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Las personas mayores ante la muerte
Monografía presentada a los seminarios de psicogerongología

Encarni Pedrero García
encarnipedrero@eresmas.com

1.- LA IDEA DE LA MUERTE

2.- MUERTE Y ENVEJECER: ENCUENTRO CON LA CONDICIÓN DE MORTAL

3.- ACTITUDES ANTE LA MUERTE

3.1. ACTITUDES DE LAS PERSONAS MAYORES ANTE LA MUERTE

3.2. EL PAPEL DE LAS RELIGIONES

3.2.1. CRISTIANISMO - BUDISMO - HINDUISMO - ISLAMISMO - JUDAISMO

4.- EL MORIR

4.1.- MUERTE Y MORIBUNDO

4.2.- ACOMPAÑAR EN EL PROCESO DE MORIR

5.- PÉRDIDAS Y PROCESOS DE DUELO

6.- LA NECESIDAD DE APRENDER A MORIR

7.- BIBLIOGRAFÍA

"Entre tantos quehaceres
y tan urgentes
me olvidé
de que también es preciso morir
...
irresponsablemente
desatendí esa obligación
o la asumí de un modo superficial
...
a partir de mañana
todo cambiará
...
empezaré a morir cuidadosamente
con inteligencia y optimismo
sin perder un solo instante"

TADEUSZ ROSEWICZ

1.- LA IDEA DE LA MUERTE

La muerte es un hecho cotidiano, implícito a la vida y posiblemente la única certeza que tiene el ser humano. A pesar de esto, la idea de la muerte queda relegada, apartada e incluso es eludida por la mayoría de las personas, constituyéndose como tabú el sólo mencionarla. Esto provoca que su presencia nos llene de miedo, dolor y sufrimiento al no saber como tratarla, ni estar preparados para asumirla con naturalidad. Debido esto principalmente, a la cultura en la que vivimos que oculta y evita hablar de ella ya que en el fondo es concebirla como fracaso. Fracaso personal, biológico, médico y/o tecnológico. Y ahí es donde aparece la religión, generadora de esperanza ante el gran misterio de la vida: la Muerte. La idea de Muerte ha sido abordada desde distintas disciplinas: filosofía, antropología, medicina, psicología... que enfocan el quehacer del hombre, y encontramos que muerte al igual que la vida está condicionada por factores biológicos, psicológicos y socioculturales. Si bien es una inquietud que aparece en cualquier momento de la vida, basta toparnos con la muerte más o menos de cerca, para que la idea se vuelva movilizante pero siempre en estos casos, es claro que la muerte es de otros, es ajena.

Trabajar este tema requiere un aprendizaje. Aprendizaje que se debe producir a lo largo de toda la vida. Por ello debemos más incidir en la idea de la muerte propia como ese hecho universal y necesario que va a ocurrir inevitablemente, (estemos preparados o no), y que repercutirá en cada persona de forma singular, y única. No hay dos muertes iguales, al igual que no existen dos vidas idénticas. Estamos convencidos de que prepararnos para morir, llena de paz nuestra vida, hace que relativizemos las pérdidas y los fracasos y disfrutemos más el momento presente (carpe diem).

La forma de concebir nuestra propia muerte, así como la elaboración de los numerosos duelos que realizamos a lo largo de toda nuestra vida, formarán parte de nuestro quehacer diario asumiendo, analizando y aceptando estas situaciones con una actitud psíquica saludable lo que conlleva una apuesta por la vida y nos proporciona sin duda, una mayor calidad de vida.

2.- MUERTE Y ENVEJECER: ENCUENTRO CON LA CONDICIÓN DE MORTAL

Las personas mayores se encuentran en este proceso del envejecimiento con otra cara de la muere, ya no solamente son los otros los que mueren, sino que es la muerte propia la que empieza a preocuparles (se percibe más cercana), y se presenta de la mano de la idea de tiempo. El tiempo, ese tirano implacable, inexorable de las dimensiones en donde transcurre el hombre, nos recoge cuando nacemos y nos hace bajar cuando el plazo termina. Es este contacto con el tiempo, el transcurrido y el por venir, el que hace que las personas mayores tomen conciencia de él. Y es en estos años cuando se realiza balance de lo vivido y se percibe el futuro como la cercana cuenta atrás, el cronómetro al que sólo le quedan minutos y horas, pero inciertos días e inalcanzables años. La muerte se percibe cercana y junto a ella aparecen la angustia y las quejas por lo no vivido, así como el miedo a ese paso incierto y desconocido.

La vivencia de lo inevitable, de la finitud y transitoriedad del ser humano, la idea de ser mortal es concebida de forma distinta para las personas mayores. La única vivencia cierta de la muerte, es la de "no ser"-"dejar de ser" y esto a través del conocimiento que nos da la muerte de los otros. La angustia que suscita el pensar en la muerte es en ocasiones muy reprimido movilizando defensas construidas a través del tiempo. Los tiempos que provoca están relacionados con el acto de morir y lo que ocurre después.

Ya estemos considerando el morir como el punto final o como el tránsito a otra cosa, esto despierta miedo, sentimientos de posible sufrimiento o de soledad y desamparo. En torno al después se agrega el miedo a lo desconocido. Los que tienen la creencia de un cielo o el encuentro con Dios y los seres queridos (católicos y musulmanes), o de la existencia de nuevas vidas o reencarnaciones (budistas e hinduistas); ponen mucha atención en el cuidado de estos conceptos. Pero ya estemos trabajando con la idea de muerte como final, como el principio de una nueva vida o Iluminación, o como no-existencia, ubicamos el centro del enfoque en la vida, es decir, el trabajar la muerte como algo inherente y necesario de la vida deviene en valorizar el tiempo de vivir.

El miedo a morir se confunde con el propio miedo a vivir. Con el miedo a la muerte se vinculan los miedos a la enfermedad, al sufrimiento, a la vejez, ... pero el miedo a la muerte tiene como punto de referencia el miedo al no ser y a la duda existencial del por qué ser ahora y no ser después: que sentido tiene ser si algún día se dejará de ser. Morir supone el temor a la no existencia y al misterio. De hecho la preocupación y el miedo a lo que hay tras la muerte ha dado pie a uno de los máximos fenómenos culturales de la civilización: las religiones. El misterio y la sensación de incertidumbre que provoca la muerte tiene forzosamente que producir miedo. Todo lo desconocido produce temor, pero, si además es irreversible y representa la imposibilidad de retorno, es lógico que se produzca miedo. "Este sólo es comparable si se integra la muerte en el fenómeno global de la vida y se logra sentir por ella suficiente pasión y entusiasmo para compensar el temor a su final". (Corbella, 1990: 276-287).

Ayudando a comprender y asumir la Muerte propia con los miedos que ello implica, revalorizamos el tiempo de vida, con una connotación nueva.

3.- ACTITUDES ANTE LA MUERTE

Las actitudes frente a la idea de la muerte han ido variando a través del tiempo y de las distintas sociedades y culturas. Tal y como apuntábamos en el apartado anterior la muerte en esta cultura postmodernista con su lógica del consumo, su desprecio por la experiencia pasada, la urgencia de vivir rápido y pasar, no soporta la muerte porque es considerada como fracaso y por ello se trata de negarla y ponerla fuera de la propia vista y de los otros (la muerte solitaria con los respiradores, sondas con los respiradores, sondas y sueros como únicos acompañantes, tanatorios y cementerios alejados de las ciudades).

Pero también las actitudes se modifican a lo largo de la propia vida y en relación a la realidad sociocultural de cada individuo, lo que imprime un sello único. Esto viene dado en gran medida por la historia personal en cuanto a las perdidas vividas y forma de elaborar los duelos frente a las mismas, así como por el contexto afectivo con el que cuentan las personas mayores.

3.1. ACTITUDES DE LAS PERSONAS MAYORES ANTE LA MUERTE

Existen 3 actitudes básicas ante la muerte:

En cuanto a las actitudes de las personas mayores frente a la muerte autores como López Aranguren (2001:34-35) han estudiado ampliamente este tema y aportado algunas propuestas. La actitud que cada cual adopte ante la muerte dependerá ciertamente de las creencias religiosas o agnósticas, de la concepción filosófica, así como de la capacidad para enfrentarnos con la realidad de la vida o con la realidad o no de la muerte. López Aranguren analiza estas actitudes ante la muerte:

Muerte eludida: no puedo imaginar un mundo en el que yo no exista por lo que mi muerte es impresentable. Produciéndose incluso una represión natural del pensamiento de mi muerte. No sólo niego mi muerte, sino que hoy la muerte del otro tiende a hacerse desaparecer o nos anestesiamos ante ella. Tal vez con la vana esperanza de hacerla desaparecer. De la cuasi-eliminación de la muerte. Eludirla pasa a convertirla en utopía más o menos pseudo científica. Es una forma de eludir la muerte teniéndola presente y luchando contra ella.

Muerte negada: desde esta actitud se percibe la muerte como tránsito, "salida" en continuidad, de una situación a otra, de "esta vida" a la "otra vida". Continuidad absoluta (platónica inmortalidad del alma) o relativa (resurrección cristiana del cuerpo humano).

Muerte apropiada: en este caso vivir es inseparable de morir, por lo que, como pide Rilke, "trabajarla" e incluso "dar la luz". Heidegger precisa que la muerte es consubstancial a la vida.

Muerte buscada: como seguimiento del impulso fanático freudiano o aceptación de la "nada" que en definitiva somos.

Muerte como absurda: ya que según Sastre priva a la vida de toda significación y le arrebata su sentido.

Moragas Moragas, citado por Belando (1998:208-210) menciona que la actitud ante la muerte está condicionada por la situación personal, pero que en general, las personas mayores la aceptan mejor que los jóvenes, las mujeres mejor que los hombres y las personas religiosas o creyentes mejor que los no practicantes, aunque concluye que esto es totalmente variable dependiendo de las culturas y naciones. Igualmente, distingue actitudes positivas y negativas ante la muerte. Se puede reaccionar positivamente cuando se considera la muerte como:

Las actitudes negativas están ocasionadas por la asociación del dolor y sufrimiento en el proceso de morir, porque suceda demasiado pronto o queden sin terminar o resolver trabajos que se estaban realizando o se iban a hacer. Y también es valorado como negativo por el dolor que provoca en los demás.

Mishana y Riedel, citados por Belando (1998:210-211) consideran que las actitudes ante la muerte varían dependiendo de la edad y cultura. Y parece ser que la religión no es un factor influyente en los sentimientos provocados por la muerte. En cuanto a los factores culturales que inciden en la experiencia de la muerte son los siguientes:

3.2. EL PAPEL DE LAS RELIGIONES

Como estamos viendo las religiones juegan un papel relevante a la hora de influir de forma positiva, negativa o neutra en todas las personas al pensar en su propia muerte o sobrellevar las muertes ajenas.

Las grandes religiones hablan de la muerte en un triple sentido según Corbí (2001: 17):

3.2.1. CRISTIANISMO

En las religiones de origen judío-cristianas se entiende que los valores ético-morales se establecen directamente por Dios para la regulación de las relaciones humanas y para ordenar las relaciones entre el profano y el sagrado. Ese Dios, al mismo tiempo que asume la ilustración del legislador supremo, permanentemente mira y controla los hombres, sus pensamientos y acciones, juzgándolos e interviniendo siempre que él entienda necesario, sea personalmente, sea por vía de sus mensajeros que son los ángeles y arcángeles, en el proceso de relación entre el divino y el humano.

Al mismo tiempo, por la condición de esa relación y de sus reglas, se establece la noción del pecado. El hombre ya nace marcado por el pecado original, que se refiere a su propia existencia en la tierra, accidente en un programa que éste Dios había establecido para su Creación y que el hombre no ejecutó. Estigmatizado así, el hombre tiene que sufrir durante toda su existencia, resignadamente, intentando recibir el perdón divino y, de este modo, aspirar al encuentro con la gracia divina después de la muerte.

Durante su existencia el hombre vive, casi que de una manera compulsiva una vida de pecados en su relación con Dios y las leyes divinas. Esa noción del pecado, tan importante en las religiones cristianas, termina imprimiendo en el mundo psicológico de todos los involucrados, un permanente, aunque a veces difuso, sentimiento de culpa.

Los cristianos tienen la firme creencia en la fe de la encarnación de Dios en Jesucristo. En Él se encuentra la esperanza, porque realizó lo que es todavía una esperanza. El cristianismo como toda religión, no consiste tanto en lo que tiene que ver con la historia de sus orígenes como en lo que está más allá de la misma historia. El verdadero cristiano vive con la esperanza de la inmortalidad, porque cree en la resurrección de Jesucristo. Jesucristo aceptó la muerte cambiando de esta forma su significado, la elevó a la función de redentora y la trascendió por la resurrección. En su muerte transformó para todos los hombres el sentido de su mortalidad. La victoria de Jesucristo se actualiza en la muerte de cada uno de los hombres. El hombre entra en la eternidad por la muerte, convirtiéndose ésta en el enlace entre el modo de ser temporal y el modo de ser eterno. Dios nos espera a todos para abrazarnos atentamente; porque hemos sido creados a su imagen y semejanza, y hemos sido redimidos por Jesucristo.

Para los cristianos el alma surge con la concepción y a partir de ese momento es eterna. Con la muerte, el alma se retira del cuerpo. Habrá una resurrección de los cuerpos, si bien estos serán espirituales o glorificados. Esto sucederá el último día, el del fin del mundo. La muerte sólo implica al cuerpo. El alma permanece por siempre. Los cristianos deben tener presente la fugacidad de la vida y la inevitabilidad de la muerte para purificarse y gozar de Dios. La vida terrena es un tránsito hacia otra superior y eterna. No acaba sino que se transforma. La muerte es la entrada anhelada en el cielo para gozar de forma definitiva de Dios en plena unión.

Tras la muerte tiene lugar un juicio en el que se valoran los méritos y deméritos del difunto. Así el alma se salva o se condena viviendo eternamente en la gloria de Dios o apartados de él. Además del cielo y el infierno, hay un plano denominado purgatorio, donde las almas deben permanecer un tiempo indeterminado hasta alcanzar la limpieza total y ganar la unión eterna en Dios. El purgatorio sería el estadio donde se eliminan las faltas.

Para los Padres de la Iglesia habrá un juicio final y previamente a este se producirá la resurrección de l os muertos. Nadie excepto Dios puede conocer el día y la hora del mismo. Según la iglesia cristiana, el cristianismo debe prepararse durante su vida para una muerte que siempre es incierta, pero inevitable. No se acentúa tanto la necesidad de aprender a morir como la de prepararse para ganar los dones de la otra existencia y ser merecedor de la vida eterna en el paraíso.

Los cristianos entierran o incineran a sus muertos, si bien durante siglos lo común ha sido la inhumación, aunque en los últimos años va aumentando el número de cremaciones.

BUDISMO

Para los budistas, la muerte no es más que un tránsito. Los actos positivos realizados a lo largo de nuestra vida nos permitirán gozar de un karma favorable. Los actos negativos inducirán un karma negativo. Renaceremos bajo una forma determinada por esta ley de causa y efecto. Por eso la muerte no es un final; más bien parece un cambio de ropajes.

Para los budistas si uno alcanza el Despertar (la Iluminación) sale de la rueda del samsara y escapa definitivamente del sufrimiento de las encarnaciones. Si no ha alcanzado el Despertar permanece en el samsara.

Abandonarlo no es comparable al paraíso, y quedarse en él no es comparable al infierno. Se trata de un dominio en el que cualquier comparación con las referencias cristianas sería inapropiada. Por otro lado, lo que nosotros llamamos mundo de los infiernos no es más que uno de los seis mundos en los que podemos renacer. Pero reencarnarse en ser infernal no implica en absoluto que nuestra existencia siguiente no se desarrollará en un mundo más favorable. En determinadas condiciones podemos alcanzar lo que llamamos al Campo de Beatitud. Si has enriquecido tu vida con muchos actos positivos, si has rezado para renacer en el Campo de la Beatitud podrás estar en él de forma efectiva después de la muerte. Al igual que el infierno, no posee realidad propia. Cada individuo puede reencarnarse en seis mundos diferentes. Un séptimo modo de renacimiento es el del Campo de Beatitud. Pero la meta final es el Despertar, única consagración de un espíritu que haya alcanzado la Iluminación.

El budismo no cree en un dios omnipotente y omnisciente, creador del cielo y la tierra. De hecho, nuestra comprensión del universo y del tiempo está permanentemente emborronada por las ilusiones que nuestro espíritu proyecta sobre esos conceptos.

Para el budismo no hay en el ser humano un elemento superior trascendente como el espíritu o el alma. Todo es inestable, transitorio e impersonal. Por eso en el budismo no podemos hablar de reencarnación propiamente sino de renacimiento. El apego que sentimos por nuestra existencia genera sufrimiento, lo que nos encadena a la rueda de nacimiento y muerte, generando futuros renacimientos.

EL HINDUISMO

Para la tradición hindú, los seres se descarrían por el espejismo de la dualidad, originada por el deseo. El ego, como núcleo de necesidades y deseos, crea un mundo a su medida; ése es el espejismo; ése es el escenario mágico de nuestra conciencia; ésa es la ignorancia. Para romper el círculo mortal de la dualidad que crea la necesidad y el deseo, hay que deshacer la creencia en el ego como entidad consistente y separada.

El alma imagina su nacimiento y su muerte. Pero nadie nace ni muere en ningún momento. Brahman muere y Brahman mata. Cuando se atina a comprender y sentir más allá de la dualidad, Brahman es el "Yo soy" el "sí" interior. Él es el principio, el medio y el fin de todos los seres vivos; es en consecuencia la inmortalidad y la muerte.

El hinduista cree en la trasmigración de las almas, ya que existe un principio de orden superior y permanente que denomina atman y que podríamos traducir por espíritu. El atman se reencarna para ir purificándose y poder reencontrar su origen mediante una experiencia de vida denominada liberación definitiva (como resultado de una conducta implacable y sabiduría).

La muerte sería para los hinduistas un solo mudar de cuerpo. Y sólo la liberación definitiva pondría fin a la reencarnación. Cuando una persona muere se incinera su cadáver, preferiblemente junto a un río sagrado.

EL ISLAMISMO

El islamismo se basa en la oración ritual, el ayuno, la profesión de fe, la limosna y la peregrinación a la Meca. El único Dios es Alá y su profeta Mahoma. Tras la muerte del cuerpo físico el Alma es conducida al paraíso o al infierno. El paraíso se concibe como una especie de jardín donde se puede gozar de todos los disfrutes, incluso los materiales. El infierno es una región para el dolor y el sufrimiento. Los musulmanes también creen en el juicio universal y en la resurrección de los cuerpos. Antes del juicio universal se producirá el fin del mundo.

Cuando un musulmán muere su cadáver es inhumado. El cuerpo se lava, perfuma y se envuelve en sudarios depositándose en la tumba sin ataúd.

En el Islam, aunque cree en la resurrección, se utiliza la conciencia de la muerte como instrumento de sabiduría y conocimiento. Hay que morir antes de morir. Quien sea capaz de ver, comprender y sentir, habiendo muerto a la construcción que hace el yo necesitado, verá a su Señor.

EL JUDAISMO:

Para los hebreos el hombre no es un espíritu encarnado sino un cue rpo animado. Yahvé formó al hombre del polvo con sus manos y alentó en su raíz un soplo de vida. Yahvé hizo al hombre a su propia imagen y semejanza; poco menos que Dios le hizo.

El aliento divino es la vida del hombre. El destino del hombre es una cuestión puramente terrenal. Hemos salido del polvo y hemos de volver a él. Esa es la base de la sabiduría y la consecuencia del pecado original. No se habla de la resurrección hasta fecha muy reciente, después del exilio y por influencia persa.

En la religión de Israel, lo que constituye el objetivo central es la sumisión, la entrega y confianza en Yahvé, el señor de la vida y la muerte; no la fe en la vida de ultratumba.

Para los judíos la salvación se hace posible mediante la práctica de buenas acciones, la plegaria y el arrepentimiento de las faltas o pecados cometidos. Se espera la llegada del Mesías. Para los judíos la muerte la da Dios, como la vida, y debe ser tomada con resignación, creyendo en la justicia y sabiduría del ser divino. El alma es trascendente e inmortal, porque ha sido creada por Dios. Dios es justicia y recompensará a los buenos y castigará a los perversos. Por ello debemos reconocer los pecados o faltas para manifestar el oportuno arrepentimiento para no tener que sufrir una pena.

4.- EL MORIR

Morir es sin duda, un hecho biológico que acontece al organismo humano desde que nace. Algo de nosotros muere en cada instante. Ese morir biológico sectorial y parcial que tiene lugar desde que se nace, no es un morirse ya que es un morir sin morirse. Por el contrario, muere muriéndose el que sabe que su cuerpo se extingue y con el su vida biográfica, histórica, su vida de agente social. En suma, su presencia y su existencia como sujeto actuante del mundo real.

Castilla del Pino (1995:245) distingue entre morir –inversa a vivir- como una cuestión del organismo; y morirse –inversa a existir- como cuestión del sujeto. O lo que es lo mismo: morir como acontecimiento del que se puede tener o no experiencia y morirse como la experiencia de ese acontecimiento por parte del sujeto. sólo que el sujeto sería agente de ese acontecimiento.

San Martín, Pastor y Aldeguer (citados por Belando, 1998:201) dicen que el concepto científico de muerte ha pasado de concebirse como la detención del proceso respiratorio a considerarse la detención del proceso cardiovascular por la paralización del corazón y de ahí a la concepción actual de muerte cerebral. Distinguiéndose entre:

Estando de esta forma la mayoría de las muertes actuales patológicas relacionadas con enfermedades o accidentes, debido a los factores de riesgo implícitos en nuestra vida cotidiana.

4.1.- MUERTE Y MORIBUNDO

La muerte se ha institucionalizo tanto en los últimos que pocas veces se da esta fuera de ese contexto. Los moribundos están institucionalizados y el personal de los servicios sanitarios y la familia a veces olvidan mostrarse sensibles a las necesidades emotivas del que va a morir.

En 1976, el Consejo de Europa se pronunció sobre los derechos de los enfermos y los moribundos. Entre ellos encontramos:

4.2.- ACOMPAÑAR EN EL PROCESO DE MORIR

Acompañar es una actitud con sus tres componente (cognitivo, afectivo y conductual) que va acompañado de un estado de ánimo. Acompañar a un moribundo implica un desgaste emocional y vital intenso ya que nos sitúa de cara a la muerte y a la pérdida de un ser querido.

Para enfrentarnos a esta tarea debemos hacerlo desde:

Sin angustia o nerviosismo e intentando encontrar serenidad. Aprendiendo a desdramatizar la situación.

5.- PÉRDIDAS Y PROCESOS DE DUELO

El duelo es el trabajo psico-físico-emocional-relacional y espiritual de adaptación, universal y necesario para poder elaborar satisfactoriamente cualquier pérdida significativa.

El duelo nos ayuda a superar las pérdidas que vamos acumulando en nuestra vida. A diario nos enfrentamos a pérdidas: la de una amistad que se acaba, un amor que se va, un trabajo que se pierde, un ser querido que muere... sentimos que perdemos un sueño o que nos alejamos de nuestra "Leyenda Personal", que la vida se nos va de las manos. Estos acontecimientos están implícitos en el proceso de crecimiento, es decir, de la vida ya que lo único que nos separa de éste es la muerte. Por ello debemos entender el duelo como un trabajo que realizamos ante una pérdida, no sólo el que realizamos ante la muerte.

La palabra duelo deriva del latín "dolos" que significa dolor y también "duelum" que tiene que ver con dúo, o sea, dos. Habla así de una relación, un vínculo que se separa con dolor. Este trabajo conlleva desprenderse intimamente de ese objeto perdido a través de un proceso de adaptación.

Autores como Lindermann, Engel, Kubler-Ross, Davidson y Bowly han propuesto diferentes etapas en el proceso de duelo. Por ejemplo, Kubler-Ross nos habla de 4 fases:

Si aceptamos la pérdida estamos elaborando el duelo sanamente. Se pueden producir patrones de duelo patológico cuando realizamos un:

Las personas mayores al haber acumulado numerosas pérdidas de distinto grado y significado, y teniendo en cuenta que muchas de ellas quedaron sin duelar satisfactoriamente se pueden encontrar con duelos más extensos en el tiempo, con una pérdida de autoestima, amenazas de suicidio, adicciones, disminución de la esperanza de vida, depresiones, así como mayor vulnerabilidad tanto biológica, psicológica y social, apreciándose más indicadores patológicos.

Por ello recomendamos ser conscientes de que debemos elaborar ese duelo para despedirnos. Así como revisar el mundo interno de la persona que lo experimente, observar los hábitos del pensamiento y comportamiento que incluyen a la persona perdida. El duelo se elabora en cualquier caso aunque no seamos conscientes de ello.

A grandes rasgos, Maria Antonia Plaxats (2001:8) indica algunos de los elementos que pueden interrumpir un proceso saludable de duelo:

Entre los elementos que facilitan un proceso saludable de duelo, la misma autora (2001:9-10) propone los siguientes:

Y para terminar quisiéramos concluir con los resultados que según Maria Antonia Plaxats (2001:13-15) obtenemos si se consigue una buena transformación del duelo:

6.- LA NECESIDAD DE APRENDER A MORIR

Queremos finalizar este capítulo exponiendo el olvido de la dimensión educativa en la concepción y el afrontamiento de la muerte, que no supone otra cosa que promover la calidad de vida a través del aprecio y la estima por la vida. En saber morir hay una pedagogía. La institución educativa y la familia deben emprender esta tarea de incluirse en el tratamiento del sufrimiento, del dolor y de la muerte. El problema de educar para la muerte puede afrontarse rehaciendo el modo de celebrar y de vivir la muerte en esas fórmulas externas y sociales. Ésta sería una manera de transmitir un nuevo modo de vivir y enfocar la muerte; no disimulándola sino humanizándola, desmitificándola y aprendiendo a convivir con ella.

Participamos de la opinión de educar para la vida y la muerte a niños y niñas, adolescentes, adultos y mayores para que partiendo del conocimiento personal, cultural y social podamos todos no sólo vivir sino también morir con dignidad.

El ser humano está sometido a toda suerte de aprendizajes, a lo largo de su existencia, aprender a morir debería ser uno de ellos, ya que supone aprender a vivir intensamente. Quien aprende a morir es el que está vivo, y al hacerlo obtiene un beneficio. La conciencia de la muerte no supone necesariamente tener que asumirla como un factor negativo en todas las situaciones sino ampliar el horizonte de autonomía de las personas. Hay que aprender, pues, a relacionarse con la muerte y a aceptarla de forma vivencial.

Aprender a convivir con la muerte en todos sus niveles, abordarla como tema educativo son labores que podrán ayudarnos a entender que quien no acepta y comprende la muerte, no ama verdaderamente la vida.

Debemos ser capaces de redescubrir porque hoy se nos enseña a negar la muerte, y se nos enseña que no es otra cosa que aniquilación y pérdida. Quizá por eso intentamos ignorarla, la escondemos, la nombramos sólo en contadas ocasiones, aplazando hablar de ella hasta encontrar momentos más propicios, en la absurda esperanza de que nunca llegue. Así, parece que vivimos en la ilusión de que la muerte no existe o que no tiene que ver con nosotros en este aquí y ahora en que nos encontramos. Eso quiere decir que la mayor parte del mundo vive o bien negando la muerte o bien aterrorizado por ella. El mero hecho de hablar sobre la muerte es considerada socialmente morboso y como muchas personas creen que con el sólo hecho de mencionarla se corre el riesgo de atraerla. Lo que no significa que tales valoraciones sean absolutamente unánimes. El enfermo y el anciano, cuando conservan un cierto sentido de la realidad, intuyen la proximidad del fin y, en función de su capacitación previa, estarán en mejores o peores condiciones para hacerle frente.

Sin embargo, nada nos prepara para afrontarla como un fenómeno decisivo y que debe integrar nuestra propia percepción vital, y no sólo para mantener una relación definitoria con sus límites. No se trata, pues solamente de avanzar en la vida y establecer con la muerte una relación a través de jalones premonitorios. De lo que se trata es de construir las bases para que las personas puedan integrar la muerte como un aspecto positivo de sus vidas, no para negarla, sino para alcanzarla sin mengua de su calidad de vida.

Con todo, en nuestra sociedad, cada vez con mayor fuerza, se abre paso una tendencia a abordar la muerte como algo público que merece ser considerado bajo perspectivas vinculadas a la mejora de nuestra salud, facilitando la decisión autónoma de las personas, y en su caso, a establecer las bases para que morir no signifique una ampliación del sufrimiento humano. La educación, creemos, no puede sustraerse a investigar y si es posible, a contribuir al establecimiento de vías que, mejoren la calidad de vida y, a través suyo, la calidad de la muerte.

El objetivo es, por tanto, crear bases que permitan afrontar la muerte como un derecho, en todas sus variables y no como una sentencia. Partimos de que no existe un línea educativa especializada en la Educación para la Muerte. Por ello proponemos obtener un conocimiento holístico acerca de la muerte desde diferentes perspectivas, así como demostrar que es necesario un proyecto coherente que desmitifique el miedo a la Muerte. La ausencia de una perspectiva socioeducativa consideramos que incrementa el miedo y el estrés ante las pérdidas de familiares, amigos o ante la idea de la nuestra propia y, por tanto, afecta negativamente en la calidad de vida. Sabemos que esto constituye una asignatura pendiente en el ámbito pedagógico pero apostamos por ello para contribuir a la Calidad de Vida de estas personas.

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