Volver a la página principal
Número 8 - Agosto 2001

La elaboración del duelo en la obra de Antonio Machado

Carlos H. Delgado
ldelgado@sinectis.com.ar

En 1917, para la edición de Calleja de sus "Páginas Escogidas", Antonio Machado redactó un apunte autobiográfico; tenía entonces 42 años. Allí sintetizaba en pocas líneas su vida hasta el presente conteniendo en un solo párrafo el duelo por la muerte de su esposa, fallecida cinco años antes, el primero de agosto de1912.

"Nací en Sevilla una noche de julio de 1875 en el célebre Palacio de las Dueñas, sito en la calle del mismo nombre.

Mis recuerdos de la ciudad natal son todos infantiles, porque a los ocho años pasé a Madrid, a donde mis padres se trasladaron, y me eduqué en la Institución Libre de Enseñanza. A sus maestros guardo vivo afecto y profunda gratitud. Mi adolescencia y mi juventud son madrileñas. He viajado algo por Francia y España. En 1907 obtuve cátedra de lengua francesa, que profesé durante cinco años en Soria. Allí me casé; allí murió mi esposa, cuyo recuerdo me acompaña siempre. Me trasladé a Baeza, donde hoy resido. Mis aficiones son pasear y leer."

Toda pérdida de magnitud conduce a una serie de vicisitudes afectivas, que se denominan: "proceso de duelo". Sea que se haya perdido a una persona querida o se trate de un objeto abstracto, como la patria, la libertad, el ideal; ya sea por muerte, alejamiento o desengaño: el duelo es una aflicción por lo perdido, y es también anhelo por recuperarlo.

El proceso que entraña es de importancia clínica, en parte por su proximidad a lo enfermizo, ya que si bien el duelo implica sentimientos normales y comprensibles, puede sufrir derivaciones patológicas.

Su remedio depende más del tiempo que del psiquiatra, pero la persona que lo padece está expuesta a depresiones, desarrollos melancólicos, defensas de negación también llamadas maníacas; situaciones todas que sí, suelen requerir tratamiento.

En "Duelo y melancolía" Sigmund Freud brinda pautas para un diagnóstico diferencial. Las analogías consisten en "el mismo doloroso estado de ánimo", "una cesación del interés por el mundo exterior" (en cuanto no se asocie a la persona fallecida), "la perdida de la capacidad de amar" (equivalente a la incapacidad de elegir un nuevo objeto amoroso) y la "inhibición general de las funciones" (desvinculada con la memoria del ser querido). En cuanto a las diferencias, Freud atribuye a la melancolía la carencia del amor propio, que se traduce en "reproches y acusaciones del paciente a sí mismo y que puede incluso llegar a una delirante espera de castigo". Otro elemento diferencial radica en que en el melancólico es confuso el concepto de la pérdida y el de su valor y significado. Importa además la comprensión directa de la situación de duelo por parte del observador. Al respecto Freud escribe: "En realidad, si este estado no nos parece patológico es tan sólo porque nos lo explicamos perfectamente."

En cuanto al proceso maníaco hay una negación del objeto perdido o una especie de liberación sentida con alegría, júbilo o triunfo, "emprendiendo con ansias, nuevas cargas de objeto"

El desarrollo de la identidad está relacionado con este proceso; en principio, porque en el itinerario de la existencia, los cambios y las pérdidas son inevitables, lo que obliga a elaborar el hecho de ¿cómo seguir siendo uno mismo si constantemente dejamos o nos dejan partes de la propia vida y de nuestros afectos?

También es cierto que, si como consecuencia de esas pérdidas la persona no queda desgarrada definitivamente, cosa que muchas veces sucede; el resultado de esa lucha de sentimientos que ocasiona: negar, angustiarse, rabiar, negociar, aceptar; es en definitiva alcanzar la comprensión de la condición humana a la cual se pertenece.

En este sentido, la obra machadiana es un portentoso testimonio de este proceso. Su estudio aporta claves que enriquecen las postulaciones científicas sobre la situación de duelo y testimonian sobre las posibilidades del alma para encauzar su destino.

Veámoslo ahora desde el acompañamiento terapéutico.

En psicoterapia existe lo que se llama la disociación útil, recurso por el cual el psicoterapeuta pretende objetivar participando, es decir, mantener la distancia óptima con su paciente que evite el contagio afectivo y permita a su vez operar la cura.

Ahora bien: frente a la problemática de un dolor justificado no se puede evitar la empatía, a la cual contribuyen las propias circunstancias biográficas del terapeuta. No pueden atribuirse los sentimientos del duelo a la sensibilidad peculiar del otro, ni a una etapa que debió ser superada -como ocurre en las neurosis con sus fijaciones y regresiones infantiles.

"Cuánto más dolor más amor", me expresó una madre que había perdido a su hijo adolescente en un accidente, y que se oponía a la terapia a la que la inducían el esposo y sus otras dos hijas, que a su vez la requerían a su lado.

Queda claro entonces, que en lugar de aquella separatividad primaria que llamamos disociación terapéutica, se hace inevitable un acercamiento, al menos una actitud semejante a la que la gente expresa, al decir, sencillamente: "le acompaño en el sentimiento".

Acompañar en el sentimiento, es en terapia, acceder de un modo integral a la problemática del que sufrió una pérdida. De allí que la disociación útil, en todo caso, se transforma en una aproximación óptima, por la cual se dosifica la participación sentimental del terapeuta y se lo habilita para ejercer una acción útil en el proceso., que evite o resuelva las eventuales complicaciones del proceso.

Carl Rogers define a la empatía o comprensión empática como el percibir correctamente el marco de referencia interno del otro, con los significados y componentes emocionales que contiene, como si uno fuera la otra persona, pero sin perder nunca esa condición de "como si". La empatía implica por ejemplo, sentir el dolor o el placer del otro, como el otro los siente, y percibir su causas, como el otro las percibe, pero sin perder nunca de vista que se trata del dolor o del placer o la interpretación del otro. Sin esta condición del "como si" caemos en la identificación. Rogers da al término identificación un sentido negativo, en tanto que se puede internalizar aspectos indiferenciados que pueden producir trastornos o dificultar la ayuda.

Por ello, en la búsqueda del centro vivencial del pensamiento de Antonio Machado debemos cuidarnos de no encallar en su melancolía, o lo que hoy llamaríamos su depresión endógena. Él mismo nos lo advierte

Todo poeta tiene dos musas:
lo ético y lo patológico.
Cuidado con dar al espíritu la voz del cuerpo.
No se confundan esas hondas resonancias.

Para este estudio he utilizado fundamentalmente su obra escrita.

Comprende poesías: sencillas unas, herméticas otras; prosa y ensayo: sobre filosofía, literatura, política, retórica; cartas y teatro...

Para mis interpretaciones, las poesías de Machado son equivalentes a la puesta afuera de un sentimiento circunstancial, acción o impulso. Por esta razón la poesía puede ser antinómica ya que en cada vibración del alma tomará partido por una emoción o su contraria, por la tesis o por la antítesis. De allí la gravitación del momento en la creación poética.

Al poeta no le es dado pensar fuera del tiempo porque piensa su propia vida que no es fuera del tiempo, absolutamente nada.

No obstante, aunque el distinga al filósofo como Hombre de pura reflexión al cual compete la ponencia y explanación metódica de los grandes problemas del pensamiento. aún en sus escritos filosóficos, no hay que atenerse a lo que afirma como expresión definitiva. Si se aceptaran literalmente algunas de sus formulaciones explícitas sobre Dios, el ser, la nada, la creación, el problema del conocimiento, la verdad; se caería en una interpretación insuficiente y hasta en conclusiones equivocadas. Muchas de sus ideas han resultado oscuras, aún para sus críticos. Han dicho de él que "contemplaba siempre a distancia, irónicamente sus propias ideas, como si no acabara de creer en ellas".

Machado utiliza continuamente un decir paradojal, tornando sus formulaciones aparentemente dogmáticas en afirmaciones dudosas y burlonas, de tonalidades escéptica o esperanzada.

Hay dos textos: "Abel Martín" y "Juan de Mairena", de lectura imprescindible. Gran parte de las ideas de Antonio Machado se expresan a través de estos dos personajes, autores apócrifos, que guardan entre sí la imaginaria relación de maestro y discípulo. Abel Martín, maestro de Juan de Mairena.

Luego, dejando aparte las obras de teatro compuestas en colaboración con su hermano Manuel, quedan sus cartas que es el lugar donde bien puede apreciarse el sentido intimista y confesional de sus escritos.

Por último, antes de iniciarnos en el estudio, considero honesto recordar previamente, ciertos señalamientos que dejó en sus textos: Hay uno en especial:

Los psiquiatras pensarán algún día que ellos podrán saber de nuestras almas... invitándonos a recordar unas cuantas anécdotas más o menos traumaticas, de nuestra vida. ¡Bah!

Y éste es un poco mi dilema de esta tarde. ¿Cómo en el término de una hora y media transmitir este proceso sabiendo, por un lado, que se puede lograr una síntesis, y por otro, tener que resignar el hacerlo de manera incompleta para no abusar de la atención de Uds.

Existe, además, otra poesía que explicita perfectamente las opciones de todo investigador o intérprete de la intimidad del prójimo, y en lo que nos ocupa me inclino por el modo respetuosa, razón por la que debo abundar en la trascripción de sus textos para sugerir y apoyar conclusiones.

Hay dos modos de conciencia:
una es luz, y otra paciencia.

Una estriba en alumbrar
un poquito el hondo mar;
otra, en hacer penitencia
con caña o red, y esperar
el pez, como pescador.

Dime tú: ¿cual es mejor?
conciencia de visionario
que mira en el hondo acuario
peces vivos,
fugitivos,
que no se pueden pescar,
o esta maldita faena
de ir arrojando a la arena
muertos, los peces del mar.

Decididos ya a ir a su encuentro, de tratarse de un contacto inmediato con su persona, lo primero que recogemos, tal como él se nos presenta en sus poesías, son algunos rasgos externos en cuanto a su aspecto, indumentaria y porte.

El caballero es joven, vestido va de luto...
Dos ojos tristes lucen en un semblante enjuto...
Voy caminando solo, triste, cansado, pensativo y viejo...

Desde siempre ha insistido en estos retratos. Le asombra y duele su estampa, la considera con melancólica ternura, con una suerte de desdén y goce masoquista.

Sin embargo es más juicioso describirlo, como lo imagina Heliodoro Carpintero al llegar Machado a Soria, la ciudad del encuentro con Leonor.

Es un joven de treinta y dos años, delgado, de suaves y finos modales que revelan señorío. En su "torpe aliño indumentario" pone de manifiesto una innata elegancia. Es suave sin ser tímido; afectuoso sin campechanía; tiene gracia sin ser gracioso; culto, sin ser pedante. Ha estudiado mucho, ha viajado ha tratado gente de todas las clases sociales, ha publicado dos libros de versos."

Y es precisamente en el portal de su tercer libro, "Campos de Castilla", escrito en el contacto con la región Soriana, donde Machado ofrece el retrato por todos conocidos y del cual Serrat escogió estrofas para inmortalizarlo en música.

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín, he sido,
- ya conocéis mi torpe aliño indumentario-,
más recibí las fechas que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina
pero mi verso brota de manantial sereno;
y más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard:
más no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
Y el coro de los grillos que cantan a la luna.

A distinguir me paro las voces de los ecos,
Y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo,
-quien habla solo espera hablar a Dios un día-;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo nada os debo; debéisme cuanto he escrito.

A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho donde yago.

Y cuando llegué el día del último viaje,
y esté a partir, la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo, ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

Sorprende aquí la premonición de su muerte. La evocaremos ahora, porque en esta actitud póstuma se dan los aspectos esenciales de una vida y una personalidad.

Al estallido de la guerra civil española Antonio está en Madrid con la familia de su hermano José y su madre; no volverá a ver a Manuel, su otro hermano sorprendido en Burgos por la conflagración. Aunque su salud ha comenzado a declinar, lucha con su pluma y suscribe adhesiones y manifiestos. La guerra es adversa para los republicanos y se suceden las evacuaciones. Machado tiene que dejar primero Madrid, luego Valencia, al fin Barcelona, haciéndolo siempre entre los últimos. En 1939, a fines de enero, con el enemigo a las puerta de la ciudad catalana, tras la evasión de políticos y jefes que ya han cruzado los Pirineos, cuando la masa, todo ya perdido, sale a las carreteras; va Antonio Machado con su madre y el resto de su familia, enfermo, sin equipaje ni dinero, tratando de retener un maletín con sus escritos pero en el tumulto de un vehículo termina por arrojarlos al camino. Por fin, exhaustos, llegan a Francia, Colliure. Son recogidos en el Hotel Bougnol-Quintana. El viaje bajo la lluvia ha precipitado la pulmonía y Antonio fallece el 22 de febrero, en miércoles de Ceniza.

Su cuerpo, según expreso deseo comunicado a su hermano José, iba envuelto en una sábana blanca. Los exiliados españoles cubrieron su féretro con la bandera republicana y lo trasportaron sobre sus hombros.

Por compasión se le dice a su madre que agonizaba a su lado, que el hijo fue llevado a un sanatorio. Ella muere tres días después y una familia del lugar reúne los cuerpos de ambos en un panteón en el cementerio del pueblo.

El tema de la muerte

La muerte es una constante, un clima que acompaña a Machado desde sus primeras páginas. Veamos como la simboliza:

Sobre la fuente, negro abejorro
pasa volando, zumba al volar,
cuando las niñas cantan en corro,
en los jardines del limonar.

Se oyó un bronco gruñir de abuelo
entre las claras voces sonar,
superflua nota de violonchelo,
en lo jardines del limonar.

Entre las cuatro blancas paredes,
cuando una mano cerró el balcón,
por los salones de sal si puedes
suena el rebato de su bordón.

Muda, en el techo, quieta, ¿dormida?,
la gruesa nota de angustia está;
y en la mañana verdiflorida
de un sueño niño volando va...

Decía Pichón Riviere:

Uno no elige siempre los hechos de su vida; menos aún los de su infancia. Pero nuca me he resignado, ni he aceptado con placer la tristeza. Por eso sigo trabajando. Si bien es cierto que la melancolía ha estado siempre en mi vida, también es cierto que nunca fui en su búsqueda ni la he llamado.

Quien acepta la tristeza renuncia a la plenitud de la vida. La tristeza se debe combatir, es necesario como profilaxis, porque ha partir de la depresión nacen todas las enfermedades mentales.

Y cómo para Pichón Riviere, toda tristeza se originaba en alguna pérdida, recomendaba para combatirla, la recreación progresiva del objeto perdido.

Precisamente, Machado, en obra madura y por boca de Juan Mairena, dice: ...

puesto que la muerte se ha introducido en nuestras almas muy tempranamente, es preciso trabajar y aun construir con ella.

Sus primeros devaneos poéticos con la muerte portan influencia romántica, con su gusto por la exaltación del misterio. La muerte aparece como virgen esquiva que anuncia que aún no es tiempo de revelar sus secretos, los que ejercen sin embargo una honda atracción sobre el poeta.

Siempre fugitiva y siempre
cerca de mi, en negro manto
mal cubierto el desdeñoso
gesto de tu rostro pálido.

No sé adonde vas, ni donde
tu virgen belleza tálamo
busca en la noche. No sé
qué sueños cierran tus párpados
ni de quien haya entreabierto
tu lecho inhospitalario. ...

Detén el paso, belleza
esquiva, detén el paso.

Besar quisiera la amarga
amarga flor de tus labios."

Con el tiempo la muerte develará su rostro, y entonces Mairena, contando la muerte de Abel Martín, manifestará su real experiencia. opone una actitud más seria.

Y vió la musa esquiva,
de pie junto a su lecho, la enlutada,
la dama de sus calles, fugitiva,
la imposible al amor y siempre amada.

Díjole Abel: Señora,
por ansias que tu cara descubierta,
he pensado vivir hacia la aurora
hasta sentir mi sangre casi yerta.

Hoy se que no eres tú quien yo creía;
más te quiero mirar y agradecerte
lo mucho que me hiciste compañía
con tu frío desdén.

Quiso la muerte
sonreír a Martín y no sabía.

A la disposición romántica de la juventud se le opone ahora una actitud más seria, coherente con la inicial, pero distinta.

Pero: ¿cuanto llega a saber el poeta sobre la realidad muerte?

Maestro, en tu lecho yaces,
¿en paz con Ella o con Él...

( Quién sabe de últimas paces
don Abel?)

Las dos concepciones del morir: con la enlutada o con Dios.

Si con Ella, bien colmada
la medida,
dice, quieta, en la almohada
tu noble cabeza hundida

Aquí la muerte es fin absoluto y definitivo. La nada. Y también entrega total, fusión, olvido, en la mujer-madre-amante.

Si con Él, que todo sea
-donde sea- quieto y vivo,
el ojo en superlativo,
que mire, admire y se vea.

Aquí, en cambio, con Dios: el gran ojo que todo lo ve al verse a sí mismo; el universo mismo como actividad consciente

A falta de una respuesta trascendental, es capaz en cambio de una decisión ética identificado con la virtud del caballero que bebe su amargo trago sin alharacas. Encuentra ilustración de ello, en el poema de Manrique que evoca especialmente.

(Nuestras vidas son los ríos
que van a dar a la mar,
que es el morir. ¡Gran cantar!
Entre los poetas míos
tiene Manrique un altar)

Las últimas estrofas del poema de Manrique, dicen:

Buen caballero (habla la muerte)
dejad el mundo engañoso
y su halago;
vuestro corazón de acero
muestre su esfuerzo famoso
en este trago
y pues si de vida y salud
hiciste tan poca cuenta,
por la fama,
esfuércese la virtud
para sufrir esta afrenta
que os llama.

He aquí su ética.

Unamuno, su dilecto maestro, lucha contra la muerte:

"Vivid de tal suerte que el morir sea para vosotros una suprema injusticia ".

Machado no es ajeno a considerar esta suerte de afrenta que significa el morir

Abogada de imposibles
Santa Rita la bendita,
la vida es un don del cielo;
lo que se da no se quita.

Pero por sobre la afrenta preponderarán ética y virtud, y llegado el momento, se procederá como entiende que corresponde:

Abel tendió su mano
hacia la luz bermeja
de una caliente aurora de verano,
ya en el balcón de su morada vieja.

Ciego, pidió la luz que no veía.

Luego, llevó, sereno,
el limpio vaso, hasta su boca fría,
de pura sombra - ¡oh pura, pura sombra! – lleno.

Esta contraposición e independencia entre los límites del conocimiento y las posibilidades de las decisiones de la conducta se hace patente en Machado y en ello radica la calidad de hombre bueno que se le atribuye y que él se sintió ser.

Aunque para sus interrogantes no haya respuestas:

Cantar conmigo en coro: Saber, nada sabemos
de arcano mar vinimos, a ignota mar iremos...

Y entre los dos misterios está el enigma grave;
Tres arcas cierra una desconocida llave.

La luz nada ilumina y el sabio nada enseña.

¿Qué dice la palabra? ¿Qué el agua de la peña?

Aunque quede sin develar el por qué de la existencia, del deseo y de la muerte; el hombre puede responder, de suyo, con vocación de bien.

Caminante son tus huellas
el camino y nada más;
caminante no hay camino
se hace camino al andar.

Con todo, veremos que en Machado, el tema de la muerte, sólo adquiere su real sentido en conjunción con otros conceptos: Dios, la nada, el ser, el amor, el olvido y el recuerdo. Y aún, ese sentido debe ser rescatado del calidoscópico juego de la paradoja y la ironía, que es su estilo de filosofar.

Leonor

La reconstrucción de los años con Leonor se la debemos Miguel Pérez Ferrero, en su libro "Vida de Antonio Machado y Manuel" quien ha contado con el testimonio directo del poeta y la aprobación de sus escritos.

El nombre completo de la muchacha fue Leonor Izquierdo Cuevas. Sus padres acababan de instalar una pensión en Soria, a la que Antonio fue a alojarse. Pasó un tiempo antes que se conocieran, porque Leonor había quedado con sus parientes en Almenar, de donde eran oriundos.

A pesar de la diferencia de las edades, ella tenía 13 años y él 33, se enamoraron idílicamente. Se consigna que, por discreción, Antonio, al ser aceptado como pretendiente, optó por mudarse a otra albergue.

La boda se celebró en los últimos días de julio de 1909, en Nuestra Señora la Mayor de Soria; Machado 34 y Leonor apenas cumplido los 15. Doña Ana, madre de Machado fue la madrina y don Gregorio Cuevas, tío de Leonor, el padrino. Escribió el periódico local

"A la boda asistió el claustro de profesores del Instituto y un buen número de amigos y familiares de los contrayentes. Los invitados fueron espléndidamente obsequiados en casa de los padres de la novia."

Hubieron también incidentes desagradables

"A propósito de la ceremonia de ayer no nos explicamos todavía la insana curiosidad que en actos semejantes se suele despertar en gentes desocupadas.Tampoco nos explicamos lo ocurrido anoche en la estación, donde unos cuantos jóvenes inmaduros faltaron el respeto que se debe a todo el mundo, y que desdicen mucho de la indudable cultura de nuestro pueblo."

Pensaban llegar a Barcelona en viajes de bodas, pero no se pudo por los sucesos de la semana trágica. Pasaron entonces el verano en Fuenterrabía. Vueltos a Soria, tras un período de trabajo escolar, se le concede a Machado una beca para seguir cursos de Filología Francesa en París, situación que aprovecharía para asistir a algunas clases de filosofía dictadas por Henry Bergson.

Partieron con su mujer a comienzos de 1911. La enfermedad de Leonor se manifestó de súbito en París, en la víspera del 14 de julio, en medio de la alegría general y el alboroto de los festejos de la fiesta nacional. De modo inesperado se presenta la hemoptisis "como si cien cuchillos hubieran desgarrado por dentro a la delicada mujer". Tras un mes y medio de internación, el médico recomienda la vuelta a España. Un período de alivio en Soria, pero hacia finales de año, sufre una recaída que acelera la dolencia.

Antonio no quiere saber nada ni hacer otra cosa que no sea vivir prendido del curso de la enfermedad de la esposa. Más enamorado que nunca, se olvida de su poesía, de su cátedra, de cuanto le atañe o le rodea. Pérez Ferrero describe los cuidados de Antonio, su heroísmo al luchar por su vida, su desesperación cuando sabe que va a perderla, al punto de hacer todo lo posible por provocarse el contagio del mal y no sobrevivirle.

Ráfagas de obseso le cruzan la mente. A escondidas posa los labios donde la enferma acaba de beber, respira avariciosamente su aliento, se recrea en el tacto de todo lo que ella toca; aunque en momentos de calma comprende la necesidad de su fortaleza para atender su cuidado.

A ella, la exquisita solicitud de su marido la colma de consuelo. Se diría que es completamente feliz, por lo animosa que está y por su claro optimismo, que no decae. Como necesita tomar aire, Antonio ha hecho fabricar un cochecito que él mismo empuja. Su paso es un espectáculo que la ciudad contempla llena de emoción y respeto.

Pero de un hilo depende la felicidad del hombre

Una noche de verano
estaba abierto el balcón
y la puerta de mi casa-
la muerte en mi casa entró.

Se fue acercando a su lecho
-ni siquiera me miró-
con los dedos muy finos
algo muy tenue rompió.

Silenciosa y sin mirarme,
la muerte otra vez pasó
delante de mí. ¿Qué has hecho?

La muerte no respondió.

Mi niña quedó tranquila,
dolido mi corazón.

Ay, que lo que la muerte ha roto
era un hilo entre los dos.

Dos años después que Machado compusiera este poema, Sigmund Freud, refiriéndose a otro poeta taciturno, joven y célebre, escribía tres páginas hermosas bajo el título de "Lo perecedero".

El poeta en cuestión había expresado una encendida reflexión sobre la consecuencias anímicas de perder lo que amamos o de comprender de pronto la caducidad de lo que creíamos estable. Afirmaba que de ello pueden derivarse dos tendencias psíquicas. Una conduciría al hastío del mundo, a la incapacidad de solazarse frente al esplendor de la belleza condenada a perecer; la otra, a la rebeldía contra esta pretendida fatalidad.

En la obra de Machado encontramos testimonios de esta última reacción

Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.

Pareciera cotejarse, en actitud prometeica, con la fuerza de Dios, elevando el clamor de su rebeldía.

Otra vez el mar termina siendo el destino del caminante, impedido de arraigar y florecer en alguna orilla.

El escrito de Freud señala la perplejidad y preocupación del psicoanalista por la situación de duelo.

Al profano le parece tan natural el duelo por la pérdida de algo amado o admirado, que no vacila en calificarlo de obvio y evidente. Para el psicólogo, en cambio, esta aflicción representa un gran problema, ... .

... ¿porque este desprendimiento de los objetos perdidos ha de ser necesariamente, un proceso largo y doloroso?

Entonces imagina que poseemos cierta cuantía de capacidad amorosa -llamada libido- que...

...al comienzo de la evolución se orientó hacia el yo, para más tarde dirigirse a los objetos, que de tal suerte quedan en cierto modo incluidos en nuestro yo. (Su inclusión como en el cuerpo de una ameba)

Si los objetos son destruidos o si los perdemos, nuestra capacidad amorosa o libido queda aferrada a los objetos y sigue su destino, como si perdiéramos en realidad parte de nuestro propio yo. Por ello el yo no queda en libertad de restituirse en integridad o disponer de otros objetos como sustitutos, sino a través de ese largo proceso que es el duelo o la aflicción, al final del cual pueda recuperar su libido, desprendiéndola de los objetos perdidos, para volver a orientarla hacia otros o hacia sí mismo.

¿No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos?

Mira el Moncayo azul y blanco; dame
tu mano y paseemos.

Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando sólo,
triste, cansado, pensativo y viejo.

Pero como decíamos antes, con Machado comprendemos que en el duelo vive también la esperanza: el creer firmemente que uno recobrará el objeto perdido.

Soñé que tu me llevabas
por una blanca vereda,
en medio del campo verde,
hacia el azul de las sierras,
hacia los montes azules,
una mañana serena.

Sentí tu mano en la mía,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oído
como una campana nueva,
como una campana virgen
de un alba de primavera.

¡Eran tu voz y tu mano,
en sueños, tan verdaderas!...

Vive esperanza: ¡quién sabe
lo que se traga la tierra!

Y en otra
Dice la esperanza: un día
la verás, si bien esperas.

Dice la desesperanza:
sólo tu amargura es ella.

Late corazón...no todo
se lo ha tragado la tierra.

Paralelamente escribía Freud que es imposible que todo ese esplendor de la naturaleza y del arte, de nuestro mundo sentimental y del mundo exterior, realmente esté condenado a desaparecer en la nada. Creerlo sería demasiado insensato y sacrílego. Todo esto ha de poder subsistir de alguna forma, sustraído a cuánto influjo amenace aniquilarlo.

Pero inmediatamente reflexionaba:

Más esta pretensión de eternidad traiciona demasiado claramente su filiación de nuestros deseos como para que pueda pretender se le conceda valía de realidad. También lo que resulta doloroso puede ser cierto...

Freud declina la petición de los deseos y se inclina entonces por la amarga manifestación de la realidad.

... no pude decidirme a refutar la generalidad de lo perecedero ni imponer una excepción para lo bello y perfecto.

En ese ir y venir de Machado, que ya vislumbró Rubén Darío en un poema (Misterioso y silencioso/ iba una vez y otra vez/ Su mirada era tan profunda/ que apenas se podía ver) también se le impone la confrontación insoportable de la ausencia. Escribe Ferrero:

Lleno de sombras y de inconmovible dureza se le muestra a Antonio el paisaje soriano. Los montes se le vienen encima y la paramera le ahoga el corazón. No piensa más que en escapar de los lugares donde su felicidad ha sido tan intensa como pasajera...

Las campanas redoblan y asiste a las preces por Leonor. Soporta hasta el final este martirio. Pero cuando el último rezo expira en boca de sacerdotes y acólitos, Antonio gana en un tren la lejanía.

Adiós, campos de Soria
donde las rocas sueñan,
cerros del alto llano,
y montes de ceniza y de violeta.

Adiós, ya con vosotros
quedó la flor más dulce de la tierra.

Ya no puedo cantaros,
no os canta ya mi corazón, os reza...

Sin embargo, a pesar de esta partida dolorosa, este andaluz de nacimiento, terminará haciendo de Castilla su patria.

Nadie elige su amor. Llevome un día
mi destino a los grises calvijares
donde ahuyenta al caer la nieve fría
las sombras de los muertos encinares.

...

mi corazón está donde ha nacido,
no a la vida, al amor, cerca del Duero.

El muro blanco y el ciprés erguido.

En el texto de Freud hay un fervor sanguíneo que contrasta con la personalidad de mi poeta melancólico. Escribe:

Una flor no nos parece menos espléndida porque sus pétalos estén lozanos durante una noche... El valor de cuanto bello y perfecto existe sólo reside en su importancia para nuestra percepción, no es menester que la sobreviva y, en consecuencia, es independiente de su perduración en el tiempo.

Machado dirá: "...y esos magníficos pinares, y esos montes de piedra, que nada saben de nosotros por mucho que sepamos de ellos."

Tampoco Machado se parece a aquel poeta pesimista capaz de desvalorizar lo excelso por su caducidad. No puedo repasar aquí por su extensión el poema a José María Palacio, pero de su lectura comprobaríamos como la ofrenda de su recuerdo y de su amor se conjuga con la resurrección del paisaje. El anhelo del reencuentro lo invade en cada rama que reverdece, en las cigüeñas que vuelven, en las mulas pardas de las sementeras y las abejas que liban tomillo y romero. Aunque la muerte parece inapelable.

Palacio, buen amigo,
tiene ya ruiseñores las riberas?

Con los primeros lirios
y las primeras rosas de las huertas,
en una tarde azul, sube al Espino,
al alto Espino donde está su tierra.

Baeza, 29 de abril de 1913

 

La 2da parte se publicará en el Nº 9 de la Revista Tiempo.

Referencias Bibliográficas:

Antonio Machado. Obras Completas en Poesía y Prosa . Losada. 1973

Miguel Pérez Ferrero: Vida de Antonio Machado y Manuel. Austral. 1952

Juan David García Bacca: Invitación a Filosofar Según Espíritu y Letra de Antonio Machado. Anthropos. España. 1984

José María González Ruiz: La teología de Antonio Machado. Barcelona. 1975

Sánchez Barbudo: El pensamiento de Antonio Machado. Guadarrama. Punto Omega. Madrid 1974

Ricardo Guillon y Allen W. Phillips: Antonio Machado. Taurus. Madrid 1979

José Luis Cano: Machado. Salvat. Barcelona !896

José María Valverde: Antonio Machado. Siglo XXI . México 1975

Jordi Doménech: Antonio Machado (1875-1939)

Cronología. Abel Martín. Revista de estudios sobre Antonio Machado, n°2 1998,99

Freud. Duelo y Melancolía. OC.

Vicente Zito Lema: Conversaciones con Enrique Pichon Riviere. Timerman 1976

Volver al Indice del número 8 de Tiempo

PsicoMundo - La red psi en Internet