Terapia ocupacional en adultos mayores
Magalí Risiga
El terapista ocupacional es el profesional capacitado para analizar las ocupaciones en relación a las particularidades del anciano y de su entorno. Su mirada entrenada sobre las ocupaciones humanas le proporciona las herramientas necesarias para identificar los obstáculos que generen dificultades para una vida independiente. Evaluar las rutinas, cada actividad, o cada componente de las mismas en particular, abre un camino de exploración indispensable para que el anciano pueda seguir planificando su vida con la mayor autonomía posible.
El T.O. puede participar tanto en situaciones de crisis, procesos agudos de enfermedad y tratamientos de rehabilitación, como en objetivos de prevención.
Desde lo preventivo, puede intervenir para ayudar a aquellos ancianos que estén en riesgo de un proceso de disfunción ocupacional, proveyendo alternativas desde un lugar que permita rescatar y desarrollar potenciales para mantener la autonomía y el placer de la utilización del tiempo con objetivos ajustados a la realidad personal. Esto es posible a través de la organización o reorganización de su vida cotidiana en rutinas satisfactorias y adaptativas al medio ambiente y brindando oportunidades para que pueda involucrarse en actividades adecuadas y valoradas.
No hay fórmulas para proponer actividades. Sean estas productivas, de esparcimiento o de la vida diaria, deberán ser propuestas en relación al sujeto mismo, respetando sus deseos y sus particularidades, y teniendo en cuenta el delicado equilibrio entre las metas deseadas y las posibles.
Cuando hablamos de tratamientos de rehabilitación, el factor motivacional desde el paciente es el eje fundamental. Y si bien los equipos, los recursos y las actividades implementadas son importantes, los familiares, los cuidadores, son partícipes decisivos en el proceso. Escuchar y considerar sus propias motivaciones, sus necesidades, sufrimientos y conflictos disminuye la probabilidad de fracaso del plan de rehabilitación. Las crisis producen en el individuo un desajuste en el desempeño de roles y habilidades. Las actividades que un T.O. busca proponer en estos momentos deben cumplir funciones tendientes a expresar y manejar sentimientos, sostener los patrones ocupacionales, aprender nuevas habilidades y reforzar su identidad, apoyándose en los intereses y motivaciones.
Para superar la crisis, paciente y cuidador deben percibir el desafío inherente de la situación, no simplemente la amenaza o la pérdida. Mientras que éstas llevan a la depresión, los desafíos movilizan a tomar medidas activas, a solucionar el problema y a tratar de manejar la situación. En este aspecto, la crisis representa un peligro y una oportunidad. Frente a ella, nuestra intervención debe permitir desanudar este dolor para encontrar caminos de aceptación y adaptación a la nueva situación.
En todos los casos, los objetivos en relación al cuidador son los de: aliviar tensiones y clarificar objetivos terapéuticos, para permitir la comprensión de las diversas intervenciones y lograr su colaboración, tratando de evitar ese conocido círculo que lleva al anciano a la sobreprotección o al abandono.
Tal vez el trabajo más difícil sea el conocer y reconocer en cada momento hasta dónde el cuidador debe intervenir con su ayuda frente al déficit del paciente. Es lo difícil para el cuidador y también para el profesional, ya que este límite entre el "poder" y "no poder hacer" que se juega desde la realidad está, además, cargado de subjetividad.
Es por eso que se hacen imprescindibles las evaluaciones destinadas a lograr un diagnóstico funcional. Explorar el contexto cultural, las rutinas previas, los roles dentro de la casa y la comunidad, y los caminos con los que la familia ha superado la adversidad en el pasado, permitirá identificar más claramente sus necesidades y metas y las del paciente. Las capacidades del anciano deben ser evaluadas en un contexto físico, interpersonal. Se deberá tener en cuenta la medición objetiva de lo funcional y cognitivo, la evaluación del entorno y su idoneidad en relación a las ocupaciones exigidas, las barreras arquitectónicas, accesibilidad, seguridad, como también las redes familiares y sociales. Un buen diagnóstico funcional posibilita introducir medidas preventivas, completar diagnósticos, realizar el seguimiento y evaluación de tratamientos y planificar la rehabilitación, evaluar el costo-beneficio de las rutinas que desempeña y las destrezas necesarias para ellas
Una adecuada evaluación permite trazar estrategias terapéuticas y planificar las intervenciones en relación a las limitaciones y recursos del paciente y de su entorno y lograr una congruencia entre los valores del cuidador, del paciente y los propios con el fin de efectivizar el tratamiento y lograr un máximo de independencia.
El terapista ocupacional debe ser, entonces, el engranaje que permita la articulación entre paciente-entorno-cuidador y la relación de éstos con lo social/cultural.
En los casos de personas que sufren de un deterioro paulatino, como es el caso de las demencias, el T.O debe valorar: por un lado, las tareas que se corresponden con el nivel cognitivo del paciente, seleccionarlas y modificarlas de acuerdo a sus habilidades, para que pueda llevarlas a cabo satisfactoriamente; Y por otro lado, valorar la cantidad y calidad de asistencia necesaria para obtener las mejores respuestas del paciente, monitoreando permanentemente el grado de los cambios funcionales que tienen, o no, lugar, y el tipo de relación que se establece en cada caso entre paciente- cuidador ya que ésta influirá favorable o desfavorablemente en el curso de la enfermedad. Entonces, además del trabajo específico con el paciente individualmente o en grupo, debe informar, orientar, enseñar y entrenar al cuidador en el empleo de técnicas de adaptación del entorno físico y social al progreso de los déficit del paciente para acercarnos al objetivo que el cuidador pueda entender y atender estos cambios progresivos, o sea, tener lo más claro posible en cada situación qué es lo esperable.
En estas problemáticas, precisamente la mayor dificultad se centra en procesar y elaborar la información que proviene del entorno, en la imposibilidad para comprenderlo, para resolver sus exigencias y para actuar en consecuencia. Las percepciones superficiales, la conducta asistemática, la dispersión en la atención suelen afectar el registro de los estímulos, así como la dificultad en las abstracciones y asociaciones puede obstaculizar la elaboración de la información, y la falta de planificación y la impulsividad, la acción.
Por lo general, las dificultades que se observan más claramente se relacionan con el análisis e identificación de los pasos y secuencias que integran una actividad, con la incapacidad para generar estrategias propias para resolver problemas, y con la dificultad de transferir lo aprendido de un contexto a otro, o de hacerlo de manera muy poco flexible.
Podríamos decir que el terapista ocupacional posee una mirada holística y analítica a la vez, algo así como una doble visión que permite visualizar dos planos en forma permanente: la escena macro (lo propio de la problemática) y la escena micro (esta actividad, con estas características, para esta persona, en este momento, y de esta manera posible)
Esto exige del profesional la habilidad de pesquisar el punto de articulación entre la actividad propuesta y la posibilidad de respuesta del paciente, centrando los esfuerzos en buscar, rescatar y entrenar aquellas funciones que aún permanecen conservadas.
Es en la tríada paciente-ocupación-entorno donde se afianza nuestro rol y donde se da lugar, espacio, contenido para ejercer nuestras funciones.
Sin duda que la posibilidad de éxitos terapéuticos, más allá de lo particular de cada paciente, estará relacionada con las características de la dinámica familiar, la formación profesional y la experiencia y la operatividad del equipo interviniente. Y así como el paciente y la familia o los cuidadores necesitan de un sostén desde el profesional, éste también lo necesita. Su red de soporte es el equipo.
En él, es fundamental la claridad en las propias funciones. El conocimiento de las mismas es lo que determina el saber qué es lo que nos compete y desde dónde y cuándo se hace necesario la participación del otro. Un equipo interdisciplinario es como una cadena con muchos eslabones. Todos son importantes y de su engarce depende el buen funcionamiento del mismo Son importantes las individualidades en tanto diferentes miradas con objetivos en común. El respeto por nuestro propio saber y el saber del otro, diferente y necesario, es lo que permiten el engarce de los eslabones .
Un equipo que funciona es aquel que puede tener respuestas adecuadas a la problemática del paciente, y que puede contener y resolver conflictos y ansiedades de sus integrantes. Es necesario que cada uno de sus profesionales tenga el equipo internalizado, lo que significa que el equipo estará presente en cada accionar del profesional. La coherencia interna del equipo determinará a su vez coherencia en la respuesta al paciente y su familia. Y esta coherencia interna proviene de compartir una ideología.
Sabemos que esto es así. Pero sólo es tan simple en teoría. La materialidad de la interdisciplina es sólo posible aprehenderla en la práctica, en el contacto y el trabajo con el lenguaje del otro, tomado como conocimiento, y en absoluta paridad, reconociendo las horizontalidades.
Es aquí donde tomamos conciencia que no siempre el deseo de converger en el saber es simple garantía de interdisciplina. Deberemos aún despojarnos del deseo de poder y enfrentarnos con las contradicciones que, como humanos, se nos cuelan en la relación con el otro. No es simple. Pero es posible. Y cuando sucede ese intenso y enriquecedor juego de saberes entrelazados, es cuando en la tarea se potencian resultados. Es cuando, como terapista ocupacional me enriquezco de otros discursos y los otros se enriquecen con el mío. Es cuando puedo crecer hacia mi propia profesión y es cuando el equipo psicogerontológico trabaja realmente para lo que ha sido convocado: mejorar la calidad de vida del anciano.
Creo que en las instituciones y en los equipos los terapistas ocupacionales todavía tenemos mucho camino por recorrer. Existen aún grandes confusiones con respecto a qué es lo que podemos aportar, y muchas veces nos encontramos con que nosotros mismos nos acomodamos a las bajas expectativas que tienen muchas instituciones de nosotros. Esta mirada nuestra, esta capacidad de visualizar situaciones de función y disfunción, tan abarcativa, es necesario poder capitalizarla. Y si no lo hacemos, tampoco podremos tener mayor injerencia en lo macro, en lo social.
Este poder salir de nuestro propio discurso para entender el del otro nos lleva necesariamente hacia un camino de reflexión, que debería permitirnos un acercamiento a problemáticas que exceden la práctica individual para poder pensar acerca de la ética que nos rige como integrantes del Campo Psicogerontológico.
Me permito entonces compartir con ustedes algunas preguntas que se entrelazan en mi acción-reflexión cotidiana.
¿Quién decide un tratamiento? ¿Quién decide una internación? ¿Quién decide que una persona no es capaz de autovalerse? ¿Quién decide que 30 es el mejor número para las sesiones anuales de rehabilitación? ¿Quién decide lo que es mejor para este viejo? ¿Quién decide si puede o no puede?
¿Tengo derecho a sentir que desde mi humilde lugar de trabajo diario intento hacer las cosas "bien"? ¿Cuántas veces trabajamos sin mirar a los costados, sin preguntarnos, sin reflexionar la práctica?
Y he aquí la cuestión: ¿qué abarca nuestra práctica? Es el trabajo con los pacientes, con el equipo, con la institución, con las Instituciones, con el contexto socio económico y cultural? ¿Dónde comienza y dónde termina? ¿Cómo estamos insertos en esta realidad?
Si, al decir de la T.O. María Rita Martínez Antón las actividades y las ocupaciones son los artificios que garantizan el ordenamiento del mundo humano, quienes trabajamos con las dificultades en el manejo de estos artificios nos debemos, y les debemos a las personas que se acercan a nosotros en busca de ayuda, una posición, un punto de vista diferente al de la patología. En todo caso, deberíamos permitirnos descubrir los efectos que las ocupaciones, con su exquisita complejidad y posibilidad de salud o alienación, tienen en la producción del malestar subjetivo.
Para llevar a cabo este trabajo, necesitamos no sólo diagnósticos precoces, no sólo un sistema de salud con acceso a planes de rehabilitación adecuados, sino profesionales con miradas capaces de reconocer y comprender el retrato que hay detrás de lo sintomático, y con claridad conceptual para saber por qué , para qué y con qué recursos se inserta en cada situación.