Magnolia, Heredia, Antígona o
En el nombre, la hija que fue
Beatriz
Calvo Samayoa
Psicoanalista
Coordinadora de PsicoMundo Costa Rica
Quería hacer el comentario de la película "Magnolia", pero luego como nombre de mujer, se abrió en otros nombres. Que es precisamente lo que quiero sostener: la imposibilidad de que una historia quede encerrada en sí misma, con los primeros trazos de los padres, y entonces la imposibilidad estructural de la neurosis al incesto, si quiere, aunque haya sido.
Este comentario versará sobre el incesto en cada historia de neurosis y sobre lo que en el incesto hay de suicidio como entrega del nombre propio.
La historia de Magnolia sostiene en muchos de sus primeros párrafos que no hay casualidades, que todo cierra en familiaridad y círculo el pasado. Como si el nombre estuviera entregado a la coincidencia de un solo sentido, en un destino ya trazado. Hasta ahí suicidio o la infancia de una historia:
El reconocimiento de un padre es la inscripción de un agujero o
La posibilidad de la escritura y el lenguaje se sostiene en un trazo que falta:Por cierto, ¿por qué se llama Magnolia esta película? Por la pregunta. Porque el autor no sabe todo sobre lo que escribe su obra. Porque el sujeto es efecto de enunciación. La obra es el sujeto.
Magnolia o casualidad. Como lo inesperado e imprevisto del nombre. El nombre es lo que no se puede escribir ni enunciar con fidelidad.
Venían caminando por las noches de San José, venían de ver la película Magnolia. Ella le cuenta que le gusta la pintura de una pareja y lo lleva.
Se titula Heredia.
El pregunta, ¿por qué Heredia?
¿Por qué Magnolia responde ella? Porque en este caso no me gustaría que se llamara pareja. Que sin embargo en otra ocasión podría ser un buen nombre, pero aquí sería como en el incesto: muerte sin sepultura, y más vale que haya una mujer que acuda a cubrir la muerte.
¿Cuál es el hombre pregunta él?
El que hace las preguntas y la mujer es la que responde si le gustó la pregunta, o al revés, si se ponen de acuerdo.
Algo va de un lado a otro. La mujer le da cuerpo a las preguntas de un hombre, para que ponga su historia ahí, le da tono a su falicidad cuando le cree. Desde sus preguntas la mujer hace con sus manos que él vuelva a preguntar.
Y ella escribe: Heredia, Magnolia o Antígona. Porque el pintor es un escritor y no va a titular pareja, su pintura de una pareja. Porque el artista pone en juego la castración de su nombre que el viento derrama en pluralidad, porque el erotismo es así, porque por la enunciación el enunciado se desliza, porque en el lenguaje no hay identidades ni relación de 1 a 1. Porque entre los sexos hay un mundo a conjugar.
Precisamente el cuerpo de la pareja es lo que tiene textura de lenguaje, es lo que está tocado de enunciación escapando a lo dicho y es entonces del orden de lo inatrapable, de lo que insiste deseando, provocando. Porque es lo que nunca se dice bien y por eso hay que seguirlo diciendo.
El cuerpo de la pareja es de lo que tiene casualidad en el nombre. Entonces el nombre es lo que da texto erótico al cuerpo. El texto de casualidad en el título, es lo más fascinante de la pintura de la pareja.
Porque además, ¿quién dice que esas manchas son una pareja?, tal vez es el mapa de la provincia de Heredia de un pintor no sólo mentiroso sino también encantado. Como la transmisión de un padre es lo inseguro, es lo que circula y pulsa y sigue.
¿Quién es el autor, o el pintor? ¿Quién es el sujeto de la enunciación? ¿Quién es la pareja? ¿Cuál es el nombre?
Pues ¿cuál es el nombre que cada uno le pondría a esas manchas? No cualquiera, sino el propio, el apropiado, el nombre que nos deja otra vez afuera sujetos de la enunciación, el nombre que se sostiene afuera.
En la obra artística, como lo es el nombre propio, no se trata de enunciado, en singular, sino de enunciación, en plural, no se trata de la consistencia de una respuesta sino de sostenerse en preguntas.
Haber tenido un padre de la transmisión del nombre, ese al menos manchado y torcido que deshilachado teje. Lo que se necesita es un hilo, con un origen mítico y un punto suelto de la estructura, de ahí en adelante, el tejido del nombre propio es trabajo humano.
¿Cuál es la mujer?: El nombre propio es un texto sobre feminidad
Un nombre nuevo cuando después de una lluvia de sapos, en un mundo al revés uno ya no entiende nada y toma sus certezas por locuras y al revés. Se rompe la definición de sí mismo, se detiene en puntuación la cadena significante. En todo caso es con algo descolocado y loco que se puede vivir y hablar y escribir y tener hijos.
En la posibilidad de puntuación de la estructura neurótica donde dice otra cosa, donde dice nuevo, en los latidos de la Pulsión de Muerte es que se escribe un nombre de mujer. El nombre propio es una nueva lectura que despliega la historia.
Es un texto sobre feminidad. Uno incierto, con mancha e incorrección, pero con historia y herencias y mucho de mito.
Una hija en incesto podría no morir ahí, y descolocarse de esa certeza y salir por su castración, por lo intocable e innombrable en su cuerpo, desde la marca del padre que quien sabe cómo le heredó, pero que en el salto al abismo de la salida, la sostiene de pura caída.
Una hija se va hasta que diga No, cuando deja de ser el enunciado del padre porque tiene diferencia en el cuerpo y el lenguaje falta para nombrarla. Una hija dice No, y pone en orden su nombre, si puede, si tiene la posibilidad estructural de la escritura.
Una niña se hace mujer cuando se descoloca y deja atrás los restos del padre, dando cuenta de la imposibilidad de estar representada por su nombre de hombre, dando cuenta de su trazo diferente por su diferencia sexual. Se hace mujer cuando "hace que el deseo sea suyo y que el otro se calle de su cuerpo" (Garrido, marzo 00: Seminario). La feminidad está a cuenta del duelo por el padre. Donde se inscriba que el padre no estuvo, donde por la estructura no hay posibilidad a la invasión del cuerpo.
No se trata de decir que el incesto no pasó, sino de ir con sus cosas, en cuenta el apellido paterno, más allá del padre. Hasta inventarse otra historia, desde donde faltó un padre. Y sostener su apellido paterno en el nombre con marcas de "la hija que fue".(Novoa, junio 00: Grupo de los martes)
La historia de los padres, es otra que quién sabe. De todos modos la transmisión de un padre falla. En esa posibilidad de faltar, en la posibilidad del lenguaje y la escritura es donde se puede inventar otra historia, otro nombre. Donde falla la transmisión del padre es donde una hija podría no heredar incesto.
Esto no quita que cada uno tenga que buscar por años al padre en su historia, para encontrar sus rastros, sus restos.
La herencia paterna es tener de escudo una puerta y la posibilidad de dar cuenta de que el cuerpo siempre estuvo afuera. La herencia paterna es la posibilidad de escribir un padre, de dejar atrás los restos del padre. Es finalmente irse y renunciar a recomponerse con todas sus partes. Irse, con algo muerto en el cuerpo, con algo de muerto en el nombre. Es renunciar a la eternidad porque se sabe que no hay tiempo que perder.
El padre del incesto fue un niño que no quería morir del tiempo de los hijos, que los quiso proteger de muerte, pero entonces de sexualidad, de lenguaje y de afuera. Precisamente en el incesto lo que no hay es sexualidad.
Paradójicamente es por la posibilidad de la muerte por donde se puede salir. Si sale es para morirse, porque afuera está la muerte, pero también la vida. Es porque hay muerte que hay todo lo demás.
Es donde se entierra a sus muertos desde donde se sostiene el nombre y se va a lo suyo, sin volver atrás, como una mujer, como Antígona, sin dar explicaciones, porque sí, o porque no, porque si no se muere.
¿La ilusión?
Eso cuesta caro. Para acceder a la promesa de un hombre, hay que pagar con una parte del cuerpo. No es posible salir completo, atrás quedan sus restos que ya no la llaman.
Apostando a la particularidad, hay que escoger a uno de los que llegue a puerto. Uno que sea artista para que le guste como la pinta, para que le gusten sus preguntas. Porque hay que sostener el nombre, porque hay que decir eso sí paso.
Al cortejarla él pierde el arma, como decir cede una costilla para que ella viva, como decir cede la mitad del mundo. Es desprovisto y desprevenido de una partecita, que él puede entregarse a una mujer de afuera para fundar una familia.
Porque creen en la ley y la representan en posición masculina uno y en posición femenina el otro.
Ahí es donde "el acto de un hombre cura a una mujer" (Echeverría, junio 00: Grupo de los Martes) Un hombre centrado en posición masculina da sitio a los lugares propios. A la historia de un nombre. A la historia de una mujer. Como dice Kundera: "Ella había venido a buscarlo para huir del mundo de la madre, donde todos los cuerpos eran iguales. Había venido a buscarlo para que su cuerpo se volviera único" (Kundera, 1995: p. 65), y poder decir eso sí paso, es del orden del ser, es marca, es rastro.
Volver a comprar café, para aprender a hacerle un café nuevo como a él le gusta. No es posible sostener un lugar propio sin división, sin compartirlo, sin dejarse comer. Al dejarlo ir se pierde, pero el nudo del rasgo de la escritura sostiene, el cuerpo en el lenguaje no se deshace todo.
La particularidad en la historia y el reconocimiento de lugares propios, atempera la ferocidad y la locura de un mundo salvaje.
¿El final?
Es feliz. Es sonreir porque ahí hay un hombre y una mujer. Que precisamente desterrados al tiempo de la tierra, no es ningún final. Porque la vida en la tierra está en pie de la división sexual.
Bibliografía:
Echeverría, P. y Novoa, V. (2000) Sesión Clínica del Grupo de los martes, San José: apuntes personales
Garrido, M. (2000) Seminario: La Pulsión de Muerte y sus consecuencias en la Clínica Psicoanalítica de Freud a Lacan, San José: apuntes personales
Kundera, M. (1995) La insoportable levedad del ser, Barcelona: Fábulas Tusquets Editores.
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