Lo asombroso del paciente en cuestión es que no culpa a la suerte de su desdicha, sino que se queja, pero de él mismo. Al asumir las decepciones, tanto laborales, amorosas, con respecto a su carrera universitaria inconclusa, no estaba ausente de su historia. Aún cuando no lograba circunscribir qué era lo que no funcionaba, localizaba en el término "destino" aquello que estamos acostumbrados a llamar un síntoma: algo que no solo hace sufrir sino que, además, insiste como si se tratara de un deseo enigmático venido de otra parte .
Este paciente llega al servicio demandando tratamiento psicológico al mismo tiempo que padecía una psoriasis que se fue agravando en el transcurso de los primeros 4 meses de tratamiento al punto de no ser posible reconocerlo salvo por los ojos.
Son varias las versiones que da acerca de la aparición de ésta enfermedad. Una de ellas es que la psoriasis surgió después de una decepción amorosa, luego de la cual él deseó tener dolor físico a cambio del que sentía anímicamente. Otra versión señala que nunca quiso mostrarse , no solamente en lo físico, sino en lo intelectual y en lo emocional.
El tratamiento psicológico sería, junto con el médico, fundamental para su curación, ya que si no tomaba la medicación para la psoriasis, aunque fuera placebo, se brotaba.
El tratamiento psicológico también sería necesario por sus dificultades para comunicarse con los demás, a lo que debía sumarse el temor a ser cuestionado en su modo de pensar y de hacer las cosas. La sensación de duda permanente le provocaba malestar.
Sabemos por Freud que, cuando la angustia se hace presente la duda es el mecanismo privilegiado con que el obsesivo reestablece su fe en el significante. La duda instituye un orden que lo hace dueño de sus preguntas y de sus respuestas, allí donde lo simbólico se muestra desfalleciente cuando el Inconsciente pondría a la verdad fuera de su control, enfrentándolo a un Otro sin consistencia alguna. Ante ese horror, el obsesivo se concede el artificio de la duda. Es cierto que parece atormentado también por el infinito ir y venir entre preguntas alternativas que se hace y responde a sí mismo en un intento de dar consistencia a su pensamiento. Sin embargo, hay que decirlo, no hay tales preguntas. La respuesta está de antemano. De lo que se trata en este incesante ir y venir de preguntas y respuestas es del orden de la pura verificación fálica. Sólo se permite dudar alrededor de temas que esquivan la pregunta que no quiere formularse: ésta pasión oculta por la verdad del saber del Inconsciente. Exhibe así, un "yo pura conciencia", que lo mantiene a distancia de su división subjetiva. Paradójicamente, sin éstas dudas, fallaría su certeza, pues el significante no alcanza a nombrar lo absoluto.
Retomo el caso. El paciente en cuestión se queja de no poder mostrar necesidades. Le da vergüenza ser distinto de los demás. También dice tener un conflicto con el verbo saber. Le agarra comezón cuando tiene que hablar con un profesional, aclarando que la comezón es en sentido figurado. "Es una cuestión psicológica y no física". Dice estar aferrado al saber y a las normas y que le cuesta horrores poder elegir. Por ejemplo, si tiene que elegir un sabor de yogurt entre varios yogures de la misma marca, se fija en el código de barras y elige el menor. Le pregunto por qué el menor y responde: "puede ser el menor, el mayor , puedo elegirlo por la fecha de vencimiento, etc, pero siempre tengo que poner una norma". Le digo que cuando uno decide qué norma va a utilizar para una elección, ya está eligiendo. Se descoloca. Me responde que no lo había pensado. Le corto la sesión.
Comienza la sesión siguiente diciendo que lo que realmente le preocupa es que necesita la aprobación constante por parte de su familia. Lo asocia con su padre al que describe como implacable. Recuerda que, cuando era chico, no solamente tenía que ser el mejor de la clase, sino destacarse entre los mejores de las otras clases. Cuando estaba en 4º grado, un día , faltó la maestra. A su grado lo repartieron entre los otros grados de la escuela y a él le tocó 7º grado, donde estaba su hermano. La maestra de 7º estaba dictando unos problemas de matemática y él los copió. Los hizo bien y fue el primero en entregar. Su hermano le dijo que él estaba en condiciones intelectuales de cursar 1º año de la escuela secundaria. Actualmente, puede multiplicar un número de 6 cifras por otro de 3 mentalmente. No hay un día de su vida en el que no saque cuentas, sobre todo, de dividir, aunque no puede recibirse de contador público desde hace dos años, ya que cada vez que está a punto de dar las dos materias que le faltan, se brota. Sus hermanos tampoco pueden recibirse, uno de físico y la otra de psicóloga.
Respecto de su carrera agrega otro dato: su padre dice que es peor empezar una carrera y no terminarla que no haberla empezado nunca. Le pregunto si él está de acuerdo con esto y contesta que sí. Yo sigo: ¿Por qué? Me responde con frases contundentes, casi holofrases , nunca se le ocurrió cuestionarlas: "La capacitación lleva a la prosperidad y las normas a la felicidad". Le digo que la frase es lógicamente falsa ya que una de las proposiciones es falsa: no es cierto que las normas lleven a la felicidad. Las normas son solo los instrumentos que él utiliza cada vez que no puede elegir y se angustia.
Efectivamente, lo angustia saber de las normas objetivas que son las que el otro impone. Si algo no sale bien, se aísla del mundo, se cubre, se tapa. En éste aspecto, la enfermedad es funcional, pues lo obliga a quedarse en la cama aislado. Le corto la sesión. El tema central de esta neurosis es no poder elegir.
Son dos los enunciados con los que Freud presenta en "El Yo y el Ello" las órdenes insensatas e incumplibles con que el Superyó martiriza al Yo : - "Así como el padre debes ser" y "así como el padre no te está permitido ser". Una consideración rápida de estas exigencias contradictorias nos advierte que se trata, para quien padece la coerción del mandato, no de tener un padre, sino de serlo o no serlo. El Psicoanálisis en general se apoya en la idea de hacer de ese padre que se tiene una posición inconsciente que permita la posibilidad de ir por fuera de la atormentadora coerción de la presencia viva interior que es el Superyó. El acoso superyoico es potencial siempre que se cede en el deseo y, en este paciente, el mismo adquiere una virulencia inusitada.
En la sesión siguiente me dice que se va a casar con su novia, con la que convive desde hace 2 años. Le pregunto cuándo y me responde que el jueves. Era martes. Le pregunto cuándo lo decidió y me contesta que lo venía planeando desde hacía un mes. Le pregunto por qué no me lo comentó y me responde diciendo que no es algo que le pareciera importante. "Lo más importante es la psoriasis porque no puedo estar levantado mucho tiempo". "Me molesta mi piel, yo no me miro. Por ejemplo, cuando me baño, no me miro al espejo. Me baño con los ojos cerrados, me visto con los ojos cerrados".
Esto es, frente al deseo, coloca a la mirada del Otro. Mirada que lo juzga, Otro que lo juzga. Es el Otro, en tanto lugar donde está puesto el sadismo, quien decide frente al deseo. Pero ¿qué pasa si él elige?¿qué demora no eligiendo?¿la muerte?¿la inmortalidad del padre, como decía Freud? Con las frases monolíticas que le vienen del Otro y que él no se atreve a cuestionar, elude la elección.
Le digo que creo que no me cuenta lo de su casamiento, porque las pocas veces que eligió en su vida, como en el caso de Lorena,(así se llamaba la protagonista del desengaño amoroso que lo llevó por primera vez al analista), perdió al objeto de su elección. Justamente por eso no despliega las cosas importantes de la vida en el Otro. El goce del que padece lo expone a la mirada del Otro que tiene que ver con lo intelectual y con el saber y, justamente, el que sabe es el Otro, no él.
La sesión siguiente tendrá lugar 15 días después. Al verlo me sorprendo, pues no presenta casi rastros de psoriasis. Dice sentirse sorprendido por dos cosas: una es que no tomó la medicación y se mejoró notablemente. La otra es que se siente sorprendido porque no sabe qué pasó, pero en el trabajo dijo que no sabía algo y se sintió aliviado. Hasta aquí el recorte clínico. Se podría pensar, entonces, que tal vez, y sólo tal vez, el goce que le cubría todo el cuerpo pudo, al menos momentáneamente, articularse en otro fantasma.