Cine y psicoanálisis |
BUENA VISTA SOCIAL CLUB
¿dónde van los sueños?
Julio Ortega
Bobadilla
julius@cartapsi.org
(Buena Vista Social Club. 105 minutos. Documental, color.)
Los tiempos de exhibición de las películas en los cine-clubes de México son indescifrables, así que el lector tomará contacto con la crítica de un filme que quizá ya haya visto. El autor de estas líneas ha pensado muchas veces sobre el oficio no perenne de crítico de cine en este nuevo mundo digital en que las películas reciben una segunda, tercera y hasta más oportunidad de ser vistas a través del video y el DVD. Quizás hemos arribado a un momento en que escribir sobre películas que no están necesariamente en cartelera tiene cierto sentido. El lector tiene la última palabra.
Hace unos días tuve oportunidad de ver en la recientemente abierta Ágora del zócalo en la ciudad de Xalapa, Ver. un filme documental de Wim Wenders que lleva el nombre del grupo musical cubano que ganó merecidamente el Grammy en 1996 compuesto por viejos cuyas edades oscilan mayormente entre los 70 y 90 años.
La película es una obra de uno de los más importantes cineastas del fallecido siglo XX. Wim Wenders nació en 1945 y pertenece a la primera generación de alemanes después del Holocausto. Estos jóvenes soñaron de una manera totalmente diferente a la de sus padres. Desde muy niño, se interesó por el cine de Hollywood consumiendo gran cantidad de películas de bajo presupuesto, principalmente melodramas y westerns. El sinuoso camino de su vida le llevó a estudiar medicina, filosofía, arte en París y luego cine en una prestigiada academia de Munich.
Empezó a escribir crítica de cine y junto con otros colegas fundó la productora "Filmverlag Der Autoren". Desde 1974 atrajo la atención del público internacional al desarrollar un estilo propio que utilizaba un mínimo equipo de producción a fin de desenvolverse con la máxima libertad de movimiento e ideas en un género que él mismo llamó "road movies" y que tomaba como fuente de inspiración a la memorable "Easy Rider" de Dennis Hooper (1970) y la no tan perfecta "Two line black stop" (1971) de Monte Hellman.
Tres "road movies", le abrieron el mercado para lo que sería la continuación de su trabajo en el corazón del cine industrial y el paso, no siempre afortunado para los productores independientes, generó algunas de las películas más imaginativas y raras del cine. En su primera película "The American Friend" (1977), reunió caprichosamente como actores, a los venerados directores de culto Dennis Hopper, Nicholas Ray y Samuel Fuller, en una singular adaptación de la novela de Patricia Highsmith. Su creatividad no ha encontrado linderos desde entonces.
Después de "París, Texas" (1983) que volvió diosa a Natassa Kinski y le obtuvo la Palma de Oro de Cannes, algunos pensaron que su carrera había llegado al tope de su desarrollo. Muchos no hubieran abandonado la meca del cine, pero este hombre regresó a Berlín para realizar con la colaboración de su amigo el novelista Peter Händke: "Himmel über Berlin o Las Alas del deseo" (1987), película mágica inspirada en algunos poemas de Rainer María Rilke y que cuenta la historia de las desaventuras de un ángel enamorado (Bruno Ganz) de una hermosa trapecista perdida en el duro suelo de la cotidianidad (Solveig Dommartin) que le consiguió nuevamente el triunfo en Cannes, esta vez, como mejor director. Un amante del cine podría ver infinitas veces sus escenas sin agotar el deleite de estar frente al espectáculo de lo sublime. El remake "City of Angels" (1998), vehículo para el encuentro de Nicolás Cage y Meg Ryan, demuestra solamente que la perfección no puede copiarse por más esfuerzo que se realice y más dólares que se inviertan.
Siguió a esa película "Until the end of the World" (1991) ciencia-ficción sobre un futuro cercano con toques freudianos y una secuela de su zaga angelical, "Far away so close" (1993) que exploraba la reunificación alemana. Su prolífica producción cuenta también "Viagem a Lisboa" (1994) película inspirada en el cine-ojo del avant gard ruso Dziga Vertov combinado a la poesía excelsa del heteronímico Fernando Pessoa y "The end of Violence" (1997) extraña fantasía en la que Gabriel Byrne descubre angustiado el omnipotente control del Dios-Estado sobre los muñecos de trapo que conforman la ciudadanía.
Nos topamos ahora con el regreso de Wenders a lo que podría definirse como una nueva "road movie". Ry Cooder, uno de los más importantes músicos actuales, cantante, legendario guitarrista y productor del disco del Grammy "Buena Vista Social Club", había colaborado antes con el alemán en la música de sus películas y le ha pedido que realice el film documental que atrae la atención de esta crítica.
La película relata el encuentro casi fortuito del compadre Ry en 1996 con los viejos soneros cubanos que se reunieron para dar vida a un disco de colección y los sigue en su recorrido por el mundo con su música y esa positiva alegría que les acompaña siempre, llevando un correo del pueblo cubano a quien quiera recibirlo.
Wenders ha declarado que intentó hacer un film que sólo flotara entre el río de la música sin interferir con ella. Sin embargo, pese a su aspiración, el documental se convierte en una metáfora de la dolorosa realidad cubana y del deseo de supervivencia de un grupo de viejos cuyo talento infinito se hubiese perdido en los viejos discos de acetato sin la intervención del azar.
El film inicia con el guitarrista cantante Compay Segundo recordando mejores estaciones y mostrando a la cámara una foto de Fidel Castro frente a la estatua de Lincon en Washington, enorgulleciéndose de haber tomado la imagen que él mismo titula: "David y Goliath". Seguimos después al barítono Ibrahim Ferrer del estudio de grabación hasta su casa, dónde encontramos en cada gesto de su vida la imbricación de la cultura vudú, la indígena americana y el cristianismo conformando las raíces de sus sentimientos musicales. El altar de su santo de devoción no se aleja mucho del pie de una piedra de sacrificios y en ella yace la miel, el aguardiente de caña y el fervor por el milagro y la providencia.
Recorremos junto con la cámara off road, la Habana vieja poblada de miseria y de esperanza. Wenders ha recogido las formas y las palabras de cada músico, brindándonos una visión íntima de cada uno de ellos compartiendo con nosotros su historia y sus ensueños. El ojo del lente se calienta al mostrarnos a los niños y jóvenes vagando por una ciudad olvidada por el mundo, venida de antaño y al parecer perdida para no encontrarse más; parecida en su forma exterior a la Lisboa imperial, pero en la que ya nada se construye para el cubano expuesto a la erosión de la ideología marxista, la marginación de la realidad global y la prostitución infantil y juvenil.
Observamos a los viejos y niños trabajando, en una sociedad que fue soñada para borrar las diferencias sociales y la explotación, vagando como fantasmas por las calles, sin que podamos imaginar el destino de esas almas que nos causan en su fugaz visión una mezcla de dolor y empatía. Compartimos con ellos el rompimiento de los sueños que predicaban el fracaso del capitalismo y la senectud de los textos leninistas y los cánticos internacionalistas. Vemos los viejos Buicks, los Ford sedán de los años 50s, arrastrándose como ánimas en pena al lado de trailers que jalan carromatos improvisados, repletos de gente asándose en el calor de una isla que no podría llamarse más que de la Fantasía, por el sostenimiento de un régimen dictatorial no muy diferente ante las nuevas generaciones que el de Leónidas Trujillo o el mismo Batista. Podríamos decir los viejos a los jóvenes, que los hoteles cubanos eran antaño para los turistas americanos, que la isla no era más que un casino y un refugio para que los maleantes se desbordaran de placer con las mulatas. Desgraciadamente, ellos podrían citar fácilmente que un asesino como Ramón Mercader, el terrorista Carlos, y el ex - presidente mexicano Salinas encontraron allí refugio a sus fechorías y que los hoteles, ciertamente, se encuentran cercados al pueblo cubano, dispuestos al capricho de la orgía y el gozo de las perversiones de quien pueda pagar el módico precio de la carne trémula que habita esa urbe arrinconada en una orilla del tiempo.
Este es el fondo sobre el cual se desarrolla la fiesta de la música afrocaribeña y la punzante verdad se trasluce a través de las grietas de los edificios agonizantes de los viejos barrios y los rostros anhelantes y no faltos de esperanza, desde los cuales, el cubano siempre han cantado su música dulzona para ocultar las penas y sinsabores de la vida.
Los escenarios populares no parecieran necesitar más explicación que las imágenes mismas. Vemos a un pianista fenómeno como Rubén González tocando en un gimnasio mientras las futuras glorias de la gimnasia y el ballet orgullo de un régimen corrompido por sus mismos ideales rodean al viejo con sus rostros infantiles, alegres e inocentes, plenos de vida e ilusiones. Esos chiquillos parecen querer decir al espectador que sí habrá un mañana soleado para la isla, a pesar de los errores ideológicos, la corrupción, el hambre y la falta de democracia.
Estos músicos habaneros sin época, trascienden la malaventura de la política y la miseria de una filosofía que cometió el error hegeliano de creer en el final de la Historia. Ellos anteponen a esa telaraña pegajosa del poder, el ritmo y los sabores criollos de su oficio. Confían en la fuerza de la música y el sentimiento para borrar las fronteras y llegar tanto a los corazones del público europeo como a los exigentes espectadores del fastuoso Carnegie Hall.
Ry Cooder desglosa ante el espectador maravillado entregado a la espontaneidad de sus melodías, la odisea completa que revivió ángeles morenos como Omara Portuondo, Orlando López "Cachaito", Barbarito Torres, "Puntillita" Licea y demás amigos, poniéndoles en el mapa del beat mundial. Les acompañamos así, en los escenarios de Amsterdam y Nueva York, viajamos a través del filme como íntimos suyos que recogen palabras sueltas, bromas y chascarrillos que nos hacen conciencia del espíritu indomable del cubano.
Casi al final, volvemos a la Habana que nos muestra una pared agrietada con la inscripción: "Esta revolución es para siempre". Inmediatamente después, aparece otra leyenda en una marquesina, complementaria de las imágenes de abandono de esa ciudad, que nos hablan de un estilo que se niega a morir del todo. El letrero mostraría el apellido del coloso de Tréveris a no ser porque la "R" de "revolución" ha caído al suelo para romperse, en una broma cruel de la naturaleza que nos muestra una concatenación casi absurda de letras que se dejan leer irónicamente: "MA_X"...
Volvemos para despedirnos de esos músicos que son ya nuestros amigos, parientes y hermanos, nuestros mayores. Los vemos dando todo lo que tienen, cantando a coro con el público. Ofreciendo el tesoro escondido de su música, también su alma y el mensaje de que el pueblo cubano sigue y seguirá vivo a pesar del aislamiento norteamericano, la manipulación soviética y de la tozudez del viejo decadente que alguna vez se llamó "comandante de comandantes".