Se expresan los adultos
mayores
El sueño cumplido
Nilo Puddu
Desde niña soñaba con una vida mas entretenida que la que me proponía mi ciudad, la Ensenada, así, con el artículo delante, lugar geográfico que había tenido protagonismo histórico desde la época de la colonia y conocida como " la Ensenada del Fuerte de Barragán". Ahora la irremediable devaluación de la historia la había dejado tan sólo con " la Ensenada". Invasiones inglesas o portuguesas , contrabandistas tanto de oro y plata como de sal, telas o vajilla, plaza de esclavos , puerto y prostíbulos le habían dado fama, desarrollo y bienestar económico durante muchos años. Pero ahora era distinto. Todo había pasado, ya no tenía atractivos y languidecía absorbida por el empuje de ciudades vecinas. Por ese motivo debíamos trasladarnos a La Plata para seguir estudiando.
Antes viajábamos en tranvía, el 4, bamboleándonos acompasadamente a la orilla del canal como saludando a los camalotes de flores celestes, después por culpa del progreso debimos cambiar a los colectivos de la línea 275 y tal vez el color verde del vehículo se nos contagiaba pintando de esperanza nuestros sueños juveniles . Diariamente el pasaje era casi el mismo; unos iban a los Ministerios, otros a escuelas, facultades u hospitales. Hasta los choferes eran los mismos, Tito o Jorge , siempre tan amables que hasta tenían la deferencia de esperarnos en la puerta de casa cuando nos quedábamos dormidos y despertándonos a bocinazos, aunque algunas veces aprovechando la confianza invitaban a tomar café o a salir a alguna pasajera, ignoro con que intenciones. A última hora de la tarde, cuando el cielo se pintaba de rojo y esmeralda para terminar convertido en noche a nuestra llegada. Ya desde el refugio donde esperábamos el colectivo de regreso nos sincerábamos con nuestros compañeros acerca de sueños de futuro y los seguíamos desmenuzando durante el viaje. Cada uno tenía el suyo. Los de mis compañeras eran casarse, tener hijos y llegar a abuelas. Mis prioridades eran otras, si bien también me gustaría casarme, antes debía llegarme hasta las raíces de mi sangre en Ancona, porque algo me decía que allí encontraría la punta del ovillo de mi fantaseado destino . Pero las puertas para alcanzarlo estaban cerradas y yo suponía que el dinero, que no disponía, era la única llave para abrirlas, al menos yo así lo creía...
Por esas cosas que nos suceden , pero de las que no somos responsables aunque debamos padecerlos toda la vida , a poco de nacer me bautizaron Isolina, como mi desconocida nonna italiana que había parido muchos hijos pobladores de la Argentina . Y así el Isolina quedó asentado en el Registro Civil inamovible, para siempre adherido a mi existencia. No me gustaba, caía mal a mis oídos escuchar ese nombre, lo odiaba, prefería un Graciela, Susana o Carolina , más modernos, con aires principescos, pero mal que me pesara yo fui Isolina. Pensaba, niña aun, que por ese motivo nunca podría superar la timidez y tironeaba mi enrulada cabellera ofreciéndome así la posibilidad de evadirme del nombre jugueteando con mis ensortijados bucles. El tiempo facilitó superar mi timidez lo me permitió reír a carcajadas sin inhibiciones, hasta de mi propio nombre, llegando al extremo de que mis compañeros admiraran, por prolijos y blancos, hasta los molares del fondo de mi boca. Pero Isolina seguía cargando mis espaldas, ya no lo podría dejar, era parte de mi todo tanto que con el tiempo comencé a tenerle simpatía desde que me interné en la leyenda de Tristán e Isolda , Isolina es su diminutivo y comprobé que la heroína , tía de su amante y luchadora incansable, defendió valerosamente su difícil, intrincado y combatido idilio, soportando estoicamente la desgraciada muerte del ser querido. Parecía que las cosas estaban escritas justamente para mí, ya que también me había apasionado con otra mujer de nombre extraño, Camila O Gorman , la del difícil amor con un sacerdote; tan difícil fue que llevó a la muerte a ambos. Estas mujeres fueron mis ídolos desde la adolescencia. ¡ Si pudiera ser como ellas! decididamente asumí mi destino y sin pensarlo mas me puse la piel de Camila e Isolda y de todas las mujeres valientes sin dejar de ser femenina prometiéndome en mis desvelos ser tan fuerte como ellas. Admiraba esos amores profundos, tumultuosos, bellos, extraños, como los que inspiraban mi adolescencia, pero primero me decidí buscar mi destino cultivándome. Y lo hice. Mi primer paso fue, al terminar el secundario, inscribirme en la facultad poniéndome un objetivo: recibirme de licenciada en virología, llave con la que seguramente abriría aquellas puertas que creía cerradas .
El tiempo transcurría y las alternativas que posibilitaran el gran salto para bucear en mis raíces en Italia no aparecían. Mientras maduraba leía todo aquello que podría acercarme a la luz que guiara mi camino. Diarios, revistas, folletos tanto italianos como argentinos en todos buscaba, no sabía bien que pero buscaba como en las tinieblas un camino , una salida . Un día llegó en el "transparente" de la facultad, perdida entre nuevas fechas de exámenes suspendidos por reiterados paros docentes y asambleas de alumnos convocadas por el centro de estudiantes un pequeño anuncio de la Universidad de Ancona. Era una escueta invitación ofreciendo una beca para perfeccionarse en virología al año siguiente. Las condiciones requeridas cuadraban en mi perfil profesional, edad, sexo, títulos, doble nacionalidad argentina- italiana. No lo podía creer, mi sueño de toda la vida se volvía realidad. La beca sería mía. Desde ese instante consideré segura la anhelada oferta.. ¿ Qué persona mejor posicionada que yo habría para acceder a la beca ? Seguramente nadie. Pero no. Las había y varias con mis mismas pretensiones y parejos méritos. El espíritu de Isolda me empujó. Perfeccioné mi italiano, estudié inglés, completé rápidamente mis monografías, colaboré en trabajos de investigación del difícil virus del HIV, tan fácil de contraer como imposible de aislar y describir; recibí premios con el equipo científico de la facultad y así fui aquilatando méritos como para obtenerla por el peso de mi voluntad, aunque me demandó corridas por Ministerios y Consulados, traductores, legalizaciones, sellados, fotocopias , certificaciones , consultas de un escritorio a una ventanilla y de allí a otra oficina. Los plazos se cumplían , el reloj devoraba al almanaque. Cada empleado con quien trataba tenía una personalidad diferente: complicados, amables , amargados, serviciales y de los otros. Me costó lágrimas, rabietas, desvelos, pero al fin con alegría presenté en tiempo toda la documentación para obtener la ansiada beca. Isolda, canonizada en mi interior, me ayudaría.
Cuando llegó a casa el telegrama con la anhelada respuesta confirmando haber obtenido la beca llovió la alegría, armándose espontáneamente una fiesta con familiares, vecinos y amigos. Cada uno trajo lo que tuvo a mano. Vino, cerveza, y pizzas predominaron, Para que te vayas acostumbrando, dijo mi hermano. Ancona, la de mis sueños se me acercaba, estaba a mi alcance y allí aparte de perfeccionarme encontraría el pasado de mi sangre. En mis sueños aparecían los espectros queridos del Nono y de la Nona recomendándome lugares que ellos habían transitado, me guiaban llevándome de la mano por los senderos de su infancia y de idilio juvenil devenido en americana prole de hijos , nietos y bisnietos. Seguro caminaría sus calles empinadas y desparejas, me sentaría extasiada a contemplar olivares y viñas del Monte Conero, una especie de templo de Baco para los lugareños, tomaría de las vides sabrosas y coloridas uvas Las mejores del mundo, solían decir los abuelos entrecerrando los ojos , que dan el famoso vino rosso conero . Andaría su pintoresco puerto y respiraría profundamente como para no dejar salir jamás de mí la salada y fragante brisa del Adriático mezclada con el aroma del " brodetto" , ese caldo de pescado con tomates, ajos y aceite de oliva que hacían los domingos o el " bacalao a la anconitana " con aquella mixtura de especias como ellos rememoraban , mientras paladeaban , en seco, esos atesorados recuerdos.
El día que regresé a casa con la tinta de mi pasaje aún fresca otra alegría ayudaba a dar mas fuerza a mis sueños ya que el correo nos depositó una carta con el logotipo de Mario Camaratta., abogado , homónimo de mi hermano ensenadense , fechada en Pontelugo, un picolo paesino vicino a Ancona, decía la carta en la que nos relataba el largo camino que había seguido el letrado remitente para obtener nuestros datos familiares. Mencionaba que habían recurrido al Anagrafe del Comune, equivalente a nuestro Registro Civil que sólo tenía datos desde 1920 porque los archivos anteriores habían sido destruidos durante la Primera Guerra Mundial, luego buscaron antecedentes en la Parroquia de Pontelugo que los tenía incompletos por algún incendio pero se habían salvado actas de bautismo y de defunciones desde donde pudieron rearmar matrimonios y otros acontecimientos familiares desde 1880, mas atrás no pudieron llegar empantanados en carcomidas y amarillentas actas, seguramente ilegibles. El abogado nos comunicaba que después continuaron las averiguaciones en el Consulado Argentino llegando a nosotros al comprobar que nuestro bisabuelo, Remigio Camaratta. había llegado al puerto de La Ensenada en el vapor "Principe de Saboya " el 13 de diciembre del 1900 con su esposa y sus dos hijos: Nazareno y Enrico. Años después retornó a Italia solo; a combatir por su Rey , muriendo en 1917 en el frente de batalla. Había dejado algunos bienes, bienes que a su vez él había heredado de sus mayores. El mas importante, una antigua casa, de no mucho valor, afirmaba el abogado , pero muy bien ubicada frente a la bahía con una bella vista del paisaje " veramente una cartolina" explicaba la extensa misiva. Su pretensión era que le mandáramos un poder para efectuar la venta y luego de descontar sus honorarios remitiría el dinero remanente. Así de sencillo. Conmocionó a la parentela esta novedad por lo que comenzaron consultas con el abogado de la familia, ya que el gesto provocaba cierta desconfianza en los, hasta la fecha , ignorantes herederos. Las alternativas eran: confiar en el homónimo italiano o viajar para resolver allá un tema de tanto interés para nosotros. Los italianos sueñan con tener algún tío rico en América y heredarlo, ahora el sueño se daba a la inversa aunque no hablaba de fortunas incalculables si abría las sendas del reencuentro con las raíces que anhelaba. La decisión familiar fue unánime, sería yo quien resolviera allá qué y cómo hacer. Menuda responsabilidad para mi ,aunque el desafío, íntimamente, me agradaba. Nuevamente emergió la luchadora Isolda, había que probarse. .
Con los poderes firmados, certificados y legalizados junto al telegrama de la Universidad ,el pasaje, el pasaporte y algún dinero, fuimos a Ezeiza. Me acompañaron familiares y amigos, había llegado el gran día. Alegría porque iba a realizar ese sueño tan anhelado y cierta tristeza por dejar por más de un año a mis padres En el excitado corrillo un pariente que quería pasar por chistoso deslizó la frase - En una de esas allá conocés un tano , te casás y no volvés mas . Allí experimenté una pequeña parte de la sensación de angustia y vacío que sentirían los ancestros al dejar a su familia pensando en no volver a verla. Era el peso de la soledad que imaginaba debería padecer.
Ancha en mi modesto asiento clase turista de Alitalia ,que equivalía a aquella terza clase de los inmigrantes llegué a Roma . Después en bus a Ancona por la autopista pasando por Perugia y Asis. .Me empezaba a familiarizar con el paisaje italiano visto mil veces a través de los relatos de la Nona. En la Stagione Termine di Ancona me esperaban algunos familiares tan desconocidos como afectuosos y el abogado Mario Camaratta, el homónimo de mi hermano con quien realmente tenía un cierto aire de familia: casi la misma edad, unos veintiocho o veintinueve años, calva incipiente, amplia sonrisa bonachona y confiable y brazos que se movían como aspas de molino al expresarse, bien tano. pensé yo. Todos ellos me acompañaron a la Universidad donde tenía asegurado mi alojamiento y prometieron volver al día siguiente a buscarme para llevarme a reconocer la zona. Así lo hicieron yendo primero a ver la casa heredada, mi casa, que estaba algo descuidada por no haberse habitado los últimos tiempos pero con entusiasmo y algunos toques quedaría en condiciones de habitarla. La vista de la bahía era tal cual decía la carta del abogado: una postal.
Arreglé mis cosas en la Universidad para poder vivir en mi casa ya que estaba cercana al Instituto de Virología y hubiera sido un pecado desperdiciar tanta belleza. La idea de la venta se desvaneció en mi cuando pisé su umbral; la casaccia, así la llamaban por lo antigua, me atrapó al entrar protegida seguramente por el espíritu de mis antepasados que se albergaba en los rincones, así lo percibía. Con paciencia , cepillos , agua, jabón , aguja , hilo y alguna ayuda fui poniéndola en condiciones en mis horas libres. Mario Camaratta me estimulaba regalándome plantas y flores para embellecerla, día a día la sentía mas mía. Tímidamente comencé a cocinar y mi invitado casi permanente era él ,el abogado, el que se parecía a mi hermano, que me pedía siempre " pasta a la argentina " con la exquisita salsa pomarola " casera " que lógicamente yo hacía abriendo latas compradas en el supermercado. Para que desilusionarlo si a él le gustaba y yo, de paso, aprendía a ser un ama de casa moderna. Mario aportaba el aceite de oliva y el rico vino rosso conero de la viña de su familia.
Desde el balcón de la casa en el faldeo de la colina contemplábamos por las noches como la luna derramaba su temblorosa luz sobre las aguas de la bahía momentos que estimulaban nuestro romanticismo envueltos en la fragancia de la salvia, el tomillo y la albahaca de mi incipiente huerto . Seguro que en ese lugar habría estado el Paraíso, no podía haber sido en otro lado . Fue allí, una noche después de cenar, sentados en las poltronas con un vaso del vino rosso en la mano donde él tomó coraje y por primera vez me habló de amor, de matrimonio y de hijos mientras yo entrecerraba los ojos en la cumbre de mi felicidad , en la Ancona soñada. Sentí sus manos que acariciaban mis hombros, mis mejillas, y se colaban, tibias, bajo mi blusa entreabierta acariciándome dulcemente los senos que nadie había tocado antes y entendí , gozosa y placenteramente , que serían definitivamente sólo para él y para siempre, mientras me besaba la frente y los labios...Escuché que me hablaba quedamente, susurrando para que abriera los ojos despacio, para salir suavemente de un feliz letargo: -- Isolina... Isolina... despertate que llegamos a la terminal de Ensenada, soy Jorge , el chofer del colectivo; te quedaste como dormida mujer.. . ¿ Soñabas ? Bajá a tomar un cafecito conmigo así te despertás del todo y la seguimos...... te va a gustar...