La transferencia
Una loca
pasión
Carlos Etchegoyen (Compilador)
Desde el alba del psicoanálisis el amor de transferencia (Ubertragung), que se despliega entre analista y analizante, fue considerado piedra fundamental de la clínica psicoanalítica.
Así lo trasmitió Sigmund Freud a sus discípulos y así también, a su modo, lo desplegó Lacan en su seminario de 1960-61.
En este libro seis autores del campo psicoanalítico se interrogan sobre importantes aspectos de esta última conceptualización, convergiendo sus diversos sesgos en un actualísimo, y rico abordaje, de esa loca pasión llamada TRANSFERENCIA
Autores: Danielle Arnoux, Paola Behetti Belhot, Alba Fernándes, Ana María Fernández, Mauro Marchese, Adirán Villalba Francia
Compilación: Carlos Etchegoyen
Editorial: YAUGURU (Montevideo, Uruguay) - yauguru2008@adinet.com.uy
Colección: Bordes&desbordes
Presentación publicada en la revista Querencia
Autor de la reseña: Lic Marcelo Novas
En el principio del análisis está la transferencia nos dice Lacan en la "Proposition du 9 octobre 1967", y ya no dudamos si se trata del acto, como en Genesis 1:1 o del verbo como en Juan 1:1, aquellos que practicamos el psicoanálisis reconocemos la veracidad de la afirmación .Puede ser que la cadencia religiosa de la cita sea mal venida en este lugar, pero digámoslo más temprano que tarde, no se tratará de religión, en este caso se tratará del abordaje de la transferencia para el psicoanálisis. Si bien para Freud la transferencia comenzó siendo un efecto no deseado, rápidamente pasó a transformarse en el motor del análisis, y al reconocer esta dimensión paradójica del fenómeno el abordaje del mismo quedó marcado con esa impronta, para furia de los Poppers, Sokales y Bunges (bien, con Popper exagero, y reconozco mi exceso), para quienes el principio del tercero excluido es requisito sine qua non de cualquier disciplina científica. Que el psicoanálisis no es una ciencia de acuerdo a la manera en que el positivismo caracteriza a la misma está fuera de discusión, el punto que algunos intentan evitar discutir es sobre el horizonte de cientificidad del psicoanálisis, ideal de racionalidad que Freud practicó y que muchos otros analistas acordaron seguir, siendo Lacan uno de los que más extremó el intento de formalización de esta disciplina. Precisamente Lacan dedica su octavo seminario público (si exceptuamos los que brindó en su domicilio), aquel que tituló Le transfert dans sa disparité subjective, sa prétendu situation, ses excursións techniques a un detenido y pormenorizado trabajo sobre este fundamento del trabajo psicoanalítico, y precisamente sobre ese seminario, en el año 2005, nos dice Carlos Etchegoyen, él y los autores, se propusieron trabajar las primeras doce sesiones de dicho seminario. El producto de dicho trabajo es este libro, "LA TRANSFERENCIA (una loca pasión)".
Luego de Carlos Etchegoyen y de la presentación de la obra que realizan María Teresa Arcos y Gonzalo Percovich, tenemos el primer artículo, realizado por Paola Behetti Belhot llamado A lectores de la transferencia. Entiendo que la propuesta de la autora se vertebra en torno a cómo ocurren diferentes operaciones en un análisis, y como esa operación ya marcará lugares, lugares que de acuerdo a cómo se ocupen determinarán diversos efectos. Lo curioso es que si me atengo al texto, allí lo que encuentro es un finísimo y cuidado trabajo sobre las diversas suertes que sufrieron las diferentes versiones publicadas de dicho seminario, tanto las oficiales como las versiones críticas, y como en cada opción de establecimiento existe una operación que marcará, como decía más arriba, resultados diversos. Es así que la autora en su propuesta de lectura, señala lo que falta en los diferentes textos, marcando que la transcripción no es una traducción, y que ambas se diferencian de la transliteración, tomando la propuesta de Jean Allouch realizada en "Letra por letra" publicado por Edelp en Bs. As. En 1993. Para mostrar que la posición determina qué se ve, o cuál es el efecto que se produce, se apoya en el esquema óptico utilizado por Lacan para graficar su estadio del espejo, momento constitutivo donde los ideales (Yo ideal e ideal del yo) pueden comenzar a discriminarse, y al hacerlo, sutilmente nos advierte sobre la contrariedad y por qué no contradicción en el hecho que un analista se coagule o enquiste en alguno de esas posiciones; elegantemente también señala que lo que se establece en un texto no carece de consecuencias ni puede estar por fuera de la transferencia.
Luego es el turno de Ana M.ª Fernández y su Los mensajeros y el amor: de Dáimones y Ángeles. Como lo plantea en su escrito, su intención es trabajar estas dos figuras en la obra de Lacan, y no solamente en el octavo seminario, su trabajo la llevará a leer asimismo el vigésimo seminario, aquel que Lacan tituló Encore. Primero nos habla del Daimon, aquel que supo acompañar a Sócrates, y que en "El banquete" de Platón aparece siendo lo que caracteriza a Eros, ser un Daimon, cuya naturaleza no es humana, pero tampoco divina, por lo cual Eros aparece como mediador, como encargado de portar los mensajes entre esas dos posiciones dispares. Lacan en su seminario acerca de la transferencia se detiene en el texto platónico dado que este es una extensa reflexión sobre el amor, y Lacan planteará más adelante en su obra que lo único que hacemos en el discurso analítico es hablar de amor, pero en este octavo seminario lo que Lacan destaca es que el amor es un sentimiento cómico, y que el amor es dar lo que no se tiene, es en esta medida que Eros aparecerá como hermeneúein, como mensajero, pero también intérprete, intérprete que deberá operar con los diferentes niveles del saber que pueden representar la episteme, la doxa y la amathía. Ahí reside la ironía del amor, y ese punto señala la atopía como lugar a sostener. Con el Ángel la interrogación continúa en la dimensión del mensajero, pero el sesgo elegido es el del significante y su relación con el goce, goce soportado en un cuerpo, cuerpo que debe abordarse en sus aspectos imaginarios, simbólicos y reales, siendo de destacar las diferentes posiciones que sostienen Freud y Lacan en relación al cuerpo del analista, como anota Jean-Luc Marion en "El fenómeno erótico" publicado por ediciones literales y el cuenco de plata en Bs. As. En 2005. En este artículo aparece el mito propuesto por Lacan para entender la metáfora del amor como un cambio de posición, un movimiento, y por eso entiendo que su lectura nos deja preparados para leer Los dominios de Eros, el artículo de Mauro Marchese. En el mismo el autor se propone trabajar el amor y su relación con la transferencia, y lo hace desde una postura claramente explicitada: Eros y el bien no deben confundirse, para dar cuenta de ello se apoya en diferentes versiones sobre la naturaleza y origen de Eros, siendo las principales la de Hesíodo, y la de Platón. Pero esto no obsta, en la medida que no se homologa amor y bien, para que la entrada y asimismo la salida del análisis se relacionen con el amor. El amor se relacionará con el deseo, en tanto deseamos lo que nos falta, y por esa razón es que Lacan propondrá la función de la falta para abordar el amor, quizá esa misma función de la falta explique el hecho que si el objeto a abordar es el amor, el camino elegido por Lacan sea el del mito, y así concluir que no es posible una teoría del amor, por lo menos no desde la episteme socrática.
A continuación Mauro Marchese comienza a adentrarse en "El Banquete" y se detiene en la relación entre Sócrates y Alcibíades, señalando ese cambio del elogio: desde Eros hacia Sócrates, y destacando la figura del agalma, esos objetos preciosos cuya envoltura nos desconcierta. Es al trabajar estas relaciones y figuras que el autor nos dice que no hay amo de Eros, solo posiciones o lugares, más o menos amables. Así como en el artículo anterior destacaba la lectura del vigésimo seminario, en este texto es la del decimo primero, sobre todo en lo que refiere a otro mito lacaniano, el de lhommelette, para dar cuenta del campo pulsional. Para finalizar diría que el deseo del analista como campo de tensiones se recorta a lo largo de todo este artículo. Y precisamente ese punto nos posiciona para la lectura de ¿Lady Mcbeth analista? de Alba Fernández. El artículo comienza señalando las similitudes de la transmisión oral para la enseñanza socrática, para las crónicas de Inglaterra, Escocia e Irlanda de Holinstead, y aunque no esté dicho, de la enseñanza de Lacan; y al introducir este autor, sobre todo en lo que apunta a su reflexión sobre el deseo del analista necesariamente el trabajo apuntará a la dimensión ética de la labor analítica, ética que no apunta a los bienes, ni a los ideales, y donde la demanda debe ser escuchada y sostenida para ser trabajada, entonces lógicamente, el seminario que sirve de contrapunto de lectura es el séptimo, el dedicado a la ética.
Enfrentarse al famoso ¿Che vuoi? tomado por Lacan de la obra de Jacques Cazotte, "El diablo enamorado" publicado por Península en Barcelona en 1998, es la tarea que un análisis no se puede ahorrar, pero el punto es como acoger esa demanda, y como en ese trabajo algo se perderá, apareciendo lo doloroso y por qué no el duelo; eso sí, no es la postura de este artículo emparentar duelo y fin de análisis, para quienes deseen profundizar en dicha diferencia pueden dirigirse al artículo de Manuel Hernández García, La posición depresiva, publicado en la revista "Litoral", nº39, de marzo de 2007, titulada Presencias.
Hablar del duelo nos lleva al artículo de Adrián Villalba Francia, Arregui, un sueño robado o la atopía falquiana. Acá se tratará del duelo, pero el comienzo será diferente, pues se apelará al silencio, y uno puede preguntarse si el silencio es convocado como figura o máscara del duelo. El duelo de la ocasión será por el poeta Líber Falco y la escritura será para Mario Arregui la posibilidad al respecto; llama la atención la ausencia de la sublimación como concepto convocado a dar cuenta de este recorrido, no porque se eche de menos, quizá opere como ese agujero y la posibilidad y necesariedad de poder hacer con esa falta de otra manera.
Falco aparece presentado como el eterno erómenos, poeta donde el oxímoron era una característica de su obra y de su vida, vida que recordaba más a Buda que a Sócrates, vida en la que la pregunta por el deseo de Falco continúa habitando en quienes lo frecuentaron y frecuentan. Quizá esto último es lo que emparenta a esos tres, Buda, Sócrates y Falco, esa atopía que los caracteriza y que moviliza en su torno.
Y llegamos al último artículo, el de Danielle Arnoux, Disparidad subjetiva. Logro y fracaso de la metáfora. Este trabajo viene de otra geografía, y el papel más blanco podría hacernos creer que al no asistir al trabajo conjunto con los otros autores primaría la diferencia, pero entiendo que no, como se dice en la presentación ocurre una feliz coincidencia. La autora aborda el acercamiento lacaniano al banquete platónico desde la perspectiva que puede ofrecer la disparidad subjetiva, como forma de posicionarse críticamente frente a la intersubjetividad como tratamiento. Para Arnoux ese punto es en el que se apoya Lacan en la medida que lee dos no iguales, erastes y erómenos, tales como aparecen en el pensamiento helénico. Tomará así diversas parejas de amantes Orfeo y Eurídice, Alcestes y Admeto, Aquiles y Patroclo para destacar como se juega la falla del objeto en un duelo. Para superar este punto Lacan apela a un mito, el mito de la metáfora, de cómo pasar de una posición a la otra, donde algo se produce: una respuesta, una acción inexplicable e inesperada que responde al deseo. Arnoux convoca allí a Diótima, a Booz, a Sócrates para hablar de diversos destinos de la metáfora, recordándonos casi sobre el final de su texto que el amor está a medio camino entre el saber y la ignorancia, pero ahí recordamos lo que ya leímos en este libro, lo que dice Leonard Cohen en su disco "Songs of love and hate": but here, right here once again love calls by your name.