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Se expresan los adultos mayores

La educación moderna de los hijos. Los extremos se tocan

Gladys Sánchez Diaz

 

Somos las primeras generaciones de padres decididos a no repetir con   los hijos los errores de nuestros progenitores.

Y en el esfuerzo de abolir  los abusos del pasado, somos los más dedicados y comprensivos pero a la vez   los más débiles e inseguros que ha dado la historia.

Lo grave es que estamos  lidiando con unos niños más "igualados", beligerantes y poderosos que nunca.

Parece que en nuestro intento por ser los padres que quisimos tener, pasamos de un extremo al otro. Así, somos los últimos hijos regañados por los padres y los primeros padres a quienes los hijos nos regañan; los últimos que le  tuvimos miedo a los padres y los primeros que le tememos a los hijos; los últimos que crecimos bajo el mando de los padres y los primeros que vivimos bajo el yugo de los hijos. Y lo que es peor, los últimos que respetamos a nuestros padres, y los primeros que esperamos que nuestros hijos nos respeten.

En la medida que el permisivismo reemplazó al autoritarismo, los términos de las relaciones familiares han cambiado en forma radical, para bien y para mal.

En efecto, antes se consideraban buenos padres a aquellos cuyos hijos se comportaban bien, obedecían sus órdenes y los trataban con el debido respeto; y buenos hijos a los niños que eran formales y veneraban a sus padres.

Pero en la medida en que las fronteras jerárquicas entre adultos y   niños se han ido desvaneciendo, hoy los buenos padres son aquellos que  logran que sus hijos los amen, aunque poco los respeten. Y son los hijos  quienes ahora esperan respeto de sus padres, entendiendo por tal que les  respeten sus ideas, sus gustos, sus apetencias y su forma de actuar y de  vivir. Y que además les patrocinen lo que necesitan para tal fin. Como quien  dice los roles se invirtieron, y ahora son los papás quienes tienen que  complacer a sus hijos para ganárselos, y no a la inversa, como en el pasado.

Esto explica el esfuerzo que hacen hoy tantos papás y mamás por ser los mejores amigos y parecerles "chéveres" a sus hijos.   Se ha dicho que los extremos se tocan. Y si el autoritarismo del pasado  llenó a los hijos de temor hacia sus padres, la debilidad del presente los llena de miedo y menosprecio al vernos tan débiles y perdidos como ellos.   Los hijos necesitan percibir que durante la niñez estamos a la cabeza de sus  vidas como líderes capaces de sujetarlos cuando no se pueden contener y de  guiarlos mientras no saben para dónde van.   Si bien el autoritarismo aplasta, el permisivismo ahoga. Sólo una actitud firme y respetuosa les permitirá confiar en nuestra idoneidad para gobernar sus vidas mientras sean menores, porque vamos  adelante liderándolos y no atrás cargándolos y rendidos a su voluntad.

Es así como evitaremos que las nuevas generaciones se ahoguen en el   descontrol y hastío en el que se está hundiendo una sociedad que parece ir a la deriva, sin parámetros ni destino.

Leyendo este texto comprendo las angustias que cargan la generación siguiente a la nuestra por el lugar que ocuparán durante su vejez.

La saluda con todo afecto

Gladys Sánchez Díaz

 

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