Psicoanálisis, estudios feministas y género |
Femenino/Masculino
La pérdida de ideales y el duelo (*)
Elina Carril Berro
Introducción
Los cambios sociales que se han producido en los últimos veinte o treinta años respecto a los lugares de hombres y mujeres en las sociedades occidentales, han provocado verdaderas rupturas en las subjetividades sexuadas y modificado sustancialmente las relaciones entre los géneros. Se han derrumbado, puesto en cuestión y/o iluminado la naturaleza ideológica de aquellas creencias, mitos y fantasmas que sostuvieron prácticas, posicionamientos y vivencias de sí y se constituyeron en ordenadores simbólicos que posibilitaron identidades "fuertes " a varias generaciones de mujeres y varones socializados en la modernidad.
Masculino/Femenino parecen desvanecerse como categorías rígidas de demarcación de universos diferentes, opuestos y excluyentes. Los ideales de masculinidad y femineidad que podríamos llamar tradicionales han cambiado o están en proceso de cambio. En estos tiempos posmodernos o de la modernidad tardía, en que mujeres y varones parecen ya no ser lo que eran, coexisten sin embargo lo tradicional y lo innovador tanto entre los actores como dentro de la propia subjetividad. Pero esta coexistencia es conflictiva, ya que los tiempos subjetivos no son los mismos que los tiempos históricos, y no siempre las prácticas innovadoras se acompañan de la apropiación subjetiva de estos cambios.
La imposibilidad de cumplir con el o los ideales, por los motivos que sean sobre todo en aquellos sujetos de mediana edad cuyas identidades y códigos de género se construyeron prevalentemente bajo los estereotipos tradicionales- se viven como pérdidas yoicas que amenazan el equilibrio narcisista. Sentimientos de desvalorización, culpa, autorreproches, que acompañan y demarcan estados depresivos, "reacciones afectivas frente a una pérdida": duelo.
Me interesa abordar el tema del duelo, proponiendo que ante lo que llamo "pérdida de ideales de género", el psiquismo se enfrenta a un trabajo de duelo similar al que debe abocarse cuando lo perdido es el objeto. Este duelo implica la desligazón y nuevas ligaduras a través de la investidura de otros ideales del yo, más plásticos, más acordes con la realidad compleja y cambiante de las posiciones que hombres y mujeres ocupan en este momento histórico y con los efectos de estos cambios en la relación entre los géneros.
He observado en la experiencia clínica tanto con pacientes individuales, parejas o grupos de reflexión de mujeres- y desde una perspectiva teórica resultante del entrecruzamiento del psicoanálisis con los Estudios de Género, que estos duelos no elaborados se encuentran en la génesis de muchos estados depresivos o malestares difusos, con mayor o menor presencia de angustia manifiesta.
Genero y psicoanálisis
La introducción del concepto de género en la medicina (J. Money, 1955) y extendido luego a las ciencias sociales, ha permitido hacer visible que tanto la femineidad como la masculinidad dependen de factores psicosociales.
Se entiende por género la construcción socio - cultural e histórica que cada sociedad realiza sobre uno y otro sexo. De acuerdo a J. Scott, sería una categoría social impuesta a un cuerpo sexuado: creencias, sentimientos y conductas que toda sociedad se ha dado frente a la diferencia sexual. En términos generales se acepta que sexo se refiere al hecho biológico y está determinado por la biología, incluyendo también el intercambio sexual propiamente dicho y, género a las atribuciones de sentido que cada cultura le asigna a esta diferencia. Los Estudios de Género, desde una perspectiva interdisciplinaria, han creado un cuerpo de conocimientos que da cuenta de las razones históricas, sociales, económicas, políticas, simbólicas, que han dado fundamento a la desigualdad entre hombres y mujeres, y de qué modo esta desigualdad se reproduce en el interior mismo del conocimiento científico. Los Estudios de la Mujer primero, y posteriormente los Estudios de Género, han realizado al interior de cada disciplina una labor deconstructiva y reconstructiva de las condiciones de producción, reproducción y transformación de sus nociones básicas, a la vez que han estudiado las marcas que esta condición desigual han producido en la subjetividad. Trabajo deconstructivo al que el psicoanálisis no ha sido ajeno.
El entrecruzamiento entre el psicoanálisis y los Estudios de Género ha posibilitado una mayor comprensión de la complejidad de la constitución de la subjetivdad femenina y masculina, aportando aquél, en tanto teoría que da cuenta del campo del inconsciente, las hipótesis teóricas que permiten explicar los procesos intrapsíquicos por los cuales el infante humano deviene sujeto psíquico y adquiere su identidad sexuada.
Femineidad/Masculinidad. ¿Hechos de la naturaleza o construcción ideológica?
Masculino y femenino en nuestra cultura
¿Es la masculinidad o la femineidad un hecho de la naturaleza o una construcción ideológica? ¿Es la biología y la anatomía lo que en última instancia define y diferencia a varones y mujeres? ¿O éstas determinan el sexo y las diferencias irreductibles entre ellos? (J.Money, 1988)
Lo que los Estudios de Género han puesto en visibilidad es que la femineidad /masculinidad no son esencias transhistóricas, atemporales y naturales. Cada cultura, en cada momento histórico, privilegia determinados ideales genéricos, que mujeres y varones hacen suyos a través de procesos identificatorios, y con los cuales constituyen parte de su subjetividad.
Los formatos de femineidad y masculinidad no surgen desde la subjetividad masculina o femenina (E. Dio Bleichmar, 1997). Niñas y varones, al ingresar desde su nacimiento a la cultura, encuentran que ésta ya tiene construidos los modelos, las prescripciones y prohibiciones que irán conformando al yo y a sus ideales.
La masculinidad y la femineidad tienen origen y existencia previos al complejo de Edipo, pero se entretejen con los destinos de la sexualidad masculina o femenina. "La Femineidad/masculinidad no es sólo un rol o una conducta prescripta, sino un principio organizador de la subjetividad entera: yo, superyó y deseo sexual La fuente del deseo no es un cuerpo anatómico sino un cuerpo construido en el conjunto de los discursos y las prácticas intersubjetivas ". 1[1]
El mecanismo de la identificación nos permite reconocernos como iguales a aquellos del mismo género. Junto con el saber sobre el género, se incorporan las normas y reglas que prescriben lo que es "natural", propio de las niñas y las mujeres, y de los niños y hombres, y al mismo tiempo lo que nos diferencia del otro género, también incorporando normas y reglas.
Ideales del yo- ideales de género
H. Bleichmar (1981) describe el narcisismo de cada sujeto como un sistema que depende de un cierto tipo de estructuración, dotado de estabilidad temporal y cuyos elementos están relacionados entre sí. Este sistema está integrado por a) las representaciones narcisistas del yo; b) las representaciones de los objetos de la actividad narcisista; c) las representaciones de las posesiones narcisistas del yo; d) las reglas para construir representaciones; el sistema de ideales, la instancia crítica y los metaideales. El sistema narcisista intrapsíquico comprende aspectos del yo y otros del superyó, como la instancia crítica y el sistema de ideales.
El yo, como representación del sujeto, está formado por una serie de representaciones y desde su origen tiene al género como uno de sus atributos. (E. Dio Bleichmar, 1996).
Los ideales son como varas de medida altamente investidas con las que se miden nuestros deseos, fantasías, impulsos y conductas. Como decía S. Freud, el cumplimiento de un ideal es una fuente de satisfacción narcisista, aumentándose de esa manera el sentimiento de sí. El superyó puede recompensar o castigar, dependiendo de si los pensamientos, las conductas, los sentimientos del sujeto coinciden con los modelos del ideal o van en su contra.
Los ideales del yo de género (E. Dio Bleichmar, 1985) forman parte del sistema global de ideales. El ideal del yo no es estático, sino que cambia y se ve afectado por factores evolutivos y culturales.
Estos modelos, proyectos y fines que componen el sistema de ideales, están marcados en nuestra cultura por la división dicotómica de los géneros. Coincido con Dio Bleichmar (1985) en que si tanto el superyó como el ideal del yo tienen orígenes y formas diferentes en varones y mujeres, es dable concluir que el género sea una estructura o un articulador al cual tanto el ideal del yo como el superyó se hallan determinados.
Podríamos hablar entonces de ideales femeninos y masculinos como organizadores intrapsíquicos de la femineidad y la masculinidad. Organizadores que se fraguan a partir de una compleja articulación entre las representaciones sociales acerca de los géneros, la moral que los legisla y las normas que los rigen, y la trama vincular e intrasubjetiva en la que el niño/a va conformando su experiencia. Ideales que están determinados por lo que Dio Bleichmar (1992,1997) denominó fantasmas de género de los padres y que son los contenidos conscientes e inconscientes acerca de la masculinidad/femineidad, marcados por su propia historia y que identifican al cuerpo sexuado de su hijo/a. Estos fantasmas se materializan a través de las respuestas variadas que van dando los padres frente a las conductas de sus hijos, funcionales a las representaciones conscientes o inconscientes que tengan acerca de lo que se es y se espera de una niña/o. Proceso identificatorio del niño/a con los padres, resultante a su vez de la implantación en la mente del hijo/a (J. Laplanche, 1987) de mensajes inconscientes relativos a la masculinidad/femineidad.
Dio Bleichmar (1985) sostiene que el ideal del yo femenino incluye no sólo la oposición fálico / castrado, sino también el rol social de la mujer en nuestra cultura y la moral que legisla sobre él. Aún teniendo en cuenta la diferencia de origen, estructuración y contenidos, pienso que podría describirse en forma similar un ideal del yo masculino.
Ideal/ideales del yo femenino
E. Dio Bleichmar (1985, 1997) ha descrito acertadamente, algunos de los ideales del yo, articuladores de la femineidad tradicional.
Ser "la mujer del un hombre". El carácter narcisista de la elección radica en que el objeto es extremadamente valorado y su sola posesión es lo que le otorga el valor.
Poner la meta de su ideal en el hombre. En la elección de objeto, se delega en él la concreción de metas y deseos que supone no le son permitidos para sí misma.
La maternidad como meta suprema, prueba definitoria de la pertenencia al género femenino, garantía de su femineidad, que conlleva las exigencias de altruismo, abnegación y sacrificio. Compleja red de sentimientos, fantasías, comportamientos que se suponen siempre presentes y determinados exclusivamente por la biología. Cuando la maternidad se convierte para una mujer en la única actividad que sustenta su narcisismo, dificultades, conflictos conscientes e inconscientes respecto de la función materna afectan su narcisismo y se sentirá mala madre, fallante. Cuando no logra la maternidad, sentirá que no es suficientemente mujer, ya que la cultura y el imaginario social prescriben y sostienen la ecuación Mujer = Madre.(Ana María Fernández, 1984,1993).
Ideal de cuidados. Extensión de las funciones de maternaje hacia otras relaciones y vínculos .
Ideales centrados en la seducción, la belleza corporal y la juventud, como atributos necesarios para sentirse femenina y obtener el amor y el reconocimiento del hombre.
Ideal/ideales del yo masculino
El estereotipo tradicional de masculinidad impone a los hombres sacrificios y la mutilación de una parte de sí. Un hombre "auténtico" debe estar absolutamente seguro de no contener ni un rasgo de femineidad. En nuestra cultura, la masculinidad se mide en términos de éxitos, poder y de la admiración que pueda provocar. Autonomía, independencia, autosuficiencia y asertividad, son cualidades que se transmiten y fomentan en el varón desde que es pequeño, a través de múltiples canales. Los ideales de masculinidad prevalentes en nuestras sociedades han girado en torno a la destreza y fuerza física, capacidad y cualidad de penetración, potencia, fortaleza emocional. La virilidad se ha centrado en la potencia y desempeño sexual y en la capacidad reproductora. Por su sexo y su actividad sexual, el hombre toma conciencia de su identidad y de su virilidad.
Como sostiene Badinter(1992), el pene, metonimia del hombre, es al mismo tiempo que símbolo de la omnipotencia o de la más extrema debilidad, también su amo tirano. La parte le da legitimidad al todo, ya que ésta es lo que lo define. La actividad sexual confirma el narcisismo de género: un hombre es un hombre cuando tiene erecciones. Se comprende así que cualquier dificultad con su pene, genere sentimientos de humillación y desesperación, como signos de la pérdida de la masculinidad.
El marido "proveedor", garante y sostén económico de la mujer y la familia, ha sido uno de los emblemas identificatorios más fuertes de la tradición moderna. Imperativo para varones y esperado consciente o inconscientemente por las mujeres, la organización familiar y los arreglos conyugales tradicionales, se han asentado sobre esta asignación de funciones y tareas.
¿Hombres fallantes? ¿Medias mujeres? Los duelos necesarios
Cuando hombres y mujeres acceden a dominios reservados por la cultura al otro género, se considera que están invadiendo territorio extranjero. Pero no sólo la cultura, sino que la sanción es vivida subjetivamente por hombres y mujeres que ven amenazada de esa manera su identidad de género. Los cambios se sienten como pérdidas que afectan el sentimiento de sí. Ocuparse de la casa, de la crianza de los hijos, puede sentirse como una feminización peligrosa por parte del varón, para quien ser hombre se ha edificado fundamentalmente en oposición: no ser un bebé, no ser homosexual, no ser una mujer. (Badinter, 1992).
Tarde o temprano, la mayoría de los hombres toman conciencia de que ese ideal (de hombre duro, hiperviril, proveedor, etc.) poco tiene que ver con la realidad, y de ahí la tensión entre el ideal y las posibilidades individuales. Afirma Badinter que la imposibilidad de cumplir con la norma mítica de la fuerza, la potencia y el dominio de sí, hace que se perciban como hombres fallados. Las dificultades de la masculinidad se hacen evidentes, sobre todo en la actualidad, donde , parecen deshacerse las insignias confirmatorias de una identidad fuerte.
En las mujeres, la pérdida de la juventud, la belleza o la firmeza corporal son sentidos como handicaps. Aquellas mujeres para quienes la maternidad ha sido la actividad de mayor reafirmación narcisista, el crecimiento e independencia de los hijos y la llegada de la menopausia - significada como el fin de su vida reproductora (ergo, el final de la vida como mujer)- las empujan a situaciones depresivas, porque se pierden tanto las actividades como los objetos del sistema narcisista. Les queda la salida de reiniciar el ciclo, ahora como abuelas, si sus hijas las dejan, y como dice M. Burin(1987) con un mayor o menor sentimiento de usurpación, invasión o relegamiento, sentimientos esperados ya que se trata de un vínculo vicariante.
Si otros deseos se pudieron constituir, la menopausia no discurrirá dramáticamente, sino como el inicio de otra etapa, como una crisis productiva de reorganización. El climaterio no se discurrirá como el fin de la actividad sexual, si ésta se constituyó en una actividad narcisizada por la mujer y no en una fuente de conflictos. Más bien, representará un alivio, justamente por marcar el fin del período reproductivo y la posibilidad de tener una actividad sexual desligada de la amenaza de embarazo.
Vivir implica una constante sucesión de duelos. La pérdida de un ideal, involucra actitudes, modalidades y relaciones que impactan al yo. ¿Cómo se elabora ese duelo? ¿Con qué nuevos ideales puede enriquecerse el sistema narcisista? ¿ Con que nuevos objetos u actividades se puede enriquecer las representaciones del yo?
S. Freud (1917) decía que el duelo es la reacción frente a la pérdida de una persona amada o una abstracción que sea equivalente: la patria, la libertad, un ideal.
El proceso de duelo es un proceso dinámico, complejo, que involucra a la personalidad total del sujeto y abarca, consciente o inconscientemente, todas las funciones del yo, sus actitudes, sus defensas y en particular las relaciones con los demás (Grinberg, 1965). El duelo debe ser explicado por un trabajo psíquico (Laplanche, 1991) en que se cortan los lazos y se deben deshacer para hacer algo nuevo. Implica un esfuerzo psíquico por recuperar el ligamen con otro. Este trabajo, que se realiza en un cierto tiempo y espacio, es necesario para aceptar la pérdida y readaptar al yo a la realidad.
El duelo pone a prueba la capacidad del yo para recuperarse, y obliga a un trabajo que implica elaboración y nuevas simbolizaciones y reformulaciones del proceso identificatorio en el yo, superyó e ideal del yo. En esta reorganización el proceso será posible por la capacidad que tenga el yo de religar lo presente con aquello pasado.
Cuando el incumplimiento de un ideal de género se subjetiviza en términos de heridas o pérdidas narcisistas (porque éste es un articulador "prínceps" en la identidad del género), sucede que el trabajo de elaboración y síntesis inherente al proceso de duelo se estanca, se sigue invistiendo lo perdido -y a las representaciones del yo que están soldadas a él- y el paisaje psíquico se tiñe del gris de la depresión, al igual que sucede con el duelo patológico.
Las situaciones clínicas que expondré a continuación no reflejan más que aquellos tramos del tratamiento que estuvieron vinculados a lo anteriormente expuesto.
Patricia, de 27 años solicita tratamiento porque quiere saber "si quiere o no quiere" a su marido, visto los conflictos que tenía con él. Estaba muy angustiada y su estado depresivo era notorio. Esta mujer, inteligente y bonita, proviene de un medio socioeconómico alto y muy tradicional. Se casó "muy enamorada", con un profesional universitario, diez años mayor que ella. Se sintió atraída fundamentalmente porque lo sentía firme en sí mismo, seguro, independiente y emprendedor. Compartían el mismo medio social, los mismos intereses y la misma ideología de vida. El marido ideal, para una vida pautada desde niña en una dirección, sin cuestionamientos ni sobresaltos. El relato que fue haciendo a través de sucesivas entrevistas y luego de iniciado el tratamiento, fue mostrando una continuidad de fracasos laborales del marido. Se habían podido sostener económicamente muy por debajo de las ambiciones de ambos- gracias a la ayuda de la familia de ella, que fue aportando una vivienda y luego un trabajo en la empresa familiar, que ella conservaba y del cual vivían.
Patricia vio deshacerse ante sus ojos y ante su decepción, la ilusión de tener un marido "como debe ser". Se sentía humillada, avergonzada ante los demás y ante sí misma. Vivía con rabia lo que sentía como una falla del otro, al que tuvo que idealizar, y se culpaba por su enojo. Pero también le falló un ideal. Estar casada era el pasaporte para obtener seguridad y confianza, y la certeza de que las grandes responsabilidades de la vida correrían por cuenta del marido. Él tenía que mantenerla - ése era el pacto inconsciente- y no sólo económicamente. Cuando tuvo que poner a su nombre la luz y el teléfono por ser la única que percibía un salario- se deprimió profundamente. "Nunca pensé que iba a figurar yo, lo normal, lo lógico es que estén a nombre de mi marido". Era la "titular" de un matrimonio y eso era inaceptable. Poder mantenerse con su sueldo era una herida, la pérdida de un referente identitario que la llenaba de dolor e incomprensión, frente a lo que suponía era una mala jugada del destino, en lugar de convertirse en una fuente de gratificación narcisista.
El trabajo ha sido para el varón una pieza clave en su sistema narcisista y un emblema fálico por excelencia. En la actualidad, la reducción de los puestos de trabajo, la inestabilidad laboral y el desempleo están teniendo efectos nocivos no solamente en las economías domésticas, sino en el equilibrio psíquico general del sujeto, que siente que se esfuma un aspecto significativo de su identidad.
Jorge, de 47 años, alto ejecutivo, en tratamiento hacía ya tiempo, pierde su trabajo. Acordó con su mujer que mientras buscaba y esperaba una nueva inserción laboral acorde a su experiencia, ella le dedicaría más tiempo a su profesión. El acuerdo pareció funcionar bastante bien al principio. Pero de a poco, empezó a perder el deseo sexual por su mujer, precedido por reiterados episodios de impotencia, al principio significados como circunstanciales. Le costaba cada día más salir de su casa, empezó a sentir temores obsesivos respecto al bienestar de sus hijos, al tiempo que la agresividad hacia su mujer aumentaba. Se sentía desvalorizado por ella, no tomado en cuenta, y comenzó a tener fantasías de encuentros sexuales con otras mujeres, pero por el temor a la impotencia no los llevaba al acto. Se le hizo muy difícil aceptar que el origen de su sufrimiento estaba anudado a lo que vivía como una pérdida de su hombría, ya que constantemente apelaba a mecanismos racionalizadores para convencerse y convencerme- que el cambio de roles y la pérdida del trabajo, habían significado en realidad una ganancia, liberado de lo que llamaba "herencias machistas".
El ideal del yo es un proceso en continuo devenir, por lo tanto las crisis vitales y el cambio en los ideales puede ser vivido como una crisis vital- imponen al psiquismo duelos y renuncias narcisistas, a la vez que posibilitan nuevas sublimaciones en relación a una reestructuración de los ideales. El trabajo de duelo en estos contextos, implica entonces que los recursos libidinales de un sujeto no queden soldados al objeto o al ideal perdido, sino que se produzcan nuevas significaciones, nuevas simbolizaciones. El yo intenta elaborar los duelos de diversas maneras, una de ellas es la reintegración de aquello que nunca pudo manifestarse; también apropiarse a través de procesos identificatorios de otros ideales que la cultura pueda empezar a proponer y proveer así de nuevos sentidos a la existencia. El dolor puede paralizar, pero también es fuente de estímulos para la creatividad y la sublimación.
Elina Carril Berro- Uruguaya- Psicóloga (Universidad de la República). Psicoterapeuta psicoanalítica, con formación específica en Grupos, Familia e Instituciones . Miembro Habilitante de la Asociación Uruguaya de Psicoterapia Psicoanalítica (AUDEPP). Docente del Área de Psicoanálisis de la Facultad de Psicología (UDELAR). Especialista e investigadora en Género y Psicoanálisis. Integra el Equipo Psicológico del Instituto Mujer y Sociedad (Ong). Dicta Seminarios sobre Género, Subjetividad y Psicoanálisis en AUDEPP, desde 1994. Ha participado como invitada en Congresos y Foros, nacionales y de la región. Es autora de varios artículos sobre su especialidad.
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Notas
* Ponencia presentada en el Panel sobre "Duelo en la diferencia de los sexos y las generaciones", del 1er. Congreso de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay "Los Duelos y sus destinos- Depresiones, hoy". Montevideo, mayo 2000. Publicado en "Los duelos y sus destinos", Montevideo, APU, 2000
1 Dio Bleichmar, E. "Del sexo al género", en Revista de la Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados, nº 18, p. 135. Buenos Aires.
2 No sucede lo mismo con las mujeres. Una mujer, aún en la actualidad, para no ser vista como "fácil", deberá acotar sus experiencias sexuales. En este caso, en lugar de una confirmación narcisista de género, hay una herida; como sostiene E.Dío Bleichmar (1985): "la pulsión ataca al género.
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