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de Investigación Clínica y de Inserción del Psicoanálisis en
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Arte, Psicoanálisis y
Subjetividad
Sobre la organización del universo simbólico
y el advenimiento del sujeto (entrevista a QFWFQ1)2Gabriel O. Pulice
Qfwfq tiene la edad del universo, y no hay acontecimiento al que no haya asistido, siendo suficiente que alguien haga mención de cualquier hecho relevante en el devenir de los tiempos para que él se encienda en un relato testimonial y maravilloso: desde la aparición de los colores en nuestro planeta a partir de la conformación de la atmósfera, hasta la relación entre la curvatura del espacio y la distribución de la materia, el abandono de la vida acuática por la terrestre por parte de los vertebrados del período carbonífero y el increíble momento original en que toda la materia se hallaba concentrada en un punto Qfwfq estuvo allí, y también en los tiempos en que la Luna estaba todavía tan cerca de la Tierra que bastaba con un buen salto desde una escalera y una especie de cabriola, para caer parado en el suelo lunar, pudiéndose luego con otro salto volver a la Tierra.
Más que un personaje, Qfwfq es una voz, un punto de vista, una subjetividad puesta en juego en cada momento. Mantuvimos con él el siguiente diálogo, ofreciéndonos en sus siempre amables y generosas respuestas un testimonio único y asombroso:
-Q: Yo una vez, al pasar, hice un signo3 en el espacio -dice entusiasmado, a partir de un comentario acerca del tiempo que tarda el sol en cumplir una revolución completa a la Galaxia-, a propósito, para poder encontrarlo doscientos millones de años después, cuando pasáramos por allí en la próxima vuelta.
-Preg.: ¿Cómo era ese signo?
-Q: Es difícil decirlo, porque si uno dice signo, ustedes piensan enseguida en algo que se distingue de algo, y allí no había nada que se distinguiese de nada; ustedes piensan enseguida en un signo marcado por cualquier instrumento o por las manos, instrumento o manos que después se quitan y en cambio el signo queda, pero en aquel tiempo no había instrumentos todavía, ni siquiera manos ni dientes ni narices, cosas todas que hubo luego, pero mucho tiempo después. Yo en aquella época no tenía ejemplos a qué remitirme para decir lo hago igual o diferente; cosas para copiar no había, y ni siquiera se sabía qué era una línea, recta o curva, o un punto, o una saliencia, o una entrada.
-P: ¿Y cómo le salió?
-Q: Por ser el primer signo que se hacía en el Universo, o por lo menos en el circuito de la Vía Láctea, debo decir que salió muy bien.
-P: ¿Quiere decir que era visible ?
-Q: ¿Visible? ¿Y quién tenía ojos para ver, en aquellos tiempos? Nada había sido visto jamás por nada, ni siquiera se planteaba la cuestión
-P: ¿Pero era reconocible ?
-Q: Con riesgo de equivocarse, eso sí. Todos los otros puntos del espacio eran iguales e indistinguibles, y este en cambio tenía el signo.
-P: ¿En dónde lo hizo?
-Q: En un punto cualquiera, pero para hacerlo me había asomado un poco a los márgenes de la Galaxia, de manera que quedase fuera -al reparo de cualquier órbita-, y el girar de todos aquellos mundos no se le fuera encima
-P: ¿En un punto cualquiera?
-Q: Un punto cualquiera que ya no era cualquiera desde el momento que era el único punto que seguramente estaba allí, y en relación con el cual podían definirse los otros puntos.
-P: Pero entonces, convendría aclarar: ¿cuál era para usted el valor de ese signo?
-Q: Servía para señalar un punto, pero al mismo tiempo señalaba que allí había un signo, cosa todavía más importante puesto que puntos había muchos, mientras que signos sólo había aquel; y al mismo tiempo el signo era mi signo, el signo de mí, porque era el único signo que yo jamás había hecho Era como un nombre, el nombre de aquel punto, y también mi nombre que yo había signado en aq uel mundo en fin, el único nombre disponible para todo lo que reclamaba un nombre
-P: No debe haber sido fácil para usted alejarse de él
-Q: El signo estaba donde lo había dejado signando aquel punto, y al mismo tiempo me lo llevaba conmigo, me signaba, me habitaba enteramente, se entrometía entre yo y toda cosa con la que pudiera intentar una relación.
-P: ¿No tuvo miedo de perderlo, o de olvidar cómo era?
-Q: Sí Habían pasado ya decenas de millones de milenios desde el momento en que lo trazara cuando me di cuenta de que, a pesar de tenerlo presente en su perfil sumario, en su apariencia general, algo se me escapaba, en fin, si trataba de descomponerlo en sus varios elementos no recordaba si entre uno y otro había esto o aquello. Podía tratar de derivar de él otros signos y combinaciones de signos, series de signos iguales y contraposiciones de signos diversos, pero la mínima incertidumbre acerca de cómo era, volvía inciertas las posibles distinciones respecto a otros signos eventuales. Hubiera debido tenerlo allí delante, estudiarlo, consultarlo, y en cambio estaba lejos, todavía no sabía cuánto porque lo había hecho justamente para saber el tiempo que tardaría en encontrarlo, y mientras no lo hubiese encontrado no lo sabría.
-P: ¿Entonces qué hizo, entretanto?
-Q: Me puse a elaborar hipótesis sobre cómo era, y teorías según las cuales un signo determinado debía ser necesariamente de una manera determinada, o procediendo por exclusión trataba de eliminar todos los tipos de signos menos probables para llegar al justo, pero todos esos signos imaginarios se desvanecían con una labilidad incontenible porque no tenían aquel primer signo que sirviera de término de comparación. En este cavilar comprendí que había perdido también aquella confusa noción de mi signo, es decir, había olvidado del todo cómo era y no había forma de hacérmelo recordar.
-P: Debe haber sido una situación desesperante
-Q: No, el olvido era fastidioso, pero no irremediable. Dondequiera que fuese sabía que el signo estaba esperándome, quieto y callado. Llegaría, lo encontraría, y podría reanudar el hilo de mis razonamientos.
-P: ¿Tardó mucho en volver a encontrarlo?
-Q: Pasaron los días, ahora debía estar cerca. Temblaba de impaciencia porque podía toparme con el signo en cualquier momento. Estaba aquí, no, un poco más allá, ahora cuento hasta cien ¿Y si no estuviese más? ¿Si lo hubiera pasado? Nada.
-P: ¿Qué, no lo encontró?
-Q: Lancé un grito. En un punto que debía ser justo aquel punto, en el lugar de mi signo, había un borrón informe, una raspadura del espacio mellada y machucada. Había perdido todo: el signo, el punto, eso que hacía que yo -siendo el de aquel signo en aquel punto- fuera yo. El espacio, sin signo, se había convertido en un abismo de vacío sin principio ni fin, nauseante, en el cual todo -incluso yo- se perdía.
-P: ¿Cómo pudo reponerse, luego de semejante pérdida?
-Q: Al principio, me ganó el desaliento y me dejé arrastrar durante muchos años luz como insensible. Cuando finalmente alcé los ojos (entretanto la vista había empezado en nuestro mundo, y por consiguiente también la vida), cuando alcé los ojos vi aquello que nunca hubiera esperado ver. Vi el signo, pero no aquel, un signo semejante, un signo indudablemente copiado del mío, pero que se veía enseguida que no podía ser mío por lo grosero y descuidado y torpemente pretencioso, una ruin falsificación de lo que yo había querido señalar con aquel signo y cuya indecible pureza sólo ahora lograba por contraste evocar.
-P: ¿Quién pudo haberle jugado esa mala pasada?
-Q: No conseguía explicármelo. Finalmente, una plurimilenaria cadena de inducciones me llevó a la solución: en otro sistema planetario que cumplía su revolución galáctica delante de nosotros precediéndonos, había un tal KGWGK (el nombre fue deducido después, en la época más tardía de los nombres), un tipo despechado y carcomido por la envidia que en un impulso vandálico había borrado mi signo y después se había puesto con descarado artificio a tratar de marcar otro. En aquel momento, el deseo de no ceder frente al rival fue más fuerte que cualquier otra consideración
Luego vinieron otros signos, el mundo comenzaba a organizarse de tal manera que en cada cosa a la función empezó a corresponderle una forma, formas que luego pudo saberse que eran, asimismo, provisionales, y que irían cambiando una por una. De la misma manera, QFWFQ descubrió que los signos sirven también para juzgar a quién los traza, y que en un año galáctico los gustos y las ideas tienen tiempo de cambiar, y el modo de considerar los de antes depende del que viene después
-Q: Sin embargo, en mi añoranza, el primer signo seguía siendo inatacable por la mudanza de los tiempos, pues había nacido antes de todo comienzo de las formas y contenía algo que sobreviviría a todas las formas, es decir, el hecho de ser el primero, sin el cual no había ya modo de establecer un punto de referencia: la Galaxia continuaba dando vueltas, pero sólo a partir de él conseguía contar los giros. Independientemente de los signos, el espacio no existía; y quizás no haya existido nunca. Y tan solo ese signo, el primero, el mío, aunque fuera en un fugaz recuerdo, me permitía organizarlo.
Gabriel Omar Pulice.
Notas
1 Qfwfq es el protagonista de «Las cosmicómicas», de Italo Calvino, Ediciones Minotauro, Barcelona, 1985.
2 Trabajo publicado en Periplo, periódico del Seminario de Psicoanálisis para Graduados de la Fundación Estilos, nº 1, Buenos Aires, mayo de 1995.
3 En esa época, todavía no se había establecido la diferencia entre signo y significante. Por el contexto, puede colegirse que la traducción de significante sería más acertada, aún cuando en este primer pasaje convendría utilizar el término más indiferenciado de «marca» o «rasgo».