Política del Psicoanálisis

El fracaso de las instituciones "psicoanalíticas"
Carta abierta a la red de foros

Michel Sauval
ms@sauval.com
www.sauval.com

(Viene de la Primera Parte)


Segunda Parte
12/12/1998


 

La politización del psicoanálisis

Desde siempre el psicoanálisis ha abordado el problema de la cultura.

Ello por dos razones fundamentales.

Una razón es económica. El psicoanálisis no constituye una especialidad médica y por lo tanto no se inscribe como tal dentro del menú general de las prestaciones médicas y sanitarias.

Su oferta en el mercado profesional (o de los saberes, o como cada cual quiera llamarlo) requiere de otras vías. Esto implica que su inscripción en la cultura es tan importante como su inscripción en el campo de la salud mental para la constitución de un mercado propicio a las demandas de análisis y la existencia económica y física de los analistas.

La otra razón es clínica. Como bien señala Freud en el comienzo de su "psicología de las masas", "en la vida anímica del individuo, el otro cuenta con total regularidad".

En ese sentido, debemos tener presente que el psicoanálisis es un producto histórico, y que si bien en algún sentido podríamos reseñar, retroactivamente, la presencia de "histeria" en muchas épocas pasadas, el psicoanálisis como partenaire de la misma solo es posible en la medida en que la histeria encarna cierta subjetividad propia de una determinada época. Para decirlo de modo mas preciso, y con palabras de Lacan, "el sujeto sobre lo que opera el psicoanálisis es el sujeto de la ciencia", donde la referencia a la ciencia, aquí, es a la ciencia moderna. A lo cual cabe agregar que dicha ciencia moderna, a su vez, es también un producto histórico, que al igual que el psicoanálisis, debe asociarse al advenimiento del capitalismo como modo de producción dominante.

En consecuencia, siempre ha sido necesario para el psicoanálisis, para poder precisar su ubicación, realizar determinados abordajes de la cultura y el campo de lo social. Ya lo decía Lacan en el comienzo de su enseñanza: "mejor pues que renuncie quien no puede unir a su horizonte la subjetividad de su época".

El problema que aquí se plantea es que muchos olvidan que esas incursiones teóricas del psicoanálisis sobre lo social solo constituyen fragmentos de un circuito que recién se cierra cuando hemos retornado a nuestro campo práctico específico: el dispositivo analítico.

Por ejemplo, muchos olvidan que el titulo freudiano de "psicología de las masas" se completa con el de "análisis del yo" y que los análisis freudianos del ejército, la iglesia o el grupo de jovencitas pupilas, como el de cualquier otra formación social parcial o fragmentaria, nunca pretendieron ser una guía para la acción práctica en el ámbito propio de esas formaciones sino solo una incursión necesaria para poder pensar, para el caso, el tema de las identificaciones en relación a la práctica específicamente psicoanalítica.

Al mismo tipo de abuso se somete, por ejemplo, la formalización lacaniana de los 4 discursos, al suponer que el matema del "discurso del amo" o el del "discurso universitario" podrían constituir una guía para la acción en el campo de lo político o de la universidad, olvidando que todo el funcionamiento de la estructura del discurso (lugares, secuencia de las letras y giros) solo tiene por objetivo concreto formalizar el estatuto del acto analítico (el cuarto de giro del "discurso de la histeria" al "discurso del analista").

Ya cayeron bastante en el ridículo nociones como las de "inconsciente colectivo". Pero son muchos en cambio los que hoy proponen, sin ruborizarse, la noción de goce como "factor político", cuando sabemos que dicha noción está tan indisolublemente ligada a la dimensión de lo particular como la de inconsciente.

El psicoanálisis es la teoría de una práctica articulada en torno al dispositivo analítico y la dimensión de lo particular y la validez de sus incursiones en otros campos solo se verifica en la medida en que el circuito retorna a su campo práctico específico. Este es el punto que no han entendido críticos como Alan Sokal u otros respecto de las "deformaciones" sistemáticas que ha realizado Lacan sobre todas y cada una de las nociones y conceptos que ha importado desde otras prácticas hacia el psicoanálisis. Esta es la razón también por la que jamás fue relevante la exactitud histórica o antropológica de "Tótem y Tabú".

Lo grave, en realidad, es que parece que esta lógica es algo que tampoco comprenden muchos psicoanalistas, perdiendo de vista que, de modo similar, cualquier procedimiento inverso, es decir, cualquier intento por transportar conceptos psicoanalíticos a otros ámbitos prácticos exige, forzosamente, una transformación de los mismos que los alejará en la misma medida del psicoanálisis. Así, por ejemplo, es común usar el término "síntoma" en varios ámbitos, pero no se tratará del mismo concepto en cada uno de ellos y, consecuentemente, tampoco tendrán el mismo tipo de validación ni constituirán una guía común para la acción práctica.

Al no respetar estos distingos muchos analistas se han lanzado a la aventura de teorizar e interpretar todo el campo de lo humano desde una perspectiva psicoanalítica, desoyendo la vieja recomendación de Freud de no hacer del psicoanálisis un nuevo "Baedecker" filosófico-político-existencial.

En ese sentido hay un punto que condensa muchos malentendidos: la importancia asignada al lenguaje. En efecto, el psicoanálisis ha descubierto la relación esencial del ser humano con el lenguaje. Pero por esencial que sea esa relación este no es el único nivel de constitución y determinación de la condición humana.

Está claro que esta relación es esencial en lo que a la práctica analítica se refiere.

Pero no es forzosamente la principal en otros ámbitos.

Es posible que haya homologías entre las diferentes lógicas que ocupan una posición dominante en diferentes ámbitos. Por ejemplo, el propio Lacan planteó la noción de "plus de goce" en homología con la noción marxista de "plusvalía". Pero la homología no significa equivalencia estricta, ni superposición lisa y llana de los diferentes registros. Siguiendo con el ejemplo anterior, esto significa que, a pesar de su homología, la noción de "plus de goce" no es apta para abordar los problemas de la lucha de clases así como tampoco lo es la de "plusvalía" para abordar los problemas de la clínica psicoanalítica.

Al descuidarse estas diferencias se ha producido una extensión, sin límites, de la preeminencia del lenguaje como orden de determinación, verificada en el dispositivo analítico, a todos los niveles de la existencia humana.

En realidad, este es un movimiento que no es exclusivo del psicoanálisis. Podríamos ubicar el comienzo de esta extensión de la primacía del lenguaje a los análisis de lo social con el surgimiento del estructuralismo, a partir del primer paso que dio Levi-Strauss en "El pensamiento salvaje". Desde entonces se ha desarrollado toda una corriente de pensamiento que parte de esa premisa y que abarca a los estructuralistas, neoestructuralistas, deconstructivistas y los actuales posmodernos.

El punto es que esta extensión ha sido propicia para alimentar la ilusión de que las conceptualizaciones psicoanalíticas de las relaciones del sujeto con el lenguaje serían de validez universal, es decir, que todo lo humano sería susceptible de ser abordado en estos términos.

Esto implica, forzosamente, una negación, mas o menos fuerte, de la primacía de otros eventuales órdenes de determinación.

Es lo que voy a tratar de poner en evidencia.

Para ello, voy a partir de uno de los lugares donde esta confusión ha echado sus mas fuertes raíces: en la insistencia de la idea de que una institución psicoanalítica que se precie de tal debe fundarse en algo propio del psicoanálisis.

En efecto, por cuestiones de lógica estricta, la inscripción reiterada, entre los principios de dichas instituciones, de la idea de que la misma no funcionará como una formación social más, la insistencia en afirmar que dicho funcionamiento será regido por principios propios del psicoanálisis, antes que garantizar relación especial alguna con el psicoanálisis, constituye un rechazo de la preeminencia de otras determinaciones propias del ámbito social, pues justamente supone la posibilidad de que, en el seno mismo de lo que es una formación social (una institución), la legalidad que funcione en posición dominante sea la del psicoanálisis.

Esta extensión de los principios del dispositivo analítico al funcionamiento asociativo e institucional de los psicoanalistas es correlativa, y reproduce, la extensión anteriormente señalada de la teoría psicoanalítica al universo de la existencia humana.

Salvando las distancias, todo parece indicar que aquí también valdría aquello de que "los no engañados ... erran"!!

Tratemos, entonces, de precisar bien el punto donde se produciría esa errancia.

En esta discusión acerca de si corresponde o no insistir en la idea de crear una institución fundada en el acto analítico son comunes tres tipos de anticipaciones.

La primera, parte de lo que sería una simple consideración de los efectos por el contrario: la prueba de a donde conduciría una institución que no inscriba entre sus principios aquella aspiración de extraterritorialidad, sería la IPA.

Pero como ya lo señalé antes, esto es algo falso. La pretensión de fundar la institución en algo propio del psicoanálisis es una situación común a todas las instituciones psicoanalíticas. En realidad esta es una idea ya muy vieja que en otros tiempos recibió otros tipos de justificaciones.

La IPA también ha inscripto entre sus principios esta pretensión de "extraterritorialidad" social. Quizás no de modo tan explícito como en el caso de las instituciones lacanianas, y quizás, además, esto se haya particularmente desdibujado con el correr del tiempo y con su constante adaptación a los criterios del funcionamiento empresarial. Pero también lo ha hecho. Para el caso, por la vía de los criterios de admisión.

En otros términos, el fracaso de la AMP para constituir una institución fundada en el acto analítico debe considerarse inscripto en una serie que no comienza siquiera con la EFP, sino en una serie que también incluye lo que ha ocurrido con la IPA.

En ese sentido, "para no hacer lo mismo que la IPA" no es una respuesta correcta a la pregunta "¿porqué la transmisión y desarrollo del psicoanálisis requeriría, como premisa, el rechazo, por parte de los psicoanalistas, de su condición social para su funcionamiento asociativo?"

La segunda anticipación agrega, a la anterior, la explicación freudiana de que el rasgo distintivo de las formaciones sociales serían los procesos identificatorios. En este caso lo que se suele subrayar es el carácter inevitable de los mismos. Pero, entonces, ¿cuál es el sentido de esta premisa de extraterritorialidad analítica?, ya que lo único que hace esta pretensión de constituir una formación social diferente de las demás formaciones sociales, amén de su obvia analogía con la posición neurótica del querer ser "diferente a los demás", es erigir la condición de psicoanalista en un nuevo rasgo de identificación. ¿Para qué agregar a la inexorabilidad de los procesos identificatorios este nuevo rasgo? ¿Qué solución aporta eso?

Por otra parte, este planteamiento también es una anticipación porque la inevitabilidad de los procesos identificatorios no es prueba alguna de que este sea el nivel de determinación esencial de las formaciones sociales.

La tercera anticipación completa la anterior con las teorizaciones lacanianas sobre el lazo social.

En cierto sentido, mas de uno podría insistir en que no es cierto que los psicoanalistas no tengan presente el choque de lógicas en juego en las instituciones psicoanalíticas.

Mas aún, ¿acaso no partí yo mismo de una cita de Colette Soler donde se afirma, precisamente, que el problema que todas las instituciones analíticas tienen que resolver es de la "tensión entre el discurso del amo y el discurso analítico"? ¿Acaso no agrega, la misma Colette Soler, a continuación, que "no hay agrupamiento humano que no esté estructurado por el discurso del amo", y que toda institución está enfrentada a esta aporía?

Sin embargo la evidencia de la repetición lleva a suponer que algo, en todo esto, no funciona tal como se lo ha pensado. Algo en todo esto sigue fallando.

Una y otra vez se sigue constatando la repetición del siguiente proceso:

Y así, el ciclo vuelve a repetirse.

Ya he escuchado decir que debemos asumir esa repetición como inexorable y que hay que seguir insistiendo pues lo contrario sería ceder ante lo imposible implicado en la misma, es decir, quedarnos en la impotencia. A mi me parece que la cuestión es exactamente al revés: lo que nos reduce a la impotencia es perseverar en el punto de padecer los efectos de la repetición. El abordaje del imposible no pasa por resignarse a padecer su repetición sino por el trabajo que, a partir de la repetición, nos permita precisar correctamente ese punto de imposible. Decididamente, la perspectiva no puede ser la de ... "français, un effort de plus ..."

Veamos entonces si el problema no radica en la formulación misma con la que se lo teoriza, es decir, volver a pensar si esa formulación del problema es la correcta.

Por eso comencé señalando el problema del alcance que pueden tener nuestras teorizaciones de lo social desde los conceptos y herramientas del psicoanálisis.

En ese sentido, el punto a pensar sería el que S. André y otros plantean acerca de la función del no analista en la institución psicoanalítica, recordando, como él lo hace, el lugar de interlocutores privilegiados que les otorgaba el propio Lacan, a punto tal de admitir la posibilidad de colocarlos al nivel del control del acto del psicoanalista. "¿Dónde está hoy el no analista en nuestro movimiento? ¿Dónde están los filósofos, los lingüistas, los antropólogos, los sociólogos, los escritores, los artistas?" se pregunta S. André.

La función del no analista no se reduce a la simple intervención de ciertas personas. Ellas, de última, no podrían hacer otra cosa mas que recordarnos los límites propios que implican, por sí mismos, para el psicoanálisis, otros discursos, otras conceptualizaciones. Por lo tanto, la pregunta de S. André no debería pensarse tanto en términos de buscar donde están, físicamente, los no analistas (aunque estos sean necesarios para sostener, prácticamente, esos otros discursos y conceptualizaciones), sino en términos de por donde nuestras teorizaciones hacen caso omiso de los límites que les fija, tanto la especificidad de nuestra práctica, como la especificidad de otras prácticas.

Y al respecto, el primer punto donde habría que sospechar los efectos de la ausencia de esta función ¿no sería, precisamente, en el campo de nuestras teorizaciones de lo social, es decir, respecto del propio campo de donde provienen los no analistas?

Convendría prestar atención, por ejemplo, al problema que percibe uno de los pocos no analistas que he visto intervenir en la red de foros, Marlón Cortés, quien se pregunta acerca del funcionamiento de las instituciones como iglesias.

Una crítica en el mismo sentido ha sido dirigida por otro no analista, que no se inscribe institucionalmente en ningún lugar, y al que, a pesar de lo que piensan muchos psicoanalistas, me parece que habría que prestar oídos: Alan Sokal.

Lo que Sokal denuncia, a su modo, es cierta extensión sin límites de nuestras formulaciones, y la transformación de la teoría psicoanalítica (en la versión lacaniana) en una cosmovisión, lo que nos conduciría, a pesar del laicismo del psicoanálisis (y justamente por esta característica) a la creación de un nuevo tipo de religión.

Muchas de las cosas que dice Sokal son criticables y la misma exterioridad en la que él se coloca hace difícil todo diálogo con él. Pero aún desde esa exterioridad, y mas allá de las grandes falencias de sus deducciones, ¿no alcanza de todos modos a señalar lo que podría ser parte de nuestros problemas?

Otro no analista, un tanto mas afín al psicoanálisis, Jean Claude Milner, también subraya el problema de que ciertas direcciones, en el pensamiento del propio Lacan (lo que él llama "el primer clasicismo de Lacan"), nos conducen hacia un cierto trascendentalismo.

En síntesis, lo que mas de uno insiste en señalarle a los psicoanalistas lacanianos es que sus teorizaciones parecen no encontrar límite alguno y terminan transformándose en filosofía político-existencial o religión.

Creo que la misma cita de Colette Soler nos serviría para pensar el problema. En efecto, cuando ella dice que "no hay agrupamiento humano que no esté estructurado por el discurso del amo", lo que habría que percibir es que lo que realmente allí se afirma es que no hay ámbito que no pueda pensarse a partir de conceptos psicoanalíticos (puesto que "discurso del amo" es un concepto específicamente psicoanalítico).

Y esto implica forzosamente un rechazo (por no usar directamente el término forclusión) de todas las legalidades que no estén comprendidas por ese tipo de conceptualización psicoanalítica.

Por ejemplo, una de las cosas que allí se rechaza es la idea de que la sociedad esté regida por la lógica de la lucha de clases, es decir, por las leyes económicas y políticas planteadas por Marx. En ese sentido, la cita de C. Soler da cuenta de una posición, lamentablemente compartida por gran cantidad de psicoanalistas lacanianos, que supone que Marx, para el caso, es algo superado (es llamativo como los psicoanalistas, tan dispuestos a ser "clásicos" respecto de Freud, suelen ser tan "posmodernos" a la hora de la política).

Lo que debe quedar claro, sobre lo que no tenemos, ni podemos, hacernos los tontos (los "bobos", para retomar las expresiones en boga), es que esto es una posición política, una posición política en el propio campo de lo político y de lo social, pero que pretende justificarse desde el campo del psicoanálisis.

Para hacer mas concreto el debate, consideremos una de las variantes que adopta esta "politización" del psicoanálisis.

La caída del muro de Berlín y la enormidad de la actual crisis económica ha producido, en el campo de lo político, un profundo agotamiento ideológico en relación a los mecanismos justificatorios del capitalismo. Pero como no hay agotamiento argumentativo que sea definitivo, al menos hasta la caída real del modo de producción que los requiere, de alguna manera es necesario seguir haciéndolo.

El caballito de batalla actual consiste en deducir de esa caída del muro de Berlín y de la globalización económica la supuesta evidencia de la victoria del modo de producción capitalista y la desaparición de cualquier horizonte histórico que suponga un cambio de régimen social. En otros términos, podríamos caracterizar a todos los "nuevos" discursos ideológicos como fukuyamistas, en el sentido de que todos ellos acuerdan con la idea de que el modo de producción capitalista constituiría el último estadio en la historia de la humanidad, constituiría un régimen social infinito e inagotable (en el sentido de que no incubaría contradicciones insuperables). La expresión mas vulgar de esta hipótesis es la de la omnipotencia de los "mercados".

Ya no se trata entonces de justificar el régimen en sí (puesto que la premisa es que no hay otra cosa posible en el mundo) sino de desarrollar filosofías que den cuenta de cual sería la forma mas adecuada o conveniente para vivir en él. Y la misma difusión insistente y sistemática de este tipo de filosofías reafirma, a su vez, aquella premisa fukuyamista (lo llamativo es que las formas que toman estas argumentaciones, justificaciones y filosofías, en casi todos los casos, son las del escepticismo, las del descreimiento, las del individualismo, es decir, antes que la confianza y exaltación propias de la "victoria", mas bien la tónica de los "sálvese quien pueda" propios de un fin de régimen).

Los dos rasgos diferenciales de estas nuevas filosofías políticas son:

Correlativamente, hay dos ejes que permanecen ocultos:

Es en este marco que se inscribe cierta cooptación del psicoanálisis como la que denuncia O. Kernberg. De hecho, casi todo el pensamiento neoestructuralista, deconstructivista y posmoderno se ha volcado a esta tarea de soporte político.

Es así como asistimos a intervenciones directas en el campo político de pensadores como Derrida con su nueva "internacional" neo-marxista, o de personas íntimamente asociadas al psicoanálisis, como Slavoj Zizek (no solo como asesor directo del gobierno esloveno, sino también como teorizador de nuevas "concepciones" políticas fundadas en nociones psicoanalíticas), por tomar solo algunos ejemplos cercanos, por un lado u otro, al psicoanálisis.

Es interesante percibir que el llamado "affaire" Sokal, y la posterior crítica que este dirige hacia los lacanisno, se ha originó como una reacción y denuncia de esta función de soporte político por parte de los posmodernos (mas allá de que luego, intervención de los grandes medios de comunicación mediante, todo se haya diluido en una simple crítica metodológica).

Veamos ahora cómo se posicionan muchos psicoanalistas frente estos problemas.

Como ya lo dijimos, la mayoría se embarca en la tesis fukuyamista del ahistoricismo del régimen social. El eje de esa orientación política, desde la perspectiva de muchos psicoanalistas lacanianos, es el resuscitamiento milleriano del "famoso" matema del "discurso del capitalista", con el cual se pretender hacer una lectura del presente régimen capitalista en términos de un circuito que permitiría el encuentro del sujeto con el objeto de goce (para el caso, vía los objetos técnicos).

Así, por ejemplo, Pierre Bruno, en un viejo número de Quarto, planteaba lo que tantos otros consideran ya como una "enseñanza" adquirida: "con el discurso capitalista nos encontramos con un circuito cerrado. Es decir, gira en redondo, sin posibilidad de salida, de pasar a otro discurso, puesto que es desde la no relación (disyunción de la verdad y la producción) que se realiza la rotación". Basándose en la lectura de algunos párrafos de Lacan en "Televisión", en particular en la frase donde habla de "salida del discurso capitalista", P. Bruno llega a estas dos conclusiones claramente políticas:

De modo similar, Jorge Alemán, en el primer número de una nueva revista de la AMP dedicada a las relaciones del psicoanálisis con lo político ("Dispar"), cree que "el marxismo ha retrocedido frente a todas las cuestiones donde el goce puede anidar: la cuestión del objeto técnico como plus de goce antes mencionado y los otros puntos cruciales atinentes al goce, la cuestión de los pueblos, las lenguas y las religiones". Para Alemán, el capitalismo debe caracterizarse como una "nueva puesta a punto de las condiciones del modo de gozar" por lo que propone una "renovación del materialismo" que tenga en cuenta "la cuestión de los sedimentos de goce en las formaciones sociales".

Y con estos criterios supongo que pretenderá pensar los problemas del conjunto de la sociedad, por ejemplo la caída de las bolsas en Asia, la crisis en Rusia, las matanzas en Africa central, los conflictos políticos en los Balcanes, la huelgas de aquí y allá, y la lucha de clases en general.

La realidad, sin embargo, es totalmente contraria a la tesis de Fukuyama.

La caída del muro de Berlín no da cuenta de un supuesto fracaso de la perspectiva de la revolución socialista, puesto que lo que se cayó con dicho muro no fue otra cosa mas que la podrida burocracia stalinista que había expropiado a la revolución de octubre. Que la clase obrera mundial no haya podido explotar a su favor la enorme desestabilización que esta situación creó no significa de modo alguno que el capitalismo haya encontrado la manera de superar sus propias contradicciones históricas. Tan solo significa que esas contradicciones no han alcanzado aún un límite absoluto en su desenvolvimiento.

Lo importante, en ese sentido, es percibir cómo las resoluciones parciales de estas contradicciones (en el propio marco del capitalismo) van testimoniando, aún en su parcialidad, de ese carácter histórico de su agotamiento. Por ejemplo, tampoco el capitalismo pudo sacar todo su provecho de la caída del muro de Berlín: a pesar de que la incorporación de Rusia y China al mercado mundial le ofrecería la ocasión de una expansión que podría darle nuevos bríos, no encuentra la manera de realizar dicha incorporación. Con lo cual, lo que potencialmente podría ser una solución (aunque sea parcial) a la crisis, el mismo elemento termina convirtiéndose en su contrario, es decir, en un factor de agudización de la misma (como lo demuestra la crisis rusa).

Por otro lado, está claro que jamas hubo mayor contradicción entre los avances que han tenido la ciencia y el desarrollo de las fuerzas productivas y la situación de privación a la que son condenadas masas cada vez mayores de la población mundial.

En síntesis, que la revolución socialista no sea inexorable (puesto que requiere la acción política de la clase obrera a nivel internacional, cuestión que no está garantizada) no significa que el capitalismo sea eterno. La opción puede ser la barbarie. De hecho, la humanidad ya pasó por un momento así: la caída del imperio romano fue, justamente, el resultado del agotamiento histórico del modo de producción esclavista, y condujo al hundimiento de la civilización occidental a un periodo de siglos de barbarie.

Las catastróficas situaciones de Rusia, Asia o Africa, la liquidación de viejas conquistas sociales (jornada de 8 horas, jubilación, servicios sociales, etc.) en todos los países del plantea, etc., no son mas que un anticipo de a donde nos va conduciendo la lógica del modo de producción capitalista.

Una vez mas, no hay como los "clásicos" para poder entender lo "moderno".

Como con "La interpretación de los sueños" para la neurosis, con su siglo y medio de existencia, "El capital" sigue siendo la principal herramienta para cualquier análisis de la realidad económica y social. En ese sentido el marxismo es la única posición política que plantea el carácter histórico de este régimen y la necesariedad, también histórica, de un horizonte regido por la alternativa entre revolución socialista y barbarie (lo cual no quiere decir que esa sea la posición de muchísimos de aquellos que pretenden reclamarse de Marx). El marxismo es también la única posición política que cuestiona el principio del libre albedrío, el principio del sujeto unificado del derecho, sostenido por la democracia burguesa.

Por lo tanto, plantear la obsolescencia de Marx, como lo supone la conceptualización de lo social a partir de la noción psicoanalítica de "discurso del amo", implica forzosamente alinearse en el campo políticamente contrario, es decir, en el de los sostenedores (sean entusiastas, escépticos, o con el matiz subjetivo que cada cual prefiera) de la idea de que la sociedad se constituye por el agregado de individuos, de sujetos del derecho, definidos, en tanto tales, como propietarios (ver al respecto un artículo tan viejo como interesante, "El loco de la república", de Dominique Laporte, publicado en los números 7 y 8 de "Ornicar?"), así como en los sostenedores de un ahistoricismo necesariamente reaccionario.

Ahora bien, hay dos cosas importantes y graves en todo esto.

Por un lado, si esta posición política anti-marxista fuese sostenida, primero, por cada cual, y segundo, desde los argumentos anti-marxistas propios del campo político, toda esta discusión sería irrelevante.

El tema tiene importancia en la medida, justamente, en que dicha posición política pretende ser sostenida desde la teoría psicoanalítica, con lo cual implica al psicoanálisis de conjunto, es decir, a los psicoanalistas de conjunto (son comunes las situaciones en que el consenso numérico que obtiene este tipo de desviaciones ha permitido hasta ahora a los psicoanalistas hablar a favor de la democracia burguesa, sin pudor, y desde su supuesta condición de psicoanalistas, creyéndose, seguramente, "non dupes" de la realidad política y económica del mundo actual).

De hecho, con esas ideas, los sujetos son convocados al psicoanálisis como la única "salida" al "discurso capitalista", transformando de este modo al psicoanálisis en una opción "política" (por mas declaraciones y afirmaciones que se hagan, en sentido contrario, al nivel de los enunciados).

El corolario no puede ser otro que el posterior agrupamiento de los "analizados" en la "escuela" o institución de los analizados/"salvados".

Como lo decía antes, esto no es sin consecuencias, es decir, sin los "retornos", en el seno mismo de esa "arca de Noé", de las figuras mas nefastas del sujeto del derecho, es decir, la lógica de la propiedad privada (recubiertas muchas veces con las figuras aún mas nefastas que pueden implicar las connotaciones religiosas que a menudo se agregan a estas posiciones).

Decía un conocido psicoanalista de IPA que "la institución es el marco destinado a limitar la psicosis de los analistas". Creo que habría que reconocer que muchos de los lacanianos han terminado por invertir este planteo y han transformado a su institución en el trampolín para un delirio sin límites. En todo caso, así parece funcionar la AMP.

Si algún sentido puede tener la idea del propio Lacan de poner a los no analistas en el control del acto analítico, sugiero que convoquemos para ello a Marx.

Las opciones podrían ser otras también. Que cada cual haga sus propuestas.

Pero lo fundamental es comprender que para pensar en una institución psicoanalítica, lo primero que debemos evitar es "errar" en esa idiotez de pretender estar exentos de la alienación a la que nos somete el modo de producción capitalista, el régimen de las mercancías, y hacer el necesario lugar a las leyes propias de la economía y de la lucha de clases.

Y esto requiere no forcluirlas con una declaración de principios de extraterritorialidad analítica.

Un último comentario sobre este punto.

Jorge Alemán, en el comienzo del artículo ya mencionado, plantea lo que serían las "visiones" que en general tendrían el psicoanalista y el político, el uno del otro. Así, el político vería en el psicoanálisis "una versión moderna del 'cuidado de si' clásico y dedicado a desentrañar aquello que es irrelevante para la perspectiva pública y social", en tanto que el psicoanalista, en general, "observa en el político a alguien apresado en las vicisitudes del poder, o a quien testimonia con su sacrificio personal la sujeción imaginaria a un Ideal, desconociendo así las consecuencias reales de su acción". A continuación J. Alemán plantea que esta es una expresión más de lo que serían las clásicas "aporías" entre lo público y privado, y pretende resolver el problema del modo que ya vimos, es decir, buscando crear una nueva "configuración de lo político", a partir de su filosofía heidegero-lacaniana. Lo interesante de dicha "superación" es que solo viene a desautorizar el primer término de la "aporía" anterior (al proponer, como ya vimos, que el psicoanálisis va mas allá de lo particular), y mantiene en pié el segundo término (puesto que el "político" seguirá siendo objeto de tal calificación, al menos en tanto no adhiera a las nuevas "configuraciones" de lo político propuestas por Alemán).

Siempre me han gustado los dichos populares. En particular hay uno que nos recuerda que solemos "ver la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio" (mas de uno podría utilizar el segundo término de aquella aporía para calificar, ya no al "político", sino al "miembro de la AMP").

No creo que pueda haber mejor representación de la posición de los supuestos ..."non dupes".

¿Acaso no es evidente que el único sentido en que podría tener algún valor el segundo término de esa "aporía", es en el caso de algún eventual "político" en .... análisis! ?

Y justamente, si se tratara de un caso clínico, ya no se trataría de un "político", sino de un sujeto, que habría encontrado en lo político, el soporte para sus ideales. Es decir, ni se trataría de un "político" ni se trataría de ideales "políticos" (puesto que lo político solo está prestando su soporte imaginario y simbólico a los ideales del Otro particular de ese sujeto).

Si ese segundo término es planteado mas allá de la dimensión particular de un caso clínico, entonces no se trata mas que de ese típico reduccionismo con el cual los psicoanalistas suelen "observar" lo político (es decir, en términos psicoanalíticos, perdiendo de vista la diferencia entre el "político" como caso particular y el campo propio de lo político y lo social) así como tantos otros campos.

Es de señalar que este reduccionismo va de la mano de la ilusión de poder participar en el campo de lo político desde una posición "diferente" (ese narcisismo de la pequeña diferencia sobre el cual los analistas se supone son tan puntillosos), en particular, desde una posición que permitiría apreciar la alienación de los "otros", es decir, escapar uno mismo a dicha alienación.

Salvando las distancias se podría hacer una analogía con el debate que generó la pregunta de J. Allouch acerca de si A. Lobo, cuando torturaba, lo hacía en tanto analista (ver "Etificación del psicoanálisis. Calamidad"). La indignación que ha acompañado la respuesta de muchos analistas de "izquierda" solo ha tenido por resultado oscurecer el punto que verdaderamente está en discusión: la cuestión de si la condición de analista es también una condición social, la cuestión de si un analista "es" analista en cualquier circunstancia, tiempo y lugar.

La analogía sería esta: cuando el psicoanalista "observa" al político en los términos planteados por Alemán, ¿lo hace como analista?.

Si lo hace como analista, entonces solo podría estar refiriéndose a un caso clínico particular.

Si no se está refiriendo a un caso clínico particular, entonces esa misma "observación" implica que quien la hace erige la condición de "analista" en una condición propia para intervenir en lo social.

Es ahí donde, a mi juicio, los "non dupes" ... erran.

 

 

La alienación capitalista

Ahora bien, ¿cuál es el fundamento económico de esta politización del psicoanálisis?

Tal como lo señalaba en el ítem "el mercado del psicoanálisis", el fundamento económico de todas las divagaciones teóricas en torno al fundamento psicoanalítico de la institución de los psicoanalítica no tiene otro objeto que el de negar la posición dominante que tiene en ellas, como en todo funcionamiento asociativo, la lógica del mercado y del intercambio de mercancías.

Hay algo de lo que nadie suele hablar en público: es del valor como mercancía que tienen los pacientes

Y lo mismo puede decirse de todo el conjunto de servicios y prestaciones que conforman el circuito psicoanalítico: supervisiones, enseñanza, derivaciones, transferencias, etc.

Sin embargo nos encontramos con que el propio Freud, por ejemplo, en una de sus cartas a Fliess, no duda en señalar, junto a su interés por lograr una "tratamiento terminado", el valor económico de sus pacientes: "Pocos días después de mi retorno naufragó una de mis más orgullosas naves. Mi banquero, el que más había progresado en su análisis, desertó en un punto crítico, justamente antes de la fase en que debía producir las escenas finales. Por cierto que también me perjudicó materialmente, pero ante todo me convenció de que todavía no conozco todos los móviles en juego. Con todo, descansado y fresco como estaba, pude tomarlo a la ligera y consolarme diciéndome que habré de aguardar todavía un poco más para tener entre manos un tratamiento terminado" (subrayado mío).

¿Cuántos psicoanalistas no se han encontrado en situaciones similares?

¿Cuál es una de las principales preocupaciones, sino la principal, de la mayoría de los psicoanalistas, sino la de cómo conseguir pacientes?

¿Cuando es mas común que un analista acuda a una supervisión si no es cuando percibe que uno de sus pacientes está por irse?

¿No es acaso todo un problema, para la mayoría de los psicoanalistas, poder vivir, como se dice, de su "profesión"?

¿Para qué cosa se acercan gran parte de los psicoanalistas a una u otra institución si no es para tratar de encontrar el camino para superar los vacíos de sus consultorios?

¿No se ha transformado, a su vez, a la "desocupación" de los psicoanalistas en un excelente mercado para el desarrollo de los "posgrados" y otras promesas de "saber" que muchos imaginan sería la vía para ... conseguir pacientes? ¿Cuál es, sino esa, la razón del éxito de esos posgrados que combinan su oferta de "enseñanza" con la atención de pacientes que concurren pagando honorarios, como se dice, "institucionales"? (el negocio es redondo: pagan los pacientes y pagan los analistas)

¿Quién no sabe el negocio redondo que son para Miller, como para otros por el estilo, sus visitas a la Argentina (los análisis "concentrados" (como dirían en la IPA), las supervisiones, los honorarios por diversos rubros, etc.)?

¿Cómo no reconocer la ventaja económica que puede significar figurar en el listado de miembros de una institución, y aún mejor, disponer de alguno de sus títulos (didacta, AME, AE, etc.)?

¿Cómo no reconocer que la posición de "enseñante" muchas veces es el paso indispensable para obtener pacientes? ¿Cómo se explica, si no es así, la desesperación de tantos psicoanalistas por obtener algún cargo en la Universidad cuando todos sabemos que esta es una función (al menos en Argentina) prácticamente ad-honorem? ¿Cuál sería el beneficio?

¿Cómo no percibir que en el funcionamiento global siempre habrá una cierta acumulación y cotización de las transferencias, de las derivaciones, etc.?

Mas de un amigo me ha recordado que hay cosas que se dicen en el "recinto" y otras que se dicen en los "pasillos", que no conviene decir en el "recinto" lo que se dice en los "pasillos", y que estas son cosas que se suelen decir solo en los pasillos. Me han aconsejado, en consecuencia, que no venga a decirlas al recinto. Que esto tendrá por efecto el rechazo y la exclusión.

Soy consciente de ello.

Pero en ese razonamiento hay algo negado: con esa simple descripción geográfica se obvia el problema de porque son ciertas cosas y no otras las que deben quedar en los pasillos.

No pongo objeción a que siga habiendo cosas que solo se digan en los pasillos. Pero propongo que no sean estas.

Algunos me dirán que, a mi turno, con esta descripción "mercantil", estoy haciendo un reduccionismo muy grande.

No estoy diciendo que nadie se acerque a alguna institución, también, para estudiar, o trabajar cuestiones relativas al psicoanálisis. No digo que todo se reduzca al intercambio de mercancías en su aspecto mercantil.

Esto por una razón tan sencilla como estructural.

Con todas las mercancías ocurre lo siguiente: no solo está en juego el valor de cambio, sino también el valor de uso. Como cuando vamos a ver una película que nos gusta, no todo se reduce al intercambio de dinero por una entrada: también hemos disfrutado de la película.

De la misma manera, muchos saldrán satisfechos de un curso de posgrado, o de un grupo de estudio, o de una supervisión, etc.

No se trata entonces de reduccionismo.

Lo que subrayo es que, como con las entradas de cine y la industria cinematográfica, la lógica que se encuentra en posición dominante en este funcionamiento colectivo, es la lógica del mercado capitalista.

El mercado implica un orden de determinación tan estructural como el del lenguaje.

Esto significa también una alienación tan estructural como la del lenguaje.

Y no van a ser nuestras divagaciones sobre la cuestión del Uno y lo múltiple, o sobre la cuestión de los efectos identificatorios, etc. las que nos van a rescatar de la misma.

Por intermedio del mercado "psicoanalítico" es al mercado mundial al que estamos sometidos.

¿O acaso será necesario esperar a que se produzca un devaluación monetaria (como las que ha habido en Asia o Rusia) que vacíe bruscamente nuestros consultorios, en nuestros respectivos países, para que se ponga en evidencia la enorme crisis en la que está inmersa toda la economía mundial? Que opinen los psicoanalistas mexicanos a ver como les fue con el "tequila".

Ahora bien, es un hecho de que esta lógica NO puede primar en el dispositivo analítico.

Como ya lo mencioné, el "hacer" específicamente analítico (el acto analítico) es atópico respecto del mercado de la fuerza de trabajo. Operar como analista en una cura no es lo mismo que la "profesión" de "analista".

También está claro que el analista debe querer el dinero de sus pacientes (querer cualquier otra cosa solo puede conducir a lo peor, en particular, querer el "bien" del paciente).

Pero el analista también debe poder resignar el dinero. Aunque mas no sea, porque es la condición para que un final sea posible. En realidad, esta resignación puede ser necesaria en muchas otras ocasiones. En particular, en todas aquellas en que el acto analítico pudiera requerirlo.

En ese sentido, el motivo principal para fundar la institución en el dispositivo analítico, consiste en hacer creer que, por este intermedio, se podría lograr que la lógica del mercado tampoco sea dominante en el funcionamiento asociativo. La referencia al dispositivo analítico solo tiene por objetivo negar este predominio de las leyes del mercado en la institución.

En ese sentido, por mas pase u otros dispositivos con que se pretenda fundar psicoanalíticamente la garantía institucional, todas las nominaciones y títulos que la misma otorgue no dejaran de ser cotizados en el mercado, de tener un valor de cambio, y de funcionar como una mercancía.

Por eso insisto: amén de que no hay garantía posible para el acto analítico (puesto que es sin Otro y no hay garantía que releve al psicoanalista de sus responsabilidades como tal), toda confusión sobre ese tema implica una confusión sobre la condición de mercancía que la misma tiene.

La única "garantía" que existe es la que puede aportar el tener las ideas lo mas claras posible, tanto sea desde el punto de vista psicoanalítico, como desde el punto de vista político, económico y social.

 

 

Desviaciones del psicoanálisis

En función de lo expuesto hasta aquí, pasaré a reseñar, ahora, algunas de las consecuencias que todo esto tiene en lo que hace a la clínica psicoanalítica.

La primera hace al tipo de relación que se mantiene con el texto de Lacan.

Retomando la discusión planteada con P. Bruno, este podría argumentar que sus planteos sobre el "discurso capitalista" son los del propio Lacan.

Y en cierto sentido tiene razón: fue el propio Lacan quien se embarcó muchas veces en este tipo de consideraciones.

Aquí se abren dos discusiones posibles.

La primera consiste en plantear que hay diferentes interpretaciones posibles del texto de Lacan.

Por ejemplo, para P. Bruno (retomando el artículo ya señalado, en la revista Quarto) el "lazo social" se caracteriza por "concernir cada sujeto, uno por uno, en la economía de su goce", admitiendo para tal conceptualización un alcance sociológico. De ahí el empalme con el matema del "discurso del capitalista".

Pero a esto se le podría objetar, desde el propio Lacan, que la pretensión de utilizar ese matema (el del "discurso del capitalista") en el mismo marco que el que constituyen los 4 discursos del seminario XVII, requiere de toda una reformulación. En efecto, el mismo implica una modificación de la secuencia de las letras, en cuyo caso es toda la estructura de los cuatro discurso la que pierde su lógica (lógica centrada, como dije antes, en dar cuenta del acto analítico en tanto cuarto de giro del discurso histérico al discurso analítico). Por lo tanto, no tiene sentido alguno plantear que en este "quinto" discurso desaparece la imposibilidad de la relación de $ al "objeto a", pues son todas las relaciones del matema de los discursos las que pierden sentido.

En el mejor de los casos, queda todavía por hacerse la teoría que pueda dar cuenta de la posible inclusión o articulación de este "quinto" discurso con el matema general de los discursos.

En términos mas generales, hay muchas referencias de Lacan que son contradictorias con el desarrollo principal de su enseñanza, y que solo han sido esbozos de ideas, o intuiciones, luego abandonadas por el propio Lacan. Podrían ser a veces la clave para pensar algunos temas y para, eventualmente, innovar. Pero para eso, hay que trabajar muy seriamente, no solo esas referencias, sino toda la obra de Lacan, para dar cuenta de cómo la misma debería reordenarse en función de dicha "innovación".

No obstante, por interesante e importante que podría ser esta discusión, no es la mas relevante.

Supongamos que pueda demostrarse, de un modo mas o menos riguroso, que los planteos políticos de P. Bruno sean propiamente lacanianos. Aún así, hay una pregunta que seguiría pendiente: ¿acaso nuestra filiación psicoanalítica exige que le supongamos a Lacan también un saber sobre lo político?

Por ahí quizás pasen los problemas y las diferencias.

Hay una situación bastante llamativa entre muchos lacanianos, y sobre todo en el ámbito de la AMP. Respecto de Freud se pueden, y se acostumbra, subrayar errores (Dora), limitaciones (el fin de análisis, la relación al padre), etc.

Pero respecto de Lacan no. El texto de Lacan funciona como un texto sagrado. Cierto que con los agregados y correcciones que debe tributársele a la "enseñanza" de Miller. Pero como Miller todavía no alcanza a despegar con un estatuto propio, los razonamiento son del tipo: "esto estaba en Lacan, pero no estaba bien desarrollado, ahora viene Miller a completar ese desarrollo". Con lo cual, el mismo tributo a Miller sigue reforzando, al menos por ahora, el carácter infalible del texto de Lacan (lo que no estaría claramente explicado estaría al menos esbozado).

Ahora bien, el punto no es si el texto de Lacan es infalible o no. Como lo señalaba al comienzo de esta carta, el punto es qué suposición de saber le asignamos, es decir, con que tipo de preguntas nos dirigimos a él.

En lo que a mi respecta, creo que las consideraciones "sociológicas" que hace Lacan deben ser leídas de la misma manera que las consideraciones "sociológicas" de Freud, es decir, con las mismas comillas que utilizo para designar ese estatuto "sociológico". Es decir, como incursiones en lo social cuya validez o interés radica en las respuesta que puedan aportar a las preguntas clínicas actuales.

Sin esta clara limitación, el texto de Lacan se transforma en una referencia filosófica y religiosa.

Y lo que es mas importante, esta posición implica que la clínica deja de ser un ámbito de preguntas para convertirse en el campo de aplicación de teorías. De ahí, a reducir la clínica a una técnica ideologizante (por mas retórica que se haga en torno a la ética), no hay mas que un paso.

Y esto implica profundas desviaciones para el psicoanálisis.

Algo similar podemos constatar en relación a la instrumentación del pase cuando este, en vez de ser un dispositivo de experiencia y enseñanza, se transforma en un mecanismo de sanción y titularización.

La segunda consecuencia grave es la siguiente.

En la medida en que el psicoanálisis se plantea, por parte de los propios analistas, como filosofía política, los conceptos analíticos se ven forzados a sufrir todas las transformaciones necesarias para poder incluir en ellos la legalidad económica y social, de un modo cuasi delirante.

En particular, esto ha puesto al psicoanálisis ante la tarea de pensarse como respuesta a todos los males de la sociedad (consecuencia lógica de planteárselo como alternativa al capitalismo).

De hecho, son cada vez mas los artículos y trabajos que buscan precisar lo que se serían las "patologías" modernas o de fin de siglo.

Esto ha conducido al extremo de pensar que el partenaire del psicoanálisis habría dejado de ser la histeria (la neurosis). He aquí entonces a los lacanianos abocados a "repensar" la clínica, como lo hacían los posfreudianos después de la muerte de Freud.

Surgen propuestas de todo tipo.

Una de las mas comunes (en una especie de revival de Deleuze y Guatarí) es colocar a la psicosis como partenaire del psicoanálisis (es así que leemos cosas como que "el fenómeno elemental es primordial" aún en la neurosis, y que en consecuencia, "la interpretación consiste en cernir al significante como fenómeno elemental del sujeto").

También son comunes las consideraciones clínicas que parten de una interpretación de lo social en términos de "declinación de la función paterna" y que no dejan de conducirnos hacia impasses similares a los que ya hemos experimentado desde hace tiempo con nociones como las de "borderline".

También hay quienes plantean que el psicoanálisis debería rever sus "concepciones sobre la sexualidad" en términos de alineamiento con los reclamos de las comunidades gay, como si la concepción psicoanalítica de la perversión se fundara en las relaciones con la "normalidad" de la época (ya nos decía Lacan respecto de la homosexualidad: "en un dos por tres, eso va a caer bajo la égida de lo normal, a tal punto que tendremos nuevos clientes en psicoanálisis que vendrán a decirnos: 'vengo a verlo porque no mariconeo (pédale) normalmente'. Esto va a ser un embotellamiento").

Es llamativa también la desexualización que arrastran muchas de las reformulaciones sobre lo que serían las llamadas patologías "modernas" a las que me refería antes, pues el contrapunto de la pretensión de extensión de los campos de pertinencia del psicoanálisis es la impotencia en que, de golpe, se encuentran los psicoanalistas ante muchos de esos fenómenos y su refugio en la nueva moda de los abordajes "multidisciplinarios" (tan típicos para los tratamientos de anorexias, bulimias, adicciones, etc.)

Obviamente no hago obstáculos a pensar sin prejuicios todas las nociones psicoanalíticas. De hecho, de alguna manera, cada analista debe recrearlas a partir de su propia experiencia, puesto que la transmisión del psicoanálisis nunca es integral como en el caso de la ciencia.

Pero desde el origen del psicoanálisis nuestro partenaire ha sido la neurosis, y el propio Lacan no dejaba de subrayar en el comienzo de su enseñanza que era la extensión sobre otros campos (niños, psicosis, etc.) el que había generado como retorno una serie de malentendidos y confusiones sobre lo propio de la práctica analítica.

El dispositivo analítico es indisociable de la histeria (tanto discutir acerca del matema de los discursos .... )

El día en que la neurosis no responda mas a la subjetividad de la época, el psicoanálisis habrá desaparecido como hecho histórico. Y no veo porque no habríamos de considerar dicha perspectiva en nuestro horizonte (en todo caso fue una de las que consideró el propio Lacan).

Surgirán quizás otras prácticas. Pero no será psicoanálisis.

La psicosis, como tantas otras experiencias subjetivas, no deben ser campos al que psicoanálisis deba renunciar. Pero sin perder de vista cual es nuestro campo de partida ... y de retorno.

Mas exactamente, sin perder de vistas los límites propios del dispositivo analítico.

La tercera consecuencia importante es la que resulta de la deformación de la noción de "deseo del analista", en la medida en que la misma se desliza hacia una caracterización (atributos) del deseo del sujeto que debe operar como analista.

Ya abordé ese punto anteriormente. Lo que quiero subrayar aquí es que este corrimiento del acento, desde el deseo del paciente hacia el deseo del analista, es correlativa de una tendencia a olvidar que el Otro en juego en psicoanálisis es el Otro particular de cada analizante, y a pensar ese Otro de un modo universal o cultural. En síntesis, una desviación que transforma al psicoanálisis en una cura de desidealización. Lo que, obviamente, no puede conducir mas que a la correspondiente idealización del psicoanálisis, sus instituciones, y sus "maestros".

La cuarta consecuencia que me parece importante es en realidad, para mi mismo, una hipótesis.

Una de las razones que hacen, ya no a la crisis de las instituciones psicoanalíticas, sino al desarrollo en general del psicoanálisis, es la extensión temporal cada vez mayor que van teniendo los análisis. En efecto, este factor, combinado con la impronta cultural del "fast ..." (food, delivery, etc.), forzosamente conduce a que el psicoanálisis sea un producto en franca desvalorización.

Cabría preguntarse a qué se debe esta extensión creciente en la duración de los análisis.

Clínicamente este problema se plantea como las dificultades para la curación de la "neurosis de transferencia" (entendida esta en sentido estructural).

Una de las respuestas posibles podría buscarse por el lado de pensar en una incidencia de las variaciones de la subjetividad de la época.

A mi me parece que también cabría la posibilidad de pensar que exista una tendencia "retentiva" por parte de los analistas. En todo caso, esta hipótesis respondería bastante bien a lo que sería una incidencia del funcionamiento asociativo que niega la leyes del mercado, sobre la propia práctica de los psicoanalistas, es decir, un efecto del olvidar el valor que como mercancía tienen los pacientes.

Pero visto que sobre este tema no hay casi referencias a partir de las cuales discutir, es difícil ir mas allá de una mera suposición o hipótesis.

 

 

Proposiciones para una institución de psicoanalistas

Las proposiciones que tengo para hacer son muy simples y se deducen de lo anteriormente expuesto.

El problema principal, a mi juicio, pasa por ponerle límites a nuestras pretensiones.

En particular, sería un error insalvable volver a insistir en la ilusión de una extraterritorialidad analítica respecto de las formaciones sociales y la crisis política y económica del conjunto de la sociedad. Una posición de ese tipo no nos acercaría ni un ápice al psicoanálisis y solo sumiría en los impasses propios de la ilusión pequeñoburguesa de escapar de la crisis social y la lucha de clases.

Hoy mas que nunca es imprescindible tener presente la función del no analista en una institución de psicoanalistas, tanto sea por la participación directa de personas como por la discusión de ciertos problemas donde es imperioso precisar los límites del psicoanálisis.

En particular, es necesario abordar la discusión acerca del funcionamiento del circuito psicoanalítico como mercado y sus efectos institucionales.

Uno de los puntos donde se juegan estos problemas, a nivel institucional, pasa por la cuestión de suponer que el funcionamiento asociativo mas propicio al psicoanálisis solo podría ser garantizado a partir de dispositivos propios del psicoanálisis, como por ejemplo el cartel y el pase.

Creo que estos son dispositivos aptos para ponernos a trabajar en relación al psicoanálisis.

Pero no son dispositivos aptos para controlar el funcionamiento asociativo.

Creo que la legalidad de dicho funcionamiento brinda sus propias herramientas para poner los frenos necesarios a los procesos acumulación y apropiación económicos.

Una de esas herramientas fue inventada hace mas de 2000 años: la asamblea con estatuto soberano. Y sigue siendo el principal recurso de la democracia.

¿Porqué no hacer un buen uso del mismo?

La situación del psicoanálisis, actualmente, requiere de espacios y tiempos que permitan discutir, conocerse, precisar los planteos, pensar los problemas clínicos, políticos, económicos, etc.

El eje no puede ser el de los reagrupamientos ciegos para "enfrentar" a Miller u otros por el estilo.

El eje no puede el de desarrollar nuevos criterios de selección, es decir, de exclusión.

El eje tiene que pasar por la escucha, la tolerancia, el debate, la amplitud.

No es el momento de cerrar (filas, o lo que sea) sino de abrir.

Es necesario que todos puedan, no solo hablar, sino pensar.

Es necesario un tiempo para comprender.

Creo que es necesario garantizar un funcionamiento democrático basado en asambleas abiertas, lo que aseguraría un freno a los manejos discrecionales y los abusos de poder.

Creo que es necesario que facilitemos, por todos los medios, la discusión con los psicoanalistas de todas las extracciones institucionales y de todas las orientaciones. Sin esto no podrán ocupar un lugar destacado las discusiones propiamente psicoanalíticas, y las eventuales divisiones, como siempre ha ocurrido hasta ahora, no se fundarán a partir de verdaderas diferencias teóricas y clínicas, sino a partir de simples rivalidades de grupos, es decir, económicas.

Creo que un funcionamiento de este tipo provocará el rechazo por parte de todos aquellos que están acostumbrados a, como se dice, un manejo de "quintas".

Pero es el desafío que se nos plantea para poder superar los sistemáticos fracasos institucionales.

Espero que esta sea la ocasión para replantearnos seriamente el lugar y el sentido del psicoanálisis.

 


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