Trabajo y Psicoanálisis

Hacia una metapsicología de la cooperación

Ensayo sobre la pulsión social y el trabajo

Lic. Sebastián T. Plut

Introducción

En artículos anteriores (Plut, 1995, 1996) he comenzado a desarrollar lo que entiendo puede constituir una "clínica del trabajo". Con esta expresión me refiero al propósito de conceptualizar, desde el marco teórico psicoanalítico, un abordaje de la problemática laboral cuyos alcances resulten de aplicación tanto en la actividad clínica con pacientes como en el mundo laboral (organizacional) propiamente dicho. Partiendo de la premisa freudiana que liga la salud con la capacidad de amar y trabajar, pretendo, sobre todo establecer los nexos con el segundo de tales términos. De tal manera, creo que son diversos los tópicos a desarrollar: adicción y trabajo, enfermedades psicosomáticas, estrés, burn out, accidentes de trabajo, desempleo, etc.

En esta introducción quiero cernir mi propuesta para este artículo. En lo que sigue, trataré, por un lado, de subrayar el valor de la ciencia psicoanalítica para pensar e intervenir en la problemática social en general y del trabajo en particular y, por otro, resaltar las intersecciones y brechas del psicoanálisis con las ciencias sociales al momento de reflexionar sobre el sujeto y la sociedad (problemas de interdisciplina).

Luego, desarrollaré la noción de pulsión social y el valor que cobra para comprender el mundo del trabajo, esencialmente en su dimensión vincular. A partir de ello, por último, exploraré, desde la perspectiva metapsicológica, lo que constituye una de mis preocupaciones actuales, referida al desarrollo de la cooperación en los vínculos laborales.

La subjetividad y lo social

El subtítulo de este apartado tal vez indique, de un modo general, lo central de lo que abordaremos. Sin duda, examinar la cuestión del trabajo (sus diferentes problemas y manifestaciones) desde la perspectiva psicoanalítica refiere, por lo menos, a un triple territorio: a) la construcción de la subjetividad (tanto desde el punto de vista del desarrollo evolutivo cuanto desde la psicopatología); b) la intersubjetividad y los problemas vinculares y c) el influjo de lo social sobre lo anímico.

En relación con el tercero de los puntos recién mencionados, nos encontramos con la necesidad de considerar la relación del psicoanálisis con otros saberes. En principio debemos desagregar el ítem según distintos interrogantes: cuál es la contribución que el psicoanálisis puede hacer a la comprensión de la relación entre lo social y la subjetividad, qué de las otras ciencias constituye hipótesis extrapolables a la interrogación psicoanalítica y, finalmente, cuál es la posibilidad de un abordaje interdisciplinario.

Distintos autores han reflexionado en estas direcciones (1). Entre ellos, y ajeno al psicoanálisis, podemos citar a E. Verón, quien examina los diferentes niveles de análisis del comportamiento social y arriba a "la cuestión de la integración teórica en las ciencias sociales" (2). Este autor se ocupa de diferenciar la descripción psicológica de la descripción sociológica y se pregunta si la variable independiente que explica la inclusión de un individuo en una agrupación política es su posición en la estructura social o la dinámica de su personalidad. Finalmente concluye que "no hay relaciones lineales entre una posición en la estructura social, una estructura de la personalidad y un comportamiento político. Esto significa reconocer la complejidad de la relación entre individuo y sociedad en tanto problema epistemológico" (3).

A partir del estudio etiológico sobre los desenlaces clínicos, Freud se interroga sobre la importancia de las impresiones y vivencias accidentales (contingentes) en la determinación de una estructura psíquica. En el esquema de las series complementarias opone otra serie al vivenciar, la de los actos psíquicos puramente internos (necesarios), entre los que incluye los procesos del pensar inconciente y los sentimientos. Ambos procesos se rigen por criterios internos del aparato psíquico por lo que, más allá de las influencias exteriores y azarosas, aquel no es una tabula rasa, sino que posee sus leyes propias de generación de lo nuevo. La serie de las vivencias aporta el material que pasa a constituir las huellas mnémicas inconcientes sobre las que opera la eficacia de los mencionados pensamientos inconcientes.

Para Freud la exterioridad es producida por un movimiento psíquico específico, la proyección: "la espacialidad acaso sea la proyección del carácter extenso del aparato psíquico" (1938, pág. 302). Por lo tanto, aquello que captan nuestros órganos de los sentidos puede distinguirse por su contenido, constituido por las impresiones sensoriales, y por la forma, creada por el proceso proyectivo. En este sentido, la supuesta exterioridad captada por la percepción y transformada en inscripciones psíquicas, no se corresponde con una realidad pretendidamente objetiva, sino con un producto psíquico creado proyectivamente. La vida pulsional, para Freud, funda la exterioridad, que se vuelve eficaz para lo psíquico en la medida en que su significatividad deriva de la investidura pulsional.

Para indagar la creación de ámbitos laborales detengámonos un momento en una fantasía que Freud describe en un imaginario adolescente: "supongan el caso de un joven pobre y huérfano, a quien le han dado la dirección de un empleador que acaso lo contrate. Por el camino quizá se abandone a un sueño diurno, nacido acorde con su situación. El contenido de esa fantasía puede ser que allí es recibido, le cae en gracia a su nuevo jefe, se vuelve indispensable para el negocio, lo aceptan en la familia del dueño, se casa con su encantadora hijita y luego dirige el negocio, primero como copropietario y más tarde como heredero. Con ello el soñante se ha sustituido lo que poseía en la dichosa niñez: la casa protectora, los amantes padres y los primeros objetos de su inclinación tierna"(1907, págs. 130-1). Esta fantasía contiene un conjunto variado de elementos que comportan un alto grado de interés para aquellos que estudian los procesos psíquicos evolutivos. En esta ocasión me interesa destacar que se trata de un relato en el que se advierten la eficacia de la desmentida, el anhelo de felicidad (recordemos que Freud establece nexos entre la actividad laboral como una de las formas en que se procura conseguir dicho estado) y pone en evidencia, además, los deseos edípicos y las exigencias del superyo. La búsqueda laboral en un adolescente tardío -como podríamos suponer en el ejemplo de Freud- se desarrolla en un momento en que se torna inevitable el logro de la tarea psíquica del desasimiento de la autoridad de los padres. Estos han sido desinvestidos como ideales y ello deja al adolescente en un estado de orfandad que lo lleva a perseguir modelos extrafamiliares. En este proceso, en que se desarrolla el encuentro de un lugar para el yo en grupos jerárquicos, tiene un papel relevante un tipo de representación que Freud denomina el iniciador. El yo del adolescente tiene como destino insertarse en diversos ámbitos para desarrollar sus vínculos laborales. Estos vínculos se despliegan inicialmente como relación del yo con las representaciones, y luego se trasmudan en un vínculo con los otros. El iniciador es una representación inconciente que tiene el valor de una transacción entre los deseos edípicos y el narcisismo, por un lado, y la exigencia de insertarse en espacios laborales por otro. El iniciador laboral realiza dicha transacción entre la necesidad de trabajar y el temor a seguir el destino supuesto en el padre, del cual el niño se ha decepcionado. El psiquismo del adolescente genera relaciones jerárquicas en que alguien ubicado en el lugar de jefe o maestro ocupa el lugar hegemónico, con un grupo de iniciados ubicados en distintos estratos y categorías. Los vínculos homosexuales (que se observan claramente en el grupo de pares de los adolescentes) quedan transformados en términos institucionales. En el relato del adolescente imaginario de Freud encontramos el vínculo homosexual transformado en enlace jerárquico con un jefe y, a la vez, sustentado aun por un encuentro con el objeto heterosexual.

De acuerdo con la percepción de esta complejidad podemos plantearnos interrogantes en una doble dirección: así como debemos prestar atención a los componentes pulsionales y los procesos inconcientes de cada sujeto y su incidencia sobre lo familiar, grupal y/o comunitario, también la consideración inversa resulta inherente al psicoanálisis.

Aspiraciones individuales e intereses comunitarios

En un artículo de la recientemente aparecida versión argentina de Le Monde Diplomatique <<el Dipló>>(4) su autora se plantea la incidencia de la privatización de los servicios llamados públicos y distingue entre las nociones de ciudadano y de consumidor: "Aquí entran en juego –dice- las nociones de consumidor, usuario y cliente, que remiten a quien adquiere lo que desea o necesita a un determinado precio y que, según su capacidad de pago, puede exigir determinada calidad. Un consumidor-usuario-cliente solo puede exigir contraprestaciones acordes al dinero que paga, con independencia de los problemas de accesibilidad y de las garantías de regularidad y continuidad de los servicios, que quedan sometidas al único criterio de la rentabilidad empresarial. Un ciudadano-usuario, en cambio, enarbola el derecho de acceder al consumo de determinados bienes y servicios públicos con independencia de la capacidad adquisitiva determinada por el mercado". Ambas figuras, consumidor y ciudadano, remiten, respectivamente, a los bienes privados y a los bienes públicos. La preservación de estos últimos persigue como objetivo la integración social.

Los bienes que adquirimos en el mercado (un automóvil, por ejemplo) se caracterizan por su consumo excluyente: mientras conduzco mi vehículo no lo puede hacer otro. Los economistas denominan bienes privados a las mercancías que no pueden consumirse simultáneamente. Por el contrario, los bienes públicos, como el alumbrado de la calle o un parque, se pueden consumir simultáneamente. Estos últimos poseen dos propiedades fundamentales: la oferta conjunta y la imposibilidad de exclusión. Un bien que se ofrece conjuntamente está a disposición de los consumidores en iguales cantidades. La luz de un faro, por ejemplo, no ilumina más a un barco que a otros. El consumo individual de tales bienes no resta en nada al consumo por parte de los otros (al contrario que los bienes privados).

En segundo lugar, resulta muy difícil que alguien se vea excluido del consumo de un bien público. Un aparato de radio es un bien privado que no todo el mundo tiene, pero si se cuenta con él no se puede impedir el libre acceso a las emisiones radiofónicas, que son un bien público.

Cabe señalar que la distinción que pretendo examinar aquí no es, en rigor, aquella referida a lo público y privado según su caracterización estrictamente económica, sino más bien, la diferencia y relación entre lo individual y comunitario (5).

En El malestar en la cultura Freud señala el irremediable antagonismo entre las exigencias pulsionales y las restricciones impuestas por la cultura. Según este autor lo cultural comprende la transformación de la naturaleza y la regulación de los vínculos. Así lo afirma: "La cultura muestra dos aspectos. Por un lado, todo el saber y poder-hacer que los hombres han adquirido para gobernar las fuerzas de la naturaleza y arrancarle bienes que satisfagan sus necesidades; por el otro, comprende todas las normas necesarias para regular los vínculos recíprocos entre los hombres y, en particular, la distribución de los bienes asequibles. Esas dos orientaciones de la cultura no son independientes entre sí; en primer lugar, porque los vínculos recíprocos entre los seres humanos son profundamente influidos por la medida de la satisfacción pulsional que los bienes existentes hacen posible; y en segundo lugar, porque el ser humano individual puede relacionarse con otro como un bien él mismo, si este explota su fuerza de trabajo o lo toma como objeto sexual…

Parece más bien, que toda cultura debe edificarse sobre una compulsión y una renuncia de lo pulsional; ni siquiera es seguro que, en caso de cesar aquella compulsión, la mayoría de los individuos estarían dispuestos a encargarse de la prestación de trabajo necesaria para obtener nuevos medios de vida….

Lo decisivo será que se logre (y la medida en que se lo logre) aliviar la carga que el sacrificio de lo pulsional impone a los hombres, reconciliarlos con la que siga siendo necesaria y resarcirlos por ella". (Freud, 1930, págs. 6-8). La regulación de los vínculos impone un freno a la arbitrariedad en el sentido de que el territorio de lo comunitario requiere la supresión o morigeración de la ley del más fuerte.

Si bien nuestro abordaje se centra en las hipótesis psicoanalíticas resulta interesante advertir que son muchas las disciplinas científicas, cada una desde su enfoque específico, que se han ocupado de la relación antagónica entre lo individual y lo colectivo, la economía, la sociología y la biología entre ellas.

De la historia de la especie Freud conjetura que por la posibilidad de mejorar su suerte mediante el trabajo el hombre tomó conciencia de la utilidad de la vida en común y es acerca de la perpetuación de esta vida en común a la que nos referiremos en lo que sigue. Con el desarrollo y progresiva organización de las sociedades se fueron imponiendo a los individuos un conjunto de normas como requisito para su participación comunitaria, requisito que Freud denomina renuncia a la satisfacción pulsional. Estas normas éticas, garantes de la subsistencia de la cultura, cuya obediencia compete tanto a los ciudadanos como al Estado, pueden ser transgredidas tanto por los primeros como por el segundo, siendo la guerra, por ejemplo, una de las posibles ocasiones en que el Estado viola tales restricciones.

Encontramos numerosos autores que han estudiado los efectos de la violencia en la subjetividad y en los lazos comunitarios. Un aspecto singular lo constituye el modo en que el debilitamiento ético de los líderes repercute en la comunidad de individuos.

Pero antes de considerar con mayor profundidad la eficacia intersubjetiva de la violencia, revisemos el desarrollo anímico individual. Freud se pregunta acerca del "proceso por el cual un individuo humano alcanza un nivel superior de eticidad" (Freud, 1915, pág. 282) y señala que los fundamentos debemos buscarlos en sus mociones pulsionales elementales. Estas, específicamente las egoístas y crueles, atraviesan un extenso proceso de transformaciones hasta su plasmación definitiva. Pueden, en el adulto, ponerse en práctica o bien quedar inhibidas, orientadas hacia otras metas, mudarse de objeto, e inclusive volverse sobre la propia persona.

En rigor, Freud sostiene que la "aptitud para la cultura", esto es la transformación de pulsiones egoístas por influencia del erotismo, responde, por un lado, a exigencias internas y, por otro, a la compulsión externa. Pero esta última no solo influye por vía del amor sino también por recompensas y castigos, en cuyo caso el individuo puede desplegar una acción culturalmente buena sin haber traspuesto dentro de sí sus inclinaciones egoístas en aspiraciones sociales. La pregunta que algunos autores se plantean es ¿porqué participaríamos en acciones colectivas? Así, Olson (6), por ejemplo dice que los individuos racionales no participarían en las acciones colectivas para obtener un bien común a menos que se los coaccione para ello o se los estimule a través de un bien privado. Estos debates dieron lugar a señalar lo que se ha dado en llamar el problema del gorrón (con este término se alude a los que sin participar de los costos de una acción colectiva se benefician de ella). Así, solo por fines egoístas alguien podría desplegar una conducta sobre la cual un conocimiento superficial de ella no nos permitirá discernir ambas posibilidades: la que deriva de la transformación pulsional y la egoísta, que no dudamos en llamar hipocresía.

El nivel superior de eticidad que Freud hace participar como requisito de la participación comunitaria supone el lugar para lo diferente. En este sentido, cuando aquel sostuvo que "podía suponerse que los grandes pueblos habían alcanzado un entendimiento suficiente acerca de su patrimonio común y una tolerancia hacia sus diferentes que <<extranjero>> y <<enemigo>> ya no podían confundirse en un solo concepto" (Freud, 1915, pág. 278) podemos interrogarnos acerca del origen de "lo extranjero" (lo diferente) en lo anímico. Para Freud el encuentro con una sustancia vida diferente pero químicamente afín permite el surgimiento de una tensión vital que se oponga a la tendencia a la inercia orgánica. También existe el riesgo de que el encuentro con lo diferente se torne mortífero si más que la afinidad en la diferencia se pretende la identidad. Señala Maldavsky que "la generación de la afinidad en la diferencia resulta una condición necesaria para el desarrollo de los procesos complejizantes" (1997, pág. 356). La complejización anímica progresiva lleva a la generación de lógic as cada vez más sofisticadas que permiten encontrar la afinidad en la diversidad y, por el contrario, estructuras y procesos psíquicos y vinculares de menor complejidad conducirían a la confrontación y la aniquilación. Kaës (1995) ha descripto la inconsistencia de las representaciones identificantes cuando el contrato en que se sostienen no se mantiene y dice que "dicho proceso se acompaña de una desvalorización narcisística y en consecuencia de un rechazo de la identidad y de la alteridad internas" (pág. 84). La reacción más intensa al surgimiento de la diferencia consiste en degradar un proceso anímico y vincular a la categoría de lo orgánico. Tal vez ello quede expresado en la situación en la que un jefe le dice a su subalterno "vos sos del riñón", aludiendo por un lado a su pertenencia al equipo y a la confianza que se le brinda y, por otro, a un requerimiento de identidad e indiferenciación. Se trata de una lógica según la cual los distintos miembros constituyen un cuerpo único y quedan indiferenciados. Desde este criterio, un paciente que padecía graves afecciones orgánicas se refería al conjunto de las empresas familiares como "la corporación".

Sobre la pulsión social

He aludido a la guerra con un doble propósito: por un lado, porque en ella se observa con nitidez la destrucción de los lazos sociales, por otro, porque permite comprender, como si colocáramos una lente de aumento, algunos fenómenos del ámbito laboral (7). Probablemente algo similar indicaba Lévi-Strauss cuando afirmó que " los intercambios son guerras resueltas pacíficamente y las guerras son los resultados de transacciones malogradas". Freud, por su parte, refiere que "el trabajo es poco apreciado, como vía hacia la felicidad, por los seres humanos. Uno no se esfuerza hacia él como hacia otras posibilidades de satisfacción. La gran mayoría de los seres humanos solo trabajan forzados a ello, y de esta natural aversión de los hombres al trabajo deriva los más difíciles problemas sociales" (1930, pág. 80, n. 6). Ahora, por lo tanto, tomaremos el mundo del trabajo como el escenario privilegiado para el despliegue de la pulsión social.

La noción de pulsión social (junto con sus conceptos relacionados) resulta de gran valor para pensar tanto los problemas clínicos (sobre todo aquellos referidos a la intersubjetividad) como las vicisitudes institucionales y, en particular, lo relativo a la organización del trabajo. De manera más o menos explícita en distintos textos Freud se ha ocupado de la pulsión social que, en definitiva, no es sino una composición que se deriva de su teoría pulsional y, en especial, en cuanto la libido tiende a formar unidades cada vez más complejas. No obstante, para Freud la pulsión social no es una moción primaria (originaria) e irreductible, no se trata para él del instinto gregario. Por el contrario, se trata de una inclinación descomponible en elementos egoístas (autoconservación), eróticos (libido homosexual) y agresivos. Al mismo tiempo señala que el ser humano más que un animal gregario es un animal de horda, en lo que se destaca el lugar privilegiado que, entre los otros, tiene el jefe o líder.

La actividad laboral sostenida en la pulsión social, entonces, es un método apto para orientar la hostilidad en el sentido de lo útil.

Reunamos ahora lo esencial de lo planteado hasta acá: buscamos entender como el individuo construye su sentimiento comunitario. Para ello debe renunciar a la satisfacción sexual inmediata, transformar su rivalidad en un sentimiento positivo y, todo ello, orientado por la utilidad.

Es a través de la indagación de la vida anímica infantil que se ha podido acceder a los eslabones iniciales del sentimiento comunitario. El niño, imposibilitado de persistir en su rivalidad fraterna sin perjudicarse, es empujado a identificarse con los otros niños (hermanos, compañeros de escuela). Dicha rivalidad, centrada en los celos y envidia, deviene en un incipiente espíritu comunitario en virtud de conservar el amor de los padres. Resulta elocuente una frase Freud: "...la justicia social quiere decir que uno se deniega muchas cosas para que también los otros deban renunciar a ellas" (Freud, 1921, pág. 114)(8). Aquel sentimiento comunitario, entonces, deriva de un cambio de signo de un sentimiento inicialmente hostil en un sentimiento tierno.

Me he referido ya a la exigencia de la renuncia a la satisfacción pulsional que impone una inhibición a la meta sensual. Las pulsiones sexuales de meta inhibida (ternura) por estar impedidas de una satisfacción directa resultan particularmente aptas para la formación de lazos perdurables. Ello más un tipo particular de identificación son los fundamentos de la pulsión social.

Freud distingue 3 modos de identificación. La identificación primaria, como forma originaria de lazo afectivo, la identificación secundaria y la identificación a partir de un elemento en común, siendo esta última la que participa en la formación del sentido comunitario. Es decir, la transformación de vínculos hostiles deriva de esta identificación recíproca "bajo el influjo de una ligazón tierna común con una persona situada fuera de la masa" (Freud, 1921, pág. 115). Podemos agregar que esta identificación por comunidad resulta de la constitución del superyo-ideal del yo (proyectado en un líder y luego introyectado) y posibilita una ligazón fraterna necesaria para el desarrollo de vínculos sociales y proyectos significativos.

Asimismo, Freud sostiene que en la vida psíquica el otro puede quedar colocado en cuatro lugares: modelo o ideal, objeto, auxiliar o ayudante y enemigo o rival. Estos lugares se constituyen en el aparato psíquico de un modo necesario y no contingente, y el yo inviste con ellos a diferentes personas, primero pertenecientes al ámbito inmediato y luego a contextos cada vez de mayor abarcatividad.

La libido homosexual (apartada de su meta sexual) apoyada en la autoconservación "gestan así la contribución del erotismo a la amistad, la camaradería, el sentido comunitario y el amor universal por la humanidad" (Freud, 1911, pág. 57).

Esta cita aprecia un conjunto de representaciones-grupo con un grado creciente de abarcatividad y abstracción -de la amistad a la humanidad-. Si la realidad exterior, como ya hemos dicho, se genera por un proceso proyectivo, esta transformación complejizante del aparato psíquico genera un exterior, lo social, en el que el yo se inserta. La pulsión social, entonces, inviste un tipo de representación-grupo en el que el yo encuentra un ámbito para insertarse laboralmente.

Desde la teoría de las representaciones el superyo consiste en un conjunto de frases que tienen las características de un imperativo categórico. Estos mandatos resultan leyes inapelables y el yo se rinde sin crítica (tal como sucede con el discurso de quien está ubicado en el lugar del ideal). El imperativo categórico central es el que surge con la prohibición edípica: "así como yo has de ser, pero así como yo no has de hacer". De este imperativo luego surgen otros que derivan de las distintas pulsiones: de la pulsión sexual surgen mandatos que prohiben la masturbación, o ciertas metas u objetos contrarios a la procreación. Desde la pulsión de muerte, la orden impone el registro de la finitud de la propia vida. De la pulsión de autoconservación, por último, la indicación queda expresada en términos de ¡ganarás el pan con el sudor de tu frente!, esto es, la necesariedad de trabajar para sustentar las necesidades orgánicas. Inicialmente el yo se rebela contra estos imperativos y sólo posteriormente logra conquistar las razones de estos mandatos y así puede transformar la obediencia ciega en acuerdo con el superyo (cuyo ideal tiende a realizar).

Retomemos la teoría de las funciones porque es probable que la principal función del superyo sea actuar como portador de los ideales del yo, y decimos que es la principal en tanto las otras dos (conciencia moral y autoobservación) se producen a partir de los ideales, separados del yo y según los cuales este se mide. Así lo describe Freud: "Pero esta situación en apariencia simple se complica por la existencia del superyo, quien, en un enlace que aún no logramos penetrar, reúne en sí influjos del ello tanto como del mundo exterior y es, por así decir, un arquetipo ideal de aquello que es la meta de todo-querer alcanzar del yo: la reconciliación de sus múltiples vasallajes"(1923, pág. 157). El ideal del yo contiene, entonces, un conjunto de pensamientos sobre la meta a la que se puede aspirar y también acerca de qué es lo exigible para cada quien.

El ideal del yo surge como resultado de las transformaciones acaecidas sobre la propia erogeneidad que se destila como valor. Las diferentes fijaciones pulsionales determinan la producción de rasgos específicos en cada contenido del ideal. El contenido del ideal deriva del procesamiento de la voluptuosidad. Las observaciones clínicas señalan la correspondencia de cada fijación pulsional con un valor que, a su vez, halla su expresión como lenguaje del erotismo y el modo particular de establecer vínculos interindividuales significativos. La erogeneidad primordial, por ejemplo, que inviste los propios órganos y procesos intrasomáticos es el punto de fijación de los pacientes psicosomáticos. Esta sensualidad se expresa en lo anímico en términos de ganancia, término que alude a una realidad utilitaria, numérica. El ideal de la ganancia, entonces, expresa la incidencia específica de la libido intrasomática y cuando predomina este ideal, y el yo se adhiere a él, deviene una estructura de carácter sobreadaptado y, cuando supone que es el otro el que obtiene una ganancia surge la manifestación psicosomática (9).

La erogeneidad anal primaria queda trasmudada en el ideal de justicia, y lo hallamos con particular insistencia en los pacientes paranoicos y transgresores. El paranoico se supone víctima de maltratos e injurias a lo cual le sigue un afán de venganza.

He desarrollado muy sucintamente estos dos tipos de ideal, descriptos por su contenido no por su forma, pues ambos cobran particular relieve en cierto grupo de pacientes.

Consideremos ahora la representación-grupo desde el punto de vista formal. Hemos visto como Freud considera la complejización de los ámbitos de inserción del yo en términos de una cada vez mayor abstracción y abarcatividad. Aquella representación se constituye sobre el supuesto de que los semejantes poseen un yo e ideal similares. Se trata de un producto anímico desarrollado en el yo de cada individuo a partir del cual este se inserta y realiza acciones en grupos específicos. La inclusión del yo en la vida institucional impone la producción de una lógica diferente y más compleja que la requerida para la participación en el grupo familiar o de amigos. Entre otros factores, en el caso del trabajo, la mayor sofisticación deriva de las exigencias en cuanto al procesamiento pulsional que ateniéndose al miramiento por lo útil, impone una mayor postergación de su satisfacción.

La historia cultural muestra que inicialmente el primer trabajo del hombre fue matar y, progresivamente, con el desarrollo de las formas de organización social tuvieron lugar importantes cambios. Leamos otra cita de Freud: "Después que el hombre primordial hubo descubierto que estaba en su mano mejorar su suerte sobre la Tierra mediante el trabajo, no pudo serle indiferente que otro trabajara con él o contra él. Así el otro adquirió el valor del colaborador, con quien era útil vivir en común"(1930, pág. 97).

Freud, al respecto, considera que fueron razones egoístas las que llevaron a concertar acuerdos recíprocos entre los individuos como modo de poner freno a las mociones destructivas. Las formas y métodos de organización laboral se fueron modificando en correspondencia con las formas de organización comunitaria. Cuando Freud señala que el trabajo une firmemente al individuo a la realidad está planteando, entre otras cosas, la necesidad de postergar el provecho personal en favor del bien comunal, o, al menos, la importancia de hacer concordar la significatividad anímica (individual) del trabajo con la significatividad comunitaria.

Diversidad, cooperación y procesos institucionales

Ya nos hemos referido a la importancia del sentimiento comunitario, al espacio común que debe albergar la afinidad en la diferencia, al procesamiento pulsional que da lugar a la pulsión social y a la representación-grupo que esta inviste.

Avancemos pues en la consideración de los procesos institucionales. La teoría psicoanalítica sostiene la hipótesis de que las relaciones interindividuales tienen como fin privilegiado procesar las exigencias pulsionales y, secundariamente, las que provienen de la realidad y el superyo.

En el caso de las instituciones, el triple vasallaje (que empuja a la complejización) proviene de las aspiraciones de grupos e individuos de la propia organización, de las tradiciones y de la realidad intra y extrainstitucional.

El modo en que una organización específica (y en especial su líder) dé cabida a estas tres fuentes de incitaciones (amos) contiene la clave para la generación y continuidad de proyectos. Cada uno de estos amos posee sus propios representantes en el seno mismo de la institución, respecto de los cuales el líder debe hallar caminos para múltiples transacciones. Los principales encargados de responder a esta triple exigencia son aquellos responsables de las decisiones principales (centralmente el líder).

Tales exigencias (las provenientes de las aspiraciones comunitarias, las tradiciones y la realidad) reúnen dentro de sí fragmentos heterogéneos, por lo que se advierte la complejidad de conflictos posibles. Así, pueden desarrollarse, por ejemplo, enfrentamientos entre representantes de las aspiraciones internas con representantes de las tradiciones (es decir, entre los representantes de distintas exigencias) o bien, entre los representantes de un mismo amo entre sí (por ejemplo, pugnas entre grupos que atribuyen diferentes significados a una misma realidad).

Por lo tanto, coexiste una diversidad de factores (ente los cuales se arman alianzas, rivalidades, desconocimiento, etc.) frente a lo que los decisores deben responder con una lógica cada vez más sofisticada. Los riesgos de fragmentación, entonces, también son numerosos.

Al hablar del pensamiento apocalíptico, Maldavsky señala que este "condena todo proyecto, toda iniciativa comunitaria que abra el futuro a lo posible, a lo nuevo, y pesquisa y magnifica en cada producción sublimatoria los restos de una voluptuosidad irrestricta, por lo cual dicha producción queda anatematizada como introductora de la disolución en los lazos sociales" (1991, pág. 267). Cuando este tipo de pensamiento es encarnado por el líder se va plasmando un despotismo creciente correlativo de una degradación de las identificaciones recíprocas. El liderazgo se va envileciendo progresivamente ante la falta de respuestas adecuadas para hallar transacciones entre las tres fuentes de exigencias. En la organización dirigida por un líder apocalíptico se va desestructurando la pulsión social, uno de cuyos componentes –la autoconservación- se trastorna como en el caso de las personas que perpetran el suicidio. Tal puede ser la situación de aquellos conductores que arrastran su empresa consigo hasta la tumba.

El liderazgo apocalíptico se torna cada vez menos representativo con los consiguientes efectos de supresión de la diversidad, la tendencia a una nivelación descomplejizante y la abolición de los nexos sociales de tipo solidario (requeridos para el trabajo en común). El pensamiento de Kaës apunta en la misma dirección cuando afirma que "en algunos individuos, la reivindicación de la individualidad es tanto más intensa cuanto más prevalentes y activas son las fuerzas de la masa. En esos casos, no existe en realidad identidad colectiva fundada sobre identificaciones mutuas, ni localización de adversarios sociales, y en consecuencia no existe tampoco identificación correlativa de sí mismo y del otro... Solo subsisten explosiones efímeras, expresiones esporádicas, ni organizadas ni duraderas. Lo que se evita así es la continuidad de un movimiento organizador" (1995, pág. 85).

El fenómeno de la corrupción tal vez constituye un capítulo particular y destacado dentro del universo de las patologías organizacionales, cuya razón remite a fallas en el liderazgo. Precisamente, Etkin, en un artículo sobre la corrupción propone que "el concepto de enemigo interno refiere a la ausencia de valores en la conducción" (10) y destaca la forma en que ciertos modelos de gestión incorporan al interior de la empresa la inmoralidad y la injusticia. De allí, sin duda, se presenta una situación paradojal en cuanto "se supone que pueden mentir para capturar clientes, pero deben ser creíbles en su trabajo con los demás " (ibídem 10).

La organización (empresa, institución) constituye un espacio común en el cual están presentes las diferencias y las jerarquías, no obstante debe reconocerse que los intereses en juego no son estrictamente personales. Dicho de otro modo, para que los intereses particulares posibles tengan cabida en una institución, la organización requiere sostenerse en aspiraciones del conjunto. La corrupción, entonces, aparece como un trastorno de la ética, afectando ciertos valores como la confianza y el esfuerzo participativo.

Desde el punto de vista de la práctica en las organizaciones, el abordaje de este tipo de problemas requiere de instrumentos de recolección de información, un esquema teórico que permita su lectura y comprensión así como metodologías de intervención. En este marco propongo subrayar dos términos, sinceridad y cooperación, cuya utilidad deriva no de una visión ingenua sino de su inclusión a partir de una categorización conceptual.

Pocas veces Freud se ha referido a la sinceridad y, menos aun, ha precisado una explicación metapsicológica. Pero, al mismo tiempo, en cada ocasión ha destacado su importancia. Una de tales ocasiones es una carta a Groddeck a quien le dice que para responderle debe sustituir "la común cordialidad por la sinceridad analítica" (11). Habitualmente sobre el diálogo analítico es que Freud alude a la sinceridad que se le solicita al paciente así como a la incidencia positiva de su observancia.

La práctica de la sinceridad (con estricta discreción) como un deber, trae consigo mayor tolerancia entre los hombres y posibilita las vías para la transformación y complejización de los vínculos sociales. Meltzer (1971) por su parte, encara el problema de la sinceridad como un punto privilegiado de la metodología psicoanalítica en función de la cooperación recíproca que facilita. Luego de un extenso análisis el autor concluye que la intimidad es el corolario de la sinceridad, reservando el término "intimidad" no para la cualidad emocional de un vínculo sino para describir la distancia social: "sus límites serían el aislamiento por un lado y la fusión por el otro" (pág. 241).

Meltzer también se refiere a la confianza y distingue aquella que "está ligada a la dependencia y el amor a niveles infantiles e internamente" de la confianza en las relaciones adultas, determinada por "la estabilidad antes que la bondad" (pág. 177). Probablemente las organizaciones en las que predominan la corrupción o el liderazgo apocalíptico se estimule un tipo de confianza basada en una creencia que superpone al líder con el ideal. En cambio, la estabilidad que menciona Meltzer, refiere más a la credibilidad (y no a la creencia/ilusión/idealización) que favorece los vínculos de cooperación.

Distintos autores han destacado cómo la confianza favorece la cooperación y su importancia en el mundo del trabajo (Schlemenson, 1999; Dejours, 1998; Dessors y Molinier, 1998). Freud, en general, ha reservado el término cooperación para las relaciones intersistémicas (Precc.- Inc.) pero también ha indicado que la cooperación, consistente en respetar las condiciones de existencia del tratamiento, permite llevar a cabo el proceso terapéutico (trabajo) así como construir una nueva significación.

El problema de las acciones colectivas incluye el examen de la desconfianza y cómo este sentimiento mina la solidaridad del conjunto. En la práctica laboral de todos los días, los trabajadores se encuentran reiteradamente en la obligación de salir de la legalidad y hacer trampas con las consignas, no tanto por el placer del fraude sino, precisamente, con el fin de realizar su tarea lo mejor posible. Estas trampas, eficaces para el desarrollo de las tareas son costosas psicológicamente. Por un lado, aún siendo útiles en la organización y motivadas por esta, dichas modalidades no pueden ser objeto de ningún reconocimiento oficial por parte de la jerarquía (¿cómo felicitar a alguien que hace trampa?). Por otro lado, esta transgresión es fuente de desconfianza dentro del colectivo de trabajo (¿cómo confiar en alguien a quien se ve mentir de un modo tan creíble?). La confianza es un elemento indispensable para la cooperación. Es más, la confianza no es en absoluto un problema de prescripción sino una conquista a través de la elaboración de reglas comunes. Estas reglas no solo determinan las maneras de hacer sino que también organizan las condiciones de la cooperación, esto es, las maneras de decir y convivir. La construcción y conquista de estas reglas de trabajo implica un espacio específico de discusión en el que sea posible expresar las opiniones, los gustos y los valores en un marco de confianza. Gran parte del sufrimiento en el trabajo, entonces, surge de la percepción de una relación bloqueada entre el sujeto y la organización, cuando la cooperación está rota y la confianza se vuelve imposible.

Ante el sufrimiento que ello provoca los trabajadores deben implementar activamente ciertos mecanismos de defensa, individuales y/o colectivos. Estas defensas permiten a los trabajadores "mantenerse" en su empleo no obstante resultan altamente costosos para su economía psíquica. Dessors y Molinier señalan que "cuando ya no se puede actuar de acuerdo con lo que se cree que está bien, una parada consiste en suspender la inteligencia, en sacrificar la facultad de juzgar. Repliegue sobre sí mismo, inflación del individualismo, desinvolucramiento en el espacio público" (1998). Dejours, que se ha ocupado profundamente de los aspectos psicodinámicos en juego en la gestión de los recursos humanos, ha puesto de relieve la importancia del par confianza/cooperación e incluyó la noción de visibilidad (en la misma línea que nos referimos a la sinceridad). La visibilidad permite que aquellas "trampas" se objetiven en el colectivo de trabajo y se fortalezcan la cooperación y la coordinación. En caso contrario, la desconfianza va ganando terreno, el problema del poder (inherente a las instituciones) resulta solo una fuente de sentimientos de injusticia, y los miembros del colectivo solo pueden investirse como rivales (traidores) o aliados (cómplices).

Notas

(1) Deseo citar aquí un artículo que hace más de tres décadas se planteaba interrogantes semejantes: "Otra preocupación surge, algo paradójicamente, de la influencia del pensamiento psicodinámico sobre las ciencias sociales. Quizá se podría plantear el problema de la siguiente manera, aunque en una forma excesivamente simplificada. Puesto que el desarrollo y el funcionamiento de la sociedad están estrechamente interrelacionados con factores tales como la familia y la pertenencia a un grupo y la cultura en que una persona crece y vive, se ha producido una amplia reacción contra el proceso lento y penoso que caracteriza el modelo psicoterapéutico como medio de ayudar al individuo. Así, las raíces biológicas y la estructuración de la personalidad parecen descartarse a favor de lo que pueden lograr los procesos sociales. No cabe duda de que el medio social puede perturbar el funcionamiento eficaz del individuo, sea a través de los rasgos generales de la cultura en la que vive, sea que los factores nocivos estén limitados a sectores del medio social, por ejemplo, su situación ocupacional. (…) las personas altamente desarrolladas, creativas y eficaces pueden degradarse con sorprendente rapidez y convertirse en restos irreconocibles e incluso irreversibles d e lo que fueron. Los horrores de los campos de concentración pusieron este hecho tan penosamente de manifiesto que aun nos resulta difícil de asimilar". (J.D. Sutherland; "El psicoanálisis en la sociedad posindustrial", Revista de Psicoanálisis, vol. XXVIII, n° 3, 1971).

(2) Verón, Eliseo; Conducta, estructura y Comunicación, pág. 13, Amorrortu Editores, 1995.

(3) Op. cit., pág. 13.

(4) Thwaites Rey, Mabel; "La esencial noción de ciudadanos-usuarios", en Le Monde Diplomatique <<el Dipló>>, Año 1, número 2, Agosto 1999.

(5) Estamos considerando lo comunitario en el sentido de lo colectivo y no de lo público.

(6) Véase F. Aguiar (comp.), Intereses individuales y acción colectiva, Ed. Pablo Iglesias (1991).

(7) Así como Freud partió de la melancolía para estudiar el duelo.

(8) Es notable que un ensayo de filosofía política de Jean-Pierre Dupuy que indaga sobre la justicia social lleve por título El sacrificio y la envidia.

(9) En otra ocasión he reflexionado sobre la hipótesis según la cual entiendo que cada cuadro clínico dota a la actividad laboral de una significatividad específica. Ello en el doble marco de examinar las particularidades con que cierto grupo de pacientes (los que padecen trastornos psicosomáticos) plasma su vida laboral, por un lado, y la carencia de subjetividad, por otro. En este sentido el trabajo resulta una de las expresiones posibles tanto de la vitalidad pulsional cuanto de los estados anímicos de desvalimiento.

(10) Etkin, Jorge; "Los enemigos internos de la organización: el vacío ético", en Actas del IV Simposio Nacional de Análisis Organizacional.

(11) Carta del 5-06-1917.

Bibliografía

Dejours, Ch.; (1998) El factor humano, Ed. Lumen HVMANITAS.

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