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Se expresan los adultos mayores

Tercer Concurso Literrio, Cuentos

La Plata, 12 de noviembre de 2012

 Acta de los resultados del Tercer Concurso LiterarioCuentos, organizado por la Asociación de Médicos Jubilados de la Provincia de Buenos Aires (AMEJU)

Jurado: Profesores Mariano Dubin y Carolina Sancholuz,  docentes y Directora de la carrera de Letras de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata.

En el Tercer concurso de cuentos  convocado por la Asociación de Médicos Jubilados de la Pcia. de Buenos Aires (AMEJU), los criterios generales tenidos en cuenta para ponderar los textos (en total 43 cuentos) y realizar el dictamen correspondiente se sustentaron en los siguientes aspectos:

Atendiendo a los criterios señalados el Jurado estableció el siguiente orden de mérito (se mencionan títulos de los textos y seudónimos de los participantes):

Menciones:

Prof. Mariano Dubin                                          Prof. Carolina Sancholuz


EL ERROR

Hilda Beatriz Sciancalepore
1er Premio

  La villa de emergencia temblaba bajo el soplo de un múltiple aliento cargado de pena y estupor.
  La madre gemía, arrimada al cuerpo que todavía parecía vivo. La joven y larga figura yacía inerte, engalanada con una corta pollerita negra y una blusa multicolor. En el rostro  maquillado con delicadeza, sólo  desentonaba la boca roja, semejando un grito de guerra. Se había puesto zapatos, también rojos, con plataforma y tacos altos.
  Comenzaron a llegar hasta la puerta de la casilla, los chicos y los muchachos del barrio. Por fin uno de ellos logró decir: “Porqué se hizo mierda? Nosotros jodíamos, pero por joder nomás…..no era para tanto!”
  Luego fueron llegando las vecinas mayores, murmurando entre ellas, agitadas. Sólo se podía entender que repetían: “y se mató”.
  La hermana lloraba en un rincón, tal vez con culpa, mientras recordaba en voz alta, cuando en los días de la infancia le pegaba cada vez que no encontraba sus bombachas con puntillitas.
  Hasta el cura llegó apurado, susurrando: “Bendito sea Dios!”
  Yo permanecía parada junto a la cama. A mi lado,  el enfermero que me acompañaba. Dos presencias inútiles ya.
  Cuando me fui del lugar para volver al Centro Asistencial estaba devastada. Joven y todavía no templada por la vida, la tragedia y la conciencia del misterioso error de la naturaleza me habían abatido.
  Recordaba la presencia tranquila y prolija que más de una vez había estado en la sala de espera acompañando a algún hermanito menor.
  En el Centro crecían los comentarios: que no había dado trabajo en la Escuela, que no participaba en peleas, que ayudaba a la madre en el cuidado de los hermanos y en la limpieza de la casilla, que antes de su muerte trabajaba en el supermercado y hasta se había cortado el pelo y usaba camisa y corbata para ir a trabajar, que quería estudiar enfermería…
  Yo escuchaba y pensaba que tal vez, el día en que se mató, al vestirse y acicalarse para morir, por única vez habría estado conforme consigo mismo.
  Un día de la semana siguiente la madre vino al consultorio de la salita. Fibrosa, oscura, callada, se sentó y me extendió un papel cuyo texto aún recuerdo: “Vos mamá no llores, porque siempre me trataste bien aunque te diera vergüenza. El viejo ahora que se joda; esta vez me di el gusto y le mostré que linda mina que soy. El dijo que prefería verme muerto antes que marica; que me mire ahora si se anima”.
  El padre no volvió entonces ni tampoco después, hasta donde yo alcancé a saber.

                                                                  Sempre Avanti  

ATOS DEL AUTOR: HILDA BEATRIZ SCIANCALEPORE - CALLE 491 Nº 955 – MAR DEL PLATA - TEL. 0223-467.0940 - mastornerio@yahoo.com.ar - 77 años - Sempre Avanti


ACTOS FUNDACIONALES: “EL PUCÚ”

Salpeter, Azucena R.

2do Premio

Se llama “El Pucú”, ahí estaba “Monte lindo”. Le decíamos así porque era un bosquecito de lapachos y palmeras timbó con monos carayá saltando de rama en rama. También había un arroyito de garzas y tucanes. Quedaba a unos 7 km al sur de Formosa, ciudad capital. Era el único lugar en donde se eternizaba el cielo fresco de la madrugada. Había que pedir permiso al lenguaje de las hojas y los pájaros para entrar a ese santuario.
Mi padre, sabio como todo padre sobreviviente de la guerra, estableció la costumbre de llevarnos muy temprano, apenas abierta la mañana, a comer un asadito en ese lugar. En especial los domingos, en vez de ir a misa. Creo que en realidad se debió a que, por el calor, yo me negaba a comer y con muy buen criterio mi viejo decidió que la naturaleza era el mejor tónico. En ese entonces yo tendría unos siete años y de ahí en más Monte Lindo pasó a formar parte del país encantado que me ayudó a crecer.
Un día, siguiendo el salto de los carayás, encontré una rama verde y deflecada. La limpié con el cortaplumas de papá, la curvé, probé el silbido que hacía al agitarla y se me ocurrió. Até los tientos de palmera a la manera de un arpa. Afiné las cuerdas ajustando y aflojando nudos, rasgando la imaginación. Se me hacía que estaba en medio de una gran orquesta. No sé qué melodía saqué del instrumento, pero seguro que en mi corazón escuché el coro de todos los árboles del mundo. Mi padre, que me observaba, se sentó en el tronco, al lado mío, escuchó un largo rato el sonido de mi alma y al final dijo: “Estés donde estés, recordá este momento y siempre te va a ir bien”.
Muchos años después volví a mis pagos, en avión. Durante el descenso busqué en los bañados formoseños el bosquecito de lapachos. De vez en cuando surgía una isla de palmeras, pero nada más. Ya en el aeropuerto, cuál sería mi sorpresa al enterarme que se llamaba “El Pucú”. Entonces pregunté por Monte Lindo. Me dijeron que sí, antes había muchos árboles ahí, desmontaron la zona para las pistas de aterrizaje y todo eso. Es claro, un signo de progreso, hacía falta, en media hora estás en Formosa. Justamente en ese momento carreteaba un avión.
“Aeropuerto Internacional El Pucú, bienvenidos a Formosa”, decía el cartel. Lo ví y me largué a reír. Mi viejo ya lo había fundado mucho antes, cuando a las seis de la mañana nos proveyó de alas para todos nuestros vuelos.
Seudónimo: Vuelo de tucán 


EL MUÑECO DE ALFILERES

Hugo Evaristo Ciampagna

3er Premio

Ella estaba esperándome de pie, su escasa figura hacía guardia en el marcode la puerta que daba a la sala de niños quemados. Su rostro se abrió en una sonrisa que mostró la ausencia de los incisivos superiores, mientras los dientes inferiores ascendían hasta alcanzar la encía del maxilar. Sus ojos chiquitos, eran marcadamente expresivos en el rostro de arrugas gruesas, que justificaban pensar en la rencarnación de un perro chihuahua.
Vestía como la mayoría de mi clientela hospitalaria, de forma singular, camisa de tela china, una tafeta con cambios de textura de lisa y brillante, a rugosa y mate, con cuello de puntillas.Como pantalones usaba unas calzas de algodón gris, que en sus extremos inferiores se introducían en medias de toalla blanca con vivos rojos. Y toda esa figura se subía a un par de sandalias con plataformas.
A mi me costó recordarla, pero ella rápidamente me orientó, contándome que era la madre de Carlitos, un pequeño de cuatro años que habíamos atendido tres o cuatro meses atrás, por quemaduras en el tronco, axila y brazo izquierdo, y que ahora estábamos siguiendo, en buena evolución por sus cicatrices. Pero su presencia, se debía a que tenía desde el fin de semana a su hija Carmen de 13 años, con gravísimas quemaduras en la cara y mano izquierda.
Esta niña requirió mi atención y dedicación por horas de ese día; y mientras trabajaba, iba poco a poco, indagando a su madre, quién también conmocionada, necesitaba abrirse y narrar los hechos como ella los había sentido e interpretado.
Sabe, me dijo, Carlitos sufrió lo que sufrió, por el daño que le hizo la mujer que me quitó a mi marido.
Mi matrimonio, se destrozó hace unos seis meses. Nadie sabe cuánto yo he sufrido en todo este tiempo.
Estaba tratando de superarlo cuando ellos llegaron el viernes por la tarde a buscar a Carmen para llevarla a Miramar. Qué caradurez! Esa mujer y mi marido en mi casa!
Ellos venían a pedirme permiso para irse con Carmen; se imagina Dr. que el dialogo no fue agradable, pero al fin ante los ruegos de mi hija, cedí. Y allí se fueron en la chatita los tres, tarde hacia Miramar.
Y yo me descontrolé, me metí corriendo a mi casa, busqué, y busqué, hasta que fui encontrando todo lo necesario, y poco  a poco fui haciendo un muñeco de trapo vestido lo más parecido a la ropa que llevaba María, esa maldita mujer, y deseándole lo peor a medida que iba invocando al diablo le fui clavando alfileres.
Según me contó Carmen, me seguía narrando la madre, los tres iban hacia Miramar a muy poca velocidad, ya caía la tarde, era ese momento impreciso en que la luz le cede el campo a la noche; cuando de repente, la modesta camioneta verde, la chatita, como le decía la familia se detuvo; parecía un problema eléctrico. Bajá María y vos también Carmen, dijo el padre, tal vez con un empujoncito arranque.
Así fue como María y Carmen se ubicaron detrás del vehículo, cuando en la loma donde se escondía el origen de este viaje, la ciudad de Mar del Plata, aparecieron las luces de un auto que a gran velocidad se arrojó sobre la chatita, que sin luces ni balizas y con una mujer y una niña estaban en el medio del camino.
María, presintió el accidente y tomando a Carmen de la mano se arrojó a la banquina, pero la Cupé Fuego las siguió y atropelló dando tumbos.
La más afectada fue María, arrastrada por los hierros retorcidos entre gritos y llantos.
Cuando el movimiento se detuvo, del motor de la Cupé se desprendió un caño caliente que en vuelo de cabriolas cayó sobre el rostro y la mano de la niña.
Todo esto me lo contaba la madre de Carmen con lágrimas en los ojos, pero con una sonrisa desdentada, al recordar con gozo que María, la arpía, se debatía entre la vida y la muerte en el otro hospital.


APODOS (RELATOS DE VIDA)

Rebeca Vanzetina Piterbarg

Mención

Nací en la época de los apodos. Era el tiempo en que a la mayoría nos ponían dos nombres, a veces pasables, a veces agradables, a veces horripilantes. Pero raramente se usaban. Perdón, se utilizaban en el colegio, al sacar la cédula de identidad y en algún suceso memorable.
¿Y cómo nos llamaban? Por el apodo. Este podía derivar de un defecto físico, de una mala pronunciación del niño, o como me tocó a mí: de una herencia.
En mi familia paterna, fuimos o somos tres mujeres. Separadas entre una y otra por quince años. A la primera de ellas, que tenía un nombre muy bonito, pero como era la única mujer entre seis varones, hermanos y primos, adivinen como la llamaron… NENA.
Mi prima era muy bonita y gentil, pero había algo que la molestaba y era su apodo. Pero nací yo, quince años después, también en el medio de esa gran jauría masculina, porque a los seis varones anteriores, se habían agregado cuatro más.
Ella tuvo en esos días una gran alegría. ¡Por fin tenía una heredera!. Ya podía delegar el ¡NENA! a su sucesora, que era yo.
Y así me llamaron por muchos años y nunca lo cedí, a pesar de que en mi cumple de quince años, tuve la dicha de tener otra prima.
Pero la vi tan chiquita, tan indefensa, que me dio tanta pena, que no quise donarle mi apodo.
Y así quedé: joven, madura, vieja, a la cual aún recuerdan como NENA. Y en mis pesadillas, veo mi lápida: Aquí yace la Nena, con una foto mía actualizada; y pienso que algún día, poco a poco, me acostumbraré y me importará menos, más cuando mis parientes más jóvenes, ya madres o padres de familia me llamen tía NENA. Y me agrada el tono con que lo dicen y lo siento casi bonito.

Lucila


LA OBSESIÓN DE MANUEL

Juan Carlos Reboiras Vallejo

Mención

Nunca he olvidado a Manuel. Más aún, recuerdo el primer día que ingresó a la oficina.
Me tocó hacerle la evaluación psicofísica.
Yo estaba recién recibido y hacía mis primeras armas en la profesión; además, pocos meses antes me había casado y mi esposa esperaba un bebé. No era la tarea profesional que había imaginado mientras estudiaba, pero me permitía sobrevivir durante  mis primeros años de médico.
Pero vuelvo a Manuel. Se los voy a describir: tipo alto, delgado, lo que llamaría biotipo longilíneo, piel muy blanca que acentuaba la existencia de unas ojeras llamativamente oscuras. El fijador de cabello aplastaba sobre el cuero cabelludo un pelo negro que intentaba ocultar zonas despobladas.
 Al principio sospeché que estaba anémico o enfermo de alguna patología que le daba esa fisonomía, pero no fue así. El ser de carácter introvertido, poco comunicativo, económico en palabras y desconfiado lo llevaba a relacionarse con los compañeros de trabajo de manera distante.  Habitualmente se aislaba y jamás entró en las jaranas propias de una oficina.
Respetaba una absurda rutina que le daba características extravagantes o evidentemente absurdas: cada día de la semana usaba una corbata diferente, pero siempre la misma para ese día determinado. Era muy prolijo en el vestir y exhibía un aseo impecable.
Muchas veces se acercaba al consultorio a hacerme preguntas obvias, sin embargo yo intuía que había alguna otra inquietud que no se animaba a confesar.
Él era mayor que yo, estaba por cumplir 40 años. Se había casado a los 30. En una de esas visitas al consultorio le pregunté si tenía hijos o si pensaban tenerlos.
Me sorprendió su respuesta incomprensible y desmedidamente enfática: ¡NO DR. LOS HIJOS NOS HACEN TOMAR UNA DOLOROSA CONCIENCIA DEL PASO DEL TIEMPO!
No me dio tiempo a continuar el diálogo  porque pegó media vuelta y se fue.
Sin embargo volvió días más tarde y se atrevió a confesarme lo que creo que para él era inconfesable: DR. MI PROBLEMA ES EL TIEMPO. UD. QUE ES MÉDICO TENGO LA ESPERANZA DE QUE ME ENTIENDA.
EL PASO DEL TIEMPO SE HA CONVERTIDO PARA MÍ EN UNA OBSESIÓN. MÁS AUN, EN UNA INSOPORTABLE Y ANGUSTIANTE OBSESIÓN.
Le pregunté tímidamente: ¿le teme a la muerte?
¡NO, NO ES ESO! EL PROBLEMA ES OTRO. TENGO LA CERTEZA DE QUE LOS TIEMPOS SE ACORTAN. ALGO ASÍ COMO QUE DIOS NOS ESTÁ ROBANDO SEGUNDOS, MINUTOS, HORAS. MIRE, CUANDO ERA  CHICO UNA SEMANA ERA UNA SEMANA, UN MES ERA UN MES, PERO AHORA HECHOS QUE OCURRIERON HACE UNA SEMANA ME PARECE QUE HUBIERAN OCURRIDO AYER, Y LOS DE HACE UN MES COMO SI FUERA HACE UNA SEMANA, Y LOS DE HACE UN AÑO… COMO SI EL INSTANTE SE HUBIERA ABREVIADO, COMO SI LO QUE LLAMAMOS UNA HORA SE HUBIERA CONVERTIDO EN UNOS MÍSEROS MINUTOS. BUENO, UD. ME  ENTIENDE ¿NO?
ME IMAGINO A UN DIOS AVARO Y TIRANO  QUE DESDE LA ETERNIDAD NOS ROBA TIEMPO, NUESTRO TIEMPO, TIEMPO QUE PERTENECE A LA CRIATURA HUMANA ¡AHORA COMPRENDO EL MITO DEL DIOS CRONOS DEVORANDO A  SUS  HIJOS!
Después de esa confesión vino una vez más. Su aspecto había desmejorado notablemente. La persona que conocí cuando ingresó, se había transformado en un ser descuidado, desprolijo.  Preguntó si podía hablarme en confianza, verificó que no hubiera nadie cerca de nosotros y me dijo: LE PARECERÁ ABSURDO O QUIZÁS UNA LOCURA, PERO ESTOY CONSTRUYENDO UNA MÁQUINA QUE ME VA A PERMITIR DETENER EL PASO DEL TIEMPO. ¿SE ACUERDA DEL PROMETEO DE ESQUILO? ¿RECUERDA CÓMO LLAMABA A LOS HOMBRES? LOS EFÍMEROS. BUENO ¡ESO SE ACABÓ!.
Y Manuel se fue. No volvió a la oficina ni tampoco a su casa. Un día recibí una llamada de su esposa para contarme que se había mudado a una pensión diciendo “que tenía que terminar un proyecto importantísimo”. Ella no sabía de qué se trataba y quería saber si yo tenía conocimiento de a qué se refería. Le contesté que no, pero que si no le resultaba improcedente, que me mantuviera al tanto de lo que le estaba pasando a Manuel. Se mostró agradecida por mi interés y acordamos que me llamaría.
Unos meses más tarde me llamó nuevamente para decirme que Manuel estaba cada vez peor. Hablaba solo, salía a la calle mirando al cielo, vociferando con violencia como dirigiéndose a Dios: ¡YA ESTOY A PUNTO DE DERROTARTE!          
Finalmente consideraron que se había vuelto loco y lo internaron en una clínica psiquiátrica. En la pensión era incontrolable. Sin embargo, días antes de su internación llamó a su esposa y le pidió con desesperación que me entregara una caja de madera con  unos aparatos y unos papeles que él consideraba de mucha importancia y que cuando yo los leyera iba a tener la clave “de lo que habíamos hablado”, que yo iba a entender enseguida de qué se trataba. 
La mujer cumplió el mandato tal como Manuel se lo pidió.
Lo fui a ver a la clínica un par de veces. Prácticamente no se comunicaba. Había entrado en un estado de mutismo, posiblemente influido  también por la impregnación con los psicofármacos.
Murió meses después.
ME  PARECE  QUE  HACE UNOS 203 AÑOS.

AUTOR: HYBRIS

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