Gobierno de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires
Secretaria de Salud - Dirección de Salud Mental
Centro de Salud Mental
Nº 3 "A. Ameghino"
Comité de Docencia e Investigación
Jornadas
2002
El amor en tiempos de colera: actualidad de la transferencia
28, 29
y 30 de octubre de 2002 - Centro Cultural General San
Martín
Más allá de la paternidad destituida: la maternidad como invención 1
Elina Aguirre
Hace tiempo que me convoca a pensar el problema de la paternidad. Cuando empecé a trabajar con Alicia y su hijo Pablo, supuse que el caso clínico giraría en torno a ese problema. Pero en el transcurso de los encuentros me fui dando cuenta de que la paternidad, aún pensada como el agotamiento de una función histórica, se me había presentado como coartada. Lo que el intenso encuentro que se produjo con Alicia me llevó a pensar fue en qué consiste la experiencia misma de la maternidad en condiciones históricas en que la familia y por lo tanto las instituciones de la maternidad y la paternidad- está destituida. Si, como dice Ignacio Lewkowicz, vivimos no sólo el agotamiento general de las instituciones, sino el desfondamiento mismo del suelo en el que ellas arraigaron, me pregunto qué efectos tiene asumir, como psicoanalistas, las consecuencias del hecho histórico de que la institución de la maternidad y la paternidad, piedras angulares de la familia burguesa, se hayan agotado. Este escrito habla, en rigor, de las consecuencias de asumir este hecho histórico en una experiencia clínica.
Cuando Alicia llega a Ameghino viene a hablar de la paternidad. Lo primero que me dice es que Pablo, de 4 años, tiene algunos problemas de conducta en el jardín, de vez en cuando hace algunas travesuras. Eso era todo: yo no llegaba a entender el porqué de la consulta. Hasta que aparece la "verdadera" preocupación de Alicia: el papá de Pablo no viene a verlo no cumple con su función. Alicia teme por los efectos de este padre ausente en la vida de Pablo.
Hagamos un poco de historia. Alicia salió un tiempo breve con Mariano el papá de Pablo; luego se separaron. Pasaron unos años y un día ella ve una nota en un diario que le recuerda a Mariano. Le dan ganas de llamarlo. Se encuentran una noche, tienen relaciones, ninguno de los dos se cuida. Al mes ella se entera de que está embarazada; llama a M para avisarle. En el transcurso de ese mes no se habían vuelto a ver ni habían hablado más. Cuando se entera, M le dice que no quiere tener un hijo, que tiene una pareja, que le parece una locura; ella le dice que no le importa, que lo va a tener sola, que se va a hacer cargo ella sola.
Transcurre el embarazo sin problemas pero cuando nace Pablo a Alicia le dan ganas de avisarle a Mariano que había nacido su hijo. Lo llama, le manda fotos. Pero Mariano nunca aparece.
Alicia, después de muchas llamadas, decide iniciarle un juicio a M para que él reconozca su paternidad. Pablo tenía 2 años entonces. Mariano se presentó antes de que el juez dictara sentencia. Se hace la prueba de ADN, le da el apellido a Pablo, lo conoce, y vuelve a desaparecer. A lo llama otra vez. Como no tiene respuesta le inicia otro juicio, esta vez por alimentos. Mariano, de nuevo, arregla con A la mensualidad antes de que el juez dicte sentencia. Aquí es evidente como la operación jurídica iniciada por A tiene consecuencias prácticas, pero no simbólicas. M hace los arreglos antes de que intervenga el juez, cumple con lo dispuesto, pero esos arreglos, prácticos, "efectivos" no tienen ninguna consecuencia simbólica. Sin embargo Alicia no se conforma, ella quiere que Mariano quiera ser el papá de Pablo, que cumpla con su función. Sigue llamando, Mariano no viene. Alicia se prepara para otro juicio por "incumplimiento afectivo" que queda en suspenso cuando se inician las entrevistas conmigo.
Por su parte, Alicia estaba triste, preocupada, no sabía cuándo y cómo contarle "la verdad" a Pablo. Hasta ahora le venía diciendo que su papá estaba muy ocupado, que ya iba a venir. De los juicios Pablo no sabía nada; tampoco sabía que A había decidido tener un hijo sola. Tampoco que M no había querido ni quería tener un hijo.
Pablo es un niño encantador, muy inteligente. No tardó en armar un juego conmigo. Le gusta dibujar y pintar y parece ser muy bueno en eso. Yo decidí tomarme un tiempo para ver qué aparecía en las entrevistas sobre el problema que, según la mamá, era el problema de Pablo. Al cabo de un tiempo resolví que no era necesario un tratamiento para Pablo. Y le propuse a Alicia encontrarnos, ella y yo, a charlar sobre eso que tanto la preocupaba.
Mi trabajo con Alicia tiene dos momentos. Lo que marca la diferencia entre uno y otro es, por un lado, una interrupción real provocada por A. Por el otro, lo más decisivo: una variación esencial en la modalidad de intervención clínica. En un primer momento mis señalamientos se dirigieron a la propia historia de A, a su relación con su propio padre, a sus elecciones amorosas. Mis intervenciones tenían una dirección interpretativa. Aunque no era estrictamente un análisis, pensaba en la posibilidad de que a partir de mis señalamientos podría surgir una demanda de análisis por parte de Alicia. Pero esto jamás ocurrió. Alicia se conectaba conmigo en la conversación acerca de su hijo y sobre el problema de la paternidad en su situación particular, y se desconectaba cuando las intervenciones se dirigían a otra escena: la de su pasado, la de su deseo jugado en sus elecciones amorosas; es decir cuando buscaban producir sentido no a partir de lo que hablábamos sino por remisión a otra escena, supuestamente más esencial. Alicia era indiferente a este tipo intervención. Me decía: sí, todo muy bien pero a mí ya no me interesa pensar acerca de mi papá, ya me analicé muchos años, ahora quiero charlar sobre lo que me pasa en este momento en la relación con mi hijo.
Decidí entonces que la resistencia no era de Alicia. La resistencia es siempre del analista, dice Lacan. Pensé mucho en esa aseveración, y decidí que la posición terapéutica en este caso particular exigía entonces que revisara mi lugar, mis intervenciones y mis supuestos teóricos. Así se inicia el segundo momento de trabajo con Alicia, en el que la interpretación fue quedando de lado, y donde lo más fecundo fue la conversación actual entre nosotras: yo apostaba a construir con A un espacio donde ella pudiera pensar conmigo la relación con su hijo.
Hasta el momento en que se iniciaron las entrevistas Alicia había estado sumergida en la vía de la demanda judicial. Y justamente por eso, Alicia olvidaba que en algún momento había tomado una decisión: tener un hijo sola. Su intento siempre fallido de convocar al padre no hacía más que constituirlo como falta. Sin embargo, empezamos a ver que pensado desde la decisión de tener un hijo sola, el padre no faltaba. El padre falta si el deseo es armar una familia; pero no falta si la decisión es constituirse en la experiencia de tener un hijo sola.
Hagamos un rodeo para pensar esta situación. Es una observación cotidiana que la familia se ha transformado sustancialmente. En su lugar vemos una gran diversidad de formas de vincularse y agruparse entre hombres y mujeres. Familias monoparentales, con padres ADN es una de estas formas. Podemos tomar esta evidencia como un mero cambio de color que no altera en nada la estructura de la familia y sus tradicionales funciones. O podemos pensar algo más radical: que al modificarse las prácticas cotidianas, también se alteran las funciones. La institución familiar, que incluía entre sus términos imprescindibles al padre y a la madre como funciones, se ha agotado. Y su agotamiento implica una alteración en la paternidad y en la maternidad.
Así, en la actualidad, la paternidad y la maternidad no preexisten como funciones ni como lugares al ejercicio de unas prácticas efectivas que realizarán con distintos grados de plenitud unos sujetos, sino que son unas operaciones que se deciden en una situación determinada; la paternidad y la maternidad son hoy el producto de una decisión y de la invención de todo lo que implique ser un padre o madre en esa situación.
En palabras de Ignacio Lewkowicz, la idea sería la siguiente: La función paterna nunca está garantizada. Pero en la modernidad, la institución establece el lugar y obliga a ocuparlo. En cambio, en las condiciones actuales, no se trata de una obligación de la que alguien pueda desertar sino de una opción de la que uno puede hacer uso. Bajo la institución de la Familia la paternidad es obligatoria, pero hoy deviene optativa. Si un hombre decide ser padre tendrá que inventarse una función que nada ni nadie prescribe. Si lo decide no será por estar obligado por la institución sino por elegir instituir la paternidad desde sí, desde el vínculo.
Una objeción posible a este planteo es que siempre hubo hombres que no estaban a la altura de la función paterna y mujeres que demandaban su responsabilidad. Pero hoy la situación es diferente. Cuando la institución familiar era eficaz, los hombres que no asumían la paternidad eran hombres que fallaban, que estaban en falta respecto de la responsabilidad que implicaba tener un hijo. En ese caso se trataba de alguien que tenía dificultades para ocupar su función, o se rehusaba a hacerlo bajo la forma de una transgresión a un orden instituido, o de un déficit de inscripción de ese orden. Ahora, en cambio, el problema más que en los hombres y en las mujeres parece residir en el desfondamiento del orden mismo. No hay transgresión ni déficit de una legalidad si no hay un orden de legalidades instituido.
Cuando Alicia decide no recurrir más a la justicia, cuando decide que esa vía no va más, puede empezar a pensarse desde la experiencia de ser madre sin la referencia a un padre. Comienza a hacer la experiencia de la decisión que había tomado: tener un hijo sola. Hasta ese momento, cuando Alicia hablaba con su hijo Pablo de Mariano, se refería a él como un padre con limitaciones, como un padre en falta. Cuando le contaba a Pablo la historia de su nacimiento le decía que ella y su padre estaban separados. En muchas oportunidades le decía a Pablo que se parecía a su padre, simulando la existencia del padre. Pero la respuesta de Pablo ante esas representaciones de la madre muestra su lucidez para percibir la situación: "papá no existe", era la respuesta del niño. Para Alicia el padre era una representación que se podía sostener; para Pablo no. Pero qué significa que para Alicia el padre existe. El "padre" de Alicia es pura representación, es el padre instituido en tiempos de la familia moderna. Es el padre de la época en que la paternidad era obligatoria. Es el padre que poseía un saber para orientarse en el ejercicio de su función. Desde luego, la institución paterna no impedía que el padre fallara, que no cumpliera con su función.
Alicia intentaba restituir esa representación familiar aún cuando sus condiciones eran totalmente otras a las condiciones históricas en las que la institución familiar tenía vigencia simbólica. Esa insistencia la hacía caer presa en la superfluidad de una representación que había perdido sus referencias prácticas; en la ineficacia de una representación sin soporte institucional, que giraba en el aire.
Por su parte, Pablo tiene otro punto de partida: para él el padre no es algo instituido, no es algo dado. Para él no se puede restituir una relación que no existe. La estrategia de Pablo no es la de componer algo que se ha roto, sino eventualmente generar algo de la nada con el padre biológico o con otro hombre. Desde este punto de vista Pablo tiene la posibilidad de decidir si quiere a ese padre, y ese padre si quiere a ese hijo. Incluso en el límite cabría la pregunta de si quiere un padre o meramente un vínculo ocasional con un varón, y si varón aquí es igual a padre. Para Pablo, la relación sólo es posible a partir de la decisión, antes no hay relación.
Existe una diferencia esencial entre concebir a un niño abandonado por un padre, o un niño al que le falta un padre, y concebir a un niño como alguien que decide tener un padre, y que decide también, en la relación con ese padre, qué es ser hijo y qué ser padre.
A Pablo no le falta nada. Si la familia no está instituida, entonces no hay estructura familiar y fallas estructurales, sino que hay una composición múltiple de familias. No es posible compararlas con un parámetro porque ya no hay parámetro. A ninguna familia actual le falta nada, porque si no hay institución tampoco hay estructura familiar. Lo que hay es lo que hay. Hasta en una familia integrada por: papá, mamá e hijos, el modo de relación no está instituido, es decir no hay estructura de la relación. En la modernidad las relaciones familiares estaban organizadas por principios estructurales tales como: la autoridad, el saber, la ley. En las condiciones contemporáneas estos principios están destituidos. Entonces, tanto los chicos como los adultos, tienen que constituirse en el vínculo, pensarse en el vínculo. Es más, tienen que fundar el vínculo y sus predicados. Esto produce paridad entre adultos y niños, y no la clásica asimetría paterno filial.
Alicia suponía un tipo de relación que debía realizarse o cumplirse. Este supuesto le impedía ver los posibles de una situación. Para Pablo hay que partir de lo que hay, no suponer nada.
Al mismo tiempo Alicia, en su obstinación por restituir la familia, perdía la potencia de ser madre por decisión. No le podía contar a Pablo la "verdad": que ella decidió tener un hijo sola. Tampoco podía constituirse en esa decisión, pensarse a partir de esa decisión. Estaba siempre refiriéndose a un padre, a una familia que no pudo ser. Y es justo en ese punto donde su vínculo con Pablo se quebraba. No podía constituirse en el vínculo con su hijo.
Alicia supone al padre como instituido, y la vía clínica de la interpretación es consustancial con esa suposición de A porque también supone que la función paterna es preexistente, estructural. En ese sentido, la paternidad funcionaba como un obstáculo teórico de mi parte, y como un obstáculo ideológico de parte de A.
La experiencia del encuentro con A implicó la caída de los supuestos, tanto para Alicia como para mí. Quizá debería llamar a este trabajo experiencia clínica en lugar de caso clínico. Si el caso es la forma a través de la cual se ilustran y confirman los supuestos teóricos, la experiencia sería un encuentro a partir del cual se destituyen y no se alteran los lugares subjetivos previos y se producen otros propios de esa situación.
La destitución de la familia es una condición subjetiva compartida, es nuestra condición de época. Una condición que muchas veces genera sufrimiento. Ante el sufrimiento de la destitución la labor terapéutica tiene un lugar. En esta experiencia particular esa labor consistió en que Alicia decidiera abandonar el intento de restitución de la paternidad, y se constituyese pensando la experiencia de ser madre sin la institución del padre. Y, por mi parte, consistió movida por el deseo de no caer en la ineficacia de la intervención en abandonar la tentación de leer el problema de conducta de Pablo en la escuela como un síntoma de un déficit de la función paterna. Y al mismo tiempo, en dejar de insistir con las interpretaciones que suponían el "conflicto paterno" de Alicia, y en considerar que el sufrimiento de A procedía de su imposibilidad de constituirse subjetivamente en algo que, en algún momento, ella había intentado pensar como una decisión: ser madre sola. Finalmente, consistió en acompañarla a pensar qué es ser madre en su situación particular.
En condiciones de desfondamiento, de destitución general, pensar con otro se torna indispensable. Pensar con otro adquiere capacidad subjetivante, es decir adquiere la capacidad no sólo de fundar el vínculo sino también la subjetividad de ese vínculo en el encuentro. La maternidad como invención se refiere a la construcción de una subjetividad particular y no al establecimiento de un lugar y de una función perdurables más allá de ese vínculo singular. Y por lo tanto, también el analista o terapeuta se configura y se produce en ese encuentro de un modo singular.
Lic. Elina Aguirre
Notas
1 Este trabajo fue pensado y escrito al calor de las conversaciones con Alicia, Cristina Corea, Mariana Cantarelli e Ignacio Lewkowicz.