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Se expresan los adultos mayores

El ángel gaucho

Paine

1ra Mención en el 1er Concurso Literario (género Cuentos)
organizado por la Asociación de Médicos Jubilados de la Provincia de Buenos Aires.

La noche se me venía encima. Al oeste apenas se podía ver una claridad tenue, casi lineal, teñida de rosa púrpura en el único sitio del horizonte descubierto que dejaban las nubes, cada vez más negras.

Indudablemente, ya no iba a llegar de día......

En realidad ya casi no tenía idea de donde iba, aun desconcertado por lo sucedido.

Salí esa mañana con idea de llegarme hasta el campo de un amigo, cerca del límite con La Pampa.Las cosas no iban bien en casa, y decidí tomarme un respiro pese a darme cuenta que con eso no resolvería nada, que sólo era una especie de fuga, y que también era una forma de cobardía.

Al entrar en la ruta me invadió esa sensación de euforia, de empezar una aventura, que siempre me invade al comienzo de un viaje. Momento en que uno deja volar la fantasía y tiene la sensación de que la vida va a cambiar, de que la rutina se termina. Uno olvida, o trata de olvidar que siempre se vuelve a lo mismo.

El día fue tranquilo. El viaje"sobre ruedas".Un sol hermoso, día luminoso, ruta despejada. Hasta la tarde, en que luego de un frugal "almuerzo de viaje "me decidí a hacer una pequeña siesta bajo los árboles en uno de esos descansos arbolados que hay al costado del camino cada tantos kilómetros.

Al despertar con una leve sensación de frío, el cielo se había cubierto casi en toda la extensión visible, amenazando tormenta. Al querer encender el motor se notaba una falla que no alcancé a interpretar. Con dificultad conseguí arrancar y me largué nuevamente a la ruta.

Pero tenía una inquietante sensación de no saber por donde ni para donde iba. La ruta se presentaba cada vez más deteriorada, faltando tramos de pavimento, hasta que éste se acabó, y entré a un camino de tierra,(poceado, sin huellas de vehículos, irregular).Con una marcha a los saltos seguí unos metros hasta que el motor se paró y no hubo forma de volver a hacerlo andar nuevamente.

Sólo, en medio del campo, sin saber donde estaba, donde iría el camino, con las nubes cada vez más negras y sin saber como solucionar el problema mecánico, que ni siquiera intuía de qué podía tratarse, empecé a desesperarme. No se veía nadie, no pasaba nadie, ni parecía que hubiera alguien en varios kilómetros a la redonda. El cielo estaba cada vez más oscuro, y la oscuridad invadía el ambiente.

De pronto, a lo lejos vi la silueta de un jinete que se acercaba lentamente, con un caballo de tiro. Le hice señas. Cuando llegó, tras los saludos de rigor, el paisano, de aspecto pobre pero muy limpio, casi elegante sobre su zaino criollo, me largó:

-Salí a campearlo, no sé porqué, pero me vino que me necesitaba.

-A buscarme a mí? pregunté asombrado.

-Bueno, no sé si a usté, pero sentí que me necesitaba, por eso traje al bayo por si había que volver con usté pa’las casas.

Yo no salía de mi asombro. No creía conocer al hombre, ni creía que me conociera. Nunca había andado por esos lugares, ni tampoco tenía idea de qué lugares eran éstos.

-Si no piensa hacer arrancar el auto, más vale que volvamos pa’las casas antes que se largue la tormenta. Después se verá qué se hace. Me aconsejó el paisano.

Monté el bayo, yo que no soy aficionado a los caballos,(salvo en Palermo,y mirados tras un buen prismático),y luego de andar al tranco un par de kilómetros llegamos a un rancho pobre y medio derruido bajo un pequeño monte de eucaliptos, que no vi hasta que estuvimos prácticamente dentro, justo cuando empezaban a caer las primeras gotas, mejor dicho goterones, y los relámpagos iluminaban cada tanto la oscuridad de la tarde, que ya casi parecía noche.

La tormenta que se largó era de esas que, en medio del campo, se tiene la sensación de naufragio inminente. Tranquilo el paisano, cebó unos mates mientras se asaban unos churrascos en el fogón, y me contaba algunas historias de la zona.

Ahora me doy cuenta que ni siquiera se me ocurrió preguntarle donde estábamos. Me propuso que descansara hasta que pasara la tormenta:

-Pero no sé si después podrá sacar el auto del barrial donde quedó, aunque pueda hacer andar el motor-agregó, como para darme ánimos.

Pese a esa angustiante perspectiva me sentía cómodo y espiritualmente tranquilo, como si hubiera llegado a mi casa(suponiendo que "mi casa"no fuera la misma de la que me había virtualmente fugado esa mañana).Y en la tenue luminosidad del rescoldo del fogón, con las repentinas luminarias de los relámpagos, cada vez más espaciados, con el ruido de la lluvia en los charcos, me fuí quedando dormido.

No sé cuanto tiempo dormí, pero me desperté descansado, y con una sensación de bienestar físico y mental. Después de vencer esa extrañeza y desorientación que nos invade cuando despertamos en un lugar que no es el habitual, me encontré sentado en el auto, en el mismo lugar de la ruta donde había parado a descansar luego del frugal almuerzo de viaje, bajo los árboles.

 

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