Psicoanálisis, estudios feministas y género |
Violencia entre varones. Violencia intragénero
Irene Fridman
irefridman@sinectis.com.ar
En los últimos años se ha observado un aumento en la aparición de conflictos que desencadenan en situaciones de violencia en los grupos escolares. Si bien este fenómeno se encuentra en los grupos de ambos sexos, es mayoritariamente en los de varones donde se desarrollan los más violentos.
Muchas de las consultas institucionales que se realizan están motivadas por esta situación, y en la mayoría de los casos, los pedidos de intervención institucional se llevan a cabo cuando el conflicto se encuentra muy avanzado y tanto los docentes como los niños se encuentran sobrepasados por una espiral de violencia que ya no pueden contener y que deja secuelas indeseables.
Para poder interrogarnos acerca de este fenómeno partiré de dos viñetas extraídas de trabajos de abordaje institucional, realizados en diferentes establecimientos escolares. En el primer trabajo llevado a cabo hace algunos años, la directora de una institución escolar refiriéndose a los conflictos que se generaban en los grupos explicitó: "Las nenas son terribles, arman lío entre ellas, hablan y hablan... en cambio los varones son distintos ¡con ellos no hay problemas! les tiras una pelota y lo arreglan jugando al fútbol", cuando se le preguntó que pasaba con los niños que no jugaban al fútbol, como hacían para resolver sus problemáticas, ésta miró al equipo que estaba realizando el trabajo institucional desconcertada, y aclaró que siempre había considerado que todos los varones jugaban al fútbol.
En el segundo caso, el conflicto surgió en un grupo de varones de una sala de 5 años de un Jardín de Infantes, el hostigamiento a través de la violencia verbal 1 de un subgrupo contra otro desencadenaron una espiral de violencia que los docentes no pudieron contener y que trajo como resultado, el retiro de uno de los niños del colegio, la negativa a concurrir a clase de otros más, junto con la aparición en algunos chicos de síntomas psicosomáticos. En este punto los directivos de la escuela se decidieron a intervenir, abordando la conflictiva de una forma llamativa a mi entender, utilizaron una narración como disparador para elaborar las situaciones traumáticas en la cual se hacía hincapié en un personaje débil y distinto, para trabajar los aspectos ligados a la discriminación (cuando se realizó la consulta institucional los docentes relataron que el episodio de violencia había coincidido con la muerte de la mascota del grado, un conejillo de Indias, la perdida del embarazo de la maestra a cargo del grupo y el próximo cambio de colegio de uno de los niños del grupo, que obedecía a factores económicos)
De las viñetas arriba mencionadas me interesa profundizar sobre dos aspectos nucleares en la formación de la subjetividad masculina. Cómo por parte del contexto social se estimula a los varones a elaborar los conflictos, enfatizando el uso del cuerpo de forma mecánica sin la posibilidad de mediatizar las emociones a través de la palabra, y por otro lado, como se fortalece la escisión con respecto a las representaciones de la masculinidad, de una imagen de varones supuestamente fuertes que corresponde a las representaciones de la masculinidad hegemónica y de imágenes de varones supuestamente débiles asociados a aspectos femeninos y por lo tanto desvalorizados.
Las respuestas que habían dado las instituciones ante el surgimiento de conflictos en los grupos de varones habían correspondido a estos dos supuestos que subyacen en el imaginario social acerca de cómo deben ser los niños "varoniles", y que impiden dar cuenta de la amplia gama real de masculinidades con que nos encontramos en la realidad.
En la construcción de la subjetividad masculina se puede observar una fuerte conflictiva entre una representación única de masculinidad, contrapuesta a representaciones más novedosas de diversos tipos de masculinidad. La tramitación de las emociones en los varones los enfrenta con el profundo temor a parecer femeninos y por lo tanto "poco hombres" y por esto en muchos casos la aparición de la violencia surge como reaseguro de angustias más profundas de desindentificación 2.
Esto nos lleva a pensar acerca de cómo se define la masculinidad en el ámbito de las representaciones sociales. Lynn Segal en su articulo "Repensado la heterosexualidad" realizó una importante puntuación en la relación de la definición de heterosexualidad con respecto a las ideas que prevalecen sobre la masculinidad dominante: "El primer impedimento para poder pensar la heterosexualidad radica obviamente en los hombres. ¿Cómo son y cómo se los representa en las ideas dominantes sobre la masculinidad?". Hay una total coincidencia en equiparar las representaciones sociales de la masculinidad con las cuestiones alrededor del poder.
Si bien en general los varones se ubican mayoritariamente en los sistemas de poder, la mayoría de ellos no se sienten poderosos (Kimmel 1992) y mucha de la literatura actual se está ocupando de dilucidar el impacto que tiene en la subjetividad de los varones, la relación entre el poder y las representaciones sociales de la masculinidad.
La masculinidad social se ha definido por un uso supuesto de la asertividad más que la emocionalidad, la independencia más que la dependencia y de la fortaleza en contraposición con la supuesta vulnerabilidad femenina asociada a las emociones. Muchas de los atributos de la masculinidad social se definen desde la negativa a lo que se considera típicamente femenino (Bandinter, 1993). Según Robert Connell (1996) las representaciones sociales acerca de la masculinidad marcan que una persona poco masculina es un varón más pacifico que violento, conciliatorio más que dominante, escasamente preparado para jugar al fútbol y poco dispuesto a la conquista sexual.
Asociando estas definiciones con las anécdotas relatadas anteriormente vemos como la modalidad de resolución de conflictos por parte de los directivos de las escuelas cumplía con las representaciones de la masculinidad arriba mencionadas.
La masculinidad todavía es pensada a través de un concepto único, y toda desviación del mismo va a ser catalogada de femenina, no permitiendo por la misma rigidez de este concepto la posibilidad de pensar en diferentes tipos de masculinidades. Esta rigidez traerá diversas problemáticas en el desarrollo de la subjetividad, la representación de una masculinidad hegemónica 3 produciría al interior del mismo género conflictos acerca de cómo resolver que el hecho de la existencia de una gran variabilidad de masculinidades reales, produzca una escisión entre los miembros que cumplirían con los aspectos que en el imaginario social de identifican como netamente masculinos y el resto a los que se equipararía con los grupos dominados.
En referencia a esta problemática escribe Robert Connell en su libro Masculinities 4
"La definición normativa de la masculinidad muestra un problema, que no muchos varones cumplen con estas normas, desde este lugar muchos varones heterosexuales son expelidos del circulo de legitimación utilizando muchas veces un lenguaje abusivo y violento que hace recordar al que se utiliza con las mujeres." Pensemos en los insultos que se dirigían estos chicos.
La masculinidad hegemónica puede definirse como la configuración de prácticas de género que legitimen el patriarcado y que garanticen una posición dominante de los varones y subordinada de las mujeres (Connell, 1996), pero esto traería aparejado una lucha al interior del mismo género como forma constante de validar cuales son los rasgos por los que se define que un tipo de masculinidad va a tener más legitimación dentro del grupo que otro.
Las características a las cuales se adscribe la masculinidad social, ser racional, sobrevalorando los rasgos instrumentales por sobre los emocionales, ser fuerte e individualista, adquiere una supuesta representación única para el imaginario social de lo que es el varón en esta cultura. Habría una creencia de homogeneidad en un colectivo que por lo que todos sabemos tiene muchas diferencias al interior del mismo.
Esta representación social es el correlato subjetivo del principal actor del sistema patriarcal y capitalista y no es casual que esta imagen esté en crisis cuando el sistema ha entrado en crisis para brindar privilegios a un grupo determinado por un género. Muchas de las problemáticas que traen los varones a la consulta tienen que ver con la crisis ante la cual se hallan los varones por la ruptura de este modelo hegemónico de varón dentro del sistema patriarcal.
La violencia puede ser utilizada como forma de validación de un modelo de masculinidad por sobre los otros. Puede ser una modalidad de demarcar fronteras y realizar la exclusión, y también de hacer valer los derechos de un cierto sector de varones sobre un grupo en conflicto (Connell, 1996). No debemos olvidarnos que la masculinidad social está fuertemente condicionada por la fantasía de omnipotencia, y que la violencia aumenta cuando se amenaza esta representación.
Esta crisis del modelo del varón en la cultura patriarcal, podría explicar en alguna medida el fuerte resurgimiento de los grupos fundamentalistas, quienes en general se hallan bajo el mando de un líder carismático ( que mayoritariamente es un varón) y que marca de manera rígida las formas correctas de ser y vivir. Este encolumnamiento dogmático permitiría a los que se someten a este tipo de formaciones quedar inundados de un cierto aura de omnipotencia. Lo que subyace sería la creencia de que la pertenencia a un "grupo de verdad revelada", por un lado les permitiría vivir sin la sombra de la duda, vivencia que en general provoca una extrema angustia, y por el otro lado esta pertenencia les permitiría adquirir por carácter transitivo la omnipotencia tanto del líder como de las "verdades absolutas" que este ofrece al grupo.
Todo ser humano tiene una fuerte vivencia de fragilidad que trataría de paliar con diferentes acciones, la pertenencia a este tipo de agrupación serviría en algunos casos como forma de reaseguro. Cuando la omnipotencia fracasa, y aparece el miedo a la fragilidad humana, "la insoportable levedad del ser" se haría tan intolerable que podría surgir la violencia como forma de restablecer la omnipotencia perdida. Sigmund Freud en su texto de 1921 "Psicología de las masas y análisis del yo" dice: "La iglesia y el ejercito son masas artificiales, esto es, masas sobre las que actúa una coerción exterior encaminadas a preservarlas de la amenaza de disolución y a evitar modificaciones en su estructura......entonces surgiría una ilusión preservadora de la disgregación que sería la presencia visible o invisible de un jefe que ama con igual amor a sus miembros y que los resguardaría de la amenaza de disolución".
El caudillo sería el representante del temido padre punitivo, pero la búsqueda del amor del mismo y también el deseo de ser dominado por él representaría una forma mágica de restauración de la sensación omnipotente de ser y pertenecer a un colectivo privilegiado. La relación de este fenómeno con la modalidad prototípica de la masculinidad patriarcal salta a la vista: en general estos grupos son netamente masculinos o exaltan la imagen de una masculinidad hasta ahora sobrevalorada. La función del paternalismo 5 en este tipo de agrupación sería defender al grupo de la amenaza de disolución.
Cuando por los cambios históricos el colectivo masculino se siente amenazado de perder los privilegios que siempre han sustentado como grupo dominante, la aparición de la violencia contra alguien o contra un sector serviría para fortalecer la unidad y fomentar la cohesión. En este sentido la adhesión al líder carismático y violento posibilitaría que por el fenómeno de transposición toda la omnipotencia que se le atribuye al mismo, pase a los miembros del grupo que este lidera, y la vivencia de pertenencia al grupo los defendería de lo más temido: quedar ubicados en el lugar de lo desvalorizado, esto es la conflictiva de lo Uno y lo Otro al interior del mismo género.
La reacción ante el temor a la disgregación y por ende a la perdida de los ideales del colectivo masculino de ser sujetos únicos de la historia, podría estar justificando que así como lo prototipico sea la aparición de violencia de los varones hacia las mujeres, aparezca también violencia al interior del mismo género con los miembros que no cumplan con los roles tradicionales y que por lo tanto provocarían una cierta zozobra en la seguridad corporativa.
Hay una sistemática asociación entre poder, empoderamiento y violencia, y en ese sentido la violencia que ejercería un varón sería avalada por el contexto social como forma de reasegurar su identificación con el rol que la cultura le otorga y valora como perteneciente al género masculino.
La tensión aparecería cuando el grupo tiene que soportar las diferencias al interior del mismo, y sobre todo cuando estas diferencias resuenan en lo que históricamente se ha definido como femenino.
Actualmente muchos varones no cumplen con las características esperadas desde las representaciones de la masculinidad hegemónica y cuando hay violencia al interior del mismo género parecería que se produce una dicotomía por la cual un grupo se reviste imaginariamente de estas características, para depositar en el/los otros, los aspectos de una supuesta debilidad y/o femineidad.
Dice Victor Seidler (1995) "Con los retos del feminismo y los movimientos de liberación gay, los hombres han tenido que repensar su relación con la heterosexualidad, como parte de una exploración para replantear lo que significa "ser hombre", en que ámbitos se convierten los niños en hombres y como se relacionan estos con las diferentes masculinidades disponibles".
En las dos instituciones que comente anteriormente prevaleció la prescripción de lo que marca la cultura para ser varón: por un lado enfatizar la resolución de conflictos sin palabras, utilizando el cuerpo como herramienta; por el otro tratar de fortalecer a los que la institución visualizaba como " diferentes" a través del desarrollo de la agresión.
Citando a Irene Meler (2000) cuando se pregunta "¿por qué el comportamiento sádico representa un aspecto exacerbado de la actividad masculina?", podríamos pensar que las instituciones se harían cómplices de esta situación al desestimar el desarrollo de episodios de violencia como forma de fortalecer la supuesta masculinidad de los implicados. Este fenómeno de desestimación aumentaría cuando la violencia se expresa en forma verbal, ya que subyace el supuesto de que los varones toleran mejor que las mujeres este tipo de hostilidad, produciéndose un efecto de desmentida de las consecuencias de someter a una persona a este tipo de violencia.
Hace poco tiempo una noticia conmovió a la opinión pública, daba cuenta de un conflicto entre los varones de un grupo de estudiantes de colegio secundario: a uno de ellos un grupo de compañeros lo hostilizaba llamándolo "Pan triste" 6 por su aislamiento y su silencio; este acoso dio como resultado que el adolescente hostilizado llevase al colegio un arma y le disparara al principal acosador produciéndole la muerte. Cuando leemos este tipo de información no podemos dejar de pensar que ocurre con los adultos a cargo que no connotan como efecto de violencia cuando el acoso es a nivel verbal y sobre todo si circula entre varones.
Revisando material sobre el acoso laboral y las técnicas de mobbing 7 me llamó la atención la similitud que tenían estos procedimientos con el desarrollo de un conflicto de termina en violencia en los colegios. Se denomina "acoso en el lugar de trabajo" a cualquier manifestación reiterada de una conducta abusiva, esto es comportamientos, palabras, actos, gestos y escritos que puedan atentar contra la personalidad, la dignidad, o la integridad física o psíquica de un individuo, en el ámbito laboral, que no solo destruye el ámbito de trabajo sino que favorece el ausentismo, ya que produce desgaste psicológico" (Marie-France Hirigoyen, 2000).
Es normal que en un grupo se produzcan conflictos; lo que constituye el efecto de acoso es la reiteración de la conducta abusiva sin que se intente solucionar el conflicto por parte de la institución en donde ocurre esta situación. La respuesta es en la generalidad de los casos "Uds. son mayores para arreglar solo sus problemas": La persona hostilizada no siente que se la apoya y aparece también como un cierto tipo de abuso por parte de la institución al no connotar como violencia el proceso que se está desarrollando.
Según Rene Girard (citado por Hirigoyen en su libro) "en las sociedades primitivas las rivalidades en el seno de los grupos humanos producían situaciones de violencia indiscriminada que se propagaban por mimetismo, y a las que solo se podía poner fin mediante un sacrificio que implicara la exclusión de un hombre o un grupo de hombres al que se designaba como responsable de esa violencia. La muerte del chivo expiatorio traía consigo la expulsión de la violencia y la sacralización de la víctima. En nuestra época las víctimas no se sacralizan, pero en vez de pasar por inocentes se ven obligadas a pasar por débiles"
Las resonancias que tienen estas descripciones con las viñetas relatadas acerca de los grupos de escolares no deja de sorprendernos, porque estos estudios se realizaron estrictamente para analizar las problemáticas de los grupos laborales.
Los niños aprenden a probarse a sí mismos de acuerdo a reglas extremas, y se vuelve muy difícil desarrollar emociones si éstos aprende que mostrarlas son signo de debilidad (Seidler, 1995).
En el grupo de varones de Jardín de Infantes en donde se desarrolló el conflicto antes relatado había entrado en una progresiva espiral de miedo e inseguridad que nadie percibió en el colegio, quizás por las propias problemáticas de los docentes a cargo en ese momento, pero cuando se hizo visible la crisis dentro del grupo de escolares, los docentes en un primer momento desestimaron que lo que acontecía podía producir efectos nocivos para los niños minimizando el valor negativo de la hostilización. Seguramente esta acción se baso en el supuesto de generar defensas en los mal llamados débiles. Cuando la violencia había pasado del insulto verbal a la agresión física, ya era tarde, ya que se había producido un importante desgaste psicológico tanto en los agresores como en los agredidos que no habían encontrado contención a su propio descontrol por parte de los adultos. En el grupo de los que podríamos denominar "los agredidos" se desencadenaron síntomas psicosomáticos, y también negativas a concurrir a la escuela, la respuesta en el otro grupo fue de desconcierto ante la imposibilidad de que algún adulto pudiera representar una adecuada barrera de contención y de elaboración de lo que estaba aconteciendo, promoviendo en ellos vivencias de omnipotencia pero también en soledad.
Cada vez que un niño solicitaba ayuda para enfrentar la situación, las respuestas de los docentes confirmaban la fantasía de que los que solicitaban ayuda eran de alguna manera más débiles, sustentada esta representación en la incapacidad de los docentes de interrogarse desde una perspectiva genérica acerca de a que nivel tiene que llegar la agresión para que esta sea connotada como violencia cuando ocurre entre varones.
Cuando la violencia se desencadena dentro de un grupo de varones parecería que es más difícil de visualizar como contraproducente y se posterga tanto la intervención como la elaboración del conflicto, esto se produce porque entre varones todavía pesa la representación de una masculinidad identificada con la violencia misma, y todo lo que se aparte de esta representación será identificada con los rasgos de una supuesta vulnerabilidad asociada a la femineidad.
Lo que estaba en juego en el grupo de niños era del orden del miedo a la disgregación del grupo y el aumento de la angustia de muerte (promovido por la muerte de la mascota, mas la perdida del embarazo de la maestra)que en ningún momento había sido trabajado.
Los escolares estaban tratando de elaborar estas sensaciones atemorizantes con las armas que muchas veces los adultos utilizan para elaborar sus propias vivencias angustiosas. El intento de validar una subjetividad masculina dominante se llevaba a cabo a través de erigir a un líder de características violentas (pero buen jugador de fútbol) que casi como un pequeño representante del padre mítico de la horda primitiva los protegiera de la angustia que les producían las diversas claudicaciones a las que se hallaban enfrentados: ante la muerte, ante la fantasía de disgregación del grupo, ante el declinamiento económico de algún padre, que no estaba cumpliendo con lo que se esperaría que pueda un varón de mantener un cierto nivel económico.
En el libro "Varones. Genero y subjetividad masculina" Irene Meler dice: "la sombra de la claudicación y la amenaza de la descalificación acechan constantemente el camino de la sexualidad masculina y las sanciones implícitas constituyen un intento de reasegurar a todos la efectividad del poder atribuido a los varones. Circula una advertencia amenazadora acerca de las sanciones sociales que esperan a quienes no merezcan permanece en el colectivo dominante. Esto se puede comprender si pensamos que la masculinidad y la feminidad se han construido a partir de un proceso colectivo de escisión entre las tendencias infantiles y las adultas, la vulnerabilidad y la fuerza.........Podemos considerar que lo disociado no responde a características reconocibles como masculinas o femeninas sino más bien se distribuye en un modo imaginario entre los sexos el desamparo infantil y el poder atribuido a los adultos"
Estos varoncitos respondían dramáticamente a esta cita, utilizando el colegio como un microescenario en el cual jugaban la conflictiva de la masculinidad social actual, los supuestamente fuertes contra los supuestamente débiles. Intentaban erigir modelos patriarcales y violentos como forma de exorcizar lo temido y por lo tanto encontrar respuesta a la pregunta de cómo es ser varón si los modelos que ellos tenían estaban en franca crisis. Estaban pidiendo que los adultos los ayudemos en la difícil tarea de construir una masculinidad diferente al modelo patriarcal.
En un mundo de características patriarcales y paternalistas como el nuestro, en el cual los varones representan a los sujetos modélicos de la cultura, poder poner en palabras las emociones, diferenciar entre violencia y empodermiento, y que para poder consolidar la subjetividad masculina no siempre es necesario poner al cuerpo en juego todavía parece algo impensable.
La equiparación del patriarcado a la masculinidad trae a los varones actuales diversos tipos de problemáticas ya que es muy difícil en la actualidad cumplir con estos ideales que se han hecho prácticamente inalcanzables y están en franca retirada. Ir abordando desde diversos ámbitos la aceptación de una masculinidad diversa y no única quizás permita a nuestros varones ir incorporando los aspectos escindidos que muchas veces regresan como lo temido o en forma de acting violento.
Parafraseando a Jaime Semprum, no pensar que mundo les vamos a dejar a nuestros niños sino a que niños les vamos a dejar este mundo.
Notas
1 En el caso que se relata los insultos se referían en general a la equiparación entre homosexualidad y debilidad de los niños que no jugaban bien al fútbol.
2 Se denomina angustias de desidentificación a los temores profundos que presentan muchos varones de quedar identificados con el primer objeto de amor, la madre y por lo tanto no poder consolidar una identidad masculina
3 Pensando este termino desde la formulación gramsciana de la dinámica cultural en la cual un grupo demanda y sostiene una posición dominante en el grupo social
4 La traducción es mía.
5 Se denomina paternalismo a la actitud paternal de los superiores hacia los inferiores
6 Pan triste es el personaje de un dibujo animado argentino que cuenta la vida de un niño solitario.
7 Se denomina mobbing a las técnicas que se llevan a cabo en los lugares de trabajo para desestabilizar y lograr que el alejamiento de una persona en una empresa.
Bibliografía
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