Psicoanálisis, estudios feministas y género |
Niños violentos ... padre faltante?(1)
Martha Susana Varela (2)
A modo de introducción.
Hace largos años, en un trabajo realizado junto con otras colegas acerca del papel que juegan los padres en la etiopatogenia de la enfermedad mental de sus hijos (6), sostenía que a éstos les cabe una doble función: la de ser fuente y proveedores de estímulos y la de mediatizadores de los que provienen del mundo exterior, de ellos y del sí mismo del niño. Más recientemente (35 y36), mantenía la misma idea, pero poniendo el acento en lo que los padres repiten de la relación con sus propios padres en el vínculo con sus hijos y en la consideración de los efectos de la transmisión de la violencia ejercida sobre el yo infantil de generación en generación. También me preguntaba acerca de la posibilidad de ser "buenos" padres, vale decir de ejercer adecuadamente las funciones parentales, creando un lugar para el hijo, cuando la exposición a la violencia no es un hecho que pertenezca solamente a la historia personal, sino que atraviesa los límites que debieran separar lo público de lo privado.
En particular, en el último de estos trabajos (36), utilizamos el calificativo de "globalización" de la violencia, para aludir al grado y la extensión en que ésta interpenetra los distintos contextos: el social, el familiar intersubjetivo y el interpersonal, impidiendo que ninguno quede libre de su influencia.
Estas producciones, así como la investigación sobre Violencia, género y función paterna (40), que dirijo, recoge la experiencia de casi diez años de trabajo asistencial , con niños en edad escolar y con sus padres , en el Servicio de Psicología Clínica de Niños dependiente de la II Cátedra de Psicoanálisis. Escuela Inglesa en el marco de un Programa de Psicología Comunitaria de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, en el partido de Avellaneda (Provincia de Buenos Aires).
En el curso de esta tarea hemos registrado un número elevado y cada vez más alto de consultas por niños varones. A su vez ,y en mayor medida en los últimos años estos niños, derivados generalmente por las escuelas de la zona , presentan en una proporción importante, problemas de conducta de inicio cada vez más temprano (6/7 años)
que implican diversos grados de agresividad, que llegan en algunos casos a conformar un franco trastorno disocial. Robos, mentiras y agresiones a sus pares, padres y docentes que implican diversos grados de riego para sí mismos y para sus semejantes .(a)
Asimismo las familias a las que estos niños pertenecen, distan mucho de constituir el "nido afectivo" que se planteaba como ideal de la familia nuclear moderna, que construida sobre la base del amor de la pareja protegería su privacidad contra toda intrusión de la sociedad.(b) Por el contrario, al sufrir ellas mismas el bombardeo de la violencia del macrocontexto (aumento del desempleo y del subempleo, incremento de la corrupción y la impunidad, creciente inseguridad) que no siempre están en condiciones de procesar, se ven forzadas a reacomodamientos, muchas veces fallidos, que dan lugar a secuelas críticas, en términos de separaciones, abandonos, incremento de la violencia intrafamiliar, hacinamiento y promiscuidad, descuido de los niños y ancianos, trabajo infantil, etc. (36)
Algunas de estas familias están organizadas de acuerdo con el modelo tradicional: madre, padre e hijos. Otras, desestructuradas en muchos casos a causa de situaciones de violencia reiterada del hombre contra la mujer e incluso contra los niños. En ellas, generalmente, aunque no siempre, es la madre la que ha tomado el papel de cabeza de familia o, en algunos casos, son los abuelos los que se han hecho cargo de los niños. Un número importante pertenece a la categoría de familias reconstituidas, donde conviven otros hijos de anteriores uniones de los padres, generalmente de la madre, junto con los hijos de la nueva pareja.
Si bien en muchos de estos dos últimos tipos de familia, el contacto con el padre biológico es efímero o se ha perdido por completo, también en las familias organizadas de acuerdo al ideal de la familia nuclear moderna, el papel del padre, aún estando presente físicamente, se aleja bastante de lo que podríamos considerar adecuado o necesario para el buen desarrollo psicológico del niño.
Partiendo de estas observaciones y usando como articulador el concepto de género, comenzamos a interrogarnos acerca de la posible relación entre las manifestaciones de violencia en niños varones y las fallas en el ejercicio de la función paterna.
Habría entonces, aún a riesgo de cierto esquematismo, por lo menos dos cuestiones a dilucidar: primera, la facilitación que en virtud de su identidad de género existiría en los niños varones para optar por la vía de la descarga violenta; segunda, la responsabilidad, o influencia, para no usar un término tan fuerte, del padre real, en la gestación de estas conductas, considerando tanto el modelo de identificación que proporciona, como su particular y concreto desempeño de la paternidad.
La cuestión del género. Violencia y Masculinidad
En otro trabajo definimos el concepto de violencia diferenciándola del de agresión, señalando la asimetría propia del acto violento, su carácter coercitivo y su remisión al concepto de poder.(36) Su intención, más que dañar, es dominar, someter, doblegar, paralizar a través del ejercicio de la fuerza, sea esta física, psicológica, económica, o política.
Los conocimientos derivados de los estudios de género contribuyeron a iluminar la habitual asociación entre violencia y masculinidad, y a desmistificar las explicaciones de la violencia masculina en el ámbito doméstico como secundaria a trastornos psicopatológicos individuales, al uso de alcohol o drogas, o a factores económicos y educacionales, aunque estos puedan ser tenidos como factores de riesgo. Se ha demostrado que la violencia en los vínculos y su reproducción son el producto de la internalización de pautas de relación en una estructura jerárquica entre los géneros, modelo familiar y social propio del patriarcado que la acepta como procedimiento viable para resolver conflictos. ( 16)
Montagú, discutiendo la existencia de un instinto agresivo como único factor determinante de la propensión a la violencia, sostenía que "es el entorno en el cual se desarrolla la persona lo que constituye el factor decisivo para alentar o desalentar la emergencia de conductas agresivas".(33) Vale decir que priorizaba el factor aprendizaje.
Estudios relativamente recientes realizados en Inglaterra, desde una perspectiva psicoanalítica sobre el abuso sexual infantil, determinaron cinco factores clave para predecir si un niño abusado se volvería a su vez abusador: 1) la exposición a un clima de violencia en sus hogares (principalmente por parte del padre); 2) exposición a la violencia física (principalmente por parte del padre); 3) la discontinuidad del cuidado; 4) la sensación de haber sido rechazado y 5) que la madre haya sido ella misma víctima de abuso sexual. (9)
Según Jorge Corsi, se ha comprobado que los hombres violentos han incorporado en su proceso de socialización de género un conjunto de creencias, valores y actitudes que en su configuración más estereotipada delimitan la denominada "mística masculina": restricción emocional, homofobia, modelos de control, poder y competencia, obsesión por los logros y el éxito. (16)
Esto no quiere decir que los hombres no violentos no hayan incorporado, aunque más no sea parcialmente, el mismo modelo, que no participen de la misma mística. Tampoco, que se sea varón de una sola manera.
Actualmente los especialistas en la problemática del género acentúan la impronta de las prácticas sociales en la construcción de las identidades y prefieren hablar de "femineidades" y "masculinidades". De esta forma no sólo evitan los esencialismos, sino que procuran respetar las diferencias relativas a la etnia la cultura, la clase social a la que cada sujeto pertenece.
Según Badinter (5), en nuestra cultura la construcción de la subjetividad masculina tendría un carácter reactivo y tres serían sus pilares: no ser mujer, no ser niño, no ser homosexual. El modelo de masculinidad tradicional, asentado en el mito del héroe, pervive entre nosotros como estereotipo promedio aunque sea cuestionado. Un verdadero hombre debe ser fuerte, competitivo, exitoso en el trabajo y con las mujeres, valiente y arriesgado aunque deba pagar el costo de sus excesos, autosuficiente y agresivo. Cabe entonces preguntarse cuanto de esta mística masculina está en la base de las dificultades que exhiben los hombres en el acercamiento afectivo a sus hijos varones y constituye un obstáculo a lo que entendemos como un buen desempeño de la función paterna.
Si bien se registra la presencia de varones sensibles, democráticos y solidarios que no se avergüenzan de expresar sus sentimientos ni adhieren a la ética del logro, sabemos que esto no configura un fenómeno general. Más bien pareciera ser prerrogativa de generaciones más jóvenes, criadas en un medio esclarecido y progresista y sin demasiadas urgencias económicas, que les ha dado acceso a otras propuestas identificatorias para la construcción de su sistema de ideales. No es este el caso de los hombres que son padres de los niños que atendemos.
Si en la actualidad la vacilación del mito del héroe comporta para los hombres una situación de incertidumbre y malestar respecto de su masculinidad, para éstos, en particular, sostener el ideal de omnipotencia se ha tornado un doloroso fracaso. Cuando la impotencia, la debilidad, la inseguridad y el miedo no se expresan a través de depresiones, accidentes, psicosomatosis, alcoholismo, drogadicción, suelen intentar restablecer su mellada autoestima a través de la descarga de violencia dentro de la familia. Los hijos varones pasan a ser, sino los únicos, los más afectados y, una cualidad importante del maltrato contra ellos, parece ser el abandono, el dejarlos sueltos y sin contención.(c) También son aquellos que por haber sido víctimas o testigos infantiles de violencia en sus familias de origen se transforman más comúnmente en golpeadores. (9)
Resulta difícil pensar en la masculinidad sin referirse al padre, a su función y a su lugar en el complejo de Edipo. Según J. Mitchell el poder masculino no puede divorciarse de sus raíces en las prerrogativas del padre y su dominio sexual sobre las mujeres. (32)
En un trabajo sobre la violencia en la infancia, S. Morici, la entiende como el producto de un déficit de la función paterna consistente en permutar las reglas basadas en lo simbólico por reglas pulsionales regresivas donde la violencia es una regla en sí misma. Existirían diferencias entre los niños que habían podido identificarse con el padre a nivel simbólico (en función legisladora y protectora) de los que no y por ende necesitaban identificarse con el padre violento real. (34)
Cabe sin embargo la pregunta ¿siempre un padre violento engendra un hijo violento?. Mas aún, dado que existen distintos tipos de violencia ¿cuál de todas ellas tiene efectos mas graves sobre el hijo?, ¿la física o la del abandono afectivo y la del no reconocimiento?.
No en vano el pensamiento psicoanalítico actual parece brindar cada vez mas importancia a la vida pre-edípica y dentro de ella al padre de la prehistoria personal como lo llamaba Freud (21), al padre diádico (Peter Blos) (11), al padre imaginario arcaico (Julia Kristeva) (28), al padre como segundo otro (Jessica Benjamin) (7).
¿A quien nos referimos entonces cuando decimos padre? ¿qué es un padre? ¿cuál es la función que debe cumplir?.
La cuestión del padre. ¿Padre ausente o padre faltante?.
Colette Chiland señala que «a propósito del padre se presentan diversas trilogías: padre real, padre imaginario, padre simbólico; padre biológico, padre legal, padre psicológico» y que no siempre cuando se habla de función paterna aunque el término indica pensar que se está hablando a un nivel psicológico, esto sea así. (17)
Esta advertencia apunta a que dado que en la cultura cristiana existe otra trilogía de peso, la Santísima Trinidad : el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo, ella no puede comprender conceptos como el Nombre del Padre, la metáfora paterna, la Ley del Padre sin remitirse al plano religioso. Incluso piensa que lo Simbólico de Lacan reenvía a una teología enmascarada que haría perder de vista al padre psicológico, para ella el verdadero.
No voy a acompañar a Chiland en sus discusiones con Lacan acerca de lo simbólico, ni a seguir esa línea ya bastante transitada. Tampoco voy a ocuparme del padre biológico (el genitor), ni del padre legal (el que en nuestra cultura da el apellido), sino del padre psicológico, el que ha investido al niño como hijo, el que lo ama, lo educa, lo cuida y lo protege, y el que a su vez, es investido por el niño, que lo considera como padre, que desea parecérsele.
Según Bernard This (39) "el padre da a luz de múltiples maneras". El acto de nacimiento en cuanto ser humano, no pasa por la simple excorporación del vientre materno, sino por el reconocimiento del hijo como sujeto de un deseo.
Me interesa pensar en el padre de carne y hueso, no importa si es el genitor o uno adoptivo o sustituto. Finalmente un grupo de huérfanos no alcanza para construir un padre si no existe un deseo de hijo, tampoco hay un padre verdadero si este no es adoptado por el hijo.
Un hermoso ejemplo de lo que quiero expresar lo encontramos en la película iraní «El Padre», en el ímprobo esfuerzo que le significó al nuevo marido de la madre ser adoptado como padre por el hijo de su esposa.
Por otra parte, también quiero aclarar que si bien cuando se habla de función se está hablando de un lugar en la estructura, mas allá de la persona que lo ocupa, en este caso no resulta indiferente el género de quien la ejerza. Es más, me interesa especialmente estudiar distintas modalidades con que los hombres desempeñan el rol de padres para luego vincularlas con los diversos grados de violencia manifestados por sus hijos.
Así como afirmaba que no se es hombre de una sola manera y me refería a masculinidades, también se puede hablar de distintas formas de paternaje puesto que tampoco se es padre de una manera unívoca. Hay padres autoritarios y tiránicos, condescendientes y laisse-faire; padres violentos, agresivos y castradores; otros suaves, tiernos y cariñosos; padres fríos y ausentes; padres omnipresentes e intrusivos y la lista podría seguir...
De hecho en nuestra cultura conviven distintos modelos de paternidad. Modelos que recapitulan los imperantes en distintos momentos históricos y que son tributarios de la representación que en cada época se tiene de la infancia, y del lugar que de acuerdo a las necesidades y valores de la sociedad se le asigne a los padres dentro de la familia.
Philippe Aries (1) señala que recién a partir de comienzos del siglo XVII la infancia empieza a ser objeto de atención pero que todavía la familia, aunque diferente de la medieval, no tenía la función afectiva que adquirirá en el siglo siguiente. Los sentimientos amorosos entre los esposos y entre padres e hijos todavía no se consideraban indispensables para la existencia ni el equilibrio de la familia. Recién cuando el niño, su supervivencia y su educación conciten el interés de la sociedad, y la familia lo instaure como His Majesty the Baby, tendrá nacimiento la familia moderna, sostenida en el amor maternal.
Según E. Badinter (4), aunque este cambio en las costumbres significó que los padres (se refiere a ambos) se consideraran progresivamente más responsables de la felicidad y desdicha de los hijos, y las mujeres y los hombres encontraran su función como madres y como padres, la distribución de esta responsabilidad no ha sido pareja. Con el tiempo se fue acentuando la responsabilidad materna hasta llegar en este siglo, con no poca contribución de algunos psicoanalistas, a culpabilizarla en mayor medida que al padre, de las perturbaciones psíquicas de los niños.
Correlativamente se fue oscureciendo la figura paterna. El poder real de autoridad que había detentado durante tantos siglos empieza a decaer. En el ámbito de lo doméstico se va afianzando el liderazgo materno. (d)
Su función aunque considerada por muchos como fundamental, se transforma en una autoridad muda, que queda relegada al plano de lo simbólico: el Nombre del Padre como soporte de la Ley. (29)
La retracción del padre de carne y hueso del contacto afectivo con sus hijos se justifica en el exceso de trabajo o en la necesaria distinción de las funciones parentales apelando a la «naturaleza» de uno y otro sexo y sus diferentes facultades y aptitudes. (e)
Para ser un buen padre basta con hacer acto de presencia y con dar un buen ejemplo que contribuya a la educación social de los hijos. Además y como corresponde al modelo tradicional de masculinidad, su bondad se medirá por su capacidad de mantener económicamente a su familia y asegurar su bienestar. Gradualmente, se fue acentuando cada vez mas su función de sostén económico en detrimento de las otras. Ausente durante el día y cansado por la noche nadie dudará que es un buen padre.
Su presencia, que suele ser mas simbólica que efectiva, será suficiente para establecer el corte en la relación fusional con la madre. Esto le permitirá al hijo, interiorización de la ley paterna mediante, constituirse en sujeto independiente y salir al mundo exterior, del que a su vez, él es el representante.
El psicoanálisis, aliado con la ideología de la sociedad patriarcal, desde Freud en adelante, no ha sido ajeno al despojo que, en la vida cotidiana, ha sufrido la paternidad en su función afectiva. La madre representa el amor y la ternura, el padre la ley, la autoridad y la distancia.(f)
Aun reconociendo como mérito de ambos el haberse ocupado del padre real, las posturas de D.Winnicott y de F.Doltó resultan paradigmáticas de la concepción mas tradicional de la paternidad.(4)
D.Winnicott deja sentada la importancia secundaria que el padre tiene en la vida del niño y la contingencia del amor paternal. Según este autor, su principal función es la de ser sostén de la madre en la etapa de dependencia absoluta. La puesta de límites, cuyo déficit en la etapa de dependencia relativa sería importante factor etiológico de las tendencias antisociales, correspondería al rol paterno; pero se apura a aclarar que no importa que sea asumida por el padre o por la madre. (g)
Para F.Doltó el padre es el representante del mundo exterior, es el que dice, cuenta, explica las razones y hace conocer el mundo y así transmite la ley moral. Según Doltó no es a través del contacto físico que debe ganarse el afecto y respeto de sus hijos, sino a través de la palabra. Le está prohibido mimarlos, y a diferencia del materno, su contacto con los hijos debe estar mediado por la razón. El amor paternal para Doltó y para las concepciones psicoanalíticas predominantes, solo se concibe y realiza a distancia. (h) Todavía son muy pocos los psicoanalistas que promocionan el cuerpo a cuerpo entre el padre y sus hijos.
Si bien hasta aquí utilicé, intencionalmente, el género masculino para referirme indistintamente a las niñas y a los varones, la función paterna no es la misma para unas que para otros, aún cuando ambos necesiten ser reconocidos en su género tanto por el padre como por la madre. Al decir de J. Benjamin (7) el padre, al ser percibido como un otro separado, un «segundo» otro, representante del mundo externo, convoca el deseo del deambulador -niña o varón- de identificarse con él, con su separatividad y su autonomía, y se transforma por ende en modelo de agencia para ambos.
Sin embargo la necesidad de presencia paterna es superior en los varones. Estos buscan desesperadamente en el padre claves identificatorias para su masculinidad y parecieran actualmente encontrarse en desventaja con las nenas, que con menos conflicto, se benefician de la identificación con uno y otro modelo, el materno y el paterno. Ya no se espera como único destino para las nenas que sean madres y amas de casa.
El padre juega un rol fundamental en la consolidación del narcisismo del varón. No puede sentir que vale como hombre si no puede reconocer al padre como tal, reconocerse en él y sentirse reconocido por él.
Una postura interesante, aunque pueda ser discutible en algunos aspectos, es la del psicoanalista junguiano-canadiense Guy Corneau (14),quien afirma que «el hombre nace a la vida tres veces. Nace de su madre, nace de su padre y finalmente nacerá profundamente en y de sí mismo». Solo si este proceso no se ve interrumpido podrá acceder al estadio de adulto y establecer con firmeza su identidad masculina. Este autor atribuye la fragilidad de la identidad masculina al «silencio del padre», un silencio que se transmite de generación en generación, que niega el deseo, -pero creo que cabría más decir la necesidad-de todo hijo varón de ser reconocido y confirmado por el padre. Faltos de contactos duraderos y profundos con el padre, con su fuerza y su potencial masculino, alejados de sus prácticas y carentes de sus atenciones, los hijos devendrán hijos «defectuosos, fallidos» (fils manqué). Estos «hijos del silencio» (así se ha traducido el título de su libro al español) son el producto de un «padre faltante» (en francés su libro se titula precisamente «Père manquant, fils manqué»). Corneau aclara que utiliza el término «faltante» para darle al concepto de padre ausente una extensión más vasta. Se refiere no solo a su ausencia física sino también a su ausencia espiritual y emotiva, e incluso al padre que estando presente físicamente no se comporta de manera aceptable, al que es incapaz de expresar sus sentimientos y poner en juego su sensibilidad, al autoritario, al aplastante, al envidioso del talento del hijo, al alcohólico, cuya inestabilidad emotiva mantiene a los hijos en una inseguridad permanente.
Para que el niño nazca como varón, (Corneau dice que «la mujer nace pero el hombre se hace») es indispensable que el padre sea un padre «presente» corporalmente, que le permita reconocerse en él a partir de lo que tienen en común y abandonar la identificación primaria con la madre. La identidad del hijo está anclada en el cuerpo y en el corazón del padre. La ausencia de éste o un paternaje inadecuado, que deje al niño bajo el cuidado exclusivo de la madre, se traslucirá en la represión de su sensualidad y corporeidad, en el miedo a la mujer y a la homosexualidad, y en su futuro temor a la intimidad con su propio cuerpo y con el cuerpo femenino.
El carácter condicional respecto de los logros que tiene el amor paternal, solo tendrá efecto positivo si está contrapesado por un amor libre de ambivalencia.(i) La presencia y el amor del padre le posibilitará al hijo varón construir su identidad con las características propias de su sexo. Le dará acceso a la agresividad, como afirmación de sí mismo y como capacidad para defenderse, a la sexualidad, al sentido de la exploración y del conocimiento. Le abrirán las puertas a un mundo donde el ejercicio del poder no se convierta en un acto humillante, donde la competencia y la emulación no necesariamente produzcan una "úlcera estomacal", sino puedan ser fuente de alegría y no de enajenación.
También sostiene que el padre es importante desde el comienzo y que durante los dos primeros años la necesidad de su presencia es absoluta.( j) No se trata de que se transforme en un padre-madre, puesto que sin lugar a dudas, un padre no se encarga del hijo del mismo modo que la madre. Es precisamente esa «pequeña diferencia» la que transmitida al hijo le permitirá a este nacer de sí mismo. Afirmarse como hombre significa conocerse, asumir su agresividad, sus «bajos instintos» y llegar a controlarlos, asumir también su homo erotismo y su sensibilidad, superando sus temores a ser mujer, escuchar los dictados de su cuerpo y su razón. Esta tarea de reconstrucción de la masculinidad solo es posible para Corneau a través de un reencuentro con el padre.
Para beneplácito de muchos ha venido gestándose una revolución en las relaciones familiares. El amor y los cuidados tempranos han dejado de ser exclusividad de las mujeres y, a partir de los 60, - como para arriesgar una fecha,- han empezado a sumarse nuevos padres, que sin temor a perder su virilidad, participan desde el comienzo, en la crianza de sus hijos. Les dan el biberón, los bañan, les cambian los pañales, y no lo hacen presionados por sus mujeres o porque hayan quedado desempleados, aunque este sea el motivo en ciertos casos. Lo nuevo es que lo hacen voluntariamente y con placer. Sería injusto tildarlos de padres maternizados, como se escucha muchas veces.
Como señala C.Chiland «hoy se esperan otras cualidades del hombre que no pasan por la fuerza física o la agresividad». Hubo un desplazamiento de valores y la creación de una importante zona de valores mixtos donde no hay oposición entre roles masculinos y femeninos, sino que los roles pueden ser asumidos tanto por unos como por otras.
Algunos sostienen que se ha perdido especificidad en los respectivos papeles y se preguntan cuales serán las consecuencias a largo plazo; otros no dudan de sus efectos benéficos. Pienso que la única especificidad realmente importante es la de sentir que se ha sido amado, reconocido y contenido, física y psicológicamente, por ambos padres desde el comienzo. Utilizo el verbo sentir, porque encontramos casos en que la ausencia real del padre, por muerte o separación, por ejemplo, si bien dolorosa, no ocasiona perturbaciones tan severas como la presencia de un «padre faltante» desde el comienzo. Esto es posible si la madre logra transmitir una imagen positiva y valorizada del padre que lo exima al hijo de los sentimientos de culpabilidad y de pérdida de valor propio por carecer de él, como ocurre muchas veces con las mujeres viudas.
La realidad, sin embargo, se aparta a veces demasiado del modelo «ideal» como en los casos que nos toca atender. Bienvenido entonces el retorno a la preocupación por la figura de padre concreto y bienvenidos los nuevos padres tiernos y sensibles, aunque no sean perfectos. Su existencia constituiría una importante contribución a gestar un mundo menos violento.-
Resumen.-
Observaciones realizadas en el marco de una experiencia de trabajo asistencial con niños en edad escolar y con sus padres, motivaron la interrogación acerca de la posible relación entre las fallas en el desempeño de la función paterna y las manifestaciones de violencia en los niños varones.
Usando como articulador el concepto de género se aborda la habitual asociación entre violencia y masculinidad como parte de la así llamada "mística mas-culina" y su reproducción por vía de la identificación con el padre.
Se plantea la pregunta: ¿qué es un padre?,no sin apuntar la existencia de distintos tipos de violencia contra el hijo, pero priorizando la del abandono afectivo y la del no reconocimiento,
Se señala el progresivo oscurecimiento de la figura real del padre a lo largo de la historia, la pérdida de un lugar afectivo junto a los hijos y su confinamiento al papel de abastecedor económico. Se plantea finalmente el concepto de "padre faltante" como alternativa al de padre ausente, y la particular necesidad de los niños varones de contacto afectivo cuerpo a cuerpo con el padre desde el comienzo de la vida. Este sería requisito para la construcción de la identidad masculina y para tener acceso a la agresividad, en términos de afirmación del sí mismo y capacidad para defenderse, y no como un ejercicio de poder (violencia) sobre el otro.
Referencias
(1) La primera versión de este trabajo fue presentada en las IV Jornadas del Dto. De Niñez y Adolescencia, ApdeBA, en agosto de 1999,con el título "Relación entre la violencia en niños varones y el ejercicio de la función paterna. Algunas aproximaciones".
(2) Miembro del Ateneo Psicoanalítico. Profesora Regular Adjunta, Cát.II Psicoanálisis. Escuela Inglesa, Fac. de Psicología, UBA. Av. Las Heras 2925, 14 p, Dpto. 67, (1425) Buenos Aires. Telefax: 4801-2970. E-mail: mvarela@psi.uba.ar
Notas:
(a)- En la investigación sobre «Las situaciones de duelos y las tendencias antisociales» (PS043. Programación UBACyT 1994-97), llevada a cabo sobre la misma población los números son contundentes: de un total de 50 niños con tendencias antisociales que conformaron la muestra, 45 eran varones.
(b)- E. Badinter en «¿Existe el amor maternal?» da cuenta de la imagen que se tenía de la familia nuclear moderna citando un testimonio del Dr. Louis Lepecq de la Cloture en 1770: «Reina en ella la unión familiar, y esa auténtica solicitud que hace compartir por igual las penas y las alegrías del matrimonio, la fidelidad entre los esposos, la ternura de los padres, el respeto filial y la intimidad doméstica».
(c)- Los estudios epidemiológicos sobre maltrato infantil realizados en el partido de Avellaneda, a la par que arrojan un porcentaje mayor de incidencia en niños varones (59%) que en nenas (41%) señalan en aquellos una mayor ocurrencia de conductas delictivas y de falta de control parental (Bringiotti, M.I. 1992-93).
(d)- Hasta el importante papel de «preceptor» que se le asignaba en el siglo XVIII queda diluido al descargar en la madre también el rol de educadora.
(e)- Criticando esta posición, Badinter (4) señala que se ha llegado a afirmar que no hay nada en la «naturaleza del hombre» que lo predisponga a establecer relaciones afectivas con el hijo. Acostumbrado a luchar con la dura necesidad exterior su universo excluye las normas de afectividad propias de la infancia. De allí su incomprensión, severidad y falta de paciencia. También advierte que si bien algunos autores del siglo XIX alentaban a los hombres a tener relaciones más estrechas con sus hijos e incrementar el contacto físico y las actividades lúdicas para no privarse del placer y la alegría que emana de ellas, sigue vigente la idea de que la crianza es ante todo asunto de mujeres y de que el padre es a lo sumo su colaborador.
(f)- Una vez que la ley paterna y el amor maternal se han declarado heterogéneos es preferible, según suelen pensar los psicoanalistas, que se encarnen en personas de distintos sexos. La unificación de funciones en la misma persona, sería una fuente de confusión para el niño, comprometiendo su futura identidad.
(g)- Las ideas mas importantes que Winnicott expone en sus conferencias por la BBC ha hablar del «buen padre» del niño pequeño son: que los padres no pueden reemplazar a las madres en virtud de su incapacidad para amamantar; incluso puede resultar inconveniente que aparezcan en escena prematuramente. Su principal virtud reside en permitirle a su esposa ser buena madre. Su presencia junto al bebé puede ser solo episódica, alcanza con que se muestre a menudo para que el niño experimente el sentimiento de que es real y está vivo. Es más, llega a aceptar que hay padres que no se interesan nunca por su bebé. A los ojos del niño él encarna la ley, el vigor, el ideal y el mundo exterior que debe hacerle conocer. El es el que saca al niño a la calle, pero a instancias de la madre. Su buena paternidad dependerá de la necesaria intermediación de la madre entre él y su hijo. El bebé prefiere a la mamá, que es a quien más ama, y al padre le corresponderá ser el vertedero de su odio para evitar la confusión que generaría en el niño descargarlo sobre la madre. Parecería en cambio que podría odiar al padre sin que eso le traiga problemas. A él le cabe el papel de poner límites a su agresión.(D:W:Winnicott, Conozca a su niño. Psicología de las primeras relaciones entre el niño y su familia..Buenos Aires,1962.Ed.Hormé-Paidós.Citado por Badinter,E en Existe el amor maternal?,pp.266)
(h)- Si bien Doltó al responder diariamente a las preguntas que le planteaban por radio en France Inter se lamentaba de que no se mencionara el padre, como si este no existiera, cuando recibió la pregunta de un oyente que se quejaba de las burlas de sus hijos por sus actitudes tiernas le contestó que «el amor del padre no se manifiesta nunca a través del contacto físico». Este puede existir mientras el niño es muy pequeño pero pronto debe reducirse al mínimo.(F.Dolto,Lorsque lenfant paraît,Citada por Badinter,E en Existe el amor maternaL? pp.270)
(i)- Un amor libre de ambivalencia significaría que el padre sea atento, que lo mime, que no rehuya el contacto corporal, que se interese genuinamente en los proyectos del hijo, que se preocupe por poner ciertos límites, creando un cuadro de seguridad para el desarrollo, que no se esconda cobardemente detrás de su mujer para imponer sus opiniones y decisiones, que sepa comunicar sus puntos fuertes y débiles.
(j)- Estudios realizados en USA y Noruega sobre poblaciones de niños con problemas, que tenían en común el haber sufrido la ausencia del padre durante los dos primeros años de vida, muestran que en todos ellos se registran sistemáticamente deficiencias a nivel social, sexual, moral o cognoscitivo y que su grado de inadaptación es mayor que los que sufrieron esta carencia en edad mas avanzada (entre los 3 y los 5 años).
B I B L I O G R A F Í A
1- Aries, Phillipe - El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen. Edit. Taurus. Madrid 1973.
2- Aulagnier-Castoriadis, Piera - La Violencia de la Interpretación. Amorrortu Editores, Bs.As., 1975.
3- Aberastury, A. y Salas E. - La Paternidad. Ediciones Kargieman. Bs.As., 1984.
4- Badinter, E. - ¿Existe el Amor Maternal? . Colección Padre e Hijos, Paidós-Pomaire, Barcelona, 1981.
5- --------------- XY. La Identidad Masculina. Alianza. Madrid, 1993.
6- Barenstein, N; Slapak, S: Stilman, E: Varela, M - Algunas ideas acerca del papel de los padres en la etiopatogenia de la salud mental de sus hijos. AGRUPO. Cuadernillo nº 2. Buenos Aires, Julio 1978.
7- Benjamin, Jessica - Los Lazos de Amor. Psicoanálisis, feminismo y el problema de la dominación. Edit. Paidós. Buenos Aires-Barcelona. México, 1996.
8- Bentovim, Amon y Marianne - "Los orígenes y desarrollo de la conducta sexual abusiva. Los procesos de internalización y externalización". Jornadas Internacionales: Violencia y Abuso en Niños y Adolescentes, organizadas por el Centro de Estudios Avanzados de la U.B.A y la Fundación Familia y Comunidad, Bs.As., Agosto, 1997.
9- Bentovim, Amon - Cleveland, Diez Años Después. Lecciones para profesionales de la Salud Mental. Fundación Familia y Comunidad. Bs.As. 1997.
10- Bleichmar, Silvia - "Paradojas en la Constitución Sexual Masculina", en Masculino y Femenino. La Sexualidad. Revista Asociación Argentina Escuela de Psicoterapia para Graduados. N° 18, Bs.As., 1992.
11- Blos, Peter - "Masculinidad. La Rebelión contra el Padre o el Esfuerzo Adolescente por ser Masculino". Revista Psicoanálisis con Niños y Adolescentes. T.I, N° l,Bs.As., 1991.
12- Blos Peter - Los comienzos de la adolescencia. Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1973.
13- Bringiotti, M. Inés - «Maltrato infantil: investigación epidemiológica en el Gran Buenos Aires (Partido de Avellaneda)». (1992-93) en Revista Victimología 12, Centro de Asistencia a la Víctima del Delito, Córdoba-Argentina.
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