Se expresan los adultos
mayores
Años de alimentar leyendas
Martín Carrasco.
Los que estamos en la franja de Adultos Mayores (Felipe González dice que la expresión "tercera edad" es lo más cursi que pudo oír), somos la generación que vivió los cambios más vertiginosos en la historia de la humanidad.
Nunca nada fue tan rápido. Vamos a uno o dos ejemplos: comenzamos a escribir con pluma cucharita y hoy tecleamos en la computadora; la telefonía era con operadores, ahora acudimos al e-mail; viajábamos en auto a no más de 80 km. por hora y vivimos el vértigo de llegar a Europa en un abrir y cerrar de ojos.... y así todo..
La ciencia médica fue, tal vez, la que más avanzó. No fue sólo por ella misma, sino por su interrelación con otras ramas del saber científico. Pero aquí llega el pero-, los adultos mayores arrastramos la fatiga de los viejos usos: ¿Nadie recuerda las ventosas de la infancia bronquítica?
Y la memoria de esas tradiciones y de las leyendas alimentadas por la más seca de las ignorancias, mete miedo ante la posibilidad de una exploración médica. Hay veces que hacerle caso al miedo conspira contra la salud en sí misma y contra la calidad de vida.
Lego absoluto en el saber hipocrático, tuve que enfrentarme ahora con dos tabúes que se suponen propios del adulto mayor. Recibí las noticias con temor; las alimenté durante la espera hasta bordear el pánico. Afortunadamente, a la hora de la verdad, no fue grato, pero tampoco el potro de tormentos que había imaginado y que otros del mismo nivel académico que el mío abonan gratuitamente.
Primero fue una catarata. En el ojo derecho, para ser preciso. El día que el oftalmólogo hijo de un amigo- dijo que la cosa era quirúrgica, casi me caigo. Pertenezco a una generación de ignaros que cree, por ejemplo, que la culminación de la miopía es la ceguera.
En el momento, el combinado esfuerzo profesional entre anestesista, cirujano y asistentes especializados, hizo que la operación fuera en comparación, menos agraviante que la extracción de un molar rebelde.
La velocidad, limpieza en el trabajo y la levedad del postoperatorio me decidieron: dentro de unos quince día vamos por la catarata del ojo izquierdo.
El resultado final, en sus réditos, será infinitamente grato: podré ver a mis nietos moverse en las canchas de rugby, sin nubosidades u otros inconvenientes.
Segundo caso, exclusivo del sexo masculino: una próstata que crece; resultados elevados en los análisis de sangre (los conocidos lo llaman PSA, pero para nosotros, que no tenemos confianza, es Antígeno Prostático Específico) y, al final del túnel, una mancha oscura en la ecografía.
La orden es simple: debe practicarse una biopsia prostática por sextantes. Ahora bien, en esta región de América de Sur, los hombres hablamos entre nosotros sobre tres cosas: deportes, política y mujeres. Al ingreso en la condición de adulto mayor y casi sin dejar huella, el tema mujeres es reemplazado por otros dos: los nietos y la próstata. Sobre los primeros, se miente sin pudor; sobre la segunda, se fabula.
Pero la fábula es acromegálica. Si uno no sabe nada (y generalmente es así), otro que tampoco sabe, habla de urólogos con dedos (los del tacto rectal) como columnas griegas; dicen que en el lugar se corre la voz y todo el mundo quiere ver. Si uno fuera exhibicionista, bueno; generalmente no es así y el sufrimiento previo nos deja insomnes.
¿Y al final? Pues, que somos beneficiarios de un adelanto profesional y técnico tan grande, que el cáncer de próstata puede ser detectado y tratado- tempranamente, y la detección no es de medios muy gratos, pero nada que ver con la leyenda del boliche. El famoso "ojo clínico" ha cedido paso al ojo infalible de la cibernética, la exploración visualizable, con volumen, colores y toda la parafernalia del avance científico.
Por lo menos en el centro de imágenes médicas donde se me practicó esa biopsia, fui recibido por una profesional que comenzó por descorrer el telón. Y cuando uno mira directamente, el miedo a lo desconocido se retira.
Hoy y aquí, el estudio y la toma de muestras se realiza en algo así como diez minutos; el paciente que es ambulatorio- es constantemente asistido (y contenido) por el médico jefe del equipo y por sus integrantes.
No es una caricia de Angelina Jolie, pero las manos del profesional son de tamaño corriente; no usa un alfanje, todo el mundo es amable y la tecnología permite ver todo.
Otra cosa: nadie entra para espiar. ¿El diagnóstico? Bueno, eso es algo estrictamente personal.
Martín Carrasco