Bienestar y
envejecimiento:
Implicaciones para una definición más completa
del envejecimiento satisfactorio
Feliciano Villar
Departamento de
Psicología Evolutiva y de la Educación
Universidad de Barcelona
fvillar@ub.edu
Carme
Triadó Tur
Departamento de
Psicología Evolutiva y de la Educación
Universidad de Barcelona
mtriado@psi.ub.es
Carme Soler
Resano
Universidad Ramon
Llull
Facultad de Psicología, Ciencias de la Educació y Deporte
Blanquerna
carmesr@blanquerna.url.es
Mª José
Osuna Olivares
Departamento de
Psicología Evolutiva y de la Educación
Universidad de Barcelona
mjosuna@psi.ub.es
Si repasamos la historia y el estado actual de la Psicología, nos encontramos que, ya sea desde ámbitos básicos o aplicados, esta disciplina se ha ocupado más de los estados y procesos patológicos o problemáticos que de aquellos otros relacionados con el funcionamiento psicológico positivo, con el sentirse bien y con los estados de adaptación. Aunque esta tendencia es comprensible si tenemos en cuenta que es precisamente ese funcionamiento problemático lo que resulta más urgente solucionar, también parece claro que los estados de bienestar de la persona, que van más allá de la mera ausencia de enfermedad o patología, son importantes por sí mismos.
Desde los años 60 de pasado siglo se ha venido abriendo paso la idea de que la salud (al menos en el sentido psicológico del término) no se define simplemente a partir de la ausencia de patología, sino que implica además la presencia de otros estados y procesos positivos. Conocer qué es lo que hace a las personas felices, en qué consisten esos estados y cuáles son los procesos que los determinan también es de gran relevancia desde un punto de vista aplicado, ya que este conocimiento es un prerrequisito si queremos promover la satisfacción y el crecimiento personal. Los esfuerzos teóricos e investigadores en este ámbito en buena medida se configuran en la actualidad alrededor de lo que se conoce como psicología positiva (Seligman y Csikszentmihalyi, 2000; Seldon y King, 2001; Seligman 2002)
En el caso de las personas mayores, profundizar en estos mecanismos que subyacen al bienestar psicológico es especialmente importante, ya que nos encontramos tratando un momento vital en el que la vida se sabe limitada en un sentido cuantitativo, en el que las probabilidades de enfermedad aumentan y en el que, por ello, la calidad de los años de vida que quedan por vivir es fundamental.
El presente trabajo pretende repasar algunas de las perspectivas actuales en las que se mueve el estudio del bienestar y, en concreto, del bienestar en las personas mayores y su evolución a lo largo de los años. Pretendemos, además, destacar algunas implicaciones de estas perspectivas para una definición más completa del envejecimiento satisfactorio.
Bienestar personal y envejecimiento
A pesar de que su estudio científico es relativamente reciente, el bienestar o la felicidad como tema de reflexión filosófica se remonta, al menos, hasta los grandes filósofos griegos. Ya en ellos se inicia una doble visión de lo que podemos entender como bienestar subjetivo, dualidad que se mantiene en la actual investigación científica en este ámbito (ver, por ejemplo, Ryan y Deci, 2001; p. 143). En concreto, los dos puntos de vista desde los que el bienestar personal puede ser contemplado son los siguientes:
Una visión habitualmente calificada como hedonista que asocia el bienestar a la obtención de sentimientos de placer y felicidad presente, a un sentimiento subjetivo de encontrarse bien.
Una visión que ha sido denominada eudaimonista que asocia el bienestar a la consecución de nuestros potenciales, a la realización de aquello que podemos ser. En este caso, se trata no tanto de un placer presente, sino de la percepción de estar en desarrollo, de tener perspectivas de futuro y estar avanzando para conseguirlas.
Esta dualidad no únicamente implica diferentes tradiciones dentro del estudio del bienestar personal, sino que también puede tener consecuencias para la prescripción de unas supuestas metas o estados deseables en la persona, dado que este bienestar es una de las aspiraciones que todo individuo pretende conseguir y un estado para el que la sociedad no sólo no debería poner impedimentos, sino que debería disponer recursos que facilitasen su consecución. En nuestro caso, también especialmente las implicaciones de estas visiones diferentes del bienestar en relación con su trayectoria evolutiva y, en concreto, en el examen de los niveles de bienestar en las personas mayores. Por ello, quizá es conveniente profundizar algo más en ellas.
Concepción hedonista del bienestar y envejecimiento
La visión que tiene más tradición dentro del estudio científico del bienestar es la perspectiva que hemos denominado hedonista. Como ya hemos comentado, desde este punto de vista se asocia bienestar a la experiencia subjetiva de felicidad que surge como resultado de un balance global entre las situaciones de placer y de displacer, entre los buenos y los malos elementos de nuestra vida presente.
A lo largo de los años esta visión hedonista del bienestar ha sido estudiada a partir de conceptos como felicidad, moral o satisfacción vital. Actualmente, todos estos conceptos se suelen englobar en otro más amplio: el concepto de bienestar subjetivo, que incluiría fenómenos como las respuestas emocionales de las personas en determinado momento vital, la satisfacción respecto a cada dominio de la vida o una valoración global respecto a la propia vida.
Los primeros estudios sobre bienestar subjetivo, más que tomarlo como un objeto prioritario de investigación en sí mismo, lo recogían como un indicador para valorar el impacto que ciertos cambios negativos o situaciones desventajosas pueden tener sobre las personas o para medir la para medir la efectividad de ciertos programas sociales destinados a aliviar esas situaciones. En relación con las personas mayores, por ejemplo Okun, Holding y Cohn (1990) recogen los efectos sobre el bienestar subjetivo de intervenciones de diverso tipo (centradas en el sentido de control, en la actividad física, psicoeducativas, etc.) realizadas sobre personas mayores en también diversos contextos (desde los institucionales hasta los comunitarios).
Con respecto al efecto de la edad y a la trayectoria que puede seguir este tipo de bienestar en la segunda mitad de la vida, ya desde los primeros estudios se ha comprobado que, en general, el bienestar subjetivo como medida global parece no experimentar cambios significativos asociados a la edad, ni en estudios de tipo transversal ni en estudios longitudinales (Okun y Stock, 1987; Morganti, Nehrke, Hilicka y Cataldo, 1988).
Investigaciones más recientes, utilizando medidas de bienestar subjetivo que incluyen diferentes componentes, sí han logrado encontrar algunos cambios asociados a la edad en ciertas dimensiones del bienestar subjetivo, si bien estos cambios son relativamente poco importantes y en ocasiones incluso contradictorios de estudio a estudio. En concreto, y si diferenciamos entre afecto positivo y afecto negativo, este último, cuando cambia, parece hacerlo en sentido favorable a medida que en envejecemos. Es decir, las diferencias encontradas, cuando aparecen, indican que las personas más mayores (y en especial los hombres mayores) experimentan menos estados emocionales negativos que las de mediana edad, y éstos menos que los más jóvenes (Mroczek y Kolarz, 1998). Otros estudios longitudinales, como el de Charles, Reynolds y Gatz (2001), quienes estudiaron a cuatro generaciones durante un periodo de 21 años, revelan también esta ligera tendencia a la disminución del afecto negativo con la edad, aunque la tasa de decremento era especialmente pequeña en el caso de las personas más mayores de la muestra (los más ancianos entre los mayores). En relación con el afecto positivo, los resultados parecen ser más contradictorios. Por ejemplo, en el mismo estudio de Mroczek y Kolarz (1998) el afecto positivo parecía crecer algo con la edad. Sin embargo, quizá son más frecuentes los estudios que muestran más bien lo contrario. En este sentido, Diener y Lucas (2000) obtienen también cambios diferenciales en función de la dimensión, encontrando que el afecto o las emociones positivas tienden a declinar ligeramente con la edad, mientras que el afecto o las emociones negativas tienden a permanecer estables a lo largo del ciclo vital. Estos mismos autores atribuyen los ligeros declives en los estados afectivos positivos a la presencia en su medida de indicadores sobre estados de gran activación y excitación, aspectos estos que podrían ser algo menos frecuentes o, sobre todo, menos intensos a medida que pasan los años.
Por último, aquellos estudios en forma de sondeos de opinión que utilizan grandes muestras representativas de población (de miles o decenas de miles de personas) en ocasiones incluyen alguna pregunta genérica sobre sentimientos de felicidad, normalmente a partir de un solo ítem (¿Se siente usted feliz?). En algunos de estos estudios, la respuesta muy feliz tiende a ser ligeramente más frecuente en las personas de mayor edad (Mroczek y Kolarz, 1998), aunque en un examen de este tipo de sondeos recogidos en varios países de Europa y América, Inglehart (1990) llegó a la conclusión que la no relación entre porcentaje de felicidad manifestada y edad es la nota dominante.
Esta tendencia a la estabilidad del bienestar subjetivo aparece también si comparamos grupos con diferentes condiciones sociodemográficas, algunas de las cuales pueden en principio hacernos pensar que podrían afectar en gran medida al bienestar. Por ejemplo, grupos con diferente estatus marital, ingresos económicos dispares, condiciones objetivas de vida muy distintas, etc. muestran, por lo general, niveles muy similares de bienestar subjetivo. Este fenómeno ha sido denominado por algunos como la paradoja del bienestar, que Mroczek y Kolarz (1998; p. 1333) definen como la presencia de niveles elevados de bienestar ante dificultades objetivas o factores de riesgo contextual o sociodemográfico que intuitivamente deberían predecir infelicidad.
En el caso del envejecimiento, prácticamente todos los investigadores coinciden en que, a pesar de que pueda conllevar ganancias en ciertos ámbitos vitales, durante cierto tiempo o para ciertas personas, es un proceso que implica mayoritariamente pérdidas y cambios lo suficientemente negativos hacernos enfrentar a nuevas situaciones relativamente más desventajosas (Brandtstädter, Wentura, y Greve, 1993). Este tipo de cambios negativos tienen un especial carácter irreversible e incontrolable en dos ámbitos, el físico y el psicosocial. Así, pese a que ciertos indicadores de carácter más objetivo que generalmente se han incluido en el amplio concepto de calidad de vida (ver, por ejemplo, Fernández Ballesteros, 1996) declinan con la edad, el bienestar subjetivo parece no verse afectado. En concreto, como vemos en la siguiente figura, mientras los recursos económicos menguan a partir de la mediana edad, así como también son menos las personas mayores que cuentan con el apoyo de una pareja, la satisfacción vital permanece estable.
Figura 1.
Trayectoria de la
satisfacción vital y otros recursos durante la adultez y vejez
(adaptado de Diener, Suh, Lucas y Smith, 1999; p. 292)
Este fenómeno presenta al menos dos implicaciones interesantes. En primer lugar, evidencia que los cambios (incluso los más negativos) no repercuten directamente en la persona, sino somos capaces, especialmente cuando son experimentamos cambios esperados como sucede con el envejecimiento, de adaptarnos a ellos de manera que no minen (excepto quizá a corto plazo) nuestro sentido subjetivo de satisfacción vital. La estabilidad en esta dimensión a lo largo del ciclo vital implica un esfuerzo, automático o conscientemente dirigido, para ajustarse a las nuevas realidades ante las que le sitúa el proceso de envejecimiento, ante las que la persona no puede permanecer pasiva. Este esfuerzo adaptativo facilita que podamos sentirnos bien incluso cuando hemos experimentado pérdidas y puede ser considerado, desde nuestro punto de vista, como un importante ingrediente del envejecimiento satisfactorio (successful aging).
En segundo lugar, estos datos sugieren que tomar el bienestar subjetivo como indicador del buen envejecer puede implicar algunos riesgos. El más evidente es que incluso aunque las condiciones objetivas sean muy malas, las personas generalmente manifiesten sentirse subjetivamente bien o muy bien, y podamos llegar a la conclusión de que no es necesario hacer esfuerzos por cambiar esas circunstancias. Especialmente desde el punto de vista de las políticas sociales, confiar exclusivamente en indicadores como los índices subjetivos de felicidad o bienestar puede ser peligroso. En consecuencia, y si queremos seguir utilizando indicadores subjetivos, debemos encontrar algunos que sí sean sensibles a cambios en las circunstancias vitales de las personas mayores: este nuevo enfoque es el que proporciona la idea de bienestar entendido de manera no hedónica, sino eudaimónica.
Concepción eudaimonista del bienestar y envejecimiento
Frente a esta concepción tradicional del bienestar como bienestar subjetivo, ligado a los conceptos de felicidad y satisfacción vital, en más recientemente se ha propuesto una concepción alternativa. Desde este punto de vista, al que se ha denominado de la eudaimonía (recuperando las ideas de Aristóteles, para quién la felicidad consistía en la realización del daimon o verdadera naturaleza de cada uno), no todos los deseos y los resultados que una persona puede valorar conducen al bienestar una vez conseguidos, incluso aunque puedan aportar placer subjetivo. Así, esta concepción del bienestar, a la que denominaremos siguiendo a Ryan y Deci (2001) bienestar psicológico (y no bienestar subjetivo, como el anterior) sitúa el bienestar en el proceso y consecución de aquellos valores que nos hacen sentir vivos y auténticos, que nos hacen crecer como personas, y no tanto en las actividades que nos dan placer o nos alejan del dolor.
Waterman (1993) fue uno de los primeros autores en caracterizar este tipo de bienestar psicológico y diferenciarlo del bienestar subjetivo tradicional. Este autor vincula la concepción eudaimónica del bienestar a lo que él denomina sentimientos de expresividad personal. Este tipo de estados los vincula a experiencias de gran implicación con las actividades que la persona realiza, de sentirse vivo y realizado, de ver la actividad que se realiza como algo que nos llena, de una impresión de que lo que hacemos tiene sentido.
Desde una perspectiva quizá más amplia, Ryff (1995; p. 100) comenta que una caracterización más ajustada de más alto de los bienes humanos es definirlo como el esfuerzo por perfeccionarse y la realización del propio potencial. Así, el bienestar psicológico (la concepción eudaimónica del bienestar) tendría que ver con tener un propósito en la vida, con que la vida adquiera significado para uno mismo, con los desafíos y con un cierto esfuerzo con superarlos y conseguir metas valiosas, mientras que el bienestar subjetivo tendría que ver más con sentimientos de relajación, de ausencia de problemas y de presencia de sensaciones positivas presentes. Por poner un ejemplo extremo, una persona que esté experimentando sufrimiento y dolor (es decir, un bajo bienestar subjetivo) podría al mismo tiempo experimentar un gran bienestar psicológico (eudaimónico) si contempla ese sufrimiento como algo con significado desde su perspectiva que le hace convertirse en mejor persona. En resumen, y como comenta George (2000; p. 6), [la perspectiva del bienestar psicológico] enfatiza el funcionamiento positivo más que los sentimientos positivos.
En consecuencia, desde la visión del bienestar psicológico tiene sentido el intento de encontrar criterios y cualidades concretas y estables que permitan hablar de bienestar . En la medida en que una persona cumple esos criterios o posee esas cualidades, podríamos hablar de que presenta altos niveles de bienestar psicológico, mientras que en el caso del bienestar subjetivo la única medida es la experiencia actual de la persona. Sin embargo, esta definición más clara de lo que implica un funcionamiento psicológico positivo no está exenta de crítica. Algunos autores (George, 2000; Diener, Sapyta y Suh, 1996) han señalado que supone que el investigador se atribuye un supuesto conocimiento experto sobre lo que es el bienestar, definiendo unos estándares preestablecidos por encima de la propia opinión de los sujetos. Pero, argumentan estos investigadores, esos criterios supuestamente estables de bienestar están anclados en una determinada cultura de la que se extraen y, en último término, en la propia perspectiva del investigador.
Carol Ryff es quizá la autora que más ha avanzado en la definición y medida de esta visión alternativa del bienestar. Las dimensiones que Ryff identifica en su versión de bienestar personal son seis:
Autoaceptación, definida como el mantenimiento de una actitud positiva hacia sí mismo.
Relaciones positivas con otros, definida como la capacidad de mantener unas relaciones estrechas con otras personas, basadas en la confianza mutua y empatía.
Autonomía, que se relaciona con las cualidades de autodeterminación y la capacidad para resistir la presión social y evaluarse a sí mismo y las situaciones en las que se está en función de criterios personales.
Competencia ambiental, o la existencia de un sentido de dominio y control en el manejo de los entornos en los que se está implicado.
Propósito en la vida, definido como el sentido de que la vida tiene significado, y que este significado es capaz de integrar las experiencias pasadas con el presente y lo que traerá el futuro. Incluye la presencia de objetivos vitales definidos.
Crecimiento personal, que haría referencia a la sensación de estar creciendo y desarrollándose continuamente, a la visión de uno mismo como abierto a nuevas experiencias que nos enriquezcan y permitan realizar todo nuestro potencial.
Las investigaciones de Ryff parecen indicar que el bienestar psicológico es un concepto relacionado, aunque distinto, del bienestar subjetivo tal y como lo hemos caracterizado en el apartado anterior. De las dimensiones identificadas por esta autora, las dos últimas (propósito en la vida y crecimiento personal) serían los indicadores más claros de esta versión alternativa, eudaimónica, del bienestar (Ryff and Keyes, 1995; Keyes, Shmotkin y Ryff, 2002)
Respecto a la trayectoria evolutiva de las medidas de bienestar psicológico en la vejez, el panorama parece bastante diferente del que presenta el bienestar subjetivo. Mientras que este, como hemos ya comentado, permanece relativamente estable con el paso de los años, las medidas de bienestar psicológico obtenidas desde el modelo de Ryff presentan mayores diferencias, con algunas dimensiones mostrando claros efectos de la edad y otras siendo relativamente inmunes a esta variable.
En concreto, las dos dimensiones del modelo de Ryff más vinculadas a la versión eudaimónica del bienestar (crecimiento personal y propósito en la vida, como acabamos de mencionar) son precisamente las que muestran decrementos más claros a medida que la persona se hace mayor. En concreto, y en un estudio de Ryff (1989) con personas de tres edades diferentes (jóvenes, mediana edad y mayores), el declive es especialmente acusado al comparar personas de mediana edad y personas mayores. Además, y a diferencia del bienestar subjetivo, las medidas de bienestar psicológico sí parecen sensibles a cambios objetivos en las condiciones de vida, cambios no referidos únicamente a la edad, sino también por otras variables de tipo sociodemográfico, como el nivel de estudios, el nivel de ingresos o ciertos indicadores del estado de salud objetivo.
Nosotros mismos, en una investigación reciente (Villar, Triadó, Solé y Osuna, en prensa) hemos querido replicar estos estudios en un contexto diferente del estadounidense y aproximarnos a la evolución de este modelo de bienestar en edades avanzadas. Para ello, en primer lugar adaptamos al español una de las escalas que Ryff utiliza para medir su modelo de bienestar (en concreto, una escala de 54 ítems) y la aplicamos a una muestra de personas mayores de 60 años que residían en Barcelona o su área metropolitana. La muestra estaba dividida homogéneamente por sexo y grupo de edad (de 60 a 69 años, de 70 a 79 años y más de 80 años).
Los resultados que obtenemos van claramente en la línea indicada por Ryff: las únicas dos dimensiones que no muestran estabilidad, sino declives a lo largo de las edades estudiadas son precisamente crecimiento personal y propósito en la vida. En la figura 2 mostramos la magnitud de este declive, comparando nuestros resultados obtenidos en personas de más de 60 años con los resultados de Ryff (1989 , 1995), obtenidos con jóvenes, personas de mediana edad y mayores. Como vemos en la figura, el declive, aunque menos acusado que en el estudio de Ryff, se evidencia especialmente al comparar las personas de más y de menos de 80 años. Además, en nuestro estudio, como pasaba en el de Ryff, tener más estudios, más ingresos familiares o una mejor salud predecía mejores puntuaciones en las dimensiones crecimiento personal y propósito en la vida, mientras que eran factores que tenían poco que ver con el resto de dimensiones del bienestar.
Figura 2.
Puntuaciones medias de las dimensiones crecimiento personal y propósito en la vida. Se muestran los resultados obtenidos por Ryff (1989, 1995) en muestras de personas jóvenes, de mediana edad y mayores y los resultados de nuestro estudio (presentados en función de la edad: de 60 a 69, de 70 a 79 y más de 80)
Aunque por el momento todavía no disponemos de investigaciones longitudinales que puedan aclarar las razones que pudieran dar cuenta de estas diferencias, en principio son posibles dos hipótesis (Ryff, 1991; 1995):
Estos descensos podrían reflejar un contexto que, en el caso de las personas mayores, limita tanto sus oportunidades para seguir experimentando un crecimiento personal continuo como la posibilidad de disponer de experiencias significativas.
Los descensos en crecimiento personal y propósito en la vida podrían ser debidos a que estos aspectos adquieren un significado diferente a medida que nos hacemos mayores, en especial en comparación con el significado que adquieren en la juventud. De esta manera, a medida que envejecemos, estos aspectos adquirirían un menor énfasis y centralidad en nuestra experiencia personal.
Esta última idea, en nuestra opinión, podría estar expresando la dinámica adaptativa en la que nos implicamos a medida que envejecemos. Es decir, el decremento de esas dimensiones podría, más que ser un reflejo de teorías de declive o una expresión psicológica de una cierta desimplicación de la persona mayor, estar indicando un movimiento adaptativo y positivo por el que la persona se ajusta a unas condiciones cambiantes. Paradójicamente, el descenso evolutivo en los deseos de crecer y en tener un propósito vital, componentes del bienestar psicológico, estarían expresando en realidad un funcionamiento óptimo de la persona.
Conclusiones
En nuestro trabajo hemos revisar algunas perspectivas actuales sobre el bienestar. Hemos diferenciado dos de ellas, que hemos denominado la versión hedónica y la versión eudaimónica del bienestar. Estos tipos de bienestar no sólo pueden hacer referencia a distintas esferas de la persona, sino que, como hemos argumentado, pueden presentar sensibilidades muy diferentes al cambio en las circunstancias vitales objetivas. Hemos visto, por ejemplo, como mientras las medidas asociadas al bienestar subjetivo (las versión hedónica) parecen relativamente inmunes al envejecimiento o a una carencia de recursos (educativos, de salud, etc.), las asociadas al bienestar psicológico (la versión eudaimónica) presentan claras tendencias evolutivas. En este sentido, el uso de unas medidas u otras en estudios que pretendan abordar el bienestar en la vejez probablemente van a producir resultados muy diferentes.
Sin embargo, debajo de una y otra versión del bienestar podría estar un mismo proceso: el proceso de adaptación por el que la persona cambia para ajustarse a unas condiciones cambiantes a medida que se hace mayor.
La perspectiva que hemos resumido en el presente trabajo es valiosa no sólo porque permite contemplar como las personas somos capaces de cambiar las situaciones que nos rodean y cambiarnos a nosotros mismos a medida que envejecemos y con el fin de ver nuestra vida en términos optimistas, sino también porque, dentro de una línea de psicología positiva, el examen de esos procesos adaptativos que llevan a cabo las personas mayores que demuestran un buen envejecimiento (y el bienestar, en sus diversas formas, puede ser uno de sus indicadores) pueden ser extremadamente relevantes para proponer soluciones que favorezcan o faciliten ese buen envejecer (ver, por ejemplo, Villar, Triadó, Solé y Osuna 2003a y 2003b)
De esta manera, queremos destacar que en la definición de envejecimiento satisfactorio no sólo hemos de tener en cuenta medidas de funcionamiento objetivo (estado de salud y estado funcional, naturaleza de las actividades que lleva a cabo la persona mayor, etc.) y las tradicionales medidas de funcionamiento sujetivo (el bienestar subjetivo, la versión hedónica del bienestar), sino que también deberíamos incorporar dos aspectos adicionales: por una parte una versión eudaimónica del bienestar que, conservando la perspectiva subjetiva, tiene la ventaja de que es capaz de ser sensible a cambios contextuales. Por otra, no podemos hablar de envejecimiento satisfactorio sin tener en cuenta los procesos adaptativos encargados de orquestar y coordinar recursos de diverso tipo con los que cuenta la persona y sus esfuerzos para intentar mantener un funcionamiento objetivo y subjetivo en términos aceptables para la persona.
Referencias bibliográficas
Brandtstädter, J.; Wentura, D. y Greve, W. (1993). Adaptative resources of the aging self: Outlines of an emergent perspective. International Journal of Behavioral Development, 16, 323-349.
Charles, S.T., Reynolds, C. A. y Gatz, M. (2001). Age-related differences and change in positive and negative affect over 23 years. Journal of Personality and Social Psychology, 80, 136-151.
Diener, E. y Lucas, R.E. (2000). Subjective emotional well-being. En M. Lewis y J.M. Haviland (Eds.), Handbook of emotions 2nd. Ed. (pp. 325-337). Nueva York: Guilford.
Diener, E.; Sapyta, J.J. y Suh, E. (1996). Subjective well-being is essential to well-being. Psychological Inquiry, 9, 33-37.
George, L.K. (2000). Well-being and sense of self: What we know and what we need to know. En K.W. Schaie y J. Hendricks (Eds.), The evolution of the aging self (pp. 1-35). Nueva York: Springer.
Inglehart, R. (1990). Culture shift in advanced industrial society. Princeton: Princeton University Press.
Keyes, C.L.M.; Shmotkin, D.; Ryff, C.D. (2002). Optimizing Well-Being: The Empirical Encounter of Two Traditions. Journal of Personality and Social Psychology, 82, 1007-1022.
Morganti, J.B.; Nehrke, M.F.; Hulicka, I.M y Cataldo, J.F. (1988). Life-span differences in life satisfaction, self-concept, and locus of control. International Journal of Aging and Human Development, 26, 45-56.
Mroczek, D. K. y Kolarz, C. M. (1998). The effect of age on positive and negative affect: A developmental perspective on happiness. Journal of Personality and Social Psychology, 75 , 1333-1349.
Okun, M.A. y Stock, W.A. (1987). Correlates and components of subjective well-being among the elderly. Journal of Applied Gerontology, 6, 95-112.
Okun, M.A.; Olding, R.W., Cohn, C.M.G. (1990). A meta-analysis of subjective well-being interventions among elders. Psychological Bulletin, 108, 257-266.
Ryan, R. M. y Deci, E. L. (2001). On happiness and human potentials: A review of research on hedonic and eudaimonic well-being. Annual Review of Psychology, 52, 141-166.
Ryff, C. D. (1989). Happiness is everything, or is it? Explorations on the meaning of psychological well-being. Journal of Personality and Social Psychology, 57, 1069-1081.
Ryff, C.D. (1991). Possible selves in adulthood and old age: A tale of shifting horizons. Psychology and Aging, 2, 286-295.
Ryff, C.D. (1995). Psychological well-being in adult life. Current directions in Psychological Science, 4, 99-104.
Ryff, C. D. y Keyes, C. L. M. (1995). The structure of psychological well-being revisited. Journal of Personality and Social Psychology, 69, 719-727.
Seligman M.E., Csikszentmihalyi M.M. (2000). Positive psychology. American Psychologist, 55, 5-14.
Seligman, M. E. (2002). Authentic happiness: using the new positive psychology to realize your potential for lasting fulfullment. Nueva York: Free Press.
Sheldon, K. M., King, L. (2001). Why positive psychology is necessary. American Psychologist, 56, 216-217.
Villar, F.; Triadó, C.; Solé, C. y Osuna, M.J. (2003a). Bienestar, adaptación y envejecimiento: cuando la estabilidad significa cambio. Revista Multidisciplinar de Gerontología, 13, 152-162.
Villar, F.; Triadó, C.; Soler, C. y Osuna, M.J. (2003b). Hacia una concreción del envejecimiento con éxito: satisfacción personal y actividades cotidianas en la vejez. Informe para el IMSERSO no publicado.
Villar, F.; Triadó, C.; Soler, C. y Osuna, M.J. (en prensa). La medida del bienestar en personas mayores: adaptación de la escala Ryff . Revista Española de Psicología General y Aplicada.
Waterman, A.S. (1993). Two conceptions of happiness: Contrasts of personal expressiveness (eudaimonia) and hedonic enjoyment. Journal of Personality and Social Psychology, 64, 678-691.