COLOQUIO
A CIEN AÑOS DE LA TRAUMDEUNTUNG
La interpretación de los sueños hoySueños e histeria.
La muerte en el discurso de la histéricaJuan Capetillo
En principio quiero expresar mi beneplácito porque la Universidad Veracruzana y particularmente el Instituto de Investigaciones Psicológicas continúen apoyando actividades de promoción y difusión del psicoanálisis. Esta es una tarea que inició en nuestra universidad en 1987 y constituye un mérito para la actual Directora del Instituto, Dra. Godeleva Rosa Ortiz, el que, no estando inscrita en el campo psicoanalítico, apoye la realización de eventos como el presente coloquio.
Una observación detenida del tríptico que anuncia el encuentro me llevó a la necesidad de hacer un comentario previo al tema de mi ponencia. De acuerdo a la presentación de los exponentes, estos pueden dividirse en dos conjuntos: los que son psicoanalistas y los que no lo son. Probablemente por equivocación a mi se me ubica entre los no psicoanalistas. Presuponiendo que se trate de un desliz o error de imprenta, el hecho me proporciona un excelente pretexto para una reflexión sobre un tema que es de excitante actualidad y que está en el orden del día del movimiento psicoanalítico desde sus inicios: el de la formación de los analistas.
En su "Historia del psicoanálisis en Francia", E. Roudinesco nos habla del fracaso en que derivó el así considerado primer psicoanálisis didático de la historia: el de Stekel, conducido por Freud. 1 Sabiendo que en la experiencia psicoanalítica hace presencia algo inasible, algo que escapa a los códigos, Freud busca preservar el saber psicoanalítico, fundando la institución con el propósito central de formar a los analistas. Formación especial que no puede darse en la Universidad porque va más allá del saber teórico. Formación que privilegia el análisis del candidato. Si algo hace a un analista, esto es su análisis. Mientras que un universitario transmite técnicas o teorías a quienes se forman con él ¿Qué transmite un analista didacta? Un estilo que es derivado de un muy singular encuentro con lo real de su castración. Esto ¿se puede escribir?, ¿Pueden a su vez los analizantes escribir la experiencia a la que son llevados por ese particular estilo? Este real inaprehensible en la estructura misma del sujeto es lo que hace a la imposibilidad de la transmisión en el psicoanálisis. Es esto lo que está en el trasfondo de las dificultades del movimiento psicoanalítico en lo concerniente a la formación de los analistas.
Mientras que la primera década del psicoanálisis se caracterizó por el estilo libre, no sujeto a reglas, subversivo de Freud en lo relativo a los análisis didácticos, la segunda nos muestra la disputa entre una cada vez más fuerte tendencia a reglamentar la formación ( considerada exclusiva para médicos) y la línea encabezada por Freud más acorde con la realidad del inconsciente que defendía, por ejemplo, el psicoanális lego. Ante la mirada interesadamente indiferente de Freud, finalmente en la I.P.A. se impone la regla, que terminará en burocratización, en lo que respecta a la formación de los analistas. Ante lo indomeñable, el corset. Ante lo que por esencia puede llevar al disenso, a la divergencia, la regla que todos deben cumplir.
Lacan eleva su voz frente a este olvido de lo inconsciente. Después de años de experiencia y reflexión propone al pase como el procedimiento que testimonia de la autorización de los analistas. Está comprobado que el pase no ha resuelto los problemas del didáctico. Sin pretender elevar la diferencia -borrada por Lacan- entre el análisis terapéutico y el didáctico, evidentemente el uso de este término aquí se refiere al de aquellos análisis que derivan en la formación de un psicoanalista.
En la IPA la autorización de un candidato a ejercer el psicoanálisis es dada por la misma Institución a partir de la opinión del Didacta dirigida a un comité especial. En el campo lacaniano esta autorización es asumida por el propio sujeto en formación a partir de su análisis. Indiscutiblemente hay que preguntarse por el papel que el juega el analista en esta autorización. Por medio del procedimiento del pase, la Escuela analítica testimoniará o no de esta autorización.
Varias interrogantes y consideraciones surgen de analizar esta situación, sobre todo si la aplicamos al caso de nuestro país. El campo lacaniano en México, por ejemplo, está caracterizado en una gran parte por psicoanalistas llamados "independientes"; es decir, que no están con un grupo u otro; asimismo, hasta donde sé, solo una institución analítica utiliza el pase en México, aunque desconozco la historia y características de esta experiencia. A riesgo de equivocarme creo que en nuestro país no se ha abordado seriamente el problema de la formación de los analistas. Me parece que es un tema de urgente actualidad en el siglo que comienza. Lamentablemente me desviaría mucho del tema original de mi ponencia si prosigo esta hilación de pensamiento surgida circunstancialmente. Voy a abandonar aquí el tema no sin antes mencionar que formo parte de un grupo que está discutiendo en Xalapa sobre la Institución Psicoanalítica y que está entre sus planes la realización, en septiembre del 2000, de un encuentro de psicoanalistas mexicanos para que se avoquen a explorar el tema
A continuación presentaré el bosquejo de una investigación que apunta a la posición sacrificial de la histérica animada por el imperativo superyoico de goce. Espero llegar a este punto al final de la presentación. Como estudio en proceso deja muchas cuestiones por resolver.
En términos generales las histéricas hablan poco de la muerte, sobre todo si comparamos la presencia de este significante en el habla del obsesivo. ¿Es que no le temen? O ¿no les preocupa?. Algunos sujetos histéricos, en contraste con el dolor que les causa la muerte de un ser querido, experimentan una especie de anestesia manifestada en el no llanto o en la ausencia de expresiones dolorosas; otros, como por principio, se niegan a asistir a los ritos fúnebres, lo que nos recuerda, en contrario, aquello que ocurría con el hombre de las ratas, quien no perdía oportunidad de acudir a un entierro o a un velorio. ¿Qué pasa con el tema de la muerte en la histeria?. ¿Prefieren no pasarlo a la palabra y se "mortifican" en el cuerpo, como decía una amiga psicoanalista?
En coincidencia con esta constatación clínica, el tema es más bien ausente en la literatura psicoanalítica. ¿ Es que no tiene sentido abordarlo? Aquello que nos remite al límite de lo simbólico, lo que por ser pura negatividad no tiene representación en el inconsciente, ¿no amerita una investigación sobre su incidencia en la histeria?. Veamos.
Encuentro una primera ligazón entre los dos términos en el Freud neurólogo del periodo prepsicoanalítico cuando en el texto: "Histeria" de 1888, afirma, desde una perspectiva médica, que en todos los casos de histeria está descartada la posibilidad de muerte. 2 Esta afirmación debe haber tenido cierta importancia para Freud pues, según Strachey, son varias las ocasiones en que sostiene esto, contra la opinión de Janet. Si bien aparentemente no tiene relevancia para nosotros psicoanalistas, sí contrasta con otro aserto hecho alrededor de unos 30 años después, cuando hilando alrededor del Superyo en el capítulo V de "El yo y el ello", Freud asegura que en comparación con el neurótico obsesivo, en los histéricos sí existe el riesgo del suicidio; 3 es decir, mientras que el obsesivo, para quien la muerte es un asunto absolutamente recurrente, aparece inmunizado ante la eventualidad del acto suicida, en el sujeto histérico sí es posible que ocurra. Entonces, no solo hay posibilidad de muerte en la histeria, sino que, inclusive, ésta puede darse por la vía de la autoeliminación. Curiosamente, si bien Freud nos explica metapsicológicamente por qué descarta esta posibilidad en el obsesivo, no nos dice por qué sí puede darse en la histeria; aunque, siguiendo sus propios argumentos, sea posible deducirla. En la conservación del objeto, y la seguridad que esto proporciona al yo está la clave de esta inmunización del obsesivo.
¿Este cambio del Freud neurólogo al Freud psicoanalista promueve nuestro tema? ¿Es la vía del suicidio la única por la que podemos internarnos en el tema de la muerte en la histeria? ¿Se localizan en Freud otros momentos intermedios entre estas dos fechas (1888-1923) en los que toque directamente un nexo entre histeria y muerte? ¿Y después de "El yo y el ello"?, aún más ¿Qué tiene que ver el tema de la muerte en el decir de las histéricas con los sueños, temática que nos sirve ahora de pretexto para reunirnos? Proseguiré primero con esta última pregunta.
La primera parte del título de mi ponencia: sueños e histeria, retoma el nombre que Freud quiso ponerle a su análisis sobre Dora, 4 justamente porque su resolución gira en torno a dos sueños de esta paciente, en los que, como veremos, el tema de la muerte es central. Antes del texto sobre Dora, que como es sabido aparece con fecha posterior a la realización del análisis, en la "Interpretación de los sueños", específicamente en ese considerado por muchos sueño inaugural del universo psicoanalítico: el sueño de la inyección de Irma, somos directamente conducidos por Freud, como sin querer, a la temática de la muerte, inclusive prefigurando desde ese momento sustanciales desarrollos posteriores tanto propios como de Lacan. Y no me refiero solo a la preocupación por la salud de Irma y por la propia que le lleva a pensar constantemente en la muerte, sino y, sobretodo, a la referencia a lo inasimilable en lo simbólico, a lo indecible en la alusión hecha al ombligo del sueño como punto tope de las asociaciones que conecta con lo desconocido. 5 Referencia del texto de los sueños a la que somos remitidos por Lacan para ilustrarnos lo real excluido de lo simbólico, donde, por cierto, ubica al Padre real.
También en otros fragmentos de la Interpretación de los sueños ocupa la muerte un sitio de considerable privilegio. Me refiero a los análisis que hace Freud sobre los sueños de muerte de personas queridas. Si bien la aproximación no es exclusiva de lo que ocurriría con estos sueños en la histeria, no deja de haber un enfoque específico que definitivamente demuestra la manera singular como aparece la muerte en la histeria. La comparación con la obsesión es asaz ilustrativa. Mientras que este último se defiende del deseo de muerte con formaciones reactivas, la defensa en la histeria supone excluirlo de la cadena asociativa, reprimirlo, aún en los sueños; o bien, y esto sería también típicamente histérico, identificándose con el muerto como una manifestación de duelo por el impulso hostil hacia el ser querido. 6
Si retrocedemos un poco más atrás, desde los mismos "Estudios sobre la histeria", hallamos una situación un tanto paradigmática de la significación de la muerte en la histeria: en algunos de los historiales clínicos se evidencia que las pacientes, entre ellas Ana O., caen enfermas ante el lecho moribundo del padre. 7 Lacan nos alerta sobre esta situación en una cita de mucho aprecio para mi tema, localizada en el Sem. 16 que lleva por nombre "De un otro al otro"; dice Lacan: " pueden constatar que el correlato de la muerte está en juego en lo que la histérica abona de lo que se refiere a la mujer. La histérica hace al hombre que supondrá la mujer saber. Es precisamente porque ella está introducida en ese juego por algún sesgo donde la muerte del hombre está siempre interesada ¿Es necesario decir que toda la introducción de Ana O. en el campo de la histeria no es otra cosa que giro alrededor de la muerte de su padre? ¿Es necesario recordar el correlato en los dos sueños de Dora, de la muerte, en tanto implicada en el alhajero de la madre? "No quiero dice el padre que yo y mis niños perezcamos en las llamas a causa de esta caja". Y en el segundo sueño de lo que se trata es del entierro del padre". 8
El correlato de la muerte en juego en lo que la histérica aborda nada menos que de lo que se refiere a la mujer. Si la histeria es esencialmente una interrogación radical a lo simbólico sobre la feminidad, ante la ausencia en él de lo que designaría su ser, en su mismo núcleo, de acuerdo con esta cita, se juega la muerte . ¿De qué manera? A través de la muerte del hombre, el padre y por medio de su propia muerte suicida.
En un pasaje del análisis de Freud del segundo sueño de Dora encontramos las dos posibilidades que señalo en el párrafo anterior: "Con ello hemos llegado al contenido de la carta que aparece en el sueño. El padre ha muerto, ella se había ido arbitrariamente de la casa. A raíz de la carta del sueño, yo le recordé enseguida la carta de despedida que había escrito a sus padres, o al menos se la había dejado a su alcance. Esa carta estaba destinada a horrorizar al padre para que renunciase a la señora K., o a vengarse de él si no era posible moverlo a que lo hiciese. Llegamos así al tema de la muerte de ella y de la muerte de su padre (cementerio, más adelante en el sueño)"
Cabría preguntarse si estas dos formas han de darse juntas en esa implicación de la muerte en la pregunta histérica, como lo sugeriría la conjunción, en la cita de Freud entre ¨"la muerte de ella y de la muerte de su padre". O si serían, digamos, excluyentes .
Deseo inconsciente de muerte hacia seres queridos, especialmente el padre, posición suicida de la histérica que, en tanto emparentada con la melancolía, supone la feroz crítica superyoica, identificación con el muerto como acto de expiación ante el impulso destructor, son algunas de las categorías aisladas hasta ahora en esta vinculación muerte e histeria y que localizamos concentradas en el escrito de Freud sobre "Dostoyevski y el parricidio", que por haber sido escrito en 1927 , contempla ya los desarrollos propios de la segunda tópica, particularmente, la formidable descripción freudiana de la ferocidad con que actúa el superyo, animado por la pulsión de muerte.
En una posición un tanto ilegítima pero que no deja de reportarnos beneficios, Freud considera a Dostoyevski como un histérico y adelanta la hipótesis del carácter neurótico de sus ataques epilépticos. Sus ataques significan la muerte -nos dice Freud-, eran precedidos por intensos temores a morir y se presentaban como estados de sueño letárgicos; afirmación que Freud sustenta en el relato de Dostoyevski a su amigo Soloviov en el que le dice que cuando venían los ataques, experimentaba un sentimiento como si fuera a morirse e inmediatamente después sentía un estado análogo a la verdadera muerte.
Para Freud el sentido y la intención de estos ataques residen en que suponen una identificación con un muerto, con alguien que ya murió o que aún vive pero del cual se desea su muerte. Por medio del ataque se castiga el sujeto que experimenta el deseo de muerte: ha deseado a otro la muerte, y es aquel otro y está muerto" Aún más, la posición psicoanalítica lleva a afirmar que este otro es típicamente el padre, argumento para el cual el análisis de Dostoyevski ofrece un asidero importante por el conocido odio de este autor hacia su padre. 9
¿Hacia donde quiero llevar las cosas destacando este deseo de muerte del padre y la identificación con el padre muerto realmente o en la fantasía?. La pregunta de la histérica es, como señalaba antes, sobre algo que carece de significación en lo simbólico: la mujer. ¿Qué tiene que ver en esto el padre? ¿y su muerte? La histérica, clínicamente demostrado, ocupa un lugar privilegiado de cuestionamiento de la función paterna, haciendo resaltar sus límites.
En los "Estudios sobre la histeria" Freud considera la muerte del padre como el trauma capital productor de la histeria. Posteriormente el acento se desplaza hacia la seducción sexual operada por un padre perverso que induce un goce fuera de la Ley.
Un poco más adelante encontramos la conocida operación metafórica que lleva del hecho seductor a la fantasía, operando un desplazamiento del acento del genitivo subjetivo al objetivo: del goce del padre al deseo por el padre. 10 ¿Cuál es el estatuto actual de estas tres aproximaciones y como opera la muerte en ellas?
Me parece que la respuesta a esta pregunta y a otras de este escrito tiene que articularse a partir de una consideración de los dos mitos fundantes del psicoanálisis: Edipo y el mito del asesinato del padre primitivo que ilustran dos formas de aparición del padre en la clínica psicoanalítica.
El paso de la teoría del trauma a la del fantasma, conduce a la instauración del mito edípico y a ese intento - muy criticado- de Freud por resguardar la figura paterna. El padre edípico pone coto al goce prohibido que supone el deseo de la madre.
Se trata de un padre que dice no al objeto incestuoso, al goce fatal del deseo de la madre y que permite el disfrute del principio del placer, del goce fálico pero que con esto; es decir, con la castración, abre la posibilidad del abismo, de la hiancia entre los significantes, (que le resulta insoportable al neurótico) introduce la imposibilidad de que haya un significante que se signifique a sí mismo. Se trata de una cara normalizante del padre, luminosa pero que no deja de tener la impronta de su lado obscuro.
La paradoja de que el padre ponga alto al goce mortal del objeto incestuoso y que al mismo tiempo, por la insuficiencia de lo simbólico, abra un abismo que es llamada -por otra vía- a un goce también fatídico, reintroduce la figura del padre seductor, perverso de la teoría del trauma bajo la forma del mito inventado por Freud: el del asesinato del padre.
Si partimos de que el deseo de la madre es primario, la intervención del padre es traumática en dos sentidos; por ella, hay un cambio del tipo de goce en juego ya sea por su intervención como interdictor o como seductor.
El padre edípico introduce el goce fálico, que es el de la diferencia, el de la alteridad, el de los intervalos entre los significantes, el goce de lo simbólico que muestra su incapacidad de colmar la hiancia del deseo de la madre; con esto se presentan las condiciones para que el sujeto, angustiado, se sienta convocado a reducir la diferencia, a colmar con el sacrificio de su ser los intersticios de lo simbólico.
El padre terrorífico de la horda primitiva, seductor, que posee a todas las mujeres, introduce un goce traumático que lleva al sujeto a escindirse entre una parte que se identifica con este ser omnipotente y otra que se le ofrece como víctima impulsada por un masoquismo primario que aspira a retornar al estado anterior. División subjetiva que es nombrada con los términos de la segunda tópica en los que hallamos ese sedimento del padre que es el superyo en su doble faz normalizante y terrorífica, feroz. 11
El goce fálico que introduce la metáfora paterna es condición del goce del Otro. Hay un pasaje desde el goce del nirvana al goce masoquista, posibilitado por la aparición del goce fálico y más propiamente por los límites de este tipo de goce. Límite del goce fálico en el que se sitúa justamente la histérica, con la pretensión de abolirlo. 12 Con su sumisión a la voluntad del Otro, entregándosele toda ella, la histérica busca restaurar la figura de un padre omnipotente que tenga la respuesta al goce que falta.
El padre del edipo aparece como representante de la Ley de prohibición del incesto. Impone al retiro de la libido de los objetos incestuosos y con ello induce la transgresión. Su asesinato es condición del goce de la madre. La histérica lo requiere muerto o impotente para poder retornar al goce pasivo del objeto materno. Esto nos remite a una de las dos significaciones de la muerte en la histeria mencionadas antes: la de la muerte del padre 13. El asesinato del padre primitivo tiene un sentido opuesto, nos llevaría, más bien, a "la muerte de ella", de la histérica. En un primer tiempo del mito aparece el padre primordial encarnando un goce absoluto, lo que motiva, en un segundo momento, el crimen, para que después advenga la Ley como expiación del mismo. La Ley instaurada como efecto del asesinato del padre para aplacar la culpa que suscitó.
El mito del asesinato del padre primitivo imaginariza el carácter incompleto de la estructura de lo simbólico. El padre originario muerto representa la tachadura del Gran Otro, es un defecto intrínseco al orden simbólico que el neurótico hace suyo adoptando una deuda impagable por atribuirse el crimen. Esto que está fuera de lo simbólico, que constituye lo real indecible, es imaginarizado por la histérica bajo la figura del padre seductor que sabría sobre el goce y por lo tanto poseería el significante de la mujer. La feminidad excluída de lo simbólico se encuentra en el mismo punto que el padre Real, al que la histérica se entrega por medio de un goce sacrificial, masoquista, que responde a la necesidad de hacer existir a ese padre omnipotente porque allí estaría la respuesta por la Mujer.
Voy a concluir mi intervención sobre la muerte y la histeria con una referencia literaria que me perece oportuna: en este mismo mes de febrero del 2000 estuvo Carlos Fuentes en Xalapa con motivo de un homenaje que le hizo el Gobierno como hijo pródigo de Veracruz. En una parte de su discurso, que versó sobre el tiempo en la novela, Fuentes dice de Madame Bovary: "impaciente, no tolera los intervalos del tiempo y decide suprimirlos con su acto suicida".
Notas
1.- Roudinesco, E. La Batalla de cien años. Historia del psicoanálisis en Francia, t.1, p. 89, Editorial Fundamentos, 1988, Madrid.
2.- Freud, S. Histeria (1888), en Obras Completas, t. 1, p.58, Amorrortu Ed., 1976, Buenos Aires.
3.- Freud, S. El yo y el ello (1923), en Obras Completas, t. 19, Amorrortu Ed., 1976, Buenos Aires.
4.- Freud, S. Fragmento de análisis de un caso de histeria (Dora) (1905), t. 7, p. 10, en Obras Completas, Amorrortu Ed., 1976, Buenos Aires.
5.- Freud, S. La interpretación de los sueños (1900), t.4, p.132, nota 18, en Obras Completas, Amorrortu Ed., 1976, Buenos Aires.
6.- Freud, S. La interpretación de los sueños (1900), t.4, p 258 - 269, en Obras Completas, Amorrortu Ed., 1976, Buenos Aires.
7.- Freud, S. Cinco conferencias sobre psicoanálisis (1910), t. 11, p. 12, en Obras Completas, Amorrortu Ed , 1976, Buenos Aires.
8.- Lacan, J. Seminario 16 De un otro al otro., clase 24 del 18 - junio - 1969
9.- Freud, S. Dostoievski y el parricidio (1928), t. 21, p. 180, en Obras Completas, Amorrortu Ed., 1976, Buenos Aires.
10.- Freud, S. Presentación autobiográfica (1925), t. 20, en Obras Completas, Amorrortu Ed., 1976, Buenos Aires.
11.- Freud, S. El yo y el ello (1923), t. 19, p. 30 - 40, en Obras Completas, Amorrortu Ed., 1976, Buenos Aires.
12.- Millot, C. Nobodady. La histeria en el siglo.
13.- cf. p. 5