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Número 34 - Agosto 2017

La producción social de la vejez: un recorrido en clave constructivista (1)

Rodolfo Iuliano
Lic. En Sociologia, Mag. en Ciencias Sociales.
Docente en Fac. de Humanidades de la UNLP. Director del PEPAM

Introducción

En el presente artículo nos proponemos presentar y analizar diferentes aspectos de las perspectivas que han contribuido a la conceptualización de la vejez como una construcción social. Los objetivos que vertebran el trabajo son los siguientes: por un lado, vamos a  presentar los principales conceptos, abordajes y debates desarrollados desde el campo de las ciencias sociales acerca del fenómeno de la vejez entendido como una construcción social; a la vez, procuraremos ofrecer modelos de análisis proyectados sobre objetos empíricos concretos, que permitan sensibilizar a los lectores sobre el enfoque constructivista de la vejez; y finalmente, intentaremos reflexionar sobre la necesidad del descentramiento y la relativización de las propias categorías de vejez del investigador, como condición para captar la variabilidad empírica de las vejeces.
Antes de avanzar con el desarrollo de los contenidos, es necesario señalar que tanto los temas presentados como el recorte disciplinar desde donde serán enunciados, expresan una operación de lectura personal que, mientras recorre algunos de los principales problemas del estudio de la construcción social de la vejez, excluye otros posibles recortes y abordajes.

De la vejez como impacto biológico del transcurrir temporal a la vejez como construcción social

Para comenzar vamos a referirnos a la emergencia de la preocupación por el estudio de la vejez en el campo de las ciencias sociales, entendiendo que allí se sientan las bases para la reflexión sobre la construcción social de la vejez.
Los primeros esfuerzos desde las ciencias sociales para recortar el fenómeno de la vejez como un objeto de estudio, remiten a los trabajos de Leo Simmons y su intento por encontrar patrones universales en torno a la vejez, fruto de un análisis transcultural. (Feixa, 1996;  Debert, 1998)

Podríamos sostener que el énfasis constructivista en el estudio de la vejez fue posible gracias a que estos primeros análisis dejaron de lado la explicación biologicista de la vejez, que ponía el énfasis en los deterioros orgánicos por el paso del tiempo. A la vez, estas producciones precursoras encontraron su límite analítico en su elaboración del fenómeno a partir del establecimiento de universales (ya no biológicos sino sociales) en la vejez (Debert, 1998; Feixa, 1996; Blabuena et all, 2017)
En efecto, la antropología de la vejez como rama especializada de la antropología de las edades, ha puesto el énfasis en la existencia de diferentes formas y configuraciones de la vejez. O dicho en otros términos, ha asumido una perspectiva constructivista que es sensible a la diversidad en la vejez, a la existencia de diferentes categorías de vejez según los marcos culturales en que se inscriben, y de los que son emergentes.
Uno de los contrapuntos recurrentes desde las ciencias sociales en torno a la conceptualización de las categorías de edad es con el saber médico (así como con ciertas variantes de la psicología evolutiva) que establecen la universalidad de las etapas vitales, es decir, una secuencia típica esperable con independencia de los determinantes sociohistóricos. Principalmente la antropología ha intentado mostrar que no existen propiedades sustanciales de las etapas vitales, sino que el proceso biológico del organismo vivo (incluso cuando muere), es simbolizado de formas muy diferentes de acuerdo a las diversas culturas y sociedades, articulando diferentes formas rituales para marcar los pasajes de una categoría etaria a otra. (Debert, 9)
Conceptualizar la variabilidad de la determinación cultural en las categorías de edad, es la condición para poder comprender las diferentes vejeces y formas de envejecer que existen en las diferentes sociedades, y al seno de una misma sociedad. En nuestras sociedad existe una profunda heterogeneidad entre las vejeces pobres y no pobres: la edad cronológica en la que un sujeto pobre es considerado viejo es mucho más baja, que en los estratos medios y altos. En la pobreza se puede ser viejo a los 50 años, lo que evidencia el modo en que la condición de clase determina la demarcación de la vejez, mucho más de la edad cronológica. En la misma dirección de heterogeneización de la vejez por efecto de su producción social, operan otras dimensiones como el género, la configuración cultural, étnico, racial, entre otras.

Entender a la vejez y a las categorías de edad como construcciones sociales, implica al mismo tiempo reconocer y elaborar su historicidad. Si entendemos que no existen formas de vejez universales presentes en las sociedades y culturas de todos los tiempos, también es importante saber que hay una enorme variabilidad histórica en torno a las categorías de edad en general, y a la vejez en particular. El sociólogo Norbert Elias en su estudio sobre el despliegue de las formas occidentales de civilización, muestra que de manera paralela se construyen las categorías de adultez y de infancia en la modernidad, no solo por asociarse el adulto a la independencia, la madurez psicológica, los deberes y las obligaciones; sino porque en el proceso de creciente regulación de las emociones, se expropia al adulto de la posibilidad de actuar sin culpa, suelto y espontáneamente, expulsándolo al territorio de la niñez. (Elias, 1993; Debert, 1998) Retomaremos el punto de la variabilidad histórica de los conceptos de vejez en el apartado siguiente a partir de una investigación concreta.

Para avanzar en la comprensión sobre el sentido de asumir que la vejez es una construcción social es importante hacer foco en la representación cronológica de la vida, como una sucesión de etapas marcadas temporalmente. Este modo de organizar las divisiones de edad no es universal, es una construcción social dominante en Occidente, y está prácticamente ausente en las sociedades no occidentales. En las sociedades occidentales las divisiones cronológicas de edad, documentadas por fecha de nacimiento, tienen un papel muy importante en el ordenamiento de la vida social, institucional y política: son un mecanismo de atribución de estatus (por ejemplo, cuando se accede a la mayoría de edad), de configuración de expectativas ocupacionales como la entrada en el mercado de trabajo, o bien de conformación de demandas sociales como las relacionadas con la jubilación (Debert: 15)
En efecto, es posible sostener que con el advenimiento de la modernidad tuvo lugar un proceso de “cronologización de la vida” (Kohli y Meyer, 1986; Debert, 1998); es decir, que en consonancia con el proceso de individualización moderno se institucionalizó la organización del ciclo vital en una división lineal cronológica. A partir de entonces las políticas, los consumos, la educación, el trabajo, las definiciones jurídicas comenzaron a operar en base a esa división.
Hasta aquí podemos sostener, entonces, que abordar a la vejez como una construcción social implica asumir como punto de partida que lo que cada sociedad define como vejez, se relaciona con sus marcos culturales, simbólicos e históricos, en mucho mayor medida que con características biológicas del organismo humano, o bien con formas universales de envejecimiento que sólo existen en la cabeza de los investigadores o los promotores de derechos, pero que no tienen lugar en la realidad empírica de las sociedades.

Por eso, si consideramos que nuestras percepciones acerca del mundo en general (y de la vejez en particular) estén social y culturalmente configuradas, y son constitutivas de la realidad a la que remiten, comprenderemos que lo que define a la vejez es, más que las transformaciones del organismo biológico por el paso del tiempo, el modo en que cada cultura les atribuye significado a dichas transformaciones y organiza sus estructuras sociales, de prestigio y poder en torno a ello. Retomaremos más adelante el problema del poder implicado en la producción de categorías de edad.

Representaciones sociales e imágenes de la vejez

Hasta aquí hemos presentado la ruptura que desde las ciencias sociales se opera sobre las explicaciones biológico/médicas de la vejez. Si bien existe cierto acuerdo bibliográfico en que la dimensión social es constitutiva de las diferentes categorías y experiencias de vejez, también es cierto que las explicaciones medico/biológicas conservan en el sentido común, y en algunos saberes expertos, parte de su hegemonía. La explicación orgánica de la vejez sigue siendo persuasiva y restando importancia a los elementos socio-culturales, frente a los biológicos. Tomando esto en cuenta, y para avanzar en la comprensión de lo que implica considerar a la vejez como una construcción social y asumir que lo que cada grupo entiende por vejez está socioculturalmente configurado, vamos a dedicar esta sección del artículo al estudio de los procesos de producción de representaciones sociales e imágenes sobre la vejez.

En este sentido, vamos a detenernos el trabajo de investigación de una de las más importantes socióloga de la vejez en Argentina, relacionado con las representaciones (2) de la vejez que se reproducen a través de la literatura escolar en Argentina.
A partir de un trabajo de análisis de libros y textos escolares argentinos desde fines del siglo XIX hasta principios del XXI, este programa de investigación nos han permitido conocer las imágenes con que se representan a los viejos, el modo en que se los describe, los valores morales y estéticos que se asocian a ellos, y cómo todos ellos han ido sufriendo modificaciones a lo largo del tiempo. “... La sociedad transmite sistemáticamente su pensamiento e ideología a las nuevas generaciones a través de estos medios. De este modo, el análisis de contenido (discurso) de los mensajes emitidos por los libros de lectura para la escuela primaria correspondientes al período comprendido entre los años 1880 y 2012 nos permite profundizar sobre el tema de la vejez, en relación con la imagen que tiene y transmite la sociedad y el papel que se le asigna a este grupo generacional” (Oddone, 2013: 28).

Para graficar tanto los resultados de la investigación como el modelo de análisis, cabe señalar que hacia hacia fines del siglo XIX y hasta 1940, el anciano aparecía representado como un sujeto que co-habitaba con su familia extensa asumiendo su función de abuelo, cuyo cuerpo desgastado y pasivo aparecía compensado por la virtud de su experiencia. El anciano es a su vez transmisor de valores, arquetipo de la reproducción de la cultura, respetado en tanto signo de experiencia, y próximo a la perfección y la santidad; aunque todo esto ocurre en un contexto de inexistencia de derechos, donde también están presentes las imágenes del viejo mendigo (Oddone, 2013: 31-32)

Entre 1940 y 1950 continúa la representación de la familia extensa, donde se envejece en familia pero en un contexto histórico en que empiezan a institucionalizarse las protecciones a la vejez, y se establecen por primera vez en la historia los Derechos de la Ancianidad de Naciones Unidas (1948) que se integran a la Constitución Nacional (1949). Las imágenes del viejo mendigo son reemplazadas por las del viejo obrero y el jubilado. Aparece la referencia a los hogares de ancianos. (Oddone, 2013: 32) Sigue en vigencia la figura del abuelo como pilar de la transmisión de valores familiares, y se configura una de las primeras versiones de la vejez activa, ya que la persona que precisa ocupar su tiempo libre, porque “no puede vivir sin trabajar” (Libro de lectura escolar Mañana de sol, en Oddone, 2013: 32) En este período, aparecen controversias en torno a la nominación del adulto mayor, predominando la denominación anciano o abuelo, por detectar un contenido peyorativo en el concepto de viejo (32) que no se corresponde con el respeto que dicho sujeto conserva en aquel contexto.
En la década de 1960 comienza la instalación de un fuerte imaginario donde emerge la juventud como valor, la tecnología como un horizonte de la humanidad, y el anciano y sus saberes pasan a ocupar un lugar secundario, apareciendo representado como desactualizado, con problemas de comprensión, incluso de audición e intelección. La imagen de familia en la que aparece referenciado es ahora la familia nuclear ya no la extendida, en un rol de abuelo recluido en la vida privada, sin un rol productivo en la vida pública. (Oddone: 34)

A partir de la década de 1990, y en el contexto de la propagación de la sociedad posindustrial y de mercado, comienza a observarse la proliferación de imágenes positivas acerca de la vejez. Los manuales muestran un incremento de notas referidas a los adultos mayores. Si bien está presente la familia nuclear, aparecen imágenes de otros tipos de organización familiar y abuelos que son identificados en su hacer, siendo capaces de ayudar a la familia. Se retoma el uso de la categoría “viejo” y “don” de forma no peyorativa, y los viejos ascienden en la consideración que habían perdido frente a los jóvenes, siendo ahora fuentes de consulta y saber valioso. Aparecen asumiendo roles sociales positivos, mostrando fuerza y vitalidad. En las primeras décadas del Siglo XXI, circulan imágenes de la “abuela joven”, caracterizada con ropa de oficina, asociada a ideas de trabajo, de actividad y de ayuda en las nuevas estructuras familiares ensambladas o sobreocupadas. Aparecen representaciones que dan cuenta de la diversidad en la vejez, la extensión en la expectativa de vida y la presencia de los bisabuelos, como transmisores de saberes intergeneracionales. Esta promoción de imágenes positivas de la vejez tiene lugar en consonancia con el desarrollo de las nuevas disciplinas gerontológicas (Oddone: 35-38). Volveremos sobre este punto en la parte final del trabajo.
En definitiva, las imágenes y descripciones del viejo en los libros escolares nos permiten conocer cuáles son las corrientes culturales de las diferentes épocas históricas. Este recorrido en torno a las imágenes que se difunden en los textos escolares nos ha permitido tener un panorama amplio sobre algunas de las representaciones de la vejez que han circulado y se han transformado por más de un siglo en Argentina. Y al mismo tiempo, nos ha permitido ilustrar el valor del estudio de las representaciones sobre la vejez, para conocer algunos de los caminos por medio de los cuales se producen, instalan y reproducen moralidades, estéticas e imágenes de la vejez en la sociedad.

Antes continuar con el siguiente apartado, es necesario situar un alerta metodológico respecto del análisis de imágenes de circulación social, ya sea a través de libros o de medios de comunicación. Si bien podemos conocer bastante sobre el modo en que una cultura simboliza a sus viejos a partir de la forma en que aparecen nombrados, ilustrados, fotografiados, caracterizados en las producciones textuales o audiovisuales, la comprensión cabal del fenómeno requiere además atender empírica y densamente al modo en que esas producciones son recibidas por los lectores, espectadores y usuarios.

La construcción social de la vejez como lucha clasificatoria y efecto de poder

Como vimos, pensar en la construcción social de la vejez implica partir del carácter arbitrario (en el sentido de no natural, no necesario, no de que no responda a una lógica) de las divisiones por referencia a la edad. Si llevamos este argumento aún más lejos, podemos decir con Bourdieu que la edad social y la edad biológica son diferentes, y que en buena medida las sociedades se organizan en función de las divisiones sociales (y simbólicas) de edad.
El trabajo de producción de las categorías de edad es un trabajo de producción de alteridades, de nosotros y ellos, que cuando se refiere a la división entre jóvenes y viejos actúa movilizando representaciones ideológicas, confiriendo a los jóvenes algunas características que por contraste permiten atribuir otras a los más viejos.  En relación al tema de las edades ocurre lo mismo que con las clasificaciones de clase o de género: el establecimiento de las divisiones es una cuestión donde se involucra el poder, esas divisiones son objetos de luchas sociales.

Si existe cierto acuerdo en la bibliografía en que las categorías etarias son socialmente construidas, el trabajo de Bourdieu permite reflexionar sobre el modo en que esa construcción es articulada desde instancias de poder. Esa articulación de las categorías de edad, aparece como una herramienta de acumulación de beneficios materiales y simbólicos para la disputa en los diferentes campos específicos. En los términos del propio autor “cómo lo he mostrado respecto de la moda o la producción artística y literaria, cada campo tiene sus leyes específicas de envejecimiento: para saber cómo se definen las generaciones hay que conocer las leyes específicas de funcionamiento del campo, las apuestas de la lucha y cuáles son las divisiones que crea esta lucha (la “nueva ola”, la “nueva novela”, los “nuevos filósofos”, los “nuevos magistrados”…) […] la edad es un dato biológico socialmente manipulado y manipulable; […] el hecho de hablar de los jóvenes como de una unidad social, de un grupo constituido, que posee intereses comunes, y de referir esos intereses a una edad definida biológicamente, constituye una manipulación evidente” (Bourdieu, 2002: 164-165)
Existen ciertos acuerdos, como veremos en el apartado siguiente sobre la acción política de la gerontología, en que en torno a las categorías de vejez se configuran ciertas debilidades, se esgrimen ciertas desprotecciones que los marcos jurídicos y las normativas de los derechos humanos para la vejez, vienen a cubrir. Pero también es interesante abordar el problema de la vejez, o incluso, de la antigüedad desde otra óptica. En este sentido, el trabajo de Bourdieu permite pensar que en la vejez hay acumulación, hay un polo de poder que es ejercido contra las categorías más nuevas, más jóvenes. Al instalar al estudio de la “vejez” en la pregunta por el poder, este análisis permite dimensionar y relativizar las perspectivas que encuentran en la vejez principalmente desposesión, marginación y vulnerabilidad (psicológica, biológica o material) y por lo tanto, una materia dispuesta exclusivamente para el despliegue de cuidados y el empoderamiento.

Como hemos podido observar, las categorías de edad muchas veces homogeinizan realidades estructurales muy diferentes. Pues bien, el trabajo de Bourdieu ofrece una nueva perspectiva al respecto. Situando el análisis en la categoría de “juventud”, el autor muestra que dentro de sus fronteras se engloban al menos dos realidades completamente distintas. Estas realidades responden a clivajes de clase social, como son los casos del joven obrero y del joven burgués. El primero tiene una experiencia de la juventud determinada por las limitaciones propias del temprano acceso al mercado de trabajo, por las restricciones del tiempo. Mientras el joven burgués tiene una experiencia biográfica asociada a la categoría del estudiante, que posterga por muchos años su acceso al mercado de trabajo, a partir de las facilidades propias de una economía subsidiada por el Estado, y el conjunto de beneficios que le confiere el estatuto del estudiante en relación a los consumos culturales y el control sobre la administración del propio tiempo.
Así como la vejez y la juventud son categorías socialmente construidas, también lo es la de la  “adolescencia”: “Parece que uno de los efectos más fuertes que tiene la situación del adolescente proviene de esta especie de existencia separada, que lo deja socialmente fuera de juego. (Bourdieu, 2002:166) En efecto, previo a la escolarización masiva, sólo accedían a la “adolescencia” los jóvenes burgueses. Los niños de los sectores proletarios pasaban directamente de la niñez a la vida adulta, en tanto ya de niños debían abocarse al trabajo.  Si con el sistema anterior el hijo del minero tenía incorporada las aspiraciones de bajar a la mina lo antes posible, de comenzar a trabajar de inmediato para hacerse “hombre”, el efecto del sistema escolar fue romper ese círculo de “sumisión anticipada” a las posibilidades objetivas, abriendo un espacio de adolescencia para ellos, de gratuidad, de ejercitación no laboral en el marco de la escuela secundaria, que a la vez generó un conjunto de aspiraciones que luego no pueden satisfacerse en el mercado objetivo.

El sistema escolar masivo produce, siguiendo a Bourdieu, más desajustes que el tradicional porque conduce a que las personas que antes sólo aspiraban a acceder lo más tempranamente a un trabajo, accedan a la educación secundaria y a través de ella tengan aspiraciones que no se corresponden con sus posibilidades reales.

Enfocar en los efectos sociales del sistema escolar es una clave para comprender qué instituciones intervienen en la producción de las categorías de edad. “Una cosa muy sencilla, y que a nadie se le ocurre, es que las aspiraciones de las generaciones sucesivas, de los padres y los hijos, se constituyen en relación con los diferentes estados de la estructura de distribución de los bienes y de las posibilidades de tener acceso a los diversos bienes” (Bourdieu, 2002: 170)  Lo que para los padres hace 20 años implicó mucho esfuerzo para ser conseguido, para la generación de los hijos 20 años después ya es común, lo recibe de inmediato al nacer. Se trata de un conflicto entre “sistemas de aspiraciones constituidos en edades diferentes”.
En algunos casos las luchas generacionales traducen la pugna entre dos etapas del sistema escolar, dos etapas de la escasez diferencial de los títulos: es el caso en que en una oficina burocrática compiten sujetos que entraron hace 30 años con el certificado de la primaria (cuando aún era distintivo) e hicieron su carrera institucional autodidacta accediendo a posiciones de dirección, con jóvenes recién llegados con sus credenciales secundarias o universitarias que aspiran a los mismos cargos. En ese contexto se dan luchas clasificatorias: como los viejos no pueden decir que son jefes porque son viejos, se refieren a categorías de “experiencia” asociada a la “antigüedad”; mientras que los jóvenes invocan a las capacidades que garantizan los títulos a los que accedieron, y que no poseen los otros. Uno de los “principios unificadores de una generación” se relaciona con el modo en que un conjunto de personas se vinculó con un estado determinado del sistema educativo, diferente del modo en que se vinculó otro conjunto de personas con otro estado determinado del sistema educativo. Lo que tiene en común cada uno de esos grupos (generaciones) es que dado su paso compartido por el sistema educativo, están mejor preparados que la generación anterior para desarrollar el mismo trabajo. Pero al mismo tiempo, dada la inflación de credenciales, sus títulos valen mucho menos que los de la generación anterior y esto más allá de sus diferencias de clase. Se trata de una “descalificación estructural de generación”.
Este es un interesante elemento que permite pensar qué es lo distintivo que Bourdieu atribuye a las divisiones por edad respecto de otras formas de división, por ejemplo por clase o por sexo: tiene que ver con una experiencia compartida de acceso al mercado laboral en una determinado coyuntura, debido a formar parte de un colectivo que obtuvo títulos escolares con un determinado valor en relación con el mercado presente. También entre la burguesía se dan luchas generacionales, en tanto los plazos de sucesión se alargan cada vez más, siendo la edad a la que se transmiten el patrimonio o los puestos, cada vez más avanzada.

“Al igual que a los viejos les conviene enviar a los jóvenes a la juventud, a los jóvenes les conviene enviar a los viejos a la vejez” (Bourdieu, 2002: 173) Con Bourdieu podemos pensar que una estrategia de disputa del poder de los jóvenes tiene que ver con ubicar simbólicamente a los que detentan el poder en la categoría de “viejos”. De modo similar, aunque en dirección opuesta, vemos cómo la acción de juvenilizar a un sector social, grupo o actor es una estrategia de los sectores dominantes para excluirlo del acceso a un beneficio material o simbólico. En definitiva, en las referencias a las edades siempre está en juego la disputa por el poder.

Un ejemplo para pensar esta dinámica es una situación donde un actor se define a sí mismo “viejo” o “demasiado viejo” (aunque en términos biológicos tenga 40, 50 o 60 años), en una simulación táctica de autocrítica, pero en verdad como una forma de jerarquización y de construcción de autoridad respecto de quienes tienen la “virtud” de ser “muy jóvenes” o “tan jóvenes”. Este ejemplo puede pensarse tanto en los espacios laborales, educativos como familiares. En la propuesta de Bourdieu hay una cierta correlación entre las representaciones de edad y la distribución del poder, en tanto que a mayor proximidad del poder, mayor madurez (adultez, vejez), y a mayor distancia mayor inmadurez (juventud, niñez, etc.)  Existen momentos en que las luchas entre las generaciones se intensifican: son los momentos en que los más jóvenes chocan con los más viejos, porque “aspiran demasiado pronto a la sucesión”, y lo hacen a partir de promover las virtudes de “lo nuevo”, ubicando a los “que ya llegaron” en el pasado, lo superado, lo acabado, en definitiva, la muerte social.  Estos conflictos se evitan cuando los viejos pueden controlar a los nuevos, regular su ascenso, los planes de estudio, frenar a los que quieren “correr antes de saber andar”, que “se empujan”. Sin embargo, casi nunca es necesario frenar a nadie porque los “jóvenes” ya incorporaron los límites esperados, considerados adecuados, la edad a la que podrán “aspirar razonablemente” a un puesto. “Cuando se pierde ‘el sentido del límite’, aparecen conflictos sobre los límites de edad, los límites entre las edades, donde está en juego la transmisión del poder y de los privilegios entre las generaciones” (Bourdieu, 2002: 173)

Pues bien, hasta aquí algunas posibilidades que se habilitan para la comprensión de las dinámicas sociales cuando se toma la dimensión etaria como una herramienta de disputa clasificatoria, de lucha por recursos materiales o simbólicos. En lo que sigue, abordaremos el fenómeno tematizado por la bibliografía como “invención” de la vejez.

La “invención” de la vejez

Si hasta aquí hemos presentado los elementos que permiten comprender a la vejez y las categorías de edad como construcciones sociales, que se configuran en situaciones de disputa y que se institucionalizan en representaciones e imágenes que circulan socialmente, para finalizar el presente trabajo querríamos mostrar en qué medida la construcción de la vejez se encuentra relacionada con las transformaciones ocurridas a lo largo del siglo XX en los mercados de trabajo, la emergencia de los sistemas previsionales y principalmente la acción de los saberes expertos orientados a la vejez.

Como hemos podido mostrar recientemente (Balbuena et all, 2017) un conjunto de trabajos han formulado la hipótesis de que el fenómeno de la vejez, y más precisamente el de la “tercera edad”, han sido una “invención” relativamente reciente en la historia, relacionada con el establecimiento del sistema de protección jubilatoria en el contexto del crecimiento demográfico de las clases medias, y con la emergencia de agencias especializadas en vejez que tuvieron la necesidad de delimitar la categoría para capturar recursos para financiar sus proyectos, y en este hacer clasificatorio, contribuyeron al alumbramiento de la vejez tal como hoy la entendemos (Lenoir, 1979; Debert y Simoes, 1994; Debert, 1997, Balbuena et all, 2017)

La vejez ganó consistencia, peso ontológico, comenzó a existir en nuestro vocabulario y en la realidad en la medida en que fue conformándose en un “problema social” (Debert, 1998) en el sentido de Lenoir (1993), es decir, no como un simple efecto de una disfunción social, sino como el resultado de un trabajo social de producción llevado a cabo por promotores interesados, que comprende un trabajo de reconocimiento, legitimación, presión y expresión.
Explorar este aspecto del carácter construido de la vejez, nos obliga a revisar y resituar el argumento que conecta directamente a la emergencia de la categoría de vejez y su estudio, con la explosión demográfica del siglo XX. Si bien es imposible negar que exista una relación entre estos fenómenos, es importante conocer las mediaciones institucionales y políticas que contribuyeron a que el tema de la vejez se convierta en un problema social y en un objeto de estudio. La demografía alarmista (Katz, 1990) y su uso persuasivo de las estadísticas demográficas, de los datos del envejecimiento poblacional, habría contribuido a este proceso instalando al envejecimiento como un nuevo problema social (Daniel, 2006).

Por este camino, la tematización, estudio y legislación en torno a la vejez no sería simplemente un efecto de las transformaciones demográficas y del envejecimiento poblacional, sino el fruto de acciones de movilización política encarnadas por actores concretos: los expertos (geriatras y gerontólogos) que avalados por las credenciales conferidas por estas nuevas disciplinas, se convertirían en portavoces autorizados de un nuevo sujeto social (Debert, 1998: 22-23). Así la vejez y los viejos (o adultos mayores, como pasarían a denominarse por efecto del mismo proceso que estamos describiendo) serían interpelados como destinatarios de nuevas políticas públicas, nuevos derechos y nuevos programas de investigación científica.
De este modo, y para finalizar, podemos señalar que la institucionalización de saberes expertos en vejez como la geriatría, pero especialmente la gerontología, han contribuido a conformar una red de discursos y representaciones sobre la vejez que más que caracterizar y representar el fenómeno, han intervenido en su producción, por ejemplo, al abastecer de definiciones conceptuales sobre la vejez a los legisladores que intervinieron en la construcción de los instrumentos de promoción global de los derechos humanos de la vejez como el Plan Internacional de Envejecimiento de Madrid (ONU) o el Estatuto do Idoso (2002), entre otros (Destro de Oliveira, 2013)

Consideraciones finales

El giro constructivista en el estudio de la vejez ha permitido poner de relieve el modo en que socialmente se produce la misma, desplazando o relativizando el imperativo biologicista que monopolizó durante buena parte del siglo XX la definición legítima de vejez, habilitando nuevos marcos para comprender la variabilidad, la lucha y las jerarquizaciones en la vejez..

En el mismo sentido, ha contribuido a mostrar los efectos de la acción de los saberes gerontológicos y jurídicos en la instauración de una nueva noción de vejez, concebida desde una perspectiva de derechos y promotora de un nuevo imaginario “positivo” para la vejez.

Finalmente, en la medida en que la vejez aparece como un objeto relativamente reciente y en constante transformación, la elaboración de dispositivos y abordajes metodológicos sensibles al estudio de esa variabilidad, sigue siendo un desafío para la investigación social de la vejez.

Referencias bibliográficas
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Bourdieu, Pierre (2002) [1975], “La juventud no es más que una palabra”, en Sociología y cultura, México, Grijalbo
Elias, Norbert (1993) El proceso de la civilización : Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas, Buenos Aires: FCE.
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Debert, Guita Grin (1998) “Pressupostos da Reflexão Antropológica sobre a Velhice”, en Debert, Guita Grin,  Antropologia e Velhice, Textos Didáticos, n.19, IFCH.
Destro de Oliveira (2013) “Ser idoso: modelo de velhice tornado direito humano universal”, en Seminário Internacional Fazendo Gênero 10 (Anais Eletrônicos), Florianópolis, 2013. ISSN 2179-510X
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Notas

(1) El presente artículo retoma el texto expuesto en el marco de la Capacitación en Gerontología Educativa dictada a distancia en el marco del Programa de Educación Permanente de Adultos Mayores (FaHCe-UNLP) durante el primer semestre de 2017.

(2) Por cuestiones de espacio no desarrollaremos aquí el concepto de representación social. Para su profundización puede consultarse Moscovici (1979), Jodelet (1986, 2011)

 

 

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