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Se expresan los adultos mayores

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TEATRO ARGENTINO DE LA PLATA

Ilse Verzini de Puddu

La Plata, Junio de 2003

Cuando era niña, de la edad actual de mis nietas, la vida de la gente trascurría por otros caminos, más tradicionales y sin tanta tecnología. No conocíamos la televisión, la distracción hogareña era la radio como medio para conectarse con el mundo y volar con las fantasías y fuera de casa el espectáculo de mayor alcance popular era el cine o el teatro. Brillaba el cine nacional y nos emocionaban las películas de Niní Marshall, Juan Carlos Thorry y muchísimos otros que sería largo enumerar. "Cuando los duendes cazan perdices" quedó grabada en mi mente , mamá nos había llevado a verla al Teatro Argentino, su intérprete principal era Luis Sandrini Las butacas de terciopelo rojo, las luminarias, el ambiente del teatro asombraba al observarlo desde el ojo del espectador. También íbamos al "continuado" del Mayo y el Astro a ver las series, los domingos a la mañana, después de misa. Eso para los días festivos, pero los días de semana, cuando la actividad escolar nos dejaba tiempo, con muy buen criterio, nuestra madre imaginó, para mí y mi hermana menor, actividades para ocupar esos tiempos y nos anotó en diversos cursos. Así fue que ella nos inscribió en la Conservatorio Musical Verdi , de la calle 59 entre 6 y 7. La profesora de danzas españolas era la Sra. Carmen de Toledo, españolísima ella. La recuerdo parecida a Ana María Campoy, con su cabello estirado y su clásico rodete. Esta mujer, amante de la música, se ocupaba de transmitirnos el placer por la danza a pesar de no estar dotadas, tanto mi hermana como yo, para esa disciplina estética. Los ensayos, bastante rigurosos, los padecíamos con resignación No obstante , con mucho empeño, ( de nuestra madre), llegamos a bailar en el escenario del Teatro Argentino de La Plata el domingo 3 de setiembre de 1944... antes había estado como espectadora, desde la platea, pero ese día estábamos sobre el escenario, con miedo frente al público, con mis padres y otros familiares, orgullosos, en la platea. ...

Desde muy temprano en nuestra casa comenzaron los preparativos, no quedó nada librado al azar. Vestido, zapatos , medias, ropas interior, pañuelos, aguja e hilo y un bolso con pinturas y bijoterie. Mamá era la más inquieta, sentía el peso de la responsabilidad asumida.

Llegamos los primeros La entrada principal nos recibió lujosa. Con alfombras rojas, arañas llenas de luz, escalinatas y columnas de delicados mármoles. El recorrido hasta llegar a los camarines por esos pasillos tan llenos de magia fue maravilloso. Flotaba en el aire una fragancia a cosa artística, a teatro, a música, que he llevado desde entonces en mi memoria.

Tal vez fuera el espíritu de visitantes ilustres. que transitaron esos corredores dejando a su paso el perfume de su talento: Strauss, Rubinstein, Gigli, Schipa...y tantos otros. Ahora nosotras recorríamos esos lugares casi sagrados .que pisábamos con respeto Me veo ya cambiada con mi traje blanco con vivos azules, peinada de peluquería. Los labios y las uñas pintadas, privilegio de las mayores, que con nuestros pocos años nos daban una prestancia adulta.. El premio a tantos esfuerzos había llegado: bailar en el Teatro Argentino ese día .de finales del invierno, el aire nos traía la fragancia fresca del próximo renacer de la primavera y nosotras éramos las flores que comenzaban a perfumar esa primavera. Llenas de satisfacción y algún temor nos sentíamos en el pedestal del éxito.

El edificio, que desde 1890 hizo enorgullecer a los platenses, lucía brillante, prolijo, coqueto. Más de un millar de personas colmaban la sala, se hizo silencio, se apagaron las luces de la sala. La música nos indicaba que era el tiempo de mostrarse. Si alguna no se animaba, Carmen de Toledo la estimulaba con un delicado empujón y así nos encontrábamos haciendo lo que habíamos aprendido, sobre las tablas.

Después, comenzamos a frecuentar los espectáculos, siempre coloridos de óperas, ballets, conciertos y hasta audiciones "en vivo" de Radio Provincia que funcionaba en el segundo piso del edificio, eran encuentros con actores, actrices y folcloristas. Eran nuestros años de adolescentes, de colegio secundario, cuando empezábamos a descubrir lo maravilloso de la vida y los romances.

Pasaron los años, muchos, hasta un día que recordaré por siempre, el 18 de agosto de 1977. tristísimo día para la familia ya que había fallecido una prima en Buenos Aires Ella era muy joven y en ocasión de tener su cuarto hijo, murió en el parto. Apesadumbrados regresábamos después del sepelio hacia La Plata. Por el camino Centenario un extraño movimiento de bomberos y ambulancias indicaban que algo fuera de lo normal estaba sucediendo. Al acercarnos nos enteramos que el resplandor rojizo y las columnas de humo anunciaban el drama platense. El Teatro Argentino estaba en llamas Desfilaban por mi recuerdo los bellos momentos de la infancia, ya no estaba mi madre que nos llevaba de la mano. Una lámpara de pié que silenciosamente perduró en un rincón, ese día perdió su anonimato y provocó un cortocircuito. Una cortina, una reseca escenografía, todo fue convertido en una enorme hoguera que consumió años de trabajo, de música y voces transformándolo en un recuerdo imborrable de la memoria ciudadana. Una herida dolorosa convertida en cicatriz de añoranza nos quedó del querido edificio histórico de líneas elegantes.

La presencia de las chamuscadas ruinas, tal vez recuperables, de lo que había sido nuestro orgullo ciudadano, perduraron por mucho tiempo rodeados por un entristecido Jardín de la Paz. Burócratas, funcionarios, consultores, llegaron a la conclusión de que era preferible demoler lo que quedaba y construir algo nuevo, adaptado a las necesidades modernas.

Primero fue un foso que admiramos. Enorme se ganaba en las entrañas de la manzana, luego estructuras de hormigón, camiones con materiales, obreros trabajando, actividad. Luego el silencio, el abandono, conflictos, agotados presupuestos, idas y venidas. Reinicios. Paros. Así se sucedieron dos décadas hasta que en el 2000, tímidamente se fue habilitando sala tras sala de esa mole gris que encierra con virtudes y defectos nuestro Teatro Argentino. Al pasar, casi a diario, por cualquiera de sus cuatro costados le echo una mirada respetuosa e imagino que las palomas que lo sobrevuelan, con su rumoroso aletear perpetúan los aplausos que tantos grandes artistas recibieron del público platense.

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