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Número 4 - Enero 2001

El abordaje transdisciplinario de la enfermedad cardiovascular

Dra Laura Bochatay
Dr Alberto Brondino
Dr Daniel Flichtentrei.


 

Introducción:

Las enfermedades cardiovasculares constituyen un ejemplo paradigmático en el que pueden reconocerse la confluencia: compleja, múltiple, interactiva y en ocasiones impredecible de numerosas causas y factores moduladores que intervienen en su génesis.

Se trata de la patología de mayor mortalidad del mundo industrializado, relacionada claramente con los hábitos culturales e históricos (alimentación, sobrepeso, sedentarismo, tabaquismo), con las condiciones simbólicas de la existencia socialmente conformadas (competitividad, condiciones de trabajo, inseguridad, stress, etc), con la genética, con la biología molecular y la bioquímica sanguínea (factores hereditarios, dislipidemias, trombogénesis, disfunción endotelial, HTA).

Los abordajes de un cuadro con las múltiples determinaciones que este exhibe no admiten las modelizaciones reduccionistas ni la superficialidad de los esquemas de causalidad lineal y determinista.

La evolución de las ideas que la medicina ha propuesto respecto de las enfermedades cardio-cerebro-vasculares da cuenta de un itinerario histórico que se desplaza desde las concepciones centradas en los aspectos hemodinámicos y las causalidades únicas y directas hasta las que reconocen interacciones recíprocas entre innumerables elementos que participan en su fisiopatología más íntima.

Incuso en el interior del modelo biológico de estudio de la enfermedad se ha operado una transformación epistémica significativa. Las hipótesis actuales establecen modelos de interpretación que diseñan un espectro de relaciones etiológicas y fisiopatológicas entrelazadas en un plexo sobre el que la obstrucción arterial se establece y que la precede en años, que es responsable de su evolución y sus complicaciones.

Se desplaza el énfasis de la obstrucción misma como causa determinante de la enfermedad hacia las condiciones subyacentes que permiten que ésta se produzca, se complique, se estabilice o involucione.

La complejidad se instala definitivamente sustituyendo al reduccionismo y a la simplificación.

El reconocimiento de lo inacabado e incompleto de los saberes, su carácter provisorio y su replanteo crítico permanente están presentes en la descripción actual de los procesos aterogénicos y su contínua transformación constituye la manifestación más rotunda de éste fenómeno.

La aleatoriedad, la impredecibilidad, el caos relativos a algunos aspectos fenoménicos de la enfermedad son incorporados al esquema del análisis científico expandiendo nuestras posibilidades de comprensión antes limitadas por esquemas de pensamiento que desterraban aquellas categorías.

En los últimos años han adquirido relevancia algunas propuestas que relacionan los biológico y lo psicológico aportando una mirada relacional que enriquece el conocimiento de la enfermedad.

La psiconeuroinmunoedocrinología pone de manifiesto el papel trascendente de una serie de mediadores bioquímicos que modulan la interacción entre los fenómenos psíquicos y las respuestas orgánicas.

El dispositivo así descripto hace ingresar en el terreno de las verdades científicamente aceptadas, algunas de las antiguas consideraciones que antropólogos como Claude Levi Strauss ya habían descripto como: "eficacia simbólica" y cuyas respuestas biológicas a menudo no difieren en cuanto a la cadena de acontecimientos celulares y moleculares a los de la eficacia farmacéutica.
Sin embargo pareciera que aún quedan fuera de estas descripciones tan estimulantes el rol del ambiente, la cultura, la sociedad, a las que no podemos separar sin desgarrar un tejido que está indisolublemente unido.

Los conceptos con los que la medicina construye su saber y de los cuales los médicos extraemos los criterios que guían nuestra praxis, lejos de ser una traducción genuina de lo real sin interposiciones o mediaciones de ningún tipo, se encuentran profundamente insertos en la cultura de la que formamos parte, en los paradigmas históricos del tiempo que nos toca vivir y responden a un modelo de racionalidad vigente. Toda situación médica implica una mediación, es decir un nexo indisoluble con lo social.

El tipo de causalidad consagrado por nuestra cultura médica vigente como la única posible y la que detenta la exclusividad de los prestigios canónicos de la ciencia es aquella que recibe la legitimación social e histórica.

Estas situaciones en el campo del conocimiento se sustentan no en criterios de verdad o pertinencia de orden científico sino simplemente en la hegemonía social que un discurso adquiere respecto de otros posibles.

Aún cuando secretamente perseguimos la quimera de estar dando cuenta de la realidad más desnuda y objetiva ponemos en juego todo un arsenal ideológico que, a la vez que sustenta esta ilusión, oculta sus procedimientos bajo la fachada de la transparencia y la objetividad totales.

El modelo hegemónico en ciencias se sustenta en una fragmentación de los saberes a menudo mutilante y disyuntora. La parcelación y especialización extremas del conocimiento disponible carente de articulaciones transdisciplinarias y encapsulado en una versión unidimensional de la realidad desgarran y fragmentan el tejido complejo del mundo haciéndonos creer que el corte arbitrario operado sobre la realidad es la realidad misma.

Esta modalidad del conocimiento desnuda actualmente sus fracasos como sistema de comprensión, enmascarados hasta hoy por sus éxitos como sistema de manipulación.

La propia historia del pensamiento occidental fundamenta el abismo, a menudo insalvable, entre las disciplinas. Esa ezquizofrenia heredera de la metafísica platónica y la dicotomía cartesiana subsiste hasta nuestros días en el doble carácter de la organización del conocimiento y en la incomunicación y la irreductibilidad de los saberes alambrados en fronteras tan estrechas como inútiles.

Como no podía ser de otra manera, toda perspectiva que, liberada de estas ataduras ancestrales y dogmáticas logre inscribirse en el fecundo campo de la transdisciplinariedad, hará temblar el robusto edificio de la institución burocratizada y será por ello estigmatizada como: "indisciplina".

El modelo de ciencia institucional y cristalizada resiste el menor cuestionamiento y rechaza con violencia mediante el argumento de lo "no científico" todo aquello que no responde a sus propios esquematismos tan estrechos como impermeables.

La realidad de la enfermedad y el padecimiento escapa al campo de las disciplinas, las excede y las atraviesa incluso cuando, presas de su propia ceguera y su propia arrogancia, estas se atribuyan la potestad indelegable de explicarlas, analizarlas y modificarlas de manera completa y autosuficiente.

La enfermedad admite analizar sus mecanismos profundos y decisivos que permanecerían ocultos a la ciega mirada de un espíritu dogmático y cuantificador. No pocas de sus aristas más relevantes escapan a lo que nuestros tradicionales procedimientos hacen visible, permaneciendo debido a ello por fuera del campo de estudio de las disciplinas y restando posibilidades de comprensión de los fenómenos y de resolución de los problemas.

Una visión estrecha no sólo limita la capacidad de encontrar soluciones adecuadas sino que hace imposible dar el paso previo fundamental y decisivo: impide reconocer las problemáticas a consecuencia de una ceguera metodológica que, recorta un campo de visibilidad y decibilidad arbitrariamente para luego, ocultando este detalle, exhibirse como sujeto de la visibilidad total.

El individuo en situación de enfermedad participa del principio de recursividad siendo al mismo tiempo producto y productor, rompiendo con la linealidad mecanicista de las causas y los efectos. El enfermo no es un ente aislado sino que se encuentra en permanente intercambio con el ambiente del que forma parte. A la manera de la estructura fractal: "la parte está en el todo y el todo está en las partes" .

Del mismo modo que cada persona constituye una unidad de la sociedad de la que forma parte, la sociedad se encuentra inscripta en cada individuo de manera profunda e indeleble a través de esa herencia extrasomática constituida por las marcas culturales cuya impronta modula y condiciona todos los hechos de la vida humana. La enfermedad no podía permanecer ajena a esta característica pese a los intentos del modelo médico hegemónico de reducirla a un fenómeno estrictamente biológico y dotado de una ontología propia.

¿Dónde aparecen la cultura, los procesos de simbolización y de asignación de sentido en la descripción de las enfermedades que nos aquejan?

¿ De qué modo nuestros actos médicos los toman en cuenta y operan sobre éstas variables determinantes a la hora de enfermar?

Si bien es cierto que algunos de estos aspectos son enunciados entre los factores intervinientes en la enfermedad, el acto médico, preso de un modelo de acción centrado en la prescripción farmacéutica y la utilización de tecnología de punta, no parece ponerlo en práctica.

El médico se encuentra en una situación de encierro, cercado por una formación de neto corte biologicista-positivista y unas condiciones de trabajo degradadas en base a la imposición de los criterios de la eficacia y la productividad heredados de la empresa y la industria. Esta doble condición es la responsable de la dificultad en la comprensión profunda y la asignación real de un papel trascendente en su idea de enfermedad a las variables sociales, antropológicas, culturales que a menudo quedan circunscriptas a una retórica hueca y superficial sin repercusiones concretas en al ámbito de las conductas efectivas.
La enfermedad percibida como una "realidad en sí", descontextualizada y carente de representaciones simbólicas y de subejtividad se hace ilusoriamente aprehensible sin necesidad de apelar a profundizaciones ni requerimientos de otros saberes. Los discursos que sobre ella se hagan desde otras perspectivas, lejos de ser integrados expandiendo la mirada, resultan descalificados o relegados al terreno de la literatura, las habladurías o las "trivialidades" de las ciencias blandas.

Proyecciones hacia un futuro que no cesa de comienzar:

" La realidad es una perra. ¿ Qué tiene de asombroso, por otra parte, ya que ha nacido de la fornicación de la estupidez con el espíritu de cálculo – desecho de la ilusión sagrada entregada a los chacales de la ciencia".

Jean Baudrillard. " El crimen perfecto". Anagrama,. Bs As, 1.996.

Hoy, posiblemente estemos asistiendo a una de las mayores transformaciones epistémicas en las propias bases científicas sobre las que asienta la práctica médica. Los fundamentos sobre los que se funda el estudio de las patologías humanas, sufren una modificación nada superficial proveniente de los territorios de la Biología molecular, la Genética y la Bioquímica.

La postmodernidad en la ciencia, disuelve las referencias clásicas del tiempo, del espacio, de la causalidad, en aras de unas nuevas determinación, cuyas coordenadas aún no acaban de definirse

El siglo XVIII produjo, con la introducción de la Anatomía Patológica, una alteración radical en los modos de representación espacial de la Medicina. La enfermedad adquiere su lugar en las dimensiones de un espacio nuevo, el órgano como estructura tridimensional ocupa el centro de la atención del investigador. Se abandonan las lisuras de los tejidos y las clasificaciones, el oscuro corazón de las cosas revela su lugar.

En nuestros días se gesta una nueva alteración de ese espacio donde el núcleo de la patología esconde su verdad mas recóndita.

Poco a poco nuestros modos de comprender los fenómenos abandonan las espacialidad moderna, para sustituirla por ese lugar intangible, donde habitan las moléculas, los genes, los preones, las partículas virales.

La representación tridimensional del órgano como centro originario de los procesos de la enfermedad estalla, sus fragmentos se diluyen dispersos en el limbo de un microcosmos sin espacio preciso.

Los dispositivos de comprensión de esta nueva realidad, aún no establecidos de modo sistemático, pugnan por organizar un nuevo estatuto de la representación. Momentáneamente conviven nuevas teorías con antiguas representaciones, caos transicional cuyo destino definitivo aún ignoramos, pero cuyas perturbadoras implicancias alcanzamos a vislumbrar.

Esta nueva realidad, no agota sus dislocaciones en el ámbito del espacio, involucra el eje temporal con un cambio radical en los momentos del diagnóstico e incluso de la terapéutica. Ya no resulta necesario que el acontecimiento ocurra para su diagnóstico, ya no se requiere la presencia de las devastaciones de la enfermedad para emprender la terapéutica, hoy es posible su detección desde el propio instante del nacimiento y, mediante una ingeniería que diseña los rasgos del futuro, emprender el tratamiento de aquello que aún no tuvo lugar.

Qué quedará de aquellos momentos remotos en que el acontecimiento, con su presencia contundente era el inicio de la cadena de intervenciones médicas?

La realidad, con su carga de tangibilidad y presencia, abandona su lugar en el centro de la escena. Su materialidad sucumbe al asesinato, la ilusión material del mundo da lugar a otra, de meras apariencias, virtualidades y transparencias.

El signo se convierte en objeto, abandona su condición de metáfora, se precipita en materia bruta con una conmovedora eficacia homicida.

La imagen ya no imagina lo real, ella misma lo sustituye.

La realidad ha sido expulsada, las cosas han engullido los espejos y son transparentes a sí mismas.

El mundo se transforma en mundo de signos puros, que no "significan" realidad alguna.

Un discurso en el que no hay nada que decir para un mundo en el que no hay nada que ver.

El azar se introduce en la lógica del pensamiento científico, su presencia se ha convertido en purgatorio de la causalidad.

Las cosas reconocen otro encadenamiento que el de sus causas, el principio determinista de la causalidad es puesto en cuestión.

Subsiste, sin embargo, una arcaica melancolía, cada uno de nosotros prefiere secretamente un orden arbitrario y cruel, a las angustias de un orden liberal en el que ya no sabe lo que quiere.

Antes sucumbíamos a la determinación máxima, ahora a la indiferencia absoluta.

En silencio se ansía la tibia protección de un Código de Manú.

Inutilidad de los esfuerzos de identificación.

Incandescencia insoportable del presente.

Menos mal que la realidad ha dejado de existir, fragmentos solitarios de sus signos vacíos circulan inconexos en las desoladas pantallas de la ciencia.

 

Las condiciones sociales y la naturaleza de los saberes:

"Una cultura determinada a la vez abre y cierra las potencialidades antropológicas del conocimiento. Las abre y las actualiza, al proveer a los individuos su saber acumulado, su lenguaje, sus paradigmas, su lógica, sus esquemas, sus métodos de aprendizaje, de investigación, de verificación, etc. Pero al mismo tiempo las cierra e inhibe con sus normas, reglas, prohibiciones, tabúes, su etnocentrismo, su autosacralización, su ignorancia de su ignorancia. Aquí también lo que abre el conocimiento es lo que lo cierra" .
Edgar Morim.

La cultura, ambiente propio de la sociedad humana, está organizada y es a la vez organizadora mediante el vehículo cognitivo por excelencia que es el lenguaje y a partir del capital simbólico colectivo de los conocimientos adquiridos, de las habilidades aprendidas, de las experiencias vividas, de la memoria histórica, de las creencias míticas de una sociedad. De allí el poder estructurante de una cultura y un lenguaje.

Hay épocas que se caracterizan por un sacudimiento general de las conciencias; momentos históricos que destronan los saberes conónicos y que inauguran un tiempo de frenética búsqueda.

Los procesos de enseñanza-aprendizaje se llevan a cabo en el interior de una sociedad y en un momento histórico determinado. Los valores que circulan en estos impregnan y condicionan esta tarea, le asignan significados específicos, sancionan sus modos de legitimación y modulan fuertemente el tratamiento de sus contenidos en tanto, de ello se derivan los criterios de verdad y su condición epistémica.

El saber científico es una clase de discurso, sus rasgos definitorios, los criterios de consenso y la asignación de valores a sus productos son, todos ellos, elementos socialmente determinados.

En un segmento de la historia plagado de transformaciones vertiginosas en los aspectos relacionados a la circulación de la información, al papel de las máquinas y la cibernética así como otros factores novedosos, la propia naturaleza del saber no podía quedar intacta.

Aparecen nuevos criterios valorativos: el saber es y será producido para ser vendido; deja de ser en sí mismo su propio fin, pierde su valor de uso.

El saber se torna entonces realizativo según la terminología de Gastón Bachelard; aparece el criterio de performatividad descripto por Jean François Lyotard.

Surge de este modo una concepción instrumental del saber en las sociedades más desarrolladas cuyos mecanismos de legitimación son tanto socio-políticos como epistemológicos.

Establecidos socialmente estos criterios, se produce un recorte en el conocimiento posible de acuerdo a su pertinencia a este conjunto de prescripciones culturales. Ese consenso, que permite circunscribir el saber y diferenciar al que sabe del que no sabe, es lo que constituye la cultura de un pueblo. La ciencia no es más que un subconjunto específico de ellos.

Los relatos, aquellos saberes narrativos que rodean el discurso de la ciencia cambian históricamente y dejan la impronta del lazo social en el discurso científico.
La educación representa la fase institucionalizada de esta compleja trama de relaciones mutuas e interdependencias recíprocas:

" La verdad del enunciado y la competencia del que lo enuncia están, pues, sometidas al asentimiento de la colectividad de iguales en competencia. Es preciso, por tanto, formar iguales. La didáctica asegura esta reproducción." Jean Françios Lyotard.

" Si la enseñanza debe asegurar no sólo la reproducción de competencias, sino su progreso, sería preciso, en consecuencia que la transmisión del saber no se limitara a la de la información, sino que implicara el aprendizaje de todos los procedimientos capaces de mejorar la capacidad de conectar campos que la organización tradicional de los saberes aísla con celo". Jean François Lyotard.

Este nuevo espíritu de performatividad y utilitarismo del saber lo contamina de tal modo que sus criterios de eficiencia, más propios de la producción industrial que de los ámbitos universitarios, han ingresado y se han establecido en las aulas.

El criterio de performatividad es invocado permanentemente por las autoridades universitarias para habilitar o rechazar las iniciativas de investigación.

Los planes de estudio se diseñan de acuerdo a la estricta aplicabilidad de sus contenidos y se publicitan en dirección a un mercado en base a los sacrosantos criterios del marketing.

Los saberes así seleccionados ingresan en un circuito de consumo y acumulación, que reproduce en su interior la lógica del capital aplicada a estos bienes simbólicos.

En estas condiciones la aptitud para debatir críticamente cualquier aspecto de la realidad, incluso la jerarquía de nuestros propios recorridos formativos, dista mucho de haberse generalizado. El resultado de esta compleja ecuación social es la difusión de un modelo de profesional acrítico y absolutamente integrado a un universo de valores que no está en condiciones teóricas de impugnar. Otra vez el poder se ejerce más por aquello que premia que por aquello que prohibe.

Apuntes para una crítica de idea tradicional de ciencia:

(Sobre una lectura de Gastón Bachelard).

"...el sentido del vector epistemológico nos parece bien neto. Va seguramente de lo racional a lo real y de ninguna manera a la inversa como lo profesaron todos los filósofos desde Aristóteles a Bacon..."
Gastón Bachelard.

Las nuevas direcciones que incluso en el interior de las disciplinas más tradicionales y básicas toma la investigación contemporánea obligan al replanteo epistémico. La naturaleza misma de los más recientes desarrollos teóricos y experimentales requieren de un drástico cambio conceptual en el abordaje de los conocimientos. Ya no se trata simplemente de imponer a la información científica el tamiz de una concepción positivista de la ciencia, más grave aún, estas viejas concepciones impiden la comprensión de los propios fenómenos recientemente descriptos. Esta limitación a menudo obcecada y reiterativa es hoy más que nunca un obstáculo epistemológico infranqueable para quien se resista a analizar sus supuestos filosóficos acerca del mundo. Estos nuevos rumbos de extraordinaria fecundidad y alta potencia heurística se fundan en su capacidad integradora de puntos de vista contrarios, en la dialectización de ciencia y filosofía en la confluencia de posiciones y enfoques supuestamente opuestos e irreconciliables. Ciencia de la complejidad y no de los reduccionismos simplificadores, de la integración creativa y no del esquematismo binario a ultranza.

La ciencia actual tiende a complicar la experiencia, no a simplificarla.

Algunos pensadores paradigmáticos en el campo de la epistemología como Gastón Bachelard enfatizan acerca de la necesidad de considerar a la realidad como un complejo de múltiples estratos o niveles resultantes de los métodos y de los instrumentos conceptuales o materiales con que nos acercamos a ella. Para Bachelard no es posible eliminar el polo subjetivo de ninguna observación, medición o experimentación, por lo cual concluye que nunca se accede al objeto en estado puro, sino en cuanto modificado por la acción del sujeto. Esta modificación puede ser analizada científicamente e incluso controlada como sucede con las ecuaciones de Heisemberg en la microfísica.

La ciencia entonces no se ocupa de reflejar la realidad en sí misma sino más bien de la producción de conceptos con los que abordar el estudio de lo real. No existe una realidad una y homogénea, sino una función múltiple que se ofrece en distintos estratos. Los objetos son, de este modo, el producto de los métodos con que nos aproximamos a ellos.

En este aspecto se imbrican implicancias de orden social que denotan la estrecha relación entre saber y poder. Respecto de la objetividad como valor en sí mismo, Bachelard aclara que: "...toda doctrina de la objetividad viene siempre a someter el conocimiento del objeto al control del otro". Este aspecto fundamenta la necesidad de cuantificar las mediciones como producto de la necesaria socialización del conocimiento. Las prácticas mensurativas se establecen con el propósito de someter el saber a la verificación de los pares.

Resulta muy enriquecedor utilizar el concepto de obstáculo epistemológico que Bachelard desarrolla a lo largo de su obra con gran profundidad. En su descripción de la tipología del obstáculo menciona como ejemplos esclarecedores, los siguientes:

Poner en crisis la noción tradicional de ciencia, cuestionar sus supuestos y reificaciones es una tarea imprescindible y a la que los espacios dedicados a la enseñanza no pueden escapar.

El ser es múltiple y discontinuo y no hay en él uniformidad sino dispersión de polos complementarios; entonces nuestros esquemas tradicionales fracasan y la idea de una realidad monolítica y única se desvanece.

"Si la enseñanza debe asegurar no sólo la reproducción de las competencias, sino su progreso, sería preciso, en consecuencia, que la transmisión del saber no se limitara a la de información, sino que implicara el aprendizaje de todos los procedimientos capaces de conectar campos que la organización tradicional de los saberes aísla con celo"
. J.F.Lyotard.

Una cultura escindida:

La vida intelectual de la sociedad occidental se ha encontrado fracturada tradicionalmente en dos ámbitos: los intelectuales provenientes de las humanidades y en el otro los provenientes de las ciencias duras.

El tema de la fractura entre la cultura humanísitca y la científica es una polémica inserta entre las más antiguas discusiones dentro del paradigma del pensamiento moderno. Esta separación no estaba presente en la cultura de la antigua Grecia. En el dintel de la Academia platónica, un letrero advertía "No entre aquí quien no sepa geometría".

La palabra "techné", en griego se aplicaba a cualquier artefacto, ya fuese una obra artística o una herramienta de trabajo. En la Edad media se enseñaba en todas las escuelas el trivium y el cuadrivium, donde se conjugaban sin distinciones: gramática, retórica, lógica, aritmética, geometría, astronomía, música.

La gestación de estas "dos culturas" ha creado un abismo de incompatibilidades epistemológicas así como unos lenguajes a menudo irreductibles que lo consolidan y lo profundizan.

Se ha visto alentada de este modo la visión unidimensional y por ello cercenada del hombre y sus producciones.

Resulta ejemplificador el comentario de la sección crítica de libros del diario The New York Times ante la aparición del libro de Stephen Hawking sobre los orígenes de la vida: " Señor Hawking, estamos totalmente de acuerdo con usted, pero no hemos entendido nada".

Son numerosos los intelectuales que pese a la imposición de un modelo hegemónico han sabido alertar acerca de los peligros de tal segmentación del conocimiento. En 1.959 el físico Charles Snow describe en una célebre conferencia pronunciada en Cambridge este fenómeno denunciando la mutua incomprensión y no pocas veces la antipatía u hostilidad que los enfrenta.

Aldous Huxley también se ha ocupado del tema y describió esta distinción:

" El mundo al que se refiere la literatura es el mundo en el que los hombres son engendrados, en el que viven y en el que, al fin, mueren; el mundo en el que aman y odian, en el que triunfan o se los humilla, en el que se desesperan o dan vuelo a sus esperanzas; el mundo de las penas y de las alegrías, de la locura y del sentido común, de la estupidez, de la hipocresía y la sabiduría; el mundo de toda suerte de presión social y de pulsión individual, de la discordia entre la pasión y la razón, del instinto y de las convenciones, del lenguaje común y de los sentimientos y sensaciones para el que no tenemos palabras. Por el contrario el químico, el físico, el fisiólogo son habitantes de un mundo de estructuras averiguadas y extremadamente sutiles; no del mundo experiencial y de los fenómenos únicos y de las propiedades múltiples, sino del mundo de las regularidades cuantificadas".

Esta percepción se arraiga en una larga serie de fracturas que hunden sus orígenes en el nacimiento del mundo moderno y en la aparición del pensamiento cartesiano.

Esta escisión se hizo inevitable en la medida en que obedecía al paradigma cartesiano: el mundo de la cientificidad es el mundo del objeto, y el mundo de la subjetividad es el mundo de la filosofía, de la reflexión. Ambos dominios quedaban legitimados, pero eran mutuamente excluyentes. Se establecen de este modo una serie de criterios de demarcación rígidos, entre naturaleza e historia, racional e irracional, entre normal y patológico, entre ciencia y metafísica, etc.

Su existencia no ha pasado inadvertida para numerosos pensadores, aunque su denuncia no parece conmover las estructuras culturales sobre las que se asienta.

Los desarrollos actuales mantienen esta fractura, en la era de la "post-cultura", donde tal como señala Steiner se observa un retraimiento general de la palabra, donde a menudo el texto se utiliza como ilustración de la imagen; los hechos parecen confirmar la unilateralidad y la simplificación por sobre las propuestas de la complejidad y el pensamiento profundo e integrador. Las nuevas semánticas de la post-cultura, desde la ingeniería genética, biorrobótica, biología molecular, etc rozarán incluso nuestras reservas morales en tanto queden desvinculadas de las disciplinas que le otorguen sentido, criterios valorativos, en fin, humanidad a sus propuestas.

Las Humanidades se refieren a los valores, a los fines, al porqué y al para qué de lo que hacemos, mientras que las tecnologías, la ciencia, se refieren a los medios. Privilegiar una posición subordinando -cuando no relegando a la trastienda de las ideas- a la otra es una actitud cultural francamente bárbara que, privilegiando los medios sobre los fines instala un paradigma que tiene del hombre una visión unilateral y empobrecida.

A ella dedica a nuestro juicio la universidad de nuestros días gran parte de sus limitados recursos pedagógicos, impulsando la adquisición de unos saberes que se valoran en función de su instumentalidad, subordinando el diseño curricular a los requerimientos de las grandes empresas, convirtiéndose en proveedora de materia gris dócil y entrenada en las sacrosantas virtudes de la eficacia y la utilidad.

 

Del determinismo al paradigma de la complejidad:

"Por difícil que resulte hay que intentar conocer los problemas clave del mundo so pena de imbecilidad cognitiva. Y ello es tanto más imperioso cuanto que hoy en día el contexto de cualquier conocimiento, es el mundo mismo"
Edgar Morim.

"El paradigma de la complejidad preconiza reunir, sin dejar de distinguir. El pensamiento complejo es, esencialmente, el pensamiento que integra la incertidumbre y es capaz de concebir, contextualizar, globalizar, pero reconociendo lo singular y lo concreto"
Edgar Morim.

" El determinismo- sutil antropomorfismo- dice que todo sucede como en una máquina, tal como yo lo concibo. Pero toda ley mecánica es, en el fondo, irracional, experimental,(...) El significado del término determinismo es tan vago como el de la palabra libertad (...) El determinismo riguroso es profundamente deísta. Ya que haría falta un dios para percibir esa absoluta concatenación infinita. Hay que imaginar un dios, un cerebro de dios para imaginar tal lógica. Es un punto de vista divino. De manera que al dios atrincherado en la creación del universo lo restablece la comprensión de ese universo. Se quiera o no, el pensamiento determinista contiene necesariamente a un dios- y es una cruel ironía".
Paul Valéry.

El status de las ciencias contemporáneas define una situación de interdependencia entre disciplinas, donde cada ámbito del saber implica a los demás. Al encarar la actividad docente, esta característica debe estar contemplada en la elaboración de los curriculum así como en el tratamiento de los contenidos.

Hay una serie de concomitancias que merecen establecerse como puntos de partida:

Todos saber conlleva una construcción.

Ya no es admisible la idea de realidad como algo dado.

Durante varios siglos, desde la fundación de la física por Galileo, Descartes y Newton, la idea de simplicidad, la búsqueda de un universo fundamental, estable a través de las apariencias, ha predominado en las ciencias naturales.

Hoy en día, la ciencia ya no se aviene a este paradigma clásico

Las ciencias físicas se encuentran en un proceso de reconceptualización que desborda ampliamente el terreno científico propiamente dicho.

Asistimos al desmoronamiento de los conceptos a veces simplistas con los que se pretendía describir el mundo.

Reconocer la complejidad, hallar los instrumentos para describirla y efectuar una relectura dentro de este nuevo contexto de las relaciones cambiantes del hombre con la naturaleza son los problemas cruciales de nuestra época.

Los modelos que adoptamos para el estudio del mundo natural deben necesariamente presentar un carácter pluralista que refleje la variedad de los fenómenos que observamos. Esta nueva condición evidencia el progresivo deterioro de nuestras posiciones epistemológicas tradicionales.

El sueño del ser todopoderoso capaz de manipular lo real por medio de la razón y el conocimiento en un universo controlable hasta en sus más mínimos detalles, se desvanece ante nuestra a menudo atónita mirada.

La ciencia deja con pleno derecho de ser la expresión de una fase cultural aislada, la del siglo XVIII europeo. Ahora son aceptables otros discursos elaborados en contextos culturales distintos.

El cambio de perspectiva nos obliga a contemplar el uso de una serie de nuevos conceptos: bifurcaciones, no linealidad, fluctuaciones.

Estos nuevos puntos de enfoque de la realidad deben quedar incluidos en el modo de abordar los contenidos específicos de un programa de enseñanza post-universitaria.

Resulta a menudo desalentador observar la dificultad que plantea la comprensión de los desarrollos más actuales y complejos de la ciencia, cuando estos son abordados mediante los esquemas reduccionistas y simplificadores, hoy inevitablemente agotados. Desplegar los aspectos multidimensionales así como la complejidad inherente a lo real son también tareas que responden a una imperiosa demanda para la actividad docente.

Producir un salto cognitivo de naturaleza tal que resulte posible percibir ese plexo de relaciones mutuas e interdependientes que ofrece el mundo material y simbólico que habitamos. Ser capaces de estimular un pensamiento crítico y creativo, capaz de interrogarse sobre los fenómenos que enfrenta al mismo tiempo que fundar criterios explicativos que incorporen las dimensiones subjetivas, la imprevisibilidad, las estructuras disipativas, etc, escapando del determinismo reduccionista que brinda un pobre repertorio de certezas incapaces de dar cuenta des complejidades de un universo que se resiste a la simplificación y la vulgaridad.

Desafío pedagógico que requiere del valor de unos hombres dispuestos a renunciar a la comodidad de unos esquemas agotados y a los beneficios de unos patéticos poderes.

"Veintiséis tentativas precedieron la génesis actual y todas estuvieron destinadas al f racaso. El mundo del hombre ha salido del seno caótico de estos detritus anteriores, pero no tiene un certificado de garantía: también está expuesto al riesgo de fracasar y retornar a la nada. –
Esperemos que funcione- exclamó Dios al crear el mundo, y esa esperanza, que ha acompañado toda la historia ulterior del mundo y de la humanidad ha subrayado desde el inicio de qué manera esta historia está signada por la marca de la incertidumbre radical".
Imagen talmúdica citada por: Ilya Prigogine-Isabelle Stengers.

 

Los factores de riesgo, los demonios y las cruzadas:

Con el concepto de factores de riesgo se han introducido una serie de circunstancias reconocidas que contribuyen estadísticamente a la aparición de la enfermedad. Allí aparecen el ambiente y la conducta de las personas como determinantes mayores de la posibilidad de desarrollar patología vascular. El multifacético perfil biológico se integra de este modo con el medio social que lo contiene y con la personalidad de las mujeres y los hombres que: reciben, transforman y procesan las influencias ambientales de un modo particular.

El aspecto biológico se integra con lo social y lo psicológico y otra vez la complejidad se hace presente, (ahora en un nivel superior), describiendo los múltiples modos de determinación recíproca entre unas y otras esferas comprometidas en la génesis de la enfermedad.

El concepto de factores de riesgo que quienes nos dedicamos al ámbito de las enfermedades cardiovasculares esgrimimos a diario, (y no sin motivos), exhibe el peligro de desvirtuar su verdadera naturaleza y convertirse en algo que decididamente no es.

La búsqueda, a menudo compulsiva, del agente patógeno exterior y responsable de los males que la enfermedad encarna nos lleva a metamorfosear lo que es un factor entre otros en una verdadera causa específica, única y exclusiva. La necesidad de erigir a uno o varios elementos en razón suficiente del mal que se intenta explicar responde a un modelo de pensamiento con una profusa tradición cultural y que facilita la degeneración conceptual responsable de los excesos y el reduccionismo que a menudo se hacen presentes en la búsqueda etiológica de las enfermedades.

La imputación causal a términos que no son más que una frecuencia estadística, constituye un verdadero sofis ma, un error metodológico grave y fundamental. Asignar el estatuto de causa responsable a un elemento aislado, sin establecer sus relaciones con el individuo en situación de enfermedad o con el medio social que lo contiene es, en el mejor de los casos, una "ingenuidad epistemológica".

Esta verdadera "sed de causalidad" es más propia del pensamiento mágico que del pensamiento científico, se emparenta más con las premisas de antiguos sistemas de representación del mundo que con las ideas de complejidad, multicausalidad, recursividad, polidimensionalidad y otras que los planteamientos más actuales consideran.

Parece acertado pensar que si bien nuestro aparato lógico-matemático-estadístico se adapta muy bien a ciertos aspectos de la realidad fenoménica, deja de lado otros no menos importantes de la naturaleza ciertamente compleja del fenómeno que intentamos aprehender. La disyunción que fragmenta, la reducción que evita y niega la complejidad, la abstracción que formaliza y matematiza lo real son a esta altura de los acontecimientos obstáculos epistemológicos importantes; si bien no debe dejar de reconocerse la decisiva fecundidad heurística con que enriquecieron el desarrollo de las ciencias en su momento.

No se trata, sin embargo, de desechar recursos analíticos, sino más bien de ensanchar nuestro horizonte y multiplicar nuestras herramientas de investigación.

La cuantificación, (es decir la administración de la prueba mediante la medida), es lo que nuestra sociedad reconoce como criterio referencial de lo verdadero y lo falso, lo objetivo y lo subjetivo. Esta prioridad de lo cuantificable es especialmente notoria en los dominios de la epidemiología y el diagnóstico y responsable a la vez de una forma riquísima de abordaje de la enfermedad pero también de una aberración metodológica que consiste en confundir la medición con aquello que ésta mide procediendo a una reificación de la cifra.

Nadie dudaría de la utilidad de determinaciones tales como la glucemia o la tensión arterial o el índice de masa corporal, pero merece recordarse que la glucemia no es la Diabetes, ni las cifras de TA la Hipertensión Arterial, ni el BMI la obesidad. Esta reducción cuantitativa de los fenómenos de la enfermedad y la salud responden a motivaciones profundamente enraizadas en nuestra cultura y, por cierto, a esta altura de los acontecimientos empobrece y obstaculiza nuestro crecimiento en la aplicación de las ciencias para el conocimiento de sus objetos de estudio.

El modelo ontológico de la enfermedad, que considera el hecho patológico como una realidad "en sí", dotada de una existencia autónoma y exterior a quien la padece, proveniente de causas externas identificables y aislables de manera absoluta fundamenta la adopción de algunas conductas terapéuticas.

La necesidad inherente al modelo de contar con un agente responsable del mal predispone a la demonización de las causas y a una fuerte vocación penitenciaria del acto médico cuando estas son el producto, aparentemente "perverso", de las conductas autónomas de los hombres.

Fumar, comer en exceso, ser sedentario, etc, serán entonces conductas no sólo no deseables sino decididamente sancionadas haciendo responsables y estigmatizando a las víctimas.

Una multitud de textos a lo largo de la historia han hecho y hacen aportes de un valor incalculable al conocimiento de la enfermedad. Lamentablemente casi la totalidad de ellos permanecen ausentes del currículum en la formación médica. Como se comprenderá, las conductas y modelizaciones de la patología que los médicos esgrimimos estarán entonces doblemente determinados, por la influencia innegable de aquellos que conocemos y por la no menos contundente ausencia de los que ignoramos.

De la demonización de las supuestas causas a los excesos de las "cruzadas" hay un solo y efímero paso que resulta casi imposible no dar. De la asociación de las conductas, sin otras mediaciones, con la génesis del mal a la sanción moral y la estigmatización, una delgada y frágil línea incapaz de contener los excesos.

Mediante una serie de deslizamientos, a menudo imperceptibles, el saber biológico se erige como justificación de determinadas prácticas sociales procediendo a una abusiva medicalización de los fenómenos, (dilatación ad infinitum del ámbito de lo médico), y asumiendo funciones de control social y patrón moral y ético de los comportamientos ignorando que carece por completo de los saberes o la autoridad para ejercerlo.

No es científico ni operativo separar la medicina como ciencia de la medicina como práctica social y por ello resulta imprescindible analizar ambos fenómenos en un mismo acto integrador.

La tendencia del modelo hegemónico biomédico a mostrarse como paradigma insuperable, autosuficiente y perfectamente neutro mientras se exhibe como dotado de una absoluta extraterritorialidad social se basa en un artificio estratégico que, habitualmente se disimula bajo las mejores y más loables intenciones.

El funcionamiento como dispositivo moral que prohibe, sanciona, culpabiliza y dramatiza o como religión quimérica y laica que promete lo que resulta imposible alcanzar bajo la forma de la juventud eterna o el conjuro de una muerte que no acaba de integrar a su horizonte la acerca peligrosamente a las fronteras de la hipocresía y la hace menos científica y racional.

La alta valoración que tenemos de nuestros colegas nos impide suponer que alguien pudiera interpretar estas afirmaciones como una negación del indudable papel que algunos hábitos tienen en la génesis de las enfermedades cardiovasculares o que en nuestra práctica cotidiana no las tomemos en cuenta como estrategias de tratamiento.

Sencillamente creemos que siendo como son factores de riesgo estadístico, distan mucho de ser responsables únicos del hecho patológico sino que más bien se insertan en una compleja trama que incluye al individuo y a la sociedad de la que forma parte. Pensamos también que existen otros elementos responsables que por no adecuarse al paradigma de la cuantificación y la medida no son accesibles a los instrumentos de análisis que el modelo médico hegemónico legitima y sanciona como el único pertinente haciendo gala de un dogmatismo y una rigidez epistémica que no facilita sino entorpece la comprensión acabada de los fenómenos que intenta analizar.

Las metodologías son construcciones sociales que un imaginario histórico legitima y entroniza, incluso cuando pretenda afirmar lo contrario. Por lo tanto su análisis denuncia unas condiciones del pensamiento y unas raíces sociales que no pueden silenciar.

En una modelo que premia la trivialidad y el consumo, que ofrece como fuentes del placer la intrascendencia y la superficialidad, algunas estrategias teñidas de las mejores intenciones y declamando objetivos ciertamente loables son en sí mismas la confirmación de lo peor del medio en que vivimos y la muestra clara del desconocimiento del que hacemos gala respecto del papel degradante y patogénico que estos rasgos sociales juegan a la hora de contribuir a la enfermedad.

No es reproduciendo tácitamente la matriz de significados que banaliza la existencia de los hombres que se deba trabajar para la salud que, en su dimensión más compleja y abarcativa, incluye la dignificación y la superación de las personas.

No son los objetivos explícitos los que nos preocupan sino las metodologías y los valores implícitos los que verdaderamente nos alarman. No son los resultados inmediatos los que nos asustan, sino la confirmación desde el sacrosanto Olimpo de la Medicina de unos procedimientos que no sólo nos resultan indeseables sino corresponsables en la sociogénesis de muchas de las enfermedades que pretenden combatir.

 

Rehabilitación cardiovascular:

La rehabilitación cardiovascular constituye una instancia terapéutica que admite diversos tipos de análisis, que enriquece el espectro que la medicina ofrece a los enfermos y que reclama la problematización de sus fundamentos y de su práctica concreta.

Resulta revelador el hecho de que siendo una alternativa que amplía los recursos de tratamiento en las enfermedades cardiovasculares sea también, probablemente, el recurso más subutilizado en la práctica en casi todos los países. Su implementación está avalada por las recomendaciones de los comités de expertos más prestigiosos del mundo, lo que no ha resultado suficiente para que su difusión en la práctica médica alcance los niveles de otras propuestas que, rápidamente se incorporan de modo masivo a los estándares terapéuticos.

Este hecho pone en evidencia una vez más los rasgos más destacados del paradigma vigente, las concepciones más profundas de un modelo médico hegemónico que centra sus concepciones en los argumentos biologicistas incluso mientras declama la participación de lo psicológico y lo social.

Los supuestos implícitos que organizan la interacción entre médicos y enfermos limitan, cuando no impiden, que estas ideas se traduzcan en acciones concretas.

En tanto la enfermedad sea percibida como la suma de determinados factores biológicos cuantificables mediante la utilización de una sofisticada batería de procedimientos tecnológicos y la terapéutica como un repertorio de propuestas destinadas básicamente a la modificación de aquellos mediante el uso de la farmacología; el espacio disponible para el desarrollo de estrategias integradoras estará condenado a la marginalidad y a la excepción.

No es inocente ni aleatorio que la rehabilitación cardiovascular quede limitada a un escaso número de pacientes, incluso en países desarrollados y con un alto grado de organización médica.

No es únicamente a consecuencia de las carencias económicas y organizativas (cuya influencia resulta indiscutible) que el recurso de la rehabilitación se encuentre escasamente implementado.

Su pobre difusión obedece a razones que se inscriben profundamente en las concepciones que gobiernan la actividad del médico, en el modelo de ejercicio profesional vigente, en la epistemología que subyace a los contenidos durante el aprendizaje y la práctica médicas.

Las razones de su subutilización se hunden en las profundidades de las concepciones más elementales que definen históricamente un conjunto de saberes, una profesión y naufragan en las aguas de la pauperización de la salud y la mercantilización de los conocimientos.

¿Cómo encontrar un espacio significativo en un ámbito donde la investigación y la formación se encuentran cada vez más patrocinadas, condicionadas, constreñidas por las grandes empresas?

¿ A qué industria beneficia la utilización de estrategias que se centren en el intercambio entre personas, en la modificación de hábitos perniciosos, en la problematización de las conductas como agentes de enfermedad?

La rehabilitación cardiovascular se constituye como un espacio de intercambio entre médicos, pacientes y familares donde las premisas sobre las que esta relación se establece difieren de las que funcionan en la consulta médica tradicional.

El contacto resulta cuantitativa y cualitativamente más intenso, la circulación de información en ambas direcciones es más fluída constituyendo una verdadero aprendizaje mutuo que sustituye el flujo de órdenes imperativas y militarizadas que la práctica ha impuesto.

La rehabilitación se organiza como una instancia destinada al abordaje integral y multidisciplinario de la enfermedad (médico, nutricional, psicológico, ocupacional, etc), para el manejo de los factores de riesgo identificados, para el monitoreo cercano de la evolución de patología y para la problematización conjunta de las condiciones biológicas, psicológicas y sociales que confluyen en la enfermedad.

La rehabilitación cardiovascular puede así mismo materializarse bajo la apariencia de la transdisciplinariedad y el reconocimiento de lo complejo de la enfermedad pero, contaminada por los criterios hegemónicos, convertirse en un escenario más de la medicina de la simplificación.

En el interior de este modelo se esperan resultados específicos únicamente de aquellos aspectos que acuerdan con los esquemas de cuantificación y biologicismo imperantes. Las variables intervinientes no mensurables mediante el uso de la cifra quedan marginadas por no adecuarse a la estrecha naturaleza de las metodologías canónicas y, no pocas veces, se les atribuyen resultados exagerados a las únicas que son capaces de evaluar.

Nuestro grupo, luego de 20 años de ejercicio de la Cardiología clínica y la docencia de la especialidad y como producto de la reflexión continua sobre la propia práctica, decidió emprender una experiencia capaz de poner en acción algunas de sus ideas y donde intentar desmontar el dispositivo al que considerábamos responsable de muchos de nuestros fracasos.

De acuerdo con nuestra premisa fundamental: conservar el más alto nivel científico de acuerdo a los estándares recomendados internacionalmente pero, careciendo de una metodología establecida para incorporar los aspectos sociales, culturales y antropológicos que nos permitieran concretar un abordaje ampliado de la enfermedad se inició el recorrido.

A poco de comenzar nuestro trabajo aparecieron las primeras conclusiones:

A los protocolos habituales de control médico, nutricional, ejercicio físico supervisado y programado se fueron integrando tentativamente otras actividades a las que evaluamos sobre la práctica.

En cada sesión de trabajo físico se incorporó desde el comienzo un momento final de reunión conjunta donde se problematizaban diversos aspectos vinculados inicialmente con la enfermedad.

Allí se ponían en cuestión las relaciones entre sociedad, cultura, personalidad y enfermedad, el análisis crítico del modelo médico vigente, el relato desde sus perspectivas personales de los acontecimientos de su padecimiento, la participación familiar, las angustias y los miedos, etc.

Los procesos de simbolización de la enfermedad son analizados en conjunto, lo que permite poner en evidencia la impronta cultural y el capital simbólico de pacientes y médicos en el momento de asignar significados al proceso de salud-enfermedad.

En este ámbito, que no era el de la clínica psicológica, las problemáticas subjetivas y colectivas encontraron un espacio de rico intercambio cuyo papel nos resulta indudable a la hora de evaluar los factores responsables de los buenos resultados obtenidos. Aquí la familia tenía un lugar abierto para participar cuando lo creyera conveniente, lo que ocurrió no pocas veces.

Es en este ámbito donde luego de cierto tiempo de desarrollo surge la necesidad de la asistencia psicológica profesional y del soporte nutricional especializado que desde entonces quedó incorporada en un tiempo diferenciado y específico y a cargo de profesionales que se integran al equipo de trabajo.

Esta instancia produce un encuentro de nuevo tipo entre médicos y pacientes, rescata los aspectos afectivos y humanos y vehiculiza la relación terapéutica de acuerdo a nuevas coordenadas.

Los tratamientos farmacológicos no sólo no se descartan sino que se refuerzan en el cumplimiento y en el monitoreo de sus efectos.

El enfermo encuentra por fin argumentos que den sentido a los cambios profundos que de él se reclaman y no meras órdenes autoritarias.

El ejercicio, el juego, la comunión con sus pares y el estrechamiento de los vínculos genera el terreno favorable para que la terapéutica se consolide y la voluntad refuerce sus estímulos.

Conclusiones:

Desconfíen del gesto más trivial
y en apariencia más sencillo
y sobre todo examinen lo habitual.

No acepten sin discusión las costumbres heredadas.

Ante los hechos cotidianos, por favor,
no digan: "es natural".

En una época de confusión organizada
de desorden decretado
de arbitrariedad planificada
y de humanidad deshumanizada...

Nunca digan: "es natural", para que todo pueda ser cambiado.

Bertold Brecht

esulta difícil, sino imposible, extraer conclusiones definitivas de un proceso que se va conformando durante su propia marcha, que construye su metodología de manera permanente desde la experiencia cotidiana, desde el acierto y el error.
No pueden ser otra cosa que inacabadas y provisorias, pura tentativa y pura penumbra, cuando surgen desde las fisuras y los interrogantes de un modelo que se nos propone como sólido y consistente y al que sospechamos frágil e insuficiente.

Afrontamos un momento histórico donde prevalecen las consignas del individualismo y el consumo como marcas de pertenencia y sustentos del prestigio social.

El individuo se encuentra ante exigencias desbordantes, sobreadaptado acríticamente, expuesto a demandas permanentes y todo ello en un contexto de inseguridad, precarización laboral, descreimiento en sus propias capacidades. El impacto subjetivo de tales condiciones de existencia no podría transcurrir inadvertidamente y sin dejar su impronta en el equilibrio emocional y en la salud física de las personas.

Desprovisto de las coordenadas sociales que históricamente le permitían elaborar una representación del mundo y de sí mismo, el hombre contemporáneo sucumbe al empobrecimiento psíquico, a la falta de simbolización, al desamparo y a menudo se ve compelido hacia la búsqueda de satisfacciones sustitutivas entre las que predominan las conductas adictivas.

La dilución y el disgregamiento de las creencias y los valores compartidos se materializa en nuevas formas de individualización y fragilización. Abandonados a la construcción existencial aislada los sujetos se tornan vulnerables y una nueva forma de patología se instala incluso bajo la forma de antiguas enfermedades que se modifican afectando a diversas poblaciones y en distintos momentos de la vida.

El derrumbe sistemático de sus proyectos existenciales, la fragmentación progresiva de su simbolización del mundo enmarcan el ataque masivo a la subjetividad individual, a la construcción de la propia identidad y a la escisión de un sujeto incapaz de autoconformarse en el interior de un contexto social que se convierte en patogénico.

Las condiciones sociales de la existencia quedan inscriptas en la subjetividad de las personas, sus huellas estigmatizan los comportamientos y modelan el terreno donde la enfermedad se instala y su desarrollo se encuentra decididamente favorecido.
Las patologías de la frustración colectiva e individual, las consecuencias del desencanto y la inestabilidad, tal vez demanden la conformación de un espacio transdisciplinario que aún no se termina de constituir.

¿Puede la medicina permanecer ajena al reconocimiento de tales condicionantes?

¿Es lícito y científico limitar el espectro de los factores intervinientes en la enfermedad al interior de las fronteras de lo mensurable y lo biológico?

La creación de instancias que propongan: la toma de conciencia, la elaboración y el procesamiento resignificante de una situación a menudo capturada por un imaginario social alienante y enceguecedor, podrían potenciar las solidaridades, abrir canales de participación y habilitar a las personas en situación de enfermedad para la resolución de su conflictiva personal y de los obstáculos que no cesan de producirla, entorpecerla, ocultarla.
Si el modelo médico hegemónico no ofrece tales alternativas, si sus procedimientos obstaculizan o proscriben dichos intercambios, tal vez habrá llegado el momento de impugnar el modelo y, a ciegas, tanteando en un territorio desconocido abrir nuevos caminos y recobrar aquellos antiguos ingredientes del conocimiento: la incerteza, el asombro, la creatividad.

La rehabilitación cardiovascular se instala en el polo de la prevención, (primaria o secundaria), en el extremo opuesto al de la actitud médica en la que hemos sido formados y que se centra casi exclusivamente en la terapéutica y en la intervención ante la enfermedad como hecho consumado.

Estamos ubicados en una geografía en la que vislumbramos un relieve rico y múltiple al que a menudo no podemos nombrar, que excede el ámbito estrecho de nuestros significados y para cuyo reconocimiento profundo posiblemente no estemos preparados.

Percibimos unos beneficios que sólo quedan escasamente explicados por las causas que manejamos y unos fenómenos que no se ajustan a las fronteras de las disciplinas que suponemos dominar.

Nuestra propuesta se limita a la problematización del campo de las enfermedades cardiovasculares, al planteo de interrogantes acerca de su caracterización y a la ambición de crecer superando las fronteras metodológicas que nos impiden visualizar el conjunto multifacético y revelador del fenómeno de la enfermedad.

La rehabilitación podría constituirse en el espacio que nos permita expandir nuestra percepción de la patología y ensanchar el espectro de los procedimientos posibles para lograr las condiciones de dignidad y bienestar que todos anhelamos.

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