El psicoanálisis:
desviación del discurso libertino
Luis Tamayo
"Prohibición
Ella le filtra a Lacan que tiene una relación con XXX.
Respuesta (dicha con un tono seco):
*Le prohibo frecuentarlo.
Hay un silencio. Luego:
*Usted SABE que él está en análisis conmigo." 1
El psicoanálisis, como muestra Jean Allouch en su artículo "Sinceridades libertinas" 2, surge del magma del discurso libertino, uno donde la pasión es tan central que su único límite es la muerte.
El psicoanálisis emerge del discurso libertino y esa fuente es la causa del rumor, ampliamente extendido, que sostiene que Freud "sólo hablaba de sexo". Esta afirmación, ciertamente falsa, muestra un hecho innegable, el de que Freud se permitió seguir la veta de los sexólogos de su tiempo y reflexionar acerca de ese elemento básico de la intimidad humana: la vida de deseo. Asimismo, muchos estudiosos de la sexología, desde Stekel hasta Reich, se vieron estimulados con su aporte e incluso, confluyeron en su vía. Anta todo esto podemos preguntarnos: ¿Cuál es el lugar de la pasión amorosa en la clínica analítica? ¿resiste el psicoanálisis el embate del amor?
Como los libertinos Freud se permitía hablar abiertamente del sexo y ese elemento permaneció central en las tesis de varios de sus discípulos.
El psicoanálisis activo de Ferenczi es quizás el primero y más importante de los frutos del psicoanálisis libertino. En esa versión, el analista, en un afán de sinceridad, se permitía prácticamente todo, y con ello no me refiero solamente al hablar a alguno de sus analizantes de las intimidades de sus otros pacientes, sino, incluso, a vincularse sexualmente con ellos, como ocurrió con la relación que estableció con Gizella Palos y su hija Elma, vínculo conocido e incluso, aprobado por Freud.
En su estudio sobre el particular J. Forrester muestra la manera no sólo como Ferenczi se vincula con la madre y la hija sino también la forma en que Ferenczi hizo partícipe a Freud e incluso lo conminó a apoyarlo en su afán de conseguir la aprobación, por parte de la madre, Gizella, de su vínculo con la hija, Elma 3. Así nos encontramos una carta del 17 de diciembre de 1911 donde Freud escribe a Gizella:
"Querida señora:
Lo que hoy le escribo quedará entre nosotros, es totalmente sincero, sin hipocresías, tal como corresponde a mi gran estima por usted. Nuestro amigo [Ferenczi] me ha causado gran preocupación y me ha impelido a darle consejos en los que los afectos no deben entrar.
Cuando ya hace años supe por primera vez la relación en la que estaba encerrado, le di a entender con claridad que deseaba otra cosa para él. Cuando después la conocí muy pronto le cobré estima, en comparación con otros maridos y amantes, pude reconocer que poseía infinitamente más que a lo que había renunciado. Desde entonces no ha habido ni una sola palabra, ni un gesto de mi parte que haya podido atentar a su relación con usted.
Su esfuerzo por separarse de su persona se ha producido y desarrollado de forma espontánea y es visto, con profundo malestar, que no podía ser detenido. Comprendo la tragedia del envejecimiento porque es precisamente la mía. La dura verdad se enuncia así: el amor es para la juventud, es preciso renunciar, es necesario en cuanto mujer estar presta a los sacrificios recompensados con la ingratitud, por los reproches, una fatalidad natural, como la historia de Edipo. Añadamos en lo que concierne a él [Ferenczi] que su homosexualidad le exige imperativamente un hijo y que lleva dentro de sí la venganza contra la madre marcada por fuertes experiencias infantiles. Pero todo eso lo sabe usted, nada le digo de nuevo salvo esto quizás: estoy seguro que la mujer le comprenderá, sabrá soportarlo y hacer las cosas más fáciles. El psicoanálisis debe acelerar esta evolución implacable.
Ahora la otra parte, donde mi comportamiento le parece menos comprensible. Se desplaza de la madre a la hija y espera de mi que reconozca este cambio como prometedor de dicha. Mientras que para la mujer se abrirá el bello consuelo de poderse retirar en el papel de madre feliz. Es aquí donde comienzan mis dudas, que conciernen también a su lucidez. Me ha mostrado a su hija. No puedo encontrar nada que pueda sostener la comparación con la madre y me acuerdo de pequeñas alusiones en las que he creído confirmar mis aprehensiones. Si las cosas hubiesen sucedido de tal manera que la hija se enamorase del juvenil amigo de su madre, que se hubiera consumido en ese sentimiento y que sufriese por ello hasta que los otros dos descubrieran el secreto, ello habría dado lugar a una bella novela, cuya clave sería una emotiva solución, como a menudo sucede en la realidad. Pero la neurosis no ha debido desempeñar papel alguno. Resulta claro que su propia elección aparece devaluada al constatar que oscila de forma automática de la madre a la hija, como antaño en su época de juventud. La joven no habría debido mostrar tan claramente que desea, como en los años de infancia, reprimir a la madre. Debería haber conseguido triunfar de la prueba que, en las condiciones por otra parte favorables le imponía esperar amorosamente al hombre unos años, sin traicionar su capacidad psíquica para resistir, ni su narcisismo profundamente susceptible (ver los efectos de la deformación impresa por el temor en su rostro). La sospecha sugiere necesariamente que no se convierte para el hombre en un mal sustituto de la madre y que soporta mal el golpe que depara la difícil situación.
El obstáculo principal reside en esto: ¿podrá construir un pacto de silencio permanente sobre la circunstancia de que el hombre ha sido, en el más pleno de los sentidos, el amante de la madre? ¿se puede estar seguro de que lo soportará y sabrá superarlo? Es preciso para ello un alto grado de libertad psíquica y nada de residuos infantiles, en resumen se debería parecer a su madre y no haber traicionado esa tendencia inquietante con la huida a la enfermedad.
En un periodo tan penoso de incertidumbre me he decidido a hacer, en cuanto amigo, tan sincero y despiadado como sea posible para reducir en la medida de lo posible mi responsabilidad. Nada le he dicho a él de nuevo, le he expresado sólo los consejos que bien conoce. Se debe dejar a la pobre madre con su doble sufrimiento. No tendría ningún sentido precipitarse, contemplándola, en tomar una decisión que podría conducir el sufrimiento crónico para todos. Por el contrario se puede someter a la joven a la prueba de saber si se muestra mejorada por su nuevo estado amoroso, más autónoma, más capaz de soportar la abstinencia y con más seguridad ante sus propias sensaciones. Haciendo esto se puede saber si hay algo similar a una nueva elección de objeto, una vez que se haya eliminado el desplazamiento de la madre a la hermana. Si todo sucede felizmente se podrá construir una nueva realidad basada en viejos fantasmas. Si no, es mejor renunciar, es mejor alejarse de todo, buscar en cualquier otro lugar la dicha, si es que aun puede ser hallada, en lugar de seguir ciegamente los demonios tentadores.
Tales fueron mis consejos y creo que realmente él ha echado mano de lo mejor de si mismo.
Mi dureza de corazón proviene de la piedad y la compasión. Separarse de mis consejos no es difícil, pero sus pensamientos siguen el mismo camino. Ahora ayudemos y cuídese. Podrá, sin duda, controlar a la mujer amante pero dome también a la madre tierna. A usted se le puede pedir.
La saludo cordialmente y espero que nuestra relación subsista para superar la tempestad.
Suyo
Freud" 4
Lo curioso es que en esta carta Freud no hace la menor mención al hecho de que Ferenczi era, en ese momento, el analista de Elma, de la misma manera como, antes de ser amante de Gizella, lo había sido de Gizella misma.
Recordemos los eventos:
En 1911, estando Gizella Palos (una mujer casada, un poco mayor que su analista) en análisis con Sandor Ferenczi, inicia un vínculo amoroso con él. Hacen partícipe a Freud de la situación y éste inicialmente no mira con buenos ojos la situación, pero no se opone. Poco después, la misma Gizella conoce a Freud y, a partir de ese momento, en casi todas sus cartas a Ferenczi, Freud envía saludos a "Frau G". Pero el asunto no se detiene ahí. Meses después, y a consecuencia del suicidio de uno de sus enamorados, Elma, una de las hijas de Gizella, llega al diván de Ferenczi, quien no tarda en acogerla maternalmente y poco después establece una relación amorosa con ella. Asunto que, por supuesto, no agradó a Gizella quien opuso una resistencia que Freud intentó detener con su "el amor es para la juventud". Cuando ya se encontraban Sandor y Elma en la circunstancia de solicitar al marido de Gizella su aprobación para la boda, de repente la pareja se arrepiente. Ferenczi envía a Elma a Viena con Freud para que la analice y retoma su relación con Gizella. Freud cumplirá su tarea y tres meses después devolverá a Budapest una Elma tranquilizada, la cual unos años después desposará a un americano (y su hermana Magda al hermano menor de Ferenczi). En 1919, una vez casadas sus dos hijas (lo cual era la condición), accede Gizella al pedido de su amante, se divorcia y se casa con Ferenczi. Pero el día de los esponsales se vio oscurecido por la muerte repentina del ex-marido de Gizella y padre de Elma (ataque cardíaco o suicidio, no lo sabía Elma con certeza 5). Varios años después, en 1931 y a raíz de criticar el "psicoanálisis activo" de Ferenczi, Freud le recordará los eventos pasados:
"No creo que en esta advertencia haya dicho algo que tu no supieras de antemano. Pero, puesto que te gusta representar el rol de madre amorosa con los demás, entonces quizá lo puedas representar contigo mismo. Y entonces vas a oír una amonestación de parte de la brutal paternidad. Según lo recuerdo, la tendencia a los juegos sexuales con los pacientes no era algo extraño para ti en los tiempos anteriores al análisis, así que es posible relacionar la nueva técnica con las viejas fechorías." 6
En este texto Freud recuerda los eventos de 1911, indicando que pertenecen a "tiempos anteriores al análisis", a la vez que establece que constituyen una "vieja fechoría" de Ferenczi. Sabemos que tres años después del primer vínculo amoroso-analítico de Ferenczi, Freud escribirá "Observaciones sobre el amor de transferencia" 7 donde retoma el punto y señala que su manera de escapar a los demonios de la transferencia erótica consistía en considerar a ese amor como una simple ilusión, como un amor generado por la situación analítica y que, de realizarse, no podía sino conducir al fracaso.
De alguna manera Freud, tres años después, rectificaba el apoyo brindado a Ferenczi en 1911 diciéndole que había cometido un error al considerar real el amor de Gizella y Elma.
Pero esas tesis freudianas no tardaron en ser cuestionadas por sus discípulos en la práctica y en la teoría. Varios de sus seguidores establecerán vínculos con pacientes e incluso, como es el caso de la vertiente frommiana, incluso se teorizará al respecto.
En la veta abierta por Lacan se presenta una crítica de otro orden a tales tesis freudianas. En su reflexión sobre el amor, Lacan muestra que no hay diferencias esenciales entre el amor común y el amor de transferencia; que son tan reales, o tan irreales, el uno como el otro. Pero Lacan no teoriza respecto a la actuación de esos deseos. Es más, parece indicar lo contrario. Su formulaciónes: " no responder a la demanda", "no ceder sobre el deseo" 8, o la de "amar es dar lo que no se tiene a alguien que no es" conduce más bien a retirar el encanto de la situación amorosa, amor de transferencia incluido.
Sin embargo, sabemos que Lacan estableció un vínculo amoroso con una supervisante (y, como Lacan mismo sostiene, la supervisión no es demasiado lejana del análisis), con Catherine Millot, y que al respecto nunca escribió ni teorizó nada, ese dato lo sabemos solamente por la vía del rumor 9.
¿Qué es lo que conduce a un analista a vincularse amorosamente con sus pacientes? ¿puede resistir el análisis el embate del amor? La primera pregunta difícilmente podría responderse en general. En el caso de Ferenczi, Freud, inicialmente, supone que es por su afán de "apoyar maternalmente" a sus pacientes. 10 Años después su crítica cobrará dureza. Según Freud esas relaciones de Ferenczi no constituían sino una "fechoría", un crimen, un abandono, por parte de Ferenczi, del psicoanálisis.
Respecto a la pregunta ¿resiste el análisis el embate del amor? son varias las experiencias que llevan a responderla negativamente.
Cuando un analista se deja llevar por el amor deja atrás su deseo de analizar, ese que, en palabras de Lacan, "es más fuerte que el odio y el amor" 11; el amor destituye al analista, es un viaje sin retorno, implica, en última instancia, un fraude pues no permite cumplir con el compromiso establecido en un principio.
En suma, me parece que podemos concluir que el psicoanálisis no resiste el embate del amor y, por tanto, que cuando un analista accede a ello se destituye, en tal situación, como tal.
Ciudad de México, 30 de septiembre del 2000.
Notas
1 Allouch, J., *Hola... ¿Lacan? *Claro que no, Epeele, México, 2000, p. 136.
2 Allouch, J., Sinceridades libertinas, en Artefacto 4, Epeele, México, 1993.
3 Forrester, J., Linceste psychanalytique et lideal de lamour libre: Freud, Ferenczi, Gizella et Elma, en Etudes Freudiennes 34, Paris, 1993.
4 Freud, S., Correspondencia. Volumen III, Biblioteca nueva, Madrid, 1997, p. 340-342.
5 Entrevista con Elma Laurvik, (3 de abril de 1967), citada por Roazen, P., Freud y sus discípulos, Alianza Universidad, Madrid, 1986, p. 382.
6 Citado por Forrester, J., Seducciones del psicoanálisis: Freud, Lacan y Derrida, FCE, México, 1997, p. 77.
7 Freud, S., Observaciones sobre el amor de transferencia, en Obras completas Vol. XIV, Amorrortu, Bs. As., 1976.
8 Lacan, J., Seminaire Lethique de la psychanalyse, sesión del 6 de julio de 1960.
9 "Él [Lacan] no dudaba en analizar a sus amantes [maîtresses] o a elegirlas entre sus discípulos en control o en cura", Cfr. Roudinesco, E., Lacan, Fayard, Paris, 1993, p. 499.
10 En la carta del 20 de julio de 1911 escribe Freud a Ferenczi (al inicio del análisis de Elma): "No sacrifique demasiados deseos por exceso de bondad", Cfr. Freud, S., Correspondencia, Op. cit., p. 305.
11 Citado por Ph. Julien, Trois réponses à la folie des passions, en Littoral 27/28, Eres, Paris, 1989, p. 47.