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Número 2 - Septiembre 1999

Lo psicosomático y lo actual a través de la literatura

Orlando R. Barrionuevo


El presente ensayo es una aproximación entre un texto literario y lo psicosomático, que surge de un interés teórico y puntual de relacionar la práctica, con pacientes que adolecen distintos tipos de afecciones psicosomáticas.

He tomado como punto de partida el cuento de Jorge Luis Borges llamado "Historia del guerrero y de la cautiva"donde a mi entender se pueden aplicar parte de las enseñanzas de Lacan.

Creo que es adecuado aclarar previamente que, desde el punto de vista gramatical, el vocablo cautivo puede ser entendido como algo que le sucede al sujeto en la existencia, que es el caso de los personajes del cuento, donde se ve cómo el sustantivo reemplaza al nombre. Además tiene un segundo uso como adjetivo calificativo.

Cabe agregar que vulgarmente el término es usado para expresar un presente incierto y vago, preso de la libertad o del amor, desconsiderando lo propio del pensamiento.

Desde el punto de vista de la afección psicosomática es factible agregar conjuntamente a lo dicho, que el cuerpo no permanece en silencio, por el contrario, sostiene una existencia apócrifa, insensata e incauta y es llevado una y otra vez a que estén dadas las condiciones informes, para que surja en lo actual el fenómeno psicosomático.

A continuación el texto:

En la página 278 del libro La poesía (Bari,1942), Croce, abreviando un texto latino del historiador Pablo el Diácono, narra la suerte y cita el epitafio de Droctulft; éstos me conmovieron singularmente, luego entendí por qué. Fue Droctulft un guerrero lombardo que en el asedio de Ravena abandonó a los suyos y murió defendiendo la ciudad que antes había atacado. Los ravaneses le dieron sepultura en un templo y compusieron un epitafio en el que manifestaron su gratitud (" contespsit caros, dum nos amat ille, parentes") y el peculiar contraste que se advertía entre la figura atroz de aquel bárbaro y su simplicidad y bondad:

Terribilis visu facies, sed mente benignus,

Longaque robusto pectores barba fuit!

Tal es la historia del destino de Droctulft, bárbaro que murió defendiendo a Roma, o tal es el fragmento de su historia que pudo rescatar Pablo el Diácono. Ni si quiera sé en que tiempo ocurrió: si al promediar el siglo VI, cuando los longobardos desolaron las llanuras de Italia; si en el VIII, antes de la rendición de Ravena. Imaginemos (éste no es un trabajo histórico) lo primero.

Imaginemos, sub specie aeternitatis, a Droctulft, no al individuo Droctulft (todos los individuos lo son), sino al tipo génerico que de él y de otros muchos como él ha hecho la tradición, que es obra del olvido y de la memoria. A través de una oscura geografía de selvas y de ciénagas, las guerras lo trajeron a Italia, desde las márgenes del Danubio y del Elba, y tal vez no sabía que iba al sur y tal vez no sabía que guerreaba contra el nombre romano. Quizá profesaba el arrianismo, que mantiene que la gloria del Hijo es reflejo de la gloria del Padre, pero más congruente es imaginarlo devoto de la Tierra, de Hertha, cuyo ídolo tapado iba de cabaña en cabaña en un carro tirado por vacas, o de los dioses de la guerra y del trueno, que eran torpes figuras de madera, envueltas en ropa tejida y recargadas de monedas y ajorcas. Venía de las selvas inextricables del jabalí y del uro; era blanco, animoso, inocente, cruel, leal a su capitán y a su tribu, no al universo. Las guerras lo traen a Ravena y ahí ve algo que no había visto jamás, o que no había visto con plenitud. Ve el día, los cipreses y el mármol. Ve un conjunto que es múltiple sin desorden; ve una ciudad, un organismo hecho de estatuas, de templos de jardines, de habitaciones, de gradas de jarrones, de capiteles, de espacios regulares y abiertos. Ninguna de esas fabricas (lo sé) lo impresiona por bella, lo tocan como ahora nos tocaría una maquinaria compleja, cuyo fin ignoráramos, pero en cuyo diseño se adivinará una inteligencia inmortal. Quizá le basta con ver un solo arco, con una incomprensible inscripción en eternas letras romanas. Bruscamente lo ciega y lo renueva esa revelación, la Ciudad. Sabe que en ella será un perro, o un niño, y que no empezará siquiera a entenderla, pero sabe también que ella vale más que sus dioses y que la fe jurada y que todas las ciénagas de Alemania. Droctulft abandona a los suyos y pelea por Ravena. Muere, y en la sepultura graban palabras que él no hubiera entendido.

Contempsit caros, dum nos amat ille, parentes,

Hanc patriam reputans esse, Ravena , suam.

No fue un traidor (los traidores no suelen inspirar epitafios piadosos); fue un iluminado, un converso. Al cabo de unas cuantas generaciones, los longobardos que culparon al tránsfugo, procedieron como él; se hicieron italianos, lombardos y acaso alguno de su sangre -Aldíger- pudo engendrar a quienes engendraron al Alighieri...Muchas conjeturas cabe aplicar al acto de Droculft; la mía es la más económica; si no es verdadera como hecho, lo será como símbolo.

Cuando leí en el libro de Croce la historia del guerrero, ésta me conmovió de manera insólita y tuve la impresión de recuperar, bajo forma diversa, algo que había sido mío. Fugazmente pensé en los jinetes mogoles que querían hacer de la China un infinito campo de pastoreo y luego envejecieron en las ciudades que habían anhelado destruir; no era esa la memoria que yo buscaba. La encontré al fin; era un relato que le oí alguna vez a mi abuela inglesa, que ha muerto.

En 1872 mi abuelo Borges era el jefe de las fronteras Norte y Oeste de Buenos Aires y Sur de Santa Fe. La comandancia estaba en Junín; mas allá, a cuatro o cinco leguas uno de otro, la cadena de los fortines; mas allá, lo que se denominaba entonces la Pampa y también Tierra Adentro.

Alguna vez, entre maravillada y burlona, mi abuela comentó su destino de inglesa desterrada a ese fin del mundo; le dijeron que no era la única y le señalaron, meses después, una muchacha india que atravesaba lentamente la plaza. Vestía dos mantas coloradas e iba descalza, sus crenchas eran rubias. Un soldado le dijo que otra inglesa quería hablar con ella. La mujer asintió; entró en la comandancia sin temor, pero no sin recelo. En la cobriza cara, pintarrajeada de colores feroces, los ojos eran de azul desganado que los ingleses llaman gris. El cuerpo era ligero, como de cierva; las manos, fuertes y huesudas. Venía del desierto de Tierra Adentro, y todo parecía quedarle chico: las puertas, las paredes, los muebles.

Quizá las dos mujeres por un instante se sintieron hermanas; estaban lejos de su isla querida y en un increíble país. Mi abuela enunció alguna pregunta; la otra le respondió con dificultad, buscando las palabras y repitiéndolas como asombrada de un antiguo sabor. Haría quince años que no hablaba el idioma natal y no era fácil recuperarlo. Dijo que era de Yorkshire, que sus padres emigraron a Buenos Aires, que los había perdido en un malón, que la habían llevado los indios y que ahora era mujer de un capitanejo, a quién ya había dado dos hijos y que era muy valiente .Eso lo fue diciendo en un ingles rústico entreverado de araucano o de pampa, y detrás del relato se vislumbraba un vida feral: los toldos de cuero de caballo, las hogueras de estiércol, los festines de carne chamuscada o de vísceras crudas, la sigilosa marchas al alba; el asalto de los corrales, el alarido y el saqueo ,la guerra, el caudaloso arreo de las haciendas por jinetes desnudos, la poligamia, la hediondez y la magia .A esa barbarie se había rebajado una inglesa. Movida por la lástima y el escándalo, mi abuela la exhortó a no volver. Juró ampararla, juro rescatar a sus hijos. La otra le contestó que era feliz y volvió, esa noche, al desierto. Francisco Borges moriría poco después, en la revolución del 74; quizás mi abuela, entonces, pudo percibir en la otra mujer, también arrebatada y transformada por ese continente implacable, un espejo monstruoso de su destino ...

Todos los años la india rubia solía llegar a las pulperías de Junín, o del Fuerte Lavalle, en procura de baratijas y "vicios"; no apareció, desde la conversación con mi abuela. Sin embargo, se vieron otra vez. Mi abuela había salido a cazar; en un rancho, cerca de los bañados, un hombre degollaba una oveja. Como en un sueño, pasó la india a caballo. Se tiró al suelo y bebió la sangre caliente. No sé si lo hizo porque ya no podía obrar de otro modo, o como un desafío y un signo. Mil trescientos años y el mar median entre el destino de la cautiva y el destino de Droctulft .Los dos, ahora, son igualmente irrecuperables: la figura del bárbaro que abraza la causa de Ravena, y la figura de la mujer europea que opta por el desierto pueden parecer antagónicos. Sin embargo, a los dos los arrebató un ímpetu secreto, un ímpetu más hondo que la razón; y los dos atacaron ese ímpetu que no hubieran sabido justificar. Acaso las historias que he referido son una sola historia: el anverso y el reverso de esta moneda son, para Dios, iguales.

A Ulrike von kulmann.

Hasta aquí, el relato con la complejidad, y riqueza literaria admirable del autor.

De este texto he tomado dos escenas claves para realizar el trabajo:

1 - La primera es la del guerrero lombardo que en el asedio a Ravena ...abandona a los suyos y muere defendiendo la ciudad que antes había atacado.

O sea: Droctulft representa un modo de autosegregación, y a su vez una imposibilidad de separarse del cuerpo del otro.

Segregación que es posible relacionar desde el punto de vista gramatical, con las acepciones volcadas al inicio, en la definición del vocablo cautiva, donde el sustantivo queda en remplazo del nombre y de la existencia, esto es esencialmente lo que le pasa al personaje.

Si a esto se lo complementa con "desconsideración del propio pensamiento", el protagonista no queda situado en el presente sino en el pasado, fantasmatizado a través de un presente incierto.

Retomando el enfoque psicoanalítico; los elementos que hacen al fenómeno psicosomático responden a una particular fijación y ligazón ambigua con el otro, que en el texto está aludido como arrianismo, o como converso.

Lacan explica en "Conferencia de Ginebra" la importancia relativa de la manifestación jeroglífica -ubicándola en un plano de contingencia en relación el lugar y la lengua-, en cambio centra como lo necesario la fijación, siendo esta forma de identificación para el cuerpo Real, el rasgo sucesor de los cuerpos informes.

2 - La segunda escena es cuando la india a caballo, se tira al suelo y bebe la sangre caliente, de una oveja degollada, sin saber el motivo que la lleva a hacerlo. Dejando abierta la posibilidad que fuera por un desafío y un signo.

En este caso el personaje manifiesta un tipo de respuesta y acto, ante esa imagen de la castración.

La pregunta sería si es un acting, un pasaje al acto, o una alucinación. Creo que se podrían pensar las tres y no por eso dejarían de ser válidas.

El hecho es que esta situación se puede homologar a las distintas manifestaciones clínicas que acompañan al fenómeno psicosomático.

Pero el signo, me ha llevado a pensar un párrafo de Radiofonía que argumenta ...como un significante puede sucumbir a un signo?

Lo cual me lleva a ensayar una conclusión comparativa, -por la efímera y virulenta intención de algo -.

Faltaría ubicar, en esta elaboración, cuál es la dolencia orgánica ya que en el texto no hay una referencia directa a la misma.

Mi aporte es que: lo cautivo, en el cuerpo marca la anterioridad lógica de la posterior lesión.

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