El psicoanalista, el viejo y la gerontología
Psic. Graciela Macotinsjy
Cuando la práctica clínica de un psicoanalista se remite a la vejez, construye en sí lugares que ocupan el paciente viejo, el psicoanálisis mismo, su formación en gerontología y los modelos íntimos de juventud y vejez organizados desde su historia personal.
Dada la importancia y amplitud del concepto de contratransferencia, sólo me aproximaré a las vicisitudes del fenómeno, sin tratarlo teóricamente; observarán sin embargo que sus facetas subyacen a lo largo de este trabajo.
Frente a los padecimientos de un viejo cuando Tanatos entra en combate, el analista requiere poner en juego formas especiales de dominio para metabolizarlos, significarlos y ligarlos transformados en palabras.
Sobre la historia de un psicoanalista.
Comienza con la peculiar experiencia del propio análisis. Signará la tramitación y el procesamiento de la trama intersubjetiva y las reflexiones acerca del mundo y de su universo psíquico. Desde ahora su historia será otra.
Sostiene entonces, el camino para que surjan las palabras con sus afectos, las ideas, los representantes de las pulsiones y la historización de los acontecimientos. Es sensible al sufrimiento humano, lo acompaña con empatía sin aliarse ideológicamente a él.
En un estado de estudio y formación continuo, necesita pensar y sentir con otros colegas para elaborar los efectos que la tarea le impone. Al aceptar la singularidad del límite se preserva para no caer en falsos supuestos de conocimiento o ceguera narcisista.
Renuncia a ocupar el lugar de ideal. El despliegue de la creatividad en el analizado supone la previa realización del duelo por las ilusiones perdidas. Son duelos y vivencias que emergen en el paciente y reverberan en el psicoanalista en los momentos de mayor intensidad transferencial.
Acepta derivados de la técnica psicoanalítica y de otras disciplinas. Este crecimiento ontológico facilita una visión totalizadora de la problemática e impide falaces recortes desubjetivizantes. Diferentes miradas, casi siglo XXI mediante, ayudan a escuchar mejor, por lo menos algunas veces.
Una función especial
Intentaremos con este bagaje internarnos en las complejidades de la vida psíquica y elegir un rumbo hasta hace unos años aparentemente imposible para el trabajo de un analista: el proceso de envejecimiento y la vejez. En este viaje llegaremos a diferentes pueblos. El primer tramo será de los viejos que han vivido siempre en la pseudocomodidad de la neurosis. Más adelante nos enfrentaremos dramáticamente a los espacios mentales vacíos, sin representaciones o aparente insensibilidad afectiva, ya sea por la constitución fallida del psiquismo, en pacientes con severas perturbaciones de la personalidad, fenómenos psicosomáticos, hasta las patologías en las que el yo se va desgajando como en las demencias. Fragmentación, inermidad y proceso primario se conjugan exigiendo con fuerza caminos alternativos y la puesta en juego de los diferentes cuerpos del analista: cuerpo teórico, cuerpo técnico, cuerpo psíquico y cuerpo físico.
Delinearé para este camino una vía en la que se unifican dos frentes, uno relativo a la especificidad clínica en el adulto mayor y el otro referido a la teoría de la técnica psicoanalítica, modelada en función de las diferentes problemáticas vitales.
Si el psicoanálisis plantea develar la organización de la sexualidad infantil, los deseos, las fantasias , los retoños representantes de las pulsiones, las palabras y las imágenes oníricas, teñidas por los cambiantes valores de la cultura, muy atinadamente pondrían en duda la vieja estación que he señalado.
¿ Acaso no está ya todo hecho a esa altura del pasaje? ¿Que nos induce a marcar diferencias en este grupo añoso y pretender iniciar otra formación disciplinaria diferente a la gerontología y la geriatría, con una base de sustentación dada en el psicoanálisis?
Los terapeutas de viejos tomamos pensamientos prestados de otras ciencias, recurrimos a modelos de la biotecnología, o un poco mas cerca nuestro: a los conocimientos de la psicología, la antropología, la historia. Mis colegas psicoanalistas, con razón, me dirán: ¡Vaya novedad, si ya Freud decía que sus maestros habían sido los escritores y los científicos representantes de las épocas¡
Con alcances diferentes, concientizar los límites del saber es extensivo a las profesiones y ciencias que se ocupan del ser humano, con mayor pertinencia aún en las especialidades geriatrico-gerontológicas, dada la multiplicidad de áreas comprometidas en el transcurrir de la vejez (1).
Pienso que por estos carriles circula una función que unifica diferentes perspectivas del conocimiento y es punto de anclaje interdisciplinario del psicoanalista-gerontólogo,
Esta función se incorpora al movimiento psíquico del analista, ampliando su mirada y la escucha hacia el paciente viejo. Está organizada como una forma particular de interdisciplina, y se construye por la experiencia clínica, el autoanálisis y el estudio de las múltiples expresiones del proceso de envejecimiento y la vejez.
No planteo la tarea imposible de querer ocupar en una sola materia, y en cada uno de los profesionales los lugares pertinentes a muchos otros, sino que me refiero a la incorporación mental de una pluralidad disciplinaria interna que se torna imprescindible al construir las retículas del trabajo analítico con adultos mayores. Esta especial función analítico-gerontológica se activa en el psicoterapeuta cuando el material de análisis remite a las vías naturales y a problemáticas ligadas al proceso de envejecimiento o a la vejez propiamente dicha.
Una elección muy singular.
A esta particularidad disciplinaria, ensamble de las especificidades clínicas presentes en el adulto mayor y las modificaciones técnicas del método psicoanalítico, se articula otro factor altamente involucrado en la tarea: es la especial decisión del terapeuta para trabajar con viejos.
La concientización de las motivaciones singulares que marcaron significativamente la vida del analista, y las huellas subjetivas que acompañaron su elección y formación gerontológica, son el sostén y la trama para que se logre eficazmente la activación de la función referida.
Reconocer estas diversidades nos permite llegar a descubrimientos que se juegan en la construcción de esta historia profesional y acercan hipótesis sobre nuestra elección, muchas veces cuestionada y prejuiciosamente ironizada.
Si bien el procesamiento psíquico implícito en el trabajo del psicoanálisis nos remite a lo mas intimo de la singularidad, su puesta en marcha es creada en un dispositivo intersubjetivo: analista-paciente. En este ítem nos encontraremos con el movimiento oscilatorio que va desde la soledad del consultorio al sistema de apoyo múltiple que se da en la relación de equipo.
El equipo y los espacios del terapeuta.
Es ineludible aquí aclarar las ventajas que conlleva la transmisión del acontecer de la sesión en un grupo profesional. Como consideré en el planteo sobre la historia de un analista, el trabajo compartido se intrinca en su espacio psíquico subjetivo, intensifica la tarea psicoterapéutica y multiplica su formación permanente.
La reflexión clínica grupal figura una membrana simbolizante que detiene los desbordes ante pacientes en los que por diferentes razones su continuidad psíquica se lastima, o cuando irrumpe la angustia de no asignación (2), frecuente su presencia en algunos viejos cuando un cambio se avizora.
"En el equipo asistencial se hacen visibles y dramatizan...efectos...que deben ser comprendidos y metabolizados en un trabajo permanente de reflexión y simbolización." (3)
El grupo de colegas funciona como una membrana exterior, mas abarcativa, factor de discriminación y sostén para la mente del terapeuta . Esta manifestación de conjunto actuará especialmente cuando el analista se vea enfrentado a momentos extremos de desorganización, enajenación y dolor. La multiplicación de la escucha también previene el riesgo a quedar atrapado en la fascinación de imágenes y relatos de la vida de otros tiempos. A diferencia de la asociación libre, o del especial lugar que ocupa la reminiscencia.- (4), el riesgo es ir transformando las sesiones en un interesante anecdotario, cortina de humo para la escucha psicoanalítica.
Quiero remarcar la importancia del equipo psicoanalítico-gerontológico en la labor terapéutica cuando esta etapa de la vida se pone en juego, por los riesgos de desinvestidura que tanáticamente el mismo imaginario social deposita en el viejo, extendiéndose también esta negatividad a quienes se interesan profesionalmente en él.
Las raíces del terapeuta de viejos.
En un equipo profesional con la modalidad de escucha clínica que he desarrollado, surgió la necesidad de elaborar y transmitir parte de nuestra experiencia. Al comenzar la escritura intentamos encontrar los estratos que nos constituían como psicogerontólogos. Hoy pienso que tratábamos de hallar los hilos que activaban e interiorizaron nuestra función específica . En ese entonces arribamos a las siguientes observaciones:
"Sin discriminar los niveles de organización conceptual, enumeraremos algunos supuestos que involucran al terapeuta en su singular elección de trabajar con viejos: por el deseo de curar y conocer; por omnipotencia, culpa y necesidad de reparación; por temor a la propia vejez y tratar de controlarla a través de otros; por sensibilidad ante el desamparo; por reconocer la existencia de un personaje anciano que marcó significativamente su historia; para mantener siempre vivos a los padres idealizados de la infancia y estar, él mismo ilusoriamente presente como 'su majestad el bebé; por las mismas vicisitudes de sus amores y odios paterno-filiales. Vemos que los ideales, Narciso y Edipo coexisten en este campo; asumir su vigencia permanente en el devenir inconsciente del analista es condición para desplegar esta tarea de simbolización y enhebrado de la memoria" (5).
Hoy agrego que en ciertos momentos significativos el trabajo asociativo del paciente rozará la memoria del analista desperezando los fantasmas de viejos odiados y amados para la persona del terapeuta. Es una puesta a prueba que reactivará los supuestos arriba enumerados. Así mismo son las huellas que se expresarán en los movimientos técnicos y las diferentes teorizaciones que el terapeuta incorpore en su quehacer. Si será utilizado el diván como dispositivo en el tratamiento de un viejo (6), o a priori lo considerará contraindicado sin discriminar ni dar las posibilidades de considerarlo como adecuado o no, tomando caso por caso, es un ejemplo de estos planteos.
Pienso que la elaboración de los modelos representacionales que el terapeuta trae consigo resignificará a los viejos sanos, enfermos, postrados, muertos o felizmente curados hallados en su historia, y otorgará nuevos aires a su capacidad analítica con los adultos mayores que trate.
Sin embargo encontrará algunos en los que el dolor se ensaña mas allá de las palabras.
Acerca del dolor
¿Cómo repercute y se metaboliza en la mente del analista el sufrimiento del viejo?
Consideraré en los próximos apartados vivencias extremas que pueden llegar a conmover los cimientos de su elección y cuestionar la organización conceptual y técnica del terapeuta.
Es extremo en cuanto percibimos la inevitable tergiversación biológica e intergeneracional cuando el viejo habla sobre la pérdida de un hijo. Somos testigos de una dimensión de pesar, amor, culpa, y odio que traza a la castración con un dramatismo ominoso.
Las limitaciones personales o profesionales que he nombrado exponen sus fisuras cuando la hiperpresencia de la muerte se impone en esas vidas.
Una evidencia intersubjetiva del proceso de análisis, será la posibilidad del analista de ubicarse, como objeto de transmisión generacional, receptor de aquellas palabras que el viejo hubiera otorgado al hijo muerto, hasta que pueda transformarse en otra calidad de transmisión. Así otros mas jóvenes accederán a la historia y lo sustituirán en el futuro como lo hubiera hecho su propia progenie perdida. Es un intento de equiparar otro nacimiento, sin igualarlo porque su dolor no se disuelve sino que creo, movimiento psíquico mediante, se alivia.
Quedarán para pensar cómo se relaciona el complejo de Edipo y el complejo fraterno, los sentimientos de culpa filicidas en tales circunstancias y el lugar que ocupaba el fallecido en ese espacio familiar. Muchas veces la muerte es un baluarte que si se desarma y se inicia la elaboración, es sentida como traición a la memoria del ser querido ausente y un riesgo para el propio equilibrio psíquico.
También el analista, como ser humano vivo presente, puede tornarse en afrenta ante el vaciamiento del vínculo que se tenía con el hijo.
La movilización de estas configuraciones en la persona del terapeuta estará teñido por la historia singular de sus duelos, conllevará un intenso trabajo autoreflexivo y activará la peculiar función referida.
Estas experiencias penosas pueden despertar los sentidos más recónditos. El registro se hallará instalado en múltiples percepciones contratransferenciales: invasión e impedimento en la capacidad de pensamiento, dolor corporal, somnolencia, enojo, incertidumbre, inutilidad. Sentimientos relacionados con el intenso desgarro que se padece ante situaciones enloquecedoras, como es la pérdida del hijo y la imposibilidad de devolver a la vida al ser querido fallecido.
En el analista los mecanismos de racionalización o extrema distancia actúan como mecanismos defensivos ante la hostilidad, ambivalencia e impotencia proyectadas por su paciente. Su registro y aceptación se tornará en vendaje, apuntalamiento, paliativo, sutura y encuentro de cierto sentido para ese dolor.
El cuerpo resquebrajado
La calidad e intensidad del sufrimiento es diferente cuando el paso del tiempo se encarna en el soma. El cuerpo insiste coartando las posibilidades para asociar y simbolizar. Prima en el discurso el daño del órgano y la inmutabilidad de los síntomas que acercaron al anciano a consultarnos, enfrentándonos a una reedición del desamparo originario.
El cuerpo requerirá de nuestra escucha, no solo cuando está enfermo, sino por el valor que naturalmente adquiere al percibirse transformado en la edad avanzada. Las señales somáticas pueden ser la vía de expresión de una injuria que hace tope en el alma o se desborda en el órgano. Apoltronarnos en la pureza de la atención flotante cuando el viejo habla de su cuerpo doliente sin recurrir a la formación gerontológica, y a los conocimientos de otros profesionales que se ocupan de él, provocaría mas de una mala jugada (7).
Consideraremos hasta clarificar el camino, todas las variables posibles.
Aquí nuestra posición como analistas se ve comprometida y nos lleva a reflexionar sobre la compatibilidad entre la teoría, la metodología que instrumentamos, sus límites y las condiciones técnicas que conciernen a cada peculiaridad.
El sentimiento de indefensión junto al yo infantil omnipotente, insiste con su presencia a pesar de los años, activándose ante los embates de cambios inesperados. La identidad puede sentirse despojada, dirigiéndose hacia modelos obsoletos para mantenerse como antes, en un ser o estar ilusorio. La función zona de intersección gerontológico-psicoanalítica, prevendrá al analista de las serias caídas maníacas provocadas por los forzamientos del "todo sigue igual" o de la desesperanza en el colapso narcisista (8).
Los signos de Eros
Hemos visto al psicoanalista compartiendo la fuerte exigencia de trabajo involucrada en las secuelas que el pasado va dejando, los duelos, las historias con escenas extremas como la representada por la muerte de un hijo, los intensos trastornos por fallos del soma u otras situaciones dramáticas que acontecen en la vida de algunas personas. Las complejidades transfero-contratransferenciales en estos procesos precisan la tolerancia del analista para acompañar también la elaboración de las modificaciones naturales que el tiempo marca.
A otros viejos generalmente no los escucharemos en el consultorio. Sobre ellos Eros tejió su trama en la constelación familiar y apoyó sus pasos desde el inicio. Acontecimientos mas felices, emociones, palabras y miradas, vehiculizaron la aceptación de los límites y las diferencias, construyendo un edificio psíquico más sólido. Padecieron pérdidas, por supuesto, pero sin ser golpeados por la tragedia. Su organización subjetiva se encuentra en un intercambio externo-interno continuo. También a veces cierta nostalgia empaña estas configuraciones, sin embargo, a pesar de la falta y las ausencias, sus ideales se transforman con benevolencia y las ilusiones continúan plasmando proyectos.
La transcripción de este modelo de viejo internalizado en el psicoanalista e incorporado a su acerbo, le permite arribar a mejor destino cuando el trayecto vital del paciente ha sido alienado o teñido por situaciones adversas. Lo habilita para realizar los cambios necesarios en la técnica, cuestionarse, reconocer sus puntos vulnerables y dar lugar a que su espacio psíquico terapéutico sea soporte para el paciente viejo de una reorganización que recree y albergue otros contenidos nuevos.
Notas
(1) Macotinsky, G. Movimiento Psíquico en la Vejez. Perspectivas psicoanalíticas. Cuadernos de Gerontología. Actualizaciones en Gerontología. AGEBA. 1998
(2) Kaes, R. Apuntalamiento y estructuración del psiquismo. Revista de Psicología y Psicoterapia de Grupo. N° 3/4. 1993
(3) Macotinsky, G; Pachuk, C.; Singer,D.; La intervención en catástrofes sociales. Del horror...a la simbolización. Revista de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo. 1.XX.1997.
(4) Según las ideas desarrolladas en diferentes etapas de la gerontología argentina por L. Salvarezza, E. Rolla y R. Jarast
(5) Chapot, S; Guido, P.; López, M.; Macotinsky,G. Psicoterapia psicoanalítica en la vejez. Vertex 29: 1997.
(6) Tema tratado inicialmente por D. Singer en Obstaculos de la transferencia en el tratamiento psicoanalítico de viejos. Conferencia en el panel inaugural de las Jornadas organizadas por la Cátedra Psicología de la tercera edad y vejez. UBA: 1995
(7) Macotinsky, G. Movimiento Psíquico en la Vejez...
(8) Concepto acuñado y desarrollado por H. Bleichmar y replanteado para la psicogeriatría por L. Salvarezza
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