Volver a la página principal
Se expresan los adultos mayores

La mueca

Dr. Benito Mario Guerstein

" Bufón.- Lo tengo desde que hiciste de tus hijas tu madre. Pues el día en que les diste tu cetro y te bajaste los calzones..." (Shakespeare, " El Rey Lear", Acto I, Escena IV).

Tomó el paraguas floreado porque llovía. Se miró una vez más en el espejo y se vió una sonrisa resplandeciente mezclada con un brillo picaresco en los ojos, por la sorpresa que iba a dar. Ya en la calle, compró dos docenas de masas surtidas, que eligió detenidamente de acuerdo con los gustos de cada uno de sus nietos; en la esquina un ramo de flores, apropiado para la casa de su hija.

Había cambiado, por esta vez y debido a la lluvia, la rutina dominguera: una visita a su marido, en el cementerio, y después a recibir o a visitar a alguna amiga de la infancia, o a alguna compañera del colegio; o simplemente leer, escuchar música o ir al cine. A pesar de sus cincuenta y un años, no se había decidido a formar pareja, por la asistencia que brindaba a sus tres nietos, de entre siete y tres años. Lo hacía de lunes a sábado, y desde bien temprano en la mañana hasta bien pasado el mediodía, cuando regresaban de su trabajo su hija y su yerno. Entonces desandaba el camino en el subte, hasta la parada final y después las diez cuadras, hasta su departamento, a pié. Siempre igual.

Tomó el subte en Constitución, apretando en un todo el paraguas cerrado, el paquete de masas, el ramo de flores y la cartera, orgullosa. Combinó para Primera Junta. En cada breve parada en las estaciones intermedias se inspeccionaba en el espejo, y vió que se le mantenía la sonrisa resplandeciente y el brillo picaresco en la mirada, hasta la terminal. Bajó. De allí, apenas una cuadra. Entró al ascensor, mirándose por última vez y largamente en el espejo del aparato. Se aprobó una vez más.

Aunque tenía la llave, tocó el timbre para que la sorpresa fuera mayor, mirando de reojo la hora. Eran las diez y media.

-¡Hoy es domingo, Mamá!... ¿Cómo se te ocurre venir?... ¡Hoy espero a mis amigas!... ¡Bueno... entrá!- su hija, en el vano de la puerta, mostraba que estaba ingratamente impresionada, acompañando sus palabras con un gesto de fastidio.

El brillo picaresco en la mirada se borró en el primer instante, pero la sonrisa placentera, que le marcaba el rostro desde hacía varias horas, fué cambiando a sonrisa que sintió estúpida (lo notó) a sonrisa dolorosa (lo sintió) y a una gradación de sonrisas, como cuando se pasa del blanco al negro por toda la

gama del gris, hasta transformarse en una mueca. Allí, en la mueca, su cara se detuvo, como esas mascarillas del teatro griego que se ponían los actores y que representaban la tragedia. Desvió la cara para que no se le viera.

En ese instante comprendió que los roles se habían distorsionado, y que había sido sometida a la servidumbre por su hija. Su amor de madre no le había permitido ver durante tanto tiempo una realidad, hasta que tan brutalmente se quebró el encanto, como un rayo en el medio de un día luminoso.

-No...no...pasaba...-entregó el paquete con las masas-les gusta a los chicos y las elegí-mostró el ramo de flores-¡Para Papá!

Salió corriendo, ahogando los sollozos.

La calle estaba desierta, cuando dejó caer las flores en un tacho de basura, después de caminar sin rumbo por varias cuadras.

La lluvia arreciaba azotándole el rostro, pero no abrió el paraguas floreado. Entonces, las gotas de la lluvia fueron mezclándose con sus lágrimas, que en forma incontenible brotaban de sus ojos, mientras miraba fijamente hacia adelante, como buscando un punto luminoso.

(deCONCIENCIA" N° 111, noviembre de 1992)

 

Volver al Indice del número 3 de Tiempo

PsicoMundo - La red psi en Internet