Psicoanálisis
extramuros
Puesta a prueba frente
a lo traumático
Silvia Bleichmar
Este libro tuvo su germen histórico en 1985, y verá el lector cómo se va desplegando el pensamiento de Silvia Bleichmar a lo largo del curso que dictó a un grupo de profesionales, a pedido de UNICEF, en ocasión del terremoto de México acontecido aquel año. El ciclo daba cuenta del procesamiento teórico y de la práctica realizada con los damnificados de la catástrofe. Aquella experiencia le permitió a la autora realizar un verdadero asentamiento de conceptos de la teoría y la práctica psicoanalítica en el campo social y, a la vez, revisar y elaborar cuestiones de exclusiva pertinencia del campo psicoanalítico.
Conceptos diversos fueron repensados en el marco de un trabajo que sometía, en vivo y en caliente, los esquemas teóricos a la forja de una práctica extramuros, que no se limitaba al tête à tête de una relación terapéutica de consultorio o una conversación entre colegas, sino que eran revelados a la luz de una exigencia pública que definía la eficacia de sus acciones. No someterse pasivamente a la demanda de las instituciones estatales ni encerrarse en la imposibilidad de toda acción social fueron las premisas que rigieron su búsqueda de nuevas vías de trabajo, cuando gran parte de los conceptos con los que venía trabajando ya habían encontrado un perfil de rigurosidad pero aún no habían sido sometidos a la prueba de una experiencia tan extrema.
Psicólogos, psicoanalistas, educadores, sociólogos, antropólogos, trabajadores sociales, entre otros, encontrarán en las páginas de este libro una guía para pensar sus propias prácticas en escenarios de catástrofe y otras situaciones límites en las que no sólo el psicoanálisis, sino también el psiquismo se ponen a prueba.
Presentación de Juan Carlos Volnovich
“La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida.”
La cita es de José Martí.
La puesta en acto es de Silvia Bleichmar.
Nunca, como en esta oportunidad, la presentación de un libro fue más elocuente, más contundente, más confirmatoria de la sentencia martiana.
Porque Silvia ha cumplido bien la obra de la vida estamos aquí para celebrar la aparición de “Psicoanálisis Extramuros” que, seguramente, pasará a ser citado antes que como su último libro publicado, su libro más reciente ya que, está visto, aun faltan otros por llegar. Tan única, tan irremplazable, parecería ser que a Silvia Bleichmar no le ha quedado más remedio que hacer caso omiso de la muerte y seguir publicando libros para ayudarnos a elaborar su ausencia, para acompañarnos en este maravilloso camino de construirla y sostenerla como personaje legendario.Un cuarto de siglo atrás, hace veinticinco años, el jueves 19 de Septiembre de 1985 una noticia conmovió al mundo entero. El jueves 19 de Septiembre de 1985 a las 7:19 de la mañana un terremoto grado 8,1 en la escala de Richter asoló el D.F. Varias réplicas le sucedieron. La mayor: una sacudida grado 7,9 a las 19:38 del día siguiente. Gran parte de la Ciudad de México quedó arrasada. 30.000 edificios se derrumbaron y 68.000 edificaciones sufrieron daños irreparables. Aun hoy en día no se sabe el número exacto de víctimas pero se supone que hubo más de 40.000 muertos.
El jueves 19 de Septiembre de 1985 a las 7:19 de la mañana un terremoto asoló el D.F. El 3 de octubre, 15 días después, Silvia Bleichmar y Carlos Schenquerman inauguraron un proyecto piloto de atención a víctimas en el Albergue del SUTIN (Sindicato Único de Trabajadores de la Industria Nuclear) que había ofrecido sus instalaciones para alojar a un grupo de damnificados por el terremoto.
A partir de esa experiencia, desde Octubre del 85 hasta Febrero de 1986, Silvia Bleichmar y Carlos Schenquerman dictaron un curso para treinta profesionales y estudiantes con la intención de capacitarlos en la asistencia de la población afectada por el terremoto.
El libro que hoy nos convoca es la transcripción de ese Curso de Formación-Asistencia para población en Situación de Emergencia que contó con el aval de la UNICEF. Es, por lo tanto, un libro que antes fue palabra oral. De modo tal que, al leerlo, a uno se le hace que la está oyendo a Silvia hablar.
El género literario en el que este libro se inscribe ha sido fuertemente marcado por obras como el Curso de Lingüística General de Ferdinand de Saussure y los Seminarios de Lacan (transcripciones hechas por otros de lo que ellos dijeron), pero la diferencia con esos dos clásicos del pasaje a la escritura del discurso oral, estriba en que, en este caso, no sólo es la propia autora la que firma lo que afirma sino que es muy difícil incluirlo en un género específico. En cierto sentido es un texto que bien podría encasillarse, por sus virtudes didácticas, como seminario de psicoanálisis, tal vez como ensayo psicoanalítico y, por lo que tiene de implicación personal, como novela antropológica. Pero mucho más, por momentos aparece como guión –o, si acaso, como pre-guión-- de una película documental, y hasta de un film de ficción. El prólogo de Carlos Schenquerman contribuye generosamente a liberar al libro de la prisión de un género acotado. Atravesado por múltiples géneros y medios expresivos “Psicoanálisis Extramuros” nos invita a internarnos en la conmovedora aventura de una pareja de psicoanalistas exiliados a la que se le derrumba la ciudad en la que viven y es en ese sentido que el texto adquiere un cierto carácter épico.
Golpe a golpe. Experiencia traumática sobre experiencia traumática, la desaparición y la muerte, el exilio, el terremoto, (para nosotros, la prematura pérdida de Silvia), todo contribuye para ponernos a prueba frente a lo traumático. Sólo una fenomenal máquina de guerra (como diría Deleuze), un monumental aparato teórico y simbolizante, un psiquismo individual en consonancia colectiva podría construirse, debería instalarse --no digo ya, para procesar el estímulo excesivo pero si, al menos-- para intentar metabolizar tamaño daño. Ese fue el motor que originó el proyecto. Fue entonces cuando Silvia Bleichmar y Carlos Schenquerman inauguraron un dispositivo de elocuentísimo nombre: Los Grupos Elaborativos de Simbolización que asistieron a una población de casi 300 niñas, niños y a sus madres.
En aquella iniciativa; en el Curso de Formación y Asistencia para poblaciones en Situación de Emergencia hubo algo de tenacidad indoblegable para ganarle a la muerte; hubo algo de insistencia para desafiar a la desesperanza y a la tragedia; hubo algo de obstinación en esa decisión de insistir una y otra vez… en el intento de capturar con la aventura simbólica la experiencia traumática y poder darle así, un desenlace distinto; un desenlace que dispute el lugar ocupado por el horror y el espanto.
Silvia parte de una afirmación contundente: el efecto traumático no es el producto directo del estímulo externo; el efecto traumático es el producto de la relación existente entre el impacto y el aflujo de excitación desencadenado en el sujeto psíquico. Un paso más adelante en esa concepción de lo traumático la llevó a postular que el epicentro del terremoto estaba en la cabeza de cada uno de los afectados.
Y, por ahí, circula el psicoanálisis. Lo mejor del psicoanálisis enfrentado, desafiado por una catástrofe natural que, como se sabe, nunca es natural. Quienes hemos seguido la producción de Silvia Bleichmar, quienes estamos familiarizados con su textos, descubriremos en el libro el germen de lo que conocimos, después; ideas en estado naciente; los conceptos abandonados en el camino; un apego a Laplanche que fue perdiendo sintonía; y nos encontraremos, una vez más, con un texto transparente y luminoso cargado de teoría compleja y rigurosa que nos llena de júbilo porque responde generosamente al interrogante banal y brutal de ¿y para qué sirve el psicoanálisis?
Pues bien, sirve para esto.
Al comenzar uno de esos Grupos Elaborativos de Simbolización los integrantes, niñas y niños, no saben que hacer. La coordinadora tampoco. Nadie sabe por dónde empezar. Silvia supervisa el grupo y cuando en medio de esa parálisis una de las pibas, refiriéndose a la punta del crayón, dice: “Mira, se le cayó”; y la otra agrega: “Sí, se les cae”, Silvia encuentra la oportunidad para señalar que en ese “Mira, se le cayó” --en la inocente evidencia de que “Sí, se les cae”—aparece el primer emergente verbalizado. El que da cuenta del sentimiento de fragilidad que habita a los chicos; de que las cosas se pierden, se rompen, se caen.
Y, cuando los niños se ríen de eso; cuando todos se ríen pero no pueden moverse; cuando se escucha a un pibe que pregunta, primero, “¿Podemos empezar?” que en realidad es un ¿Podemos empezar a dibujar?”, pero que Silvia descubre como algo que va más allá para convertirse en un “¿podemos empezar a entender algo?”: cuando otro pibe se interroga y dice “¿tenemos lugar?” sabiendo que han perdido sus lugares; cuando un tercer niño se lamenta porque ”Yo no tengo negro”, sale una niña para responder: ”Yo sí tengo”. “Si no tienes negro, dibuja con el naranja”.“¡Acá empieza la reparación! dice Silvia: si no tengo esto, lo hago con lo otro; no tengo casa, pero tengo albergue, tengo algo por dónde empezar. Y el mismo niño que antes había preguntado “¿Podemos empezar?” que era un “¿Podemos empezar a dibujar?” que a su vez era un “¿podemos empezar a entender algo?” vuelve a intervenir para decir “¿podemos pintar las cosas que ya no tenemos?”. Y con ese “¿podemos pintar las cosas que ya no tenemos?” se abre el camino hacia la recuperación simbólica de los objetos perdidos. En ese “Si no tienes negro, dibuja con el naranja” la niña les muestra al resto del grupo la puerta de salida para los que sienten que, como perdieron muchas cosas que querían, no pueden tener otras ahora y sólo pueden llorar por lo que ya no está.
Entonces, viéndolos paralizados, la coordinadora los incita a pintar ¡pinten lo que quieran! Y los pibes se ríen, cuchichean, pero permanecen inmóviles. La coordinadora insiste: “A veces el no poder expresar lo que sienten hace que se rían y se queden quietos. Aun así, yo pienso que pueden tratar de dibujar lo que sienten” Eso dice la coordinadora.
Y, dice Silvia: imposible dibujar lo que se siente. Lo que uno siente son estallidos, son relámpagos de colores, son ruidos, no hay representación del sentimiento.
Y, José Emilio Pacheco dice
“Con qué facilidad en los poemas de antes hablábamos
Del polvo, la ceniza, el desastre y la muerte.
Ahora que están aquí ya no hay palabras
Capaces de expresar qué significan
El polvo, la ceniza, el desastre, la muerte”
Y como en el grupo los chicos siguen paralizados –como no pueden salir de eso-- la coordinadora pone en juego un recurso que funciona: “Yo voy a dibujar” dice. Y hace el dibujo de una niña asustada, con la boquita cerrada, los pelitos parados. Recurso adecuado y pertinente que salva al grupo.
Porque si bien el instrumento fundamental es la interpretación; estimular la aparición de material con el dibujo es un recurso tan válido como cualquier otro. Entonces, cuando llega la interpretación “ustedes sienten tanto dolor por las cosas que perdieron que parece que no pueden utilizar las que tienen ahora” y, más adelante, “ustedes no pueden utilizar las cosas que tienen ahora por temor a perderlas nuevamente” algo se liga, una energía inmovilizada por la pérdida se desplaza para poner en marcha la reparación.Decía que por ahí, circula el psicoanálisis. Lo mejor del psicoanálisis. Y por ahí se puso en práctica una ética hecha de responsabilidad y de solidaridad.
Porque la situación de los sectores marginales y excluidos de la sociedad víctimas de un terremoto es un tema que no le gusta a nadie. Es un tema que se podría evitar, apelando a una verwerfung, a una verleugnung, a una verdrangung, o una verneinug según quiera o pueda cada cuál, cuestión de eludir esa pesada carga.
“Al trabajar en situaciones de angustia extrema (nos dice Silvia) nos enfrentarnos no sólo a la angustia del semejante, sino a nuestros propios fantasmas infantiles, nos confrontarnos con nuestra propia angustia. De modo que el Curso de Formación-Asistencia para población en Situación de Emergencia tuvo como objetivo no sólo la transmisión de conocimientos, sino contener de algún modo, en los participantes mismos, las situaciones que se fueron produciendo para que al ayudar a los niños en su proceso de simbolización, de re-simbolización, no se reprodujera la parasitación de los niños por parte de los adultos a partir de las propias angustias que los desbordaban.”
Porque si bien la situación de los sectores marginales y excluidos de la sociedad víctimas de un terremoto no le gusta a nadie, es la que evocó y provocó la responsabilidad de la autora.
Y la responsabilidad, esa palabra banal, esa noción que alude al deber subordinado a una ética, es el fundamento de la construcción subjetiva. La responsabilidad es, como categoría teórica, el fundamento de la construcción subjetiva pero, justamente, por lo que no es en su acepción convencional. No como deber, ni siquiera por su proximidad a la culpa -al resultado de haber tomado conciencia por las faltas reales o imaginarias cometidas- sino como exigencia que el otro impone con su desvalimiento esencial a pesar de que esa precariedad nada tenga que ver con uno.
Por eso pienso que estaríamos banalizando el proyecto que el libro plasma si pretendemos reducirlo al amor sobrante, al exceso de amor que alentó la aventura de los Grupos Elaborativos de Simbolización; estaríamos banalizando el proyecto si aspiramos a clausurar la iniciativa bajo el título “compromiso con la realidad” asumido por una pareja de psicoanalistas.
Yo, por mi parte, tengo objeciones hacia la palabra amor y hacia la palabra compromiso. Si algo aprendí de Silvia Bleichmar es a desconfiar. Tengo reparos acerca del altruismo; dudo que exista una bondad natural; una generosidad piadosa que incite al pronto socorro; a la identificación con quienes sufren. Más bien pienso la ética como a una imposición exterior a la que uno no puedo sustraerse; pienso el desamparo del otro como violencia ejercida sobre mi indiferencia; pienso a quienes sufren como molestia que interrumpe mi sueño dogmático, que me expulsa del reino de la inocencia y me obliga a asumir una responsabilidad que no elegí, ni quise.
Si algo aprendí de Silvia Bleichmar es que el amor al semejante no es natural; que uno no quiere el bien ni busca la justicia como puede querer darse los gustos, obtener placer o gestionar su beneficio y su ganancia. La preocupación por los desamparados y vilipendiados se nos impone muy a pesar nuestro y perturba nuestra existencia.
Decía que tengo reparos hacia la palabra amor, pero no hacia la responsabilidad desinteresada para con el otro.
Entonces ¿fue eso que ha dado en llamarse “amor al semejante” el motor de ésta intervención?
No. No, si se entiende por amor la edificante filosofía del altruismo, la innata piedad por las víctimas de una catástrofe.
¿Fue eso que ha dado en llamarse “amor al semejante” el motor de ésta intervención?
Sí. Si, en la insulsa palabra del amor uno es capaz de percibir, todavía, la pesada proximidad, la presión acusadora, la abrumadora violencia, la persecución ejercida por los sufrientes. Fue por amor si por amor se entiende que uno no pueda desligarse de ese otro que nos impide existir naturalmente.
Quiero decir con esto, que hombres y mujeres no somos seres pacíficos de corazones bondadosos y ansiosos por demostrar nuestro amor. Quiero decir con esto que, cuando se atribuye el papel activo a aquel que ama, se pervierte hasta la afectación la cuestión moral.
Las dificultades que tenemos los psicoanalistas -y muy especialmente los psicoanalistas de niños- en acercarnos a aquellos que han sido víctimas de catástrofes y de la política del "ajuste", pasa por la evitación de la vergüenza que se nos impone y por el amor que nos despiertan. Y la superación de esa dificultad pasa, si acaso, por el análisis individual y colectivo -pero sobre todo colectivo- de la propia implicación y de la sobreimplicación.
Si es que vamos a registrar el mensaje que Silvia Bleichmar nos deja con su “puesta a prueba frente a lo traumático” antes que enternecernos o sensibilizarnos por las injusticias y las terribles transgresiones que se cometen día a día contra la infancia; antes de apelar a un compromiso creciente con aquellos a quienes alguien llamó "los heridos de la civilización"; aún antes de culpabilizarnos subordinados a una moral basada en el deber cristiano y la piedad que avala lo que hace ya muchos años Jules Celma llamó "la explotación de la subjetividad", tal vez habría que comenzar por analizar nuestra propia implicación y, también, nuestra sobreimplicación. Sobreimplicación hasta en el sentido trivial que tiene el ser capaces de ocuparnos de los problemas de lo demás, de lo que no nos concierne, de lo que no nos reditúa ningún beneficio evidente y convencional.
La apelación al participacionismo, al compromiso, al activismo en función de las grandes utopías liberadoras ha causado, ya, mucho daño como para volver, ahora, a cometer los mismos viejos errores por las nobles causas. Pero, también, la deserción, la desafectación y la distancia que los psicoanalistas mantuvimos y mantenemos frente a las víctimas de esa catástrofe mayor que es el capitalismo planetario puede corresponder a un fenómeno de sobreimplicación con respecto a los valores instituidos por la sociedad neoconservadora.Comencé citando a José Martí y aludiendo a Silvia Bleichmar como figura legendaria. Y lo hice porque hace más de tres años Silvia remontó vuelo para convertirse en leyenda; para erigirse en mito deslumbrante. Uno de esos mitos que los pueblos forjan y alimentan a fuerza de imaginación y luchas para ganarle al olvido, para vencer la desesperanza y el dolor, para organizar y convalidar su identidad.
Entre nosotros, como ignorarlo, La “Difunta Correa” que encierra una profunda e impactante historia de amor y fidelidad, se ha convertido en el fenómeno social – religioso extra-Iglesia, mas importante de América Latina.
La imagen que circula por el imaginario colectivo es el de una mujer que yace sola en los cerros y que, sabiéndose cercana a la muerte, apretó a su hijo contra el pecho y murió amantándolo. Ya muerta el bebé continuó alimentándose del pecho materno. Así los encontraron y así lo relataron los arrieros.
Si comencé afirmando que tan única, tan irremplazable, también a Silvia Bleichmar no le ha quedado más remedio que hacer caso omiso de la muerte y seguir pariendo libros para ayudarnos a elaborar su ausencia, terminaré usando a coro sus palabras para afirmar que cada uno de nosotros, en su compromiso y su implicación, debe darse cuenta que no es con una actitud contemplativa como deberíamos enfrentar nuestro quehacer; que la neutralidad es neutralidad para no inmiscuirse en los destinos del sujeto, para no juzgar, para no imponer, pero no es neutralidad para permanecer pasivos ante las asechanzas de la muerte y de la destrucción.Juan Carlos Volnovich