sexual, también se transforma su personalidad como mujer y demerita su sentido de valor. En la realidad vemos que a pesar de las sanciones ideológicas y de la descalificación, la prostitución no esta prohibida, ni las prostitutas son concebidas jurídicamente como delincuentes, pues implícitamente se les considera necesarias dentro de la sociedad. Debido a esto sólo se les reglamenta y estructura como una sexualidad prohibida marginal y reprobada, como parte de la obligatoria, la buena, la natural, de esta forma la reglamentación más que jurídica se da en el aspecto de la salud (Bautista & Conde, 2006), pero sobre la prostitución se dejan fuera aspectos psicosociales que los autores del presente documento consideramos que es tiempo de retomar en el tema. Hay el riesgo de que  esta forma de ver la psicología de la prostitución sea una forma muy simple y reduccionista, sesgada por un enfoque psicopatológico y de historia de abuso sexual; esta forma de ver la prostitución impide percibir otras opciones con las que nos encontramos y que confrontan con las elecciones personales de muchas de las mujeres que decidieron vivir de esa manera por encontrarse en pobreza y padecer hambre en sus vidas adultas.

1.2. Causas de la prostitución
Una visión psicopatológica de la prostitución puede dejar a un lado la posibilidad de pensar que, además de carecer de redes de apoyo y contención social (que limitaran los riesgos a los que estuvieron expuestas al huir de su casa, ya sea por no tolerar exigencias de estudio y trabajo o por andar  en busca de una vida más liberal, que les diera facilidades para un estilo de vida sin exigencias sociales y carente de compromisos), también hay dinámicas en las historias de vida que exponen a las personas a escenarios que aumentan la posibilidad de terminar ejerciendo la prostitución más por circunstancia y conveniencia, y no por historia de violencia o explotación. Esta posibilidad nos lleva a retomar en la prostitución la presencian del escenario psicosocial y no solamente la historia individual.
En la antigüedad la histeria era una enfermedad cuyo origen se pensaba se hallaba en el útero, se consideraba como responsable de los delirios de posesión diabólica y de otras formas de enfermedad, como se pensaba de la prostitución. Según (Núñez, 2002) en el siglo XIX, el doctor Lara y Pardo opinaba que la prostitución  en la mayoría de las mujeres se debía a tres causas: miseria, seducción y abandono, por lo cual se les consideraba en muchos casos como enfermas y/o delincuentes, pero la causa principal se debía, según él, a la degeneración de la raza. Al respecto Lagarde (2006) menciona entre otros motivos los siguientes:
Hechos victimarios: se refiere a que la mujer haya sido objeto de violación, por parte del novio, de algún pariente o de algún desconocido,  haber sido robadas raptadas o secuestradas, y contra su voluntad se les convirtió en prostitutas.
Innatos: en el que la causa es por que así son de nacimiento o desde que se acuerdan, porque desde niñas les gustaba la “puteria”, o porque algún familiar les dijo que habían nacido con ese defecto, por herencia.
Por maldad: por malas, porque se volvieron malas después de una enfermedad, de una tragedia, de una golpiza del marido, de la muerte de alguien o de maldad de nacimiento.
Por sobrevivencia: en el que se argumenta la miseria y la imposibilidad de ganarse la vida, porque no saben o no las aceptan para trabajar y ven en su cuerpo un valor que les produce ganancias.  
Bautista y Conde (2006) mencionan que es frecuente que las mujeres que se dedican a la prostitución, tuvieron en el pasado una experiencia incestuosa ya sea con el padre o la madre, con la finalidad de mantener el sexo en el seno de la familia y el restablecimiento de algún tipo de dinámica familiar o equilibrio, desafortunadamente no citan datos estadísticos para sustentar esta idea que contradice nuestra experiencia en este tema como antecedente común de la prostitución. Por lo anterior es mucho más probable que estas mujeres sean victimas de proxenetas y lenonas que las iniciarán en la prostitución, ya sea por artificios de idilio o de amor o por amenazas; Bautista y Conde también dejan pasar por alto la presencia de mecanismos de control social que es posible encontrar en relaciones de dominación y sumisión, tan frecuentes en sectas y relaciones familiares violentas, pero que los psicólogos hemos dejado de incluir en los manuales de psicoterapia y se les ha dejado en los textos de psicología social y estrategias de persuasión.

1.3. Identidad, cuerpo, erotismo y sexualidad entorno a la prostitución
            Para las mujeres que ejercen la prostitución los aspectos que son de su pertenencia como su identidad, cuerpo, erotismo y sexualidad, dejan de ser íntimos para  convertirse en públicos, pues la prostituta es una mujer pública. Una prostituta puede identificarse y vivirse como un “bien”, puesto que su sexualidad es mercantilizada, entonces ella ofrece lo que Bautista & Conde (2006) nombran “sexo pagado”, con el que se diferencian de las mujeres que dan “sexo gratuito” ya que ésta última entrega su cuerpo sin dinero de por medio, lo único que hay es una unión marital con una finalidad reproductiva. A partir de esto se genera una dicotomía de conceptos pues la mujer que cobra por sexo es identificada como “mala”, mientras que aquella que no lo hace es “buena”.
La prostituta y el espacio donde ejerce adquieren para los hombres un aura mágica, en donde la mujer tiene que ser incontrolable, insaciable, es en este espacio donde la mujer tiene un particular lenguaje, postura, comportamiento, actitud,  incluso hay casos donde se pueden identificar rasgos de psicopatía caracterizados por  la pérdida de la importancia de las normas sociales, como son las leyes y los derechos individuales, pues  no saben o no pueden adaptarse a ellas (Cabezas, 2007). Sin embargo esta percepción es engañosa, pues como una de las entrevistadas durante nuestras sesiones de apoyo comentó “duele no poder lograr los sueños que una tuvo, no nos damos cuenta de cómo pasa el tiempo y que nos quedamos sin nada. Pero eso si, si algún cliente quería pasarse de listo yo sabía cómo ponerlo en su lugar, una no se deja y menos cuando debe de dar de comer a sus hijos”.
La mujer, y en particular su cuerpo, ha sido considerado desde la antigüedad como capaz de perturbar las cosas más puras  pues en ella reside la voracidad del sexo, y cuando se le despierta se vuelve pecador (Muchembled, 2000).  Sin embargo es interesante reconocer que en este tema se habla del cuerpo pero no del tiempo que se deposita en él, podríamos pensar en la imagen de un cuerpo institucionalizado y no del cotidiano, no es de extrañar que desde esta visión se deje pasar de lado lo sexual asociado a la vejez, pensar una vejez sin sexualidad llevaría a pensar que no puede haber prostitución en la vejez.

II. Relación entre vejez y prostitución en México
Al abordar el estudio de la vejez también es necesario especificar cómo se le conceptualiza, en este sentido, y para fines de este documento, se pretende partir de una visión distinta a la del deterioro con la que comúnmente se ve a la vejez. En este sentido retomamos la definición  de la vejez como la etapa de la vida previa a la muerte natural, etapa en la que se materializan los resultados de las condiciones individuales y sociales de un estilo de vida en una época psicohistóricamente determinada que se caracteriza por la polaridad entre el deterioro y las limitaciones personales y la depuración de recursos, experiencias y habilidades propias de un individuo dentro de un margen de edad máxima, especificada por un grupo social (Quintanar 1996). Desde esta definición se puede trabajar con una idea de la vejez que incluye otras opciones y no solamente el deterioro, pues conserva la idea de la depuración de recursos que se tiene al envejecer y que muchas ancianas dedicadas a la prostitución han puesto en juego para sobrevivir.
Hay pocas referencia respecto al tema de prostitución y vejez, una de éstas es la que menciona Núñez (2002) “cuando la edad y la disipación de su vida han surcado de arrugas su semblante, encanecido sus cabellos y encorvado su cuerpo; cuando ya les es imposible prostituirse personalmente por objeto de horror y disgusto, entonces se convierten en corredoras y traficantes”  (pág. 141).  La literatura popular da la idea de que pocas eran las mujeres que por su edad ya no podían prostituirse, terminaban encargándose de burdeles y aleccionando a nuevas mujeres, desgastadas por una vida entregada al alcohol, al vicio, y mueren solas.  
Lamas (2006) al reflexionar sobre el tema menciona “Putas y viejas. ¡Qué espanto! Con un oficio que ya no pueden ejercer, y sin pensión ni seguridad social viven en la calle, tapadas con cartones, mendigando la subsistencia, atenidas a la buena voluntad de sus compañeras más jóvenes, que se apiadan de ellas, les llevan comida y a veces les dan dinero”, y ofrece también una visión actual sobre lo que ocurre con estas mujeres, señalando que si bien es un estigma o creencia popular con la que cargan no siempre es así, algunas de ellas cuentan con el apoyo de sus familias, otras tienen pequeños ahorros con los cuales inician un negocio, y al igual que Núñez menciona que hay otras que se dedican a la prostitución, pero en otro tipo de servicio que no incluye el sexo.  
En México  300 mil personas ejercen la prostitución en el Distrito Federal, 46.4% tiene entre 16 y 24 años,  40.5% entre 25 y 34 años,  9.1% entre 35 y 44 años y el  2% mayores de 45 años, (Sánchez & Jiménez, 2003) la mayoría pertenecientes a los sectores más vulnerables de la población es decir mujeres y niños.
Las mujeres, como grupo social, cotizan menos años, tienen sueldos más bajos y, en consecuencia sus pensiones también son inferiores, además muchas no tienen pensión propia y reciben, en algunos casos, la de viudedad, esto da como resultado lo que se conoce como “feminización de la pobreza”. Como la vida media de las mujeres es más larga y hay un predominio de viudas, sus recursos son muy bajos, las viudas generalmente no han tenido una vida laboral prolongada fuera del hogar y carecen de pensión propia, son dependientes económicamente y corren el riesgo de seguir siéndolo en el futuro (De la Serna, 2006).
Por tanto, la prostitución se convierte en una alternativa inmediata, pues en este país, y en muchos otros, ser mujer es sinónimo de pobreza, para darnos una idea, De la Serna, (2006) dice que las mujeres ancianas tienen más riesgo de padecer pobreza, pues con la evolución de la familia tradicional se observa que de los hogares monoparentales el 85% están presididos por mujeres con la respectiva sobrecarga y limitación al desarrollo profesional, abandonan más a menudo sus trabajos para atender a terceras personas pues son cuidadoras mas frecuentes que los hombres.
Según la UNICEF, en México existen 130 mil menores de edad y jóvenes dedicados al sexoservicio y diversas organizaciones estiman que el mercado sexual en la ciudad de México está integrado por 300 mil mujeres y hombres. Sin embargo, al buscar cifras respecto a las personas de la tercera edad que ejercen ese oficio, no existe registro alguno, datos recopilados por el Partido Verde Ecologista indican que el grupo de las sexoservidoras mayores de 45 años representa el 2% del total de personas que se dedican a ese oficio, por lo que es el sector más abandonado por las autoridades, además de ser el más vulnerable. Por la edad, estas mujeres tienen mayores riesgos de salud (física, psicológica y sexual) y de inseguridad pública; pero también están formadas en otro tipo de cultura que les impide llevar a la práctica estudios como los del SIDA, además les cuesta más trabajo desarrollar su oficio y reciben menos pago que las más jóvenes, pues este grupo social sufre de discriminación, falta de atención y humillaciones constantes, y, aunque  minoritario, también es parte de nuestra sociedad  (Sánchez & Jiménez, 2003).
Así en México el tema de la prostitución sólo ha sido abordado desde los enfoques sociales, desde la postura psicológica de la desviación y, salvo algunas excepciones, con perspectiva histórica, pero este tema no siempre es valorado socialmente y las fuentes de información especializada no proliferan. Por otro lado, la vida de varias de las mujeres con las que tuvimos oportunidad de trabajar es un buen ejemplo de cómo en la vejez también se depuran recursos para poder sobrevivir, y refleja la naturaleza de los vínculos sociales del grupo al que pertenecen.  

III. Casas hogar e instituciones totales: el caso de Casa Xochiquetzal para ancianas prostitutas
3.1 Instituciones totales
Según Gofman (1961) este concepto se emplea  para designar un lugar de residencia o trabajo, donde un gran número de individuos en igual situación, aislados de la sociedad por un periodo apreciable de tiempo, comparten en su encierro una rutina diaria, administrada formalmente, para este autor, las instituciones totales se caracterizan por:

Lander (s.f.) menciona que a la Institución (con mayúscula) la define su propósito de existencia, es decir su acto de fundación. Como tal, está regida por un conjunto de leyes y reglamentos que facilitan las difíciles relaciones humanas dentro de la misma. Cada sujeto tiene una cierta jerarquía otorgada por la misma estructura de la Institución. Allí, es inevitable que cada  sujeto padezca de su deseo inconsciente. Es inevitable que la vida de las instituciones esté sometida a continuas dificultades y que  los problemas surgen cuando:

Es de gran importancia centrarnos en el rumor o chisme, pues éste facilita la formación de subgrupos como forma inevitable de comunicar información distorsionada de una realidad social o institucional dada, el rumor aparece debido la intolerancia a la diferencia y el deseo de imponer lo que cada uno cree es la verdad y que progresivamente se va a convertir en  el dominio unívoco. El chismoso divulga en sus mensajes sus propias carencias, es obvia la envidia que exhibe al tratar de disminuir al personaje central en su rumor, así se vincula al chime con la envidia, pues supone que el chismoso puede envidiar la belleza, el éxito, el dinero, la inteligencia, los deseos ajenos, incluso puede llegar a envidiarse a sí  mismo al comparar el pasado con el presente.
Lagarde (2006) refiriéndose en específico al chisme propagado por mujeres, considera que su “magia” se encuentra en su poder de modificar los hechos, de tal forma que el pasado no existe, el futuro se anula por su inmediatez con el presente, su poder es enorme y se logra a partir de modificaciones introducidas en el relato. Pero no sólo eso, además tiene cualidades coercitivas ya que implica una sanción y una sentencia social, la pena se encuentra en el ridículo o el descrédito. El objetivo del chisme no siempre es el de hablar de otras  mujeres, también se puede hablar sobre una misma, con lo cual las mujeres demuestran que son distintas, para distanciarse unas de otras, para ser únicas. El chisme, por tanto se usa en varios ámbitos, como espacios de comprensión  y de identificación, permite una operación de síntesis intelectual, da pie a denuncias y confesiones de sentimientos inadecuados, vivencias reprobables y de actos impropios con los demás descargando culpa, de esta manera las mujeres configuran su propia identidad.          
Para  Scamarone (s.f.) los temas del chisme son por lo general aspectos denigratorios o vergonzantes, se refieren a lo más vulnerable de la intimidad (lo sexual, lo amoroso, lo secreto, lo violento), las tragedias, alguna falta y cualquier acto que escape a las convenciones de las buenas costumbres y modales, con lo cual se busca empañar el éxito profesional, económico o intelectual con alguna acción deshonrosa que se  da a conocer públicamente sea verdad o mentira.
Por lo anterior el rumor intrainstitucional es muy grave para la vida de la propia institución, ya que por esta vía, se da inicio al desprecio mutuo y a la persecución ideológica. Se desatan rumores y contra-rumores, desaparece el espacio para pensar en libertad; el temor y el disgusto obligan a ir al aislamiento, al silencio y luego al no pensar. Cuando en una institución aparece el rumor como un arma política o como aparato de influencia en el grupo, es necesario hacer algo para salvar la eficacia y la productividad de la institución debido a lo cual y por el bien de la institución y de las personas que en ella se desenvuelven, se pueden proponer cinco recursos que podrían ser de utilidad para abordar el rumor en la institución (Lander, s.f.):

Pero como veremos posteriormente, estos planteamientos no se han considerado en la mayoría de los espacios de atención gerontológica. En ellos existen problemas muy similares a los que se pueden encontrar en cárceles y hospitales psiquiátricos, pero las instituciones y centros gerontológicos tienen sus propias características que los hacen diferentes de otros espacios.

3. 2. Instituciones asilares
Uno de los factores de riesgo que aparecen en la vejez es la institucionalización  en residencias, incluso aunque no haya una pérdida de autonomía ni ninguna enfermedad que prescriba tal internamiento (Ulla, Espinosa, Fernández, Fernández & Prieto, 2003).
Rodríguez (1999) menciona que cuando se vive en una residencia hay muchos y muy importantes cambios. La persona pierde los roles que venía desempeñando, tanto de carácter social como profesional o familiar. En la mayoría de las ocasiones se pierden por completo o se desestructuran las relaciones sociales, y las relaciones familiares quedan considerablemente mermadas y reducidas a unas pocas visitas. A todo ello añaden el hecho de que la vejez, en muchos casos, viene acompañada de ciertas dolencias y problemas de salud, lo que disminuyen la capacidad de movimiento y posibilidad de desenvolvimiento cotidiano. También consideran de importancia las circunstancias que vienen derivadas del propio proceso de institucionalización como son las compañías, horarios y actividades impuestos, que son indudablemente necesarios para la adecuada gestión de los centros.
Para que la institución asilar permita la satisfacción de ciertas necesidades en sus residentes, en cuanto al espacio físico, Kahana, Liang & Felton (1980, en Fernández & Forjan 1999) mencionan  que dicho espacio debe contar con posibilidad de aislamiento, posibilidad de entablar relaciones sociales, control institucional, posibilidades de expresión de afecto y posibilidad de control de impulsos y riesgos. Williams (en Piña, 2004) hace un listado de siete puntos en los que resume lo que debe ser un asilo:

Pero en este punto es necesario pensar en lo que Zimbardo (2007) llama “el poder situacional”, él no trabajó con ancianos pero sus datos ponen sobre la mesa la idea de que los asilos y casas hogar, como muchas otras instituciones, no siempre terminan siendo lo que se esperaba de ellos, invitamos a quien lea esto a revisar a esta autor.

3. 3. Antecedentes de instituciones asilares o de albergue para prostitutas en México
En el Anáhuac, llamado también Mesoamérica, la existencia social de la prostitución emergió sin dificultades en comparación con otras culturas (como la islámica). El gobierno estableció una institución llamada Cihuacalli que significa la Casa de las Mujeres; en este lugar las mujeres podían reunirse en una manera ordenada, segura, dentro de un ambiente controlado. No todas las mujeres en el Cihuacalli eran prostitutas, algunas sólo eran bailarinas exóticas, cautivas de tierras extranjeras, y otras tenían una rara función muy similar a los servicios de acompañantes de hoy en día. El Cihuacalli es descrito como un complejo que albergaba muchos cuartos donde vivían estas  mujeres. Las ancianas eran las que de alguna forma estaban en control de las jóvenes del Cihuacalli (Omana, 2006), aún no queda claro si únicamente este lugar era usado como albergue o si dentro de él o en las cercanías se permitía la prostitución.
En 1538, en la ciudad de México, se abrió una casa de recogidas para mujeres de la mala vida o de arrepentidas, aun cuando no había una casa de mujeres públicas reconocida de manera oficial  varios nobles colaboraron en la recolección de limosnas para dicha institución (Núñez, 2002).
En el siglo XVIII, Muriel (1974, en Bautista & Conde 2006)  menciona una institución eclesiástica encargada de albergar a prostitutas, llamado capilla de “Las Recogidas” ubicado en el centro de la Ciudad de México, en este lugar eran llevadas las mujeres con la finalidad de que “encontraran el buen camino y se arrepintieran de sus pecados".
Durante el siglo XIX, fueron varias las instituciones y/o proyectos pensados para esta población, Nuñez (2002) hace una revisión a este respecto y menciona que en 1868 se había planeado un “Proyecto de Asilo para la Juventud Extraviada” en el que se pretendía que ingresaran prostitutas jóvenes, así como niños y niñas delincuentes, con la finalidad  de regenerarlos, en ese mismo año el Hospital San Juan de Dios comienza a albergar a mujeres, muchas de ellas dedicadas a la prostitución, la idea era mantenerlas ahí para curarlas de la sífilis y que cuando estuviesen curadas decidieran dejar de ejercer la prostitución.
En el México post revolucionario, como menciona Urías (2004), las mujeres dedicadas a la prostitución eran llevadas al Hospital de la Castañeda pues se creía que además de la constitución psíquica anormal, las tendencias hacia la criminalidad y otros fenómenos relacionados con la marginalidad urbana de fines del siglo XIX (la prostitución, el alcoholismo y las toxicomanías) fueron también vistos como efectos o causas de un proceso de degeneración con carácter hereditario, por lo que fue común pensar que así como el criminal tenía inclinaciones hacia la alienación mental, el loco era un criminal en potencia, por tanto las prostitutas fueron recluidas por ser consideradas como un peligro.

3.4. Casa  Xochiquetzal
En el caso de la Casa Xochiquetzal se conjuntan las problemáticas propias de las condiciones de una historia de vida marcada por la violencia y las características propias de la población anciana femenina que ha vivido regularmente en condición de riesgo social.
3.4.1. Historia y desarrollo de Casa Xochiquetzal
López (2008) hace una cronología de cómo surgieron proyectos como Casa Xochiquetzal, a partir de que en 1997 organizaciones feministas comprometieron a los candidatos del gobierno del Distrito Federal (GDF) para que asumieran veinte compromisos a favor de las mujeres, en ese año las elecciones para el gobierno de la ciudad las ganó la izquierda política con el Partido de la Revolución Democrática (PRD); con este gobierno de izquierda el 8 de marzo de 1998 se crea  el Programa para la Participación Equitativa de la Mujer en el Distrito Federal (Promujer), dependiendo de la Secretaría de Gobierno del Distrito Federal, entre sus objetivos se fijó impulsar, en coordinación con las delegaciones, la creación de Centros Integrales de Apoyo a la Mujer (CIAM), con el fin de promover la igualdad de oportunidades y el desarrollo integral de la mujer.
Durante ese mismo año  se había aprobado una reforma para que los delegados fueran electos en el 2000 por un periodo de tres años, y previendo un ajuste en el escenario político electoral, el GDF emitió en agosto de 1999 el Decreto de Creación del Instituto de la Mujer del Distrito Federal (Inmujer-DF) como un organismo desconcentrado de la Secretaría de Gobierno. Los CIAM comenzaron a funcionar como representaciones del Inmujer-DF. Ya en el 2002 la Dirección de Concertación de Acciones del Instituto coordinó varios proyectos de coinversión; se hicieron foros denominados “rendición de cuentas” en el GDF y se impulsó, en coordinación con Semillas A.C., la creación de la Casa Xochiquetzal para trabajadoras sexuales de la tercera edad.
La idea de crear un espacio seguro para trabajadoras de la tercera edad surgió por parte de una trabajadora sexual independiente, a la que nombraremos MC y que tenía muchos vínculos con autoridades y representantes políticos, cuando ella encontró a compañeras de la tercera edad durmiendo en cajas de cartón en las calles del barrio “La Merced”, el proyecto ya como Casa Xochiquetzal, planteado en 2003, dio inicio al final del 2005 (Semillas, 2005 y Semillas, s.f.).  
Xochiquetzal, que significa “flor hermosa”, “pájaro florido” o “flor y pluma rica”, es la diosa de las flores, es una diosa relacionada con la fertilidad. Se le puede considerar la encarnación misma de la femineidad, principalmente de la femineidad joven, y es por ello el numen protector del trato carnal. Ella era la protectora e inspiradora de los artistas, tejedoras, soldaderas y la abogada de las embarazadas. Casa Xochiquetzal inició su operación con el propósito de albergar a trabajadoras sexuales de la tercera edad que se encontraban en situación de calle y no contaban con las condiciones básicas para vivir dignamente (Instituto de las Mujeres del Distrito Federal, s.f.), además de este objetivo busca también que estas mujeres puedan recibir servicios psicológicos, médicos, legales y sociales (Semillas s.f.)
Anteriormente fue el Museo de la Fama, inaugurada en 2006, y anunciada como la primera en su tipo en América Latina. El Gobierno del Distrito Federal otorgó a la Sociedad Mexicana Pro Derechos de la Mujer A.C, Semillas, a través de un Permiso Administrativo Temporal Revocable, el inmueble ubicado en Torres Quintero No 14, Col. Centro, con el objeto de alojar a 45 mujeres  (Godínez, 2007, e Instituto de las Mujeres del Distrito Federal, s.f).
La casa fue rehabilitada por la Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda (SEDUVI), mientras el Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF-DF) es quien proporciona y garantiza el alimento de las mujeres que ahí viven y la Secretaría de Salud del Distrito Federal, a través de las dos clínicas de salud que se encuentran en la zona y el Hospital General Gregorio Salas, garantiza su atención médica y abasto de medicamentos (Godínez, 2007).
Aunque como menciona el INMUJERES (s.f.),  en su página Web, desde 2005, Semillas colabora en el proyecto administrando los recursos y coordinando, en conjunto con el Instituto de las Mujeres del DF, la operación de la Casa Hogar, en esta misma fuente se menciona que al iniciar operaciones se creó un Comité tripartita integrado por Gobierno, Sociedad Civil y representantes de las trabajadoras sexuales. Por parte del Gobierno, se incluyen la Secretaría de Desarrollo Social a través del Instituto de Asistencia e Integración Social, la Secretaría de Salud, el DIF-DF y el Instituto de las Mujeres del DF. Según Semillas (2005) Casa Xochiquetzal  representa la oportunidad de ver la situación que viven estas mujeres y la posibilidad de dignificar sus vidas. Se trata de apoyarlas a que logren auto-administrar el albergue y que se capaciten en sus derechos y en oficios que les permitan generar ingresos propios que ayuden a la sustentabilidad.
            Ulla, Espinosa, Fernández F., Fernández L. & Prieto(2003) mencionan que en la vejez es probable ser institucionalizado aun cuando esto no sea necesario, y en el caso de la mujeres de esta casa hogar es una opción de sobrevivencia, pero se repiten conductas arraigadas (intolerancia, robo, dominio, etcétera) por tanto, en el caso específico de esta institución, los programas, objetivos, metas y reglas no funcionan como se esperaría. Esta casa hogar es el tipo de asilo cuyas instalaciones no son las apropiadas para la asistencia de los ancianos, pues:

Casa Xochiquetzal no sólo enfrenta estas dificultades, pues en 2006 como plantea la agencia Notimex (2006), Martha Lamas informó que el número de sexoservidoras de la tercera edad que podrían vivir en la Casa Xochiquetzal podría reducirse de 65 a 40, debido a "problemas de convivencia" que llevó a canalizar al resto de las mujeres a otras organizaciones, situación que en 2009, como menciona Vargas (2009), la directora de Xochiquetzal admite que uno de los mayores problemas es precisamente la convivencia pues como menciona  “Toda la vida compitieron en la calle y lo siguen haciendo casi siempre; y son peleoneras, desconfiadas, ariscas...”

3.4.2. Dinámica y funciones de Casa Xochiquetzal
Según la página de INMUJERES DF (s.f), Casa Xochiquetzal ofrece a sus ocupantes servicios como:  talleres, cursos, alimentos (desayuno, comida y merienda), jornadas de salud, habitaciones, baños, áreas comunes. Recientemente se integraron de manera regular servicios médicos y de trabajo social, cabe destacar que aunque desde su apertura la casa no ha contado con un psicólogo de planta sí se ha atendido esta parte con el apoyo del Programa de Psicología del Envejecimiento de la Clínica Universitaria de la Salud Integral de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala de la UNAM.
Esta casa tiene una dinámica marcada por su historia, origen y razón de ser para sus residentes, fue impulsada por un grupo de mujeres intelectuales mexicanas, con una gran historia de lucha y compromiso social, pero con poca o nula información sobre cuestiones gerontológicas. La casa se localiza en un barrio  del centro de la Ciudad de México, en donde se asientan grupos sociales que tienen mucho arraigo, y que de hecho han sido fundadores de la ciudad. Inicialmente las mismas residentes llegaron ahí por sus contactos con la líder fundadora, lo que deja entrever compromisos, vínculos, afectos e historias comunes que marcan el sentido de las relaciones establecidas. Pero también hay una historia de interese políticos, que convierten a este espacio en botín de candidaturas y justificantes sociales.
La casa se inicia como una propuesta para atender a un grupo vulnerables, que en su origen se caracterizó por una visión de equidad y género, pero carente de sentido gerontológico. Si se revisan los documentos, lineamientos y órdenes bajo las cuales se constituyó esta casa, se puede observar que no se reporta la participación de especialistas en gerontología. De hecho, al hacerle la propuesta a una de las directoras para que el personal se capacitará en cuestiones gerontológicas, se logró darles un curso que les permitiera tener sensibilidad a los cambios asociados a la edad de las residentes, tales como las consecuencias de enfermedades crónico degenerativas, los riesgos de demencias debido a que la mayoría de las residentes habían tenido antecedentes de consumo de drogas y alcoholismo. Sin embargo no fue posible continuar con este apoyo debido a conflictos de intereses entre quienes tenían la dirección de la casa y las autoridades que las apoyaban.
Esta condición creó un periodo donde se vivió en la incertidumbre sobre el futuro de la casa y lo que pasaría con sus residentes. A las responsables de coordinar las actividades y servicios de la casa se les dejó de pagar un sueldo por casi un año, generando así malestares y conflictos personales al encontrarse en un estado incierto. Los rumores y dobles juegos eran la base de las relaciones interpersonales entre las residentes, y el malestar se expresaba en francas agresiones y saboteos de las actividades y tareas a realizar entre ellas.
 También se empezó a presentar un proceso común en diferentes instituciones asilares, el de visitas para observar casos y realizar entrevistas. El asunto es que llegaron estudiantes y profesores a realizar prácticas, periodistas y reporteros a obtener noticias, líderes y voluntarios presentando las mejores de sus intenciones, pero todos caían en el estereotipo de dar por hecho las historias de abuso sexual, violación y victimización sin poder reconocer que hay otras áreas y experiencias que sería necesario explorar. Las residentes han terminado por sentirse utilizadas, señaladas y distanciadas de la sociedad. No hay interés por parte de ellas en seguir repitiendo la misma historia a las mismas preguntas de diferentes personas.
No se les reconoce cómo han superado sus experiencias, de qué manera han logrado reencontrarse con la familia, cuál es su percepción de contar ahora con un lugar donde vivir con cierta seguridad, qué es lo que ellas desean hacer el resto de sus vidas y cómo recibirían o se encuentran frente a la muerte, pues este es un tema que tuvimos oportunidad de abordar en varios casos de residentes fallecidas. No se ha abordado la dificultad que tienen estas mujeres para asumir compromisos, respetar normas, cumplir obligaciones y corresponder a lo recibido; muchas son las que reclaman el derecho de ser atendidas sin corresponder con algo a cambio, incluso han llegado a reclamar que se les apoye con dinero para sus hijos y nietos, a pesar de que ellos son adultos que pueden trabajar.
Se han hecho documentales, películas, obras de teatro, reportajes y demás, pero en ningún caso se ha reflejado la realidad de la dinámica tanto institucional como personal, más bien se ha caído en repetir las ideas ya conocidas que se tienen sobre el tema tales como la mujer violada y maltratado que ha vivido en el engaño, la que por hambre tuvo que atender a sus hijos, la que vivió sola y sin compañía, y otras más. Al momento de escribir esto hay el riesgo de que la casa hogar cambie de giro en cuanto a residentes a atender, o incluso se pueda cerrar y se envíen a las residentes a otras casas hogar para personas ancianas; pero hay que tomar en cuenta que no es fácil reunir a personas con educación y valores tan diferentes a convivir en un mismo espacio.
La experiencia nos ha mostrado que tratar de hacer que convivan suele aumentar el riesgo de soledad en quienes no se integran a otros espacios sociales, se favorece la depresión y suelen vivir bajo constante tensión. Hemos tenido casos, en otras casas hogar, en los que conseguir esto se debe a que las residentes lograron guardar el secreto de su vida, incluso con sus familias, y gracias a que se contaba con un equipo de personal formado en gerontología.
Pero quizá la figura más ausente en todo este tema es la de las autoridades y el rol del personal que atiende a esta población. Quienes tienen la autoridad para tomar decisiones y atender a esta población también tienen su propia historia y representación social de este grupo. Puede haber buenas intenciones, pero también ignorancia sobre cómo tomar acciones ante problemas como el manejo de la agresión, la discriminación social hacia estos grupos, y sobre todo, cómo se transforma el ejercicio del poder, que es precisamente lo que plantea Zimbardo (2007) al señalar que las restricciones espaciales, el control de los contactos sociales, la autoridad asumida y la dependencia generada, son capaces de alterar el orden en cuestión de días y no se requiere mucho tiempo para ver sus efectos, también se puede observar cómo se diluye la culpa y la responsabilidad. Zimbardo trabajó en el estudio de instituciones carcelarias con el estudio conocido como “El Experimento Extanford”, pero sus resultados pueden ser generalizados a otro tipo de instituciones. Su trabajo podría complementar algunos estudios sobre análisis institucional, y sería posible presentar lineamientos a cumplir para trabajar en estos espacios y capacitar a autoridades y responsables de instituciones y programas gerontológicos.  

COMENTARIOS
            En otro artículo (Quintanar y Torres, 2012) plantearon que la creación de casas hogar y centros gerontológicos no está exenta de las presiones sociales que afectan al envejecimiento a lo largo de diferentes épocas, y una de esas es el interés de grupos políticos, pero como el envejecimiento también afecta a la población de sexoservidoras y prostitutas entonces se tendrá que buscar la forma de atenderla, pues además es un grupo que tiene riesgos particulares y puede afectar a otros en materia de salud tal como se pudo constatar en el trabajo con ellas. Hay que considerar que muchos de los problemas de la población residente en las casas hogar para ancianos no se originan por cuestiones meramente psicológicas y de personalidad, la naturaleza del contexto en que vivieron y los sistemas de relaciones que ahí establecieron son los que, en buena medida, aún influyen en su comportamiento de personas ya envejecidas (Quintanar, 2000) y se recomienda que el personal responsable de la atención institucional a personas ancianas (hombre y mujeres) que ejercen la prostitución cubra las siguientes características:

Quintanar (2012) ha planteado que también se deberá a prender a marcar límites y distancias entre el trato personal y las demandas de las usuarias pues frecuentemente la atención que suele solicitarse tiene que ver con demanda de atención personal y no tanto por problemas de salud, no necesariamente tiene que ser atención en el sentido sexual, sino más bien en el sentido de seguridad y respaldo social.  Hay que considerar la posibilidad de que la prostitución en la vejez parece cubrir demandas de convivencia social y atención a la soledad de las personas sin redes sociales, pues las ancianas prostitutas no siempre se dedican al sexoservicio, a veces solamente son damas de compañía para quien lo requiera. Nuestra experiencia clínica obtenida hasta el momento muestra que en muchos casos la prostitución se debió a haberse encontrado en condiciones de pobreza, hambre, abandono, maltrato, falta de oportunidades laborales y educativas, así como falta de redes de apoyo social y emocional, pero también a elecciones personales por una rebeldía no entendida. Con las mujeres con las que tuvimos oportunidad de trabajar no siempre hubo una historia de abuso sexual, violación o explotación; también hubo falta de límites en la familia de origen, así como un manejo inadecuado de las relaciones familiares y las responsabilidades personales. Hubo casos que nos reportaron cosas como “…a mi siempre me gustó hacer lo que yo quería, por eso nunca permití que nadie, ni siquiera mis padres, me dijeran que hacer…”, o bien “…yo siempre iba a las fiestas, me gustaba arreglarme con algo bonito y…pues ya ves… una conoce a alguien y luego la familia no entiende…y luego todo cambia…”. Comentarios como estos nos hicieron pensar que pudiera haber una confusión entre querer castigar el ejercicio de la prostitución o querer sancionar lo que lleva a ejercerla, esto hay que repensarlo nuevamente.  Es claro que mientras siga la desigualdad social y las carencias para las mujeres, seguirá habiendo casos de prostitución de personas ancianas y deberemos crear las condiciones pertinentes para atenderlas.


R E F E R E N C I A S


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