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Número 10 - Junio 2002

La familia, la soledad y la muerte en la sociedad moderna

Victoria Eugenia Díaz Facio-Lince
vediaz@eafit.edu.co

Morir sin dejar un surco, un trazo, una sombra,
El recuerdo de una sombra
En ningún corazón, en ningún pensamiento,
En ninguna piel (…)

Manuel Bandeira (La muerte absoluta)

Sobre la familia moderna

Las características de la familia en la época moderna han sido trabajadas por disciplinas como la Historia y el Psicoanálisis, áreas que han producido elaboraciones sobre el tema que a primera vista son contradictorias. Como representante de la Historia, el francés Philippe Aries afirma que es en esta época cuando nace el sentimiento de la familia el cual hace que los individuos se separen de la sociedad y se resguarden en la intimidad de la vida privada. Propone que "la familia moderna no sólo sacó de la vida común a los niños, sino que igualmente suprimió gran parte de la dedicación y de las preocupaciones de los adultos. Dicha familia corresponde a una necesidad de intimidad y también de identidad pues sus miembros se reúnen por sus sentimientos, sus costumbres y el tipo de vida, y se oponen a las promiscuidades impuestas por la antigua sociabilidad".(1) Desde esta perspectiva, se exalta la familia de esta época y se caracteriza por el afecto en las relaciones entre sus integrantes.

Desde la perspectiva psicoanalítica, Jacques Lacan, en el texto "La Familia", define la estructura de la familia moderna a partir de la declinación de la imagen paterna. El autor propone que esta declinación está íntimamente ligada a la dialéctica de la familia conyugal donde se produce un crecimiento de las exigencias matrimoniales. Plantea además, que el deterioro de la imagen del padre constituye una crisis psicológica con consecuencias sociales que se evidencian en las distintas colectividades.

Estas dos perspectivas, contradictorias entre sí, plantean el interrogante de cómo conciliar los dos lugares, de exaltación y de deterioro de la familia moderna, que la historia y el psicoanálisis describen. Para ello, las mismas disciplinas nos brindan las respuestas necesarias.

Enseña la Historia que la Modernidad es un período de cambios en las estructuras sociales e individuales que han generado un quiebre en las formas de ver el mundo y la fe hacia un Dios absoluto. El énfasis científico y el proyecto ético que promueve el develamiento de lo ilusorio y la autocomprensión generan un cuestionamiento de Dios como aquel que ofrece todas las verdades y otorga al hombre la protección de un padre omnipotente. Este quiebre en la figura de un Dios absoluto tiene como efecto el deterioro de la imagen del padre, imagen que, originalmente, había brindado los contenidos para la construcción del ser superior.

Al desentrañar el significado de las ideas religiosas, el psicoanalista Sigmund Freud plantea que el hombre primitivo, enfrentado a las fuerzas de la naturaleza que le eran incognoscibles, incontrolables y le generaban una gran indefensión, utilizó un precedente infantil para humanizarlas y calmar así la angustia que le producían. Dice que "de niños todos hemos pasado por un período de indefensión con respecto a nuestros padres --a nuestro padre sobre todo-- que nos inspiraba un profundo temor, aunque al mismo tiempo estábamos seguro de su protección contra los peligros que por entonces conocíamos […] El hombre no transforma sencillamente las fuerzas de la naturaleza en seres humanos a los que pueda tratar de igual a igual […] sino que las reviste de un carácter paternal y las convierte en dioses, conforme a un prototipo infantil.(2)

De la imagen exaltada del padre emerge, entonces, el modelo para construir al Dios protector, pero en sentido contrario, el deterioro en la imagen de Dios en la Modernidad incide desfavorablemente en la fortaleza simbólica del padre, provocando la declinación de su imagen en el interior de la familia.

Retornemos ahora a la exaltación de la familia en esta época. Frente al deterioro simbólico de la estructura familiar, como efecto de la declinación del padre, la respuesta colectiva es la idealización. La mentalidad de la época moderna exalta la familia como lugar privado que se ha replegado a su intimidad, pero olvida que en su interior no se generan los lazos afectivos que el ideal propone, sino, con frecuencia, pequeños mundos de soledad.

En este sentido, Philippe Aries no se limita a la exaltación de la familia moderna, sino que aporta elementos para la comprensión de la crisis que se da en su interior. En los "Ensayos de la memoria", nos conduce a través del proceso que delimitó dos espacios: la casa y el sitio de trabajo, durante la Modernidad. La ciudad dejó de ser punto de encuentro de niños y adultos y pasó a ser la anti-ciudad definida por espacios totalmente privados. La vida se "especializó" y se repartió en lugares aislados: vida familiar- vida profesional, mientras que la calle, antes recorrida por todos, se volvió insegura e inquietante. Las relaciones se concentraron dentro de la casa y sus alrededores, evitando en lo posible tener que ir más allá.

En este movimiento de la familia moderna hacia el interior de las casas, se fortaleció la relación entre la madre y el hijo, mientras que el padre, dividido entre el trabajo y la casa, se fue desdibujando de la vida familiar para convertirse principalmente en un proveedor. La exaltación de la familia moderna se centra fundamentalmente en la nueva relación afectiva entre la madre y el hijo, y es coherente con la declinación de la imagen del padre que desaparece del espacio doméstico. A partir de aquí, Philippe Aries muestra la otra cara de la exaltación, es decir, la crisis de la familia:

"La familia sufrió una hipertrofia, como una célula monstruosa, cuando la sociabilidad de la ciudad se contrajo y perdió su poder de animación y de vida. A partir de este momento, la familia intentó llenar el vacío dejado por la decadencia de la ciudad y de las formas urbanas de sociabilidad. Esa familia dominante, todopoderosa, omnipresente, quiso llenar todas las necesidades afectivas y sociales. Hoy en día sabemos que fracasó en su empeño, ya fuera porque la privatización de la vida sofocó incomprensibles exigencias comunitarias, o porque la alienaron los poderes. El individuo actual le exige a la familia todo aquello que la sociedad exterior le niega por hostilidad o por indiferencia. ¿Cómo se llegó al extremo de exigirle todo a la familia como a una especie de absoluto?" (3)

Los miembros de la familia se internaron entonces en la casa creyendo hallar en ella un lugar seguro donde esperaron encontrar todos los afectos. La pareja y la familia adquirieron la obligación de cumplir las diversas funciones que antes la sociabilidad asumía; se les exigió que fueran el lugar de la realización erótica, de la amistad intensa, de la construcción del sentido de la vida, del encuentro entre compañeros, del intercambio, de la diversión. A esto el grupo familiar respondió con una crisis que evidenció la imposibilidad de una relación plena entre sus miembros y dio lugar a la inmensa soledad en la que cada uno quedó sumido. Ilustraremos esta situación con la obra "La muerte de Ivan Ilich", del ruso Leon Tolstoi.

La vida y la muerte del hombre moderno

En "La muerte de Ivan Ilich", Tolstoi narra con crudeza la vivencia de un hombre que se enfrenta a la enfermedad y a la muerte, sumido en las mentiras y el abandono de su familia y del medio que lo rodea. Pero no es éste el único personaje que vive la inminencia de la muerte de esta forma. Sabemos, por la historia de la familia y de la muerte, que el texto de Tolstoi refleja el lugar que la finitud, y todo aquello que la evoque como la vejez, la enfermedad y el deterioro, ocupan en la sociedad y en la estructura familiar moderna.

Tolstoi empieza el texto con una escena donde están reunidos un grupo de colegas en la oficina. "Ivan Ilich ha muerto", dice Piotr Ivanovich a sus compañeros, los cuales, nos cuenta el autor, le profesaban sincero cariño. Seguidamente empieza cada uno a pensar cómo esta muerte lo favorecerá en el cargo que ocupa en el ministerio. Ahora, los más "amigos" de Ivan Ilich piensan que tienen que cumplir con el desagradable pero necesario deber de asistir al entierro y hacer la visita de pésame a la viuda, mientras consideran su mala suerte por perder la partida de whist, programada para esa noche.

Esta primera escena impacta por los efectos que la muerte de Ivan Ilich causa en los amigos. ¿Cómo entender la actitud indiferente y despreocupada de aquellos que "le profesaban sincero cariño"? Aplacemos un poco la respuesta y miremos otra escena.

Piotr Ivanovich asiste al velorio en la casa de Ivan Ilich; allí se encuentra con la viuda quien, aparentemente inconsolable, pide hablarle en privado. Le cuenta allí de los terribles sufrimientos que antecedieron a la muerte de su esposo, pero los narra siempre referidos a cómo estos actuaron sobre sus propios nervios. Piotr Ivanovich es consciente de que la viuda finge su intenso dolor cuando la escucha pasar a cuestiones prácticas y le pide consejo de cómo hacer para sacarle al gobierno más dinero por la muerte de su esposo. Ante su imposibilidad de ayudarla, termina la conversación. El hombre se retira rápidamente de la casa y alcanza aún a asistir a la partida de whist con sus amigos.

El dolor fingido de la viuda nos interroga por los vínculos que en vida sostuvo Ivan Ilich. ¿Por qué ante su muerte encontramos en los dolientes, más que una pena real, un montaje que vela otro tipo de intereses? Para responder los cuestionamientos que suscitan estas dos escenas, acudamos primero a Vladimir Nabokov en su comentario sobre este texto de Tolstoi:

"En realidad, ésta no es la historia de la Muerte de Ivan Ilich, sino la historia de la Vida de Ivan. La muerte física que se describe en el relato, forma parte de la vida mortal, no es sino la última fase de la mortalidad (…) La fórmula tolstoiana es: Ivan vivió una mala vida, y puesto que una mala vida no es otra cosa que la muerte del alma, Ivan vivió una muerte en vida." (4)

La afirmación de Nabokov conduce a proponer que Ivan Ilich muere siendo coherente con su estilo de vida. Su muerte provoca en los dolientes un sentimiento consecuente con lo que su vida generó en su círculo familiar y social. El estilo de vida se construye atravesado por una lógica particular que se continúa en la forma de morir. Como plantea Norbert Elias: "La imagen de la propia muerte se halla íntimamente ligada a la imagen de sí mismo, de la propia vida y, simultáneamente, de la índole de esa vida".(5) Pero sólo sabemos hasta ahora, algo de los efectos que la muerte de Ivan Ilich causó en las personas más cercanas. Se abre entonces la pregunta acerca de la vida y la muerte de este hombre.

Tolstoi, al empezar a narrar la vida de este personaje, escribe una frase que recorrerá el resto del relato: "La vida de Ivan Ilich era una historia que no podía ser más vulgar y corriente, y más horrible"(6). Ivan es hijo de un funcionario, ya muerto, que trabajó en distintos ministerios y departamentos y que, a pesar de demostrar su completa incapacidad, se sostuvo en cargos imaginarios o ficticios, recibiendo buenos salarios. Todos los hijos siguieron, unos más que otros, pero sin alejarse ninguno demasiado, la línea del padre, donde el significante "incapacidad" recorre, al parecer, todas sus vidas.

Ivan Ilich es un hombre inteligente, agradable, decoroso, quien cumple su deber --deber que siempre es marcado por los hombres más encumbrados--. Su identidad, a lo largo de la vida, se la proveen aquellos que detentan el poder. Así, se reflejan en él los ideales de la sociedad moderna donde se hace la apuesta a la consecución del poder social y se deja de lado el propio deseo. Es un ser para quien las historias de la infancia y la juventud pasan sin dejar marca alguna. Estudia en la Escuela de Jurisprudencia y va escalando posiciones que le permiten sostener su ideal de tener una existencia signada siempre por la despreocupación, el agrado y el decoro. Disfruta el poder y los cargos donde posee el dominio sobre otras personas.

Al conocer a la mujer que será su esposa, Praskovia Fiódorovna, decide casarse al notar que ella se ha enamorado de él y no encuentra un motivo para no hacerlo:

"Decir que Ivan Ilich se casó porque se había enamorado de su novia y había encontrado en ella la misma visión que él tenía de la vida, sería tan injusto como decir que se casó porque las personas de su sociedad aprobaban su elección. Ivan Ilich se casó guiándose por ambas consideraciones: eligiendo esta esposa hizo algo que le resultaba agradable y, al mismo tiempo, lo que las personas más encumbradas consideraban correcto". (7)

Cuando la mujer empieza su primer embarazo, después de un breve tiempo de vida agradable, comienza para ellos el pequeño infierno familiar con grandes exigencias y solicitudes, propias del ideal de la familia moderna, para que él permanezca en casa compartiendo su aburrimiento. Estos requerimientos siembran el malentendido en esta pareja e Ivan Ilich nota que su vida está perdiendo el agrado y el decoro; siente la imperiosa necesidad de conservar un mundo al margen de la familia donde intenta salvarse del derrumbamiento de un ideal familiar que, en tanto ideal, estaba desde un principio condenado al fracaso. Dedica entonces más tiempo al trabajo, mientras se va desdibujando cada vez más de la vida familiar. Después del nacimiento de varios hijos, de los cuales sobreviven dos, la vida familiar se hace progresivamente más desagradable y él huye cada vez más a su espacio profesional:

"Quedaban sólo escasos períodos de amor que se hacían muy breves. Eran islotes a los cuales atracaban un momento, para luego adentrarse de nuevo en el mar de la hostilidad latente, expresada en el alejamiento mutuo en que vivían. Este alejamiento hubiera podido afligir a Ivan Ilich si él hubiera considerado que no debía ser así, pero ahora admitía ya esta situación no sólo como normal, sino como el fin de su actividad en el seno de la familia […] Pero lo principal que Ivan Ilich tenía a su disposición era el trabajo. Este mundo concentraba para él todo el interés en la vida". (8)

¿Pero es acaso esta descripción de la vida familiar de Ivan Ilich algo extraño? Retornemos a la primera parte donde encontrábamos en la familia moderna precisamente las características que ahora leemos en Ivan Ilich. El padre desaparece del espacio doméstico y se concentra en su papel de proveedor convirtiéndose en una imagen pobre, ausente, mientras se fortalece la relación entre la madre y los hijos. Veíamos que al desaparecer otros lugares de sociabilidad, se le exige todo al espacio familiar a partir de la configuración del ideal de una familia absoluta. Se genera así una respuesta inversa de crisis que denuncia el fracaso del ideal y deja a cada miembro de la familia cada vez más solo conviviendo con otros sujetos que comparten el aislamiento. La familia moderna se caracteriza entonces porque ni dentro de ella, ni en su exterior, existen lazos afectivos fuertes. Al dividir tajantemente la vida en los espacios de la casa y el trabajo, los colegas del trabajo se convierten en "los amigos", con quienes tampoco hay un vínculo afectivo sólido. Se encuentra entonces el hombre moderno en una soledad profunda donde ni en la familia, ni en la calle, y aún menos en Dios, encuentra ya compañía.

Pero la vida y la muerte siguen siempre una misma lógica. Veamos ahora cómo la gran soledad en la vida moderna se refleja en consecuencia, en el inmenso aislamiento en el que cae el moribundo en esta época. Volviendo al texto, nos encontraremos entonces que ni en el interior de la familia, ni por fuera de ésta, hay un interés real por la enfermedad y la muerte de Ivan Ilich. Éste ha conseguido un cargo que le brinda las posibilidades de vida que él siempre ha deseado; consigue una casa y la decora él mismo poniendo allí todo su interés. Es un momento en el que se considera completamente feliz; y es justamente cuando está en la cima de su felicidad que se encuentra con la muerte. No deja de llamar la atención que es precisamente en el momento cúlmen de su vida, cuando empieza a recorrer el camino hacia la muerte.

Decorando su nueva casa, cae y se lastima un costado. Inicialmente esto no tiene mucha importancia, pero luego un dolor permanente y un deterioro progresivo lo enfrentan con la pregunta por la gravedad de su situación. Empieza aquí en Ivan Ilich una relación con la enfermedad y con la muerte, que tiene elementos singulares, pero que refleja además una experiencia común en la Modernidad. Es ésta la época que Philippe Aries ha denominado como la de la "Muerte prohibida", y que nombra una consigna que dicta: "No morirá nadie." La muerte pasa a ser algo desagradable y ominoso de lo que es mejor no hablar. El moribundo y todo aquel que por sus circunstancias evoque la muerte, como el anciano y el enfermo grave, ponen a la sociedad de cara con aquello de lo que nada quiere saberse, son aislados o abandonados, evitando así la confrontación con el final. Ivan Ilich empieza, a raíz de su enfermedad, un peregrinaje por toda una serie de médicos que nombran partes de su organismo pero lo excluyen a él de su cuerpo, al ignorar sus preguntas. Él, persistente y esperanzado, toma cumplidamente todas las medicinas y sigue cada recomendación. Pero el deterioro continúa y él no halla un nombre para su padecimiento. Ivan Ilich pide a gritos la verdad, pero los médicos y la familia, consecuentes con la época, prefieren callar. Al respecto, dice Philippe Aries:

"Hoy ya no queda nada del carácter de solemnidad pública que poseía el momento de morir. Lo que debía ser evidencia, se ha vuelto disimulo. Lo que debía constituir solemnidad, ha quedado escamoteado. Se da por supuesto que el primer deber de la familia y del médico, consiste en ocultar a un enfermo condenado la gravedad de su estado. El enfermo nunca debe enterarse de que se le acerca el fin. La nueva costumbre requiere que muera en la ignorancia de su muerte" (9)

Es importante señalar la relación entre la muerte moderna rodeada de silencio, y la familia moderna donde hay, según dice Ariès, un monopolio afectivo. Plantea este autor que la desconfianza que rondaba en las familias anteriormente, se transforma a partir del final del siglo XIX en una confianza absoluta que hace que el grupo familiar pase a ser el dueño de la verdad y de las decisiones que competen al enfermo; se escuda la alineación, a la cual éste queda sometido, bajo la premisa de obrar siempre en busca de su bienestar.

"A partir del momento en que un grave riesgo amenaza a un miembro de la familia, ésta conspira de inmediato para privarlo de su información y de su libertad. El enfermo se convierte entonces en un menor de edad, como un niño, un débil mental, y el esposo o los parientes lo tomarán a su cargo, separándolo del mundo (…)" (10)

Ivan Ilich es despojado de la verdad sobre su enfermedad. Es difícil de entender en este caso el planteamiento de Ariès de que es el monopolio afectivo y el intenso dolor que esta verdad causa en su grupo familiar, lo que obliga al silencio. Encontramos de nuevo aquí la imagen de una familia exaltada, diferente a la de los cotidianos conflictos como los de Ivan Ilich. Es cierto que él tiene que vivir su enfermedad sumido en un silencio que no le permite apropiarse de la verdad sobre su muerte; pero también es cierto que vive este proceso en la más profunda soledad, sintiendo que no hay un interés real de su esposa y sus hijos por su estado. Esta familia no es entonces la del monopolio afectivo, sino la de la soledad en convivencia. Esto se evidencia en el texto en escenas como la siguiente:

Ivan Ilich ha asistido donde el médico, y aunque no ha recibido un diagnóstico claro, le parece que el sentido de lo que el doctor ha dicho es muy grave. Llega triste y apenado. "Al llegar a casa empezó a contar a su mujer lo sucedido. Ella lo oía, pero en plena explicación entró la hija con el sombrero puesto: ambas se habían hecho el propósito de salir. Haciendo un esfuerzo, la hija se sentó a escuchar aquella lata, pero no aguantó mucho. Tampoco la madre resistió hasta el final." (11)

No encontramos en esta familia un sentimiento compartido; no hay com-pasión por lo que le ocurre al padre. Pareciera más bien que dentro de la constelación de este grupo, donde priman los "esquemas de trivialidad, el mecanismo automático, la vulgaridad insensible,"(12) donde los significantes dominantes son lo agradable y lo decoroso; la enfermedad y la muerte de Ivan Ilich aparecen como algo incómodo, sucio, indecoroso, que viene a interrumpir una lógica familiar donde nada quiere saberse del dolor. De nuevo encontramos cómo la Modernidad exige a la familia que responda a situaciones para las cuales la lógica que allí se ha construido, no brinda ninguna respuesta.

El moribundo en la sociedad moderna es dejado en soledad; progresivamente se le va aislando del mundo de los vivos, ya que al sobreviviente le cuesta cada vez más trabajo identificarse con aquél que se encuentra ante el horror de la muerte y lo abandona para sentirse a salvo de esa verdad. En Ivan Ilich, sólo Guerásim, su fiel servidor, logra ponerse en el lugar de su amo y comparte con él un sentimiento transparente. Se representa aquí la oposición entre dos actitudes frente a la muerte: la muerte domada, propia de una mentalidad que recorre un largo período hasta la primera Edad Media; en la que el sobreviviente sabe que la muerte es el destino de todos y por tanto no huye del moribundo; y la muerte prohibida, característica de la Modernidad, en la que la negación de la finitud como destino general, prima en los sobrevivientes. Un día el enfermo intenta evitarle a Guerásim la molestia de sus cuidados pero aquél responde: "Todos hemos de morir. ¿Por qué no he de tomarme esta molestia?" (13)

En el aislamiento de los moribundos en la Modernidad, reconocemos también otra vertiente. Es esta una época en donde prima el ideal del individualismo lo cual configura una tendencia al aislamiento. La soledad del enfermo que va a morir no es producida sólo por la actitud de los otros hacia éste, sino porque él también se aísla como respuesta a un ideal de autonomía. Al respecto dice Norbert Elias acerca de las características de las sociedades modernas: "Entre estas características [de la época moderna] se cuenta un grado de individualización relativamente muy elevado de la persona, la contención de todos los impulsos instintivos y emocionales fuertes[…] y las tendencias al aislamiento de los demás y a la soledad […] También en los moribundos puede detectarse esta tendencia."(14)

La soledad que rodea al moribundo en la Modernidad se corresponde con la experiencia de soledad que vive el hombre de esta época. De nuevo en este aspecto, la forma de morir es coherente con la forma en que se ha vivido. En Ivan Ilich, encontramos estas características de la Modernidad. No es que él haya sido cruelmente abandonado durante su enfermedad; su muerte, por el contrario, es consecuente con una vida donde primó el ideal individualista y donde los lazos afectivos que se construyeron fueron tan débiles, que no llegaron nunca a afectar este propósito. Si lo pensamos desde la perspectiva de la familia, vemos que esta época determina un estilo de vida en soledad para cada sujeto y, consecuentemente, marca un destino mortal en soledad.

Los últimos días de Ivan Ilich son llenos de sufrimiento físico; pero lo que más lo atormenta es la pregunta que le ronda por el sentido de su existencia. La intuición, en principio turbia, luego transparente, de que toda su vida fue una equivocación. Rememora paso a paso, los que consideraba los mejores momentos de su vida y no encuentra ya en ellos ningún agrado. Sus alegrías aparentes se esfuman y se convierten en algo insustancial. "En realidad", descubre, "toda mi vida consciente ha sido un engaño". "Cuando por la mañana vio al lacayo, luego a su esposa, luego a su hija y luego al doctor, cada uno de sus gestos, cada una de sus palabras venían a confirmar la verdad que por la noche había descubierto. En ellos se veía a sí mismo, veía lo que había constituido su vida, veía que todo eso era una equivocación, un enorme y horrible engaño que no dejaba contemplar ni la vida ni la muerte. La conciencia de que esto era así incrementaba, duplicaba sus sufrimientos físicos."(15)

La inminencia de la muerte se vuelve terrible para Ivan cuando evidencia que su vida está vacía y carente de significado. A este sentimiento se suma el inmenso dolor que le produce el hecho de que, a pesar de que todavía está vivo, percibe que ya no representa nada para los que lo rodean, lo cual agudiza su intensa soledad. Se da cuenta que en el curso de su vida no ha construido un significado en la relación con los otros y que en el momento de la muerte no representa nada para nadie. Esto lo lleva a sentirse perdido pues no hay nada del otro que le defina su lugar.

Ivan Ilich se nos presenta como un claro reflejo, logrado en su obra por Leon Tolstoi, de cómo la familia moderna, idealizada como respuesta a su deterioro simbólico, determina que el hombre moderno viva en soledad compartida esperando todo de una estructura que no puede brindar respuestas absolutas. Asimismo, coherente con su estilo de vida, el hombre de la Modernidad muere en soledad y aislamiento, mientras es cubierto por un velo de indiferencia y mentira que busca que el dolor y la inminencia de la muerte no interrumpan la búsqueda de la felicidad y del bienestar tan anhelados en esta época.

Citas textuales

1. Philippe Ariès, El niño y la familia en el antiguo régimen, Barcelona, Taurus, 1989. p. 542.

2. Sigmund Freud, "El porvenir de una ilusión", Obras completas. T. III Madrid, Biblioteca Nueva, 1984, p. 2969.

3. Philippe Ariès, Ensayos de la memoria, Bogotá, Norma, 1995, p. 311.

4. Vladimir Nabokov, Curso de literatura rusa, Barcelona, Grupo zeta, 1997, p. 422.

5. Norbert Elias, La soledad de los moribundos, Madrid, Fondo de cultura económica, 1987, p. 76.

6. Leon Tolstoi, La muerte de Ivan Ilich, Navarra, Salvat, 1969, p. 26.

7. Ibid., p. 32.

8. Ibid., p. 34.

9. Philippe Ariès, La muerte en occidente, Barcelona, Argos Vergara, 1977, p. 142.

10. Ibid., p. 143.

11. Leon Tolstoi, Op. cit., p. 46.

12. Vladimir Nabokov, Op. cit., p.425.

13. Leon Tolstoi, Op. cit., p. 62.

14. Norbert Elias, Op. cit., p. 73.

15. Leon Tolstoi , Op. cit., p. 77.

Bibliografía

ARIES, Philippe. Ensayos de la memoria. Santafé de Bogotá: Norma, 1995.

ARIES, Philippe. La muerte en occidente. Barcelona: Argos Vergara, 1977.

ARIES, Philippe. El niño y la familia en el antiguo régimen. Barcelona : Taurus, 1989.

ELIAS, Norbert La soledad de los moribundos. Madrid: Fondo de cultura económica, 1987.

FREUD,Sigmund "El porvenir de una ilusión". Obras completas. T. III Madrid: Biblioteca Nueva, 1984

LACAN, Jacques. La familia. Buenos Aires: Homo Sapiens, 1997

NABOKOV. Vladimir. Curso de literatura rusa. Barcelona: Grupo zeta, 1997

TOLSTOI, Leon. La muerte de Ivan Ilich. Navarra: Salvat, 1969

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