Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires
Hospital de Emergencias Psiquiátricas Torcuato de Alvear
Consultorios Externos (tarde)
-Ciclo de
Conferencias-
"El
Psicoanálisis, hoy"
Conferencia:
"Política
- Psicoanálisis - Interpretación"
Claudio Glasman
Hoy contamos con la presencia de Claudio Glasman
- Psicoanalista.
- Miembro de Ensayo y Crítica
- Miembro de Redes de la Letra.
- Profesor adjunto de la cátedra Sigmund Freud I, alguien a quien tuve el gusto de conocer a través de sus escritos y con el que ahora tengo la oportunidad de compartir un espacio junto a ustedes.
La conferencia se llama Política Psicoanálisis - Interpretación.
Si esto fuese un escrito (al menos aún no lo es y sin embargo va a tener como coincidencia o anticipo con la función, diría política, de un escrito cierta dimensión de dispersión y digresión, que espero que no impida que sea logrado), si esto fuera un escrito -decía- le hubiera puesto como subtítulo, ahora más cerca de esta fecha, lo que entiendo podría ser un imperativo del psicoanálisis, de su práctica, un imperativo freudiano, aunque Freud no lo escribió así, o lacaniano, no lo he leído: podría ser que en un análisis, o en una reunión de analistas, o incluso en una discusión entre analistas la condición, en el sentido fuerte, herético o erótico, del deseo, que sostenga esa reunión, esa práctica o esa sesión, es el que se condensa en la proposición: ¡que haya texto!. Esta condición es la sostengo desde mi posición de analista.
Lo que voy a decir de aquí en más van a ser rodeos alrededor de qué quiere decir, que consecuencias tiene que haya o que no haya texto para la práctica de un psicoanalista.
Cuando venía para acá, me di cuenta que no tenía ningún texto escrito, es decir, que yo que iba a decir "que haya texto" no tenía un texto. Mire para atrás, y recordé que había escrito una serie de cosas respecto de lo que es la interpretación y el síntoma, que son dos preocupaciones que hacen a esta reunión, o sea que política e interpretación están muy ligados a una política respecto del síntoma o para decirlo más radical y enigmáticamente aún a lo que Lacan ha llamado una Política del síntoma. Se me ocurrió también, que el texto sobre el que vamos a trabajar, es el texto que voy a ir produciendo en esta conversación, es decir, que si las cosas salen bien, que haya texto quiere decir que habrá habido un texto que va a ser el resultado de este encuentro, y si no hay texto es porque no fui "feliz" ni fueron "felices", nada más, el encuentro no fue. De cierta manera el texto será el que iremos tejiendo entre Uds. y yo. Dicho en otros términos si surge un texto yo tendría que poder decirles: sin Uds. no lo habría escrito.
Este es el riesgo que debe correr un analista cada vez que se encuentra con un paciente, una apuesta, a que haya letra. Y a mí me llevo, esta preocupación, a organizar en otro lugar, algún dispositivo para, que por ejemplo en ciertos espacios de transmisión clínica como son los ateneos, sea posible una lectura a partir de que haya un texto construido para que sea dado a leer. Dado a leer por un comentador, dado a leer por aquellos que vienen a escuchar que dejan de ser un público que pasivamente mira un espectáculo para convertirse, el texto así los dispone, en una reunión de lectores. Esa es una primera cuestión, un deseo del analista, que haya texto. Un desplazamiento de protagonismo: del autor al escrito lo que produce un cambio de escena: el analista objeto de interrogatorio en una ceremonia casi sacrificial.
Había pensado hace un tiempo, que los argentinos venimos de un estado como de desilusión política y que hemos estado como navegado en una especie de ensueño colectivo que es como de un gran sueño. Me di cuenta, escuchando cosas o leyendo, esta mañana por ejemplo escuchaba la radio, y alguien decía que había que hacerle no sé a quien, un mega-homenaje. Y había pensado que durante un largo tiempo, en la Argentina hemos vivido una especie de ilusión, de "deformación" óptica, de estar por estar en supermercados, hipermercados, megacanjes, megatlón, , algo super star, la fantasía o ilusión de ser por participar de algo grande, mundo o asociación internacional, global, mundial, cierto espejismo inmenso donde nos miramos, un modo de delirio colectivo que clásicamente llamaríamos megalomanía, algo muy grande... que se nos vino abajo, que se nos cayó e hizo pedazos. Y pensaba que contrario a eso, la práctica del psicoanalista está dirigida no a lo grande, no a totalidades o universos enormes, globales, sino a rasgos, a trazos, a lo que recién María me comentaba, como el detalle: nuestra dirección va entonces de lo universo o el todo a lo diverso y esto se localiza en el mínimo detalle. No digo nada nuevo si afirmo, pero es una verdad tan olvidada, que la práctica del analista es una práctica de lectura y escritura de detalles. Eso hizo que alguien alguna vez ubicara a Freud como formando parte de lo que llamó, en términos de la historia de la ciencia, de la epistemología, un paradigma indiciario. Es decir, un paradigma que se ocupa de reconstruir, conjeturar ciertas ausencias, presencia textual de una estructura ausente a partir de la lectura de síntomas, anomalías textuales, indicios, marcas, trazos, huellas. Así ubicaba el descubrimiento de Freud, del psicoanálisis, como formando parte de una práctica que se ocupa de leer huellas mínimas.
Así el que haya texto se me anuda con esta definición que hace Lacan en el seminario Los Cuatro Conceptos del Psicoanálisis del deseo del analista como deseo de diferencia absoluta, que es un deseo de separación, un deseo de desasimiento, que esa diferencia absoluta, si el azar y el deseo están en juego, se juega en la mínima diferencia.
Y un analista es alguien que, por ejemplo al decir de Roland Barthes, no porque él hable de los psicoanalistas, sino que es de la escritura de lo que él habla, se juega en detalles mínimos, en ínfimos detalles. Si uno no está ocupado de cosas grandes, es decir, porque de lo mega se pasa a la megalomanía, si uno está ocupado de la cosa pequeña, de esa parte que suele ser velada por la ilusión moral del todo, si uno puede ocuparse de rasgos, el rasgo es mínimo y en el rasgo mínimo se juega seguramente una diferencia. En el rasgo mínimo hay una diferencia cuando es leída como tal, no antes.
El que haya texto está muy ligado a que haya diferencia, que haya trazo y la lectura del analista es una lectura del trazo, y cuando lee el trazo, algo se escribe, algo se inscribe.
En un texto de Roland Barthes que citaba recién, un texto sobre la lectura, dice que, un lugar que ya es casi común, que el momento fecundo de una lectura es el momento en que el lector se detiene y levanta la cabeza. En ese gesto, en esa dramatización de la lectura, él encuentra el momento donde algo sucede. Es el momento donde se rompe una continuidad, sueño o espejismo entre el lector y el texto, el momento en el que hay una detención, hay un despertar a un pensamiento, un levantar la cabeza.
Me acordaba de esta cita, y pensaba, casi como broma interior: "me parece una cita justa". Uno podría tomar la expresión justa, y seguir un cierto recorrido, sobre que es ajustada, que no es desmedida, que es verdadera, porque hay una relación entre verdad y justo, incluso que, en un cierto sentido, tiene valor de justicia, una cita justa.
Si en vez de usar el término justa, digo que es una cita apropiada, me doy cuenta que me he apropiado de la cita. Si yo me apropio de la cita de Barthes y digo que en una lectura, como en un análisis el momento fructífero de una cura es el momento de su detención, el momento de sus detenciones, el momento en que se rompe la continuidad de un discurso, es el momento en que eso promete o es posible, que eso tenga alguna consecuencia, es el momento donde alguien levanta la cabeza, se despierta, entonces, por haber cambiado una palabra por otra, por haber dicho en vez de justa, apropiada, eso me permite apropiarme de una cita, hacerla mía, y extraer de la cita una cantidad de consecuencias que ahora que las digo, uno puede decir que estaban allí pero no estaban, porque la he leído. No me he limitado a repetir la cita, sino que le he añadido alguna cosa a partir de mi experiencia como lector y a partir de mi experiencia como analista. No me he limitado al "para citar" a un parasitar el texto, cosa que a veces hacemos con Freud o con Lacan. Citar sin interpretar es parasitar y corremos el riesgo en un fantasma de vampirismo que el texto o el lector como un pecho o lactante acaben por agotarse. Citar sin interpretar nos obliga a repetir hipnótica o servilmente los textos.
Entonces digo, que el momento fecundo de un análisis o de una lectura, es el momento en que el análisis se detiene, o que el lector levanta la cabeza, podría ser que se despierte de un cierto sueño, y ustedes saben que uno puede pasarse en un análisis o en una lectura, mucho tiempo en una especie de duermevela, como una especie de hipnosis del libro o del hablar, y de pronto pasan algunas horas y uno se da cuenta que no sabe que estuvo leyendo, o no sabe de qué estuvo hablando. El momento de la detención es un momento de un cierto despertar.
Se me ocurría como cosa chistosa, que cuando uno levanta la cabeza, el riesgo que corre es que se la corten, entonces no es tan fácil levantar la cabeza, de esto no habla Roland Barthes en este artículo, porque el lector, psicoanalista o no, pero también el lector psicoanalista está como sometido a las coacciones de los grupos y de las lecturas canónicas de lo que se debe leer, de lo que se debe decir, de lo que es correcto. Entonces, cuando el lector levanta la cabeza, podría ser que se le ocurra una idea que no sea apropiada, que no sea propia, que sea impropia. Seguramente el momento fecundo de una lectura o de un análisis es cuando sucede alguna impropiedad en el discurso, cuando algo escapa al dominio del que hasta ese momento era o creía ser, es casi lo mismo, el amo del discurso.
No hay otro modo de pensar en psicoanálisis cierto momento fructífero que cuando algo impropio se dice. Todo el mundo sabe entre analistas, que hay un terror pánico a decir algo impropio. Eso produce un efecto de tremendo silencio entre analistas. Piensen, que cosa rara, porque Freud escribe, en 1921 Psicología de las Masas y Análisis del Yo, que es un texto sobre la política, es un texto donde Freud cita a Aristóteles y al animal político. Freud se da cuenta de las coerciones que sufre cualquiera, lo que él llama ahí, yo-total, individuo-masa, cierta debilidad mental que todos tenemos cuando nos incorporamos a las masas a las que satisfactoria o gozosamente nos sometemos. Para Freud el problema no es como entrar a una masa, que también es un problema, sino como salir de ella. Entonces, la constitución del sujeto para Freud, requiere de una cierta separación, un desasimiento de las masas a las que cada sujeto pertenece.
Para Freud entonces, decir algo, tomar la palabra, decir algo propio requiere coraje, usa esos términos un tanto épicos, y una cuota de originalidad. También en ese texto usa términos como cobardía, para dar cuenta, para decir que en general, concedemos a las masas y a los amos a las que pertenecemos, palabras, modos de hablar, donde uno termina concediendo, según él, por esta necesidad de amor que tenemos; ese conceder se trasluce en el efecto homogeneización, de uni-ficación, de monotonía y uniformidad, que padecemos también los psicoanalistas.
Que haya trazo quiere decir, romper la ilusión del todo, la ilusión de lo que Freud pensaba que era el rasgo común de la psicoterapia. Una de las razones por las cuales él abandona la psicoterapia, es porque le resulta violenta y monótona. Hay monotonía y violencia en la psicoterapia, en la hipnosis. Monotonía quiere decir el tono de uno, y Freud se da cuenta que cuando se constituye una masa, lo que hay es una "voz" y "una" mirada.
Entonces, la detención, levantar la cabeza, el síntoma mismo, tiene que ver con lo que dice no al discurso de uno. Eso es lo impropio.
La idea del detalle es de una enorme importancia porque es lo que rompe en el texto con la ilusión de la unidad de sentido. Desde muy temprano Freud se dio cuenta que en el discurso de los pacientes, de entrada lo que hay es una ilusión de cosa compacta, y no hay por donde entrar. Lo dice en Psicoterapia de la Histeria, lo retoma en La Interpretación de los sueños. La fachada del sueño, como el discurso del paciente, como respuesta a la regla fundamental, tiene siempre una primera presentación de unidad compacta, muro de palabras. Y el detalle es lo que fisura la unidad de la pantalla, lo que inscribe, orada, sobre la impenetrabilidad del muro. Y si Freud distingue también a veces entre psicoterapia como modo de la interpretación y psicoanálisis, a veces lo hace en esos términos. Por ejemplo, en el Moisés de Miguel Ángel, distingue un modo de interpretación en masa, lo llama así, de un modo de interpretación en detalle, donde el detalle es lo que rompe con la ilusión de la totalidad del texto. En ese caso la totalidad es una escultura, pero para el caso, se trata para Freud de leer una escultura, una vez más se trata de leer. Y la vía es la lectura del mínimo e insignificante rasgo.
El psicoanálisis, en tanto práctica de la letra, que tiene tanto en común con la literatura, a veces también plantea diferencias con esta función del detalle: el rasgo tiene en la literatura, el detalle, un efecto de realidad que los escritores, Barthes analiza la obra de Flaubert, han desarrollado. En la acción novelesca el narrador se detiene en la descripción de ciertos objetos inútiles desde el punto de vista de la acción; la función que tiene este momento estático es producir en el lector un efecto de realidad. En una descripción de una escena de pronto uno se pone a hablar de la botella de agua, que no tiene ninguna importancia desde el punto de vista de la acción dramática, pareciera como que para el lector hablar de ciertos detalles inútiles le da como un efecto de realidad, ilusión referencial, a partir de lo que le están poniendo ante los ojos.
En un relato analítico, el detalle anómalo en un discurso, lo que hace es fragmentar el texto y la operación analítica, lo que uno podría llamar la política de la cura, es una política de fragmentación, es decir, en cada caso, ocuparse de lo que parece no tener la menor importancia, de detalles marginales, a partir de los cuales, rota la unidad textual es posible entonces comenzar la lectura a partir de la interrogación de detalles marginales. El detalle lo que hace es fisurar una unidad de sentido. Comentar el trabajo de lo que Freud llama la fragmentación, como modo de la interpretación porque siempre el fragmento es lo que permite la ruptura de una unidad, de una totalidad que es lo que hay en cada caso, y que es lo que hay que poner en cuestión. Esa unidad de sentido sostiene la existencia consistente de autor como agente de texto o escritura; el desplazamiento al detalle es correlativo al descentramiento del sujeto como efecto o consecuencia del acto de la lectura y no como antecedente del texto dicho o escrito.
Hay dos libros para comentar hoy, uno es de Michel De Certeau que se llama Historia y Psicoanálisis, es muy recomendable tanto para ustedes como para mí, y un libro de Hannah Arendt, que se llama Qué es la política.
¿Qué tienen en común estos libros? Que tocan un punto en que el psicoanálisis se interesa, cierta relación entre el acto y la escritura, o entre el acto y el relato. Michel De Certeau, que fue un historiador, que fue parte en algún momento de la escuela de Lacan, pero que nunca dejó de ser un no analista, es un historiador, se ocupa en ese libro, en cierta discusión que tiene con los historiadores, de lo que podría ser, práctica del poder en el campo intelectual, modos de ejercicio del poder en el campo de los intelectuales. Es muy interesante el libro, dice algunas cosas que, uno le parece como al menos estar enterado que están dichas, que están escritas, para estar advertidos respecto de lo que podría ser cierta fascinación que tenemos a veces con ciertos discursos y no está mal que el deseo del analista, en su formación, sea un deseo advertido respecto de lo que se podría proponérsele como cosa que por evidencia brillante, efecto de real, fascina.
Por ejemplo, respecto del discurso de la historia, que es de lo que él se ocupa, pero también se ocupa del discurso de Freud y de Lacan, dice de las instituciones de la historiografía, que un modo de ejercicio del poder, en la historia, es hablar en nombre de lo real. Cita una cantidad de ejemplos donde el número, la estadística, la cibernética, la computación, sirven al ejercicio del poder institucional, porque se habla en nombre de lo real y lo real es el número, es la cifra y el número no es cifra a descifrar sino que hace semblante de ser la cosa misma y en tanto tan irrefutable, ininterrogable. Lo que él dice es que en general, lo que no se dice es que ese real, del que supuestamente se habla, está o garantizado por la institución en la cual el que habla se autoriza (uno se autoriza en lo real, cuando el real es un real que funda el nombre de una institución, una jerarquía), o en una cita, de lo real es uno de los modos del uso de la cita como nombre de autoridad, lo real aquí es nombre de autoridad.
Los analistas a veces también padecemos un cierto discurso donde se habla en nombre de lo real, lo real del nudo, hay otros reales, otro modo de ilusión de que estamos ante lo real, una clínica de lo real, intervenciones en lo real, y lo real es lo imposible, no entiendo como es tan fácil hablar de lo real. Pero cuando uno dice lo real, ejerce sobre el público un efecto de enorme seducción. Lo real, uno agrega suma mistificación a esa ilusión de progreso que en tanto evolutiva no deja de pertenecer al discurso del amo: a mayor progreso mayor dominio, a mayor número de seminario un progreso que va de lo imaginario pasando por lo simbólico hasta llegar - esa es la meca, es la meta- al paraíso del dominio de lo real.
Bueno, a Freud, lo real del trauma, que fue en principio, este discurso referencial, hablar en nombre de la referencia, del referente, de la cosa, como si el lenguaje de la ciencia o de la seudo ciencia pudiera nombrar la cosa, y en él se impone como verdadero, a Freud eso le sucedió al principio con el discurso de las histéricas. Las histéricas hablaban en nombre de lo real, de un suceso y Freud tomo eso como verdad de la teoría del trauma y surgió la teoría de la histeria, hasta que descubre, un poco decepcionado, a la fantasía. Pero evidentemente que alguien hable en nombre de lo real de las cosas, ejerce sobre el que escucha un efecto de enorme seducción. El discurso referencial (de lo real) suele ser un modo del discurso reverencial (amor al amo de referencia, de reverencia).
Otro modo que él muestra como del orden del ejercicio del poder de la historia, pero uno debería estar como atento porque también se juega algo de la historia del psicoanálisis o en la historia de un análisis es la relación entre el antes y el después.
El discurso de la historia toma un objeto anterior para decir desde ahora la verdad de ese antes. Está claro en la historia lo que está antes y después. Lo que está después es siempre jerárquicamente superior a lo que estaba antes. Hay una idea de progreso, que habría que estar atentos, y por qué no también advertidos, respecto de lo que tiene eso de engaño. Engaño de lo que sería, que en realidad lo que se juega es la verdad de una institución, que ejerce sobre lo que estaba antes, un cierto poder de una práctica.
Acerca de la relación entre el antes y el después, a mí me gusta mucho lo que Freud dice en Recordar, repetir y reelaborar: "el psicoanálisis como práctica se diferencia de la sugestión y la hipnosis, por una cuestión de tiempo", es una cuestión temporal.
De la hipnosis, en el principio de ese texto, porque en la hipnosis siempre está claro qué está antes y después, el hipnotizado nunca confunde el presente con el episodio traumático pasado, siempre distingue, antes y después; en cambio, en la práctica del psicoanálisis, porque hay repetición, el que haya tiempos está mezclado, los actos de repetición actualizan produciendo un efecto de desfasaje donde "los tiempos están desquiciados".
Michel De Certeau, lo que plantea es que el descubrimiento freu diano, entre sus escándalos, escándalos de modos de pensamiento, es que hay cosas que no están antes y después, sino que coexisten en el mismo lugar más de una cosa. Entonces toma como ejemplo lo que Freud plantea en el Malestar en la Cultura de la Roma cuadrata, donde a Freud se le ocurre una especie de hipótesis fantástica, donde según el lugar desde donde se mire, uno puede ir viendo las diferentes Romas que hubo a través de la historia, como si se conservaran en un mismo lugar, en una especie de objeto multifacético lo que en algún momento sucedió a través de lo que sería una sucesión temporal. No hay sucesión temporal, hay co - ex - sistencia en el mismo lugar de más de una cosa. Freud dice, esto es una hipótesis fantástica y para De Certeau hay una idea topológica en juego ahí, más de una cosa en el mismo lugar, al mismo tiempo, la apuesta fuerte es "al mismo tiempo". No es o bien antes o bien después, que así piensa. Es cuestión de hábitos mentales, el narcisismo, o bien una cosa o bien la otra, o bien yo o bien él, sino más de una cosa al mismo tiempo y en el mismo lugar.
En ese texto, hipnosis es una clara distinción del antes y el después, el psicoanálisis rompe con esta distinción por la idea de repetición; el sujeto en análisis no distingue antes y después. Por esta idea de reedición en la repetición, que habría que tomarlo literalmente la idea de reedición como escritura, y cada reedición, porque hay análisis es otra, no es la misma. Porque hay análisis, porque hay un deseo de detalle y en el detalle leer otra cosa. Entonces un paciente que siempre le pasa lo mismo, porque reedita siempre lo mismo, ¿porqué en análisis un día dice otra cosa?, porque ha leído de otra manera lo mismo. Entonces la repetición puede ser también, lectura de una diferencia. La reedición es reedición revisada: revisión es lectura.
Como es un texto sobre la repetición, Freud plantea que el síntoma no es algo pasado, tiene que ver con esto de pasado y actual, el síntoma es una potencia actual. En ese texto Freud habla de política, dice que el analista no puede tener respecto del síntoma la misma política que el neurótico, no sé si ustedes se acuerdan de eso, en general la gente pasa de largo por ese lugar en este texto, es interesante, no sé si ustedes lo han leído, a mí me costó muchos años leerlo, lo leí muchas veces y pasé de largo, una vez, me detuve ahí, eso quiere decir que lo leí.
En ese texto Freud plantea, que lo que llama manejo de la transferencia es soportar la repetición. Para Freud el manejo de la transferencia es soportar la repetición, y es porque se soporta la repetición en la transferencia, que el síntoma se hace texto. Decir que se haga texto, allí en Recordar, repetir, y reelaborar, es que haya síntoma. Para Freud sin transferencia no hay síntoma, es algo así, parece muy sencillo pero me parece que es algo complicado.
Freud plantea lo mismo en el caso Juanito y en el Hombre de las Ratas; que el paciente, por ejemplo Juanito, a medida que avanza el análisis, va teniendo más coraje en el decir, él habla de coraje. Para un fóbico, es una palabra importante porque se supone que un fóbico es alguien que tiene miedo, tiene coraje en hablar. Pero dice que no solo el paciente mismo tiene más coraje, sino que el síntoma tiene más coraje, y como la fobia tiene más coraje, la fobia dice sus nombres, dice su texto.
En Recordar, repetir y reelaborar, Freud dice que el obsesivo desconoce el texto de sus obsesiones o las condiciones de su fobia, no hay texto en el origen. Entonces, no hay posibilidad de una interpretación si no hay texto. Hay una relación entre soportar la transferencia por parte del analista y que el paciente tolere su síntoma. Que tolere su síntoma quiere decir que pueda decirlo, y si no lo puede decir, no hay síntoma, porque el síntoma en psicoanálisis es lo que se dice del síntoma. El síntoma es el texto que lo nombra, si no hay texto, en su singularidad, no hay análisis del síntoma porque no hay síntoma y el paciente no puede nombrar su padecimiento. Si no puede nombrar aquello que padece, no hay interpretación de lo que no tiene nombre. Si el Hombre de las ratas dice que tiene miedo que le pase algo, "algo" así a su padre o a la dama de sus pensamientos, que diga algo, algo, es ininterpretable.
Que haya texto quiere decir que se precise el síntoma, que adquiera textura que adquiera un valor de letra como valor diferencial, para que pueda ser leído. Ahora, no hay texto sin lector, para que haya texto tiene que haber un lector, no hay uno sin el otro. Y un lector, yo entiendo un lector, es aquel lector que el texto no prevee. El texto prevee un lector, si ustedes leen algunos cuentos de Borges, que son sobre la lectura y la escritura, ustedes van a ver que hay una superstición donde el autor, en una especie de concepción como divina o creadora de un autor, crea un texto, donde el texto es una trama, una trampa a un lector. Entonces hay un lector que va a caer en la trampa, y hay muchos cuentos de Borges donde Borges juega de diferentes maneras, donde un lector agudo, sin embargo cae en la trampa de un texto, y es víctima de un crimen, por ejemplo, creyendo que él va a pescar a un asesino, el lector es el asesinado.
Hay un lector previsible, seguramente el mismo paciente, ha sido un lector de su síntoma y de su historia. Hay un modo de haber leído, un modo de darle sentido al padecimiento que uno tiene.
Un analista es un lector imprevisible. El se forma para que ser un lector imprevisible. Pienso que la abstinencia, lo que nombramos como autorización y no estar autorizado, es olvidarse lo que uno debe buscar en un texto, dejarse sorprender por el texto, como dice Freud en los escritos técnicos, dejarse sorprender por cada nueva orientación quiere decir que no hay nada en el saber del psicoanálisis que prevea un encuentro entre un síntoma y un analista; que no hay nada, entonces se produce algo del orden del azar, o lo que Hannah Arendt llama, casi irónicamente, cierto encuentro milagroso, que es un acontecimiento, que no hay tantos, pero a veces sucede, cuando algo del orden de lo que es proceso, de lo que es encadenamiento, sin embargo se rompe como tal y aparece algo del orden de un acontecimiento, un sujeto, una iniciativa, es decir un inicio.
Para Hannah Arendt, el acto político esta ligado a eso, a una iniciativa, es decir, iniciar algo; para Lacan que yo sepa no ha leído nada de Arendt, y Hannah Arendt es una crítica del psicoanálisis, pero bueno, a veces los críticos son mejores amigos que los amigos del psicoanálisis, porque Lacan piensa en una dirección co-incidente, que un acto es un inicio, de ahí viene la idea de iniciativa del analista, es decir, iniciar algo, iniciar una cadena, otra que la que venía sucediendo para ella, entonces un acto es eso, un acto político, para Arendt, es casi una misma definición acto político y acto. Un pasaje que va de la autoridad a la autorización del "proceder" como tradición al"proceder" en tanto procedimiento como modalidad del acto.
Acto político para Hannah Aredt es romper una continuidad, un acto es romper un continuo.
Por eso en un análisis algo del orden del acto vuelve a suceder cuando hay un continuo discursivo que se detiene o se rompe. Es decir, que la detención hace posible una ruptura, la detención en un análisis, a veces, amenaza con una ruptura del análisis, cuando un paciente dice, no pasa nada, estoy detenido, esto no me sirve, algo pone en riesgo la continuidad de un análisis. Si no se pone en riesgo la continuidad de un análisis, tampoco hay análisis. Un analista debiera tolerar ser cuestionado hasta ese punto para poder escuchar ahí algo del orden de lo fundamental del sujeto. Lo que está es cuestión es la relación del sujeto, sus ataduras con el Otro de referencia con los otros de reverencia.
En la medida de que para Freud y para Lacan el síntoma del que se trata, la cura de la que se trata, es la que se constituye en relación al analista, que no solamente lo cura a uno, sino que uno lo padece. A mí se me ocurrió como una fórmula del análisis esa, que uno no solo se cura con su analista sino que, además uno se cura de su analista; y si uno no se cura de su analista no se cura. Uno se cura con su analista y de su analista. Lo que Freud llamaba neurosis de transferencia y lo que Lacan dice leyendo a Freud, que el analista forma parte del síntoma, y forma parte del concepto de inconsciente, si forma parte del síntoma, uno debiera curarse de ese síntoma del cual forma parte su analista.
Hannah Arendt distingue en la acción humana tres dimensiones que son interesantes para pensar. Una es la labor, otra es el trabajo, otra es el acto o la acción, y hay una cuestión como de tiempos en esa distinción. La labor, ella piensa que es cíclica, se consume a sí misma, lo que la labor produce, es para consumir, no queda nada de eso, se produce pan, se come pan. La labor es inmediata, la labor para ella produce mucha felicidad cuando hay labor; y produce mucho dolor cuando hay desocupación, cuando hay miseria, como es nuestro caso. La labor no tiene ni principio ni tiene fin.
El trabajo tiene principio y tiene fin. Uno puede prever un final para el trabajo y la cosa fabricada es un objeto distinto al fabricante, tangible y el mundo humano es un mundo fabricado por el hombre, ahí distingue naturaleza y mundo. Nosotros nos encontramos, no en la tierra sino en un mundo creado por el trabajo. El trabajo tiene entonces principio y fin.
En cambio la acción, tiene principio y no tiene fin, no tiene fin calculable, previsible. No tiene fin previsible porque el trabajo, a diferencia de la acción está dirigido a ejercer una violencia contra la naturaleza para producir cosas que el hombre necesita. En cambio la acción está dirigida a los hombres, a los otros. La acción política para Hanna Arendt no es por los hombres sino es entre los hombres, no existiría la política de individuos como Freud pensaba en Psicología de las Masas, no existe el individuo para Freud, siempre uno es con otros, a modo del esclavo, del amigo, del amante, del padre, del hijo, uno siempre es con algún otro para Freud. Para Hannah Arendt, la política como acción, es una acción con otros, donde uno toma una iniciativa y convoca a otros a hacer algo. La acción tiene principio y no tiene fin porque como una especie de efecto de reacción en cadena, uno nunca sabe que consecuencias tiene sobre otros lo que uno hace o lo que uno dice y además hay otros que ni siquiera uno conoce que están mas lejos, y otros y otros, va produciendo un efecto de reacción interminable, donde jamás el que hace algo sabe lo que hace porque no puede calcular a quienes llega, ni a donde llega, ni esas cosas.
Acto analítico es del orden de la acción política porque tiene principio y no tiene fin, no tiene un fin previsible. Uno comienza algo y no sabe ni cuando ni como se termina, no es calculable ni el cuando ni el como. Y Freud habla de política de la cura, y la política es sobre el síntoma, porque no hay ni supresión del síntoma porque el síntoma es, lo que él llama en ese texto, un enemigo digno ¿digno de qué? de considerar en su textura, en su lectura, porque a partir de ahí, el sujeto va a poder sacar consecuencias distintas a las del sufrir del síntoma, Podrá hacer con "eso" mismo otra cosa diferente.
El enemigo digno para mí tiene una enorme importancia porque tiene que ver con que tiene nombre. El enemigo indigno es aquel que muere como un perro o como una rata, al que no se le otorga dignidad de morir como un hombre, es decir, el que tenga un nombre, una tumba, un duelo.
El análisis para Freud, comienza diferenciándose de la hipnosis y termina distinguiéndose de la sugestión, lo que Freud llama la per-elaboración. La per-elaboración es pasar al menos, más de una vez por el mismo lugar, es decir, algo del orden del duelo se juega en un fin de análisis. Y duelo tiene mucho que ver con eso, con cierto sepultamiento, a mí me gusta la idea del sepultamiento del Complejo de Edipo, porque algo del orden del duelo está jugado en esa salida. Final del complejo de Edipo no dice de lo que se trata, que es un duelo que está en juego.
Para Michel De Certeau una ciencia, y también incluye al psicoanálisis, se constituye por un duelo doble, un duelo de la totalidad, y un duelo de lo real como referente. Si eso no se produce, se producen otras cosas, como por ejemplo, ir a buscar a la topología, a la lógica, a la literatura o a la antropología, ahí donde uno tenga transferencia lo que le falta al psicoanálisis, buscando una garantía que el psicoanálisis no tiene.
El tiempo incalculable de la per-elaboración es el tiempo de pasar más de una vez por el mismo lugar, tiempo de leer de nuevo, de leer lo nuevo en lo que insistía como presencia de lo mismo, es que esa presencia pueda tramitarse como algo al pasado, cierto apaciguamiento, un modo del olvido.
Pregunta: ¿Qué quiere decir cuando dice que un analista es alguien que a uno lo cura y que también uno lo padece?
C.G.: Yo tengo pacientes que cuando vienen a análisis les duele la cabeza, el estómago, vomitan. El hombre de los lobos pensaba que Freud se lo iba a comer, él se daba vueltas y miraba el reloj y Freud pensaba que estaba apurado, pero el fantasma era que se lo comía, y para peor se lo comió. Me parece que un analista es alguien con quien se comienza un trabajo, que comienza siendo un trabajo respecto de algo que es por fuera del análisis, de una historia previa, de una estructura que es anterior, de síntomas que no inventó el análisis, o de acting, o de pasajes al acto que uno no ha inventado, pero que una vez que entró en el dispositivo del análisis eso debería cobrar presencia, digo presencia con cierto grado de sufrimiento, como para poder sacarse eso de encima, que para Freud, si eso no entra en la escena, como presencia y actualidad, no podría ausentarse del sujeto.
Yo pienso que el análisis continúa, rectifica, revisa, un trabajo por ejemplo, que la neurosis ha comenzado antes de que un analista esté presente, que para Freud ese trabajo es un trabajo de separación doloroso y fallido que el sujeto trae cuando viene. El síntoma es, si se quiere, como una cicatriz, una consecuencia, un testimonio de que ha habido separación y de que no la ha habido, de que hay una separación fallida. Yo puse en un artículo que María estuvo leyendo críticamente, que el síntoma es ligazón, satisfacción y también obstáculo respecto de la relación entre el sujeto y el Otro. De eso se trata también, de poner en escena en la cura analítica, y no es porque uno la va a poner en escena sino que uno crea las condiciones como para que eso suceda, si no sucede eso si el paciente sigue quejándose de lo que pasa afuera solamente, como una referencia exterior al análisis, no hay cura analítica. El paciente tiene que comenzar a sufrir, a encontrar satisfacción o goce de lo que sucede en la escena analítica y no es porque uno sea cruel, como le dice Freud al Hombre de las Ratas, no es por crueldad, pero hay algo de la crueldad que ahí se va a jugar y en la medida en que uno no lo es, que el analista se abstiene de ser cruel, cuando está en condiciones de serlo y hay muchas formas de la crueldad, la bondad puede ser una de ellas, hacerse el bueno con sus pacientes, como para que un paciente no se saque de encima nunca más a un analista. Fijáte que Freud planteaba en el Hombre de los Lobos que prefería su condición de enfermo al horror de una vida autónoma. A mí me parece muy interesante esa definición, uno habla del horror del acto y ahí autónoma quiere decir acto, es preferible el masoquismo al horror de una vida autónoma, al decidir, al desear, al decidir, eso quiere decir, que uno siempre puede padecer eternamente, eternizar el lazo porque para Freud la escena analítica es una escena que tiene también satisfacciones, no solo amorosas, además otras, de las peores. De ahí el aforismo de Lacan "La psicoterapia, el amor al padre, conduce a lo peor: la servidumbre".
Pregunta: ¿Cuándo un paciente se presenta con su padecimiento, es un lector previsible?
C.G.: Bueno, en un punto sí, porque Fijáte que uno es convocado a leer de una cierta manera y el efecto que produce de descentramiento, de desplazamiento, cuando uno lee otra cosa, hay un efecto de alivio de desconcierto, porque el paciente espera, convoca a una cierta lectura. Muchas veces uno es provocado, demandado a un cierto lugar que uno se abstiene de responder, o mejor dicho, responde de otra manera, y esa otra manera es lo que hace diferencia, pero sí que uno es convocado a ser un lector previsible, a mí me parece que sí, hay sentidos dados, hay evidencias, un paciente viene con evidencias y a veces lo real de un pasado tiene un enorme peso de evidencia, más todavía cuando la historia es dramática o trágica, es como incuestionable, desde el punto de vista argumental es irrebatible, eso es así, y es muy difícil interrogar, introducir una pregunta, bueno, evidencia quiere decir eso, ante los ojos es así. Entonces uno pasa, el acto es pasar de lo que se ve a lo que se lee y se lee otra cosa. A diferencia de la hipnosis donde cierta repetición de formulas tienen un efecto de creencia y realidad, la cura analítica interroga verdades repetidas mil veces que pierden el peso de la evidencia, que también es el peso del sufrimiento.
Comentario: Eso quiere decir que haya texto
C.G.: Sí, pasar de la imagen a la textura y para eso las imágenes tienen que romperse. Yo pensaba en el atentado de las torres gemelas, antes de las torres gemelas destruyeron dos estatuas de Buda, fue muy parecido, bueno, el riesgo de lo parecido, la analogía, pero los talibanes destruyeron dos estatuas de Buda enormes porque eran ídolos. Como eran dos estatuas de Buda a nadie le importó demasiado porque mas o menos dos estatuas a quien le importa; pero hubo gente que saltó, la UNESCO por ejemplo, eran dos estatuas gemelas, una especie de destrucción del ídolo de sus imágenes, primero allá en Afganistán y después en New York. Yo pensaba que el psicoanálisis tiene también una idea, no de interpretar qué han hecho porque la verdad, se dicen muchas tonterías, eso no, pero hay también un tratamiento otro con la imagen y sus dobles, sus gemelos. En la práctica del analista tiene que haber un tratamiento con la imagen distinto, uno no destruye imágenes pero el acto de fragmentación discursiva, el interés por el detalle lo que rompe es la unidad que hace ilusión de todo. Es un tratamiento diferente porque pasa del ver al leer, hay cierto alivio respecto de una presencia de imágenes que persiguen, eso me parece que produce un efecto en el que habla. Freud en Psicoterapia de la Histeria dice que el hecho de hablar produce un desgaste de la imagen, la imagen que atormenta, pero ahí hablar es como leer. Una disolución del uno de la imagen o de cierta imagen de uno. Cierta angustia es necesaria ahí en el pasaje de la imagen a la letra.
Pregunta: ¿vos hablaste de un duelo doble?
C.G.: SÍ, De Certeau, lo cito a él porque es parte del texto ese, lugar en el que yo me detuve, es una cita casi. Dice que toda ciencia para constituirse, está hablando más de la ciencia como la historia pero yo pienso que está hablando también del psicoanálisis, porque habla mucho de la novela freudiana, del pasaje del cuadro de Charcot, como cuadro visto al relato, a la novela, como la novela, como ficción es un modo de hacer inteligible un síntoma, una estructura. Para él como para nosotros, ficción no se opone a real, no se opone a estructura sino que la ficción es el modo de hacer inteligible la estructura, eso que Freud dice en la epicrisis de Isabel de R, que la novela histérica que él escribe, no es simplemente la novela familiar del neurótico, es otra cosa, es cierta posibilidad de articulación entre el síntoma y la estructura, la novela,. bajo el modo de historia construida, es el modo de hacer inteligible esta relación entre síntoma y estructura. Dice De Certeau que para que se constituya una ciencia como ficción, es decir, como modo de aproximación único para él a lo real, toma para eso la teoría de las ficciones de Bentham, está pensando en cosas, hay que hacer el duelo de que el discurso es referencial , que uno habla de lo real, como referente, por eso él desconfía, advierte, que cuando alguien habla, la historia por ejemplo, en nombre de los hechos, son hechos de discurso que pasan como hechos reales, que hay algo de trampa en eso. Eso es interesante para estar advertido que cuando alguien me viene a hablar a mí de una clínica de lo real, que me está queriendo, no digo "vender", pero, quizás, en este mercado de saber, quizás.
Y el otro es el duelo por la totalidad, fijáte que Freud en Isabel de R dice, que es el primer historial completo de una histeria. Freud todavía tenia la ilusión de que se pudiera escribir un historial completo y al poco tiempo, años después, escribe fragmentada una histeria. Todo es fragmentario, a Freud se le fragmenta todo, la interpretación, los análisis, porque no hay totalidad, no hay aspiración a la totalidad, en psicoanálisis no. La ha habido en el psicoanálisis, creer que uno evoluciona de la parte al todo, de lo pregenital a la totalidad de la persona o de un encuentro del otro como total, y bueno, el sexo es siempre cuestión de partes, uno toma partido ahí, por la parte. Porque es así, el todo viene a velar que hay parte, que hay parte perdida, que haya parte perdida es condición que se constituya una totalidad como ilusión, pero uno no debe alentar esa ilusión.
Comentario: Ahora yo no sé si querés hablar de esto mega que se viene en banda
C.G.: Pero no es verdad esto de lo mega? A mí me impacta porque dije, descubrí algo evidente, que está por todas partes, no se de qué modo este pertenecer al mundo, a un mundo ingles, no ha afecto también a los psicoanalistas en sus uniones universales. Si el psicoanálisis nuestro tiene alguna chance de aportar algo es a partir de las extrañezas de nuestra lengua, de lo otro que los síntomas que nos relatan en aquello que el castellano tiene de ajenidad o extranjería. En las otredades de nuestra lengua quizás encontraremos los recursos para pensar algo nuevo en el psicoanálisis.
Comentario: Lo que pasa es que a mí me da la impresión de que acá en el hospital los pacientes vienen muy fragmentados y que es muy difícil pensar como se trabaja desde los detalles, no por dejar de lado la idea de detalle sino que nuestro trabajo es para armar algo, trabajo de juntar
C.G.: Cuando se cae el espejo uno se hace pedazos, es como en el amor, cuando uno se separa, uno se hace pedazos, porque se ha roto el espejo, se nos ha roto la relación con ciertos ideales y estamos hechos pedazos. La transferencia en ese sentido, si sucede, es en principio, lo que reconstituye esa ilusión de que hay todo. El efecto de la transferencia, no sé en el hospital, ustedes saben más que yo que pasa acá, pero una de las dificultades en el tratamiento en un hospital, por mi experiencia, es que haya transferencia, porque a veces pasa, me ha pasado conocer pacientes que andan dando vueltas por los hospitales y no se acuerdan ni con quien estuvieron, me analicé con una chica del Alvear, una señorita, una licenciada, yo he escuchado esas cosas, ¿quién era? no saben, anónimo. Hablando de la transferencia habría que ver una dificultad de la práctica, como se juega el nombre de uno, como lo que se ofrece al sostenimiento de un lazo, para que después eso caiga de alguna manera, pero primero tiene que constituirse para que eso caiga. Es como el texto, que haya síntoma, que haya texto es que haya un otro, por eso yo decía que sin que alguien soporte la transferencia es decir, que esto me sea dirigido a mí, que esto me incumbe, no hay síntoma.
Para Freud no va de suyo, pienso que para Lacan tampoco, que el síntoma esté desde el comienzo. Hay gente que se analiza y que no sabe de qué se analiza, de que texto, de qué síntoma, de qué por ejemplo: no se puede saber de qué se analiza si no se sabe con quién se analiza, dos nombres que son correlativos en el tratamiento analítico: el nombre del síntoma se dirige al nombre del analista. Una cifra sintomática se dirige a una dirección para ser descifrada. En el análisis ambos nombres van a ser tratados, es lo que hace de ese tratamiento un análisis y no otra cosa.
Comentario: Se me ocurre que los pacientes hacen transferencia con el hospital.
Si esto es así en un principio tiene que haber derivación al analista, del hospital al analista para que sea posible en este pasaje que algo pase en términos de un análisis, es un pasaje de nombres. Nombres de autoridad, entonces el trabajo del análisis podría decirse en términos de una demanda de autoridad a la autorización del deseo, un desplazamiento que es caída del nombre al deseo.
Buenos Aires, 20 de agosto de 2002
HOSPITAL DE EMERGENCIAS PSIQUIATRICAS DR. TORCUATO DE ALVEAR