Reflexiones en torno a la sexualidad femenina
Alexis Schreck
No habría historia, se nos figura, si el hombre no fuera esa criatura necesitada de tanto para su simple ir viviendo, necesitada hasta de una revelación: de verse y de ser visto. Ya que sin saberse o soñarse visto no empieza tan siquiera a ver. Y de revelar él, él mismo, en la noche de sus tiempos. De darse a la luz, pues: ¿de irse naciendo?
MARIA ZAMBRANO "La Experiencia de la Historia" 1
Empiezo mi presentación con esta cita porque el sujeto lo es, sólo en tanto se historiza a sí mismo a partir de su nacer prematuro y de su indefensión ante el mundo y el tiempo. Es el ser soñado/deseado lo que lo constituye como un ser soñante/deseante. Es la mirada, puesta en él, la que lo arrebata de la nada. Y es su mirada, puesta en el otro, de lo que se hablará el día de hoy.
Ver es gozar y ser, cerrar los ojos es morir y no ser. Edipo se saca los ojos ante el parricidio y el incesto. Ha realizado los deseos que cada niño lleva en sí y que todo hombre niega. Sin resguardarse es su inconsciencia, Edipo se identifica con la ley y admite un gesto simbólico; sacarse los ojos. Quizás debiera haberse castrado. El viejo Tiresias, profeta del drama edípico, también es cegado. Tiempo antes él había vivido en cuerpo de hombre y en cuerpo de mujer, es por ello que Zeus y Hera deciden consultarlo sobre el placer del amor. Sin vacilar, Tiresias aseguró que, si el goce de amor se componía de diez partes, la mujer tenía nueve de ellas y una sola el hombre. El placer está del lado de la mujer, contesta Tiresias. Hera, al ver revelado el gran secreto de su sexo se encoleriza y castiga a Tiresias con la ceguera. Como resarcimiento, Zeus le concede el don de la profecía y la longevidad.
Me hallo con todos estos personajes habitando en mi cabeza. Ver, revelar, dejar de desconocer. La mirada al extraño, a aquel que se presenta frente a mí con un sexo diferente. La mirada que espanta, el espanto de mirar. Y me espanto yo también ante mi hoja en blanco tratando de hablar de la mujer. Difícil tema este de la sexualidad femenina, sobretodo para ser planteado por una mujer... ¿Será, tal vez, que el asunto de la feminidad es un asunto de hombres? ¿O quizás el hecho de intentar descifrar nuestro propio enigma nos desnuda del velo misterioso, aquel que nos sostiene como el objeto de deseo del hombre, colocándonos así justamente en la posición femenina? Habrá que ver. Por mi parte, me enmaraño en la madeja de hilos que cruzan por mi mente y me pregunto: ¿Cómo empezar a hablar de la mujer? ¿Desde dónde puedo comenzar? Pareciera que sólo puedo hablar desde un yo-pensar a la mujer, un pensar derivado de la lectura freudiana, lectura que da sustento a mi pensar.
El asunto de la feminidad, así como la pulsión de muerte, permanecieron para Freud como problemas irresolutos a los que dedicó los últimos años de su vida. No es de extrañarse que el problema de la mujer hasta la fecha no haya obtenido una respuesta concluyente, pues es evidente que no hay UNA mujer. Cuando de ella se habla parece que se intenta describir una obra de arte, se podrán transmitir algunos matices del color o del sonido, y tal vez siempre desde lo propio, pero la imagen total permanece inaprensible. La mujer desde el parto hasta el velorio, siempre presente en los umbrales de la vida, es como una línea en el agua que se desdibuja y se vuelve a formar.
ANALOGIAS
En 1925 Freud publica su trabajo titulado "Algunas Consecuencias Psíquicas de la Diferencia Anatómica de los Sexos" 2 donde condensa la primera reformulación completa acerca de la psicología femenina, ya que hasta este momento el planteamiento predominante había sido el desarrollo sexual masculino con el complejo de Edipo como piedra angular. Los avatares de la sexualidad femenina habían sido rozados en sus escritos sólo tangencialmente, o adscritos a las mismas vivencias del varón solamente que de forma inversa. La mujer permanecía para Freud como un "continente negro" 3 con una vida amorosa "envuelta en una oscuridad todavía impenetrable." 4 Ya en "Pegan a un Niño," 5 artículo que versa casi exclusivamente sobre la fantasía y el desarrollo sexual de las niñas, se empieza a vislumbrar la incomodidad de Freud ante la analogía, por él planteada, entre el desarrollo sexual de ambos sexos, pero no es sino hasta 1925 que sorprende a la sociedad psicoanalítica con el artículo anteriormente mencionado.
En los veinte años previos a este escrito, Freud había explicado con claridad el desarrollo sexual del niño, y aquí quisiera retomar algunos puntos para así lograr un entendimiento más claro de la sexualidad femenina, ya que no es sino hasta el momento del complejo edípico que ambos sexos separan sus caminos. Para ello será menester sentar las bases y remitirnos a la pulsión y su organización en la sexualidad infantil. La dificultad radica en que la linealidad de mi presentación no podrá dar cuenta del proceso inconsciente, donde reina la atemporalidad, donde todo se reescritura y se resignifica en una suerte de movimientos que pretenden escenificar una y otra vez la trama, siempre indomeñable, de las pasiones infantiles. Lo que se vivió allá y entonces sólo tendrá un significado aquí y ahora, y sólo por hoy, sólo ahora, en este instante. Estoy hablando del a posteriori, del nachträglich, de la puntada lacaniana. Se vuelve a pasar una y otra vez por donde ya se estuvo, y se vuelve a significar.
Para tratar de dar cuenta del desarrollo psicosexual tendré que esquematizar, y el hilo conductor de este esquema comenzará siendo la pulsión, por lo que deberá ser diferenciada del instinto. En Freud la pulsión es el representante psíquico de lo corporal, a diferencia del instinto mismo que es un comportamiento preformado y heredado por toda una especie. Si no fuera así, la anoréxica comería, pero el acto de comer o no comer está cargado psíquicamente; la anoréxica no come madre, 6 ojalá quede claro el porqué más adelante. El hecho de que la pulsión tenga una representación en lo inconsciente da como consecuencia que el objeto apenas tenga una soldadura con la pulsión, y que en última instancia pueda ser intercambiable, a diferencia de lo que sucede con el objeto del instinto.
Lo anterior significa que el instinto básicamente queda reservado para los animales, ya que fija, de una manera estable e imperativa, su desarrollo y su objeto. 7 Sin embargo, existe en el hombre algo derivado que suplementa al instinto: La fantasía. En su texto "Lo Inconsciente" 8 Freud dice que en el núcleo del inconsciente existen unas formaciones psíquicas heredadas, análogas al instinto de los animales, que son lo que en 1917 9 llamó fantasías primordiales, y que incluyen, por ejemplo, la escena original (del coito entre los padres) y todas las fantasías que giran en torno al complejo de Edipo (tercero excluido/incluido, ansiedad de castración y la fantasía de seducción). Así se podría decir que el complejo de Edipo va a desempeñar en el hombre el papel que desempeña el instinto en el animal.
Discutir la posibilidad de que estas fantasías sean en realidad biológicamente heredadas de una generación a otra, como Freud lo propone en "Tótem y Tabú" 10 y otras obras, va más allá de las necesidades de esta presentación, aunque sí me parece importante plantear que en mi opinión las fantasías primordiales son inherentes al individuo occidental porque son transmitidas tempranamente por los padres, fundamentalmente por la madre, en su vínculo fantasmático con el padre.
La madre en la obra freudiana se perfila como una madre sexual, y no solamente me refiero a una mujer sexualmente activa en lo formal, sino a una psique portadora de ideas, imágenes y fantasías, continente de todo aquello sexual reprimido alrededor de la época edípica. Parece poco, tal vez, pero me refiero aquí a las pasiones de la infancia; al odio, al amor, a la rivalidad, a la muerte, al incesto y, en última instancia, a todo lo que constituye al sujeto deseante. Una madre sexual, una madre deseante, una madre envuelta en un cuerpo erótico inconsciente.
Es precisamente esta madre la que se imprime mnemónicamente en el recién nacido, con su sexualidad, pero también con sus carencias y su dolor. No debemos perder de vista que desde el nacimiento y debido a la indefensión original del recién nacido, la criatura se ha estado confrontando continuamente con su incompletud, con la imposibilidad de vivir sino sólo mediante el auxilio ajeno. El bebé es enfrentado al apremio de la vida (Ananké) en forma prematura, desintegrado, e incapaz de sostenerse por si mismo. El displacer del niño hambriento es evidente y capaz de generar una gran angustia en el espectador, pues se encuentra a merced de la comprensión del semejante para ser atendido en sus necesidades vitales. Es pues, el otro el que llegará a rescatarlo de la muerte, de la muerte física mediante el alivio de sus necesidades biológicas, y de la muerte psíquica al inaugurar su incipiente mundo representacional. Esto será el fundamento del viraje que se efectúa de la necesidad, al deseo inconsciente.
La primera vivencia de satisfacción de este bebé será aquella generada cuando la madre le da el pecho, saciando su hambre y constituyéndolo como ser a partir de su propio deseo. La imagen de la madre amamantando a su bebé es sin duda una imagen amorosa, y Freud sabía, como ciudadano de la Austria católica, que sería duro digerir la noción de que este vínculo tan temprano entre madre e hijo, fuera de naturaleza sexual, y como tal, paradigmático para todas sus relaciones amorosas y sexuales posteriores. El bebé deviene, para la madre, el objeto de su deseo, y es en él que ella vuelca todo su ser. Ella, a cambio, se prestará a ser el primer objeto de amor del bebé, tanto del varón como de la niña. Esto tendrá claros efectos en todo el desarrollo posterior para ambos sexos.
Pero la madre no permanece eternamente en este vínculo tan estrecho, sino que se ausenta por períodos cada vez más largos, el bebé la pierde. Y no solamente se juega la ausencia de la madre en un sentido estrictamente físico; la madre se retira emocionalmente cuando el bebé ya no lo es todo, y por ello se ausenta psíquicamente al ir en pos del objeto de su deseo, lo que es vivenciado por el bebé como la presencia del otro, del tercero, del padre investido por el psiquismo de la madre. No sucede así en la madre llena de si, aquella que se completa a si misma y que formaliza esta completud con la posesión de un hijo. Ella no introduce al padre mediante su propio psiquismo, y aunque el padre esté físicamente presente, ella no se sitúa en el deseo de él y no le da entrada a éste, su (n)hombre, al mundo representacional del bebé. Esta será probablemente una madre que lleve al hijo a la actuación homosexual o al narcisismo patológico.
La retirada de la madre es un "no" al hijo, y este "no"/ausencia es lo que permite la entrada al tercero, esto es, al padre, al falo, objeto de deseo de la madre. Es en esta presencia del padre primordial, dada por la madre, que se da la identificación primaria del bebé, identificación con el deseo de la madre en dirección a este tercero.
Estas primeras experiencias de satisfacción del bebé con la madre, son, pues, fundantes para el desarrollo ulterior. De ellas emanará el deseo, a diferencia de la necesidad puramente biológica, el deseo de completud mediante la presencia del otro, anhelo siempre insatisfecho en tanto mítica estructurante del sujeto, pues la satisfacción completa permanece como un espejismo inalcanzable. Lo que buscamos siempre en el afuera por mediación del deseo es algo que ya tuvimos y que perdimos, es aquello tan primario, indeleblemente inscrito en nuestro inconsciente, es la huella de una ausencia. 11 Anhelo de todo y nada.
Desde aquí podemos entender la valía que implica el "poseer", el poseer a la madre, y como resignificación, el poseer a las heces y poder controlar la ausencia/presencia de estas en la etapa anal. Esto sin duda nos remite al " fort-da" de "Más allá del Principio del Placer", 12 donde el infante lúdicamente tira y recoge un carrete jugando precisamente con la presencia/ausencia de la madre, y tratando de elaborar a través del juego repetitivo la pérdida. Este es el ejemplo que Freud utiliza para introducirnos a la compulsión a la repetición, expresión de la pulsión de muerte, y sustento de la transferencia en la experiencia psicoanalítica.
Ausencia, presencia, poseer o no poseer, ver y no ver. Sin duda aspectos cruciales para el momento edípico. Pero antes, sigamos desenredando esta trama. La madre alimenta al recién nacido y deja una huella de su presencia/luego ausencia como vivencia de satisfacción. Este será el momento del apuntalamiento ya que implica que la sexualidad aparece a partir de actividades instintivas no sexuales, como el comer. En este sentido la pulsión se apoya en el objeto encargado de cumplir con las funciones de autoconservación, es decir, en la madre. Pero el surgimiento efectivo de la sexualidad no está ahí todavía, sino en el momento en que la actividad no sexual, la función vital, se separa de su objeto natural o lo pierde. El momento constitutivo de la sexualidad es entonces el momento reflexivo, el momento del "autoerotismo" en el cual el objeto ha sido reemplazado por una fantasía, por un objeto reflexionado en el sujeto. 13
Leamos a Freud:
"En el chupeteo o el mamar con fruición hemos observado ya los tres caracteres esenciales de una exteriorización sexual infantil. Esta nace apuntalándose en una de las funciones corporales importantes para la vida, todavía no conoce un objeto sexual, pues es autoerótica, y su meta sexual se encuentra bajo el imperio de una zona erógena. Anticipemos que estos caracteres son validos también para la mayoría de las otras prácticas de la pulsión sexual infantil." 14
Pero el término de "apuntalamiento" (Anlehnung) es utilizado por Freud también en "Introducción al Narcisismo," 15 donde opone dos tipos de elección de objeto: Un tipo "narcisista", en aquella persona que elige a su objeto de amor a su imagen y semejanza, y una elección de objeto de tipo "anaclítica" (Anlehnungstypus), en la cual la sexualidad se apoya en el objeto encargado de cumplir las funciones de autoconservación.
Leamos qué dice Freud sobre el hallazgo de objeto en sus "Tres Ensayos":
"Cuando la primerísima satisfacción sexual estaba todavía conectada con la nutrición, la pulsión sexual tenía un objeto fuera del cuerpo propio: El pecho materno. Lo perdió sólo más tarde, quizás justo en la época en que el niño pudo formarse una representación global de la persona a quién pertenecía el órgano que le dispensaba satisfacción. Después la pulsión sexual pasa a ser, regularmente, autoerótica, y sólo luego de superado el período de latencia se restablece la relación originaria. No sin buen fundamento el hecho de mamar el niño el pecho de su madre se vuelve paradigmático para todo vínculo de amor. El hallazgo (encuentro) de objeto es propiamente un reencuentro." 16
Entonces del apoyo en la madre se desprende el autoerotismo en un tiempo de pérdida de objeto, quizás en el momento en que se empieza a tener una representación total de la madre, y surge la sexualidad como una perversión del instinto, en el sentido de que su objeto se desliga de la función vital. El objeto abandonado es desplazado o interiorizado como fantasía, y por lo tanto perdido como objeto objetivo. Por eso para Freud encontrar el objeto sexual es reencontrarlo, distinto a como era en el comienzo pues siempre es el reencuentro de otra cosa. Para Laplanche 17 esto es evidentemente el tiempo de Edipo, ya que implica la búsqueda de la madre en cuanto a esta vivencia original de placer y vida.
Igualmente, a raíz del apuntalamiento y paralela a la sexualidad, surge en el niño una corriente tierna dirigida hacia la madre proveedora de alimento y hacia el padre protector. La ternura se relaciona íntimamente con la autoconservación, y la sexualidad infantil se ve injertada en esta relación fundamental con respecto a los padres. La sexualidad infantil se verá siempre renovada por las seducciones parentales, principalmente por la seducción de la madre, quien tratará a su hijo como el substituto de un objeto sexual y quien, con sus tiernos cuidados, despertará la pulsión sexual de éste. 18
Hemos visto cómo se activa la sexualidad a partir de la actividad oral con la zona erógena representada en el área bucal. Sin embargo, más adelante Freud describe cómo se activa el erotismo anal en forma semejante, esto es, debido a que la pulsión sexual se apoya ahora en otra función corporal, la excretoria, que resulta significativa porque el infante puede activamente reescenificar la ausencia/presencia de la madre a través del control de sus esfínteres.
Freud en 1923 plantea que previa a la fase genital, sólo alcanzada con la pubertad en un segundo tiempo de la sexualidad, se da otra organización pregenital en el infante, la organización llamada fálica u organización genital infantil. 19 Esta fase no solamente se circunscribe a la emergencia de una elección de objeto, sino que también el interés por los genitales cobra una significatividad dominante, por lo que el carácter principal de la "organización genital infantil" y su principal diferencia con respecto a la sexualidad adulta reside en que, para ambos sexos, sólo desempeña un papel un genital, el masculino. "Por lo tanto, no hay un primado genital, sino un primado del falo." 20
Es aquí que cobra importancia la mirada, cuando se mira al otro. Aquí se deslindan los caminos entre los sexos. Es pues, con la observación de los genitales femeninos que el varón, orgulloso de su posesión de pene, en una suerte de desmentida, piensa que ahí donde no hay pene lo habrá. Y es a posteriori, con la presencia física del tercero en el triángulo edípico, y como castigo por los deseos incestuosos hacia la madre, que la amenaza de castración cobra su significado.
Resulta imposible apreciar la importancia de la angustia de castración sin tener en cuenta su emergencia en la fase de la primacía del falo. 21 En el varón el complejo de castración cobra su efecto a partir del momento en que la representación de las pérdidas anteriores (madre, heces) aparece vinculada con el órgano genital masculino. Es por ello que "la amenaza de castración obtiene su efecto con posterioridad (nachträglich). 22 Ante la ausencia de pene en la niña, el varoncito no puede menos que convencerse de que puede ser separado otra vez de algo propio, que otra vez le podrán quitar, pero que ahora le quitarán ese órgano que le dispensa placer, un órgano investido narcisisticamente.
Es aquí donde se pone en juego el amor, el amor al padre como figura protectora, pero a la vez la rivalidad y deseo de muerte hacia él, para ser así el único poseedor de la madre deseada. Es entonces, ante el terror a la venganza taliónica por parte del padre que la angustia de castración se reactiva y obtiene su efecto violento. Freud lo explica como sigue:
"Las investiduras de objeto son resignadas y sustituidas por identificación. La autoridad del padre, o de ambos progenitores, introyectada en el yo, forma ahí el núcleo del superyó, que toma prestada de su padre su severidad, perpetúa la prohibición del incesto y, así, asegura al yo contra el retorno de la investidura libidinosa de objeto. Las aspiraciones libidinosas pertenecientes al complejo de Edipo son en parte desexualizadas y sublimadas, lo cual probablemente acontezca con toda transposición en identificación, y en parte son inhibidas en su meta y mudadas en mociones tiernas. El proceso en su conjunto salvó una vez a los genitales, alejó de ellos el peligro de la pérdida, y además los paralizó, canceló su función. Con este proceso inicia el período de latencia, que viene a interrumpir el desarrollo sexual del niño." 23
Queda plasmado hasta aquí el complejo edípico del niño, y a partir de aquí queda intentar entender a la mujer. Empero, desde Freud, no se puede hablar de la mujer sin hablar del hombre pues la distinción no es evidente por si misma. Si la distinción se da es porque cada uno es el fantasma del otro, y es en ese espacio fantasmático donde se juegan las diferencias.
EL NO-PENE COMO RESIGNIFICACION DE LA FALTA
Tener es sin duda mejor que no tener, casi desde un sistema binario, esto lo sabe bien el niño que ya una vez perdió al pecho, a la madre. El tiene y lo puede perder. La angustia de castración inicia el declive del complejo edípico en el varón. La mujer no tiene, ella hace un juicio inmediato. Un juicio terrible porque sus pérdidas anteriores le hacen saber que tener es mejor que no tener. Ella no tiene. Por un tiempo piensa que le podrá crecer y con eso ingresa al complejo de masculinidad. Sin embargo no es así. Su falta de pene le pone de evidencia su carencia, sus pérdidas anteriores y su incompletud. Su falta de pene verifica su falta, la falta que ha dejado la madre. Esto, en mi opinión, es uno de los puntos nodales del artículo de 1925.
Desde aquí se plantea la envidia de pene de la mujer, y me gusta más la palabra en francés "envie" porque implica no sólo la envidia sino también el "deseo de" o "ganas de". Es esta envidia/deseo lo que tendrá hondas consecuencias en el desarrollo psíquico de la mujer, si ser lo que la determina.
A partir de la herida narcisista que le produce el saber que no tiene pene y que no le crecerá, se establecerá en la niña, como una cicatriz, un sentimiento de inferioridad y compartirá entonces, con el varón el menosprecio por su sexo mutilado. Su amor por la madre devendrá en hostilidad debido al hecho de haber sido defraudada por ella, y de no haber sido premiada con un pene, como el varón. La hija pondrá en tela de juicio el amor de su madre y envidiará el amor que ella siente por el hijo varón; está en lo cierto, con el hijo varón la madre obtuvo un doble premio, hijo y pene. El deseo de la niña había sido dirigido hacia una madre fálica, con el descubrimiento de que la madre está castrada se vuelve posible abandonarla como objeto de amor.
La libido de la niña se desliza ahora hacia una nueva posición. Renuncia al deseo de pene para sustituirlo por el deseo de hijo y con este propósito toma ahora al padre como el objeto de su amor. El padre será ahora aquel hombre que le de aquel hijo que es capaz de tapar su falta. Para la niña la madre deviene, entonces, en el objeto de sus celos y su más competitiva rival, y sus deseos incestuosos se tornan hacia el padre. 24
Mujeres importantes del psicoanálisis han criticado la misoginia de Freud, y sobretodo su falocentrismo. ¿Por qué el pene? Desde la postura feminista contestaríamos beligerantemente que él habla desde la posesión de aquello que nosotras no tenemos, y que en verdad Freud tendría que haberse planteado la envidia que genera nuestra capacidad creadora de vida, nuestros senos proveedores de leche, o nuestro potencial orgásmico, por dar ejemplos comunes. En lo personal me incomodan aquellas discusiones sobre la mujer en donde nosotras mismas comenzamos a erigir con atributos un gran monumento a la feminidad, porque siempre imagino que este monumento va adquiriendo poco a poco la forma de un gran falo. El falo, el falo para tapar la falta, la negación de la feminidad. La mujer es vulnerable porque su falta, su hueco, está inscrito hasta en su propio cuerpo. El hombre, en cambio, adquiere un reaseguro narcisista a través de la posesión del pene, no le falta nada. Que insistencia de la mujer en negar esa vulnerabilidad, que dificultad para asumirla.
Entonces ante la pregunta de por qué el pene, reitero que es por mediación del pene que se da la relación sexual y que es indiscutible su imprescindibilidad para la perpetuación de la especie. Esto, en tanto órgano sexual. Sin embargo no hay que confundir pene y falo. El nombre de falo debería quedar reservado al pene como símbolo del cuerpo del progenitor nutricio convertido en personaje fálico. El falo representa la completud como negación de la indefensión original y también representa la ley paterna. El pene es el órgano real donde queda representado el falo.
La falta de pene como resignificación de la pérdida, como estandarte de la insuficiencia. Tanto el hombre como la mujer nacen bajo el régimen de la falta, sin embargo se distinguen de inmediato por la derivación del tener que la falta en el ser toma en el hombre, quien se puede manejar en el tener por el hecho de poseer un pene. La mujer deberá permanecer en la falta en el ser; el tener o no tener permanecerá para ella en el registro de lo imaginario. 25 La carencia inherente al ser se escenifica en el cuerpo femenino.
Todos coincidimos en la falta, sin embargo la mujer puede colocar esa falta en el pene y referirla a la maternidad, de esta forma se dirá "sólo me falta el pene, pero puedo tener un hijo." El hombre en cambio, mirándose entero, no tiene dónde colocar la falta, y la coloca en el saber. La mujer tiene un saber originario, es creadora de vida, oscuro misterio que no deja de inquietar al hombre. "La mujer es la verdad que él interroga para encontrar el secreto de la creación." 26 El hombre, a modo de recompensa, inviste el conocimiento, el saber, es creador de ideas.
Cito a Lemoine-Luccioni:
"El hombre es uno por obra y gracia del significante de su falta, el falo, que resulta ser el símbolo de su órgano sexual, el pene, que resulta ser el órgano por donde pasa y se manifiesta su deseo de la mujer, instrumento que organiza su libido." 27
La mujer, en cambio, está dividida por ser a su vez creadora y criatura, y por ello sufre, invocando al hombre como ideal de la unidad, sólo que este ideal es lo que ella no es: una. 28
Es entonces, que en un segundo momento, la mujer querrá verificar la falta en el hombre, y así deseará ser colocada en el lugar de esa falta. Lo que la mujer quiere, y a la vez rehuye, es aceptar que es deseante del deseo del hombre, y no deseante por derecho propio. Ya lo dijo Freud: "Para la mujer la necesidad de ser amada es más intensa que la de amar." 29 De este modo, al ocupar tan privilegiado lugar, resarcirá su narcisismo herido, a la vez que evidenciará la incompletud del hombre.
El hombre, a su vez, siempre amará lo que está puesto en el lugar de la falta, aunque no sea más que un simple velo, sin embargo basta con que la mujer se acerque al lugar prohibido ocupado por la madre, para que el hombre vea aparecer la amenaza de castración. Lo que intenta negar el hombre, frente a la mujer, es su relación con esta castración "cuyo espectro su madre fue la primera en hacer surgir," la madre que al faltar, refirió a la nada su papel de deseante. 30
Termino este apartado con una cita de Piera Aulagnier:
"La verdad sobre la feminidad sólo es aceptable si sigue siendo un misterio, que sólo ella puede descorrer el velo de ese misterio y que su deseo de hombre la quiere adornada con esos emblemas mágicos, esos filtros de amor, esos encantos que le permiten afirmar que toda interrogación es inútil porque, por definición, lo irracional, como lo sagrado, se aceptan pero no se discuten." 31
IDENTIFICACIONES Y AMORES
Es a partir del "ya estar castrada" que la niña ingresa al complejo de Edipo, a diferencia del hombre. Es aquí donde se engarzan las vivencias tempranas con la madre, y se resignifican, pues el primer objeto de amor de la niña es una mujer, objeto que debe resignar para entrar al complejo edípico, este ya como una formación secundaria. El varón, igualmente, tiene como primer objeto de amor a una mujer y en ello deberá permanecer, sin embargo su identificación primaria también ha sido con una mujer, por lo que el cambio se deberá de dar aquí. El debe repudiar las posibilidades de la feminidad y la niña debe acogerlas. Uno y otro aman a la madre y son instados a abandonarla por la intervención paterna, quien prohibe los deseos incestuosos hacia aquella mujer que sólo él puede y debe poseer.
Stoller 32 refiere un periodo primario de "protofeminidad" por el que pasan los infantes de ambos sexos, resultado de la simbiosis original y de la identificación primaria con la madre. El eventual desarrollo de la identidad masculina requerirá el repudio de la intimidad original lograda con la madre, y las dificultades para relacionarse con el sexo femenino provendrán de la amenaza que significa la mujer para la masculinidad. Es por ello que la identidad sexual del hombre siempre se verá amenazada y su masculinidad se deberá erigir como un emblema que señale su negativa ante la oferta de asumir la posición femenina. 33
El complejo de castración en el hombre y la envidia de pene en la mujer son dos conceptos centrales en la teoría sexual freudiana que se correlacionan; ambas expresan el temor y el rechazo (a la vez que la necesidad) de colocarse en la posición femenina. Como Freud lo planteó en "Análisis Terminable e Interminable," 34 la "roca viva" que constituye un límite para analizabilidad, está dada en ambos sexos por el rechazo asumir la posición femenina, entiéndase por esto en la mujer el renunciar a la envidia/deseo de pene, y en el hombre el asumir la castración cuando apunta que la falta le es inherente y que el deseo permanecerá insatisfecho.
DIFERENCIAS
El varón, en el caso ideal, aceptará sus poderes fálicos inferiores ante su padre con el entendimiento de que eventualmente tendrá los mismos derechos patriarcales y una mujer que le pertenezca. La niña aprenderá que no tendrá poderes fálicos y que no poseerá jamás a su madre o a una substituta de ella. De hecho se dará cuenta de que ella es como su mamá, sin falo, y por lo tanto reconocerá su castración, envidiando los poderes fálicos y haciendo lo posible por domeñar esta envidia. En el varón el complejo de Edipo es tajantemente interrumpido por la amenaza de castración. Sus investiduras libidinosas son resignadas, desexualizadas y en parte sublimadas; sus objetos son incorporados al yo, donde forman el núcleo del superyó. 35 De ahí el extrañamiento del incesto, la institución de la moral y la moral misma, dice Freud. 36 Este es el triunfo de la generación sobre el individuo; la cultura patriarcal prevalece y la sexualidad circular, cerrada e incestuosa es impedida.
Sin embargo en la niña no sucede así. Su amor por la madre no es culturalmente peligroso, sino sexualmente irreal. Ella no teme la castración porque no tiene nada que perder y no puede competir con el poder fálico del hombre. Entra a la situación edípica por "default", y esta condición nunca es tan intensa como el complejo edípico en el varón.
Ante esto, Le Guen 37 atrevidamente propone que la humanidad está compuesta sólo por madres e hijos. Las hijas no son más que las madres en cierne y los padres no son más que los hijos que han tenido los hijos. Sólo serían fantasmas que se dan los hijos y las madres. El incesto entre hija y padre es una impostura, algo que llega después, como agregado. El único incesto verdadero es el de la madre y el hijo. La madre está prohibida porque es real, porque ya se dio, pues el niño sí tiene la vivencia temprana de haberse sentido entre sus brazos, del roce de su piel, del sabor de sus pechos, de tocarla, de verla. La hija igual está en un inicio ligada a esta madre sexual y seductora, la madre que la inició o la inhibió en la erotización de su envoltura. La relación entre madre e hija será por ello siempre conflictiva, eso es lo que privilegia esta ligazón duradera e intensa. El objeto de amor, el objeto de identificación. Cambiar de objeto de amor es algo secundaro, es una farsa. Habrá que ver si la mujer no busca en el hombre a la mujer implícita en él, y repite con él su vínculo materno.
La niña no tiene una razón para abandonar su posición edípica, por el contrario, la adquisición del complejo de Edipo es el primer triunfo de su destino femenino bajo el patriarcado. Juliet Mitchell 38 propone que la resolución y el abandono que hace el varón, de su complejo edípico, representa el introito a su herencia cultural, mientras que la mujer, por el contrario, encuentra su lugar cultural en la sociedad patriarcal cuando finalmente logra adquirir su amor edípico por el padre. Esta diferencia tendrá implicaciones significativas en lo social.
Sin embargo Freud propone otra diferencia de mayor significatividad. Es la amenaza de castración lo que dará en el hombre un superyó riguroso y cruel, mientras que en la mujer el abandono de su propio complejo de Edipo es lento, tramitado poco a poco por represión o inclusive perpetuado en sus efectos. Esto tendrá consecuencias de otra índole. Dice Freud que en la mujer "el superyó nunca deviene tan implacable, tan impersonal, tan independiente de sus orígenes afectivos como lo exigimos en el caso del varón." 39
La diferencia, entonces, más radical entre el hombre y la mujer es del órden de la ética, y quién mejor que Antígona o Clitemnestra para ilustrar esto. Antígona entierra a su hermano rebelándose en contra de la ley del padre pero siguiendo una ley natural. Hace lo mismo Clitemnestra, quien para vengar el sacrificio de su hija Ifigenia, debe matar a su esposo. En contraste, Orestes, hijo de Clitemnestra, la mata porque es su deber vengar la muerte del padre, muy a pesar de si mismo.
No se puede plantear que para Freud la envidia del pene es la tesis central explicativa de la mujer, sin comprender las consecuencias que esta condición tiene en ella. Hacerlo, tendría el efecto metonímico de tomar la parte por el todo para así poder seguir ignorando las diferencias. La envidia del pene es únicamente un argumento para afirmar que la diferencia entre el hombre y la mujer estriba en lo moral. Mientras el hombre se rige por la ley del padre, la mujer sigue una ley natural, la ley del cuerpo. 40
FREUD COMO DEVELADOR DEL PATRIARCADO
La figura del padre siempre tiene su lugar en nuestra sociedad, ya sea que esté físicamente ausente o presente. El complejo edípico muestra en miniatura el poder del padre o el poder del nombre del padre, pero en última instancia, del padre. La sociedad patriarcal no tiene que ver con el poder del hombre, sino específicamente con el poder del padre, y el artículo de 1925 pone de manifiesto precisamente esto. 41
Esto coloca a Freud en un lugar claro; como aquel que analiza y revela las formaciones psicológicas generadas dentro de una sociedad patriarcal. Se podrán encontrar otros puntos de vista, desde el feminismo, la ciencia médica, la sociología o el humanismo, que sitúen al hombre y a la mujer en una situación igualitaria, pero no se debe perder de vista que bajo la sociedad patriarcal en la que estamos insertos, la mujer se encuentra en OTRO lugar que el hombre. Esto es lo que Freud devela en su obra. 42
Resulta entonces imposible no asumirnos psíquicamente como derivados de una sociedad patriarcal, donde rige la Ley del padre, aquel padre que es tanto el objeto hacia donde se dirige el deseo de la madre, como aquel rival castrador, que paralizará el incesto entre madre e hijo. La madre tramita al padre, la madre lo ofrenda como aquel que rige, completo, total. La libido está, inequivocadamente, insertada en esto.
La crisis lo anuncia; el hombre y la mujer se encuentran en continua querella. La mujer se halla atrapada, capturada, en los paradigmas y sistemas de representaciones viriles y ninguna revolución sexual moverá la línea de partición que divide al hombre de la mujer. Denuncia la mujer al hombre por ser el gran amo que la invalida, y sin embargo todo argumento es tan solo la racionalización insostenible de un beneficio inconfesado. Para que el amo exista tendrá que haber alguien dispuesto a tomar el lugar del esclavo. Uno y otro se beneficiarán entonces del manejo del poder de su sexo. Sin embargo, por ello no podemos concluir que no deba ser así, de eso no sabemos nada.
PALABRAS FINALES: EL CUERPO
La feminidad se juega en el cuerpo, en ese cuerpo que pone de manifiesto la carencia, la falta, el hueco, el dolor de estar rajada. Un cuerpo a través del cual pasa la vida entera, un cuerpo siempre rechazado por sus imperfecciones y por el paso del tiempo sobre él. Despojarnos del cuerpo, aquel que adornamos hasta el cansancio para convertirnos en deseables, tal vez también para perpetuar el misterio de nuestra esencia. Despojarnos de aquel cuerpo que nos pone en un contacto tan íntimo con el tiempo, el tiempo cronológico, aquel marcado por nuestros sangrados.
La mujer conoce y reconoce su internalidad genital a través de la menstruación, una menstruación que no puede menos que causar espanto; la herida sangra, ahí donde no hay un pene hay sangre. La mujer menstruante es vulnerable, eso se dice, y genera compasión en el hombre, la mujer castrada. La mujer sangrante ni tiene hijo ni tiene pene, pero a través de ello tal vez adquiera una sensación de interioridad, de estar construida hacia adentro. A todos nos duele la falta, a la mujer, además, le duele el vientre, ese vientre de vida y de sangre.
Y termino con un verso de Octavio Paz, pensando con Freud que si queremos saber más sobre la feminidad tendremos que preguntarle a los poetas.
Más que aire,
más que agua,
más que labios,
ligera, ligera
tu cuerpo es la huella de tu cuerpo.México, 20 de febrero, 2001
Notas
1 María Zambrano (1986) Senderos . Barcelona: Anthropos.
2 Freud, S. (1925). Algunas Consecuencia Psíquicas de la Diferencia Anatómica de los Sexos, Obras Completas, tomo XIX. Argentina: Amorrortu (1978).
3 Freud, S. (1926). ¿Pueden los Legos Ejercer el Análisis? Obras Completas, tomo XX. Argentina: Amorrortu (1978). Pág. 199.
4 Freud, S. (1905). Tres Ensayos de Teoría Sexual, Obras Completas, tomo VII. Argentina: Amorrortu (1978). Pág. 137.
5 Freud, S. (1919). Pegan a un Niño, Obras Completas, tomo XVII. Argentina: Amorrortu (1978).
6 Lemoine-Luccioni, E. (1990). ¿Las Mujeres tienen Alma? Barcelona: Argonauta.
7 Laplanche, J. (1980). La sexualidad. Buenos Aires: Nueva Visión.
8 Freud, S. (1915). Lo Inconsciente, Obras completas, tomo XIV. Argentina: Amorrortu (1978).
9 Freud, S. (1917). Conferencias de Introducción al Psicoanálisis. 23° Conferencia. Los Caminos de la Formación de Síntoma, Obras completas, tomo XVI. Argentina: Amorrortu (1978).
10 Freud, S. (1912-1913). Tótem y Tabú. Algunas Concordancias en la vida Anímica de los Salvajes y de los Neuróticos, Obras completas, tomo XIII. Argentina: Amorrortu (1978).
11 Freud, S. (1895). Proyecto de Psicología, Obras completas, tomo I. Argentina: Amorrortu (1978).
12 Freud, S. (1920). Más allá del Principio del Placer, Obras completas, tomo XVIII. Argentina: Amorrortu (1978).
13 Laplanche, J. (1973). Vida y Muerte en Psicoanálisis. Argentina: Amorrortu.
14 Freud, S. (1905). Op. Cit. Pag. 165-166.
15 Freud, S. (1914). Introducción al Narcisismo, Obras completas, tomo XIV. Argentina: Amorrortu (1978).
16 Freud, S. (1905). Op. Cit. Pag. 202-203.
17 Laplanche, J. (1973). Op. Cit.
18 Freud, S. (1905). Op. Cit.
19 Freud, S. (1923). La Organización Genital Infantil (Una Interpolación en la Teoría de la Sexualidad), Obras completas, tomo XIX. Argentina: Amorrortu (1978).
20 Freud, S. (1923). Op. Cit. Pag. 146.
21 Freud, S. (1923). Op. Cit.
22 Freud, S. (1924). El sepultamiento del Complejo de Edipo, Obras Completas, tomo XIX. Argentina: Amorrortu (1978). Pag. 183.
23 Freud, S. (1924). Op. Cit. Pag. 184.
24 Freud, S. (1925). Op. Cit.
25 Lemoine-Luccioni, E. (1976). La partición de las Mujeres. Buenos Aires: Amorrortu.
26 Lemoine-Luccioni, E. (1976). Op. Cit. Pag. 2.
27 Ibid.
28 Ibid.
29 Freud, S. (1933). 33° conferencia. La Feminidad. Obras Completas, tomoXXII. Buenos Aires: Amorrortu (1975). Pag. 122.
30 Aulagnier-Spariani, P. (1967). Observaciones sobre la feminidad y sus avatares. En Aulagnier-Spariani, P., Clavreul, J., Perrier, F., Rosolato, G. Y Valabrega, J-P. (1967). El Deseo y la Perversión. Buenos Aires: Sudamericana. Pag. 75-76.
31 Idem.
32 Greenson, R. (1968). Dis-identifying from Mother: Its Special Importance for the Boy. Int. J. Of Psychoanal, 49,370-374.
33 Alizade, A. M: (1994). El Hombre y su Roca Viva: ""Rehusarse a la Femineidad." En Lemlij, M. (Ed.) Mujeres por Mujeres. Lima: Biblioteca Peruana de Psicoanálisis.
34 Freud, S. (1937). Análisis Terminable e Interminable, Obras completas, tomo XXIII. Argentina: Amorrortu (1975).
35 Freud, S. (1925). Op. Cit.
36 Idem
37 Le Guen, C. (1974). El Edipo Originario. Buenos Aires: Amorrortu.
38 Mitchell, J. (1974) On Freud and the Distinction Between the Sexes, en On the Difference between Men and Women.
39 Freud, S. (1925). Op. Cit. Pag. 276.
40 Ver los estudios sobre el desarrollo moral de la mujer por Kohlberg, L. Y por Gilligan, C.
41 Mitchell, J. Op. Cit.
42 Idem.