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Se expresan los adultos mayores

Pequeño Homenaje

Nario

Enviado porAna Espelet, alumna del PEPAM. La Plata. Argentina.

(Nario es un escritor, periodista y maestro tandilense)

Rumbo al País de Nomeolvides

" Porque me duele si me quedo.
" Porque me muero si me voy,
"Por todo, y a pesar de todo
" Mi amor,
Yo quiero vivir en vos"

 

NO nunca da abasto con sus ignorancias.

Al primero a quien escuché hablar de Leda y María fue al Gordo Reyes Dávila. Aquel desopilante uruguayo vendedor de libros y resero de versos, apareció una tarde con un long play de vinilo. Se llamaba "Canciones para mirar". Con desconcierto me reprochó:

-¡Cómo! ¿Nunca oíste hablar de Leda y María?

Él, -que luego fue trayendo a Tandil por fanatismo del afecto, a Atahualpa, a Javier Villafañe, a Wenceslao Varela, a Dina Roth, a Linares Cardoso y a ese jovencito sorprendente que era Pipo Pescador- enarbolaba el disco como una nueva conquista. O como un anticipo. Medio Tandil tuvo que escucharlo por su prepotencia afectiva.

(Nadie imaginó entonces que, años después, y de su mano, María Elena Walsh en persona –ya muy famosa- cantaría en el entonces "Teatro Estrada" de Tandil en una noche mágica, inolvidable)

Maestros y chicos unidos por el canto

. Desde aquel disco –hasta que llegó la Vereda Musical de los hermanos Techeiro- salieron copias caseras para maestros y también para estudiantes del ISER aquel instituto recién creado con la finalidad de capacitar maestras para los ámbitos rurales.

De los maestros a los chicos. Y de los chicos a sus papás. Todos fueron sus portavoces y difusores. Aquellas canciones y aquel modo de decirlas, eran un nuevo recurso para cautivar a la infancia, sin lobos atroces ni caperucitas bobas. Lo practicaban Leda Valladares y María Elena Walsh.

Leda y María Elena -cuyas vidas había unido la música-veinteañeras las dos, habían dejado en 1952 la Argentina para poner distancia a las discriminaciones, exclusiones y censuras del gobierno de Perón. Se habían radicado en París, y arañando sobrevivencia cantaban y componían a dúo inspiradas en el folklore de la Patria ausente. De 1954 databa su primer 33 de vinilo. Se llamaba Chants d’Argentine y Sous le ciel de l’Argentine. Eran voces de la tradición oral del Noroeste que Leda había recogido en exploraciones del canto popular que nunca abandonaría. De esa cosecha eran Huachi tori y Dos palomitas, a las que habían agregado obras de Yupanqui y de los hermanos Ábalos.

Para transformarse en un emblema

Cuatro discos más le sucedieron. El último, Canciones para mirar, precedió a la disolución del dúo artístico. A partir de entonces, Leda seguiría profundizando sus búsquedas y María Elena abriría su formidable producción como poeta, compositora y cantante hasta transformarse en lo que le sobrevivirá más allá de su ausencia: un emblema. O un ícono.

Así, nacieron Doña Disparate y Bambuco, Canciones para mí, En el País de Nomeacuerdo. Cuentopos , Juguemos en el Mundo y una larga lista de inagotables maravillas. Fueron el vientre natal de personajes y situaciones que se han transformado en arquetipos:

La "tetera de porcelana que no se ve", La familia Polillal, aquella Pájara Pinta desconsolada viuda del Pájaro Pintón, La mona Jacinta (que se peina, se peina y quiere ser reina) La canción de la Vacuna (cuando llegaba el doctorrr "manejando el cuatrimotorrr" y con su vacuna conjuraba la tarea supersticiosa del Brujito de Bulubú) "Doña Perica, la hornera" que bailaba zambas y chacareras mientras aseaba su nido. La Reina Batata, y aquel no tan hipotético Reino del Revés, donde nada el ave y vuela el pez, pero donde también -¡vaya profecía!- los ladrones oficiaban de juez y de vigilante.

Por el puro gusto de cantarles

Nunca llegó a evaporarse esa mágica comunión con esos niños que iban haciéndose adultos, aunque a veces su genio poético volaba a niveles sublimes. ¿Qué resulta, si no, aquella dulcísima Canción del Jacarandá" que contó con la participación del entonces encumbradísimo Palito Ortega?

Sucedió que ella había elegido como público, en primer lugar a los niños. Sin hablarles finito ni tratarlos como a tontos. Y lo hizo, no para merecer laureles olímpicos ni parnasianos, sino "por el puro gusto de cantarles", como se ha escrito de ella en estos días.

Sus canciones serán atemporales

Ha dicho bien, Sandra Mihanovich: "Las canciones de María Elena son atemporales".

Abuelos y padres de hoy que cuando niños aprendieron sus canciones cantándolas, están escuchándolas en labios de sus hijos y de sus nietos.

Alicia Dujovne Ortiz ha recordado que cuando Juan Ramón Jiménez conoció su obra juvenil "Otoño Imperdonable", y la invitó a visitarlo en Nueva York, exaltaba su asombrosa musicalidad. (Todavía le faltaba crear voces como "bulubú", "tutú marambá, "balubambú", o reinventarle notas a Humahuaca o jacarandá. Al decir de José Pedroni, música por que sí, pero no música vana)

Pensionista vitalicia de la memoria popular

En estos días se han buscado símiles para equiparar la obra de María Elena con lo más alto de la creación poética de la Argentina.

Me atrevo a vaticinar –sin farolear en honduras literarias- que buena parte de su obra ya está sobreviviendo más allá del Olvido, (como muchas estrofas de Martín Fierro) porque ambas residen con pensión vitalicia en la memoria popular.

Su docencia contiene, además, los alcances que los nuevos pedagogos pretenden de la educación. Lo ha resumido en "Clarín" la periodista Nora Vlater: nos enseñó a ser chicos y nos hizo crecer. Y yo agrego: sin moralejas.

Por eso, para hablar sobre los alcances de su obra habrá que hacerlo siempre en Tiempo Presente.

Crónica de su llegada al Paraíso

¿Cómo cerrar esta columna, sin caer en lo superficial, lo chirle o, peor aún, lo presuntuoso?

Porque me niego a eso , quisiera encontrarme con ella, a ver si me alivia del compromiso. Entonces le pediría:

-María Elena, contanos tu llegada al Paraíso

Y se me hace que, de buena que es, accedería. Y que hubiera empezado así:

-Mirá: después de cumplir las formalidades de Inmigración en el Cielo, y llenar planillas,firmarme y sellarme el pasaporte, declarar cuentas bancarias y explicarles quién soy y a qué vengo, levanto la vista y ¿sabés quiénes me estaban esperando en el hall de entrada? Con los brazos abiertos, su mameluco y sus barbas, Javier Villafañe. En sus brazos, sus títeres predilectos Maese Trotamundos y María, la del cabello largo y rubio que Juancito se empeñaba en apartar. Junto a ellos, me sonreía Gabriela Mistral aprendiendo a manejarlos para luego divertir a los ángeles. Detrás de ellos, el bueno de José Pedroni recitándome "qué dulce es la espera acompañada / para quién siempre solo, nunca ha esperado nada". Y después ¡casi me muero! haciendo ronda, mis hijos: la Hormiga Titina, La Mona Jacinta, Tutú Marambá, el Gato Confite, el Brujito de Bulubú, la Vaca Estudiosa (que seguía usando anteojos, de tanto estudiar) y Doña Disparate con su rodete nuevo; y todavía cubierto con polvo del reino de Ugambalanda, el elefante Daylan Kifki, Desde la distancia, bajo un algarrobo celeste (¿o un jacarandá?) –me esperaba con un mate don Atahualpa mientras me ofrecía su guitarra para que le despertara, cantando, las luces del pedregal. Y de pronto, aquel gordo uruguayo desbordado que vendía libros, que se hacía llamar Reyes Dávila y me había llevado una vez a cantar en Tandil, empezó a soltar palomas que se posaban en el hombro de todos los amigos que me esperaban. Pero miré mejor y no eran palomas, sino centenares de Manuelitas planchadas del derecho y del revés que, por esas cosas de los versos y las tortugas, habían aprendido a volar.

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