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Investigación à Psicoanálisis |
Trabajos de Investigación Clínica y de Inserción del Psicoanálisis en diversas Áreas Temáticas
Niñez, Adolescencia y Familia en situación de riesgo y exclusión social
¿qué es lo que el psicoanálisis puede aportar?
Del discurso médico-jurídico al discurso psicoanalítico
Patricia Hanono1.
Psicoanálisis, medicina. ¿Por qué relacionarlos? ¿Qué cuestiones pueden suscitarnos al implicar cosas tan disímiles?
Son dos prácticas, dos discursos que crean dos realidades. El discurso médico-jurídico hace de su objeto un cuerpo extenso, con dimensiones fijas, mientras que el objeto del psicoanálisis, inaprensible, sólo se palpa en lo intangible de la sustancia gozante.
El objeto de la medicina es sustancia extensa, espacio lleno en cuyo hueco el lenguaje toma su volumen y medida, se espacializa, y se verbaliza lo patológico. El objeto del psicoanálisis sólo se puede pensar como los efectos de los decires de otro sobre el sujeto, que no arman unidad, que no son dimensionables ni sustancializables, sólo se dibujan como negatividades no localizables. La medicina cree en lo palpable de su objeto. Para el psicoanálisis el objeto sólo existe en tanto ausente, no va a su encuentro, más bien se asegura su inaccesibilidad.
Teniendo en cuenta esta diferenciación, podemos pensar un dispositivo institucional para el tratamiento de adolescentes marginales. Me interesa compartir con ustedes una clínica que implica para mí un desafío y como tal no deja de interrogarme. Se trata de mi trabajo como psicoanalista en instituciones de internación abiertas para menores en situación de riesgo, con situaciones de abandono y/o violencia familiar, actos delictivos, adicciones, marginalidad. Los pacientes llegan derivados por un juez o por el Consejo del Menor.
Menor nombra desde el discurso jurídico a sujetos que tienen desde el punto de vista legal, restringida su capacidad de obrar y gozan de inimputabilidad y tutela hasta la mayoría de edad. El orden cultural crea el concepto de infancia y adolescencia y con ello instituciones que producen prácticas. Oficializadas la niñez y la adolescencia por el orden cultural, podemos pensar como marginales, en los bordes del sistema pero efecto de éste, a estos menores expulsados del ámbito familiar, sometidos, explotados y arrojados fuera de la dimensión que los constituye como tales. Se trata entonces de alojar a los desechos de nuestra cultura, a quienes no tienen ningún lugar, ofreciéndoles un espacio institucional en el lugar del Otro, necesario para la constitución subjetiva.
¿Cómo hablar de esta clínica sin hacer alusión a la descarnada obscenidad con que se nos presenta? ¿Cómo sustraerse a lo monstruoso de esta mostración que escenifica el horror y nos deja paralizados en su contemplación?
¿Qué lugar habrá para el analista cuando los jóvenes, que no advierten el riesgo al que están expuestos, no están allí por propia decisión? No demandan ayuda. No está instalada en ellos la falta que posibilita el advenimiento al deseo, gozan intentando una satisfacción permanente, absoluta, que creen posible y a la que no desean renunciar.
Desde el psicoanálisis el sujeto, que es efecto del significante, no encuentra el modo de localizar su ser en objeto alguno. El acceso a un ser pleno de goce es imposible al ser hablante. En este sentido, la «obscenidad descarnada» a la que hacíamos mención describe la presencia de un exceso, un goce más allá de la palabra, aquél que «haría falta que no»2. Esta obscenidad conlleva un pretendido saber acerca de la satisfacción. ¿Se tratará entonces de oponer a este saber otro?
La institucionalización, por decisión de un tercero autorizado, es un intento de acotar este exceso ordenándolo desde las normas jurídicas imperantes. La institución implica pautas, normas, cumplimiento de horarios, prohibiciones. El discurso amo, en el lugar del Otro y al modo de la medicina, impone en forma imperativa los modos de satisfacción en un intento de tratamiento del exceso, proponiendo otro sentido al ser.
Es un pasaje de un Otro arbitrario a un Otro barrado, atravesado por la ley. ¿Cómo pensar los límites impuestos? ¿Al servicio de la reeducación o como organizador lógico, posibilitador, fundante de la dimensión deseante? Sin ellos, ¿sería posible alguna intervención analítica?
El psicoanalista no es en modo alguno un legislador, pero no desconoce los efectos de la ley. El discurso del psicoanálisis es exactamente el reverso del discurso del amo. El amo define un sistema de obligaciones y demandas para el sujeto. La ética del analista orienta la experiencia de la cura en un terreno distinto al que presenta al bien como universal. Si el analista está privado de esta certidumbre sobre el bien, habrá que reflexionar entonces respecto del modo en que su discurso pueda encontrar su pertinencia aquí.
Tomaré dos fragmentos clínicos para pensar algún efecto posible de subjetivación en el interjuego de los discursos del amo y del analista.
N. tiene 19 años, llega a la institución después de recorrer otros ámbitos. A los 17 años fue detenida tras un episodio de robo a mano armada. Estuvo alojada durante un año en un instituto de seguridad, lugar de alta contención para menores, que están allí a cargo de celadores y a puertas cerradas. Su buen comportamiento favorece el egreso. Se hospeda con una hermana mayor. Esta convivencia fue muy conflictiva ya que allí no podía ser contenida y ambas piden nuevamente la tutela del Consejo del Menor. La familia de N. es marginal y está comprometida con la droga y actividades delictivas.
Durante las primeras semanas posteriores a su ingreso N. frecuentaba durante los fines de semana la casa de una de sus hermanas. Allí entabla relaciones amorosas con su cuñado, ex-convicto por homicidio, infectado de SIDA. Respecto de estas relaciones N. alardeaba, desafiante, haciendo público aquello que debería ser privado, regodeada en el efecto que producía en los demás, a quienes mostraba su impudor. Algunas maniobras institucionales sancionan sus actings, que se leen como un llamado al Otro. Se suspende la autorización de sus salidas.
En el primer período de internación N. concurría obedientemente a sus sesiones sin plantearse cuestión alguna. Allí aparece su fantasía de ser trasladada a un instituto de máxima seguridad. Esta obediencia se interrumpe cuando solicita a la analista, quien se opone, la elaboración de informes para el Juzgado que la favorecieran. Luego de un tiempo de ausentarse a sus sesiones comunico a N. mi deseo de hablar con ella, ya que tengo algo importante para decirle. N. accede. Le digo entonces que habiendo pensado mucho en ella durante ese lapso había llegado a una conclusión: ella, con sus actitudes, había logrado una excepcional situación en la institución, que de abierta pasó a ser cerrada. Era ahora similar a un instituto de seguridad. Tal vez era éste un intento de buscar el cuidado que por sí misma no podía brindarse.
N. retoma sus sesiones. La relación oscilaba entre momentos de instalación de la transferencia y momentos de abandono del tratamiento. A pesar de todo, algo podía empezar a preguntare. «¿Yo soy buena o mala? Por lo de mi hermana, viste. ¿Me podrá perdonar? ¿La volveré a ver?». N. parece empezar a involucrarse, le compete alguna responsabilidad en lo que le sucede.
Después de un tiempo, y recuperadas las salidas, empieza un curso que le da una salida laboral. Entabla relaciones con un joven, quedando al poco tiempo embarazada. Recibe con entusiasmo la noticia de su embarazo. N. dice: «Este hijo me va a aferrar más a la vida». Pero también se golpea la panza con bronca. Interrumpe el proyecto laboral ya que le implica esfuerzos que por su embarazo no está en condiciones de soportar, desea cuidarse.
Estos intentos se alternan con episodios en los que se expone abiertamente. Su embarazo precipita un pedido de tras lado a un instituto materno-infantil pues el sistema así lo requiere. El inminente traslado desencadenó una serie de actuaciones. Ante la menor contrariedad, N. reacciona con conductas que implican un riesgo para ella y para terceros. Rompe vidrios, se corta. La Dirección sanciona esto con un pedido de expulsión. Después de un episodio de violencia, N. desaparece, pasa 24 horas afuera sin comunicarse, y regresa para su inmediato traslado.
N. sigue repitiendo. Una vez más se hace expulsar, pierde un lugar. Pero si pensamos que cada repetición implica cierta pérdida de goce, con ello algo nuevo se produce. N., que sabe como sobrevivir en la calle, decide regresar aceptando la protección institucional. Tal vez ahora también sabe de algún riesgo.
J. tiene 17 años. Llega a la institución derivado por un juez. Tiene tres causas penales por robo calificado. Sus padres conviven en una situación de extrema violencia. J. quedó expuesto a una constante y obscena escena que sus padres daban a ver, quedando expulsado del campo de un Otro absolutizado en su goce. En tanto objeto de goce de sus padres, consagra su vida a invocarlos bajo la forma de acting-out diversos: se droga, roba, se expone a riesgos. El Otro no se da por advertido, no puede alojarlo como sujeto. Estas impulsiones se detienen con su institucionalización.
J. describe que llevaba una doble vida, por un lado iba al colegio mostrando una imagen de «nene bueno». «Todos me quieren en la escuela», dice. Por otra parte comenta: «Andaba siempre armado, incluso en la escuela. Estaba siempre re-duro».
J., por su respuesta al tratamiento, luego de un tiempo empieza a frecuentar la casa de sus padres, cumpliendo con las pautas establecidas. Aproximadamente al año de tratamiento, una trabajadora social que lo visita en la institución le dice que lo espera en el juzgado para una próxima entrevista, pero que esta vez podría ir acompañado por su madre y no esposado en el móvil del Consejo ya que ahora demostraba ser un «ser humano» y no un «chorro», según palabras de J.
Luego de esta entrevista J., mientras realizaba una visita a la casa paterna, se da a la fuga, consigue armas y droga y comete actos delictivos. Sus padres, que antes no se inmutaban frente a sus actuaciones, salen a buscarlo y consiguen traerlo a la institución. Después de este episodio J. pide ser trasladado a un instituto de máxima seguridad. Refiere que no merece ser aceptado porque ha defraudado a todos. Desde la dirección de la institución se le dice que su cuidado y su tratamiento le fueron confiados y que se sigue confiando en él.
¿Cómo entender este acting, luego de un año de sostener la abstinencia y el tratamiento? Algo no tramitable por la palabra es mostrado en sus transgresiones para posibilitar en transferencia su inclusión en el registro del lenguaje.
J. no pudo soportar dejar de ser un «chorro». Identificarse al nuevo nombre aportado por la asistente social implicaba una renuncia a una satisfacción pulsional a la que J. no estaba dispuesto.
Al comienzo del año escolar J. empieza a concurrir a un colegio secundario de la zona con buen rendimiento. Cumplió con los horarios establecidos hasta que nuevamente retorna el acting, vuelve a fugarse. J., que se había enterado por una comunicación del Juzgado que sus causas se habían cerrado, dejaba otra vez de ser un «chorro». Esta vez lo pudo soportar mejor. Cuando llegó a la zona de sus actividades delictivas llamó angustiado a la institución pidiendo que lo fueran a buscar. No quería volver a robar.
Tal vez algo de la nominación a la que N. y J. acceden con su institucionalización: «menor en riesgo que precisa de la tutela del otro» ha dejado marca, Nombre del Padre que pacifica el goce.
¿Podrán forjarse a partir de este nombre algún otro?
No es la ley sino el super-yo el que ordena al sujeto gozar, instancia que preserva el puro goce, anónimo autoerótico, por fuera de toda dimensión simbólica. La función nombre del padre aplaca esa omnipotencia gozadora, dando la posibilidad de reconocer en el decir una dimensión equívoca. Equivocidad en la que podrán alojarse los fantasmas, ficciones en las que se sostiene el deseo.
Notas
1 Psicoanalista. Miembro de Letra Institución Psicoanalítica. Miembro de AEPA (Asociación Estudios Psicoanalíticos Argentinos) en calidad de asociada. Extensa experiencia clínica en instituciones de menores integradas a los programas del Consejo del Menor y Docente en seminarios de postgrado sobre el tema en la Universidad de Buenos Aires.
2 Jacques Lacan, Seminario XX, Encore.
Bibliografía
Lacan, J.; Seminario X, (inédito)
Lacan, J.; Seminario XX, Buenos Aires, Paidos, 1991.
Le Poulichet, S.; Toxicomanías y Psicoanálisis. Las Narcosis del deseo, Buenos Aires, Amorrortu, 1992.
Clavreul, J.; El orden médico, Barcelona, Argot, 1983.
Aleman, J.; La experiencia del fin en Psicoanálisis y Metafísica, Barcelona, Miguel Gomez Ediciones, 1998.