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Se expresan los adultos mayores

La ración

Estela Paleologos

Eran trabajadores, muy trabajadores. Se levantaban de madrugada y comenzaban sus labores diarias antes que el sol asomara en el horizonte.

Eudoquio y su burro habitaban una ruinosa casa. En ella compartían todos los espacios. Allí comían, dormían, trabajaban, descansaban y charlaban.

Eudoquio monologaba, y el burro, Gris, escuchaba. Podía hablar sin interrupciones, sin que lo contradijeran. Podía hacer planes. Podía fijar metas. Podía festejar y hasta podía enojarse si algo le salía mal.

Gris lo miraba fijamente como también fijamente miraba todas y cada una de las cosas que los rodeaban.

Rutinariamente se levantaban al alba. Rutinariamente desayunaban. Eudoquio preparaba el heno en el morral mientras encendía el fuego y el agua se calentaba, y así Gris comía hasta la última paja y su amo disfrutaba el pan remojado en el té, al que alternaba con aceitunas negras y rebanadas de queso.

Rutinariamente y sin tener en cuenta las condiciones climatológicas reinantes salían a trabajar y como buenos compañeros compartían tanto las tareas pesadas como las livianas.

En la hora del almuerzo también se repetía un ritual: Eudoquio rellenaba de pienso el talego y, con frases estimulantes y unas breves palmaditas en el anca, lo colgaba en la cabeza de la bestia.

Luego, sobre el fogón, donde la lumbre permanecía encendida desde la mañana, guisaba habas, porotos o alguna hortaliza combinadas con carne de cordero y mucha cebolla. Mientras aderezaba la comida y preparaba la mesa, soliloquiaba justificando hechos y estableciendo pareceres.

A continuación un breve descanso, el trabajo de la tarde, la merienda para ambos, la cena para ambos, y muy temprano, apenas el sol se escondía, ambos a dormir.

Eudoquio estiraba el lienzo que oficiaba de sábana en el desaliñado camastro, y Gris, a pesar que depositaba el orín y las heces fuera de la casa impregnaba la paja donde reposaba y la habitación compartida de un ácido olor a guano.

Normalmente, apenas apoyaba la cabeza en la almohada el cansancio se hacía notar y el hombre se dormía. Pero la situación estaba mala. El verano y el otoño habían sido muy lluviosos y el invierno se presentaba de igual forma.

La hierba segada no se había secado como correspondía, y los hongos habían comenzado a atacarla.

La venta del heno era la principal fuente de ingresos de la casa, y Eudoquio, consciente de que se avecinaban malos tiempos no podía conciliar el sueño.

Le preocupaban los ingresos y además el alimento de Gris. Pero creyó, que si reducía la ración del asno, éste podría acostumbrarse a comer menos y con esta creencia se durmió.

Al día siguiente, al mediodía, el burro no pastó ni comió a pienso. Trabajó como de costumbre, y cuando a la tarde tuvo su ración la devoró al igual que devoró a la de la noche.

Al cabo de varios días y viendo que el rendimiento de la bestia no había mermado, Eudoquio decidió no ofrecerle cena.

Gris, el laborioso, haciendo gala de su resistencia siguió trabajando con su cabeza gacha; y su patrón, aprovechándose de él solo le destinó un único morral diario de alimento.

La autojustificación de su comportamiento no permitía despertar en el hombre sentimientos de culpa, pero ya no podía acercarse a su compañero de tareas con el cariño que antes lo hiciera.

No compartían los espacios destinados a alimentarse, mientras Eudoquio comía junto a la hornilla, Gris esperaba afuera. Se acabaron las muestras de afecto, ya no le palmeaba el anca ni discurseaba esos interminables monólogos. Los dos se veían silenciosos y taciturnos. Se habían convertido en dos extraños. Pero los dos trabajaban.

Un buen día Eudoquio se dijo:

-Si pude reducirle su comida a una cuarta parte y no lo sintió, porqué no mantenerlo a media ración – y así, a partir de ese momento redujo a la mitad la comida del pobre animal.

Tan cebado estaba que cada vez que preparaba el alimento echaba al morral un puñado menos.

Una mañana, Gris no se levantó a trabajar, y esa noche, Gris murió.

El arrepentimiento y los lamentos de Eudoquio no pudieron modificar la realidad. ¡Ya era demasiado tarde!

Valoremos lo que tenemos ofreciendo en la medida de lo que exigimos.

Hasta los seres más abnegados se sublevan o se van.

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