Se expresan los adultos
mayores
Traiductores
Edgardo Korovsky
( Uruguay)
e-mail: korovsky@mednet.org.uy
En el primer folio del códice se leía, mejor dicho, era posible ver unos signos que bien podían ser caracteres, aunque de ninguna de las lenguas conocidas. No se logró encontrar en varias ciudades a la redonda nadie que supiera, no ya traducirlos, al menos reconocer a qué idioma pertenecían. Movilizar el códice resultaba imposible. Por muchas razones, de las cuales el peligro de que se perdiera no era el menor, la Junta resolvió que un dibujante copiara algunos de esos signos (no todos, por las dudas de lo que significaran) y se enviaran emisarios a ciudades distantes, buscando quien pudiera reconocerlos. Transcurrieron los meses, y por fin comenzaron a llegar las respuestas. La Junta analizó concienzudamente las tres propuestas que habían arribado. Un sabio finlandés aseguraba que aquel era un carácter mabgnú, pueblo cuyos últimos vestigios llegaban hasta el siglo VII a.c.. Que la lengua de los Mabgnú tenía una escritura silábica, y que aquel signo que había visto era el "glub", que en sí mismo significaba "puente", pero que debía ser estudiado integrado en el contexto en que aparecía, por lo que se ofrecía a leer y traducir el contenido del folio y hasta del códice, si se lo hacían llegar o arreglaban para que él pudiera trasladarse hasta la Biblioteca Magna.
El sabio oriental, por su parte, agradecía el desmedido honor del que había sido objeto al consultárselo, y humildemente se arriesgaba a expresar que en su deleznable opinión aquellos tres signos que se le había mostrado correspondían a la escritura parnahaba, muy probablemente del período pre-crótico, es decir, antes de que Croto estableciera su dinastía, lo cual ocurrió aproximadamente entre los siglos X y IX a.c.
Pero lo que sorprendió a los miembros de la Junta fue la tercera respuesta llegada allende los mares. Correspondía, según aseguró el mensajero, a un anciano estudioso de las lenguas arcaicas, a quien había encontrado por casualidad a la vera de un cruce de caminos, cuando, recién desembarcado de su viaje ultramarino, buscaba la ruta que lo llevaría hasta el sabio que la Junta pretendía consultar. El anciano lo había interrogado respecto a quién buscaba, y al enterarse, le anunció que el sabio aquel había muerto pocos meses antes, pero que si el asunto que lo llevaba era cuestión de idiomas, que él mismo se ofrecía con gusto a intentar resolverlo. Mostrole pues el mensajero los signos que llevaba copiados. Al verlos, el anciano comenzó a lanzar alaridos, cubriéndose los ojos con las manos, como si estuviera espantado ante una visión fantasmagórica. Así permaneció un buen rato, ante el asombro del emisario que no entendía aquella reacción.
Cuando el viejo se hubo serenado, siguió contando a la Junta el mensajero, logró entre balbuceos darle coherencia a la historia que explicaba su actitud. Estos tres signos, dijo el anciano, son parte de un antiguo manuscrito perdido, que relata las historias de los magos, es decir, de los sacerdotes dedicados al culto de Bal-um-bal, la deidad de los Umbaliños, pueblo cuya cultura se perdía en la noche de los tiempos, que había desaparecido de una extraña manera de la faz de la tierra., y era posible que el códice aquel pudiera explicar. También mencionó el mensajero que el anciano había agregado que, si bien no lo podía asegurar, de tener acceso al códice quizá pudiera traducirlo en su integridad, y así llenar una de las más inquietantes lagunas en el conocimiento de la humanidad y de sus orígenes. En consecuencia, y dado el alto honor que para él implicaría se le permitiera intentar esa tarea, se ofrecía a hacerlo gratuitamente, como contribución al desarrollo de la ciencia.
La Junta debatió intensamente las propuestas. Los Honorables Miembros estaban desconcertados ante la diversidad de criterios que manejaban aquellos tres ilustres sabios. Si bien ninguno de sus asesores nativos había podido desentrañar el contenido del códice, por lo menos se les pidió que los orientaran acerca de la determinación a tomar. Sin embargo, tampoco en ese sentido se ponían de acuerdo los componentes del Consejo de Asesores. En ninguno de los textos consultados aparecían referencia alguna acerca de los pueblos Mabgnú, Parnahaba y Umbaliño. El especialista en Religiones Comparadas desconocía la existencia en alguna época de un culto a Bal-um-bal, mientras que el Geneálogo. Mayor no tenía noticias acerca de Croto y su dinastía.
Dos criterios, sin embargo, primaban entre los Honorables Miembros: uno era que no podía dudarse de tan afamados sabios extranjeros. Abonaban en ese sentido tres elementos incontrovertibles: 1) eran sabios; 2) eran afamados y 3) eran extranjeros. Es cierto que en el caso del tercer sabio allende los mares, no era exactamente quién se había pensado consultar originalmente, ya que éste había muerto, pero el mensajero dio tantas seguridades respecto a su sapiencia y fama que no había por qué dudar de ellas.
El otro criterio predominante era que resultaba significativo, aunque no quedara demasiado claro significativo de qué, que los tres afamados sabios extranjeros disentían en sus interpretaciones de los signos que habían visto. En consecuencia, y teniendo en cuenta la importancia que para la ciencia y el desarrollo del estado podía tener la develación de aquel códice, se acordó llamar a los tres sabios para que, conjuntamente, vieran el manuscrito y se pusieran de acuerdo en cuanto a su contenido. El Honorable Tesorero Mayor emitió la orden para que se dispusiera el dinero necesario para trasladar a los traductores, y como no era dable siquiera pensar en sacar el códice de la Biblioteca Magna, se mandó construir en ella una nueva ala para albergar al los Ilustres visitantes, de tal manera de mantenerlos allí concentrados.
Larga y tensa fue la espera, pues toda la ciudad estaba expectante y los viajeros llegaban desde muy lejos. Pero al fin arribaron, y fueron conducidos con gran pompa a las habitaciones que se les había preparado. Estas, las tres, comunicaban con una amplia sala en la que estaba ubicado un tabernáculo con un armario donde estaba depositado el códice. Dos veces por día, el Bibliotecario Mayor, acompañado por sus acólitos, procedía a sacar el códice del armario y depositarlo sobre el atril que se hallaba en el centro de la habitación, rodeado de tres butacas confortables, desde donde los tres sabios podían tener acceso al manuscrito. También estaban a su disposición tres escritorios, y las paredes cubiertas con los anaqueles repletos de libros, papiros y palimpsestos. En fin, nada parecía faltar para que los tres sabios pudieran trabajar en paz y concentrados.-
Pese a ello, de comienzo se plantearon algunas discordancias. ¿Harían los tres sabios sus respectivas traducciones simultáneamente, o en forma sucesiva? No habiéndose puesto ellos de acuerdo, se elevó el asunto al Honorable Consejo, quien por mayoría simple, ya que debió desempatar el Honorable Presidente, se decidió que trabajaran conjuntamente. Luego se vio que esta resolución traía muchos inconvenientes, pues los tres sabios debían mirar el mismo folio al mismo tiempo, pero a veces era necesario para alguno ver el folio siguiente o el anterior. Además, los comentarios que cada uno hacía de cada signo, aunque en voz apenas audible, daban lugar a larguísimas discusiones. Por todo eso se decidió revisar la votación, que según los cánones del Honorable Consejo debía ser por dos tercios de los votos de todos los miembros, lo que obligó a trasladar a la Sala del Honorable Consejo a dos Honorables Miembros que estaban enfermos, y uno al que hubo que reanimar. Así se logró habilitar a los Tres Ilustres Sabios Extranjeros para que pudieran estudiar el códice por vez, con lo que en realidad, la traducción se fue retrasando.
El Honorable Tesorero Mayor debió habilitar una nueva partida de dinero para mantener a los Tres Ilustres Sabios extranjeros por otro período, más allá del calculado originalmente.
Sin embargo, hasta las más penosas tareas llegan a su fin. Y así amaneció el día, celebrado en toda la comarca, en que los tres Ilustres Sabios Extranjeros anunciaron que las traducciones estaban hechas.
La Academia Mayor, la Menor, y la Junta, que aunque oficialmente no le correspondía, estaba invitada por la trascendencia del acto, se reunieron en el Aula Magna para recibir a los tres Ilustres Sabios Extranjeros y sus respectivas traducciones.
En primer lugar el sabio finlandés se acercó al estrado y disertó acerca de su versión del códice según la lengua mabgnú. Explicó cómo , a partir de aquel primer signo "glub" que había podido desentrañar, logró cruzar el "puente" simbólico mediante el cual logró el acceso a la comprensión de aquel extraño idioma. Sin duda aquella había sido una tarea heroica, sobre todo teniendo en cuenta que él no había podido contar con una piedra roseta. Pero su larga experiencia como criptógrafo le había ayudado a desentrañar aquellos signos.
Tras los aplausos que coronaron sus palabras, el sabio finlandés agradeció con un ligero movimiento de cabeza y se dirigió a su asiento, mientras el sabio oriental, con el manuscrito bajo el brazo, se dispuso a enfrentar el público. Tras una profunda reverencia, comenzó a hablar con voz plañidera en un puro dialecto cantonés, y aunque articulaba claramente los vocablos, todo el mundo quedó sin entender nada, porque nadie conocía el idioma chino, y mucho menos el dialecto aquel. Sin embargo, culto como era ese público constituido por Académicos Mayores y Menores y por Honorables Miembros de la Junta, cuando el Ilustre Sabio Oriental hubo concluido, o por lo menos así se interpretó un silencio apenas un poco más prolongado que los habituales, un estruendoso aplauso surgió de los cuatro costados del Aula Magna. Seguramente pasó desapercibida la actitud circunspecta del Honorable Consejero Asesor Especialista en Lenguas Orientales, tal vez el único que no había aplaudido en aquella sala, por lo que nadie pudo interrogarlo acerca de si estaba o no de acuerdo con lo dicho por el Ilustre Sabio Oriental. Tampoco se puso en duda que él pudiera conocer el dialecto cantonés, el más difundido en China. .
Así llegó el turno del anciano tercer Ilustre Sabio Allende los Mares. Con voz cascada por los muchos años y la emoción, agradeció el alto honor que se le había ofrecido al permitirle el acceso a aquel antiguo códice y la posibilidad de desentrañar su oscuro significado, culminando de esa forma una larga y fructífera vida de estudio e investigación. A continuación relató la ignota historia de los Umbaliños y sobre todo las características rituales del secreto culto de Bal-um-bal.
Cuando concluyó aquel acto de presentación de las tres traducciones, los Académicos Mayores y Menores se retiraron a deliberar. Su misión era elevar a la Junta un informe detallando los resultados de la investigación realizada, y las conclusiones a las que se había arribado. Poco trascendió de las discusiones mismas, en tanto éstas se realizaban a puertas cerradas, y los Académicos estaban juramentados para que no se hicieran comentarios ni declaraciones hasta no haber llegado a una decisión final. Solamente se supo que las opiniones estaban muy divididas, y los ánimos muy exaltados. Esto bastó para que se iniciara en toda la comarca un debate público acerca de las tres traducciones del códice. En todas las familias, a la hora de la comida, el tema de discusión era las traducciones, pese a que nadie todavía, salvo los Académicos, las habían leído, y en las tabernas no se hablaba de otra cosa.
Se constituyeron partidos, defendiendo unos a los Mabgnú, otros a los Parnahaba y otros aun a los Umbaliño. Se fundaron tres templos consagrados al culto a Bal-um-bal, y un Centro de Altos Estudios Crotenses destinado a la investigación de la historia de Croto y sus descendientes. Mientras tanto los Académicos seguían deliberando. Cuando los movimientos populares se hicieron más violentos, la Junta envió a la Honorable Academia un exhorto para que sus Ilustres Miembros se pusieran rápidamente de acuerdo, porque estaba amenazada la paz de la comarca. En consecuencia, los Académicos Mayores y Menores, luego de examinar concienzudamente las tres versiones ofrecidas por los Ilustres Sabios Extranjeros del códice encontrado en la Biblioteca Magna, no habiendo podido resolver acerca de la legitimidad de alguna de ellas, resuelven elevar a la Junta las tres para que el Alto Cuerpo decida cual era la cierta y verdadera.
Los Honorables Miembros de la Junta sintieron que habían depositado un carbón encendido en sus manos. Si la Academia no pudo resolver el problema, que evidentemente era científico, ¿qué podía hacer un órgano de gobierno, eminentemente político? Es claro que con el tiempo se había transformado precisamente en un tema político, y como tal debía ser resuelto.
Un Miembro de la Junta recurrió al Consejero Asesor Especialista en Dilemas Políticos, quien le ofreció una salida: declarar a las tres traducciones como ciertas y verdaderas, y recomendar a la Junta la adopción de las tres como versiones oficiales.
El Miembro la transmitió a sus colegas de la Junta, generando un verdadero tembladeral. Aunque pudiera parecer un juicio salomónico, rechazaba al sentido común que un mismo texto pudiera decir tres cosas tan distintas. ¿Era aquella una mera discusión acerca de diferencias de interpretación? Pronto se advirtió que existían muy ilustres antecedentes, tanto científicos como religiosos y políticos, que podían avalar una decisión como aquella.
¿No era acaso la luz tanto ondulatoria como corpuscular? ¿No tenía la Biblia diferentes interpretaciones? ¿No tenían los hechos históricos un sentido según la ideología del historiador? Poco a poco la solución propuesta fue ganando adeptos, más allá de las serias objeciones que se le formularon. Un Miembro de la Junta dijo que aquel podía ser un mal ejemplo de democracia, pues permitía que alguien pudiera tomar cualquiera de las interpretaciones según su gusto y parecer, lo cual `ponía en tela de juicio los criterios de verdad y de autoridad.
Después de muy ardua discusión, la Junta resolvió, tal como se le había propuesto, que las tres traducciones eran ciertas y verdaderas, por lo cual quedaban adoptadas como versiones oficiales del Códice.
Y este es el fundamento de nuestros actuales conocimientos acerca de los pueblos Mabgnú, Parnahaba y Umbaliño, y cómo renació el antiguo culto a Bal-um-bal.
* Traiductores es la condensación del dicho italiano 'traduttore-traditore'.