Revista temática de carácter
independiente
Texto leído por
el Prof. Sergio Cueto el 25 de Octubre 2000
en oportunidad de la presentación del número 2 de la revista
Nadja
dedicado a las "Artes de la diferencia".
El acto se
realizó en la Facultad de Humanidades y Artes
de la U.N.R. Participó también en la reunión María Soledad
Nívoli.
Tal vez la empresa de exponer lo inquietante de nuestra cultura actual, de enseñarnos a nosotros todos, seres irremediablemente cultos, la profunda inquietud que nos habita, esté destinada o a la irrisión de nuestra buena conciencia o a la vehemente adhesión de nuestra distraída certeza. Nada parece inquietarnos, mucho menos lo inquietante. Hablar de lo inquietante sirve para hacernos olvidar lo único que debería inquietarnos, esto es, que nada nos inquieta. ¿Por qué no hablar de la indiferencia, o aun mejor, por qué no renunciar a hablar, o quizá mejor todavía, por qué no hablar a partir de la renuncia, solamente con la pasión de la indiferencia?.
No es la decisión de Nadja, no podría ser la decisión de una revista. Sin embargo, no deja de resultar curioso que ya desde el título y desde sus epígrafes Nadja confíe la exposición de lo inquietante no sólo a la literatura sino a lo anacrónico, más precisamente al anacronismo de la experiencia literaria. Aun en este segundo número, dedicado particularmente al arte retórica, lo que guía, me parece, los diversos caminos de la revista es aquello que podríamos, anacrónicamente, seguir llamando literatura.
Desde el comienzo, desde la presentación misma del número, se nos recuerda el límite del logos filosófico: "el logos filosófico excluye las órdenes, las súplicas, la injuria, el encomio, la burla, la homonimia, la equivocidad, la perplejidad, etc."; se limita a la afirmación, pero a una afirmación no dicha por nadie ni a nadie, en ningún momento ni lugar particulares: puro enunciado sin enunciación. El valor de la retórica está precisamente en subrayar las motivaciones, los propósitos, las circunstancias de un enunciado: no hay enunciado fuera de su enunciación aquí, ahora, por mí, a ustedes. La retórica es ante todo una actividad práctica, es el arte de hablar en una asamblea, ante un tribunal, para acusar o defenderse, aconsejar o desaconsejar, convencer. Ahora bien, lo propiamente artístico de la retórica, lo que hace de la retórica un arte, lo que, por ejemplo, leemos en Gorgias y la razón por la que leemos a Gorgias, es lo que se llama el estilo: la pura elocutio.
Únicamente el estilo define al arte. El arte se define por el estilo. El estilo es el acontecimiento de la elocución, es la afirmación en cuanto acontecimiento. Nadja define el estilo como la afirmación que no puede pararse sobre sus propios pies, que está en la alternancia del paso. Hay estilo en la medida en que la afirmación no se sostiene en sí misma ni se apoya en otra cosa más allá de ella misma sino que ella es el paso fuera de ella misma, paso de danza o de trapecio suspendido en el afuera, entre ella y ella misma, y por tanto no afirmación de nada ni afirmación de sí misma sino afirmación de la afirmación, transitividad pura que es pura intransitividad. Si fuera posible reducir el estilo a una sola figura ejemplar, si fuese posible indicar la figura en la que el estilo se realiza como tal, figura sin figura que sólo figura el afuera de la figuración, habría que nombrar, con Nadja, la elipsis. La elipsis sería el nombre de la operación misma del estilo, estilo que corresponde a un pensamiento sin certeza ni método ni conclusión, un pensamiento sólo suspendido de la sorpresa, un pensamiento sorprendido de su propia insuficiencia.
Todo comienza, todo tendría que comenzar con el estilo. ¿Acaso pensar no consiste en encontrar un estilo, encontrarle un estilo a la sorpresa, encontrarse sorpresivamente con un estilo?. El estilo tiene carácter de acontecimiento. El acontecimiento, dice Nadja, está por principio fuera del alcance de cualquier proyecto de control, de dominio o aun de orientación; es al mismo tiempo el vacío instituyente de la estructura y su inesperado desborde; en una palabra, tiene carácter de suplemento. ¿Y no es acaso éste el carácter propio del arte, no son desde el comienzo las artes del lenguaje, la poesía y la literatura, apéndices o suplementos de la filosofía, residuos que rondan las orillas del aséptico logos filosófico?. No hay homogeneidad de la filosofía porque hay poesía, porque hay literatura, es decir porque hay estilo, porque hay arte, tejné.
Cabe preguntarse entonces qué hay de propiamente artístico en el arte retórica, qué hay de tejné en la tejné rhetoriké. Y este segundo número de Nadja comienza precisamente en ese punto, recordando la ambigüedad de la tejné. Si por un lado la palabra remite a la habilidad en el hacer, al hacer con arte, al artificio, al maestro y a la obra maestra, por el otro alude a la astucia y a la pérfida imaginación, al charlatán y al truhán, a la impostura. Pero dicha ambigüedad tiene que ser atribuida no a la intención persuasiva ni al efecto de la persuasión sino a la pura elocutio, a la afirmación. ¿En qué puede consistir la magistral impostura de una pura afirmación?. Precisamente, en afirmar sin afirmar, afirmación que no afirma nada y no necesita afirmar para que una cierta afirmación suspensa tenga lugar. También esto está indicado por Nadja. ¿Acaso no está dicho allí que los libros no se escriben para ser leídos?. Lo que no es para ser leído se lee precisamente en lo ilegible. A la escritura que no se lee responde la lectura que lee lo que no está escrito. Allí, entre lectura y escritura tiene lugar la afirmación, es decir el estilo. Es el lugar de lo que Nadja llama, desde la portada, el arte de la diferencia.