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Reflexiones sobre el tiempo lógico en Aura

Carlos Castellanos Ronzón

No volverás a mirar el reloj, ese objeto inservible
Que mide falsamente el tiempo acordado a la
Vanidad humana, esas manecillas que marcan
Tediosamente las largas horas inventadas
Para engañar el verdadero tiempo, el tiempo que
Corre con la velocidad insultante, mortal, que
Ningún reloj puede medir.

Carlos Fuentes,
Aura

I. CUESTIÓN DE TIEMPOS

Parece sensato iniciar las presentes reflexiones con algunas referencias conceptuales acerca del tiempo en psicoanálisis. A este concepto Lacan –a diferencia de la teoría freudiana que hace referencia reiteradamente a la tesis de la atemporalidad del inconsciente- lo incluye en su teorización psicoanalítica como un evento bien importante al considerar que está estructurado en tres momentos organizados en un sentido lógico, aspecto que es particularmente significativo puesto que esta conceptualización de Lacan, a la cual llama tiempo lógico, no se limita solo a determinar la afirmación freudiana de dicha atemporalidad; esta es una buena razón por la que puede ser tomada como la punta de lanza de un nuevo paradigma de funcionamiento del inconsciente.

La tesis freudiana a este respecto sugiere que los eventos inconscientes no se instalaron temporalmente 1 , que el inconsciente está fuera de tiempo. Sin duda a lo que Freud se refiere aquí es a que le tiempo de ninguna manera puede alterar nada que pertenezca al inconsciente, ya que este sólo puede recibir alteraciones de procesos que pertenezcan a él mismo.

El tiempo, considerado en su esencia misma, produce una pérdida, pérdida de lo presente, por ejemplo, y si el inconsciente está fuera de tiempo, quiere decir que el tiempo no lo puede afectar; entonces ¿porqué no confrontarlo con aquello que produce el tiempo, con la pérdida, con esa pérdida que evita la posibilidad de ser pleno, total? "Este tiempo es indisociable de la existencia del lenguaje que impone el sometimiento de las necesidades del ser humano a la demanda"2; un tiempo que, desde siempre, se puede asociar con la pérdida, con aquello imposible de articular por el lenguaje. En este sentido, el tiempo, es irrepresentable en tanto funciona como la pérdida.

El inconsciente tiene puesta esa parte irrepresentable del tiempo, aspecto que lo relaciona con la afirmación de que en él no existe la menor posibilidad de representar el tiempo. Lo anterior alude a una ausencia: "ausencia de representación; ausencia que depende de la existencia del orden simbólico, porque toda representación es consecuencia del lenguaje, sin el cual no hay inconsciente ni sujeto" 3. La propuesta de Freud de la atemporalidad del inconsciente representa un impedimento para observar, dentro de una secuencia cronológica, los procesos inconscientes (lo cual dicho sea de paso, parece ser un punto central de su tesis). Dicha propuesta no impidió, desde luego, que él mismo, en algunas teorizaciones –por citar algunos ejemplos, en su propuesta teórica de la compulsión a la repetición, en la que dice que "el analizado no recuerda, en general, nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo actúa. No lo reproduce como recuerdo, sino como acción; lo repite, sin saber, desde luego, que lo hace"4; o en la estructuración del sujeto a partir de tres generaciones, teoría que establece la organización de una estructura psicótica presente en una tercera generación; aspecto que mueve a meditar el sentido del tiempo antecedido por una primera y segunda generación-, hiciera deconstrucciones que muestran momentos instalados cronológicamente. Se trata de la configuración de esquemas que señalan tres momentos, tres tiempos –aspecto visible, también en su proposición del trauma original en la que el evento que provoca su efecto viene de atrás, porque se produce a partir de un evento ya dado- en los cuales se puede observar una especie de relación lógica entre dichos tipos del esquema.

Por su parte, Lacan sugiere que estos momentos pueden ser observados como sucesos lógicos partiendo de la posibilidad de nombrarlos a partir del tercero, lo cual expresa, con otras palabras, la teoría freudiana de la seducción a la que hicimos referencia en el párrafo anterior, en la que el tiempo dos, ese que descubre la serie de procesos patológicos que comanda la represión, sólo es el resultado del trauma, no sentido como tal en un primer tiempo y que, sin embargo, produjo el efecto con posterioridad, entendido, entonces sí, por el sujeto. Dicho de otro modo: ese efecto con posterioridad al que se refiere Freud, creemos, debe entenderse exclusivamente, como el retraso con el que se presenta el trauma. A nuestro juicio, este es un punto que permite hilar la teoría de la seducción de Freud con la propuesta del tiempo lógico de Lacan, porque es precisamente ese efecto posterior lo que permite situarlo como un evento lógico derivado de otro anterior. Vistos así, dichos eventos están relacionados entre sí, estableciendo, entre ellos, algún grado de lógica del tiempo:

En otro tiempo, perpetré algo que se llamó el tiempo lógico. y es curioso que haya puesto en segundo tiempo el tiempo para comprender. El tiempo para comprender lo que hay que comprender. Es la única cosa de esta forma que hice lo más depurada posible, la única cosa que había que comprender. Es que el tiempo para comprender no va si no hay tres. A saber, lo que llamé el instante de ver, después la cosa a comprender y después el momento de concluir. De concluir [...] de concluir de través. Sin lo cual, si no hay esos tres, no hay nada que motive lo que manifiesta con claridad el dos, o sea esa escansión que he descrito, que es la de una detención, la de un cesar y un recomienzo.5

Esta proposición de Lacan del Tiempo lógico implica que dichos sucesos se aborden como eventos lógicos que nada (o poco, para no ser tan rigoristas) tienen que ver con una noción cronológica. Para abordar los anteriores planteamientos y su aplicación al texto literario (motivo que nos ocupa) es necesario justificarlos, pero debemos apoyarnos en el argumento lacaniano que hace la distinción entre psicoanálisis en extensión y psicoanálisis en intención, porque, efectivamente, con el segundo no se puede hacer un análisis literario, ya que éste está incluido sólo en los contextos eminentemente clínicos. Apoya este argumento la cita siguiente: "el único psicoanálisis aplicado que puede existir es aquel en el que el psicoanalista trabaja con su paciente a quien escucha en el contexto de una transferencia";6 en cambio, con el primero, el psicoanálisis en extensión, estamos en un contexto que permite ilustrar sus conceptos en la obra literaria, es decir, el contexto eminentemente clínico impide el planteamiento de un análisis de otro discurso, pero este impedimento se debilita si, para el contexto de la literatura, la teoría psicoanalítica se convierte en un instrumento que permite la exposición libre de motivos para hacer crítica literaria.

La dificultad que representa transpolar las categorías psicoanalíticas en el texto literario sin caer en un reduccionismo o en una falta de rigurosidad quizá debiera inquietarnos un poco; sin embargo no ocurre así ya que, para tranquilidad nuestra, esto no pareció importarle mucho al mismo Freud cuando escribió El delirio y los sueños en la Gradiva de Jensen (1907) o cuando analizó el cuento de Hoffmann en Lo siniestro (1919). No obstante (los lectores con conocimientos teóricos psicoanalíticos argumentarán y criticarán dicha transpolación de categorías de psicoanálisis y literatura), debemos aclarar que la razón por la cual decidimos tomar a Aura para observar la presencia del tiempo lógico y ofrecer una propuesta do: lectura tomando como base los principios de la teoría psicoanalítica al respecto es que el texto, a primer golpe de vista; parece ofrecer el recorrido de los tres momentos de la propuesta lacaniana, visible, sin mucha dificultad, en los acontecimientos que narran las vivencias de Felipe Montero, el protagonista masculino, dentro de la casa de la viuda Llorente.

Queden todas las líneas anteriores como el justificante que muestra nuestra propuesta de lectura del tiempo lógico en Aura. Sólo diremos, para terminar de instalar nuestro propósito e iniciar los planteamientos introductorios al tema propiamente dicho, que Felipe Montero presenta sucesiva y repetidamente un enfrentamiento con algunos elementos que, en su oportunidad, se convertirán en los símbolos del interior de la casa, los cuales habrán de provocar los hechos que lo comprometen en su constitución final. A nuestro modo de ver, dicho enfrentamiento resulta ser el motivo esencial que manifiesta el juego permanente de los tiempos y propicia la introducción al concepto de la parte oscura de Felipe, que a continuación desarrollamos.

 

El interior de la casa, resguardo de los símbolos antes mencionados, está impregnado de un ambiente oscuro y muchas veces tétrico, que dificulta la visión y los movimientos de los personajes, pero es precisamente este aspecto que sólo entrevela un lugar, un ambiente, una posición de parcial certidumbre, lo que hace preguntarnos si no estará representando, a su vez, una parte oscura del protagonista, una parte que se desconoce, pero que de alguna manera puede deducirse y descubrirse. En este sentido, la casa, junto a todos los símbolos que posee, vendrá a ser una especie de prolongación del propio ser de este protagonista, un objeto que enmarca un contenido a punto de develarse: su inconsciente. La casa puede ser, entonces, la representación metafórica de su inconsciente, esa parte en la que están guardados y aparentemente olvidados los sucesos que bajo la custodia de la manija simbólica con cabeza de perro que vigila la entrada (¿la represión?) esperan ser liberados con un efecto, aunque sea 7 retardado, en un tiempo posterior, lo cual ya sentimos que enuncia, de por sí, la presencia de dos tiempos, uno anterior y otro actual.

Dentro de la casa y con la ayuda de este ambiente se cristaliza la presencia de Consuelo como una mujer protectora, una mujer fálica que, despojada de la parte pasiva de su feminidad, actúa acosando, acorralando, seduciendo a Felipe. Una mujer que se antoja, en mucho, distante de ser la misma mujer- madre del mito de Edipo. Según el mito clásico, Yocasta no sabía que se trataba de su hijo, sólo acepta la premonición del oráculo y admite su destino como verdad. Consuelo, en cambio, tiene el: consuelo, a sus 109 años, de buscar (así lo evidencia el anuncio en el periódico), de seleccionar y de retener a Felipe (al hijo), al menos, mediante conjuros mágicos; y sabe fehacientemente que su actividad sexual anterior puede ser reconocida, apresada, capturada y traída al presente, transformada en el deseo que la impulsa a acostarse con Felipe, amén de que sea muchos años más joven que ella. En el mito clásico, Edipo es el centro del conflicto. De él parte la disertación Layo-Yocasta, quienes son sólo objetos de muerte y deseo, respectivamente; tal es el contenido que Freud teorizó como complejo, describiéndolo mediante un triángulo en el cual asigna la parte que falta y la que se sustituye. La teorización freudiana surge desde el ápice de Edipo (el hijo); y a partir de él, le da significación a los otros dos: al de Yocasta (la madre) y al de Layo (el padre). ¿Cuáles son, entonces, las premisas actuales de las predicciones del oráculo que, trasladados a la humanidad que sabe de la fortaleza de dicha sentencia, dictan su cumplimiento? Esto parece indicar que el triángulo edípico no lo sería si esta sentencia no se cumpliera o si, por otra parte, faltara algún elemento; esto sugiere entonces que cada una de sus partes es igualmente importante, lo cual mueve a reflexionar y a pedir una confrontación verdaderamente real del valor de dichos ápices del triángulo freudiano, a partir del supuesto de que dichas predicciones son sentencias a cumplir y de que sus elementos están completos.

El acontecer narrativo de Aura parece aclarar que la importancia del complejo de Edipo no sólo está en el ápice de Edipo (hijo), sino también en el de Yocasta (madre). Para decir esta verdad el acontecer mata de antemano a Llorente y ejercita con este hecho la figura mítica salvada en el triángulo. Muerto Llorente, Consuelo ejerce el espacio que a él le corresponde. Llorente queda sólo como una secuela visible en sus memorias, las cuales evidencian el segmento de la fortaleza del padre-militar como

analogía de la fortaleza del padre-Rey. Con este punto se describe la línea sobre la cual está la historia del padre muerto. Consuelo, por su parte, es la poseedora de la acción del ápice Yocasta, quien ama a su esposo finado ya la vez a Felipe (al hijo), a quien salvaguarda de peligros (del mundo exterior) y protege (dentro de su casa) para la satisfacción de su propio deseo, a través del cual revivirá la figura de su esposo. Los sentimientos de Consuelo, a diferencia de Yocasta, distan mucho de ser desconocidos, inconscientes o producto de una sentencia a cumplir. Su deseo no emerge del inconsciente, sino que utiliza toda la fortaleza de la conciencia para aprisionar el deseo de Felipe (que sí presenta características inconscientes), el cual, al ser develado, aflorará de toda la parte inconsciente latente, como de cualquier hombre, según el modelo que Freud eligió para el destino de toda la humanidad. Por su parte, Felipe acepta este reto; en la medida en que su identificación con el deseo de Llorente es mayor, lo acepta como propio, colocándose en el lugar que le corresponde al General. En esta sustitución, Felipe no se convierte en un sujeto homólogo a Llorente, su significante, sino que asume la identidad del propio significante.

Por la importancia que tiene dentro del triángulo edípico, hasta aquí, se puede considerar a Consuelo como un centro, como un núcleo que además edifica, que construye el inconsciente de Felipe. Sabemos que toda construcción, en este sentido, es un comienzo absoluto, es decir, la restauración del instante inicial, aspecto que en Aura se pone en práctica dentro de la casa de la viuda Llorente, por ejemplo, con la ceremonia ritual-sexual de Aura con Felipe ante la presencia de la imagen del Cristo negro, rito que recupera el modelo de la hierogamia cósmica; también con las metamorfosis paulatinas (de tiempo en tiempo) de Aura en Consuelo y de Felipe en Llorente, que advierten el cambio de personajes históricos a míticos y que sólo conservan su imagen histórica en la medida en que se acercan al modelo mítico. "Así quedan aseguradas la realidad y la duración de una construcción, no sólo por la transformación del espacio profano en un espacio trascendente (el centro) sino también por la transformación del tiempo concreto en tiempo mítico" 8. Entonces, cabría preguntarse si el centro simbólico de Aura es Consuelo o en qué medida ésta sugiere la simbología del centro. Pensamos en ella como centro sobre todo por los argumentos hechos acerca de su iniciativa interna, en el valor de .los movimientos de los ápices del triángulo edípico y porque edifica el inconsciente de Felipe; pero si se toma en cuenta que en el viejo centro de la ciudad de México se encuentra un espacio diferente (la casa de Donceles 815), que contrasta con el de la propia calle, cuya entrada, al abrirse, propicia una solución de continuidad, separando ambos espacios y marcando, al mismo tiempo, una línea que define la distancia entre dos tipos de dimensiones, una histórica-profana y otra atemporal-mítica y destacando, finalmente, su umbral (la puerta de la casa) como un elemento paradójico que señala la frontera de separación y de unión, de igual manera, a través del cual se puede llevar a cabo el tránsito de un espacio a otro, propiciando, a su vez, la descripción del interior de la casa como una hierofanía al proponer un recinto sagrado que "tiene por efecto destacar un territorio del medio cósmico circundante y el de hacerlo cualitativamente diferente",9 entonces estamos movidos a pensar que la simbología del centro está en la propia casa, elemento que constituye ese espacio mítico como el preciso lugar en el que se efectúa la ruptura de nivel. En este espacio se encuentra el concepto bien entendido de solución de continuidad que rememora el tiempo primordial, logrado mediante la significación mítica del rito, la transformación, la adaptación, la reactualización del tiempo, aspecto que se precisa, aun más, con el simbolismo lunar al final de la novela. La luna es la única que muere en este cuadro, pero su muerte sólo es temporal ya que connota el surgimiento de una luna nueva, lo que permite medir el tiempo con sus fases y revelar simbólicamente un tiempo cíclico, un retorno de lo que antes fue, el retorno de un nuevo ser que se regenera mediante un renacer: (ya clara) la metamorfosis final de Aura en Consuelo; (también claro) el retorno de Llorente en Felipe, efectos simbólicos que se despliegan dentro de la mencionada casa y que dan, juntos, la validez, la duración del acto de construcción, en el cual se abandona el ser profano para incorporar el mítico imperecedero para, en el más estricto sentido., volver a vivir, idea que instala a dicha casa dentro del contexto simbólico que es en esencia el aspecto que reconforta la presencia y el valor literario de Aura en la tradición mítica.

La casa es, pues, esa zona sagrada por excelencia en la que el protagonista encuentra los símbolos de su realidad absoluta, los símbolos que describen la parte que desconoce, la parte oscura, la parte inconsciente que descifra lo más íntimo de su ser y debemos concederle el derecho de ser la representación plástica del segundo evento, el momento para comprender, del tiempo lógico, ¿Qué otra cosa puede manifestar el hecho de que este protagonista se vea (y por ende sea) en las fotografías del final de las memorias con la figura de Llorente, si no es la presencia de dos sucesos dados en distintos momentos? Felipe reencuentra, en un tiempo 2 y con la forma de Llorente, un tiempo 1, una especie de pasado y presente de un mismo sujeto. Estos comentarios a la luz de la teoría de la seducción freudiana resultan convincentes en cuanto representan, de alguna manera, el retorno a una estructura de trauma real 10 con efecto retardado.

Estos símbolos a los que nos hemos venido refiriendo, y que Felipe enfrenta, los consideramos como una línea sobre la que se van a propiciar los eventos del tiempo lógico. El resultado de dicho enfrentamiento se manifiesta, en más de una vez, como síntoma de desconcierto, aturdimiento, estado hipnótico o alucinaciones, favorecidos por ese ámbito que sólo en apariencia es incierto, porque al aparecerse como la prolongación de él mismo, es decir, como su inconsciente, resulta un ámbito cierto, casi hasta el delirio, un ámbito que, a pesar de resultar ominoso, es extremadamente auténtico al descubrir el doblez Montero-Llorente; pero si Felipe Montero es presente y, al mismo tiempo, pasado de una misma persona: el general Llorente (aspecto que implica su propia evolución hacia un futuro al conquistar el entendimiento de su inconsciente), Aura y Consuelo, sujetos que se mueven dentro de este mismo ámbito, también encajan en este juego permanente temporal. El contexto narrativo de Aura se entretiene en el tiempo. Presente y futuro, pasado y presente, pasado y futuro, tiempos que juegan tanto con el destino de los personajes como con el mismo acontecer del relato. Aura ¿qué es? ¿Presente de ella misma o el pasado de Consuelo representado en las mismísimas memorias? y Llorente ¿qué es en sus propias memorias? ¿El pasado de él mismo o el presente de Montero? ¿Los viejos son o no el futuro de los jóvenes? y al mismo tiempo, Aura y Felipe jóvenes ¿son o no el futuro, el deseo que anhelan los viejos?

Las anteriores cuestiones son precisamente las que nos mueven a meditar acerca de la posición temporal en la que están los personajes. Posición en la que no sólo hay retroacción sino también anticipación, efecto justificado en la teoría de la seducción a la que hicimos referencia; retroacción porque los sucesos que de todas formas comandan el suceder de la acción de Aura revelan una respuesta; anticipación porque conlleva el sentido de una significación previa, oculta en todas las vivencias, en todos los acontecimientos que sólo en apariencia son parte importante del relato, porque detrás de ellos se desarticulan, hasta desaparecer, los personajes. La inexistencia de Aura, totalmente significada en la novela, y la no presencia de Felipe, o su desaparición, si se quiere, al convertirse en Llorente o formar parte de la historia del matrimonio Llorente (esto es simple y llanamente el hecho simbólico de su inclusión en las fotografías de las memorias en el lugar del General, aspecto que implica, a su vez, su ausencia, su falta, su hueco en el tiempo real), enuncian, en todos sentidos, una no presencia corporal y quedan, entonces, subsumidos en la representación simbólica de lo que antes fue como paradigma de los deseos de Consuelo y Llorente: la falta, el falo aspecto que a su vez promueve la inexistencia de estos últimos. Consuelo y Llorente también están en falta, tampoco existen en este mismo sentido en tanto y cuanto se dirigen, por un lado, al falo y, por el otro, a la contemplación del goce del Otro, representado por Aura y Felipe, respectivamente. Podemos intentar describir lo anterior en el cuadro de la sexuación propuesto por Lacan. Es el cuadro que ilustra la distribución de hombres y mujeres con respecto al falo. Ya Freud, en la Introducción al narcisismo (1914), había reflexionado acerca de la elección del objeto de amor, manifestando que a fin de cuentas entre el sujeto y el amor al otro existe siempre un obstáculo que bien puede traducirse como la imposibilidad de una fusión total. El amor que existe entre un hombre y una mujer es una barrera que se impone al goce, que se erige bajo una falta, la cual le pern1ite caer, al mismo tiempo que expone que no hay relación sexual:

 

Es cierto que hay encuentros sexuales, pero allí donde dos se juntatrían en uno, el cuerpo desfallece. La posesión del otro se desvanece, para volver a cada uno a su fortaleza, en el lugar de la pasión, surge quizá la gratitud, la esperanza de que en otro momento la fusión se complete. Es por ello que eso insistirá como lo hace su hermano bastardo el síntoma, una y otra vez, con un tacto doloroso pero grato. Tenso y húmedo el acto sexual nos promete lo que no se puede cumplir.11

Lacan, a su vez, fundamenta su propuesta también sobre la no relación en las llamadas fórmulas sobre la sexuación, las cuales representan la manera como se despeja, según dijimos anteriormente, la posición del hombre y la mujer.

Para poder explicar el cuadro anterior, proponemos articularlo en tres partes que lo describan, cada una, de manera parcial, según el tipo de relación que hay entre sus elementos.

La primera parte describe un cuadro que explicita, en el lugar que corresponde a hombres, a Llorente y a Felipe como sujetos incompletos ($), los cuales describen su falta con la línea punteada que va al objeto "a" (representante de la falta) dentro del recuadro de mujeres. En este mismo recuadro está representado el significante de la falta en el otro S(A), el goce del otro, para describir la también incompletud del otro:

En este mismo contexto, Llorente puede aceptar ser la referencia al padre muerto, muerto por los hijos, por el significan te, porque a fin de cuentas traslada esa función a Felipe, quien asume, a su vez, la función fálica, aunque separado del goce absoluto gracias al tope de la exclusión.

En la segunda parte, en el lugar que corresponde a mujeres, se ubican Consuelo y Aura. Por un lado, l,á mujer-Consuelo se une con el extremo en el que se describe el falo y por otro el objeto "a" para definir aquello que tiene que perder para su constitución, en cuya intermediación se encuentra Aura para significar tal concepto:

Consuelo aparece ante una disyuntiva, ante un goce de dos valores: uno, ante el objeto que le falta, su juventud representada por Aura; y otro, ante el falo, significante del deseo. Esta última línea parece importante porque de alguna manera define a Consuelo como La mujer fálica que propone la constitución de Felipe en Llorente o, si se quiere, el retorno de Llorente en Felipe.

La tercera y última parte del cuadro explica la manera como se constituyen, finalmente, los personajes. Todos están en falta, aspecto que justifica su desvanecimiento pennanente o momentáneo. Desaparecen: Aura, en el más P estricto sentido, y Felipe, en el sentido de permanecer subsumido en ti el significante Llorente; y quedan Consuelo y Llorente confirmando su L falta: sin objeto "a" y sin el goce del otro:

Si lo anterior resulta sensato, entonces podemos argumentar la razón por la e) lle el relato utiliza el pronombre personal cuando se refiere a Felipe 1'(3 [ontero. p.

Aura ubica a este protagonista en una posición difícil, aspecto que en

gún sentido también manifiesta su inexistencia. El con el que el yo narra- m )r personaliza la actuación de Montero lo convierte en una no-persona, es litándole autonomía puesto que sigue la cadencia del propio yo narrador," p. lien lo hace actuar. Al mismo tiempo, ante las presencias de Aura y se :>nsuelo, él es tú, es decir, el no yo. Lingüísticamente hablando, en todos LI tos momentos, Felipe es el tú, el no yo, la nopersona. El yo-tú se manifiesta es do el tiempo que el yo narrador se dirige a él; el tú-tú todo el tiempo en el fil le Aura y Consuelo hacen lo mismo; y son contados los momentos en los

le Felipe es yo, por ejemplo en los diálogos con cualquier otro personaje;

'fo invariablemente es una posición momentánea al cambiar el sentido de

voz del hablante ante su interlocutor:

En nuestro intento de evidenciar en Aura el tiempo como un evento lógico, creemos conveniente abordarlo tomando como referencia la relación con la otredad; esto porque pensamos que la resignificación que Felipe hace del recuerdo, que evidencia los tres momentos a los que hace referencia la proposición lacaniana, va a propiciar la conformación de los eventos del tiempo lógico sobre la base de la identificación con el deseo del Otro- Llorente. Para tal efecto nos apoyaremos en la siguiente frase de Lacan: "El deseo del hombre es el deseo del otro."

 

II. EL DESEO DEL HOMBRE ES EL DESEO DEL OTRO

Tomando como base esta frase podemos ilustrar con algunos sucesos la trayectoria que recorre el deseo de Felipe: por intermediación del deseo del otro LIorente y del otro Consuelo.

La única relación, el único punto de contacto que este protagonista tiene con el general LIorente, está en la tarea de traducción de sus memorias; al iniciarla, se establece entre ellos una relación de rivalidad que en mucho se antoja la del hijo con el padre. Es posible pensar que Felipe ubica al General como el sujeto-rival-padre: "El francés del general Llorente no goza de las excelencias que su mujer le habrá atribuido. Te dices que tú puedes mejorar considerablemente el estilo, apretar esa narración difusa de los hechos pasados,12

Este primer suceso establece una relación de rivalidad al considerarse mejor historiador que él, jugándose no sólo la cuestión del oficio, sino el estatuto mismo de sujeto. Así, Montero se autocalifica, en dicha comparación, como un sucesor más inteligente, más talentoso, etc. El segundo suceso importante es el encuentro de Consuelo y el general Llorente en las fotografías, al final de las memorias. Consuelo junto a su esposo, el General (años 1894 y 1876); Consuelo en su juventud, con la figura de Aura junto a él:

Fait pour notre dixieme anniversaire de mariage y la firma, con la misma letra, Consuelo Llorente. Verás, en la tercera foto, a Aura en compañía del viejo, ahora vestido de paisano, sentados ambos en una banca, en un jardín. La foto se ha borrado un poco: Aura no se verá tan joven como en la primera fotografía, pero es ella, es él, es... eres tú.

Pegas esas fotografías a tus ojos, las levantas hacia el tragaluz: tapas con una mano la barba blanca del general Llorente, lo imaginas con el pelo negro y siempre te encuentras, borrado, perdido, olvidado, pero tú, tú, tú (56).

 

Dos cosas se pueden contemplar en la cita anterior: 1) en este punto, Consuelo y Aura se re cubren mutuamente. Se convierten en sujetos que se pertenecen física y conceptualmente. ¿No es Aura aquello que surge como una emanación de un objeto real? ¿No es Consuelo aquello que ante esa emanación quedaría como un resto real? A partir del momento en el que las fotografías descubren a Consuelo en su juventud, Felipe decide su deseo y anula a Aura como objeto de amor, esto es, porque su esencia ha sido recubierta por el elemento que va a representar el deseo: ese deseo que viene de la otredad-Consuelo. Anula a Aura porque justamente es el deseo del Otro-Consuelo, el deseo de ser reconocido como tal; 2) es también el punto en el que surge, a su vez, el deseo de eliminar al rival-Llorente; viene, entonces, su reemplazo en las fotografías por la figura del general para unirse, justamente, al deseo-Consuelo-objeto de amor. ¿Se podría entender, con lo anterior, que Felipe también acepta al objeto de amor-Consuelo por intermediación o mandato del deseo del otro .Llorente? Si tomamos en cuenta que el verse Felipe en las mencionadas fotografías evidencia, de alguna manera, un síntoma histérico, estaríamos de acuerdo en responder afirmativamente a esa pregunta. Tal sustitución establece el síntoma desde el punto de vista que el protagonista ha resignificado en la anciana: los ojos verdes,13 motivo de su evocación, y surge el deseo de permanecer junto a ella, aceptándola: primero, como el sucedáneo amoroso de sus primeros años, y segundo, tachando ,al esposo para conseguir al objeto de deseo. Este resultado es el que presenta, con mayor claridad, el camino que recorre su deseo, por medio del deseo del Otro, para conseguir al objeto, evidenciando; además, el momento de concluir: su pertenencia irrefutable a la casa, a Consuelo, a la tragedia de no escapar al deseo del Otro.

Podemos, decir con esto, que es posible pensar que Felipe desea a Consuelo porque ésta, a su vez, es deseada por Llorente. También podemos pensar, ante todo, que el deseo es, en este sentido, un deseo de reconocimiento, un deseo que se establece en una identificación imaginaria, un momento en el que Felipe puede encontrar su justificación y su identificación, la cual implica la posibilidad de ser igual a Llorente a partir de una relación especular: esa figura del anciano Llorente que ve en las fotografías de las memorias es él. Esta decisión, que es la final de la novela, toca más bien lo real, porque no sólo aspira a estar representado por esa imagen especular, sino a ser ella misma, a ser y estar subsumido en un significante primordial. Este es el punto, el punto final de la novela, en el que se puede entender la solución como pasaje al acto, aspecto que admite ser abordado desde el punto de vista de la inclusión, de la absorción hasta el ahogo, del sujeto en el Otro simbólico, proposición que implica también no la posibilidad de desear, sino la de ser otro: Felipe es Llorente no solamente porque es el deseo del Otro-Consuelo y porque es a su vez, deseada por el Otro-Llorente, sino para él mismo y su propio deseo, que es distinto a la identificación imaginaria de ser sólo el Llorente que ve en las fotografías, lo cual nos mueve a pensar que el deseo, visto así, es un deseo jugado no por cualquier deriva, sino por la pulsión de muerte.

 

III. EVIDENCIA DEL TIEMPO LÓGICO

Tal es el punto del pasaje al acto que toca, como dijimos anteriormente, lo real. Tal es el punto final de la novela que como desenlace literario muestra la aceptación de Felipe dentro del marco mítico de la Eterna juventud y/o el Tiempo cíclico de la vida. Tal es el punto que, a nuestro entender, revela el último evento del tiempo lógico: el momento de concluir; ese momento que se decide, no sólo como una atemporalidad de su inconsciente, sino como el resultado lógico de dos eventos anteriores.

El elemento que la narración destaca notoria y reiteradamente, motivo que despertó nuestro interés, es ojos verdes. Este elemento, dentro de la estructuración del tema que intentamos evidenciar, muestra los sucesos que permiten argumentar y mostrar los componentes del tiempo lógico y justifica, además, la aceptación amorosa final (ya sugerimos anteriormente que esta aceptación o desenlace representa el tercer evento de dicho tiempo: el momento de concluir de Felipe Montero, aceptación que sólo podemos explicar por intermedio del deseo incestuoso de sus primeros años.14

La relación que el protagonista tiene con ojos verdes representa el motivo que lo une en sustancia con el Otro-Llorente. Además es el elemento que lo va a incluir dentro de los eventos del tiempo lógico al situarlo en un pasado, un presente y un futuro, tiempos que bien pueden describirse, inicialmente, de la siguiente manera: a) Recuerdo (de una impresión anterior); b) Contemplación (de los ojos verdes de Aura); c) .4ceptación (de los ojos verdes de Consuelo descubiertos en las memorias del General):

Al fin, podrás ver esos ojos de mar que fluyen, se hacen espuma, vuelven a la calma verde, vuelven a inflamarse como una ola: tú los ves y te repites que no es cierto, que son unos hermosos ojos verdes idénticos a todos los hermosos ojos verdes que has conocido o podrás conocer. Sin embargo, no te engañas: esos ojos fluyen, se transforman, como si te ofrecieran un paisaje que sólo tú puedes adivinar y desear(18).15 .,

Ojos verdes, en la cita anterior, hace referencia a tres momentos: primero, uno anterior de relación con la mirada: ojos verdes que has conocido. Segundo, otro de suspensión de esa relación: el espacio que está entre el tiempo anterior has conocido y el futuro o podrás conocer. Y tercero, el actual, que surge de la relación presente: al fin podrás ver.

Lo primero que tenemos que subrayar es que son momentos en los que Felipe se ve confrontado por el Otro, remitido a la otredad. Puede entenderse que en el primer y tercer momentos el instante de la mirada remite a la mirada del Otro. En ambos, Felipe es objeto de la mirada: él mira pero, a su vez, se sitúa en el lugar de dicha mirada, es decir, en el lugar que lo mira, suceso que enmarca su relación con el Otro. El momento segundo es el que vincula el primero con el tercero; es el intervalo que evidencia, por así decirlo, la resignificación del estímulo anterior a partir de su presencia en un momento posterior, en este caso en el presente. Estas reflexiones nos llevan a un punto en el que podemos decir que esa relación con el Otro enuncia el primer evento del tiempo lógico: el instante de la mirada. Una mirada anterior que es traída al presente.

Durante su desarrollo, toda la novela remite a distintos sucesos que conforman el segundo evento: el tiempo para comprender. Estos sucesos, que Felipe descubre poco a poco, tanto en la casa de Consuelo como en las memorias del general Llorente, son como un leitmotiv, un armazón temático que enlaza los demás acontecimientos de la trama, a saber: la confrontación del protagonista con los ojos verdes de Aura y Consuelo; las edades de una y otra; la presencia de Llorente finado pero vivo, al fin y al cabo, a través de él mismo enunciada de principio a fin; los rituales mágicos para conseguir la paz; las metamorfosis de Aura en la anciana; el restablecimiento repentino de Consuelo, etc., se resuelven cuando termina la lectura de las memorias. Aparecen entonces las fotografías. En ellas se descubre la mirada, los ojos verdes de Consuelo y con ella el tercer evento: el momento de concluir, el cual pone en claro la relación, no con Aura, sino con la, en otro tiempo, poseedora de los ojos verdes, alcanzable solamente por intermedio del deseo del Otro-Llorente.

No creemos que en algún punto de la presente propuesta hayamos apretado, por así decirlo, la exposición de motivos; tampoco, que la transpolación realizada de las categorías psicoanalíticas al texto haya estado tan justa que fuera razón suficiente para impedir o poner en riesgo el libre argumento de dicha propuesta de lectura del texto literario, en la cual intermediamos los componentes del tiempo l6gico. Sin embargo, aún sentimos la necesidad de confrontar, para confirmar, los planteamientos expuestos a lo largo de la misma con algunos aspectos que, pensamos, pueden servir al mismo tiempo de reflexión para ensayos futuros más documentados y de conclusión.

El concepto de la atemporalidad del inconsciente (que en él no hay tiempos ni espacios) viene a la medida para traerlo al texto literario.16 ¿Qué otra cosa puede representar si no es la ausencia de tiempo o de espacio, el retorno a los orígenes, en suma, el valor de la atemporalidad, los mitos: del centro, de la madre tierra, del tiempo cíclico, de la eterna juventud, del rito corno sacrificio, etc., que Aura describe en sus páginas?o, si aceptamos que el fantasma es eso capaz de ocultar la falta, ¿es cierto o no que en Llorente aparece la representación de Felipe como el intento de ocultar su falta? o¿qué otra cosa puede representar si no es el hecho de que Felipe Montero atravesó el fantasma de Llorente, su fantasma, porque a fin de cuentas asume la función de aquél, visible dentro de una secuencia temporal que puede observarse de presente a futuro y a la inversa, es decir, de Montero a Llorente y de Llorente a Montero, con un lapso de comprensión intermedia que complementa la secuencia temporal de la propuesta lacaniana? Cuando Freud habla de una atemporalidad del inconsciente, una lectura posible es aquella en la que puede entenderse que éste (el inconsciente) no concuerda, no da respuesta o no se rige por condiciones de la biología o la fisiología. En tal punto, tampoco coincidiría con los aspectos lógicos de ambas ciencias. Sin embargo, su teoría de la seducción puede entenderse como una concepción al origen: un mecanismo que abre el camino que une el tiempo 1 (el tiempo en el. que el sujeto experimentó un evento en cuyo momento no sintió de mayor importancia, pero que, sin embargo, tendrá un efecto posterior) con el tiempo 2 (el tiempo que desencadena el proceso patológico bajo la custodia de la represión). Podemos argumentar que Freud en ese momento hablaba del mecanismo que despierta el recuerdo, un recuerdo que por estar reprimido parecía olvidado. Esta misma teoría también sugiere que si se acosa, se persigue y se investiga ese olvido es posible encontrar el mecanismo que impide que el sujeto sepa, es decir, es posible explicar el porqué algo que está, al mismo tiempo, no está. En este sentido, también es posible explicar que ese mecanismo enuncia cierta lógica temporal, lógica del inconsciente.

De alguna manera la proposición lacaniana del tiempo lógico hace explícita esta lectura de dicha teoría freudiana, argumentando que el tiempo en psicoanálisis c orresponde a una cadencia posible de observar en tres momentos, en los que el sujeto se constituye: el instante de la mirada, el momento de comprender y el momento de concluir

Para finalizar, esta propuesta de Lacan la podemos traer a los siguientes párrafos, los cuales señalan los tres momentos ya anotados, en la constitución de Felipe Montero.

Primer momento. El instante de la mirada. Aura, ojos verdes. La relación con el Otro ($-"tA) se resuelve en el circuito de lo imaginario. Los ojos verdes de Aura recuerdan, en el plano imaginario, otros ojos verdes anteriores. i(a)~m. Captura especular.

Segundo momento. Tiempo para comprender. Signos, significantes, pistas en suma, que llevan a Felipe a encontrar su forma de inclusión en el Otro simbólico-Llorente. La relación con el Otro ($-"tA) se resuelve en el circuito inverso A-'ts(A). Sumisión del sujeto en su significante. Es del Otro Llorente de quien Felipe recibe el mensaje que él mismo emite.

Tercer momento. Momento de concluir. Resignificación final de ojos verdes de Consuelo. Tiempo en el que Felipe encuentra su verdadero estatuto fantasmático. Su identificación simbólica. Ser el Otro. La relación con el Otro ($-'tA) incluye al deseo $~A~d y se resuelve en dirección al fantasma.

 

Notas

1 Es particularmente importante esta noción de lo inconsciente porque, además de conocer los contenidos no presentes en la conciencia, sugiere que el tiempo en nada o en poco puede afectarlo. Este es un concepto que Freud trata en distintos lugares de su obra. En 1915, en "Lo inconsciente", comenta que "los procesos del sistema Icc son atemporales, es decir, no están ordenados con arreglo al tiempo, no se modifican por el transcurso de éste, ni en general, tienen relación alguna con él. También la relación con el tiempo se sigue del trabajo del sistema Cc". Sigmund Freud, "Lo consciente" (1915), en Obras Completas, (Buenos Aires: Amorrortu, 1992) –vol. XIV, p. 184 (todas las referencias a los textos freudianos se referirán a esta edición, por lo que solo se registrará el título del texto, el volumen y la página). En Más allá del principio del placer (1920) –vol. XVIII, p.28-, Freud dice que la tesis kantiana al tiempo y al espacio como formas imprescindibles de "nuestro pensar, puede hoy someternos a revisión a la luz de ciertos conocimientos psicoanalíticos. Tenemos averiguado que los procesos anímicos inconscientes son en sí atemporales. Esto significa, en primer término, que no se ordenaron temporalmente, que el tiempo no altera nada en ellos, que no puede apartárseles la representación del tiempo". En ambos textos (así como en aquellos en los que de manera no tan explícita lo menciona, por ejemplo en La negación (1925) –vol.XIX, p.249-, en Notas sobre la pizarra mágica –vol .XIX, p.239- o en forma incipiente desde Proyectos de psicología (1895) –vol.I, pp. 382-383- describe esta noción de atemporalidad del inconsciente en el mismo sentido.

2 Daniel Gerber, "Memorias del olvido", El tiempo, el psicoanálisis y los tiempos (México: Coloquios de la Fundación, 1993), núm. 9, p.199

3 Ibid., p.200

4 Freud. "Recordar. repetir y reelaborar. (Nuevos consejos sobre la técnica del Psicoanálisis)" (1914), vol. XI/, pp. 151-152. Este ensayo. referido a su aplicación dinámica. Representa la parte inicial de su propuesta general posterior a la doctrina de las pulsiones en Más allá del principio del placer, vol. XVIII.

5 Jacques Lacan, Seminario 2. Les non-dupes errent (Los nombres del padre) (Buenos Aires, 1995).

6 Daniel Gerber, "El amor por las letras" (Xalapa, 1997). Seminario de Literatura y Psicoanálisis: Littera-Litura, Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias, Universidad Veracruzana.

7 Decimos "aunque sea" no con la pretensión de restarle fuerza al contenido de dichos elementos, sino con el fin de destacar el valor temporal de motivos actuales que desencadenan, o retroactúan, un motivo previo, anterior.

8 Mircea Eliade, El mito del eterno retorno (Madrid: Alianza Editorial, 1972), p. 28.

9 Mircea Eliade, Lo sagrado y lo profano, 21, ed. (Madrid: Guadarrama, 1973), p. 29.

10 No debe sorprender que usemos el término trauma para referirnos a los antecedentes que pudieron darse o no en Felipe Montero. Decididamente no es la pretensión del presente ensayo mostrar, ni mucho menos teorizar acerca de lo que puede tener o no de estructuras histéricas o neuróticas dicho protagonista. Pensamos que esta palabra debe aquí leerse sólo en el sentido de que indica la existencia de elementos oscuros que, de alguna manera, la propia novela va a evidenciar tomo revelados.

11 Julio Ortega. .Algunas notas sobre el des(e)orden de la sexuación". en La nave de /os locos. (México, Lust, 1991), núm. 16.

12 Carlos Fuentes. Aura (México: Era, 1970), p. 28. Todas las cita.s de la novela se referirán a esta edición. por lo que en lo sucesivo sólo se registrará la página al final de cada una.

13 Los ojos verdes son un elemento que posteriormente trataremos y con el cual estableceremos la relación con los componentes del tiempo lógico

14 Pedimos comprensiós por hablar aquí de tal deseo incestuoso. Es cierto que es un elemento imposible de localizar porque la narración en ningún momento lo expone. No obstante esto; su mención obedece a la necesidad de instalar un antecedente que permita establecer los componentes del tiempo lógico. Quedará. a nuestro juicio; satisfecha dicha mención cuando sugerimos su presencia en la cita que le sucede.

15 Los subrayados, nuestros, resaltan los estímulos con los que se van a conformar los momentos del tiempo lógico.

16 No pretendemos, con lo anterior, generalizar esto a todo texto literario; sería muy aventurado de nuestra parte así proponerlo; pero sí en Aura, en particular, o en aquellos que permiten contemplar una dimensión mítica visible o interdicta, o finalmente en aquellos que describen algunos tipos de sociedades tradicionales que se revelan contra un tiempo concreto porque sienten la nostalgia o la necesidad de retomar al tiempo mágico, mítico de sus orígenes.

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