Hacia una visión psicomotriz del cuerpo en la vejez
Alejandro López Gómez
aleplop@adinet.com.uyEl cuerpo en la vejez
¿Cómo se visualiza, siente y vive el cuerpo en la vejez? Esa es la pregunta que motiva las próximas reflexiones en relación al aporte desde diferentes disciplinas, y en especial desde la Psicomotricidad con respecto a esta temática.
Al leer los textos que hablan acerca del envejecimiento nos encontramos que las referencias al cuerpo del anciano son constantes y en muchos casos asociadas a las pérdidas de funciones y al deterioro propio del envejecimiento biológico, dando cuenta de una visión reduccionista del tema en el que los prejuicios sociales ocupan un rol clave que afectan negativamente el autoconcepto de las personas mayores.
De acuerdo a Salvarezza e Iacub (1998) la visión griega del devenir viejo implicaba una pérdida progresiva de la cualidad humana y esta visión se ha perpetuado a lo largo de la historia incluso hasta nuestros días, en contraposición de la visión hebrea de la vejez que adjudica a los ancianos virtudes tales como la sabiduría y bondad. Dice al respecto Iacub (1999): "En el caso de la vejez, los cánones erótico- estéticos actuales no parecen a simple vista haber cambiado demasiado en relación a los modelos griegos en donde juventud- erotismo y amor resultaban indisociables."
Rodríguez Rioboó (1998) reafirma esta idea al decirnos que sean cuales fueran las raíces de las actitudes ante la vejez y de las sociedades que propician la vejez entendida como decrepitud, el modelo viene de mucho tiempo atrás. El autor señala que: "el retrato tremendista de la vejez siempre es el mismo y consiste en trazar una caricatura de la vejez extremando y distorsionando su perfil físico; los tópicos se repiten a través del tiempo: piel surcada de arrugas y reseca, boca desdentada y babeante, ojos hundidos y legañosos, etc.". (pp. 39)
En concordancia con este concepto, Le Breton (1995), indica que el saber biomédico domina en la actualidad los discursos en relación al cuerpo, situando al mismo como una posesión, un atributo, más que como un factor de identidad. Entonces, si el cuerpo es una posesión, cabría plantearse la interrogante de ¿qué es lo que se hace con una posesión cuando supuestamente ya no sirve o no responde a los estándares de lo socialmente válido? ¿Qué sucede cuando esa pertenencia, en el caso de las personas mayores, ya no responde o se cree que no responde a los ideales de lo que es el cuerpo sano y liberado?
El "cuerpo viejo" supuestamente alejado de lo deseable y de los ideales estéticos coloca a los mayores como víctimas de su propio envejecer. Actualmente podemos decir que la lectura del Otro, la mirada social sobre el viejo, lo sitúa en el lugar de lo que ha perdido y ya no tiene, de lo que ya no es y añora volver a ser, de la enfermedad y lo antiestético. Por lo tanto el significante viejo, que supo ser asociado a sabiduría, pasa ahora a confundirse con lo inútil, lo caduco. En pocas palabras: es el castigo social por el solo hecho de cumplir años. Con esa significación es esperable que las propias personas mayores quieran rechazar y desmarcarse de esa concepción, presas de un imaginario social del que son a la vez víctimas y victimarios.
Vale destacar en este tramo el recordatorio que Montalcini, citada por Camps (2003) nos dirige a toda la sociedad: "no debemos ignorar, a lo largo de la vida, que algún día tendremos que enfrentarnos a la vejez. Si lo ignoramos, como lo propicia, por otro lado, el hedonismo de la sociedad en que vivimos; es muy fácil que, cuando llegue el momento de tener que echar mano de algunos recursos intrínsecos, porque los otros van desapareciendo, nos encontraremos con la triste realidad de que no tenemos ninguno porque no fuimos previsores ni capaces de almacenarnos." (pp. 267) Ser presas de nuestros prejuicios en torno a la vejez, nos hace más vulnerables al momento en que lleguemos a la misma.
En este rechazo social a la vejez, Salvarezza e Iacub dan un paso más, al afirmar que en la sociedad occidental actual a los viejos "en general no se los toca ", refiriéndose a la falta de estimulación sensorial que sufren las personas mayores mas allá de los cuidados básicos de la vida diaria y haciendo especial hincapié en aquellos que están institucionalizados. Consideran que esa falta de erogenización de la piel produce un impacto por la deprivación afectiva que conlleva, lo que sumado a la toma de conciencia del anciano de que no es tocado, reafirma el sentimiento de rechazo y de ser un sujeto prescindible.
La piel y sus cambios, arrugas, manchas, nos "desnuda" en nuestro envejecer, nos expone y nos aleja de los ideales estéticos que los medios de comunicación predican. La que es nuestra mayor fuente de estímulos exteroceptivos y de entrada en relación con el medio, ve en esta etapa una merma de las experiencias estimulantes. Al respecto Anzieu (1994) señala: "[La piel] es un lugar y un medio primario de comunicación con el prójimo y de establecimiento de relaciones significantes: es, además, una superficie de inscripción de las huellas que ellos dejan".
Salvarezza e Iacub señalan una relación entre la falta de contactos significativos a través de la piel y el aislamiento. Diferencian a éste de la soledad ya que el aislamiento es observable y cuantificable, refiere a la falta de compañía y de encuentros con otros seres significantes, en tanto la soledad tiene que ver con un estado afectivo interno, un sentimiento, y por tanto apela a la subjetividad. En este contexto ¿la persona mayor se aísla o la aíslan? Los autores consideran que la segunda opción es la más acertada y que esta situación no es un estado que la persona elige (aunque como en todos los fenómenos sociales hay quienes si lo hacen), sino que es el Otro quien le impone éstas condiciones de vida caracterizadas por la disminución de encuentros significativos.
Resulta aquí pertinente comentar el estudio que Berriel y Pérez (2002,2004,2006) llevan adelante desde hace ya varios años mediante la aplicación de una Escala de Autopercepción Corporal (EAPC) a diferentes franjas etarias en Uruguay, haciendo hincapié en la aplicación de la misma a las personas mayores. Las conclusiones del estudio destacan que las personas mayores son quienes presentan autopercepciones de valor claramente inferior al resto de las franjas estudiadas con la EAPC. A la vez el factor de experiencia corporal es el que muestra mayores diferencias en desmedro de las personas mayores, siendo las mujeres quienes obtienen resultados más bajos de autopercepción y acceso a la experiencia sensorial. El estudio también señala que una buena salud subjetiva arroja buenos resultados en la EAPC.
Y por último afirman: "el sentirse respetado por la sociedad se asociaría a una autopercepción de un cuerpo más activo, con mayor potencial para actuar sobre la realidad, así como con una mayor apertura a las experiencias corporales" (Berriel, Pérez, 2006, pp. 72).
El cuerpo desde la psicomotricidad
Desde el paradigma psicomotriz se privilegia promover una percepción del cuerpo activo, partiendo de una visión multidimensional del concepto que tenga en cuenta las connotaciones sociales, su función como medio de entrada en comunicación con los otros y lugar de encuentro con uno mismo.
En primer término y tomando las conceptualizaciones de Calmels (2005) se puede hacer una diferenciación entre organismo y cuerpo. Para este autor el organismo es el conjunto de órganos, aparatos, sistemas y funciones con los que cuenta el ser humano desde su nacimiento. Es lo tangible, es inherente al ser humano, por lo tanto es una base biológica sobre la cual se construye el Cuerpo. El organismo hace referencia a las funciones y las estructuras, base sobre la que el cuerpo emerge en su funcionamiento y funcionalidad.
Según el autor el cuerpo pertenece al sujeto construyéndose al mismo tiempo que él, a partir de las vivencias originadas en el vínculo con otro. Por lo tanto el cuerpo no se aprende, ni se enseña, se construye, siendo el organismo lo que nos es dado desde el inicio. Si nos remontamos a las primeras experiencias vitales, podemos decir que el organismo emite señales programadas que le permiten la supervivencia. Serán las respuestas del entorno que satisfagan estas necesidades y le agreguen el plus vincular y afectivo que sirva de base para la construcción del propio cuerpo, trascendiendo la mera satisfacción orgánica de necesidades fisiológicas y estableciendo las bases de la comunicación humana. Al respecto Le Breton (1995) en consonancia con lo planteado señala que el cuerpo es una construcción simbólica y no una realidad en sí misma, habiendo diversas trayectorias individuales para dicha construcción.
De esta forma y tomando la conceptualización de expresividad motriz de Aucouturier (1985) la progresiva apropiación corporal permite construir una forma propia, corporal, gestual y tónica de relacionarse con los demás, con el espacio, con los objetos y con su cuerpo. Es decir la forma corporal individual de ser, estar y actuar en el mundo.
El cuerpo así es visto como una unidad cognitiva-afectiva-motriz, inserta en un contexto socio-cultural determinado. Afirmando esta idea Pérez (2007) plantea, que mientras el organismo refiere a la base biológica, el cuerpo engloba muchas más dimensiones como ser: la representación mental, la significación y producciones de sentido, la historia de cada persona, los afectos y su sexualidad. En esta unidad se articulan la imagen del cuerpo, el esquema corporal y el organismo, categorías necesarias para el análisis de la actividad del individuo, pero que funcionan como elementos indisociables de ese "ser en el mundo" que implica ser un sujeto.
El esquema corporal se relaciona con la idea que nos hacemos acerca de nuestro cuerpo como totalidad y de sus diferentes segmentos en unas coordenadas espacio-temporales específicas, pudiendo así anticipar posturas y gestos. El esquema es un conocimiento que tenemos del cuerpo a partir de nuestras percepciones y vivencias. Se generan experiencias que se van sintetizando a lo largo de la historia del individuo y que le permiten tener un conocimiento inmediato de su cuerpo, y de la integración de sus partes. De acuerdo a Le Boulch (1971) el esquema corporal es: "la intuición global o conocimiento inmediato de nuestro propio cuerpo, sea en estado de reposo o en movimiento, en función de la interrelación de sus partes y, sobre todo, de su relación con el espacio y los objetos que nos rodean" (pp. 217).
En tanto el concepto de Imagen corporal alude a las dimensiones individual, afectiva e inconsciente. Es individual porque cada persona llega a esta representación a partir de una vivencia afectiva personal en relación a su cuerpo (Dolto, 1986). Dicha vivencia se estructura en función de la imagen devuelta por los otros, en lo que Schilder (1987) categoriza como la "imagen social del cuerpo", es decir la influencia de las acciones y actitudes de los otros dirigidas a nuestro cuerpo.
Partiendo de éstos presupuestos, Guzmán et al. (2003) ensayan la siguiente definición de imagen corporal: "es aquella representación que nos formamos mentalmente de nuestro propio cuerpo, es a cada momento memoria inconsciente de toda la vivencia relacional, y al mismo tiempo es actual, viva, se halla en situación dinámica, a la vez narcisista e interrelacional. Gracias a nuestra imagen del cuerpo portada y entrecruzada con nuestro esquema corporal, podemos entrar en comunicación con el otro" (pp. 46).
La imagen corporal es dinámica, y está referida a toda la vivencia afectiva, presente y pasada. En esta se entrecruzan las experiencias que hacen al investimento del cuerpo (como ha sido investido el bebe desde sus inicios, las experiencias de placer-displacer, sufrimiento, sostén, contención), con las valoraciones sociales que hay en relación al cuerpo (criterios estéticos y aquellos asociados a la construcción de la masculinidad y femineidad). El término imagen hace referencia a algo que se ve y a lo que se le da un significado. Por lo tanto la imagen corporal sería en resumen una cierta visión subjetiva del propio cuerpo.
Es interesante señalar el planteo de Graciela Zarebski (1999), respecto a que, mientras la biología la eficiencia del cuerpo para las prácticas - y lo social - los lugares asignados señalan el paso del tiempo, los procesos psicológicos - donde incluimos la imagen corporal - resisten este cambio.
Para finalizar, Laín (1983) introduce el concepto de "mi cuerpo: yo", para hacer referencia a un cuerpo productor y contenedor, que a través del movimiento (psíquico, orgánico, físico), se manifiesta y se expresa, así como registra y retiene experiencias. Este movimiento le permite ingresar en una dinámica cotidiana que implica la construcción permanente del "sujeto humano". El cuerpo es una totalidad donde conciencia y organismo se conjugan y son indisociables, permitiendo que emerja el sujeto como un ser multidimensional, donde cada dimensión (física, social, afectiva, cultural), aporta a la significación corporal mas allá de lo visible y tangible.
Por su parte da Fonseca (1996; pp. 114) desde la terapia psicomotriz parte de una concepción de cuerpo que entiende al mismo como: 1- materialización del ser. 2- factor asegurador de la representación mental. 3- medio de transporte, exploración y conquista del espacio. 4- punto de apoyo para la socialización. 5- medio de orientación y comunicación. 6- lugar existencial de las sensaciones, de registro emocional y de traducción de estados afectivos por medio del gesto, la actitud y el movimiento.
Desde esta perspectiva el cuerpo es una construcción en la que se conjugan elementos pasados y presentes, que inciden en las proyecciones a futuro. Los actos de las personas están tan determinados por el contexto actual, como por sus experiencias pasadas generadoras de huellas mnémicas corporales.
Desde el paradigma psicomotriz se trata de revalorizar el lugar del cuerpo en las personas mayores, rodearlo de significaciones positivas, permitir descubrir en las arrugas las experiencias de vida y no solo el declive orgánico. Dotar a la superficie de la piel de esa envoltura afectiva que impacta directamente en el psiquismo de la persona mayor y ofrecerle ahora, que ya no hay más tiempo que perder, las mejores y más variadas experiencias para redescubrir sus posibilidades y limitaciones reales.
Habilitar una vivencia unificadora entre cuerpo real y cuerpo imaginario y permitir el reconocimiento por parte de la persona mayor de sus recursos psicomotores así como de estrategias de adaptación activa a la realidad. Vivir y disfrutar este momento, sin añorar eternamente el "cuerpo pasado", ya que el mismo no se ha perdido sino que se haya inscripto mediante incontables huellas mnémicas en nuestro "cuerpo presente".
Propiciar instancias que permitan reencontrar las capacidades expresivas de dicho cuerpo, re-narrarse desde un lugar de posibilidad, que privilegia el movimiento, la acción y la socialización, evitando así el sedentarismo, los síndromes de desuso y el aislamiento.
Al decir de Saavedra (2001) "Cuerpo es materialidad pero es distinto de organismo. Desde la perspectiva que quiero acercarles cuerpo es vínculos, es relaciones sociales, momento histórico, cultura, clase social". Idea que comparte da Fonseca (1996) al decir "Ni cosa ni instrumento, mi cuerpo es mi propio yo en el mundo. Es mi cuerpo en movimiento aquel que me envuelve en el mundo. Habito el mundo por mi cuerpo. Mi cuerpo es, para mí, el mundo" (pp. 86). Esta es sin dudas la perspectiva que defendemos desde el paradigma psicomotriz y que utilizamos para tratar de comprender, tomando las palabras de Salvarezza (1998), al viejo y su viejo cuerpo.
Referencias bibliográficas
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Zarebski G. Hacia un buen envejecer. Emecé; 1999
Palabras clave: cuerpo, vejez, psicomotricidad