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Número 2 - Septiembre 1999

Psicosomática: ¿Que más me pasa?

Laura E. Billiet


Muchas personas suelen preguntar "¿quiénes son psicosomáticos?". ¿Se trata de ‘algo’ que le ocurre a algunas personas? ¿Las enfermedades 'causan' conmociones afectivas? Y de ser así, ¿ocasionan cualquier emoción o alguna en particular?. A la inversa, ¿cualquier crisis afectiva puede 'causar' cualquier alteración orgánica? En otras palabras, ¿cuál es la frontera entre los sentimientos y el cuerpo? ¿Acaso pueden medirse o, incluso, compararse sufrimientos afectivos y orgánicos?. Y, en el caso del renombrado 'estrés', ¿puede atribuírsele la sola categoría de ‘origen’ en patologías tan disímiles como ginecológicas, cardíacas, pulmonares, digestivas, dermatológicas, jaquecas o tantas otras? ¿No constituye ello una excesiva generalización?

Es indudable que la persona sufre y se desborda mientras padece cualquier enfermedad. Es más, cuando muchos han pasado la misma patología, suelen sentirse hermanados en dicho padecimiento. Sin embargo, simultáneamente, la propia enfermedad suele ser vivida como única. Manifestación de ello son frases semejantes a 'no sabés lo que se sufre', o, 'ah, vos también la pasaste, pero a mí .....'.

Se evidencia, entonces, que además de las manifestaciones percibidas como 'orgánicas', tienen su lugar las denominadas afectivas. Dicho de otro modo, trastornos orgánicos específicos manifiestan simultáneas vicisitudes emotivas compartidas. Claro está que, al mismo tiempo, las personas que sufren patologías en común, y comparten crisis afectivas, se diferenciarán en el resto de sus biografías y trayectos de vida. Ejemplo de esto lo constituye que, aún pasando por situaciones conflictivas indudablemente en común, no todos encaran la enfermedad de la misma manera. Pues, estará quien con una gripe prosigue los proyectos que tiene entre manos, mientras que otro la vive como excusa para evitar decisiones que requerían de su presencia.

De modo que, frente a los interrogantes mencionados, es más acertado preguntarse: "¿existen enfermedades o enfermos?". Lo cual es más trascendente de lo que a simple vista parece. Pues, en el caso de que los denominados 'pacientes' se consideren "enfermos", ¿cómo gravita sobre ellos un consenso que los considera tan solo un órgano o un sistema parcialmente enfermo?.

Se desprende de lo anterior, entonces, este cuestionamiento. ¿Cómo influyen los profesionales de salud sobre sus pacientes?. ¿Cómo colaboran en la modalidad con que el paciente encarará su dolencia?. Incluso, pasado el diagnóstico, y siendo inherente a cada especialista una manera de abordar los trastornos, ¿influye ello, y cómo, en el curso o desenvolvimiento de la enfermedad?

Tratándose de la instrumentación de constatados avances tecnológicos, en un punto, sobrarían tales preguntas. Pero, la cuestión toma cauces muy diferentes en lo que dependa del ser humano que se siente enfermo de un órgano determinado, en un momento específico de su vida, y con una historia y crisis que le es única.

Para una mayor claridad y aunque sea una generalización drástica, podemos preguntarnos lo siguiente. Puede haber psicólogos que digan que el cuerpo de las personas (no sólo el de sus pacientes, seguramente el propio), es único territorio de "la medicina". A la vez, puede haber médicos que crean que las importancias o crisis biográficas (no sólo de sus pacientes, también las propias), sólo serían asunto de "la psicología". En primer lugar, ni la medicina ni la psicología existen así, a secas. De manera que en el extremo caso de fracasos, no se trata de que no sirva la medicina o la psicología. Más bien, cabrían dos posibilidades que admiten múltiples situaciones intermedias. O bien se trata del fracaso de un profesional determinado, o de que el paciente en cuestión -de por sí- es difícilmente recuperable. En pocas palabras, las especialidades las protagonizamos personas. En segundo lugar, cabe este otro interrogante: ¿es que existe una manera de hacer mensurable el sufrimiento humano? ¿Dónde empieza y termina lo orgánico o psíquico? Más bien, se trata de dos maneras de percibir manifestaciones de la vida de humana. Equivalente a percibir desde diferentes ángulos de una habitación a la misma persona. Cada especialista hablará de la sintomatología que capta mediante sus referentes, pero el ser humano no se dividió en múltiples pedazos ni dejó de ser quién era.

Hay momentos en que estamos bien con nosotros mismos y con los demás. Lo sentimos. Y, simultáneamente lo expresamos en lo que, desde otro ángulo perceptivo, denominamos nuestro cuerpo. Naturalmente, también están los instantes en que sentimos las contrariedades de nuestra manera de ser, o en que los demás nos afectan con sus modalidades cotidianas. También lo expresamos en nuestro cuerpo. A modo de ejemplo, así como sentimos la tensión, la discordia o el desánimo, la irritación, el mal humor, simultáneamente lo expresamos en nuestro rostro, en la piel, en el ritmo cardíaco, en alteraciones respiratorias o trastornos del aparato genital femenino o masculino.

Habrá oportunidades en que comprendemos qué nos sucede. Deteniéndonos a pensar, atamos cabos y nos damos cuenta que coincide tal incomodidad orgánica con la afectiva. Nos percatamos y asombramos de que ‘psíquico’ y ‘orgánico’ se expresen así, tan simultáneamente. Y la patología cede o revierte. O su curso, aunque irreversible, conlleva una comprensión tal, que suele influir de manera muy diferente en el paciente y en quienes rodean al enfermo terminal.

En esencia, más allá del caso particular, no se trata de tratar de medir qué es primero, si anímico u orgánico. Más bien, psíquico y orgánico son diferentes maneras de expresar lo que nos sucede en cada instante que estamos conmovidos. De modo que el problema ya no es tal artificial primacía.

Más bien, lo que nos preocupa es si podemos ser conscientes a tiempo, antes de sufrir una patología, o si silenciosamente, ella va desenvolviéndose hasta hacerse notar en calidad de síntomas. ¿Porqué silenciosamente? Porque tratándose de afectos en conflicto, no siempre nos damos cuenta a tiempo de las emociones en juego en las peripecias de nuestra vida.

Sobre todo, porque no siempre resulta fácil admitir emociones tildadas probablemente como desprolijas, sea por parte de nuestra conciencia, de la familia cercana o del contexto social.

En términos más sencillos, todos tenemos la experiencia de que cuando ‘largamos el entripado’, sentimos alivio. También lo siente nuestro alrededor, porque los vínculos se ‘descomprimen’. Naturalmente, ello se ve favorecido si quienes nos rodean lo aceptan, si la persona a la que le hacemos reclamos o planteos tiene la humildad de escuchar algo diferente a lo que esperaba o le gustaría creer de sí misma o de una relación. Caso contrario, es cierto, en función del propio equilibrio psico-orgánico, hay que arriesgarse a dar la propia apreciación y sobrellevar, como mejor se pueda, el disconformismo ajeno, y sus consecuencias.

De todas maneras, siempre hay momentos o épocas en que el conflicto, previamente, es interno. Equivalente a que nos cuesta darnos cuenta de los sentimientos o contradicciones en juego. La magnitud de la conmoción afectiva es sentida como malestar. Sin plena conciencia de nuestra parte, las peripecias cotidianas van despertando añejos problemas semejantes. O sea, de siempre. De modo que, como retroactivamente, la tensión parece agolparse y surge el agobio. La crisis se hace inminente, y por más que se recuerde sensatamente eso de que 'así se crece o se madura', no resulta fácil soportarla. Cuantas más importancias estén en juego, cuantos más intereses se tengan entre manos, más se despiertan temáticas parecidas. Todo parece trastocarse. Se siente inminente el desborde anímico y su equivalente orgánico. Aquello que solía ser un malestar orgánico transitorio, con antecedentes en la infancia y/o en la propia familia, golpea más seguido. Se siente en la puerta de un órgano o sistema. De manera que, cuando ya el 'ruido' orgánico es más notable, surge entonces la decisión de la consulta correspondiente.

Ahora bien, cada especialista de la salud 'opera' desde su ángulo profesional, y cada enfermo 'co-opera' en su restablecimiento. Esto se manifiesta en intentar -genuinamente- preguntarse ¿qué más me está pasando? ¿qué estoy depositando en esta situación actual? ¿porqué en este órgano o sistema? ¿porqué justo ahora? ¿es acaso ésto, un manera familiar, compartida, de encarar o evitar situaciones críticas? ¿qué me lleva a creer que tengo que llegar a cuestiones de vida o muerte, como si todo fuera equivalente a lograr salir airoso o morir en el intento?

Habría muchas preguntas equivalentes. Pero algo tan sencillo, como preguntarse "¿qué más me está sucediendo psicoorgánicamente?, no siempre las personas lo recuerdan. En general, porque el consenso no suele hacer de coro. Pues, el mismo contexto, profesional o no, olvida que la enfermedad pertenece a la vida, o que de una u otra manera siempre ha estado presente y haciéndose notar.

Es más, piénse en cuánto tiempo ocupa en tantas cosas. Y sin embargo, salvo los éxitos, es probable que minimice la importancia de replantearse la porción de fracaso o error en lo que dependa de sí mismo.

Ahora bien, tratándose de profesionales de la salud, de una u otra manera colaboramos en todo lo anterior. Pues, tanto podemos ayudar a una persona a que viva mejor, como podemos de múltiples maneras contribuir a que, por ejemplo, alguien se separe o apresure el paso hacia la muerte.

Profundizando más, entendemos que, como en cualquier relación, unos (pacientes) y otros (profesionales de la salud) se buscan y encuentran. Todos, en algún momento, tienen la opción. O se aceptan o cada uno busca otro camino.

En lo que dependa de los denominados 'pacientes', la cuestión central sería que rescaten la importancia de poder preguntarse ¿"qué más me está pasando?, ¿porqué me enfermo de esto y no de otra cosa ? ¿cuál será el sentido específico de éste, mi trastorno orgánico ? ¿porqué siempre para esta época o en circunstancias afines ?".

A mi entender, a muchas personas les cuesta sentir su derecho a preguntarse o a reclamarle más información o fundamento a los profesionales que los atienden. En esencia, porque suelen minimizar la propia capacidad para intuir lo que las tiene en conflicto. Es más, pueden llegar a paralizar esta capacidad de muchas maneras. Unas veces, aceptando respuestas fáciles, generales, hasta que otra crisis (generalmente más seria que la anterior) trae la noticia de que el problema no estaba tan resuelto. En otras oportunidades, la propia capacidad intuitiva es paralizada porque la persona establece una alianza con la tentación de ‘dejar todo como está o no mover mucho el avispero’, y seguir zafando de tensiones propias o reclamos del entorno que lo tiene en conflicto. Si bien, el problema es que termina quitándose a sí misma la oportunidad de aliviar o resolver sus sufrimientos o incomodidades de otra manera. Ejemplo de esto es cuando la gente cree que es ‘ilógico o insensato’ preguntarse qué más conmovió o conmueve para la época en que se constata lo ‘trastocado' del propio órgano o sistema. Dicho de otra manera, pierden la perspectiva de sí mismos, porque tratan a todo su interrelacionado sistema orgánico como si fuera ajeno a sus vidas.

Pero hemos dicho, además, que lo anterior puede ser alimentado o no, paralelamente, por los profesionales de la salud. Habrá quienes se abracen a sus prejuicios, o apliquen una misma teoría para todo padecimiento (crisis matrimoniales, laborales, con el padre, con la madre, drogadicciones, suicidios, fibromas, cólicos menstruales, úlceras, tumores, inmunodeficiencia adquirida, etc). Otros sentenciarán, dividiendo ‘esto es solo orgánico’, sin especificar mucho el sujeto humano a quién pertenece lo orgánico. O, agregan ‘esto solo es psíquico', como si el tan descripto "Aparato Psíquico" fuera factible de ser medido con una regla.

En el primer caso -cuando el paciente es visto solo como orgános, tejidos, un ramal de linfocitos- es frecuente confundir ‘encontrar la causa’ con ‘describir procesos’. Como también, entre los dos sentidos de 'causa', en vez de fundamentar etiologías, se prefiere tomar partido o interés. En este sentido, se intenta responsabilizar de todo a algún virus, y cuando no se puede, a la herencia. Olvidando que, en el caso de virus, bacterias, hongos, solo pueden trascender si encuentran la oportunidad de la debilidad del húesped. Esto es, el ser humano en su totalidad. En el caso de la genética, también es fácil atribuirle un absoluto protagonismo. En parte porque todavía se desconocen algunas cuestiones, y además, porque no siempre hay adecuados grupos de control que hagan de referencia. Es más, no siempre suele investigarse a quienes, con mutaciones semejantes, no han desarrollado hasta el momento tal enfermedad o fenómeno.

En el segundo caso, -cuando el paciente es visto solo como psíquico-, tiende a ser una fórmula para justificar la propia dificultad para interiorizarse de temas que trascienden las herramientas teóricas conocidas. Como también, suele ser manifestación de la dificultad para trabajar genuinamente de manera interdisciplinaria, o sea, con otros colegas. En estos casos, para riesgo de los pacientes, se cae en generalizaciones. Por ejemplo, Ud., 'por sentirse culpable de su sexualidad' puede sufrir tanto de sífilis, como de quistes ováricos, fibromas, hiperplasia de próstata, inmunodeficiencia adquirida, aborto espontáneo, embarazo no deseado, etc.

En otros términos, es sensato recordar que "ser paciente" no significa siempre ser "pasivo" o "ajeno" a sí mismo'. Más bien, conviene discriminar en qué oportunidades es adecuado ser tolerante y en cuáles puede ser totalmente desacertado.

La importancia de que alguien pueda preguntarse ¿qué más me pasa? en los ámbitos que correspondan, es que brota información espontánea acerca de antecedentes orgánicos o afectivos importantes, propios o familiares. Lo cual, brinda a quien sufre, la oportunidad de comprender de otra manera, simultáneamente, qué cuestiones de su vida lo tiene trastornado. Porque todas las personas necesitan recuperar la capacidad de pensar en función de reestablecer el mejor equilibrio psiquicofísico posible. Es más, en la medida que los pacientes pueden cuestionarse a sí mismo de manera saludable, recuperan su derecho a interrogar más a cualquier profesional que los atienda. Por el contrario, cuando no reclaman claridad de tratamientos, ello suele ir de la mano de creerse protegidos en la ignorancia. Lo cual, a la corta o a la larga, contribuye a proseguir viviendo torturado con problemas que subsisten o empeoran.

En tanto profesionales, se requiere profundizar sobre lo que no sabemos y/o saber delegar. a tiempo, a los colegas que se desempeñan en tal o cual especialidad laboral. Quedarse con que todo se reduce solamente ‘al estrés’, o al ‘déficit de autoestima’, o por ‘no saber valorarse’, es rasgar de una sola vez las cuerdas de una guitarra. Para que, mientras tanto, estando en juego el concierto psicoorgánico de otra persona, éste siga sin comprender cuál es la cuerda específica que le desentona.

Inclusive, desde mi ámbito laboral, muchas personas sufren de síntomas orgánicos sobre los cuales no son interrogados porque gozan de consenso. Salvo que tengan que ver con el motivo de consulta, suelen pasarse por alto (automedicaciones, trastornos hepáticos, dolores de cabeza, cólicos menstruales, gastritis, constipación, patologías inmunitarias). Es frecuente creer que, mientras el paciente no explicita temores o datos específicos de su historia, entonces, el profesional no corresponde que pregunte al respecto. A mi entender, en la medida que trabajamos para los pacientes, omitir estas cuestiones altera severamente la probable comprensión que podamos alcanzar sobre la problemática de quien nos consulta.

Podemos decir que, así como para ser padres e hijos se requiere que todos se den mutuamente el lugar de tales, en el vínculo profesionales de la salud y pacientes sucede otro tanto. Corre por nuestra cuenta ‘empaparnos’ de las cuestiones de la vida y hacernos la más completa ‘composición del lugar’ de quien nos consulta. Pero también, los pacientes tienen que rescatar su derecho a expresar o reclamar con más precisión sobre los problemas que los aquejan. Se manifiesten, para el observador, como afectivos u orgánicos. Solo así, el encuentro paciente-médico-psicólogo se traducirá en un trabajo interdisciplinario. Cada especialista, desde su experiencia sustentada, proseguirá trabajando, pero con mayor amplitud de criterio y conocimiento sobre las personas que atiende. Lo cual favorecerá que el paciente, Usted, o su misma familia, puedan preguntarse más seguido "¿qué más me pasa?", a fin de intentar ocuparse más profundamente de la vida que, hasta el momento, tienen en sus manos, y depende de sí mismos.

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