Psicoanálisis, Ciencia y Posmodernismo

La cita posmoderna
Jorge Baños Orellana

(Este artículo fue publicado inicialmente en el número 57, dic. 1997, pp. 62-69, de la revista El Caldero)

Voy a centrar mi comentario en una de las referencias bibliográficas destacadas por la Comisión de organización de las VI Jornadas: la del fragmento de "Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis" que concluye, a propósito de la formación del analista, con una fórmula alarmante: "Mejor que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época."

Si no la entendemos como un exabrupto ni como un diagnóstico in abstracto, sino como una observación concreta de Lacan, y si convenimos, con él, en que se trata de una cláusula irrenunciable del ejercicio del análisis; entonces, cabe preguntarse si esta cita con la actualidad de nuestra época es un rasgo que instala un binario del ser o no ser (un abismo entre los aptos y los ineptos para ocupar el puesto) o si se trata, en cambio, de una condición oscilante que puede sufrir modulaciones sintomáticas que entrarían, como tales, en el capítulo del analista y sus síntomas.

A primera vista, el dilema es sencillo y uno casi da por descontado que acabará por favorecer la segunda posibilidad, la de la hipótesis blanda de que se trata de una condición inestable, conciliando, así, las buenas esperanzas con los mejores argumentos. Sin embargo, la tarea preliminar de dar un diagnóstico acerca de si un analista (ni que hablar de si una ciudad de analistas) cumple o no con la condición de cita con la época resulta impracticable: sea porque se presenta inaccesible al examen, sea porque su veredicto se vuelve muy inconveniente de proferir. El acceso al dato, a través del diálogo confiado con otros colegas y de la supervisión y análisis de analistas, no da más de lo que quita, porque a cada paso que avanza se vuelve más tortuosa la manera de hacer circular los resultados. El informe se vuelve delación. Afortunadamente, la pregunta puede tomar un sesgo menos frontal, menos confrontativo (aunque más chato) circunscribiendo la encuesta a los textos de un analista o de una ciudad de analistas. Ya no se trata de lo que transcurre entre el sillon y el diván del consultorio, sino de lo que se produce un par de metros más allá, en los papeles del escritorio. Ciertamente no es la misma cosa, y eso aparta benéficamente de la delación y lo imposible de hacer escuchar; pero deja viva la conjetura de que los papeles del analista puedan ofrecerse a la homología, en la medida en que se espera que no lleguen a ser completamente ajenos a la experiencia analítica que sucede a su alrededor. En este sentido, las VI Jornadas serán una fuente aventajada: no sólo porque es predecible que algún trabajo aborde explícitamente la cuestión de la sintomatología del analista en su cita con la actualidad, sino por la promesa de que una cantidad de expositores tematizarán (adhiriendo a la convocatoria) aspectos de nuestra época, lo que equivaldrá a una puesta en acto de la ajenidad o la unión de cada uno con los horizontes actuales de la subjetividad. Desde luego que cuando Lacan dice que el analista debe unir su horizonte al de la época, no se refiere a que deba necesariamente acordar o festejar el estado de cosas que le toca vivir. La unión no tiene que ser imperativamente una alianza, tampoco imperativamente un alzamiento, sino una disponibilidad.

El hoy es un pasado que no viví y que nunca fue

Estoy, por eso, impaciente de que llegue el 31 de octubre. Y aguardo la fecha repasando las publicaciones de los últimos años que dejarían prefigurar algunos acontecimientos. Estimo, por ejemplo, que en las Jornadas será observable algún síntoma de anacronismo.

Todo mensaje supone una escena de interlocución. Y, bien, hay un número considerable de textos recientes (y no se puede pretender que otros semejantes estén absolutamente excluidos de las Jornadas) que se agitan en airados debates dirigidos, como si estuviese presente en la sala o en el universo actual de sus lectores, a un adversario difunto y mal recordado: la caricatura, pongamos el caso, de algún líder difunto de la IPA de los años cincuenta. El atraso no es menos conmovedor cuando se atribuye alguna actualidad semiótica a un resumen escolar de la semántica de los años treinta o alguna vigencia epistémica al de las tesis de algún círculo de la filosofía de la ciencia de la década del veinte.

Por supuesto que un alto porcentaje practica un anacronismo deliberado; son textos de batalla que sirven de munición a la épica del psicoanálisis, y que no por menos fidedignos resultan menos leales para la conquista de la universidad, del mercado editorial y del reclutamiento de futuros analistas. Pero hay ocasiones, como cuando se concentran en temas muy eruditos o tienen un destino de publicación interna, en que no se ve la meta militar de su fábula. Sus autores no estarían usando sino sufriendo anacronismos.

En el reportaje de agosto, publicado por La Carta y El caldero, J-A. Miller señala que "La Ego-psychology ya casi no tenía más defensores en el [último] Congreso [de la IPA] mientras que Lacan estaba muy activo", se sobreentiende que él no pretende hacer pasar por una revelación novedosa lo que es una situación que lleva varios años; lo que hace --a mi entender-- es despabilar a los lectores que demoran su cita con la actualidad en el sueño de servir de escuderos a las batallas imaginarias atribuidas al primer Lacan.

Hoy es menos que ayer

Seguramente aparecerán también alguna que otra exposición desencantada que dejará entrever nostalgias por un pasado que a su autor nunca le tocó vivir como presente. Exposiciones dolidas por no haber nacido en el lugar y tiempo adecuados como para haber sido los alumnos de El seminario de Lacan, pacientes de Freud o, al menos, para haber tenido la ocasión de ejercer en una época en la que las familias eran familias; los neuróticos, neuróticos, y la mayoría de los hombres tenían nobles ideales. Una época, en fin, en la que los analistas eran vistos como héroes (Hollywood y las películas de complejos de los años cincuenta) y, a veces, alcanzaban a serlo ("Cuando el Comisario nazi trajo el documento [en el que debía declarar que ni él ni su familia habían sido molestados en territorio austríaco], Freud por supuesto, no tuvo escrúpulos en firmarlo, pero preguntó si le permitirían agregar una frase, que fue la siguiente: «De todo corazón puedo recomendar la Gestapo a cualquiera»", escribe E. Jones, en el tercer tomo de su biografía).(1)

Si la pantalla anacrónica es el sueño de que el hoy es el ayer, la vigilia de la nostalgia conduce a una depreciación de nuestro tiempo que nos vuelve, igualmente, analistas sin presente y sin porvenir. Puesto que renuncia a catectizar la subjetividad de nuestro tiempo, el desencanto impide interpretar la discordia del Malestar.

La ficción de la primera persona

Cada tanto recaigo en nostalgias modernas. Compro la última Uno por Uno, comienzo por la traducción de "Joyce el síntoma I" de Lacan, y en cuanto termino de leer la línea que dice: "a los diecisiete años, gracias al hecho de que frecuentaba la librería de Adrienne Monnier, coincidí con Joyce.", me acuerdo, casi fotográficamente, de una página de las memorias de Sylvia Beach (primera editora del Ulises de Joyce y amante de Monnier), que cuenta como, entre 1918 a 1919, en esa librería: "Se organizaban lecturas para escuchar manuscritos que aún no estaban editados, leídos por sus propios autores o por sus amigos. Apiñados en el pequeño local, junto a la mesa y casi encima del lector, escuchábamos atentamente conteniendo la respiración. Pudimos oír a Jules Romains. Valery nos habló sobre el Eureka de Poe. André Gide estuvo varias veces. En ocasiones se incluía un programa musical con Erik Satie y Francis Pulenc." Paso, entonces, a consultar un libro sobre Erik Satie, y me entero de que el 21 de marzo de 1919, en la librería de Monnier se estrenó Socrates, un collage musicalizado de fragmentos de El Banquete, Fedro y Fedón. "Yo hago un retorno cubista a lo Antiguo", decía Satie, y con esa orientación resolvió su obra --que seguramente Lacan de 18 años presenció-- con un acompañamiento musical discreto ("blanco") para tres sopranos: le urgía que los diálogos se escucharan como texto, de modo que despegó la representación de toda pregnancia dramática asignando los papeles de Sócrates y sus discípulos a mujeres (los vanguardistas sabían llevar las cosas hasta las últimas consecuencias).(2)
Corro a Tower Records. De regreso, mientras escucho el CD, reviso en la biblioteca la ubicación del libro de Sylvia Beach. Es entonces --y a esto voy-- que, en medio de las agudas voces del El Banquete, descubro que el dolor por no haber vivido en Montparnasse en la fecha en que las vanguardias modernas nacían, me había preservado esa página como una reliquia, excepto en un par de líneas que había tachado de mi memoria. Puesto que antes de largarse a enumerar los artistas que desfilan ante los que estábamos sentaditos, calladitos escuchando a Satie, Sylvia Beach aclara: "Durante los últimos meses de la guerra, mientras los cañones retumbaban cada vez más cerca de París, pasé muchas horas en la pequeña librería gris de Adrienne Monnier." (3)

Gritos en las calles del psicoanálisis

Los cañonazos resquebrajan, al menos por un tiempo, el mito según el cual Lacan creció (y llegó a ser quien fue) en medio de (y gracias a) la última Edad de Oro de la historia. También me llevaron a recapacitar que, en algún momento de 1919 y no muy lejos de París, Freud vio regresar de la guerra a sus tres hijos: desde entonces tres desocupados en sus respectivas profesiones por el resto de sus vidas, que nunca dejaron del todo de recibir (al menos mientras los apremios de la hiperinflación no lo impidieron) ayuda del padre. Claro está que el espectáculo de un hombre desocupado no era novedoso para Freud, su padre había estado sin trabajo desde que él tenía cuatro años de edad; se sabe que la familia era mantenida por sus medio-hermanos, prósperos en Inglaterra luego de haber quebrado en Moravia, cuando la moda de sombreros femeninos dejó de colgarse plumas de avestruces sudafricanas de las que eran importadores. Continuando con las secuelas de la primera guerra mundial, en 1920, Sophia, la segunda hija de Freud, que había partido, contra la voluntad de la familia, con un fotógrafo berlinés, muere en la epidemia de gripe española; poco después, una tuberculosis miliar se lleva al pequeño Heins, el del juego del carretel. Y mejor no hablar de los cañonazos de la segunda guerra mundial, que partieron en dos la carrera de Lacan y precipitaron la muerte de Freud en el exilio. En 1989, se encontró la declaración exigida por los nazis: estaba, en efecto, firmada de su puño y letra y, obviamente, vacía de cualquier agregado irónico.(4)

Más poéticamente, el retumbe de los cañones en los vidrios de la librería en que se refugiaba el joven Lacan, se asocia al episodio del Ulises comentado en la novena clase del Seminario 23, "Pedazos - de - Real", en el que el protagonista joven, Stephen Dedalus, discute con Mr. Deasy, director del colegio en el que Stephen trabaja de maestro.

--La historia --dice Stephen-- es una pesadilla de la que trato de despertar.

A lo que Mr Deasy responde, con su fraseología conservadora, que la historia progresa hacia una gran meta, manifestación de Dios. En ese momento, un repentino griterío, procedente del patio de los alumnos, invade la oficina silenciosa del director; Stephen lo aprovecha para replicar que la historia no es un orden preestablecido, sino que se parece más a eso, a una irrupción inopinada.

--Eso es Dios. Un grito en la calle. Le dice, señalando la ventana.

Al respecto, no podemos menos que convenir que los ideales (o como se dice ahora, los meta-relatos) de la modernidad no trajeron siempre lo mejor a las calles de su tiempo, y reconocer que fue en esos paisajes, entre esos gritos e incertidumbres, que nació y prosperó el psicoanálisis (el Hombre de las Ratas murió en las trincheras, los bienes del Hombre de los Lobos fueron confiscados por la revolución bolchevique y la excomunión de Lacan de la Asociación Psicoanalítica Internacional, en 1963, a dos años de la construcción del muro de Berlín, cuando Europa parecía que iba a volar por los aires, dejó en un gran desamparo potencial a sus seguidores).

El marketing tal como Lacan lo practicaba

Mejor que renuncie el analista que pretenda escuchar lo que se dice en el interior del consultorio sin escuchar, también, lo que viene por la ventana --decía Lacan. Y entiendo que es así por dos razones. La primera, como se desprende de una lectura literal del fragmento de "Función y campo", para escuchar mejor a nuestros analizantes; la segunda, que busco esta noche subrayar, para que el psicoanálisis se haga escuchar en nuestra época. Puesto que, si no quiere convertirse en una ciudadela que sirva de último refugio, la ciudad de los analista debe estar al corriente del discurso de su tiempo para llegar a participar en sus guiones de interlocución.

En "El psicoanalista y las letosas" (otra de las referencias recomendadas), Colette Soler advierte muy precisamente que el psicoanalista es un objeto del mercado y que está sometido a sus reglas de juego. Es así que, continua, para mantener su vigencia mercantil, el analista "como todos los objetos del mercado, necesita promotores".(5) Si bien a esta altura su exposición concluye y no avanza en más detalles, hay que subrayar que, diez páginas atrás, C. Soler había mostrado un elocuente ejemplo de cómo funciona la promoción del analista: es cuando explica que la expresión «discurso capitalista», acuñada por Lacan como tecnicismo en 1972, era una concesión que él hacía a una época en la que "Nada de lo que se pensaba en Francia durante esos años podía ahorrarse la referencia marxista".(6) "El psicoanalista y las letosas" es, además, una referencia doblemente interesante porque, con esa y otras aclaraciones, C. Soler no se limitaba a dar consejos para una lectura en contexto sino que, en el mismo gesto, actualiza los pasos del Lacan-promotor. Es enero de 1991, ella se encuentra en la ciudad de Nantes anunciando la aparición de El reverso del psicoanálisis, para lo cual busca anticipar las objeciones que 1991 podía levantar contra expresiones que, siendo oportunas veinte años atrás, ya no lo eran más, como el caso del adjetivo «capitalista». Ella busca renovar, mediando con aclaraciones, la vigencia de ese seminario: "Actualmente estamos casi en la situación inversa: nada de lo que se pretende pensar osaría pasar por la referencia marxista" --subraya.(6)

El horizonte de época está hecho de truenos y de gritos, pero también de una intertextualidad cuya urdimbre es tanto una red densa de conexiones como un filtro impiadoso por el que los objetos teóricos pasan o no pasan al mercado de las ideas vigentes, según sepan o no sepan articularse con la arbitrariedad de las contraseñas de moda. Estoy hablando de vigencias, no de verdades. La validez de La nota italiana o de El reverso del psicoanálisis, como se empeña en decir Colette Soler, es independiente a la suerte del marxismo, por mucho que lo haya tenido por interlocutor privilegiado.

Al respecto, habría que agregar las muchas pequeñas anécdotas a propósito de cómo Lacan se las arreglaba para que no solamente los marxistas, sino muchas figuras reconocidas o ascendentes de diversos campos se sintieran implicadas por el psicoanálisis. Anécdotas en las que de ninguna manera son los matemáticos, los artistas, los filósofos o los juristas los que toman la iniciativa para ver al gran hombre al que le suponen un saber que les atañe; sino todo lo contrario: es Lacan el que los persigue, colmándolos de atenciones, llevándolos a pasear en auto, invitándolos a cenar, homenajeándolos con cartitas, y esto todavía cuando él era ya alguien consagrado. Miren si no el reportaje del número 50 de la revista L'Ane a Umberto Eco, en el que recuerda aún con asombro la cordialidad con que se le acercó Lacan, siendo él un joven de treinta años prácticamente desconocido. En estas semanas, apareció la traducción de Resistencias del psicoanálisis, otro libro de Jacques Derrida, que insiste en esto mismo. Un largo capítulo titulado "Por el amor de Lacan" (subrayo el «de»), sirve a Derrida para, entre otras cosas, testimoniar la amabilidad de ese viejo y ufanarse de poseer un ejemplar dedicado de los Escritos: "a Jacques Derrida, este homenaje que lo puede tomar como guste".

Las Navidades de 1991

Indiscutiblemente el progreso del psicoanálisis reclama un desenvolvimiento interno, una historia propia extraterritorial que sólo tenga ojos para sí misma; pero no es menos cierto que ello debe suceder sin descuidar el progreso de los analistas --o como diría más enérgicamente Colette Soler: sin descuidar al psicoanalista como objeto del mercado. Vigencia en la ciudad, vigencia mercantil del analista que viene dependiendo y seguirá dependiendo, en gran medida, de la capacidad del psicoanálisis de exhibir aquellas caras de su progreso que mejor se articulen a los temas y los estilos dominantes de la época. Nada es más serio que ser un poco snob. Para no convertirse en una pesadilla, el sueño del futuro del psicoanálisis deberá tener las modas intelectuales como resto diurno.

En lo temático, por ejemplo, ningún acontecimiento debería desalentar nuestras reflexiones internas a propósito de la ley de borde que separa el psicoanálisis de la ciencia. Pero habría que ver si actualmente se puede esperar algo de su promoción; ahora, que la escena de la historia y la filosofía de las ciencias se ha convertido temporariamente en un teatro vacío después de la desaparición de sus últimas dos figuras, Feyerabend y Thomas Kuhn. En lo estilístico, por ejemplo, el éxito del último libro de Jorge Alemán, que --según el testimonio de los libreros-- superó largamente las fronteras del Campo Freudiano, creo que se debió, en buena parte, a la ligereza (muy trabajada) de sus juegos derridianos de autorreferencialidad, composición en mosaico y zapping del lugar de la enunciación, vale decir, a su posmodernidad.(7) Los recorridos que prevé La experiencia del fin se conjugan mejor con las fachadas del Hyatt y la Banca Nazionale del Laboro de Florida 40, que con las del Sheraton y el ex-banco de Londres de Reconquista al 100. Leerlo es más parecido a ver Animaniacs y Beavis and Butt-head que a ver al Pato Donald o aun Las aventuras de Tintín. La página de La Carta reservada para las VI Jornadas adhiere a la misma estética: amenazando (discretamente) la legibilidad del cuerpo del texto, su logo se emplaza descentrado, jugando (controladamente) con la serialidad, la fragmentación y el detalle de la distorsión nodal de una lupa.(8)

Volviendo a "El psicoanalista y las letosas", no puede menos que decirse que se trata de un texto que se une como conviene al horizonte de la época. Ningún anacronismo, ningún desencanto nostalgioso. Ahora bien, ¿su época sigue siendo la nuestra? Entre los historiadores, ha sido bastante bien recibida la hipótesis difundida por Hobsbawm acerca de que el siglo veinte acabó hace seis años, de que fue "un siglo corto" que duró desde mediados 1914 (estallido de la primera guerra mundial) hasta fines de 1991 (autodisolución de la Unión Soviética).(9) "El psicoanalista y las letosas" es de enero de 1991, es del siglo pasado y se nota... Sus anticipos de una guerra de las galaxias afortunadamente no se cumplieron, su caracterización del mercado es hoy algo obsoleta y su definición de que "estamos en la época del trabajador" y de la adicción al trabajo, produce asombro: ¡estamos en la época del desocupado! Parafraseando a Soler, actualmente estamos casi en la situación inversa: nada de lo que se pretende pensar osaría pasar por la referencia al workholic, al overworking de los juppies de la era de Reagan. Lo que no es ningún cargo contra "El psicoanalista y las letosas": Lacan nos mueve a cumplir la cita con el presente, no a adivinar el futuro.

El último grito: la Posmodernidad

¿Qué grito llega hoy desde la calle? (O qué voces, qué murmullos. La historia no siempre irrumpe con el grito desgarrador del Guernica; el mismo Stephen Dedalus sólo invita a Mr. Deasy a mirar por la ventana un partido de hockey.)

Una mirada desde lo alto de las ventanas de este salón o una vuelta a la manzana del edificio, alcanzaría, a los que guardamos recuerdo de cómo era el paisaje hace unos diez años atrás, para sacar conclusiones acerca de cómo se instala y adónde se dirige una sociedad pos-industrial. Los cambios en el rol del Estado y en el manejo del dinero, el crecimiento fenomenal de las comunicaciones y de la oferta cultural (antes no se conseguía el Socrates de Satie en Buenos Aires), el imperio de las grandes cadenas y la ultraespecialización de los pequeños comercios sobrevivientes, la perimetralización de los bolsones de riqueza y la consolidación de la medicina pre-paga que va a liquidar la práctica privada del psicoanálisis: todo esto y más pasa por el marco de estas ventanas. Desde las del Marriot-Plaza el panorama es quizás un poco menos didáctico, pero en su interior escucharemos varios retratos de un presente que, estemos o no de acuerdo los analistas, ha adquirido el nombre de Posmodernidad.

¿Desde dónde se hablará de la posmodernidad en las Jornadas? ¿Se la nombrará con prevención o con confianza? ¿Se escuchará mencionarla con los labios fruncidos o con curiosidad por lo nuevo? Hasta el momento, tengo la impresión de que todavía no se ha extinguido de todos los analistas la primera reacción temerosa y algo paranoica que generan las nuevas escenas intertextuales. Se hacen propios los lugares comunes del periodismo, se demora el acercamiento atento. Se prejuzga, por ejemplo, que Lyotard es light. No estudié a Lyotard, pero me parece muy sofisticado sospechar de light a alguien que debate, con la segunda generación de la escuela de Francfort, la posibilidad de sostener, a partir de ciertos textos desatendidos de Kant, la existencia de una cuarta Crítica kantiana que daría cuenta de las condiciones de posibilidad de la legitimación política luego de los acontecimientos de los últimos veinte años de historia.(10)

Me pregunto, para terminar, si no habrá un factor interno al grupo de los analistas que hoy esté sojuzgando el contacto con la actualidad. ¿Puede ser que nuestra timidez frente a la época esté hoy alentada por los recelos de un Mr. Deasy contrariado con el curso de los hechos?

No sé en otros ámbitos, pero entre nosotros habría que tachar demasiadas líneas para creerlo. Comenzando, si no antes, por las de la conferencia de Tel Aviv de octubre de 1988, en la que J-A. Miller sostuvo, primero, que el posmodernismo encontró sus temas básicos en Lacan y, segundo, que "Lacan es un posmoderno".(11) Y terminando por las de sus últimas visitas a Buenos Aires; en las Jornadas de 1995 tituló su seminario: "Adiós al significante" y, para el IX Encuentro, publicó "La interpretación al revés" anticipada por tres frases: "La interpretación está muerta. No la resucitaremos. Si la práctica es una práctica de hoy, sin saberlo bien todavía, es ineluctablemente postinterpretativa": Si esto no es un guiño a los significantes de la posmodernidad, es el psicodiagnóstico de un hombre triste...

Ahora bien, ¿será su autorizante insistencia correspondida en las Jornadas? La cuestión de la cita, tema central en la retórica posmo, y central también entre nosotros --vía fax en el 96, vía internet en el 97-- merecería, al respecto, agregar una pregunta más a su agenda: ¿por qué será que no todo lo que dice el Master alcanza un destino de Master-dixit?

Referencias

1 Jones, Ernest, Vida y obra de Sigmund Freud, Paidós, Buenos Aires, 1976; t.3 p.266.

2 Volta, Ornella et al., Erik Satie: Del chat Noir a Dadá, , Instituto Valenciano de Arte Moderno, Valencia 1996; p.39.

3 Beach, Sylvia [1956], Shakespeare and Company, Nuevo Arte Thor, Barcelona 1984; p.16-19.

4 Roazen, Paul, Meeting Freud's Family, University of Massachusetts Press, Amherst, USA, 1993.

5 Soler, Colette [12 ene 1991], El síntoma en la civilización (El psicoanalista y las letosas), en aa.vv. La diversidad del síntoma, col. Orientación Lacaniana, Buenos Aires 1996; p.101.

6 Ibíd., p. 91.

7 V.gr. los juegos de Jacques Derrida con los márgenes y las notas en "Tímpano" (1972); con el trazo manuscrito en "Firma, Acontecimiento, Contexto" (1971); con la organización alfabética en "Limited Inc abc..." (1977); con las 88 páginas de prólogo de Mal de archivo (1995) para sus 13 páginas de tesis; con el libro partido en dos escrito junto a Geoffrey Bennington.

8 Para una descripción precisa de la poética posmoderna, consúltese Calabrese, Omar [1987], La era neobarroca, Cátedra, Madrid 1989.

9 Hobsbawm, Eric [1994], Historia del siglo xx: 1914-1991, Crítica, Barcelona 1995.

10 Para una crítica informada a la obra de J-F. Lyotard: Norris, Christopher, What's Wrong with Postmodernism: Critical Theory and the Ends of Philosophy, The Johns Hopkins University Press, Baltimore 1992.

11 Miller, Jacques-Alain [1988], "Algunas palabras sobre Lacan y la modernidad", incluido en n° 4/5 de Seminario Lacaniano, Buenos Aires 1990; pg. 51.


Volver al indice del capítulo