Consideraciones generales sobre el concepto de salud en la vejez
Deisy
Krzemien
dekrzem@mdp.edu.ar
El envejecimiento en la sociedad actual
El advenimiento del milenio conlleva algunos cambios sociodemográficos. El aumento de la esperanza de vida de la población en general, la cual se ha prolongado más allá de los 65 años, implica un aumento creciente de la población de adultos mayores a nivel mundial. Sin embargo se cuenta con escasa experiencia sobre las connotaciones psicosociales que este hecho supone.
No hace mucho se han comenzado a redefinir los estándares de salud física y psíquica que caracterizan una vejez saludable (Pineault y Daveluy, 1995), ya que los patrones de salud-enfermedad que los profesionales de la salud venían utilizando resultan ser inadecuados ante los cambios psicosociales y sociodemográficos, llevando así a falacias de apreciación diagnóstica. Un ejemplo de ello es la homologación de vejez y enfermedad, lo cual no es necesariamente cierto ya que existen adultos mayores que disfrutan de un estado de salud óptimo. Muchos de los síntomas que presentan los ancianos y que antiguamente se consideraban patológicos, siendo explicados por la existencia de una enfermedad específica o bien por el proceso normal de envejecimiento, hoy no son entendidos más que como manifestaciones difusas, orgánicas o psíquicas debidas a cambios psicosociales, producidos por el ingreso a la tercera edad (Barros Lazaeta, 1989). Según La Rosa, (1988) no exist irían enfermedades propias de una etapa de vida -la vejez, en este caso-, sino propias de un estilo de vida, lo cual hace referencia a factores socioculturales, a estilos de comportamiento y sus implicancias psicológicas.
En nuestra cultura se tiende a pensar que una persona de edad avanzada está limitada física e intelectualmente, limitación ligada al deterioro progresivo de las capacidades funcionales (Fernández Ballesteros, 1992). La representación social predominantemente negativa de la vejez le asigna al adulto mayor un lugar socialmente desfavorable, que contribuye a inhabilitarlo como sujeto de acción, a restarle sentido a su vida y a predisponer a quien envejece a centrarse en los cambios somato-psíquicos (Monchietti y Lombardo, 1996). Por supuesto que esta reflexión no supone plantear que no existan patologías que se presentan con el avance de la edad y que puedan reducir la capacidad funcional de la persona. Pero sí es posible afirmar que lo contrario tampoco es cierto, es decir, que la vejez sea sinónimo de enfermedad, ya que esta idea estaría poniendo en evidencia la presencia de un prejuicio social hacia la tercera edad, descalificando a priori el potencial de salud en el adulto mayor. Creemos que esta representación social y valoración personal acerca de la vejez influenciaría directa o indirectamente las prácticas y quehaceres profesionales (Monchietti y Lombardo, 1999; Salvarezza, 1999; Monchietti, 2000).
Podría pensarse que ciertos estudios sobre la vejez se han centrado demasiado en la vulnerabilidad del cuerpo viejo, en los cambios sociales que conlleven pérdida de roles y funciones, destacando los duelos y pérdidas como característicos de esta etapa vital. Esta concepción encuentra su basamento ideológico en la Teoría del Desapego, postulada por Cummings y Henry (1961), en un intento de explicación y teorización del proceso de envejecimiento. Cuando se concibe la vejez asociándola con un progresivo deterioro psíquico y un paulatino debilitamiento de las funciones vitales, se remarcaría un proceso de reducción del interés hacia las actividades y personas del medio, relacionado con esta tendencia natural al aislamiento. Si bien las personas que envejecen experimentan un gradual desgaste del funcionamiento del organismo, esto no implicaría necesariamente un proceso degenerativo ni involución en términos de deterioro orgánico (Pszemiarower, 1988). Podemos pensar que la declinación de las habilidades se debería más a la carencia de desarrollo de actividades, en particular las socialmente valoradas, como así también al aislamiento social, que al envejecimiento mismo. Por el contrario, si se consideran los postulados de la Teoría de la Actividad -desarrollada por Havinghurst y cols. (1963)-, los ancianos siguen en condiciones de disfrutar los placeres de la vida; necesitan, como en todas las etapas vitales, estímulos intelectuales, afectivos y físicos; y quieren seguir perteneciendo a la sociedad de la que forman parte. En este sentido, siguiendo a Barros Lazaeta (1989), el envejecimiento sería un proceso de adaptación a condiciones cambiantes provenientes del organismo, de los dinamismos psicológicos y del medio social, cuyo carácter dependerá de cómo se encaran y resuelven los problemas. De todas maneras, estas ideas muestran la importancia de ahondar en el análisis de las vinculaciones entre los conceptos de salud y vejez.
El concepto de salud
El término salud, es de difícil definición: por un lado porque se trata de un concepto de contenido valorativo en gran medida, y por otro porque la consideración y evaluación de los síntomas y procesos físicos, psíquicos y comportamentales que se utilizan para designar una persona como sana o enferma varían de acuerdo a paradigmas científicos dominantes en cada cultura y momento histórico. Es decir, el estado de salud o enfermedad no depende sólo de factores biológicos, orgánicos o físicos sino de un conjunto de valoraciones en relación a las concepciones científicas y prácticas sanitarias específicas (Páez, 1986; Evans, Barer y Marmor, 1996).
Las consideraciones acerca de la salud han implicado un debate problemático debido a la carenc ia de un marco conceptual común que distinguiera los componentes principales relacionados con la salud, y a la vez que sea suficientemente amplio para que pudiera establecer la importancia relativa de los diversos factores contribuyentes en los problemas de salud (Pineault y Daveluy, 1995). La perspectiva canadiense del campo de la salud presentado por el Ministerio de Salud y Bienestar Nacional de Canadá en 1974, representó un verdadero avance en este sentido, ya que se abandona la prioridad absoluta, propia de perspectivas antiguas, conferida a los aspectos orgánicos y a la organización de la atención de la salud. Los "componentes del campo de la salud" propuestos fueron:
- biología humana, como la constitución orgánica del ser humano, por ejemplo una enfermedad hereditaria.
- medio ambiente, es decir, los factores externos al cuerpo humano, por ejemplo la contaminación del aire.
- estilo de vida, sería el conjunto de decisiones y hábitos personales como por ejemplo el hecho de vivir solo.
- atención sanitaria como la prestación de servicios de salud, por ejemplo la enfermería.
Desde entonces, la OMS ha adoptado la consideración de estos componentes de la salud como "mapa del territorio de salud" para una mejora del nivel de salud de la población. De esta manera, en los últimos años se han producido en el campo de la salud modificaciones conceptuales importantes que han ido afectando las prácticas asistenciales. Estas modificaciones suponen la ampliación en la consideración de factores intervinintes en la definición del estado de salud, favoreciendo la introducción de factores psicosociales y sociocomunitarios en función de un enfoque basado en la salud y no meramente en la ausencia de enfermedad.
Una mirada histórica del concepto de salud
Revisaremos ahora algunas cuestiones acerca de la salud que se han discutido en los últimos tiempos. No se pretende hacer una revisión exhaustiva del concepto de salud, sino más bien presentar algunos comentarios que contextualizan el constructo.
Desde una perspectiva histórico-evolutiva hemos hallado que la noción de salud se ha ido complejizando. Nos interesa destacar cinco concepciones principales entre otras:
La salud como bienestar del organismo humano: supone el funcionamiento orgánico, morfológico y funcional dentro de ciertos parámetros biológicos (homeostasis). Salud es, en esta concepción, bienestar del cuerpo y del organismo físico. Si el organismo no posee alteraciones observables, existe salud; y sólo cuando haya una alteración del soma existiría enfermedad.
La salud como ausencia de síntomas, la salud sería "ausencia de malformaciones, lesiones y cuerpos extraños" (Lain-Entralgo,1965). La persona sana es aquella que rinde sin fatiga lo que la sociedad o el mismo esperan. Así, los indicadores diagnósticos utilizados contemplan la presencia de síntomas, el funcionamiento alterado y la duración de tales síntomas. Este enfoque mide el trastorno de dos formas: que el propio sujeto refiera sus síntomas, confrontándose con índices predeterminados, o que el personal especializado evalúe el trastorno mediante entrevista estructuradas, para llegar así a constituir un cuadro diagnóstico.
La salud como bienestar físico y emocional: se refiere a un equilibrio físico y psíquico donde se plantearía un continuo dimensional donde la salud se acercaría al predominio de niveles psicofísicos positivos (Mirowsky y Ross). Se intenta superar la oposición tradicional entre lo psíquico y lo orgánico. A medida que se logran mayores niveles de salud física es cuando la medicina reconoce la relación entre organismo físico y psíquico.
La salud como calidad de vida: se refiere a aspectos tanto objetivos del nivel de vida como subjetivos, y se incluyen aspectos sociales, físicos y psicológicos. Desde esta perspectiva la satisfacción vital y de las necesidades psicosociales son esenciales en el logro de la salud. Las escalas inscriptas dentro de esta concepción se preocupan por medir síntomas, bienestar y el funcionamiento integral de la persona.
La salud como presencia de capacidades y atributos individuales positivos: se refiere al logro en múltiples áreas de la vida, como por ejemplo, relaciones interpersonales, trabajo, resolución de problemas (Jahoda).
Por otro lado pueden describirse distintos criterios convencionales con los cuales se entiende la salud:
Criterio estadístico de normalidad: Según este enfoque podríamos dar una doble ascepción de la salud: sería salud lo que aparece con más frecuencia, es decir, sería salud aquellos comportamientos, aptitudes, que en relación al grupo social quedan dentro del área de normalidad de la curva de Gauss, es decir, una desviación standard, por encima y debajo de la media aritmética (Coderch, 1991) La mayoría de los autores coinciden en criticar respecto de este criterio dos defectos fundamentales: no discrimina suficientemente entre las desviac iones por exceso y por defecto; y no aclara la esencia de la normalidad, que va a depender más de cómo sea la muestra con la que se compara que del sujeto mismo.
Criterio médico: es utilizado ampliamente en el ámbito de la psicopatología y clínica médica. En este modelo se consideran indicadores fisiológicos, diagnósticos de enfermedades, minusvalías, signos en la exploración psicofísica, síntomas de dolor y malestar, hospitalizaciones, como ítems que permiten medir la salud.
Criterio social: Supone considerar al sujeto por sus relaciones con los otros miembros del grupo social al que pertenece y en relación a las normas del grupo. Salud sería la adaptación del individuo al grupo condicionado por el conocimiento cultural (Dubos, 1959). De acuerdo a este criterio, la socialización en la vida de un grupo lleva al sujeto a formular suposiciones sobre sí, delimitadas por las relaciones con los otros miembros del grupo y por ellos aprobados según su relación con el trabajo colectivo, la contribución que tiene obligación de proporcionar; estas suposiciones se refieren a su puesto dentro del grupo, que es sostenido por las normas del grupo. Los síntomas serían formas de comportarse inadaptadas (formas de desviación social), es decir, la prueba de cómo el individuo no está dispuesto a ocupar su propio puesto dentro de la organización social.
Promoción de la salud: una perspectiva prometedora
En las últimas décadas, y desde un enfoque mucho más sociocomunitario, se ha enfatizado el modelo de la promoción de la salud, el cual concibe la salud es la capacidad de desarrollar el propio potencial personal y responder en forma positiva a las exigencias del medio, destacando recursos psicosociales y capacidades físicas (Epp, Kickbusch, Lalonde y Terris, OPS, 1996). Desde este enfoque de la promoción de la salud, sería posible demorar la aparición de enfermedades o aliviar la sintomatología si se sigue un cierto estilo de vida. Debe entenderse por promoción de la salud a "aquellas condiciones que se manifiestan en cambios en el estilo de vida que se traducen en una disminución del riesgo de enfermar y morir, ya que al mismo tiempo se mantienen o mejoran en su totalidad" (Programa de promoción de la salud de los ancianos para Latinoamérica y el Caribe basado en la investigación, OMS, 1990). Los pasos positivos que desarrollan los propios individuos para el logro de estilos de vida saludables es lo que los autores de este modelo refieren con el término "autocuidado", neologismo adoptado por la Asamblea Mundial de Viena de 1982, y forma parte de los programas de Educación para la salud que promueve la OMS (NIA, 1994). El autocuidado supone el suministro de información a fin de evitar hábitos nocivos, favorecer una dieta adecuada, y estimular la actividad física, intelectual y social. Podemos pensar que el autocuidado sería el vehículo a la promoción de la salud, ya que favorece un mayor control sobre los determinantes de la salud, y así permite mejorar el propio estado de salud.
Desde la última década, la OMS concibe la salud como "un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones y enfermedades" (1990). Este concepción representa una expresión positiva y no se reduce a la descripción de circunstancias negativas. Coincidentemente, el interés de las Organizaciones de Salud Pública se concentra de manera preferente en una definición de salud en el sentido amplio, haciendo referencia al bienestar psicofísico, el desarrollo de la misión de vida, las relaciones con los demás, la creatividad, la productividad, y la satisfacción personal. El balance entre estos procesos biopsicosociales se traduce en un cierto nivel de bienestar. Esto es lo que destaca la OMS al definir la salud no en términos de déficit sino de mantenimiento y desarrollo de la capacidad funcional del individuo. Así, la salud resulta ser un concepto subjetivo-objetivo de valoraciones de satisfacción personal y social (OMS, 1998).
Lopategui (2000) distingue salud física, psíquica y social: la salud física consiste en el "nivel de susceptibilidad a una enfermedad, peso corporal, agudeza visual, fuerza, potencia, coordinación motora, nivel de tolerancia y rapidez de recuperación". La salud psíquica sería "la capacidad para mantener relaciones armoniosas con los demás, satisfacer las necesidades instintivas potencialmente en conflicto sin lesiones a los demás y ser capaz de participar en las modificaciones positivas del ambiente físico y social." Por último, la salud social supone "la habilidad de interaccionar bien con la gente y el ambiente, habiendo satisfecho las relaciones interpersonales."
En acuerdo con estas definiciones, la salud no supone sólo la evaluación de la ausencia de patología, sino que se trata de un estado positivo que se intenta lograr y mantener y no algo que sucede únicamente como consecuencia del tratamiento de padecimientos y alteraciones. Se la concibe como una fuerza básica y dinámica de nuestro vivir cotidiano, en la que influyen las creencias, la cultura y el marco social, económico y ambiental (OMS, 1998).
Como ha podido verse, las concepciones actuales de la salud coinciden en considerar que son múltiples los factores intervinientes que propician un determinado estado de salud tanto en lo objetivo como en el registro de lo subjetivo. La vida del hombre es multidimensional y por lo tanto también lo es su salud. Por eso, al momento de la evaluación del estado de salud se consideran factores orgánicos (herencia genética, enfermedades cerebrales), psicológicos (satisfacción con la vida, capacidad funcional), socio-ambientales (redes de apoyo, servicios sociales) y culturales (representación social, ideales sociales) como condicionantes . En relación a estas ideas, el Plan Nacional Plurianual (2000/02) en el área Salud ha destacado principalmente entre las líneas de trabajo la identificación de factores culturales que inciden desfavorablemente en la salud de la población, con el fin de lograr estrategias de comunicación tendientes a: a) mejorar los estilos de vida y promover condiciones saludables, b) lograr mayor participación de la comunidad en el cuidado de la salud, y c) implementar el desarrollo de comunidades saludables.
Así, a través de estas breves referencias citadas, se observa un pasaje desde la concepci ón biologisista de la salud a otra de orientación social: la primera, tiende a considerar la salud en términos físico-químicos, por lo que existiría enfermedad cuando hay alteración de las estructuras orgánicas, anatómicas o de la capacidad funcional. Este modelo positivista ha tendido a otorgar mayor prioridad a la curación de las enfermedades que a la promoción de la salud. Sin embargo, si vinculamos los conceptos de salud/enfermedad a variables psicológicas y socioculturales, la enfermedad resulta un estado relacionado con el sufrimiento, desarmonía, malestar físico, etc. que adquiere diferentes características según la cultura y la época. La mayoría de los autores acuerdan en concebir los conceptos de salud y enfermedad como estrechamente vinculados al consenso social (Canguilhem, 1943; Páez, 1986; Rincón, 1991). Esto hace que diferentes contextos culturales caractericen como enfermedades distintos y aún contradictorios estados del individuo.
Salud y envejecimiento
Existen diversas formas de evaluación del estado de salud en el adulto mayor. Una de ellas supone una anamnesis mediante el registro de signos y síntomas que describen el funcionamiento psicofísico y el grado de conservación de las capacidades funcional, cognitivo-intelectual y social. Otra manera frecuente de evaluación de este conjunto de variables de salud sería a través de medidas de laboratorio, exámenes psicofísicos, y registros mediante instrumentos. A su vez, otra de las formas la constituiría la aplicación de escalas de apreciación de la autonomía (Laboratorio de Antropología física College of Francia, 1986) que conducen al registro de una deficiencia (perdida o alteración manifiesta de una estructura o de una función anatómica, fisiológica o psicológica); incapacidad (reducción de capacidad para realizar una actividad dentro de las normas generales de funcionamiento humano), y por último, desventaja o dificultad social (medida de manera relativa en relación a las referencias del grupo al que pertenece). También existe un conjunto de instrumentos de evaluación del estado afectivo en la vejez.
En función de describir el estado de salud de manera positiva, éste suele medirse en términos de capacidad funcional o de realización de "actividades de la vida diaria" (AVD), tanto básicas (AVD-B) como instrumentales (AVD-I), refiriéndose a aquellas habilidades necesarias para cuidar de sí mismo y del entorno próximo. Pero, si bien estos datos aportan un índice de autonomía funcional no aluden directamente a las potencialidades psíquicas, la capacidad de obtener placer y el grado de adaptación vital al medio, variables que también conforman la salud.
Creemos necesario considerar al estado de salud en la vejez en sentido amplio, tomando en cuenta variables psicológicas y socioculturales, objetivas y subjetivas, las cuales pueden aportar una idea mas amplia de la salud del envejescente. Cobra importancia así, la consideración de las variables psicosiociales en la definición de salud (Dulcey-Ruiz, 1988), ya que las mismas inciden para que no sea el mismo proceso de envejecimiento que atraviesan los actuales envejecentes que el de sus antecesores, como tampoco se compara con el que vivirán las futuras generaciones.
El desafío principal de la OMS en relación a la vejez, es promover los factores que tienden a mantener la salud en la edad avanzada. Las Naciones Unidas determinaron el Año Internacional de las Personas de Edad, bajo el lema "hacia una sociedad para todas las edades". La clave principal ha sido el concepto de vejez activa, enfatizando aquellos factores que permiten asegurar un bienestar en la vejez (OMS, Suiza, 1999). En este sentido, el enfoque de la promoción de la salud permite vincular variables individuales con el medio ambiente, subrayando tanto la importancia de las condiciones de vida como del "estilo de vida" (Epp, Kickbusch, Lalonde y Terris, OMS, 1996).
Como hemos anticipado, actualmente se considera a la "participación social" como un valor del propio campo de la salud, distinguiéndose la pertenencia a un grupo social y un estilo de vida activo como vinculados al mantenimiento de una buena salud y a la prevención de enfermedades (Kinsella, 1994).
La relevancia que factores relativos al "ambiente social" tienen para la adaptación y el bienestar en la vejez (Moos, 1988) han sido destacados por numerosas investigaciones empíricas; y el estudio de las consecuencias del mantenimiento de las relaciones sociales para la persona, también en la vejez, ha cobrado importancia en los últimos años, configurando diferentes líneas de investigación que abordan diversas dimensiones del "apoyo social" (Minkler, 1985).
Si bien se supone que existe una menor actividad social de las personas mayores y además que ellas deben sufrir sucesos vitales relacionados con pérdidas de relaciones sociales y roles relevantes, existe evidencia empírica sobre la importancia de la "redes de apoyo social" 1 para el bienestar de la población anciana (Bowling y Browne, 1991; Broadhead et.al., 1983; Berkman, 1984, Harel, y Deimlong, 1984; Bello Juján et. al., 1999; Ward, 1985). Recientes investigaciones (Mateos Álvarez, et. al., 2001; Seidmann, 2001) destacan la relación entre el apoyo social y la disminución de factores de riesgo de la salud en la vejez.
Otros estudios en esta línea hacen referencia al estilo de vida participativo versus el aislamiento y sedentarismo, más allá de las determinaciones biológicas u orgánicas del individuo. Resumiendo, diversas investigaciones demuestran que las personas que participan en grupos sociales mantienen un estado de salud superior a los que están socialmente aislados; y que una vida rica en relaciones afectivas significativas tiende a prolongarse (Pszemiarower, OMS, 1982). Estudios de la OMS por ejemplo, (Thonse, 1982), muestran altas correlaciones entre percepción subjetiva de bienestar y estilo de vida activo para enfrentar las dificultades; en contraste con altas correlaciones entre percepción subjetiva de malestar y un estilo de vida pasivo ante las dificultades. Investigaciones de la Universidad de Toulouse (1998) demostraron la importancia de la educación -en tanto actividad psicosocial- para una mejor calidad de vida en la vejez.
A partir de los hallazgos de un estudio que venimos desarrollando en el marco del Grupo de Investigación "Temas de Psicología del Desarrollo" en la Universidad Nacional de Mar del Plata, hemos comprobado empíricamente que la participación en actividades grupales y la percepción de vínculos significativos son factores importantes en relación a la salud, por lo menos en este grupo de ancianas estudiado. Mediante un diseño correlacional de carácter trasversal con una muestra de setenta sujetos de sexo femenino de 60 a 80 años de edad residentes de la cuidad de Mar del Plata, autoválidos y de nivel socioeconómico medio, evaluamos la relación entre participación social y salud física y mental a través de datos recogidos por medio de un cuestionario. 2 Se consideró la recuencia, satisfacción y valoración subjetiva de las actividades y relaciones sociales. Según los resultados estadísticos -r de Pearson-, el nivel de participación social significativa se relacionó significativamente con el estado de salud ( r= .330, p= 0.01). Es decir que hemos hallado, -en acuerdo con los conceptos y estudios citados en relación a este punto- una relación significativa y correlación positiva entre participación en actividades y relaciones sociales y la salud en adultas mayores.
Conclusión
La participación en procesos de intercambio social y el mantenimiento de vínculos significativos, mas aún en la medida que sean percibidos por las personas de edad avanzada como beneficiosos, serían factores intervinientes en el mantenimiento de la salud. Además, la participación social significativa incluye conductas que promueven la satisfacción de necesidades básicas del ser humano y constituyen una fuente de desarrollo del potencial de salud (Darton-Hill, 1997).
Dado el creciente envejecimiento poblacional es necesario profundizar en el análisis del concepto de salud en la vejez. Asimismo, es preciso reorganizar las políticas sanitarias subrayando la importancia de los factores psicosociales, ya que la salud de los adultos mayores depende, en forma directa o indirecta, del estilo de vida y de la participación que desarrollen en su medio social.
En conclusión, la diversidad de modelos explicativos de la salud y las valoraciones sociales y culturales acerca de esta noción, hacen difícil una definición integradora de la misma. Sin embargo, se ha hecho evidente que es necesario el aporte de las diversas disciplinas en función de la promoción y prevención de la salud en la vejez, y entre ellas las que favorecen el protagonismo y participación social en la construcción de un estilo de vida saludable en la etapa final de la vida.
Notas
1 La red social de apoyo se refiere a entornos humanos que operen como red de sostén en situación de crisis y siempre que sea percibida como un beneficio para quien la recibe. En términos operativos, se refiere a la ayuda, orientación, información, cuidado, que un sujeto recibe o percibe recibir de su entorno social.
2 La construcción del cuestionario estuvo inspirado en el siguiente instrumento metodológico, teniendo en cuenta su confiabilidad y validez: Instrumento de Evaluación de la Calidad de Vida y la Salud. Cuestionario WHOQOL100, División de Salud Mental, OMS (1989). Para los indicadores de salud mental se utilizaron los indicadores de la clasificación internacional de problemas de salud, CISAP-2 de la WONCA, (1996).
Referencias
Baro, F. (1985): Factores psicosociales y la salud de los ancianos, en Hacia el bienestar de los ancianos, OPS, Washington, 1985, Pub. Cient. 492.
Barros Lazaeta, C. (1989): Aspectos sociales del envejecimiento, Revista EPAS.
Beavoire, Simone de, (1970): La Vejez, Sudamericana, Buenos Aires.
Bello Juján, L., Suárez Rivero, J., Prieto Ramos, F. & Serra Majem, L., (1999): Variables sociales y sanitarias asociadas a la autopercepción del estado de salud en la población adulta de Gran Canaria (Islas Canarias), Barcelona, Atención Primaria, Vol. 24 (9): 533-36.
Berkman L. F. & Syme S. L. (1979): Social networks host resistance and mortalility: a nine year follow-op study of Alameda Country Residents. American Journal of Epìdemiology, 109, 186-204.
Berkman, L., In Breslow, J., Fielding, E., & Lave, L., (1984): Assessing the health effects of social networks and social support. Annual Review of Public Health, Palo Alto CA, Annual Reviews, 5.
Bowling, A.& Browne, P.D. (1991): Social networks, health and well-being among the oldest old in London, Journal of Gerontology, 46 (1): 520-32.
Cassel, J. (1974): Psychology proceses and stress; theoretical formulations. International Journal of Health Services, 6, 471-482.
Canguilhem (1971) Lo normal y lo patológico, Siglo XXI, Buenos Aires.
Cisap-2 definida (Clasificación Internacional de Problemas de salud en Atención Primaria), 1996, Barcelona, Masson /SG Editores
Darton-Hill, I., (1997): El envejecimiento con salud y calidad de vida, Salud para todos, Buenos Aires, Mensuario de Salud y Acción Social, 5, 47.
Dulcey Ruiz, Elisa (1988), La gerontología en la perspectiva de la psicología de la salud, Revista Medicina de la Tercera Edad, N° 8 , año VII, Buenos Aires.
Foucault, Michel (1979), Historia de la locura en la época clásica, Tomo I y II, Fondo de Cultura Económica, México.
Evans, Robert; Barer, Morris, & Marmor, Theodore, (1996), ¿Por qué alguna gente está sana y otra no?, Diaz de Santos, Madrid.
Epp, J.; Kickbusch, I.; Lalonde, M., & Terris, M., (1996): Promoción de la salud, una antología, Buenos Aires, OPS, Pub. Cient.557.
Fernández-Ballesteros, R. et.al. (1992): Evaluación e intervención psicológica en la vejez, Biblioteca de Psicología, Psiquiatría y Salud, Barcelona, Ediciones Martínez Roca.
Harel, Z. & Deimlong, G. (1984): Social resources and mental health. An empirical refinement, Journal of Gerontology, 39: 747-52.
Kinsella, K. (1994): La atención de los ancianos: un desafío para los años noventa, OPS, Washington, Pub. Cient. 556.
La Rosa, E., (1988): Nociones de salud y enfermedad, Buenos Aires, Revista Médica de la Tercera Edad, 7, (8).
Lowenthal, M. & Robinson, B., In Binstock, R. & Shanas (eds.), (1976): Social networks and isolations. Handbook of Aging and the Social Sciences, New York: Van Nostrand Reinhold.
Mateos Alvarez, R., Camporro Roces, B., Blanco Blanco, J., Paramo Fernández, N., Carollo Limeres, M.C. y Rodríguez López, A., (2001): El apoyo social de los viejos gallegos. Resumen de resultados en el marco de un estudio epidemiológico comunitario de salud mental. Anales de Psiquiatría, Madrid, Ediciones Aran, Vol.17 (5), 214.
Ministerio de Salud y Bienestar Nacional, (1986): Una nueva perspectiva acerca de la salud de los canadienses, Canadá. En Epp, J.; Kickbusch, I.; Lalonde, M., & Terris, M., (1996), Promoción de la salud, una antología, Buenos Aires, OPS, Pub.Cient.557.
Monchietti, A., (1996): Formas de envejecimiento que propicia la sociedad de fin de siglo. Revista Argentina de Geriatría y Gerontología, Buenos Aires.
Monchietti, A., (1999) Representación social de la vejez y su influencia sobre el aislamiento social y la salud de quien envejece, Revista de Psicogerontología Tiempo, Buenos Aires, (4), 5-8.
Moos, R. H. & Lembe, S. (1985) Specialized living environments for older people. En J. E Birren & K. W. Schaie (eds.), Handbook of Psychology of Aging, 2º Ed., Nueva York: Van Nostrand Reinhold, pp. 864-889.
Muchinik, E., (1990): Las redes sociales de apoyo, Revista Argentina de Clínica Psicológica, Buenos Aires, Vol. 2, 2.
NIA, National Institute on Aging, (1984), Self care behaviors ands aging, NIH GUIDE, Vol. 26, Nº 9, USA..
Oddone, M. J., (1990): Dimensiones de la vejez en la sociedad argentina, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 4-9.
OMS, Carta de Ottawa para la promoción de la salud, Rev San Hig Publ, 1987, 61, 129-133.
Paéz, D. (1986), Salud mental y factores psicosociales. Editorial Fundamentos. Madrid.
Pineault, R. & Daveluy, C., (1995): El concepto de salud, en La planificación sanitaria, Barcelona, Masson, 1-8.
Pszemiarower, S., (1988): Prevención en Gerontología, Revista Medicina de la Tercera Edad, Buenos Aires, 8, (7)..
Seidmann, S., (2001): Soledad, redes sociales de apoyo y estilos de afrontamiento en diferentes grupos generacionales de mujeres, Octava Reunión Nacional de la Asiociación Argentina de Ciencias del Comportamiento, Miembro de la International Union of Psychological Science, Rosario, 14.
TALIS, Thied Age Learning International Studies, Actos del Seminario Internacional de Paraná, Argentina, France, Universite de Toulouse, 1998, Vol.8.
Ward, I.A., (1985): Informal networks and well-being in late life.: A research agenda. The Gerontologist, 25,55-61.
WHO, (1998), Ageing and Health, Division of Mental Health and Prevention of Substance Abuse, Washington.