Respecto de la psicosomática, que se nos presenta como un campo de límites poco precisos, podemos instalar una pregunta: ¿Cuál es el lugar para el Psicoanálisis en relación a este campo ?.
Una primera aproximación estaría dada en no quedar encerrados en relación a este término: psicosomática, heredado de la medicina y que supone un intento de cubrir una hiancia, que se presenta como lugar de enigma para la medicina y que merece ser puesto en cuestión desde el Psicoanálisis.
En nuestro encuentro con este campo nos confrontamos con aquello que aparece como un límite y se nos impone allí interrogar la relación del fenómeno psicosomático y la estructura del lenguaje.
Este límite implica que en el fenómeno psicosomático determinados acontecimientos no pueden ser transpuestos a través de la mediación significante, sino que quedan inscriptos en un cuerpo que, presentificandose, no puede caer en el olvido.
La lesión no es condición suficiente para ubicar al fenómeno psicosomático, que por otra parte no constituye una estructura sino algo del orden de la manifestación.
Podemos situarlo como una suerte de inermidad simbólica en función de cierta falla en un tiempo de constitución del sujeto que afecta al cuerpo del cual se recorta una parte de un modo diferente al compromiso del cuerpo en el síntoma histérico.
En el punto del fenómeno psicosomático no puede ser localizado el sujeto, no hay allí espacio para la interrogación, no hay enigma que lleve a la formulación de una demanda.
En la clínica nos es dado el encuentro con pacientes que presentan fenómenos en el cuerpo en los que no aparece el sujeto ,describen su afección, la dan a ver, se presentan como asmáticos, hipertensos, etc., llevando un nombre en el cuerpo.
No se trata de representaciones reprimidas sino de significantes congelados que toman cuerpo. Suponen un punto en el que solo hay marcas del orden de lo no legible, escritura que deja impresas marcas del goce del Otro.
Aunque forme parte de nuestra práctica cotidiana y si bien es preciso pensarlo en la singularidad de cada caso, no deja de interrogarnos por qué razón alguien que va en búsqueda de una atención médica llegue al poco tiempo derivado a consultarnos.
Hay sujetos que en ningún momento presentan no diría siquiera una demanda, sino tan solo la remota intención de tal consulta, pero que muchas veces siguiendo la indicación médica llegan y es allí donde nos topamos con la mudez característica del fenómeno psicosomático.
No es nuestra posición intervenir en esos casos forzando algo del orden de una pregunta allí donde no es posible, sino ofertar la posibilidad de escucha y que en los dichos algo pueda conmoverse en dirección a un punto de división subjetiva ,que algo pueda ser puesto en cuestión y que necesariamente no es en relación al asma, úlcera, psoriasis.
No insistimos allí donde se manifiesta algo del orden de lo indecible, sino que aguardamos que algo de lo indecible empuje a hablar.
El discurso analítico no puede ni intenta invalidar la eficacia propia del discurso médico, por el contrario intervenciones que apunten a un corte, una separación y delimitación de ambos operan en el sentido de abrir la posibilidad de un espacio para el sujeto.
En este marco es que podemos situar un cruce respecto de que tanto a la medicina como a algunos psicoanalistas nos convoca en este tema algo que compromete lo real del cuerpo.
Los avances de la ciencia y la técnica, su eficiencia, no dejan de tropezar con límites en relación a la insistencia de afecciones que no responden en la proporción esperada a estos avances.
Hay algo que queda por fuera, que no puede ser cuantificado, registrado por las técnicas ni aparatología de diagnóstico y que bajo la forma de sufrimiento, exceso, no se reduce, no responde a adaptaciones ni evoluciones calculables: La dimensión del goce.
En función de esta exclusión es que delimitamos entonces un campo para el Psicoanálisis respecto del padecimiento subjetivo instalado en un cuerpo desajustado para la medicina. Este planteo descarta un intento de alcanzar una supuesta complementariedad, por el contrario marca una separación que permite ocupar una posición, respetando los límites de cada discurso, para tomar aquello que necesariamente queda por fuera e insiste: el padecimiento subjetivo anclado en un cuerpo que lleva las señales de la irrupción del goce del Otro.
Al situar la clase de goce ligado a lo psicosomático, Lacan plantea que es de esperar que la invención del inconciente pueda servir para algo en relación a la revelación de ese goce específico.
Poner a trabajar esta cuestión nos señala una dirección posible a transitar respecto de esta temática.