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La vejez, un aporte fenomenológico-existencial
Monografía presentada a los seminarios de psicogerongología

Lidia N. C. de Loughlin
encarnipedrero@eresmas.com

Diciembre 2002

Introducción.

La lectura de los trabajos del segundo curso de psicogerontología me resultó muy interesante, y despertó en mí, ciertas reflexiones: en mi monografía anterior me centré casi exclusivamente en el enfoque eriksoniano, para caracaterizar al adulto mayor y al anciano.

Hoy voy a referirme a algunos aspectos que no traté, entonces. Uno de ellos es la filosofía que sustenta mis reflexiones psicológicas, y que podría sintetizar en una concepción del hombre como una unidad múltiple y compleja, de la cual, ninguna ciencia, ni ninguna teoría psicológica, puede dar cuenta total, pues cada una es una visión parcial. Hace años que sostengo esta posición y recién ahora, frente a algunos intentos de integración o complementariedad de teorías, así como gracias a algunos trabajos epistemológicos posmodernos, escucho decir estas cosas, y, felizmente, en algunos casos, de autores que provienen del campo de las ciencias duras.

Frente a los variados enfoques y escuelas psicológicas actuales (psicoanalíticas, cognitivas, sistémicas, transpersonales, etc.), a los avances de las ciencias biológicas y de la medicina contemporánea, parece por momentos difícil, casi imposible hablar de los aspectos psico-espirituales presentes, desarrollados o no, pero que existen en todo ser humano, al menos como posibilidad. Y, sin embargo ese enfoque es tal vez uno de los más ricos a la hora de comprender el sufrimiento, las limitaciones, los miedos que acosan al anciano, pero que también le pueden dar una capacidad de comprensión, de des-prendimiento, de aceptación de sus limitaciones que no se encuentra, tal vez, en otros marcos teóricos.

Por eso, tal vez, debí haber mencionado antes, entre otros autores, a Romano Guardini, que en su libro "Las edades de la vida" se refiere a este enfoque, o a otros autores argentinos que también sustentan posiciones similares, tales como García Pintos, entre otros. Esa dimensión espiritual no tiene que ver solamente con una concepción religiosa, o no tiene por qué ser vista exclusivamente desde ese punto de vista. Se trata de una visión espiritual y trascendente del hombre, que lo hace capaz de realizar valores, de trascender a través de la cultura, y, cuando las limitaciones se lo impiden, o cuando se le imponen las situaciones límite de que nos habla Jaspers, lo hace capaz de asumir los llamados valores de actitud, como lo sostiene Víctor Frankl.

No descartando esa línea de pensamiento es posible comprender por qué aunque el anciano pierda vitalidad, o se modifiquen sus intereses y deseos, o decaiga su espíritu de lucha, por ejemplo, pueda mani-festar, sin embargo, cualidades o características tales como la pacien-cia, la obediencia, la aceptación de las contrariedades, etc, que la vida le depara y que, de otro modo, no hubiera podido poner de manifiesto.

Porque no es sólo que al decaer las fuerzas, se hace más dependiente y cariñoso, sino que manifiesta, cuando la posee, esa sabiduría que enriquece sus diálogos y hasta llega a enternecer.

Poco antes de morir, mi padre, de casi cien años, ya tenía pocas fuer-zas para seguir luchando: padecía de enfisema pulmonar y estaba desde hacía casi tres años con un concentrador de oxígeno que mejoró su calidad de vida, pero que lo obligó a estar en casa, pues a ello se sumaron, por vejez, otras dificultades que lo obligaban a usar una bolsa urinaria.

Sin embargo mostraba una gran capacidad y una gran necesidad de cariño. Y una docilidad y disposición extraordinarias para hacer los ejercicios que aconsejaban sus médicos y kinesiólogos, que podían mejorar su respiración o fortalecer sus músculos.

Una de esas noches que ya no tenía ganas de alimentarse, le dije: pero papá si no te alimentás qué va a pasar, con este hombre, y me con-testó:" No va a pasar nada", a lo que yo respondí: ¿Por qué? Y me contestó: "Porque está muy viejito ".

O, por ejemplo, preocuparse por los gastos que podía ocasionarnos, y decirnos: no gasten conmigo. En otra oportunidad en que se había dejado vencer por el cansancio, o el agotamiento, quise insuflarle un interés vital y le dije, como si yo fuera casi una nena, ( y tengo 71 años), " papá yo quiero que te pongas bien". Cuando salió un poco de su debilidad nos llamó a mi hermana y a mí y nos dijo: "no me aban-donen y no dejen que yo me abandone porque yo ya me estaba dejan-do estar y eso no está bien."

En fin, podría dar muchos otros ejemplos de integridad y de valores de actitud que nunca le hubiéramos conocido si no hubiera sido por su larga vida, en la que fue perdiendo, poco a poco, toda la fuerza de su juventud, la que se caracterizaba no sólo por su inteligencia, sino también por su impaciencia y apuro por hacer las cosas bien y rápido. Y no creo que éste sea sólo un ejemplo posible: yo hablo de él porque lo tuve cerca, pero seguramente habrá otros muchos ancianos que como él han sido o son ejemplos de vida.

Mientras hacía estas reflexiones, recordaba que Ph. Lersch, señala como una tendencia vital el afán o la necesidad de movimiento. Esto puede verse en los niños o animales jóvenes. En los seres humanos es lo que justifica plenamente una adecuada canalización de dicha ten-dencia a través de una educación física sana que no pretenda entrenar para el alto rendimiento, sino que contribuya, desde niños, a cimentar una estructura corporal que sustente como vida biológicamente en-tendida, un psiquismo y una vida social y espiritual armónicamente desarrolladas.

Ahora bien, continuando con el tema del movimiento he podido comprobar, no sólo en el caso de mi padre, sino también de otras personas mayores que me tocó acompañar, (mi madre, que murió casi a los noventa años, ex-profesores que vi casi morir, o enfermos termi-nales que traté, etc.) que cuando una persona ya anciana o enferma no quiere ya moverse, y se deja estar, o deja hacer, cuando se acerca a ese estado de ser yacente, es porque la muerte está próxima. El movi-miento está estrechamente ligado a la vida.

Estas reflexiones acerca del movimiento, me llevaron a recordar un trabajo de Psiquiatría antropológica, de Otto Dörr: "Espacio y tiempo vividos". Voy a resumir algunos conceptos de este autor, como un aporte más al estudio del adulto mayor y del anciano.

Espacio y tiempo en el anciano.

Dörr se refiere al senescente normal, y analiza la espacialidad y la temporalidad, como dimensiones estructurales y estructurantes del mundo humano en la vejez. Esto no sólo interesa desde el punto de vista teórico, sino también desde el punto de vista práctico: su conocimiento ayudará a tomar ciertas medidas para mejorar la calidad de vida de las personas mayores.

Dörr se apoya en Heidegger, quien sostiene que el existente humano es espacial, por su estructura misma de ser-en-el-mundo. Desde luego que esta espacialidad no tiene nada que ver con la concepción carte-siana del espacio homogéneo, mensurable: el espacio del que se habla aquí es el espacio tal como se vive: es la cercanía o la distancia de los afectos, o de los intereses o de los espacios vitales lo que hace que estemos más cerca de un amigo que puede estar a muchos kilómetros de distancia, que del vecino del piso de abajo de nuestro departamen-to. También varía nuestra vivencia del espacio, según las situaciones y las edades de nuestra vida. En las relaciones interpersonales es importante otorgar un espacio al otro: el espacio del respeto, de la amistad, del amor.

Para sintetizar esto diré que lo que determina la cercanía o la lejanía de alguien es la preocupación, según Heidegger.

Ahora bien, la vivencia del espacio también varía con las edades de la vida.

¿Cómo se caracteriza el espacio de la senectud?

Para Döor hay tres notas esenciales: una es la distancia; otra es la inmovilidad, y una tercera es la coexistencia de lo esencial y lo acce-sorio.

Veamos la distancia: ella tiene que ver con el hecho de que el ancia-no no está volcado a las cosas con la perentoriedad del niño, ni la vida activa y ajetreada del adulto joven o medio, que busca concretar me-tas a corto y mediano plazo. El anciano se distancia, vive en una acti-tud de recogimiento. "Esto no significa necesariamente pereza o pasi-vidad. Se trata más bien de un nuevo modo de estar en el mundo, de un esperar tranquilo lo que la vida pueda regalar, sin tener que conseguirlo sobre la base del trabajo y del esfuerzo". (*)

Ejemplo de esta actitud es el hecho de que los ancianos pueden estar sentados mucho rato en un parque, mirando, como si lo que acontece a su alrededor, la vida de los niños y de los jóvenes, fuera un esce-nario, contemplan, y, a veces, con los ojos, aprueban o desaprueban. Pero han tomado una actitud contemplativa y distante.

Pasamos ahora a la inmovilidad: poco a poco hay una reducción de la motilidad. Las cosas se hacen una a una. La reducción motora se observa con mayor c laridad en el mal de Parkinson, pero sin llegar a ello es posible observar que al alejamiento anteriormente señalado, se agrega una suerte de achicamiento de las posibilidades motoras, pero, paralelamente es posible observar que el espacio al que ahora parece atender el anciano es otro, el espacio de la trascendencia.

Por su parte Lersch ubica al impulso a la actividad entre las vivencias pulsionales de la vitalidad. Y nos dice: "La vida es siempre movimiento, en realidad automovimiento, mientras que la muerte, como negación de la vida, es inmovilidad y rigidez. Por ello se comprende que el indivisuo vivo, por ser portador de vida, intente desarrollar la función primitiva de la vida, el movimiento propio".

Y más adelante agrega: "La experiencia enseña que los niños y los jóvenes tienen mayor necesidad de movimiento y actividad que los adultos y que la tendencia al descanso aumenta con la edad, lo cual ocurre por la disminución general de la fuerza vital, que se hace me-nor cuanto más viejo es el hombre hasta apagarse al llegar la muerte natural.." (...) Para evitar malas interpretaciones debemos señalar expresamente que en este estar-activo no se trata de producir ningún rendimiento". Aunque esto puede ocurrir y de hecho ocurre en la vida que se realizan actividades y movimientos que tienen por finalidad lograr algo: por ejemplo ganar en un deporte, realizar algún trabajo, etc. pero se trata entonces de una tendencia a la transitividad que constituye, para dicho autor, un grupo diferente de tendencias.

En cambio el impulso a la actividad forma parte de las vivencias pulsionales de la vitalidad: lo que se busca acá, según el autor citado, es "lo vivo de la vida", valga la redundancia.(**)

"Lo que en el impulso a la actividad, como instinto parcial del impulso a la vida, es buscado desde el punto de vista temático es un valor vital, es decir la actividad por su propio valor funcional en la cul la voida desarrolla su propia capacidad de movimiento".(***)

Y, por fin, según Dörr, hay un apego a cosas que pueden parecernos sin importancia: una vieja radio, un objeto que perteneció a un hijo, o a su mujer, en fin cosas que para el anciano son importantes, porque tienen para él una significación esencial, pero que, desde nuestra perspectiva pueden ser objetos sin importancia. Paralelamente, hay un desprendimiento de cosas que para él no son esenciales, y una captación de otras verdades eternas, trascendentes, que muchas veces puede trasmitir.(****)

La temporalidad de la senectud.

En la vida humana existen distintos tiempos, según sean las circuns-tanci as y las edades de la vida. El existente humano es temporal, por su estructura misma, como ser-en-el-mundo..El motor de esta estructura es la cura, preocupación o cuidado, en la cual se articulan las instancias del futuro, del presente, y del pasado.

La vivencia del tiempo se enlentece: no hay apuros por hacer las cosas, y, aunque en rigor tenemos menos tiempo de vida, nos parece que podremos hacer muchas cosas, en cualquier momento, cualquier día de éstos.

Paralelamente el anciano pierde las dimensiones de lo importante y de lo trivial: puede dar la misma importancia a la visita de un hijo, que a la pérdida de un objeto o al hecho de que no le hicieron la comida de su agrado.

Y, por último, vive el presente y revive el pasado, pues no hace muchos proyectos para el futuro. Presentifica el pasado, con lo cual enriquece su presente, y no tiene por qué esforzarse por el futuro. Ese presente preñado de pasado le da la sabiduría, y el buen sentido, pues no experimenta ansiedad, por saltar casi sobre los acontecimientos o apurar el vaso de la vida, sino que está centrado en su presente, enri-quecido por una continua reviviscencia del pasado: cuando ese pasado se revive y se reelabora con lo mejor de las experiencias existenciales, con la capacidad de darle a la vida un sentido, se adquiere la sabidu-ría.

Enlentecimiento, contemporaneidad de momentos esenciales y triviales y presentificación, (incluída la reminiscencia), son las características de la vivencia temoral del anciano, según Otto Dörr.

Por su parte, es otra vez Lersch quien nos aporta también agudos análisis acerca de la temporalidad de la vida. Y nos dice que la vida sólo es susceptible de realizarse en la forma del devenir y del acon-tecer. Según este autor," lo viviente no sólo se da en el tiempo, como

lo inanimado, sino que el tiempo está en lo viviente¸el tiempo perte- nece a la intimidad de la vida tanto como su respiración y su pulso".(*****)

Todo ser vivo es en sí mismo tiempo, es una realidad que se tem-poraliza.

Es evidente que la relación que mantienen los seres vivos con el tiempo es diferente a la realidad de lo inorgánico, donde al parecer el tiempo influye, más desde afuera. En el caso de los seres vivos las transformaciones que sufren tanto los vegetales como los animales, a través del tiempo, parecen indicar que éste está inserto en las transfor-maciones que sufren desde el interior mismo de sus sistemas. Cuando llegamos al ser humano, es evidente que desde la fecundación, hasta la muerte, los procesos biológicos, que lo afectan desde la corpora-lidad también son temporales, pero esta temporalización llega a su máxima expresión en la temporalidad de la vivencia donde confluyen pasado, presente y futuro: una triple dimensión que, en el animal pare-ce más determinada por un plan inserto en la materia viva, y en sus procesos: (un perro de diez años no puede volver a ser un cachorro, por ejemplo, ni un niño puede volver a ser una cigota), pero en el hombre no sólo el presente es producto de un pasado y marcha hacia un futuro marcado por sus rasgos específicos, sino que en el presente el hombre arrastra su pasado que en un sentido es irreversible, pero que en otro sentido es revivido, evocado, reelaborado, aceptado, etc. o negado, y que el presente está también orientado desde el futuro y hacia él, pero desde lo que ese hombre proyecta o quiere ser más ade-lante. Esto significa que el presente está en este caso orientado hacia el futuro y forma parte de un proyecto existencial. Precisamente, este futuro es el que se va acortando a medida que envejecemos, y, en cambio, va aumentando el pasado. Es por eso que el anciano suele vivir de recuerdos, más que de proyectos.

En el ser humano existe una memoria corporal, motriz, donde se ve con claridad esa influencia casi mecánica del pasado en el presente, y esa otra memoria psicológica, que se manifiesta no sólo en la evoca-ción del pasado, a veces con lagunas e imprecisiones, sino esa otra forma de memoria que consiste en recuerdos precisos con localización en el espacio y en el tiempo. En este sentido Bergson ha aportado in-teresantes análisis en relación con este problema del tiempo: el tiempo de los relojes es un tiempo espacializado. El tiempo de lo biológico es otra manifestación del tiempo, y el tiempo de las vivencias es ese otro tiempo interno, psicológico, que nos hace vivir como cortos los tiem-pos de la felicidad y como tremendamente largos los del aburrimiento.

Y, sólo cuando perdemos de golpe, por muerte súbita a un ser muy querido, entendemos cabalmente aquello de que "la vida es un soplo".

Unas pocas palabras para terminar: para enfocar adecuadamente el trabajo con las personas mayores, no sólo debemos preocuparnos de prolongar la vida, y, por supuesto, de mejorar su calidad de vida, sino

que debemos recordar que hay funciones psicoespirituales que se en-riquecen. Puesto que es un sistema perverso prolongar la vida, si ésta no va acompañada de una mínima seguridad en el plano material, económico, así como de un bienestar físico, a que tiene derecho todo ser humano. Debe atenderse, además, no sólo a la satisfacción de otras necesidades psicológicas (contacto, amor, reconocimiento, etc.) sino también a las necesidades espirituales, culturales, religiosas, (pa-ra los creyentes), que tienen que ver con los valores que dan sentido a la vida, y que son patrimonio exclusivamente humano.

Notas

(*) Dörr Otto. "Espacio y tiempo vividos". Ed Universitaria.Chile.1996.. Pág. 150

(**)Lersch Philipp; La estructura de la personalidad. Ed. Scientia. Barcelona. 1968. Pág 110

(***) " " op. cit. pág 111.

(****) Cf. Dörr Otto. Op. cit.

(*****) Lersch. Op.cit. Pág. 9/10..

Lic. Lidia N. Caputto de Loughlin.

8 de diciembre 2002

Datos personales.

Bibliografía general.

Dörr Otto. "Espacio y tiempo vividos". Ed.Universitaria. Chile. 1996.

Frankl Víctor. "Psicoanálisis y existencialismo". Breviarios. Fondo de Cultura Económica, Méjico. ( Y el resto de sus obras)

García Pintos, Claudio."El círculo de la vejez". Ed.Almagesto.

Bs. As.1993.

Guardini Romano. "La aceptación de sí mismo. Las edades de la vida". Ed. Lumen. Bs. As. Argentina.1994.

Lersch Philipp, "La estructura de la personalidad". Ed. Scientia. Barcelona. España. 1968.

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