Psicoanálisis, estudios feministas y género |
Psicoanálisis y
género: 20 años después
Entre la esperanza y el desencanto
Mabel Burin
Leído en las Jornadas de Actualización. 1996. Foro de Psicoanálisis y Género, Buenos Aires
No es fácil evaluar lo sucedido en estos últimos20 años en las relaciones entre psicoanálisis y género. Mi evaluación está absolutamente teñida por mis experiencias en estas relaciones, de modo que éste será un relato subjetivo y objetivo a la vez, sin otra pretensión que dar cuenta de lo que, a mi entender, ha sido desde sus comienzos y lo sigue siendo aún, relaciones de tensión y de conflicto.
Comencé a pensar en psicoanálisis y género alrededor de los años 70, a partir de mis experiencias como psicoanalista de niños que observaba el malestar que padecían sus madres, y que inocultablemente traían a la consulta, un tipo de padecimiento que tiempo después llamé "el malestar de las mujeres" como título de un libro que publiqué en 1990, con la colaboración de dos compañeras, las Lics. Susana Velásquez y Esther Moncarz. En los años 70 comenzaron mis primeras publicaciones sobre estas problemáticas, en un periódico llamado Actualidad Psicológica, que llamaron alrededor de lo que llamé "la crisis de la mediana edad en las mujeres" . Sospechosamente, esto coincidió con un momento político de brutal represión en Argentina, por lo cual entiendo que se conjugaron en mí en esas épocas varios malestares: como mujer de mediana edad, como ciudadana, como psicoanalista. Era evidente que los conocimientos que tenía a mi alcance en esas condiciones no me resultaban suficientes para dar respuesta a tanto malestar, de modo que salí a la búsqueda de nuevas resoluciones, pero en verdad 20 años después reconozco que más que respuestas lo que encontré fueron nuevos interrogantes. Si como psicóloga psicoanalista sentía que ya iba superando la crisis de identidad profesional que nos atacó a muchas de nosotras cuando nos graduamos en los años 60 en esa época solo los médicos podían ser psicoanalistas- bajo la forma de la pregunta
"¿ quién soy siendo una mujer, psicoanalista?" Esa interrogación operó como motor que me puso en marcha para nuevas búsquedas. En los años 70 la dictadura militar de esa época me impuso restricciones que también marcaron una huella en como orientaría mi búsqueda: en primer lugar, el delirio de la "plata dulce" me llevó varias veces a los países del Norte, Estados Unidos, España, Italia, Inglaterra, Francia, donde mis preguntas ya estaban recibiendo algunas respuestas que tomé como guía para seguir pensando. El movimiento feminista que en esos países hacia sus prácticas y formulaba sus teorías me parecía un bálsamo ante mis irritaciones y mi exasperación crítica por mi condición femenina, como profesional del psicoanálisis y como ciudadana de un país que estaba siendo arrasado por las botas. También por esa época, a fines de los 70 y principios de los 80, recibí consultas de madres y familiares de desaparecidos, lo cual redobló aquella actitud de búsqueda de respuestas ante preguntas que tantos de nosotros no sabíamos cómo contestar. Percibí también mi condición de aislamiento y de miedo: hacia mediados de los 70 me había alejado de la Facultad de Psicología, y poco después cerraba el Instituto de la Familia donde coordinaba el área de psicodiagnóstico y era docente en su escuela de postgrado en psicoterapias (sus directores eran Mauricio Knobel y Jaime Szpilka se habían exiliado en el extranjero). Hacia fines de los 70 junto con un grupo de compañeras psicólogas con formación y condición semejantes a la mía fundamos el Centro de Estudios de la Mujer, y ese encuentro marcó un punto de inflexión en mis búsquedas de articulación entre psicoanálisis y género. Fue una época de descubrimiento, de apoyo mutuo, del hallazgo de nuevas hipótesis para explicar nuestras vidas cotidianas y nuestras inserciones laborales, nuestros malestares y nuestras pequeñas porciones de felicidad toda vez que algo que sentíamos como una verdadera revelación se nos aparecía en un libro, en una experiencia terapéutica, en alguna investigación. No puedo nombrar a todas mis compañeras en este momento porque podría cometer el error de omitir a alguna, pero sí quiero destacar que veinte años después muchas de ellas siguen siendo mis amigas de la vida y mis compañeras de trabajo con quienes escribo, publico, doy clases, organizamos jornadas y otros muchos etcéteras imposibles de enumerar hoy aquí. A pesar de los desencuentros con algunas de ellas, y de que a veces también nuestro vínculo padece de diálogos tensos y difíciles de resolver, sin embargo sigo celebrando la alegría de los encuentros y padeciendo el dolor de los desencuentros como parte importante de nuestra formación como psicoanalistas y nuestra inserción en el género.
Algunos hitos fueron marcando las relaciones siempre tensas entre nuestra formación psicoanalítica y las de género. Por ejemplo, hacia los años 80 comenzamos a escribir nuestra propia producción, y a dictar seminarios, conferencias y a participar en los congresos de corte psicoanalítico introduciendo problemáticas desde el género. Recuerdo uno de la Asociación de Psicología y Psicoterapia de Grupo, de 1981, en donde llevé una terapia del vínculo madre-hija desde esta doble perspectiva, de género y psicoanálisis, y mi enorme sorpresa por lo bien recibida que fue. Nos sentíamos audaces, pioneras, con esa alegría y cierta inconciencia que promueven las condiciones de pionerismo, pero entre las pocas que éramos nos apoyábamos cuando no nos peleábamos- para insistir en nuestras propuestas. También fuimos aprendiendo cómo escribir: el dominio de la palabra escrita nos dio más coraje para difundir nuestros conocimientos, y aunque adoptábamos estilos muy variados para la escritura nos reconocíamos entre nosotras como las " escribidoras". Apoderarnos de la palabra escrita fue un paso importante en la historia de las relaciones entre género y psicoanálisis en nuestro medio, pues dejamos de citar sólo a las extranjeras y comenzamos a citarnos también a nosotras. Además, nos brindó otros recursos de autoridad para el debate y el intercambio en el mundo público. Eso nos fue permitiendo ocupar otros espacios: algunas en el campo académico, otras en el campo político. Fuimos sintiendo, a medida que avanzaban los 80 y entrábamos en los 90 la ilusión de que no hubiera ámbitos que nos estuvieran prohibidos.
A fines de los 70 y comienzos de los 80, a menudo nuestra formación de estudio y de lecturas se entreveraba con reuniones grupales de reflexión sobre nosotras mismas, haciendo nuestras las premisas feministas de los grupos de autoconciencia. También a comienzos de los 80 hicimos carne en nosotras el lema feminista " lo personal es político". Esto se hizo evidente en nuestras relaciones familiares, con nuestras parejas y nuestros hijos. Fui conciente de que mi estudio sobre la madre y la hija adolescente lo escribí en momentos de máxima tensión en las relaciones de poder con mis hijas, y de que muchos de nuestros maridos y compañeros por entonces se reunían entre ellos y con nosotras preguntándose, furiosos o desconcertados, "qué hace el poder en mi cama?". Algunos matrimonios no resistieron el embate, y se produjeron divorcios y otros desgarramientos familiares, muchos de ellos como consecuencia de las microevoluciones que estábamos desarrollando en nuestras vidas cotidianas.
El encuentro multidisciplinario constituyó una verdadera revelación para quienes veníamos del psicoanálisis en los 80. aprendimos nuevos conceptos y teorizaciones, sufrimos con otros criterios de investigación que nos resultaba inaccesible desde nuestras prácticas psicoanalíticas, dudamos una vez más sobre nuestra identidad, ahora con la pregunta "quién soy, soy psicoanalista o estudiosa de las ciencias sociales?". Para los colegas psicoanalistas éramos cientistas sociales, para las compañeras de las ciencias sociales éramos psicoanalistas, y nosotras llegamos a los 90 haciéndonos esa pregunta. Es que hasta hace poco pensábamos que teníamos que dar respuesta, en lo posible unificada y coherente, a la pregunta "quién soy?". En los 90 comenzamos a entender que no se trataba de eso, sino de aceptar que nuestra identidad es múltiple, fragmentaria, diversa, de inscripciones simultáneas de varias teorías prácticas a la vez. La pretensión de Un quehacer psicoanalítico unitario, sin fisuras, estrictamente orientado e inscripto en alguna capilla doctrinaria era contrario a aquello que comenzamos a comprender acerca de en qué consistiría el avance de los conocimientos.
Si en los 70 algunos de nuestros temas dominantes de debate y crítica se organizaban alrededor de tres ejes fundamentales, que eran la sexualidad, la maternidad y el trabajo, en los 90 podríamos considerar que esos ejes de análisis persisten, pero reciclados. Por ejemplo, los debates acerca de la sexualidad no remiten al derecho al orgasmo femenino tema típico de los 70- sino al SIDA, a las violaciones, y a los temas que se tratarán en estas Jornadas. En cuanto a la maternidad y el trabajo, si nuestros temas de los 70 eran los conflictos entre la maternidad y el trabajo, intentando desculpabilizar a las mujeres madres que trataban de insertarse en el mercado laboral, en los 90 tienen que ver con la falta de deseo maternal, las nuevas tecnologías reproductivas, el aborto, las mujeres jefas de hogar con un trabajo "hasta reventar", o la decepción de las mujeres con niveles educativos elevados que se encuentran con el "techo de cristal" en sus carreras laborales. Si los debates en los 70 eran acerca de la envidia fálica en las mujeres , y de los 80 eran a qué se llamaba bien fálico, en los 90 parecería que las respuestas ya no giran alrededor de la maternidad o el orgasmo femenino, sino del trabajo, el dinero, la figura joven y esbelta y otros con otra carnadura, diría más bien, más descarnados. Diría que los problemas se han vuelto más brutales, y sí, más descarnados, que no es ajeno a ello la terrible crisis económica y de valores que estamos viviendo actualmente, acompañando esta condición postmoderna.
Dentro del psicoanálisis parece ser que no habría en los 90 grandes figuras hegemónicas como todavía existen en los 70 , que hacía que muchos de sus seguidores se comportaran como miembros de una secta donde todos rezaban el mismo rezo. Lo mismo sucede con las teorías de género en la actualidad, pues tanto en los 70 era inevitable citar a las pocas autoras que habían publicado sobre lo que por entonces se llamaba psicoanálisis y feminismo, por ejemplo, Juliet Mitchell, Luce Irigaray , Sara Koffman y algunas otras, en la actualidad la variedad
Y diversidad de corrientes es tal, que es difícil suponer que nos hemos de encuadrar dentro de una corriente hegemónica en género y psicoanálisis. Tanto dentro de las diversas corrientes psicoanalíticas como del género en la actualidad parecen más preocupados por buscar articulaciones entre sí y con otras teorías que por insistir en definirse sin conexiones. Nuestra clínica también cambió: quizá acompañado a la caída de ciertas ilusiones ideológicas totalizantes que dieron lugar, por ejemplo, al concepto de ideal maternal que surgió en los 70 para pensar articulaciones en género y psicoanálisis, en la actualidad descubrimos que la realidad de la maternidad es mucho más deslucida y problemática de lo que sostenía aquel Ideal. Toda nuestra clínica se fue impregnando de esa perspectiva teñida por las nuevas realidades, y se fue modificando en el sentido de que las problemáticas para ser pensadas por el entrecruzamiento en género y psicoanálisis remiten a conflictos menos ligadas al conflicto de la fantasía, de la simbolización, y en cambio son mucho más brutos, más groseros, o, como señalé antes, más descarnados, como aparece en las pacientes víctimas de violaciones, incesto, anorexia, etc. Las variadas formas la violencia es uno de los ejes más convocantes actualmente en las relaciones entre Género y Psicoanálisis.
Entonces, qué me queda como balance de estos 20 años de Psicoanálisis y Género? Fueron 20 años de luchas dolorosas, a veces desgarrantes, y de grandes ilusiones de transformación, con sus pequeñas alegrías por avanzar en nuestros proyectos. Fueron años en que aprendimos la dicha del encuentro con nuestras pares y la tristeza de los desencuentros justamente con quienes también creíamos nuestras pares, que debe ser de los peores de los desencuentros-. La tremenda desconfianza mutua de los 70 entre el psicoanálisis y el feminismo todavía se mantiene, pero está comenzando a ceder de a poco o quizá sea mi visión esperanzada. Tengo algunos indicadores para pensar así: por ejemplo, muchas de las invitaciones que recibí este año de instituciones psicoanalíticas para debatir articulaciones entre género y psicoanálisis, especialmente a partir de la publicación del libro Género, Psicoanálisis, Subjetividad que compilé junto con Emilce Dio Bleichmar, en debates que en algunos casos siguen siendo tenso, difíciles, desconfiado. También está cambiando el diálogo entre los géneros: existen quienes siguen pensando en los UNOS y las OTRAS, pero también quienes tomando las hipótesis de género nos preguntamos "¿y ahora qué podemos hacer juntos?"
Me siento parte de una generación que ha contribuido a marcar un punto de inflexión en la lucha por mejores condiciones de vida para el colectivo de mujeres. No vamos a negar que a veces nos ganan sentimientos de hastío, de fastidio por nuestros fracasos, que a menudo son más que los que breves, fugaces momentos de encuentros como éstos, que celebramos jubilosas. Pero esos pequeños momentos de felicidad nutren el sentimiento de la responsabilidad generacional, nos indican que podemos seguir manteniendo viva la llama de aquellos deseos que nos mueven desde los 70, para que las nuevas generaciones que vienen ahora nos encuentren con que, entre la esperanza y el desencanto, seguimos soñando con una sociedad un poco más justa y más equitativa para todos.
Notas
(*) A partir de las reflexiones de Virginia Vargas en el V Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe (1990). El cielo por Asalto, Buenos Aires, Otoño, 1991